Capítulo
10
Abro los ojos y me encuentro pegada al pecho
de Jesse. Aún no es de día,
lo que significa que es muy, muy temprano, y
él no está despierto, por lo
que aún no deben de ser ni las cinco. Mi
cerebro se despabila al instante y
comienzo la tarea de liberarme de su cuerpo
sin despertarlo. Es muy
difícil. Parece abrazarse a mí con la misma
fuerza tanto dormido como
despierto.
Me aparto de él con toda la suavidad del
mundo, parando y
poniéndome tensa cada vez que se revuelve o
que suspira en sueños. Tengo
el cuerpo rígido cuando me arrastro al borde
de la cama. Una vez libre,
respiro. He estado conteniendo la respiración
un buen rato. Miro a mi
apuesto hombre, que lleva barba de dos días.
Quiero volver a la cama con
él pero me resisto a la tentación. Lo que
tengo planeado me anima a dejarlo
durmiendo como un bendito mientras yo me voy
de puntillas a buscar mi
bolso para coger mi móvil.
Son las cinco en punto. ¡Mierda! Vale, tengo
que ser rápida o pronto
estará despierto y arrastrándome por las
calles de Londres para que corra
una de sus insoportables maratones. Salgo del
dormitorio a hurtadillas
como una ladrona, en pelotas, recupero mi
paquete del arcón de madera y
saco el contenido. La bolsa de papel hace
ruido y aprieto los dientes. Me
quedo helada en el sitio cuando Jesse se
vuelve boca arriba en la cama y
deja escapar un gemido.
Permanezco inmóvil como una estatua hasta que
estoy segura de que
se ha vuelto a dormir del todo y entonces me
aproximo a la cama,
caminando descalza y de puntillas sobre la
gruesa moqueta.
«¡Muy bien, señor Ward!»
Le cojo la muñeca con cuidado y la levanto; me
cuesta: su brazo pesa
mucho. Me las apaño para ponerlo bien y
esposarlo a la cabecera de la
cama. Luego doy un paso atrás para admirar mi
obra. Me ha salido de
perlas. Aunque se despierte, ahora ya no va a
ir a ninguna parte.
Recojo el otro par de esposas y rodeo la cama
hasta el otro lado.
Tengo que arrodillarme sobre el colchón para
llegar a su brazo, pero ahora
ya no me preocupa tanto despertarlo porque al
menos le he inmovilizado
uno, aunque está claro que esto saldrá mejor
si no puede ponerme ninguna
de las dos manos encima.
Con cuidado, le hago pasar el brazo por encima
de la cabeza y le
pongo las esposas en la muñeca de la mano
herida. Tiene mucho mejor
aspecto pero me preocupa que pueda lastimarse
si intenta quitarse las
esposas a la fuerza.
Doy un paso atrás, orgullosa. Ha sido más
fácil de lo que pensaba, y
Jesse sigue durmiendo como un tronco.
Prácticamente bailo hacia la bolsa
para terminar con mis preparativos y ponerme
la ropa interior de encaje
negro que me agencié durante mis compras de
última hora.
Ay, Dios, se va a cabrear de lo lindo. Vuelvo
junto a mi dios,
espatarrado, maniatado y desnudo, y me siento
a horcajadas sobre sus
caderas. Se revuelve y me echo a reír para mis
adentros de satisfacción
cuando noto que empieza a ponérsele dura
debajo de mí. Me siento
pacientemente y espero.
Sus preciosas pestañas no tardan en comenzar a
moverse y sus
párpados cobran vida. Sus ojos encuentran los
míos de inmediato y tengo
su erección matutina, ya del todo firme,
debajo de mí.
—Hola, nena. —Tiene la garganta áspera y guiña
los ojos intentando
enfocarme.
Recorro su torso con la mirada. Sus músculos
están tensos por la
posición de los brazos.
—Hola. —Le dedico una sonrisa radiante y lo
observo atentamente
mientras recupera del todo la conciencia.
Entonces mueve los brazos y el metal de las
esposas suena contra la
cabecera de madera. El repentino tirón de sus
muñecas hace que abra los
ojos de par en par, y yo contengo la
respiración sin perder de vista su rostro
somnoliento. Frunce el ceño y se mira las
muñecas.
Sacude otra vez los brazos.
—Pero ¿qué coño...? —Todavía habla con la voz
ronca. Me mira.
Tiene los ojos abiertos y la mirada perpleja—.
Ava, ¿por qué demonios
estoy esposado a la cama?
Lucho por contener una sonrisa.
—Voy a introducir un nuevo tipo de polvo en
nuestra relación, Jesse
—le explico con calma.
