Capítulo
9
Avanzo por el vestíbulo y veo que Clive está
cepillando el cuello de su
uniforme sobre el mostrador de mármol. Lo está
dejando reluciente.
—Buenos días —digo.
—Buenos días, Ava —responde la mar de
contento.
Le devuelvo el saludo con una sonrisa
exagerada.
—Clive, no podrías dejarme ver los vídeos de
las cámaras de
seguridad del domingo, ¿verdad?
—¡No! —exclama. De repente está muy ocupado
tecleando a toda
velocidad.
Le clavo una mirada de sospecha pero él no
levanta la vista del
ordenador. Esto es increíble. Jesse se me ha
adelantado. Sabía que se los
iba a pedir a Clive.
—¿Ha hablado Jesse contigo?
—No. —Niega con la cabeza y sigue sin querer
mirarme.
—Claro que no —suspiro, doy media vuelta y
salgo del vestíbulo. El
señor es muy astuto y yo tengo la mosca detrás
de la oreja.
—¡Ava! —Clive corre detrás de mí—. Han llamado
de
mantenimiento. Ya han hecho el pedido de la
puerta pero, como la tienen
que enviar desde Italia, tardará en llegar.
—Camina a mi lado.
—Deberías llamar a Jesse y comunicárselo a él.
—Sigo andando y él
no se separa de mí.
—Ya lo hice, Ava, y el señor Ward me dijo que
tengo que consultar
contigo todo lo que esté relacionado con el
ático.
Freno en seco. ¿Que ha dicho qué?
—¿Perdona? —sueno confundida.
Clive parece nervioso.
—El señor Ward... me dijo... eh... que ahora
vivías aquí y que tenía
que informarte de cualquier cosa relacionada
con el ático.
—Ah, ¿eso te ha dicho? —Aprieto los dientes.
No debería tener ese
tono de amenaza, no es culpa de Clive—. Hazme
un favor, Clive.
Telefonea al señor Ward y dile que yo no vivo
aquí.
Clive me mira como si acabara de decirle que
tiene dos cabezas. Estoy
que echo humo. Utiliza un polvo de entrar en
razón, seguido de un polvo de
recordatorio, para hacer que me mude aquí, y
¿ahora espera que me
convierta en su chacha? Ni por todos los
polvos de entrar en razón y los
polvos de recordatorio juntos.
—Por supuesto, Ava... Ahora mismo... lo hago.
—Estupendo —exploto, y salgo del edificio.
Me paro y busco las gafas de sol y las llaves
del coche en el bolso,
hecha una furia. ¿Cómo se atreve? Bufo para
mis adentros hasta que
encuentro las gafas. Me las pongo y Angel de
Massive Attack empieza a
resonar en mis oídos.
—¡No! —grito.
Ahora todavía estoy más cabreada. Sabe cómo me
siento respecto a
esa canción. Cojo el teléfono para aceptar la
llamada.
—¡Deja de toquetear mi teléfono!
—¡No! ¡Me recuerda a ti! —grita—. ¿Qué coño
quiere decir eso de
que no vives aquí?
—¡Que no soy tu puta chacha! —le devuelvo el
grito.
—¡Cuidado con esa puta boca!
—¡Que te jodan! —Soy como una camionera.
—¡Esa boca!
Estoy en la puerta del Lusso, echando humo. Si
cree que voy a ser una
ama de casa diligente y obediente, va listo.
¡El muy ladino! Levanto la
vista y veo a John apoyado en su Range Rover.
Lleva las gafas de siempre
puestas pero puedo ver que tiene arqueada una
ceja. Esto le parece la mar
de divertido.
—¿Qué hace John aquí? —le espeto.
—¿Ya estás más tranquila?
—¡Contéstame! —le grito.
—¿Con quién coño te crees que estás hablando?
—¡Contigo! ¿Me estás escuchando? ¿Por qué está
aquí John?
—Para llevarte al trabajo.
—No necesito un chófer, Jesse —suavizo un poco
mi tono. Qué poco
digno de mí, gritar y maldecir como una
hooligan borracha, delante de uno
de los complejos residenciales más nuevos y
prestigiosos de Londres.
John sonríe. Esto es nuevo. Nunca lo había
visto dar señales de tener
sentido del humor.
—Estaba por el barrio y pensé que sería más
cómodo que pasarte una
hora intentando aparcar. —Él también ha
suavizado el tono.
—Bueno, pues al menos podrías contarme las
cosas que van a pasar y
que tienen que ver conmigo —le escupo por
teléfono, y cuelgo.
«¡Cerdo controlador!»
Me dirijo hacia John y el móvil empieza a
sonar por el camino otra
vez. Voy a cambiar esa dichosa melodía. Le
enseño la pantalla a John
cuando paso junto a él y vuelve a sonreír.
—Dime, amor —bromeo con bastante osadía. Me
estoy cavando mi
propia tumba, lo sé, pero ahora mismo no puede
tocarme, así que no hay
peligro de que intente echarme un polvo para
ponerme en mi sitio.
—No te pongas sarcástica, Ava, no te pega.
Me monto en el Range Rover y me abrocho el
cinturón de seguridad.
