Capítulo 5
Una hora más tarde, después de que Jesse se ha
congraciado con mi madre y ha hecho disfrutar a todo
el mundo con su elegancia en la pista de baile,
por fin estoy subiendo la escalera en sus brazos. Me
he quitado los zapatos de tacón y Jesse los
lleva en la mano. Tengo la cabeza, que me pesa un quintal,
apoyada en su hombro, y no consigo mantener los
ojos abiertos. Oigo el sonido de mis tacones al
caer al suelo y a los pocos instantes estoy de
pie.
La frente se me cae sobre su pecho.
—Tenemos que consumar el matrimonio —farfullo
contra sus pectorales, restregando la cabeza
para impregnarme de su fragancia. Es el aroma
más relajante del mundo.
Se ríe.
—Nena, estás demasiado cansada. Lo consumaremos
por la mañana.
Me coge de la nuca y me aparta de su pecho para
poder mirarme. Intento mantener los ojos
abiertos pero es imposible.
—Lo sé. —Intento volver a apoyar la frente en él
pero me sujeta con fuerza, examinando cada
centímetro de mi cara.
—¿Qué? —pregunto.
—Dime que me quieres —ordena.
No lo dudo un segundo.
—Te quiero.
—Dime que...
—Te necesito —lo interrumpo. Esto ya me lo sé.
Sonríe satisfecho.
—No sabes lo feliz que me haces.
—Lo sé —lo corrijo. Lo sé perfectamente porque
yo siento lo mismo y él lo sabe.
Me besa.
—Te quiero desnuda y encima de mí. Voy a
quitarte el vestido.
Me pone de espaldas a él y empieza a desabrochar
los mil y un botones de perlas que bajan por
mi espalda.
—¿Qué está pasando entre Kate y tu hermano?
Mis somnolientos ojos se abren al instante. Es
una buena pregunta. Nada, o eso espero, pero no
lo tengo claro.
—No lo sé —digo, y es la verdad. No tengo ni
idea, y no voy a contarle a Jesse lo que he visto
en los servicios.
—O has aprendido a controlar tu mala costumbre o
me estás diciendo la verdad. —Me baja el
vestido por los hombros, hasta el suelo, para que
pueda quitármelo.
—Te estoy diciendo la verdad —contesto dándome
la vuelta para mirarlo. Se endereza y va a la
puerta para colgar mi vestido—. Creo que el
hecho de volver a verse les ha traído recuerdos, eso es
todo.
—¿Recuerdos? —pregunta regresando a mi lado.
Vuelve a ponerme de espaldas para desabrocharme
el corsé.
—No eran buenos el uno para el otro. Ya conoces
a Kate: Dan no es el hombre más tolerante
del planeta. Chocaban sin parar. Que Dan se
marchara fue lo mejor para ambos.
—Pero ha vuelto.
—Sí, pero no para quedarse. ¿Qué pasa con Kate y
Sam? —Ése es otro desastre inminente.
—Ya te he dicho que no es asunto tuyo.
—Pero Kate es socia de La Mansión. —Mi tono es
acusador, justo como me siento—. ¿Por qué
se lo has permitido?
—Mi trabajo no consiste en preguntarles a los
socios potenciales por qué quieren serlo.
Compruebo si la policía los tiene fichados,
historial médico y solvencia. Si pueden pagar, están
sanos y no han cometido delitos graves, los
aceptamos. Lo que no ofrezco son sesiones de
psicoterapia para indagar en sus motivos, Ava.
Pongo mala cara.
—Los socios podrían tirarse a alguien entre
visita y visita a La Mansión, pillar cualquier cosa o
ser arrestados y tú no te enterarías de nada.
—Me enteraría porque han de someterse a
controles médicos mensuales y recibo informes
periódicos de la policía. Son cosas que pueden
pasar, pero las controlamos lo mejor que podemos.
No hay penetración sin condón y, por contrato,
están obligados a ser sinceros y a facilitarnos dicha
información.
Desabrocha el último cierre.
—Los socios son miembros respetables de la
sociedad, Ava.
—A los que les gusta el sexo raro, con
desconocidos y con aparatos extraños.
—Eso no es asunto mío.