—¡Esa boca! —Tira de sus muñecas de nuevo y
vuelve a mirarse las
manos atadas.
De pronto se da cuenta de lo que está pasando
y sus hermosos ojos me
clavan la mirada.
—Éstas no son mis esposas —dice con tiento.
—No, y hay dos pares. Estoy segura de que te
has dado cuenta. —No
puedo creerme lo calmada que estoy. La estoy
liando—. Bien, como estaba
diciendo, he inventado un nuevo tipo de polvo,
y ¿adivina qué? —pregunto
con una ligera emoción en la voz. Estoy
tentando mi suerte.
Esta vez no me riñe, sino que arquea una ceja
nerviosa.
—¿Qué?
Uf, podría comérmelo a besos.
—Lo he inventado especialmente para ti. —Me
restriego sobre él,
calentándolo; su pecho se expande y tensa la
mandíbula—. Te quiero.
—¡Por Dios bendito! —ruge.
Apoyo las manos en su pecho y me acerco a su
cara. Me observa
descender. Tiene los ojos brillantes por la
anticipación y se le escapan
pequeñas bocanadas jadeantes por los labios
entreabiertos.
—¿Cuántos años tienes? —susurro acariciándole
los labios con los
míos.
Levanta la cabeza intentando buscando un mayor
contacto pero yo me
aparto. Me lanza una mirada asesina y deja
caer la cabeza.
—Treinta y tres —jadea, y luego gime de
desesperación cuando
vuelvo a mover las caderas en círculos encima
de él.
Acerco la boca a su cuello y luego la desplazo
hasta su oreja,
lamiendo y besando su piel.
—Dime la verdad —susurro antes de morderle el
lóbulo de la oreja
con cuidado.
Resopla.
—¡Joder, Ava! No voy a decirte cuántos años
tengo.
Me siento sobre su pecho y niego con la
cabeza.
—¿Por qué?
Sus labios forman una línea recta y cabreada.
—Quítame las esposas, quiero tocarte.
«¡Ajá!»
—No.
Vuelvo a mover las caderas, frotando justo en
el lugar adecuado. No
es que a mí no me haga efecto, pero hoy tengo
que mantener el control.
—¡Joder! —Tira de las manos y sacude las
piernas, lo que me hace
dar un salto hacia adelante—. ¡Quítame las
esposas, Ava!
Me preparo.
—¡No!
—¡Por el amor de Dios! —ruge—. ¡No te atrevas
a jugar conmigo,
señorita!
Uy, se ha enfadado.
—No creo que estés en posición de decirme lo
que tengo o no tengo
que hacer —le recuerdo con toda mi chulería.
Se queda quieto pero su
respiración es lenta, profunda y muy
frustrada—. ¿Vas a dejar de ser
imposible y me lo vas a decir?
Me lanza una mirada asesina.
—¡No!
Hay que ver lo capullo y lo cabezota que puede
llegar a ser. Esto es
absurdo, pero no quiero que me tenga en la
ignorancia ni un día más.
—Muy bien —digo con calma.
Me agacho sobre su pecho y le cojo la cara
entre las manos. Me mira,
esperando a ver qué voy a hacer. Le cubro la
boca con la mía, la abre y su
lengua entra como un dardo en busca de la mía.
Me aparto.
Ruge de frustración.
Salto de su regazo y, con toda la maldad del
mundo, le doy a su
erección un lametón largo y lento, desde la
base hasta el glande.
—¡Aaaah, por el amor de Dios!
Sonrío y me siento sobre mis talones entre sus
piernas antes de buscar
mi arma de destrucción masiva y sostenerla
delante de él. Levanta la
cabeza y casi se le salen los ojos de las
órbitas cuando ve lo que tengo en la
mano. —¡No, Ava, no! ¡Te juro por Dios que...!
—Deja caer la cabeza sobre
la cama—. ¡No puedes hacerme esto! ¡Joder!
Sonrío y enciendo el vibrador adornado con
diamantes que Jesse odió
al instante en nuestro día de compras en
Camden. No quiere compartirme
con nada ni con nadie. El juguete empieza a
zumbar y Jesse gime y deja
caer la cabeza a un lado.
Esto le va a doler.
—¡Caramba! —suelto cuando siento la fuerza del
vibrador en la mano
—. Esta máquina sí que es potente —digo en voz
baja.
Cierra los ojos con fuerza y tensa los
músculos de la mandíbula.
—¡Quítame las esposas, Ava! —masculla con los
dientes apretados.
No podía esperar una respuesta mejor. Haré que
me diga cuántos años
tiene aunque tenga que mantenerlo así toda la
mañana. De hecho, espero
que aguante un rato. Creo que voy a
disfrutarlo.