—Te gustará saber que voy hacia la oficina con
John. —Miro a este
último y él asiente—. ¿Quieres que te lo
confirme? —pregunto—. John,
saluda. —Le pongo el móvil delante de las
narices.
—Todo bien, Jesse —dice despacio. Sonríe de
verdad y veo un diente
de oro. Se lo está pasando pipa.
Me pego el móvil de nuevo a la oreja.
—¿Contento?
—¡Mucho! —exclama—. ¿Alguna vez has oído
hablar de un polvo de
represalia?
Sólo de oírlo me dan escalofríos. Miro a John,
que sigue sonriendo.
—No. ¿Me vas a hacer una demostración?
—pregunto con calma.
—Si tienes suerte. Te veo en casa —dice, y
cuelga.
Dejo el móvil en el bolso. Hay espirales de
anticipación dando vueltas
en mi entrepierna. Me ha hecho correr
dieciséis kilómetros, me ha servido
mi café favorito, me ha follado hasta hacerme
perder el sentido, me ha
hecho promesas guarras por teléfono y ni
siquiera he llegado aún a la
oficina. Por si fuera poco, me está
distrayendo de un montón de
pensamientos desconcertantes. Se está
guardando algo, otra vez, y no me
puedo creer que le haya dicho al conserje que
ahora yo soy la señora de la
casa. En el futuro, necesito evitar los polvos
de entrar en razón, y también
necesito pensar cómo voy a abordar ese pequeño
asunto. Es demasiado
pronto para que me vaya a vivir con él.
Miro a la bestia parda que tengo sentada a mi
lado.
—¿De verdad estabas por el barrio?
John deja de emitir su zumbido característico.
—¿Tú qué crees?
Justo lo que me imaginaba.
—¿Qué edad tiene Jesse? —pregunto como si
nada. No tengo la
menor idea de por qué he elegido un tono
casual. Es ridículo que no sepa
qué edad tiene.
—Treinta y dos —contesta con rostro
inexpresivo.
¿Treinta y dos? Ésa es la edad que dijo Jesse
anoche que tenía. Miro a
John, que vuelve a emitir su ruidito
característico. ¡No me lo creo! Jesse se
lo ha dicho.
—No tiene treinta y dos años, ¿a que no?
John vuelve a sonreír y a mostrar su diente de
oro.
—Dijo que me lo preguntarías.
Meneo la cabeza. En eso voy perdiendo. Así
que, como a John le caigo
bien y parece estar de buen humor, decido que
puedo abordar otros asuntos.
—¿Siempre ha tenido un carácter tan difícil?
—Sólo contigo, muchacha. En realidad, se lo
toma todo con bastante
calma.
¿Que se lo toma todo con calma? Espera, que me
río. Recuerdo que
Sam dijo lo mismo y que John mencionó que yo
había sacado a la luz
algunas cualidades bastante desagradables en
Jesse. Me río para mis
adentros. Jesse también ha sacado a la luz
cualidades feas en mí. Suelto
más tacos que un camionero.
—Es evidente que saco lo peor de él —gruño.
—No seas tan dura con él, muchacha. —John
intenta quitarle
importancia.
—¿Quieres vivir con él y con su forma
imposible de ser? —pregunto,
exasperada.
—Entonces ¿te has mudado a su casa? —Sus cejas
aparecen por
encima de las gafas de sol y se vuelve hacia
mí. No me había dado cuenta
de lo que acabo de decir. Espero que John no
llegue a la misma conclusión
que Sarah: que voy detrás del dinero de Jesse.
De pronto siento la necesidad de defenderme.
—Me lo pidió y prácticamente me obligó a decir
que sí. —No le voy a
contar los detalles de cómo lo hizo—. Pero no
estoy muy segura. Es un
poco pronto. De eso iba nuestro pequeño
intercambio. No le gusta que le
digan que no. —Sacudo el teléfono delante de
John.
«¡Su dinero me importa una mierda pinchada en
un palo!»
Las comisuras de los labios de John dibujan
una sonrisa y empieza a
asentir, pensativo.
—Es muy particular contigo.
Suelto una carcajada de asentimiento y niego
con la cabeza, pensativa.
Es muy particular conmigo. Da miedo.
—¿Cuánto hace que lo conoces? —La ocasión la
pintan calva. Podría
cerrar el pico y no volver a hablar.
—Demasiado tiempo —se ríe, y es una risa
profunda, desde las tripas,
y le salen papadas nuevas cuando su cuello se
retrae. Me pregunto cuántos
años tendrá. Es el puto misterio de las
edades. Debe de estar a punto de
cumplir los cincuenta.
—Apuesto a que has visto de todo en La Mansión
—farfullo.
Tengo más clara la labor de John desde que sé
que el lugar no es un
hotel ni el cuartel general de la mafia. No me
gustaría cabrear a la montaña
que tengo sentada a mi lado, tamborileando con
las manos en el volante.
Hace que incluso eso parezca un gesto
amenazador.
—Forma parte de mi trabajo —responde tan
tranquilo.
Ah, lo que me recuerda:
—¿Por qué fue el otro día la policía?
John me mira con un semblante casi de amenaza
y me achico un poco.
—Un idiota que hacía el tonto. No hay por qué
preocuparse, muchacha
—dice, y vuelve a centrarse en la carretera.
No estaba preocupada, pero ahora sí lo estoy.
