Capítulo 3
El salón de verano está increíble. Tessa ha
hecho un trabajo magnífico con una paleta básica de
blancos y verdes. Hay blanco por todas partes,
con notas de follaje verde entre las montañas de calas
que adornan cada espacio vacío. Las sillas están
cubiertas de organza blanca atada con grandes lazos
verdes por detrás, y hay hojas de helecho
esparcidas sobre las mesas. Jarrones altos llenos de agua
cristalina y repletos de calas blancas presiden
las mesas.
Elegancia sencilla, sin aspavientos.
He picoteado de los tres platos del menú, sin
vino, he jugueteado con la servilleta y he dado
conversación a todos los que se han acercado a
mi mesa. Cualquier cosa con tal de no mirar a Jesse.
John, el padrino, ha dado un discurso breve y
dulce, sobre todo breve. No ha dicho nada sobre desde
cuándo son amigos, el tío Carmichael o los
viejos tiempos. El hombre de pocas palabras ha sido fiel
a sí mismo pese a ser el padrino, y nadie lo ha
abucheado ni ha protestado por la brevedad o la falta
de sentido del humor de su discurso. John no
cuenta chistes, aunque parece que le hace mucha gracia
la forma en que Jesse se porta conmigo.
Y mi padre. Estoy a punto de llorar al verlo
pelear con sus notas garabateadas en pósits
amarillos, recordando mi infancia, advirtiendo a
los presentes acerca de mi vena guerrera, y luego
contándoles la historia de la vez que me
pillaron robando una gominola y me comí la prueba del
delito. Levanta la copa y se vuelve hacia
nosotros.
—Buena suerte, Jesse. —Lo dice tan serio que
todos los invitados se echan a reír.
A mi hombre se le dibuja una amplia sonrisa en
la cara y levanta también la copa, luego se pone
en pie (sin mover el brazo para no tirar de mi
muñeca). Aplauden a mi padre cuando vuelve a
sentarse y se bebe su whisky de un trago. Mi
madre le masajea los hombros, sonriente.
Jesse deja su agua en la mesa y se vuelve hacia
mí, se pone de rodillas y me coge las manos.
Enderezo la espalda y echo un vistazo a la sala.
Todo el mundo nos mira. ¿Por qué no puede seguir
las reglas?
Sus pulgares dibujan círculos en el dorso de mis
manos y luego juega con mis anillos, dándoles
la vuelta y colocándolos del derecho. Alza sus
gloriosos ojos verdes y dos rayos deslumbrantes de
pura felicidad me noquean. Lo hago feliz incluso
cuando intento evitar hablar de algo sobre lo que de
verdad tenemos que hablar. Después de mi ardua
batalla por hacer hablar a este hombre, ahora soy
yo la que prefiere enterrar las cosas bajo la
alfombra. Soy yo la que echa a correr, aunque estoy
huyendo de un problema que ha creado él.
—Ava —comienza en voz baja, aunque estoy segura
de que lo ha oído todo el mundo, puesto
que el silencio es atronador—. Mi preciosidad
—sonríe—. Eres toda mía.
Se levanta un poco y me besa con ternura.
—No necesito ponerme de pie y anunciarles a
todos lo mucho que te quiero. No me interesa
complacer a nadie, sólo a ti.
Se me hace un nudo en la garganta y sólo acaba
de empezar.
Suspira.
—Me has conquistado, nena. Me has hecho tuyo, y
tu belleza y tu fuerza me han embriagado.
Sabes que no puedo vivir sin ti. Has hecho que
mi vida sea tan hermosa como tú. Has hecho que
quiera tener una vida que valga la pena, una
vida a tu lado. Tú eres todo lo que necesito. Necesito
verte, escucharte, sentirte. —Deja caer mis
manos y me acaricia los muslos—. Amarte.