Claro. Es su negocio y antes lo mezclaba con
placer. No me gusta el hilo de mis pensamientos e
intento concentrarme en sus manos, que me
recogen el pelo y lo apartan a un lado. El inconfundible
calor de sus labios en mi coronilla los hace
desaparecer. Me estremezco y se ríe.
—Kate va a salir malparada —digo en voz baja.
Su brazo se enrosca en mi vientre desnudo y me
atrae hacia sí. Ahora sí que estoy bien
despierta.
—¿Qué te hace pensar eso?
Se me tensan los hombros.
—Sé que Sam le gusta.
Sus caderas se aprietan contra mi trasero y se
mueven en círculos, despacio, a propósito.
—Y yo sé que a Sam le gusta Kate.
Gimo cuando se clava en mí y empuja hacia
arriba. Me acerca la boca al oído. Ni siquiera voy a
intentar fingir que no me excita.
—Entonces ¿por qué no pueden salir juntos como
una pareja normal? —suspiro.
—No es asunto nuestro.
Ya está. Entre esa voz, las dichosas caderas y
el pecho tan duro detrás de la camisa, me tiene
relamiéndome los labios. Me vuelvo y camino
hacia adelante, empujándolo hacia la cama.
—Vamos a consumar este matrimonio.
Lo tiro sobre el colchón y me monto sobre sus
caderas. Me mira, sorprendido.
—Señor Ward, ahora mando yo, ¿alguna queja?
Sonríe.
—Vuélvete loca, nena. Pero, por favor, ten
cuidado con esa boca.
—Esa boca... —susurro tirando de su corbata para
que se siente o muera estrangulado.
Abre los ojos del susto cuando pego la nariz a
la suya.
—¿Quién manda aquí? —pregunto en voz baja.
—Tú, al menos por ahora. —Reprime una sonrisa—.
Pero no te acostumbres.
Sonrío, lo beso, y nuestro gemido se funde en
nuestras bocas. Me aprieto contra su cuerpo,
obligándolo a tenderse sobre la cama mientras
nuestras lenguas siguen entrelazadas en perfecta
armonía. Es increíble lo sincronizados que
estamos. Sé lo que quiere y cómo lo quiere, incluso
cuando se resiste. Últimamente he visto mucho al
Jesse amable, pero voy a solucionarlo ahora
mismo. Me aparto de sus labios y me centro en su
cuello. Saboreo la sensación de sus manos,
grandes y fuertes, acariciándome la espalda
desnuda, pero no me gusta tanto el roce del metal de las
esposas que cuelgan de una de sus muñecas.
—Eres tremenda, mujer —gime.
—¿No me deseas? —lo provoco mientras le
mordisqueo la oreja y dibujo círculos firmes y
húmedos en el hueco que hay debajo del lóbulo.
Su fragancia es embriagadora.
—No me preguntes estupideces.
Se aprieta contra mí y sé que va a darle la
vuelta a la tortilla y a clavarme contra la cama, a
tomar el mando y a iniciar los preliminares del
sexo somnoliento, así que me siento firmemente
encima de él.
—De eso, nada, Ward.
Su pecho sube y baja, su rostro está sorprendido
y tenso. Es obvio que se muere de ganas por
controlarme, aunque no pienso ceder. Sé que
podría tumbarme sobre la cama en un abrir y cerrar de
ojos sin esforzarse, pero no lo hará. Además de
ser demasiado blando conmigo, está tratando de
demostrar algo: que puede soltar las riendas,
que puede ser razonable. Lo está intentando con todas
sus fuerzas... Y está fracasando miserablemente.
Le cojo la mano y observa con atención cómo la
levanto y dejo expuestas las esposas que le
cuelgan de la muñeca. Procuro interpretar su
reacción y su mirada me dice que lo ha entendido.
Tensa el brazo, tiro de él, pero no me deja
llevarlo a donde quiero. Es la prueba de fuego. Sé cómo
se siente cuando no puede tocarme, pero es un
miedo irracional y sin sentido y tenemos que
superarlo. Vuelvo a tirar, esta vez levanto un
poco las cejas. Parece reticente, sin embargo, me deja
que lleve su mano a la cabecera.
—Esta vez no vas a ninguna parte —jadea—.
Prométeme que esta vez no te irás.