John acaba de darme
exactamente la misma explicación de mierda que
me dio Jesse, y el hecho
de que me haya dicho que no me preocupe me
preocupa. ¿Qué está pasando
aquí?
Información. Necesito algo de información.
Me deja en mi oficina y se despide de mí con
una inclinación de la
cabeza.
—¡Buenos días, Ava! —Sally está contenta.
Ah, sí. Se me había olvidado que Sally se ha
transformado. Lleva
puesta la misma camiseta que ayer, sólo que de
otro color. La de hoy es
roja. Me gusta la Sally chispeante. Espero que
no le rompan el corazón.
—Hola, Sally, ¿qué tal estás?
—Muy bien, gracias por preguntar. ¿Te apetece
un café?
—Sí, por favor.
—¡Marchando! —Me lanza una sonrisa adorable y
se va a la cocina.
Caigo en la cuenta de que lleva las uñas
pintadas. Eso también es una
novedad, y no es beige ni transparente. ¡Es
rojo carmesí! Debe de estar
preparándose para su cita.
Enciendo el ordenador, me pongo con unos
presupuestos y preparo un
montón de facturas para Sally. Abro el correo
y veo que tengo la bandeja
repleta de mensajes, casi todos son basura,
así que empiezo a borrarlos.
A las diez y media se abre la puerta de la
oficina. Cuando levanto la
vista no me sorprende en absoluto ver un
abanico de calas en los brazos de
la chica del Lusso. Sabía que iba a hacer caso
omiso de lo que le pedí. Pone
los ojos en blanco y me encojo de hombros a
modo de disculpa. Tras el
intercambio de flores y firmas, busco la
tarjeta.
¿TIENES GANAS DEL POLVO DE REPRESALIA?
TU DIOS.
BSS.
Sonrío y le mando un mensaje. Me había
prometido no contactar con
él después de cómo me ha distraído esta
mañana, pero ese plan ya se ha ido
a la porra, con lo de ser su chacha y la
aparición del grandullón de John.
Además, tengo muchas ganas de echar ese polvo
de represalia.
Sí, y sé que tú también. Bss, tu A.
Me pongo a currar. No hay nadie en la oficina
excepto Sal. Es mi
oportunidad para sacar un montón de trabajo
adelante. Cruzo la calle a la
hora de la comida para comprar un bagel y
comérmelo delante del
ordenador. Mi móvil me indica que tengo un
mensaje en cuanto aterrizo en
la silla.
Me gusta tu frase de despedida. No la olvides.
Siempre lo serás. Te veo en casa, a las
siete... más o menos. Bss, J.
Estoy en el séptimo cielo de Jesse. Decido
llamar a Kate mientras me
tomo un descanso para comer.
—¡Hola, hola! —canturrea por el teléfono.
¿Por qué está tan contenta? Ay, Dios, espero
que no haya vuelto a ir a
La Mansión. No voy a preguntárselo. Prefiero
no saberlo.
—Hola, ¿te encuentras bien?
—¡Todo bien! ¿Cómo está el novio favorito de
mi amiga? —Se echa a
reír.
—Está bien —contesto secamente. Sólo lo quiere
tanto porque le
compró a Margo Junior.
—Oye, estoy de camino a Brighton para entregar
una tarta.
¿Comemos juntas el jueves? Mañana tengo un día
de locos. Debo ponerme
al día en el trabajo.
—Te han estado distrayendo, ¿no, pillina?
—¡Diversión! —me suelta—. ¿Comemos juntas o
no?
—Vale —contesto. Eso de que esté tan sensible
me tiene muy
mosqueada—. El jueves a la una en el Baroque
—confirmo.
—¡Perfecto! —Y cuelga.
¡Rayos! Creo que le he tocado la fibra
sensible. ¡Diversión, y un
cuerno! Está dándome evasivas y quitándole
importancia. Quiero saber qué
está pasando, pero me prometo no volver a
preguntar en el futuro. ¿Qué se
trae entre manos?
Se abre la puerta de la oficina y entra Tom.
—¡Tom, tenemos que hablar sobre tu
indumentaria!
Se mira la camisa de vestir verde esmeralda y
la corbata rosa fucsia.
Los colores que no casan son una ofensa
terrible en el mundo de Tom.
—Fabulosa, ¿verdad? —Se acaricia la corbata.
Pues no. De hecho, es bastante desagradable.
Sé que, si estuviera
buscando un diseñador de interiores y Tom
apareciera en mi puerta, se la
cerraría en las narices.
—¿Dónde está Victoria? —pregunto.
—Tenía una visita en Kensington. —Lanza su
mariconera sobre su
mesa, se quita las gafas y se las limpia con
la corbata.
—¿Has averiguado qué salió mal? —insisto.
—¡No! —Se deja caer en su silla—. Se pasó el
día triste y cabizbaja.
—Se inclina hacia adelante y recorre la
oficina con la vista—. Oye, ¿qué
crees que le pasa a nuestra Sal?
Vaya, se ha dado cuenta. La verdad es que es
difícil no notarlo.
—Tuvo una cita —susurro en voz bastante alta.
Se pone las gafas con un gesto dramático que sugiere
que necesita
verme bien la cara, dada la gravedad de la
noticia. Es absurdo. Tom se las
pone sólo porque es un adicto a la moda y para
parecer profesional.