Me tiene en el bolsillo. Tiene a mi madre en el
bolsillo. Tiene a todos los presentes comiendo
de su mano. Me muerdo con fuerza el labio
inferior para no dejar escapar un sollozo, siento un nudo
que me atenaza la garganta y los ojos llenos de
lágrimas. Miro el apuesto rostro de Jesse, mi marido
arrollador, que arrasa con mi cuerpo y con mis
emociones.
—Necesito que me dejes hacer todo eso, Ava.
Necesito que me dejes cuidar de ti para siempre.
Oigo a mi madre sollozar en silencio y no puedo
evitar unirme a ella. Ahora no. Solía
incapacitarme con sus caricias. Ahora me
incapacita con sus caricias y además con sus palabras.
Estoy destinada a una vida de placer que me deje
tonta, de ternura que me derrita y de emociones de
infarto. Va a dejarme incapacitada de por vida.
—Lo sé —susurro.
Asiente y deja escapar una gran bocanada de aire
antes de levantarse y apretarme contra su
cuerpo. Me rodea con la mano que no tiene
esposada y me aprieta con todas sus fuerzas para
compensar por la mano que falta. Hundo la cara
en su cuello y respiro hondo, su fragancia fresca y
mentolada me hace cerrar los ojos con un suspiro
de satisfacción. Necesito hilvanar mis ideas y
empezar a pensar cómo voy a lidiar con esto. No
va a desaparecer por mucho que yo quiera.
La sala ha dejado de estar en silencio. Para
cuando me libero del abrazo de Jesse, la gente se ha
puesto en pie y un aplauso respetuoso retumba
contra las paredes. Debería sentirme avergonzada,
pero no es así. Me ha hablado como cuando
estamos solos para demostrarme que no le importa
dónde estemos o con quién, dondequiera y
cuandoquiera, como ha sido siempre y como siempre será.
Mi madre se nos acerca y abraza a Jesse.
—Jesse Ward, te quiero —le dice al oído mientras
él la abraza con una mano—. Pero quítale
las esposas a mi hija, por favor.
—De eso, nada, Elizabeth.
Mi madre lo suelta y le da un golpe en el
hombro. Kate se abalanza entonces sobre él.
—Ay, Dios, quiero besarte los pies.
Pongo los ojos en blanco. La gente se acerca
para felicitar a mi ex donjuán neurótico por su
discurso y mi muñeca tira de mí en todas
direcciones. Es el día de nuestra boda y no quiero estar
presente. Kate, mi madre y toda esta gente se
interpone en mi camino. Lo quiero sólo para mí, pero
están a punto de llegar los invitados para la
fiesta de esta noche, así que no podemos irnos.
Después de haber recibido un millón de besos en
la mejilla y de que Jesse haya estrechado la
mano de todos, empieza a tirar de mí para que
salgamos del salón de verano.
—¿Ava?
Me vuelvo y veo a mi hermano. Casi desearía que
no estuviera aquí. Lo está pasando mal y me
duele verlo. Me miro la muñeca y me pregunto
cómo podría convencer a Jesse para que me suelte.
No lo ha hecho por mi madre y dudo mucho que lo
haga por mi hermano. Sé que Dan no se fía de
Jesse, y sé que él lo sabe. Levanto la vista y
veo que Jesse me está mirando. Sabe lo que estoy
pensando y sé que no le gusta, pero aun así se
lleva la mano al bolsillo y saca una pequeña llave.
Sin pronunciar ni media palabra, me libera de
las esposas y las deja colgando de su muñeca.
—Ve —me dice en voz baja al tiempo que le dirige
una mirada amenazadora a Dan.
Mi hermano se la devuelve con el mismo matiz
intimidatorio. No necesito esto, y desde luego no
con dos de los hombres más importantes de mi
vida. Sé por qué Dan se muestra tan receloso, a pesar
de no saber de la misa la media, y también sé
por qué Jesse se comporta así. Dan es una amenaza. Es
mi hermano, pero sigue siendo una amenaza, al
menos así es como lo ve Jesse.
Beso a mi hombre en la mejilla y siento cómo su
mano se desliza por mis caderas y mi trasero.