Apago el vibrador, lo dejo sobre la cama y
abre los ojos lentamente.
Espero a que encuentren los míos.
—¿Vas a decirme cuántos años tienes? —pregunto
con total
compostura.
—De eso, nada.
—¿Por qué te empeñas en ser un capullo
cabezota? —inquiero. Es
difícil disimular mi tono de enfado. No quiero
que crea que me está
sacando de quicio, pero incluso ahora se está
comportando de un modo
imposible.
—¿No soy tu dios cabezota? —replica con una
pequeña sonrisa de
satisfacción.
Le voy a borrar esa sonrisa de la cara. Me
pongo de rodillas y le
sostengo la mirada mientras me meto los
pulgares por el elástico de las
bragas de encaje.
—Esta mañana te estás comportando como un
verdadero capullo.
Muy despacio, me bajo las bragas hasta las
rodillas y él sigue su
recorrido con la mirada cargada de deseo. Su
erección palpita y tiembla a
intervalos regulares.
—¿No te apetece echarme una mano? —Mi voz es
dulce y seductora,
y lentamente me chupo los dedos y los deslizo
desde mi vientre hasta mis
muslos.
Vuelve a tensar la mandíbula en cuanto me ve
meterme la mano entre
las piernas.
—Ava, quítame las esposas para que pueda
follarte hasta hacerte ver
las estrellas. —Lo dice con calma, pero sé que
ahora mismo no está
precisamente tranquilo.
Deslizo los dedos hasta mi clítoris, jadeo y
lo rozo con suavidad. No
es Jesse, pero esto me gusta.
—Dime lo que quiero saber.
—No. —Deja caer la cabeza de nuevo sobre la
cama—. Quítame las
esposas.
Niego con la cabeza por lo testarudo que es mi
hombre y deslizo las
manos hasta sus caderas.
¿Hasta que vea las estrellas?... Él sí que va
a ver las estrellas. Le beso
el bajo vientre, junto a la cicatriz, y dibujo
unos pocos círculos con la
lengua, muy despacio, antes de trepar por su
cuerpo y quitarme las bragas
por el camino. Lo miro pero se niega a abrir
los ojos, así que le beso las
comisuras de los labios. Funciona. Vuelve la
cabeza al instante y abre la
boca. Me restriego contra su entrepierna y,
como estoy tan mojada, me
deslizo arriba y abajo con suavidad.
—Ava, por favor...
—Dímelo. —Le muerdo el labio inferior y lo
suelto poco a poco, pero
él se limita a negar con la cabeza.
Separo nuestras bocas fundidas.
—Bien, como quieras.
Me levanto, vuelvo a sentarme entre sus muslos
y cojo mi arma de
destrucción masiva.
—Suelta eso. —Su tono es de advertencia seria
pero no le hago ni
caso.
Lo enciendo otra vez sin decir nada.
—¡Ava, que lo apagues, por Dios! —La ira ha
vuelto.
Le sostengo la mirada mientras me llevo
lentamente el vibrador al
punto en el que se unen mis muslos.
—¡No! —Echa la cabeza hacia atrás. Lo está
pasando fatal.
No me puedo creer que esté dispuesto a seguir
sufriendo. Podría
pararme en un abrir y cerrar de ojos. Maldita
sea, quiero que me mire. De
repente, cambio la trayectoria del vibrador y
se lo paso suavemente por su
preciosa polla pulsante. Da un saltito. La cama
se mueve.
—¡Joder, Ava! ¡Joder, joder, joder! —grita,
pero todavía cierra los
ojos con fuerza. No puedo obligarlo a que me
mire, pero me va a oír. Me
acerco el vibrador y dejo la cabeza pulsante
sobre mi clítoris.
«¡La hostia!»
Trago saliva, me tiemblan las rodillas y doy
un respingo ante su
increíble potencia, que produce placenteras
punzadas en mi sexo.
—Ay, Dios... —gimo, y aumento un poco la
presión. Es muy, muy
agradable.
Abre los ojos y bufa como un toro. Las gotas
de sudor han formado un
río en la arruga de la frente. Está sufriendo
de lo lindo. Me siento casi
culpable.
—Ava, todo tu placer proviene de mí.
—Hoy no —susurro cerrando los ojos con un
suspiro.
—¡Ava! —ruge tirando de las esposas, que
resuenan contra la
cabecera de la cama—. ¡Joder! ¡Ava, te estás
pasando!
Sigo con los ojos cerrados.
—Mmm. —Tiemblo un poco, las vibraciones
consistentes me hacen
cosquillas en el clítoris.