¿Profesional? Debería tirar a la basura esa
camisa y también la corbata. Me
están deslumbrando.
—¡No! —Se queda con la boca abierta.
—¡Sí! Y esta noche tendrá la segunda cita
—asiento.
Abre unos ojos como platos.
—¿Te imaginas lo aburrido que debe de ser él?
Retrocedo. De pronto me siento muy culpable
por entablar esta clase
de conversación con él.
—No seas capullo, Tom —lo riño.
Sally cruza la oficina y dejamos de cotillear
en el acto. Tom levanta
las cejas y sonríe mientras la sigue con la
mirada hasta la fotocopiadora. Si
lo tuviera a tiro, le patearía el culo.
Se vuelve hacia mí y ve la expresión de
desaprobación en mi rostro.
Levanta las manos.
—¿Qué? —susurra.
Meneo la cabeza y vuelvo a centrarme en mi
ordenador, pero la
tranquilidad dura poco.
—Así que —oigo que dice Tom desde su mesa— me
ha dicho
Victoria que te has ido a vivir con el señor
Ward.
Mi cara es de absoluta sorpresa cuando levanto
la vista del ordenador
y lo veo hojeando un catálogo como si nada.
¿Cómo se ha enterado? Está
claro... Drew. Victoria y él salieron juntos
el viernes por la noche, pero
¿qué ha ocurrido desde entonces para que ella
esté de tan mal humor? No
quiero tener esta conversación. A Tom le pirra
el drama, y mi vida es todo
un drama en este momento.
—No me he ido a vivir con él, y necesito que
guardes silencio, Tom.
Sigo borrando correos basura. Pero él no pilla
la indirecta.
—Debe de ser chulo, vivir en el ático de diez
millones de libras que tú
misma has diseñado —farfulla pensativo
mientras pasa páginas.
—Chitón. —Le lanzo una mirada asesina cuando
levanta la vista del
catálogo que ni siquiera está leyendo. Esta
vez sí que capta la indirecta y se
pone a trabajar.
No sé cómo contárselo a Patrick. El caso es
que no pinta nada bien:
estoy saliendo con un cliente. Lo último que
necesito es que Tom lo
proclame a los cuatro vientos.
Me centro en mi ordenador y termino de vaciar
la bandeja de entrada
de correos basura antes de empezar a preparar
los plazos de los pagos de la
señora Quinn junto con algunas ideas para los
diseños.
Son las cinco de la tarde y estoy dándole
golpecitos a la mesa con el
bolígrafo, sumida en mis pensamientos, y se me
ocurre una idea fantástica.
¡Dios mío, soy genial! Salto de la silla y
recojo los dibujos y las
carpetas que hay sobre mi escritorio. Cojo mi
bolso, las flores, y me dirijo
a la salida.
—He terminado. ¡Hasta mañana, chicos! —me
despido mientras salgo
a todo gas por la puerta de la oficina.
Tengo media hora. Puedo hacerlo. Cojo el metro
hacia mi estación de
destino.
Corro hacia el Lusso desde la parada de metro.
Necesito estar duchada
y lista antes de que Jesse vuelva a casa.
Evito toda conversación con Clive
y salto al ascensor, jadeante de tanto correr.
Mi pobre cuerpo lleva una
buena paliza hoy.
Entro en el dormitorio, tiro las flores y el
bolso sobre la cómoda y
desempaqueto mis compras. Las guardo en el
arcón de madera y me meto
en la ducha, con ganas de prepararme para la
noche que me espera. Voy
con mucho cuidado para no mojarme el pelo. Me
lavo con frenesí los
restos de la jornada y me afeito las piernas,
aunque no con tanto frenesí.
Salgo de la ducha y cojo una toalla.
Me vuelvo y me doy de bruces con unos
pectorales duros, desnudos y
familiares.
«¡Mierda!»
—¿Te he cogido por sorpresa? —dice en voz baja
y amenazadora.
Levanto la vista despacio y veo que entorna
sus ojos verde oscuro en
una expresión muy seria. El Jesse dominante ha
llegado y me ha fastidiado
los planes.
—Un poco —reconozco.
—Me lo imaginaba. Tenemos un pequeño asunto
pendiente y vamos a
resolverlo ahora mismo.
Me quedo petrificada en el sitio, goteando y
agarrada a la toalla.
Que me haya pillado así me destripa todos los
planes, pero mi
decepción no evita la punzada de placer que
sale disparada desde lo más
profundo de mi vientre hasta mi entrepierna.
Su figura esbelta y
amenazadora, junto con su respiración
profunda, me dice que no estoy en
posición de protestar. Pero no puedo
contenerme.
—¿Y si digo que no? —susurro. Ni muerta le
diría que no. Es un farol,
y es probable que él lo sepa.
—No lo harás.
Está tan seguro de sí mismo que mi corazón
empieza a bombear la
sangre en mis venas aún más rápido.
—Puede que sí. —Ni de coña, y la vocecita con
la que lo he dicho lo
confirma.
Se pega a mí. La cabeza caliente y resbaladiza
de su erección explora
mi bajo vientre y yo doy un respingo. En sus
ojos arden oscuras promesas
mientras espero a que haga el siguiente
movimiento. Los músculos de mi
vagina se convulsionan por la anticipación.