Luego aparta la vista de Dan y me besa en los
labios.
—No tardes —me dice soltándome y echando a andar
en dirección al bar.
Caminamos por el sendero de grava en silencio,
más allá de las canchas de tenis, y llegamos a
la arboleda. El sol de la tarde lucha por
atravesar las copas de los árboles y los rayos se cuelan entre
las hojas e iluminan tramos del suelo. Ambos tenemos
cosas que decir, pero ninguno de los dos da el
primer paso. Me dedico a contar las manchas de
luz que bailan a mis pies. Nunca nos había pasado
esto. Nunca nos habíamos sentido incómodos el
uno con el otro, y parece que estamos recuperando el
tiempo perdido. Estamos muy, muy incómodos.
Suelto la mano de Dan y me levanto la falda del
vestido, piso una rama, el tacón se queda
enganchado y doy un ligero traspié.
—¡Ay!
—Ten cuidado. —Me coge del codo para que no me
caiga—. No creo que esos zapatos estén
hechos para hacer senderismo —bromea con una
media sonrisa.
Me relajo al instante.
—No —me río, y me enderezo.
—Ava —dice echando a andar de nuevo.
Lo miro un poco harta de la situación.
—Suéltalo, Dan. Dime lo que sea que te mueres
por decirme desde que conociste a Jesse.
—Está bien: no me gusta.
Doy un paso atrás. Si apenas lo conoce.
—Vale —me río, incómoda—. No esperaba que te
mostraras tan directo.
Se encoge de hombros.
—¿Qué quieres que te diga?
—Ni siquiera lo conoces. Sólo has hablado con él
una vez, cuando intentaste hacerle una
advertencia —lo acuso.
Tengo razón. Mi madre interrumpió el discurso
del hermano mayor, pero Dan llegó a empezarlo
y la mandíbula tensa de Jesse y la forma en que
se contuvo dejaban claro lo que pensaba de su
opinión.
—Pues explícame lo de su problema con la bebida
—me reta.
Abro unos ojos como platos.
—¿De qué estás hablando? —No me gusta un pelo su
mirada de reproche.
—Hablo de ese problema con la bebida del que
Matt nos alertó, ese que nadie ha mencionado
desde entonces. El hecho de que no haya tocado
el alcohol en todo el día no se me ha pasado por
alto, Ava. Al menos yo me he dado cuenta. Mamá
estaba demasiado liada haciendo de madre de la
novia para verlo.
Ya sabía yo que lo bueno no iba a durar. Jesse
se metió a mis padres en el bolsillo cuando los
trajo a Londres. Se enamoraron de él y no
dijeron nada del asunto de la bebida. Pensaron que Matt,
despechado, se lo había inventado. No hizo falta
que los ayudara a llegar a esa conclusión. No
necesito que Dan escarbe en un problema que ni
siquiera lo es. Jesse no ha tocado el alcohol desde
el día en que lo encontré en el Lusso. No lo
necesita teniéndome a mí, y soy toda suya.
—¿Y dónde está su familia? —pregunta.
—Ya te lo he dicho: no se habla con ellos.
—Ya —se echa a reír—. Qué oportuno. Y mira que
Matt me caía fatal...
Ese comentario hace que me rechinen los dientes.
Estamos en plena guerra de miradas, pero ni
siquiera siento la necesidad de defender a
Jesse. No hay nada que defender, aunque sea mi hermano
el que está exigiendo respuestas.
—¿Así que ahora vas a respaldar a Matt? —le
espeto a traición.
Lo apunto con un dedo a pocos centímetros de la
cara. Estoy muy cabreada y nunca me había
cabreado con Dan.
—No busques donde no hay. No tiene familia,
déjalo estar. Hablemos de lo que de verdad te
tiene de tan mal humor. Hablemos de Kate.
Ahora es él quien abre unos ojos como platos.
Sí, acabo de meter el dedo en la llaga. No voy a
dejar que me fastidie el día con sus opiniones.