—¡Tengo treinta y siete años! ¡Joder, mujer!
¡Tengo treinta y siete
años!
Abro unos ojos como platos.
«¡Madre mía!»
La mandíbula me llega al suelo de la sorpresa
y se me cae el vibrador.
¿De verdad me lo ha dicho? ¡Ha funcionado!
Quiero hacer un pequeño
baile de celebración y gritar a los cuatro
vientos que lo he conseguido. ¿Por
qué no se me habrá ocurrido antes? No voy a
engañarme a mí misma:
nunca volverá a funcionar porque seguramente
dormirá con un ojo abierto
el resto de su vida. Quizá debería
aprovecharme de su estado y extraerle
más respuestas. Por ejemplo, cómo se hizo la cicatriz,
con cuántas mujeres
se ha acostado y qué hacía la policía en La
Mansión. Ah, y también quiero
saber sobre la mujer misteriosa y sobre
Sarah...
Me clava la mirada y con eso me basta para
despertar de inmediato de
mi baile de celebración mental. Me entra el
pánico.
—Quítame... las... putas... esposas —dice
lentamente, enfatizando
cada palabra con un siseo.
Maldita sea. Mira que he planeado hasta el
último detalle el polvo de
la verdad... Sólo que no he pensado en lo que
iba a pasar después. Parece
muy cabreado y ahora tengo que soltarlo. ¿Qué
hará? Elaboro una lista con
mis opciones. No tardo nada, porque sólo tengo
dos: soltarlo y aceptar mi
castigo o dejarlo esposado a la cama para
siempre.
Lo observo con los ojos muy abiertos y
recelosos y él me lanza
miradas como cuchillos. ¿Qué hago? Apoyo las
manos en sus fuertes
muslos y me acerco hasta que su cara está a mi
altura. Tengo que hacer que
se le olvide un poco el cabreo.
Le paso las manos por el pelo y lo beso en la
boca.
—Te sigo queriendo —susurro a medio beso. ¿Tal
vez necesita que se
lo recuerde? Once años de diferencia tampoco
es tanto. ¿Qué problema
hay? Sigue siendo mi dios apuesto y
arrebatador.
Gime mientras le doy a su boca un poco más del
tratamiento especial.
—Estupendo, ahora quítame las esposas.
Le beso el cuello y se lo acaricio con la
nariz.
—¿Estás enfadado conmigo?
—¡Estoy como un loco del cabreo que tengo,
Ava!
Me incorporo y lo miro bien. Sí que se lo ve
enfadado. Me estoy
asustando por momentos. Le dedico mi sonrisa
más pícara.
—¿No podrías estar como un loco enamorado?
—Eso también. Quítame las esposas —repite, y
me mira expectante.
Cambio de postura y me estremezco cuando su
erección roza mi sexo.
Palpita y el glande húmedo se desliza hacia mi
interior.
Jesse arquea la espalda.
—Maldita sea, Ava. ¡Quítame las esposas!
—grita como un
energúmeno.
Y ahora ya sé lo que voy a hacer... No pienso
quitarle las esposas. Me
levanto de la cama y me quedo de pie a su
lado.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto, nerviosa.
—Quítamelas —ruge; parece que está a punto de
matar a alguien.
—No hasta que me digas lo que vas a hacer.
Respira hondo y su tórax se expande.
—Voy a follarte hasta que me supliques que
pare y luego te haré
correr veintidós kilómetros. —Levanta la
cabeza y me apuñala con unos
fieros ojos verdes—. ¡Y no vamos a parar para
darte un masaje ni para
tomar café!
¿Qué? Acepto el polvo pero no voy a correr a
ninguna parte, excepto
para salir pitando de su ático. Ayer ya me
hizo correr dieciséis kilómetros.
Ésa será su forma de recuperar el control:
obligarme a hacer algo que no
quiero hacer de ninguna manera, y la verdad es
que paso de correr
veintidós kilómetros.
—No quiero salir a correr —digo con toda la
calma de que soy capaz
—. Y no puedes obligarme.
Arquea las cejas.
—Ava, necesitas que te recuerde quién manda en
esta relación.
Me aparto, asqueada, y miro de reojo sus
muñecas esposadas antes de
volver a dirigirme a él.
—Perdona, ¿quién dices que manda aquí? —Me
sale con un tono de
burla que de verdad no sentía. Estoy jugando
con fuego, pero es este último
comentario el que me pone en serio peligro.
El sarcasmo sólo sirve para que se enfurezca
todavía más, si es que
eso es posible.
—¡Ava, te lo advierto!