—Si tú me prometes no enfadarte. —Cierro las
esposas alrededor de uno de los barrotes de
madera—. No te enfades conmigo.
Niega con la cabeza y respira hondo. Sé lo duro
que es esto para él.
—Bésame —me ordena.
—La que manda soy yo —le recuerdo.
—Nena, no me lo pongas aún más difícil.
Me coge del brazo con la mano libre y tira hasta
que caigo de nuevo sobre su pecho. Mis labios
aterrizan sobre los suyos y su maravillosa boca
se apodera de mí. Tiene razón: no debería ponérselo
aún más difícil. Iremos poco a poco.
Le dejo hacer lo que quiere con mi boca. Mis
dedos se hunden en su pelo y tiro de la mata rubio
ceniza mientras nuestras lenguas bailan al mismo
ritmo. Estoy decidida a acabar con su ansiedad,
pero después de mi breve estancia en el
hospital, vamos a necesitar tiempo. Empiezo a aflojarle la
corbata mientras me reclama, se la quito y me
pongo con los botones de la camisa, hasta que siento su
pecho duro bajo las palmas de mis manos.
La intensidad de nuestro beso disminuye. Me
separo de él, gruñe y cierra los ojos, pero ignoro
su expresión de disgusto y empiezo a besarlo en el
cuello, el pecho y el estómago hasta que llego a su
bragueta. Le acaricio el tronco de la polla con
la nariz por encima de los pantalones. Tensa las
caderas y reprime un gruñido. Mi plan funciona.
Voy a excitarlo hasta ponerlo frenético para que,
cuando lo libere, esté furioso y me folle hasta
dejarme inconsciente. Tenemos mucho sexo duro que
recuperar.
Su mano aterriza en mi nuca y tira de mi pelo
hacia atrás. Sonrío, satisfecha conmigo misma.
Luego le desabrocho el pantalón y le bajo la
cremallera, meto la mano dentro de sus calzoncillos y le
cojo la polla dura como una piedra.
Empuja con las caderas hacia arriba y el metal
de las esposas choca contra la madera de la
cama.—
¡Joder, Ava! —jadea al tiempo que levanta la
cabeza y me dedica una mirada desesperada y
hambrienta.
—¡Esa boca!
Vuelvo a sentarme sobre su cintura y le cojo la
cara entre las manos.
—¿Quieres que me la meta en la boca?
Lo beso... con fuerza.
—Sí.
—¿Quién manda aquí, Jesse?
Sonrío contra su boca y vuelvo a descender por
su cuerpo. Libero su polla, la chupo y la
mordisqueo, lamo la punta y luego el tronco
entero.
—Joder —gruñe—. Por Dios, Ava. Tu boca es
alucinante.
—¿Te gusta? —pregunto metiéndomela hasta la
mitad y luego volviendo a sacarla.
—Demasiado. Ya sé por qué me he casado contigo.
Le doy un mordisco de advertencia.
—¿Entera?
—Sí.
La envuelvo con la boca y me la meto hasta el
fondo, hasta que choca contra mi garganta. Gime
con fuerza y empuja con las caderas. Intento
relajar la boca, aceptar la invasión, pero los reflejos me
fallan y de repente estoy a punto de vomitar.
¿Qué me pasa?
Lo suelto y salto de la cama, con el estómago
revuelto y la cara bañada en sudor. Voy a vomitar.
Corro al cuarto de baño, me abrazo a la taza del
váter y procedo a evacuar el contenido de mi
estómago al tiempo que me aparto el pelo de la
cara.
—¡Ava! —aúlla. Las esposas chocan con fuerza
contra la cama—. ¡Ava!
—Estoy... —Vuelvo a vomitar y me atraganto
intentando hablar para poder decirle que estoy
bien. Mierda, necesito soltarlo.
—¡Ava, por Dios! —La insistencia del choque del
metal contra la madera resuena en la
habitación acompañado de los gritos de pánico de
Jesse—. ¡Por todos los santos, Ava!
No puedo hablar. Tengo la garganta bloqueada,
los ojos llorosos y el estómago me duele de
tanto vomitar. Pero ¿qué diablos me pasa? Si
apenas había empezado. Me la he metido en la boca
miles de veces y nunca me había pasado esto.