—No te andes con jueguecitos, Ava. Ambos
sabemos que nunca vas a
decirme que no. —Recorre mi brazo con la punta
del dedo, sigue por mi
hombro y mi cuello hasta llegar al hueco que
hay debajo de la oreja.
Cierro los ojos. Ya me tiene. Otra vez.
—¿Crees en el destino, Ava? —Su voz es suave
como la seda pero
segura y seria.
Abro los ojos y frunzo el ceño. ¿Qué trama
ahora? Nunca he pensado
que las cosas sucedan por una razón. ¿Adónde
quiere llegar?
—No —contesto con sinceridad.
—Yo sí. —Me coge el coño con la mano y su
tacto ardiente hace que
me tense aún más—. Creo que tú estás destinada
a estar aquí conmigo, por
eso, que fueras a decirle al conserje que no
vives aquí me... jode... vivo. —
Enfatiza las últimas tres palabras, que suenan
altas y claras.
Vaya, me había hecho creer que habíamos hecho
las paces
enviándome flores. ¿Así que sigue enfadado por
lo de esta mañana?
Me coge el pezón con el pulgar y el dedo
anular de la otra mano.
Empieza a retorcerlo y a alargarlo y se
endurece más aún. Cierro los ojos.
Dos oleadas de placer me parten por la mitad.
Lentamente, me penetra con
dos dedos.
—¡Ah, Dios! —gimo echando la cabeza atrás. La
toalla se ha quedado
en los hombros de Jesse.
Aprovecha que tiene acceso a mi cuello y me
besa en el centro, una
caricia firme y húmeda que llega hasta mi
barbilla. Sus dedos siguen
deslizándose en amplios y torturadores
círculos por mi interior,
estirándome. Me está preparando para él.
—Voy a follarte hasta hacerte gritar, Ava. —Su
voz ronca me
enloquece todavía más. Estoy segura de que me
hará gritar. Parece estar
muy enfadado, aunque no sé si debo tener miedo
o no. ¿No bastaría con un
polvo de recordatorio para solucionar este
pequeño asunto?
Tira de mi barbilla para poder tenerme cara a
cara. Él posee el control
pero está frenético. No sé cómo tomármelo. En
la única cosa en la que
parezco poder concentrarme es en el fuego
incontrolado que se extiende
por mi cuerpo y que arrasa entre mis muslos
con golpes fuertes y
decididos.
—Ponte de rodillas a los pies de la cama, de
cara a la cabecera.
Obedezco de inmediato. Voy a la cama, me
arrodillo y me siento
sobre los talones.
¿Qué habrá planeado?
Noto su pecho en mi espalda, me coge las manos
y las abre, luego las
lleva a mis pechos y con las palmas traza
círculos sobre mis pezones, de
forma que apenas rozan la punta. Echo el pecho
hacia adelante con tal de
aumentar el contacto, pero él aparta un poco
más mis manos. Protesto con
un grito incongruente.
Acerca la boca a mi oído.
—¿Confías en mí?
La pregunta me pilla por sorpresa. Pues claro
que sí. Más que en
nadie.—
Te confiaría mi vida —confirmo.
Él ruge en señal de aprobación.
—¿Te han esposado alguna vez, Ava?
«¿Qué?»
Antes de que haya podido procesar lo que está
pasando, me lleva las
manos a la espalda y cierra unas esposas
alrededor de mis muñecas. ¿De
dónde coño han salido? Intento mover los
brazos y oigo el sonido del metal
tirante.—
No muevas los brazos, Ava —me reprende, y deja
mis manos en lo
alto de mi trasero.
«¡Por el amor de Dios!»
En mi vida he soltado tantos tacos para mis
adentros. ¡Esto es tan
inesperado que ha mandado a paseo mi polvo de
la verdad! Jesse nunca
antes había usado juguetes. Quiero y no quiero
parar esto, pero no parezco
capaz de articular las palabras.
Me quedo quieta y hago todo lo que puedo para
relajar los brazos
mientras me pregunto si ya habrá hecho esto
mismo antes. Me río a
carcajadas para mis adentros. Pues claro que
lo ha hecho, so tonta. ¿Cómo
es que no lo vi venir?
Se introduce en mí.
—Buena chica —dice al tiempo que me quita las
horquillas del pelo y
peina mis largas ondas con sus dedos,
dejándolas caer sobre mi espalda
desnuda.
Me estremezco tratando de controlar mi
respiración irregular. Mi
corazón late a toda velocidad en mi pecho y
nada va a bajarme las
pulsaciones. Estoy en territorio desconocido.
Nunca, jamás, me he
permitido considerar la posibilidad de dejarme
maniatar y quedar a merced
de un hombre. Es toda una ironía. Con o sin
esposas, estoy a merced de
Jesse. Arrastra la punta del dedo por mi
columna vertebral, hasta mi culo, y
luego entre las nalgas. Ah, demonio, ¿era eso
lo que buscabas? La última
vez lo disfruté pero no estaba esposada.
Me rodea el vientre con un brazo y con el otro
me sujeta por la
espalda.
—Abajo —dice con dulzura apoyando mi cuerpo
sobre el colchón.