No cuentan, y no quiero escucharlas.
—¡No estoy de mal humor! —grita. Su tono me
confirma que he dado en el clavo—. Kate me
importa una mierda.
—¡Ja! —me río—. Por eso no le has quitado los
ojos de encima en todo el día. No te acerques a
ella, Dan.
—¿Y quién coño es Sam?
Trago saliva. Lo sabía. Tal vez no me guste la
dirección que está tomando la vida de Kate, pero
prefiero que la viva con Sam que contemplar un
desastre total con Dan. Ya terminó en llanto y
chirriar de dientes una vez, y ahora volvería a
terminar igual.
—Es alguien con quien Kate encaja —le espeto.
No me puedo creer lo que acabo de decir. Mi
hermano se moriría del susto si le contara los
detalles de la relación de Kate y Sam. Tampoco
es que yo esté enterada de todo, pero me hago una
idea.
—Déjalo estar. —Me levanto la falda del vestido,
lista para emprender la retirada, cuando me
coge del brazo.
—¿Qué pasa si no quiero?
—Quítale las manos de encima. —El gruñido
familiar me hace volver la cabeza a toda
velocidad.
Ahí viene Jesse. Respira de prisa y tiene cara
de querer matar a alguien.
—No pasa nada. Ya nos íbamos —digo liberando mi
brazo de un tirón. Necesito llevarme a
Jesse antes de que aplaste a mi hermano, y no
sólo verbalmente.
Dan da un paso al frente.
—Es mi hermana.
Jesse recorre los escasos metros que hay entre
ambos.
—Es mi mujer.
Mi hermano se echa a reír. Mala señal, a juzgar
por la repentina cara de alucine de Jesse. He de
intervenir, pero meterse entre estas dos fieras
no me apetece nada. Entonces veo a Jesse apretar los
puños y sé que es ahora o nunca.
Le pongo la mano en el brazo y parpadea,
demasiado centrado en Dan para darse cuenta de que
soy yo. En el momento en que lo hace, aparta la
mirada iracunda de Dan y me mira. Sus ojos se
suavizan al instante.
—Vámonos —le digo con calma deslizando la mano
hacia la suya para poder entrelazarlas.
Asiente y damos media vuelta sin dedicarle una
sola mirada más a Dan. Menos mal. Mi hermano
lo está pasando mal, y sé que puede ser muy
cabezota cuando se pone a la defensiva. Kate no lo está
haciendo a propósito pero lo está volviendo loco
otra vez, y él intenta no pensar en el tema a base de
centrarse en mí.
Caminamos hacia La Mansión y lo dejamos atrás.
—Dame la mano —ordena Jesse. Lo dejo que la coja
y que me espose de nuevo—. No vuelvas
a pedirme que te las quite.
—No lo haré —mascullo. Ojalá no me las hubiera
quitado nunca. Así no habría tenido que
lidiar ni con el follón que tiene Dan con Kate,
ni con sus preguntas sobre el problema con la bebida
de Jesse—. Tira la llave.
Levanta una ceja.
—¿Desearías haber estado atada a mí?
—Sí —confieso—. No vuelvas a soltarme.
—Vale —accede—. ¿Te apetece tomar un trago?
Seguimos caminando hacia la casa, esposados y
juntos de nuevo.
—Por favor. —Apenas he probado el alcohol en
todo el día y me sorprende un poco su
ofrecimiento.
—Ven. —Tira de mí y me da un beso en la frente—.
No voy a consentirlo, Ava, por mucho que
sea tu hermano.
—Lo sé —digo en voz baja.
Estoy gratamente sorprendida por su autocontrol.
A Jesse no le importa pasar por encima de
quien sea, y Dan no ha hecho nada por
congraciarse con él. Ha intentado retenerme a la fuerza, que es
lo peor que podría haber hecho. No quiero que mi
marido y mi hermano se peleen, pero sé que Jesse
nunca se echaría atrás tratándose de mí, y Dan
nunca consentiría quedar como un gallina. Va a ser un
problema.