Mierda, estoy mareada. Cojo un poco de papel
higiénico y me enjugo el sudor de la frente.
Necesito recomponerme y volver a la cama antes de que
le dé un infarto.
—¡Ava!
Oigo otra serie de choques de metal contra
madera seguidos de un chasquido tremendo, y luego
Jesse entra como una exhalación en el baño, con
la camisa abierta, la chaqueta todavía puesta, los
pantalones caídos y una mirada de puro terror en
la cara. He vuelto a hacerlo. En mi intento por
hacerle ver lo ridícula y lo exagerada que es su
tendencia a sobreprotegerme, lo único que he
conseguido ha sido empeorar la situación. Estoy
bien, sólo que no consigo dejar de vomitar. Vuelvo
a hundir la cabeza en el váter. Me duele todo el
cuerpo y soy incapaz de hablar.
Intento decirle con un gesto de la mano que no
pasa nada, asegurarle que me encuentro bien,
pero rápidamente tengo que volver a aferrarme a
la taza del váter para seguir vomitando y
ahogándome entre arcadas.
—Por Dios, nena. —Parece preocupado, mi tonto
neurótico. Sólo estoy indispuesta.
Noto que se acerca por detrás y me sujeta los
rizos mientras me acaricia la espalda. No puedo
controlarlo. Me han envenenado. Seguro que me
han envenenado.
—Estoy bien —digo, me enjugo la cara y me froto
las mejillas con las manos cuando estoy
convencida de que ya no tengo nada más que
vomitar.
—Salta a la vista —farfulla él, cortante—. Deja
que te vea.
Me vuelvo con un suspiro y lo veo sentado en el
suelo detrás de mí.
—¿Todavía quieres follarme? —pregunto tratando
de aliviar su preocupación. No voy a volver
a intentar hacerle entender que no me va a pasar
nada nunca más. Siempre fracaso estrepitosamente.
Pone los ojos en blanco.
—Por favor, Ava.
—Perdona.
—Señorita, te juro que vas a acabar conmigo. —Me
aparta el pelo de la cara—. ¿Estás bien?
—No, tengo naúseas. —Me dejo caer hacia adelante
y mi mejilla choca contra su pecho
desnudo.
—¿Qué crees que ha sido? —me pregunta en voz
baja.
Me tenso. No estoy lista para hablar del tema.
No estoy lista para despedazarlo por haberme
escondido las píldoras anticonceptivas. Ahora
mismo no tengo fuerzas, así que cierro el pico. Debo
sacar la cabeza de debajo de la alfombra y
enfrentarme a la realidad, al hecho de que es casi seguro
que estoy embarazada. Mi vida va a ser un
infierno los próximos ocho meses, más o menos: un
infierno eterno e insoportable.
—Llévame a la cama, por favor.
Suspira hondo. Es obvio que le puede la
frustración. No voy a poder seguir negando lo evidente
durante mucho tiempo, pero por ahora su
necesidad de cuidar de mí me saca del apuro. Se levanta y
tira de mí.
—Eres la mujer más frustrante del mundo. ¿Te
lavo los dientes?
—Sí, por favor.
Me sonríe y me acaricia la mejilla con los
nudillos.
—Todo saldrá bien.
¿De verdad? Para él, sí. Va a conseguir lo que
quiere, aunque sigo sin entender por qué lo
quiere. Me adentraré en ese territorio cuando no
me sienta débil, indefensa y a punto de desfallecer.
—Ya —concedo, no muy convencida. Entonces veo la
esposa colgando de su muñeca... y una
enorme herida roja—. ¡Jesse! ¿Qué te has hecho?
Le cojo la muñeca para examinarla y descubro que
el interior está lleno de laceraciones
encarnadas. Contengo la respiración. Mierda, eso
debe de doler.
Esconde la muñeca de un tirón. Se quita las
esposas y las tira al suelo.
—Mi corazón late por ti, nena, pero también se
para por ti. —Sacude la cabeza y me sienta en el
mueble del lavabo—. Dijiste que no podías vivir
sin mí, ¿verdad?
—Sí.
Me mira con los ojos entornados.
—Pues entonces deja de intentar matarme.
No puedo evitar sonreír.