Tengo la cara pegada a las sábanas de los pies
de la cama y Jesse está
detrás de mí. Me siento completamente expuesta
y vulnerable.
—¿Sabes lo increíble que estás así? —Lo dice
con un tono mayúsculo
de aprobación.
Lo creo, pero paso de comprobarlo por mí
misma. Esto no es para mí,
pero tampoco puedo detenerlo.
—No voy a metértela por el culo. —Me da un
beso en la parte baja de
la espalda y entonces noto su polla, dura como
una piedra, contra mi piel
húmeda y sensible. Qué alivio. No creo que
hubiera podido con eso y con
las esposas a la vez.
Y entonces empieza a presionar contra mi coño.
Me agarra con fuerza de las caderas y doy un
respingo.
—No te muevas —masculla con la mandíbula
apretada.
Me obligo a mantenerme inmóvil. Noto que entra
en mí e
instintivamente me tenso alrededor de su
deliciosa invasión. Comienzo a
jadear. —¿La quieres toda? —Su voz es grave y
tentadora. No la reconozco,
pero estoy desesperada por una penetración
total.
—Sí —respondo. Que Dios me ayude.
Retira su erección medio sumergida y yo gimo
por haber perdido la
sensación de plenitud. La necesito toda. Por
impulso, echo el culo atrás y
siento una estocada potente y un golpetazo de
su mano en mi nalga.
—¡Joder! —grito. La punzada se extiende por mi
nalga y mis
hombros se tensan contra la cama.
«Pero ¿qué coño...?»
Vuelve a penetrarme, pero esta vez sólo hasta
la mitad.
—Esa boca —espeta—. ¡No te muevas!
Empiezo a jadear cuando el dolor se mezcla con
la deliciosa invasión
a medias.
—¡Jesse! —suplico.
—Lo sé.
Desliza la palma de su mano por mi nalga y
sale de nuevo. Cierro los
ojos y aprieto los dientes, obligando a mi cuerpo
a seguir las instrucciones
de mi cerebro y a relajarse.
—No puedo hacerlo —lloriqueo contra el colchón
mientras tiro de las
esposas.
Es demasiado, y sin avisar. ¿O me había
avisado? No lo sé. Sé cómo
es y que es un animal en la cama, y eso me
encanta, pero también puede ser
romántico, dulce y cariñoso. ¿Esto qué es? ¿El
siguiente nivel?
—Sí que puedes, Ava. Recuerda con quién estás.
—Embiste hacia
adelante, se mete en mí y me deja sin aire en
los pulmones.
Grito. Estoy ronca al instante.
Sale, lentamente, controlado.
—¿Qué te dije que iba a hacer, Ava? —pregunta
con un gruñido
mientras me penetra con furia de nuevo.
No puedo hablar. No me queda aire en los
pulmones, y él se mete tan
adentro que mi cerebro ha entrado en
cortocircuito. No es capaz de ningún
proceso cognitivo y mucho menos de hablar.
Repite el movimiento que me ha dejado sin
sentido.
—¡Contéstame! —ruge, y vuelve a darme un azote
en el culo.
—¡Gritar! ¡Dijiste que ibas a hacerme gritar!
—Me atraganto con las
palabras cuando vuelve a penetrarme.
—¿Estás gritando?
—¡Sí!
Ruge y vuelve a embestirme, una y otra vez, y
otra, y otra vez más, y
yo entro en órbita.
—¿Te gusta, nena?
¡Joder, sí! El escozor de los azotes y de su
polla incansable me han
llevado a un nuevo y desconocido nivel de
placer.
—¡¿Dónde vives, Ava?! —grita con otra estocada
brutal.
Quiero llorar. Quiero llorar de sorpresa,
llorar de dolor, llorar de
felicidad... Llorar de placer puro y duro. Mi
cerebro está totalmente
colapsado y mi cuerpo se pregunta qué diablos
está pasando. No veo tres en
un burro y no sé ni cómo me llamo. Esto es una
salvajada, es intenso y
alucinante, pero otros pensamientos menos
agradables luchan por
imponerse y se abren camino en mi cerebro, que
está hecho papilla. ¿A
cuántas mujeres les habrá hecho esto? ¿Cuántas
mujeres habrán tenido el
placer de recibir un polvo de represalia? Me
dan ganas de vomitar.
—¡Ava! ¿Dónde coño vives? —Entra y sale con
cada palabra.
Estoy mareada. Atontada por una felicidad
completa, total e intensa.
—¡Que no tenga que preguntártelo otra vez!
—¡Aquí! —grito—. ¡Vivo aquí!
—Que te quede claro, joder —dice, y vuelve a
darme un azote en el
culo para enfatizar las palabras.
Se aferra a mis caderas de nuevo y tira de
ellas hacia atrás con cada
dura embestida de castigo. Empiezan a saltar
chispas. La presión en mi
sexo va a detonar a lo bestia. Grito de placer
y de desesperación. Esto se
pasa tres pueblos de severo. Mañana no voy a
poder andar. ¿Acaso es parte
de su plan para retenerme en casa? Porque va a
funcionar.