Los invitados para la fiesta han llegado. Nos
acosan, nos besan y nos colman de buenos deseos
a cada paso que damos al intentar llegar al bar.
Cuando al fin lo conseguimos, Jesse me coloca en mi
taburete y me tiende un vaso de agua. ¿Agua?
Miro el líquido transparente y luego a Jesse, al que se
le da muy bien poner cara de inocente. ¿Agua?
Tessa se acerca echando humo, parece tan
ofendida como mi pobre madre.
—¿Dónde estabais? —pregunta mirándonos a uno y a
otro con incredulidad—. ¡Teníais que
cortar la tarta!
Jesse abre una botella de agua y le da un buen
trago sin inmutarse por la preocupación de Tessa.
—No pasa nada.
La mujer niega con la cabeza sin poder creérselo
y se va muy digna hacia la entrada. Creo que
va a marcharse. Por lo que parece, sus servicios
ya no son necesarios.
—¿No quieres cortar la tarta? —pregunto mientras
levanta mi muñeca para enroscar el tapón de
la botella—. Kate hizo el pino puente para poder
tenerla lista en tan poco tiempo.
Me coloca bien mi diamante.
—Entonces será mejor que no la estropeemos
—dice, muy serio.
—Eres imposible —suspiro echando un vistazo al
bar.
Sam y Drew le están dando conversación a mi
padre, que tiene las mejillas sonrosadas. Mi
madre está disfrutando de ser el centro de
atención. No me cabe duda de que está ofreciéndose para
enseñar la casa y los jardines. Kate tiene pinta
de estar borracha. Tom me dice hola con la mano y
Victoria me dedica un saludo muy femenino antes
de buscar a Drew con la mirada y atusarse los
rizos rubios. La pobre Sal está intentando encajar.
Sigue resplandeciente, pero su nuevo amor no
está. Sonrío y miro a Jesse, justo en el momento
en que Tessa reaparece hecha una fiera.
—Muy bien, he hablado con Elizabeth —sisea—. En
breve vamos a cortar la tarta y le seguirá
el primer baile, así que no volváis a
desaparecer.
Se va, no muy contenta, y sonrío. Seguro que se
arrepiente de haber aceptado este trabajo.
—¿Estás bien, nena? —Su mano tibia me acaricia
la mejilla.
—Sí —contesto, pero la verdad es que no. Me he
peleado con mi hermano, cosa que no había
ocurrido nunca.
—Pues no lo parece. Te dije que quería que lo
pasaras bien hoy.
Me río para mis adentros. Para eso tendría que
dejarme beber y no debería haber sacado el tema
que más dolores de cabeza me da en este momento.
—Estoy bien —suspiro y le doy un buen trago a mi
botella de agua. Mierda de agua.
Patrick e Irene se acercan. Mi jefe, que es como
un oso de peluche, lleva una enorme bolsa de
regalo de color marfil. Su esposa es una montaña
de estampado animal. Creo que es un vestido y es
muy llamativo. Miro a Jesse.
—Aquí llega Patrick. Me has dado hasta el lunes,
acuérdate. —Necesito que lo tenga presente.
Jesse se vuelve para verlo.
—Me acuerdo. Pero sólo tienes hasta el lunes.
—¡Flor!
Patrick me da la bolsa de regalo y un beso en la
mejilla, luego le ofrece la mano a Jesse.
—Señor Ward —saluda, y una arruga aparece en su
frente cuando ve las esposas.
—Por favor, llámame Jesse. Gracias por venir
—dice él aceptando la mano de mi jefe.
—Vale, Jesse —Patrick aparta la vista de
nuestras muñecas—, te presento a Irene.
Señala a su esposa, que se acerca con una gran
sonrisa en la cara. Me hace gracia: es el efecto
Jesse.—Encantada de conocerte. —Está a un paso
de la risa nerviosa.