—No me puedo creer que te lo estés tomando tan
a la tremenda. ¡En
cambio, no pusiste pegas cuando me esposaste a
mí!
—¡Porque yo tenía el control!
¡Ah! ¿Así que todo esto es porque quiere tener
el control? Qué
estupidez.
—Estás obsesionado con controlarlo todo —digo
saliendo de la
habitación.
—¡Sólo contigo! —grita él a mi espalda—. ¡Ava!
Cierro de un portazo la puerta del cuarto de
baño y me quito el
sujetador. ¡Menudo cerdo, arrogante y
controlador! Me ha fastidiado la
satisfacción de que mi polvo de la verdad haya
funcionado. Me meto en la
ducha mientras lo oigo gritar mi nombre sin
cesar. Si no me sintiera tan
ofendida, me echaría a reír. En verdad no le
gusta nada no poder tocarme,
como tampoco le gusta nada verse despojado del
poder.
Me ducho y me lavo los dientes a mi ritmo. Es
muy temprano. Tengo
tiempo de sobra.
Cuando vuelvo al dormitorio, Jesse se ha
calmado un poco pero sigue
habiendo mucha rabia en su expresión cuando me
mira.
—Nena, ven y quítame las esposas, por favor
—me ruega.
Su repentino cambio de humor me pone en guardia.
Conozco este
juego y no voy a picar. En cuanto lo haya
soltado irá a por mi yugular, me
pondrá a la fuerza la ropa de correr y me
arrastrará por las calles de
Londres. No niego que me encantaría estar
entre sus brazos en este mismo
instante, pero no me emociona la idea de que
me torturen haciéndome
correr veintidós kilómetros. Por desgracia,
son parte del trato.
Me siento delante del espejo de cuerpo entero
y empiezo a arreglarme
el pelo. De vez en cuando miro su reflejo. Me
está observando, pero se
limita a lanzarme miradas asesinas y, cuando
lo pillo, echa la cabeza hacia
atrás como un colegial tristón. Me río para
mis adentros.
Me maquillo y me embadurno con mantequilla de
coco. Me pongo el
conjunto de encaje color crema que Jesse me
regaló. Lo oigo lloriquear.
Sonrío satisfecha y orgullosa. Más me vale
disfrutarlo. No sé por cuánto
tiempo tendré el poder. Me pongo la blusa con
volantes en el escote, unos
pantalones de pitillo negros y tacones del
mismo color.
Estoy lista. Me acerco a mi hombre esposado y
le doy un beso en la
boca entreabierta. No sé por qué estoy
haciendo esto. Mi valor es
admirable.
Suspira y levanta las rodillas hasta que las
plantas de sus pies
descansan sobre la cama.
Le cojo la polla, todavía erecta. Me muero por
ella, aunque tendrá que
atraparme primero.
Da un respingo.
—¡Ava, te quiero como no te puedes llegar a
imaginar, pero si no me
quitas las esposas te voy a estrangular! —Su
voz es una mezcla de dolor y
placer.
Sonrío y le doy un beso casto en los labios antes
de besarlo desde el
pecho hasta la polla tiesa. Sigo con el glande
y termino trazando espirales.
Luego me la meto entera en la boca.
—¡Ava, por favor! —gime.
Abandono su polla y saco la llave de las
esposas de un cajón de la
cómoda. Deja escapar un suspiro de alivio
cuando me acerco a él. No sé
por qué, pero no voy a soltarlo del todo.
Libero su mano lastimada, que cae
sobre la cama. Una punzada de culpabilidad me
asalta cuando flexiona los
dedos con cuidado e intenta que la sangre
vuelva a circular. Me acerco a la
cómoda y dejo la llave encima.
—Pero ¿qué haces? —pregunta con el ceño
fruncido.
—¿Dónde está tu móvil?
—¿Por qué? —Es evidente que está confuso.
—Lo vas a necesitar. ¿Dónde está?
—En mi chaqueta. Ava, dame la llave. —Está
volviendo a perder la
paciencia.
Encuentro la chaqueta en el suelo, donde la
tiró anoche antes de
abalanzarse sobre mí. Cojo el móvil del
bolsillo y lo dejo sobre la mesilla
de noche, fuera de su alcance, pero por muy
poco. No quiero que llame
para pedir ayuda antes de que yo pueda
escapar.
Cojo mi bolso, salgo del dormitorio y dejo a
un hombre con una
erección tremenda y muchas ganas de hacerme
suya. Me las va a hacer
pagar todas juntas, pero al menos le he quitado
las esposas de una mano.
Vale, es la mano que tiene lastimada, pero se
las apañará... si no la fuerza
demasiado.
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