La palma de su mano golpea con fuerza de nuevo
mi culo y el último
y doloroso azote me catapulta directamente al
orgasmo más fuerte y más
desgarrador que he tenido nunca. Grito... Muy
fuerte. Resuena en el
dormitorio. Un grito afónico, desesperado,
electrizante y satisfecho.
—¡Joder! —ruge Jesse. Noto cómo se tensa y
empieza a mover las
caderas en círculos contra mi culo.
Gime.
Gimo.
Estoy temblando de pies a cabeza. Son
temblores como Dios manda,
sensacionales, ondulantes, incontrolables.
Una de mis muñecas queda libre de las esposas
y estiro el brazo por
encima de la cabeza cuando él se colapsa sobre
mí y me aplasta con su
peso. Sigue en mi interior, palpitando y
agitándose mientras mueve las
caderas en círculos, extrayendo hasta la
última gota de placer que hay en
mí.
La revelación me tiene perpleja. ¡Soy una
guarra y me va el sexo raro!
La combinación de dolor y placer me ha dejado
K.O. y, a pesar de mis
reservas, me alegro de no haberlo parado. Más
allá de cualquier duda, se ha
demostrado que nunca podré decirle que no.
Me pasa los brazos por encima de los míos y me
cubre la nuca de
pequeños besos mientras gime y sigue moviendo
las caderas, mucho más
despacio ahora.
—¿Amigos? —me susurra al oído mordiéndome el
lóbulo. Su voz
dulce y aterciopelada no tiene nada que ver
con el brutal señor del sexo al
que acabo de conocer.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunto.
Sigo estando sorprendida. He descubierto
muchas de sus habilidades
sexuales, pero ésta me ha dejado alucinada. No
me puedo creer que no lo
viera venir. Si eso hubiera sido un polvo de
entrar en razón, le habría dicho
a todo que sí, pero eso mejor me lo callo.
Arrastra el lóbulo de mi oreja entre sus
dientes.
—Dime que estamos en paz.
—Estamos en paz —suspiro—. Dime por qué has
hecho eso.
Me quita las esposas de la otra mano. Es un
gran alivio. Sale de mí,
me da la vuelta y sujeta mis muñecas a ambos
lados de mi cabeza. Lo
miro, esperando una respuesta, pero no parece
que me la vaya a dar.
¿Debería cerrar el pico?
Tarda en contestar.
—Me gusta oírte gritar —sonríe—. Y me gusta
saber que soy yo
quien te hace gritar.
¡Ja! Misión cumplida.
—Me he quedado afónica —gimoteo.
Me besa en los labios.
—¿Tienes hambre?
—No.
No tengo hambre, y tampoco voy a moverme de la
cama. Ni siquiera
son las ocho.
—Voy a traerte un vaso de agua y luego nos
acurrucamos un rato,
¿trato hecho? —pregunta acariciándome la nariz
con la suya.
—Trato hecho.
¿Acurrucarnos? ¿Está de broma? ¿Después de lo
que acabamos de
hacer? Este hombre es como la versión sexual
de Jekyll y Hyde.
Me besa en los labios antes de despegarse de
mí. Me arrastro por la
cama hacia la cabecera, me instalo boca abajo
y me deleito con su
fragancia, que impregna las sábanas. Estoy
muerta y me duele un poco el
culo. Si no estuviera tan tranquila y
satisfecha, me cabrearía mogollón
porque me ha ganado la partida. Él no lo sabe,
pero acaba de desbaratar
mis planes para la velada. Estoy demasiado
cansada para echarle un polvo
de la verdad.
Me vuelvo boca arriba, miro el techo y lucho
por librarme de los
pensamientos no deseados que asaltan mi mente
exhausta. ¿Cuántas
mujeres? He optado por no querer saber la
respuesta a esa pregunta, la que
siempre aparece, sin invitación y sin sentido,
en mi cabeza. Pero la
curiosidad se hace cada vez más fuerte y más
difícil de ignorar. Si no
estuviera tan hecha polvo, le prestaría más
atención a esa idea, pero estoy
molida, así que cierro los ojos y mentalmente
le doy las gracias a Jesse por
haberme dejado sin energía para satisfacer mi
ataque de curiosidad
absurda.
—Nena, ¿es que te he follado hasta dejarte
inconsciente?
La cama se hunde y siento su cuerpo, duro y
cálido, junto a mí. Me
pongo de costado.
—¿Fresas? —Me pasa la fruta, fresca y carnosa,
por el labio inferior y
abro la boca para darle un mordisco—. ¿Está
buena?
—Muy buena —digo con la boca llena de fresa
madura. Esto sí que
me apetece.
Empieza a mordisquearse el labio inferior. Ay,
no. ¿En qué estará
pensando? Mastico más despacio al ver que mira
a un lado y a otro.
Al final, lo suelta.
—No lo decías en serio, ¿verdad? ¿Cuando
dijiste que no vivías aquí?
Dejo de masticar y miro el rostro preocupado
que tengo delante. La
arruga de la frente aparece encima de sus
cejas.
—Quieres que viva contigo pero ni siquiera me
dices cuántos años
tienes. —Levanto las cejas. No puede ser que
no vea lo raro que es eso. Y
hay otras muchas cosas, cosas que estoy
intentando ignorar con todas mis
fuerzas (aunque estoy fracasando miserablemente),
pero por ahora voy a
centrarme en ese detalle insignificante.
—¿Qué cambiaría mi edad? —pregunta metiéndose
una fresa en la
boca.
Meneo la cabeza y lo observo masticar.
—Bueno... —Trago—. ¿Qué les digo a mis padres
cuando me lo
pregunten? De hecho, ¿qué le digo a mi familia
cuando me pregunten cuál
es tu profesión?
¿Profesión? ¿Existe un nombre para lo que hace
Jesse?
Los engranajes se ponen en marcha. Se encoge
de hombros y me mete
otra fresa en la boca.
—Diles que soy el dueño de un hotel.
Acepto su ofrenda pero sigo hablando, no voy a
rendirme fácilmente.
—¿Y si quieren ir a ver tu hotel? —farfullo
mientras mastico.
—Pues que vengan a verlo —sonríe—. Tú pensabas
que era un hotel.
Le lanzo una mirada asesina.
—Porque hacías que un empleado me siguiera a
todas partes y me
encerrabas en tu despacho para que nadie
pudiera hablar conmigo. ¿Vas a
hacer lo mismo con mis padres?
—Se lo enseñaré un día de poca actividad
—responde, tan pancho.
¿Acaso ya lo había pensado? No me puedo creer
que esté hablando
sobre la posibilidad de presentárselo a mis
padres. No soy capaz ni de
imaginar lo que mis padres pensarían de Jesse.
Sí, puede ser encantador,
pero se supone que yo soy joven y estoy
soltera y libre de ataduras después
de haber pasado siete años en dos relaciones
de mierda, y dudo mucho que
él consiga contener su manía de pasar por
encima de todo el mundo, por
mucho que sean mis padres.
—¿Y si quieren hospedarse en el hotel?
—contraataco—. Viven en
Newquay, así que se quedarán en un hotel si
vienen de visita.
Se echa a reír.
—¿Les reservo el salón comunitario?
Le pego un puñetazo en el estómago, cosa que
sólo hace que se ría a
carcajadas. Me molesta que mi planteamiento le
haga tanta gracia, pero
empiezo a ver fragmentos del Jesse que se toma
la vida con calma, ese del
que me habla todo el mundo. Aunque la verdad,
de momento me cae fatal.
—Me alegro de que mis preocupaciones te hagan
tanta gracia, y
todavía no me has contestado a lo de tu edad.
—Cojo una fresa y me la
meto en la boca.
Se recupera del ataque de risa y me mira muy
serio.
—Ava, estás buscando cualquier excusa para
escabullirte. —Me pasa
el dedo por el labio inferior—. Si tus padres
preguntan cuántos años tengo,
invéntate la respuesta. Diles la edad que más
te guste. Si vienen de visita,
se quedarán aquí. Hay cuatro habitaciones más,
todas con baño. No te
resistas tanto. ¿Ya has terminado? —dice
finalmente levantando una ceja
expectante.
«Maldito seas, Jesse Ward.»
—¿Vas a pasar por encima de mis padres?
—Sólo si se interponen en mi camino —responde,
muy serio.
Me da un ataque en el acto. Mi madre no se
corta a la hora de expresar
su opinión, y mi padre, un gigante de buen
corazón, puede ponerse como
una fiera cuando se trata de sus hijos. No son
buenas noticias. Necesito
evitar que llegue el momento de presentarle a
mis padres todo el tiempo
que pueda. A ser posible, que no llegue nunca.
—¿Por qué fue la policía a La Mansión? —Es
otra de las cosas a las
que he estado dándoles vueltas en la cabeza.
Pone los ojos en blanco.
—Ya te lo he dicho, fue cosa de un idiota que
hacía tonterías.
—¿Qué clase de tonterías?
—Ava, no tienes por qué preocuparte, y punto.
—Me da otra fresa y la
cojo de mala gana. Está intentando que deje de
hacerle preguntas a base de
mantenerme la boca llena.
Aunque eso no me detiene.
—¿Y qué hay de la mujer misteriosa?
—Sigue siendo un misterio —responde con
brevedad y astucia.
—Entonces ¿has hablado con Clive? —Ahora ya lo
estoy molestando.
—No, Ava, no he tenido tiempo. —Está muy molesto.
Sí que le ha
preguntado a Clive, de hecho, le ha dicho que
cierre el pico. Yo también
necesito ser lista. Hablaré con los de
seguridad. Le lanzo una mirada
furibunda pero él prosigue—: ¿Cuándo te llevo
de compras?
«¿Qué?»
Ha visto mi cara de susto porque su expresión
de enfado desaparece al
instante.
—Te debo un vestido, y la fiesta de
aniversario está al caer. Pensé que
podríamos matar dos pájaros de un tiro.
—Tengo muchos vestidos —farfullo. Ir de
compras con Jesse está a la
cabeza de mi lista de cosas que debo evitar.
Saldría de la tienda vestida
como un esquimal.
—¿Vas a llevarme hoy la contraria en todo,
señorita? —Me mira con
sus ojos verdes y yo le devuelvo la mirada de
enfado, pero estoy demasiado
cansada para discutir.
Me acurruco contra su pecho. Es un capullo
arrogante y difícil, pero
estoy enamorada de él hasta la médula y no hay
nada que pueda hacer al
respecto.
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