—Igualmente. —Jesse le dedica su sonrisa
especial para mujeres e Irene se desintegra en el
acto. Es increíble—. Pedid lo que queráis, el
personal del bar os cuidará bien.
—¡Gracias! —dice ella, entusiasmada—. ¡Este
hotel es maravilloso!
—Hola, Irene —saludo con una sonrisa. Aparta los
ojos golosos de mi marido y repara en mí.
Es una mujer que da miedo, aunque no en este
momento. Está demasiado ocupada metiendo la barriga
y poniéndose recta—. ¿Cómo estás?
—¡Fenomenal! —Me echa el aliento en la cara—.
Ava, estás impresionante.
—Gracias. —Me ha pillado por sorpresa. Nunca
antes me había dedicado un cumplido. Jamás.
Y no esperaba que fuera a hacerlo ahora.
Normalmente sólo habla sin parar de su vida social y
cotillea sobre sus amigas.
Patrick coge a su mujer del codo y se la lleva.
—Vamos a tomar algo —dice poniendo los ojos en
blanco, y le sonrío con afecto a mi jefe. Sé
que su mujer lo pone de los nervios.
—Una mujer interesante —musita Jesse mirando
asustado su cuerpo cubierto de estampado de
leopardo que se aleja bamboleándose.
Me echo a reír.
—Le da muy mala vida a Patrick.
—Ya me lo imagino.
—Ahí está John —digo mirando detrás de él.
El grandullón se acerca a nosotros con las gafas
de sol puestas y la misma expresión de pocos
amigos de siempre. Mira fijamente las esposas
hasta que nos saluda con una inclinación de la cabeza.
Se la devuelvo.
—Tengo que hablar contigo, Jesse. —Está muy
serio, no me gusta, y la forma en la que
parpadea Jesse no me ayuda a sentirme mejor.
Busca en su bolsillo, saca la llave de las
esposas y libera mi muñeca de la manilla.
—¿Qué haces? —pregunto retirando el brazo.
—John tiene que hablar conmigo —dice apretando
los dientes.
—Ah, no —me río—. No vale que me sueltes cuando
a ti te conviene. De eso, nada, Ward. —
Observo a John, cuyo rostro permanece impasible.
—Vuelvo en seguida, Ava —repone cogiéndome de la
muñeca.
—¡No! ¿Adónde vas? —Miro de nuevo a John—.
¿Adónde va?
—Todo va bien.
—¡No! ¡Y una mierda va bien! —Levanto demasiado
la voz y Jesse me lanza una mirada
asesina. Me da igual. No puede hacerme esto. No
puede librarse de mí cuando le conviene. Es el día
de mi boda.
—¡Esa boca! —masculla acercándose a mi oído—.
Volveré dentro de cinco minutos. No te
muevas de aquí, Ava.
Retrocedo ante su agresividad, atónita al ver
cómo me libera de las esposas un segundo antes de
marcharse con John. Estoy sentada en un
taburete, la novia con su vestido deslumbrante, luciendo
diamantes y con todos los invitados pasándoselo
bien, hablando, riendo y bebiendo. Yo sólo quiero
irme a casa. Tengo ganas de llorar. Me siento
ignorada y estoy muy, muy dolida. Me bajo del
taburete, decidida a aprovechar mi libertad al
máximo y a ir a hacer pis. Es posible que también llore
un ratito. Necesito alejarme de toda esta gente
antes de que las lágrimas empiecen a rodarme por las
mejillas. ¿Qué me pasa?
—¿Adónde vas, cariño? —pregunta mi madre
acercándose.
Finjo sonreír. Ha tomado demasiados sublimes. Ya
no lleva el pelo perfecto y no parece
importarle, señal de que está un poco pedo.
—Al baño. Ahora vuelvo.
—¿Necesitas que te ayude? No sé dónde está Kate.
—Recorre el bar con la mirada.
—No, puedo sola.
Dejo a mi madre y me dirijo a los servicios en
busca de un poco de privacidad y de tiempo para
mí.