—Eres un adicto al melodrama.
—No es ningún melodrama que me preocupe cuando
mi esposa vomita justo después de haberle
metido la polla en la boca.
Me echo a reír a carcajadas. Echo la cabeza
hacia atrás, cierro los ojos y me río. A mandíbula
batiente. Me echo a llorar de la risa y todo.
Primero la vomitera y ahora un ataque de risa. No puedo
dejar de reír, y él no hace nada por detener mi
risa nerviosa. Me permite disfrutar del momento y
espera pacientemente a que me controle mientras
sujeta el cepillo de dientes delante de mis narices.
—¡Perdona! —digo entre risas—. Lo siento, de
verdad. —Me seco las lágrimas de los ojos y
veo un par de estanques verdes de curiosidad, un
labio mordido y unas cejas enarcadas—. La verdad
es que tiene gracia.
—Me alegro de que te divierta. Abre la boca.
La abro y empieza a cepillarme los dientes. La
arruga de concentración hace su aparición de
siempre. Cuando ha terminado, me pasa una toalla
húmeda por la frente, me coge en brazos y me
transporta a la cama. Abro unos ojos como platos
al ver la cabecera. Está rota, con trozos de madera
colgando. Ha pasado por encima de la cama.
—Adentro. —Me deja en el borde y no tardo ni un
segundo en acurrucarme en el colchón con un
suspiro largo y agradecido.
Me vuelvo y lo observo mientras se desviste. Mi
mirada golosa se deleita en su perfección.
—No puedo creer que vaya a pasar mi primera
noche de casada en una de tus cámaras de
tortura. —Es un pensamiento poco agradable que
hace que me ponga tensa y que me pregunte quién
más ha ocupado esta cama y qué habrá ocurrido en
ella. Quiero irme de aquí.
—Nadie ha dormido en esta cama, Ava. —Sabe en
qué estoy pensando.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, no?
Sonríe y se quita la camisa.
—Nadie ha estado en esta habitación desde el día
en que te acorralé.
Me observa con atención y mi mente vuelve al día
en que me encontré atrapada y deseando en
silencio que me hiciera suya.
—Y la cama es nueva.
—¿De verdad? —suelto, bastante sorprendida.
Se ríe.
—De verdad.
—¿Por qué?
—Porque no voy a hacerte mía en una cama que
otros han... —la arruga de la frente reaparece—
frecuentado.
«En la que otros han follado», eso es lo que
quiere decir, y me da igual cómo lo formule. Nadie
ha dormido, follado o saltado en esta cama, y me
siento mucho mejor sabiéndolo.
—¿Y nadie más ha estado en esta habitación desde
entonces?
Se quita los pantalones y el bóxer.
—Sólo yo. Quítate la ropa interior, te quiero
desnuda.
Me quito las bragas.
—¿Y venías a sentarte aquí a pensar en mí?
—pregunto con una sonrisa.
Se acerca a la cómoda y abre el cajón de arriba.
—No lo sabes tú bien —responde dándose la vuelta
con un sujetador en la mano.
Mi sujetador.
—¡Eso es mío! —La cabeza se me llena de imágenes
del día en que me acorraló. Me dejé el
sujetador. ¿Lo ha guardado todo este tiempo?
Lo mete de nuevo en el cajón y se encoge de
hombros como un manso corderito. Luego se
acerca a la cama y se acuesta a mi lado. De
inmediato apoyo la cabeza en su pecho y le paso el brazo
y la pierna por encima. Hundo la nariz en su
cuello.
—¿Estás a gusto? —pregunta.
—Mmm —ronroneo mientras lo acaricio sin parar.
Necesito sentirlo, y disfruto del contacto
piel con piel.
Se sentaba aquí y pensaba en mí. Guardó mi
sujetador. Nadie ha estado aquí, exceptuándome a
mí, y ha comprado otra cama.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta dejando que lo
acaricie a mi gusto.
—Bien —suspiro. Por ahora, pero seguro que no
dura mucho.
Suspira igual que yo.
—Dice que se encuentra bien. —Me abraza con más
fuerza; su corazón late contra mi esternón
—. A dormir, mi preciosa mujer.
Y eso hago. Cierro los ojos y me duermo.
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