Abro la puerta y me planto delante del espejo
para ver mi cara de pena. Ya no soy una novia
resplandeciente. No me brillan los ojos ni luzco
una bonita sonrisa de felicidad. Estoy como si me
hubiera arrollado un camión y tengo las
emociones a flor de piel. Dejo escapar un hondo suspiro y
me pellizco las mejillas para intentar darles
algo de color. Estoy cetrina.
—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!
Levanto la cabeza y me vuelvo para ver de dónde
proceden los gemidos. Me quedo quieta y
contengo la respiración mientras oigo jadeos y
movimiento en uno de los cubículos. ¿Hay alguien
haciéndolo en los baños? ¡No! Me recojo la falda
del vestido para salir. Esto podría resultar muy
embarazoso. Doy el primer paso a toda prisa pero
me quedo helada al ver que la puerta se abre y
Kate aparece tambaleándose.
Trago saliva y se me cae el vestido de las
manos.
—Pero ¿qué haces? —pregunto, incrédula. Sé que
Sam estaba un poco fastidiado por haber
tenido que aparcar sus peculiares actividades
durante algún tiempo, pero podrían haber aguantado un
poco más.
Se tensa de pies a cabeza. Los rizos rojos,
despeinados, le tapan media cara.
—¡Mierda! —dice en voz baja arreglándose el
vestido.
—¿Es que no podíais esperar? —pregunto,
horrorizada y un poco aliviada también por no haber
pillado in fraganti a cualquier otro invitado.
—Ava... —empieza a decir mi amiga, y entonces
sale un hombre detrás de ella. Y no es Sam.
Me quedo boquiabierta.
—¿Dan? —No me lo creo—. ¿Qué coño estás
haciendo?
Se encoge de hombros y evita mirarme, está muy
ocupado abrochándose los pantalones. Miro a
uno y a otra esperando cualquier cosa, pero
ninguno hace o dice nada. Se limitan a quedarse ahí de
pie, mirando a todas partes menos a mí.
Observo a mi hermano con cara de querer matarlo.
—¡Te dije que la dejaras en paz! —le grito antes
de focalizar mi ira en Kate—. ¡Y tú estás
como una cuba! ¿Cuál es vuestro problema? ¿Es
que no habéis aprendido la lección?
—No es asunto tuyo, Ava —me corta Dan. Sale del
baño y me deja a solas con mi amiga
reincidente.
—¿Kate? —insisto, pero ella evita mirarme. Sabe
que acaba de cometer un gran error—. ¿Y
qué hay de Sam? —pregunto.
El pobre está ahí fuera, ajeno a todo esto.
—No me lo puedo creer. —Me llevo el dorso de la
mano a la frente. Me duele la cabeza, es
demasiada información.
Ella hipa y se ríe nerviosa antes de agarrarse
al lavabo para no caerse de culo.
—Un poco de diversión —contesta—. Y no es asunto
tuyo.
—Ah, muy bien —exclamo sujetándome el bajo del
vestido—. En ese caso, me voy para que os
sigáis divirtiendo.
Doy media vuelta y salgo de los servicios,
directa hacia el despacho de Jesse.
Ya no hay mesas en el salón de verano, pero
sigue estando lleno de gente y el grupo de música
tiene a todo el mundo bailando al ritmo de un
clásico de Motown. Voy esquivando invitados,
sonriente, intentando parecer la novia en
éxtasis que se supone que soy y poniendo fin a las
conversaciones lo más rápidamente que puedo. Me
he enfadado con mi hermano y ahora también
estoy enfadada con Kate. Quiero huir con Jesse y
ser felices, felices como sólo somos cuando el
mundo y sus problemas se quedan fuera de nuestra
pequeña burbuja de felicidad en la que sólo
existen nuestros problemas.
Recorro el pasillo hasta su despacho y el alma
se me cae a los Louboutin en cuanto veo quién
hay dentro.
Sólo dos personas.
Jesse... y Coral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario