Capítulo
11
—Hola, flor. —Patrick sale de su despacho
justo cuando estoy sentándome
ante mi mesa—. Has llegado puntual y despierta
esta mañana.
Se acomoda en el borde de mi escritorio y pone
su habitual cara de
disgusto cuando éste lanza su crujido habitual
de protesta.
—¿Tienes algo que contarme?
—No mucho. —Enciendo el ordenador—. Tengo una
cita con el señor
Van Der Haus a la hora de la comida para
revisar mis diseños.
—Muy bien. ¿Qué tal con el señor Ward?
—pregunta inocentemente
—. ¿Has tenido noticias suyas?
«¡Sí, de hecho, acabo de esposarlo a la cama!»
Me pongo roja como un tomate.
—Eh..., no. No estoy segura de cuándo volverá
de su viaje de
negocios.
Todavía colorada, aparto la mirada de Patrick
y abro mi correo
electrónico mientras mentalmente rezo para que
cambie de tema.
—Han pasado casi dos semanas, ¿no? —pregunta.
Sospecho que tiene
el ceño fruncido, pero no puedo mirarlo para
confirmarlo—. Me pregunto
por qué tarda tanto.
Toso.
—No tengo ni idea.
Patrick se levanta de mi mesa, que emite un
largo crujido.
—No puede estar tan ocupado —gruñe—. Por
cierto, Sally no se
encuentra bien y no va a venir a trabajar
—dice al salir de mi despacho.
¿Sally está enferma? No es propio de ella.
¡Uy! Anoche fue la segunda
cita. O fue muy bien y ha dicho que está
enferma para poder pasarse todo
el día en la cama con el chico misterioso, o
fue muy mal y ha dicho que
está enferma para pasarse el día hecha una
mierda en la cama con una caja
de pañuelos de papel. Me siento fatal pero
sospecho que es lo segundo.
Pobre Sal.
Me hundo en la silla con un suspiro y salto al
oír Angel atronando en
mi bolso. Madre mía. Ya se ha soltado. No voy
a contestar. La llamada
termina, pero vuelve a sonar de nuevo un
segundo después, pero esta vez es
mi tono de siempre. Saco el teléfono del bolso
y atiendo la llamada de la
señora Quinn.
—Buenos días, señora Quinn —saludo con tono
alegre.
—Hola, Ava. Por favor, llámame Ruth. Llamaba
para ver qué tal van
las cosas. ¿Has conseguido poner el proyecto
en marcha?
—Sí, he preparado un presupuesto desglosado de
mis servicios, Ruth,
y tengo listos unos cuantos bocetos para
mandarte.
—Estupendo. —Parece entusiasmada—. Tengo
muchas ganas de
verlos. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Bueno, si estás de acuerdo con el presupuesto
y te gustan los
bocetos, podemos empezar a preparar los
diseños.
—¡Genial! ¡No sabes la ilusión que me hace!
Sonrío. Sí, eso es obvio.
—Vale. Te mando el presupuesto y los bocetos a
última hora de hoy.
Adiós, Ruth.
—Gracias, Ava.
Cuelga y me pongo a escanear los bocetos de
inmediato. Me encanta
trabajar para gente a la que su casa le
apasiona tanto como a mí.
Son las diez en punto. Llevo un par de horas
en la oficina y he
adelantado un montón de trabajo. Cojo el
teléfono fijo para llamar a Stella,
la mujer que me hace las cortinas, para hablar
sobre los nuevos textiles de
la señora Stiles. La conversación es muy
agradable. Es un poco hippy y
naturista, a juzgar por las fotografías que
cuelgan de las paredes de su
taller, pero hace magia con las telas. Me hace
feliz cuando me dice que
acaba de embalarlas y que están listas para
que vaya a recogerlas. Falta una
semana para la fecha que le di a la señora
Stiles, así que estará encantada.
Cuelgo y doy vueltas en mi silla. Casi me da
un ataque cuando veo a
mi dios arrogante, que me observa con las
cejas arqueadas y maliciosas. Su
bello rostro luce su clásica sonrisa
arrebatadora. Me pongo en alerta
máxima al instante.
«¡No, no, no!»
Está para comérselo. Lleva un traje gris y una
camisa azul claro, con
el cuello desabrochado y sin corbata. Se ha
afeitado la barba de dos días y
se ha peinado. Me alegra la vista pero mi
mente es un revoltijo de
incertidumbres.
—Me alegro mucho de verte, Ava —dice con
calma; se acerca y me
tiende la mano. Las mangas de su chaqueta se
quedan atrás y revelan su
Rolex de oro.
«¡Mierda!»
Me quedo helada cuando veo una colección de
marcas rojas alrededor
de su muñeca que la cadena de oro de su reloj
no logra ocultar. Y es su
mano herida. Obligo a mi mirada aterrorizada a
dirigirse a su cara y él me
comprende y asiente. Me doy de patadas mentalmente.
Le he hecho daño.
Me siento fatal. No lo culpo por estar tan
enfadado.
Le doy la mano pero no se la estrecho. No
quiero hacerle más daño.
—Lo siento mucho —susurro con remordimiento.
Mi deseo irracional
de saber su edad le ha dejado huella. Me va a
castigar a lo grande. Me lo he
buscado.
—Lo sé —responde con frialdad.
—¡Señor Ward! —La voz alegre de Patrick invade
mis oídos mientras
se acerca a mi mesa desde su despacho. Suelto
la mano de Jesse—. ¡Cuánto
tiempo! Le acababa de preguntar a Ava si había
tenido noticias suyas.
—Señor Peterson, ¿cómo está? —Jesse le dirige
una sonrisa capaz de
derretir a una piedra, una de esas que
normalmente reserva para las
mujeres.
—Muy bien. ¿Qué tal su viaje de negocios?
—pregunta Patrick.
La mirada de Jesse se cruza un instante con la
mía antes de volver a
enfrentarse a la de Patrick.
—He conseguido los bienes que quería.
«¿Bienes?»
—¿Ha recibido mi depósito? —pregunta a
continuación Jesse.
A Patrick se le ilumina la cara.
—Sí, todo perfecto, gracias —confirma. No le
comenta al señor Ward
que es demasiado para ser un pago por
adelantado.
—Muy bien. Como ya le dije, estoy deseando
empezar con el
proyecto. Mi inesperado viaje de negocios nos
ha retrasado. —Hace énfasis
en lo de «inesperado».
—Por supuesto. Estoy seguro de que Ava cuidará
bien de usted. —
Patrick me pone la mano sobre un hombro con
cariño y Jesse no le quita la
vista de encima.
«¡No, por favor! ¡No avasalles a mi jefe!»
—De eso estoy seguro —farfulla con la mirada
todavía clavada en la
mano de Patrick, que no se ha movido de mi
hombro.
Tiene sesenta años, el pelo blanco, y le
sobran como treinta kilos. No
puede ser que tenga celos de mi jefe, que es
como un oso de peluche.
Le lanza una mirada a Patrick.
—Iba a preguntarle a Ava si le gustaría salir
a desayunar para que
repasemos un par de cosas, si no le parece
mal.
Eso último no es una pregunta. «Pues sí, está
pasando por encima de
mi jefe.»
—¡Adelante! —exclama Patrick la mar de
contento.
«¿Y a mí no me pregunta?»
—Lo cierto es que he quedado para comer con un
cliente —digo
señalando la página de mi agenda, de la que ha
desaparecido el rotulador
negro con el que Jesse las marcó todas.
Quiero posponer el enfrentamiento todo lo
posible. No me siento
cómoda con esa mirada taimada suya. Se lo está
pasando pipa, pero
entonces ve mi agenda nueva, frunce el ceño y
le tiemblan un poco los
músculos de la mandíbula.
¡Sí, quité la otra! Más le vale no pensar
siquiera en sabotearme la
agenda nueva.
—Aún queda mucho para el mediodía —señala Jesse,
y yo agacho la
cabeza—. No tardaremos —añade con una voz
ronca y cargada de
promesas que también tiene un toque de
amenaza.
—¡Solucionado! —exclama Patrick, feliz, de
camino a su oficina—.
Ha sido un placer volver a verlo, señor Ward.
Me siento y me doy golpecitos con la uña en
los dientes mientras
intento encontrar el modo de escaquearme.
Imposible. Aunque tuviera una
buena razón, sólo estaría retrasando lo
inevitable. Miro al hombre al que
amo más allá de lo razonable y me echo a temblar.
Está demasiado
tranquilo, nada que ver con la bestia parda
que he dejado esposada a la
cama esta mañana.
—¿Nos vamos? —pregunta metiéndose las manos en
los bolsillos.
Recojo mi móvil de la mesa, lo meto en el
bolso junto con la carpeta
de la Torre Vida. Voy a tener que ir directa
al Royal Park para reunirme
con Mikael después de mi «reunión» con Jesse.
Me abre la puerta y Tom entra como un rayo
antes de que yo haya
podido salir. Abre unos ojos como platos al
ver quién está sosteniendo la
puerta abierta.
—¡Señor Ward! —exclama antes de lanzarme una
mirada curiosa. Es
ridículo que le hable a Jesse con tanta
formalidad. Ha salido de copas y ha
estado bailando con él.
—Tom —lo saluda Jesse con la cabeza, muy
profesional.
—Voy a un desayuno de negocios con el señor
Ward —digo con una
inclinación de cabeza y una mirada delatora.
Jesse se ríe ligeramente.
—Ah, ya veo. Conque un desayuno de negocios,
¿eh? —Tom se parte
de risa. Me encantaría darle una patada en la
espinilla. Se vuelve hacia
Jesse y le ofrece la mano—. Espero que
disfrute de su desayuno de
negocios.
Cuando Jesse le estrecha la mano, Tom le guiña
el ojo, y en ese
momento decido que la próxima vez que vea a
Tom le voy a pegar una
patada en la espinilla.
Salgo a la calle a toda prisa. Es un alivio
estar lejos de la oficina y de
la posibilidad de que alguien se chive, pero
estoy nerviosa porque ahora
estoy, básicamente, a merced de Jesse. Sé que
el hecho de que haya gente
no va a evitar que me aprisione contra la
primera pared libre que
encontremos.
Caminamos uno al lado del otro hasta llegar a
Piccadilly. No sé
adónde vamos pero lo sigo. No intenta cogerme
de la mano y tampoco abre
la boca. Me estoy poniendo de los nervios. Lo
veo muy serio y no me
devuelve la mirada, aunque sé que sabe que lo
estoy observando.
—Perdone, ¿tiene hora? —le pregunta a Jesse
una mujer de negocios
madurita.
Él se saca la mano del bolsillo y mira el
reloj. Hago una mueca al ver
las marcas en su muñeca. La mano sigue
amoratada por la paliza que le
pegó a su coche, y yo no he hecho más que
empeorarlo.
—Son las diez y cuarto. —Le lanza su sonrisa,
la que se reserva para
las mujeres, y ella se derrite en el asfalto
delante de él.
La mujer le da las gracias y yo me pongo tan
celosa que me hierve la
sangre. La muy sinvergüenza se aproxima más a
la edad de Jesse que yo.
No me creo que no lleve encima un móvil en el
que consultar la hora. Todo
el mundo tiene móvil hoy en día. Además, ¿por
qué no se lo ha preguntado
al tipo gordo, calvo y de mediana edad que
tenemos delante? Pongo los
ojos en blanco y espero a que Jesse decida
seguir caminando.
Se pasa unos instantes destrozando a la mujer
con su sonrisa
aplastante, asegurándose de que recibe un
pleno impacto. Luego echa a
andar y yo lo sigo. Miro atrás y veo que la
mujer no nos quita ojo de
encima. ¿Cómo se puede ser tan descarada y
estar tan desesperada? Me río
para mis adentros. Yo también estoy
desesperada cuando se trata de Jesse,
y también me vuelvo descarada.
Cruzamos la calle y nos acercamos al Ritz. Me
quedo atónita cuando
se abren las puertas y Jesse me hace un gesto
para que entre. ¿Vamos a
desayunar en el Ritz?
No digo nada de camino al restaurante, donde
nos hacen tomar asiento
en un sitio de lo más elegante y obsceno. Este
lugar no le pega a Jesse. Y a
mí, aún menos.
—Tomaremos huevos benedictina, los dos, con
salmón ahumado y
pan integral; un capuchino doble sin chocolate
y un café solo. Gracias. —
Jesse le devuelve la carta al camarero.
—Gracias, señor —responde él. Luego coge mi
servilleta de tela cara
y me la coloca en el regazo. Repite el mismo
movimiento, con el mismo
cuidado, con la de Jesse. Y a continuación se
va.
Miro el lujoso entorno, lleno de gente rica y
de buena familia. Estoy
incómoda.
—¿Qué tal el día? —me pregunta él como si
nada, sin rastro de
emoción en la voz. Todavía me hace sentir más
incómoda, y la pregunta
me lleva a su presencia amenazadora al otro
lado de la mesa pija. Se quita
la servilleta del regazo y la deja sobre la
mesa. Me mira impasible.
¿Qué diablos le contesto? Está siendo un día
muy raro, y eso que no
son ni las once. Por ahora, he averiguado qué
edad tiene, he usado un
vibrador, lo he esposado a la cama y lo he
dejado allí, y ahora estoy
desayunando en el Ritz. Desde luego, no es mi
típico día en la oficina.
—No estoy segura. —Soy sincera porque tengo la
sensación de que
habrá más rarezas que añadir a la lista.
Baja la mirada y sus largas pestañas abanican
sus pómulos.
—¿Quieres que te cuente cómo va mi día?
—Como quieras —susurro. Mi voz está cargada de
todo el
nerviosismo que tengo en el cuerpo.
Ni siquiera estoy segura de que no vaya a
montar una escena en el
hotel más pijo de Londres delante de los pijos
más repijos de la ciudad.
Se apoya en el respaldo de la silla y me lanza
una potente mirada
verde.—
Bueno, una pequeña coqueta desobediente ha
retrasado mi carrera
matutina porque me ha esposado a la cama y me
ha torturado para
sonsacarme información. Luego me ha
abandonado, dejándome indefenso
y necesitándola desesperadamente. —Empieza a
jugar con el tenedor y yo
me encojo bajo su mirada. Respira hondo—. Al
final he conseguido coger
el móvil que me había dejado... apenas...
fuera de mi alcance. —Hace un
gesto de pinza con el pulgar y el índice—, y
luego he tenido que esperar a
que un empleado viniera a liberarme. He
corrido veintidós kilómetros en
mi tiempo libre para soltar las frustraciones
y el malestar que me ha
causado, y ahora estoy mirando su bonito
rostro y tengo ganas de tumbarla
boca abajo sobre esta mesa tan elegante y
follármela sin parar durante una
semana entera.
Trago saliva. Lo que acaba de decir en el
restaurante del Ritz sin
preocuparse por quién pueda estar
escuchando... Dios mío, ¿qué habrá
pensado John de mí? Espero que se haya reído.
Parece que el
comportamiento y la forma en la que Jesse
reacciona conmigo le hacen
mucha gracia.
El camarero nos sirve los cafés, los dos
asentimos y le damos las
gracias antes de que se retire.
Cojo mi cucharilla pija de plata (creo que de
ley) y empiezo a
remover lentamente mi café.
—Has tenido una mañana la mar de entretenida
—digo con calma.
¿Por qué habré dicho eso?
Levanto la vista, nerviosa, y me lo encuentro
intentando reprimir una
sonrisa. Qué alivio. Tiene ganas de reírse pero
también le apetece estar
enfadado conmigo.
Suspira.
—Ava, no vuelvas a hacerme eso.
Me desintegro en mi trono amarillo.
—Estabas muy enfadado —digo, y suelto un largo
y profundo suspiro.
—Lo estaba, estaba mucho más que enfadado.
Estaba como loco, Ava.
—Se masajea las sienes en círculos intentando
borrar el recuerdo.
—¿Por qué?
Se detiene en mitad del masaje.
—Porque no podía tocarte. —Lo dice como si
fuera tonta. Capta mi
mirada confusa porque se lleva los dedos a la
frente y apoya el codo sobre
la mesa—. La idea de no poder tocarte hizo que
me entrara el pánico.
«¿Qué?»
—¡Pero si estaba en la habitación! —exclamo un
pelín demasiado
alto. Miro alrededor para asegurarme de que no
he llamado la atención de
la clientela pija.
Me lanza una mirada asesina.
—¡Cuando te fuiste no estabas en la
habitación!
Me inclino hacia él.
—Me fui porque me amenazaste. —Ésta no es una
conversación que
uno deba tener en medio del pijerío del Ritz.
—Claro, porque me cabreaste, me volviste loco.
—Me mira con los
ojos muy abiertos—. ¿Cuándo compraste las
esposas? —me pregunta en
tono acusador, y da un golpe sobre la mesa con
las palmas de las manos
que hace callar a los demás comensales.
Me hundo en mi trono y espero a que retomen
sus conversaciones.
—Ayer, al salir del trabajo. Tu puto polvo de
represalia me chafó los
planes —gruño.
—Esa boca... ¿Cómo que te chafé los planes?
—pregunta, incrédulo
—. Ava, en ninguno de mis planes entraba que
me maniataras y me
tuvieras a tu merced. En realidad, tú me has
chafado los planes a mí.
Dejamos de hablar de planes, de polvos de
represalia y de esposas
cuando el camarero se acerca con nuestros
huevos. Me sirve primero a mí
y luego a Jesse. Gira los platos para que la
presentación, que es una obra de
arte, luzca al máximo y nosotros podamos
admirarla antes de atacarla con
cuchillo y tenedor. Le sonrío para darle las
gracias.
—¿Se le ofrece algo más, señor? —le pregunta
el camarero a Jesse.
—No, gracias.
El camarero se va y nos deja para que
retomemos nuestra
conversación inapropiada.
Hundo el cuchillo en mi plato. Es demasiado
bonito para comérselo.
—Deberías saber que tu pequeña coqueta está
muy orgullosa de sí
misma —digo pensativa mientras me llevo a la
boca la tostada integral
más deliciosa del mundo, cubierta de salmón y
salsa holandesa.
—Apuesto a que sí. —Levanta las cejas—. ¿Es
consciente de que
estoy locamente enamorado de ella?
Me derrito en el acto. Estoy en el Ritz,
disfrutando de una comida
increíble, y tengo delante al hombre más
apuesto y arrebatador que he visto
en mi vida, mi hombre apuesto y arrebatador.
Es todo mío. Estoy tomando
el sol en el séptimo cielo de Jesse.
—Creo que sí.
Se centra en su plato.
—Más le vale creérselo de verdad —dice, muy
serio.
—Lo sabe.
—Mejor.
—Además, ¿qué problema hay? —pregunto—.
Treinta y siete años no
es nada.
Me mira un instante. Casi parece avergonzado.
—No lo sé. Tú tienes veintipico y yo tengo
casi cuarenta.
—¿Y? —Lo miro atentamente. Es obvio que se
siente acomplejado
por su edad—. Te preocupa más a ti que a mí.
—Puede ser. —Lucha por contener una sonrisa.
Se siente aliviado al
ver que a mí no me importa en absoluto.
Sacudo la cabeza y me dedico a comer. Mi
donjuán arrogante se siente
inseguro, pero eso sólo hace que lo quiera más
aún.
Comemos tranquilos y en silencio. El camarero
nos visita a intervalos
regulares para comprobar que todo está a
nuestro gusto. ¿Cómo podría no
estarlo? Cuando terminamos, recoge los platos
con maestría y Jesse le pide
la cuenta.
—¿Cuándo vamos a comprar el vestido? —pregunta
antes de beber un
sorbo de café.
Suelto un leve bufido, exasperada. Se me había
olvidado. Sé que, si
desobedezco, me echará a patadas del séptimo
cielo de Jesse. Me encojo de
hombros.
—No hace falta que me acompañes —repongo;
puedo pasarme por
House of Fraser en cualquier momento.
—Quiero ir. Recuerda que te debo un vestido.
—Sonríe, y la masacre
del vestido me viene a la memoria. Sólo quiere
venir para poder aprobar la
selección, lo que significa que acabaré con
pantalones de esquí y jersey
ancho de cuello alto.
—¿El viernes a la hora de comer? —Intento
parecer animada, pero
fracaso miserablemente.
La arruga de la frente se acentúa.
—¿No te parece que es muy poco tiempo?
—Encontraré algo —digo mientras me termino el
café más delicioso
que he probado nunca.
—Apúntame en tu agenda. Quiero el viernes por
la tarde, toda la
tarde.—
¿Qué? —Me están saliendo arrugas en la frente.
Saca un fajo de billetes del bolsillo y mete
cinco de veinte en la
cartilla de cuero que ha dejado el camarero
antes de irse. ¿Cien libras por
un desayuno? ¡Cuesta lo mismo que mi vestido
nuevo!
—El viernes por la tarde tienes una cita con
el señor Ward. A la una,
más o menos. —Los ojos le brillan de
felicidad—. Iremos a comprar un
vestido y podremos arreglarnos sin prisas para
la fiesta.
—¡No puedo dedicarle toda la tarde a una sola
cita! —espeto,
incrédula. Don Imposible ha vuelto.
—Claro que puedes, y es justo lo que vas a
hacer. Le estoy pagando
más que suficiente a tu jefe. —Se levanta y se
acerca a mi lado de la mesa
—. Tienes que decirle a Patrick que estás
viviendo conmigo. No voy a
andarme de puntillas con él mucho tiempo.
¿Estoy viviendo con él? Tomo la mano que me
ofrece y me pongo de
pie. Lo dejo que me conduzca afuera del
restaurante. No, no va andarse de
puntillas. Va a pasarle por encima.
—Eso me complicará las cosas en el trabajo.
—Intento hacerlo
razonar—. No le va a gustar, Jesse, y no
quiero que piense que estoy
haciendo la vaga en vez de trabajar cuando me
reúno contigo.
—Me importa un bledo lo que piense. Si no le
gusta, te retiras —dice
sin dejar de andar, arrastrándome detrás de
él.
¿Que me retire? Adoro mi trabajo, y también
adoro a Patrick. Está de
coña.
—Vas a pasarle por encima, ¿verdad? —digo con
tiento. Mi hombre
es como un rinoceronte.
El aparcacoches le da las llaves a Jesse y él
le tiende un billete de
cincuenta libras. ¿Cincuenta? ¿Por aparcarle
el coche y devolvérselo? Vale
que es un Aston Martin, pero aun así...
Se vuelve, me coge la cara con las manos y me
da un beso de
esquimal.
—¿Amigos? —Su aliento mentolado es como una
apisonadora.
—Sí —me someto, pero a juzgar por los últimos
minutos de
conversación, no espero que lo seamos por
mucho tiempo. ¿Retirarme?—.
Gracias por el desayuno.
Sonríe.
—De nada. ¿Adónde vas ahora?
—Al Royal Park.
—¿Cerca de Lancaster Gate? Yo te llevo. —Me da
un beso apretado
en los labios y me acerca suavemente las
caderas hacia sí.
Trago saliva.
¡No puede hacerme esto en la puerta del Ritz!
Se ríe ante mi
estupefacción antes de llevarme al coche. El
aparcacoches me abre la
puerta, le sonrío con dulzura y luego tomo
asiento. Jesse se desliza detrás
del volante y me da un apretón rápido en la
rodilla antes de internarse
zumbando entre el tráfico de media mañana de
Londres, como siempre, a
velocidad de vértigo. Me pregunto cuántos
puntos le quedan en el carnet.
Así que acabo de tener un desayuno de negocios
con el señor Ward en
el que sólo hemos hablado de locuras...
—¿Qué le digo a Patrick? —Me vuelvo para
mirarlo. Joder..., es tan
guapo.—
¿Sobre qué? ¿Sobre nosotros? —Me mira un
instante. La arruga de
la frente ya está en su sitio. Se encoge de
hombros—. Dile que ya nos
hemos puesto de acuerdo sobre tus honorarios y
que te quiero en La
Mansión el viernes para terminar los diseños.
—Haces que parezca muy fácil —suspiro
echándome hacia atrás en
mi asiento mientras miro el parque al otro
lado de la ventanilla.
Pone su mano sobre mi muslo y me da un
apretón.
—Nena, haces que parezca muy complicado.
Jesse derrapa a la salida del Royal Park y
hace un gesto a un
aparcacoches que lo mira con cara de felicidad
cuando se acerca a recoger
el vehículo.
—Te veo en casa.
Me envuelve la nuca con la palma de la mano,
me acerca hacia sí y se
toma su tiempo para despedirse. Lo dejo hacer.
Me lo tiraría aquí mismo.
El aparcacoches no se va, sino que mira con
ojos golosos el DBS.
—Más o menos a las seis —le confirmo mientras
él me besa la
comisura de los labios.
Sonríe.
—Más o menos.
Sé que no es el mejor momento para sacar el
tema, pero me va a estar
carcomiendo el resto del día. No lo habrá
dicho en serio, ¿verdad?
—No puedo retirarme a los veintiséis.
Se reclina en su asiento. Los estúpidos
engranajes se ponen en
marcha. Me preocupo: lo decía en serio.
—Ya te lo he dicho, no me gusta compartirte
con nadie.
—Eso es ridículo —exploto. Reacción
equivocada, a juzgar por la
mirada furibunda que cruza por su cara.
—No me llames ridículo, Ava.
—No te estaba diciendo ridículo a ti, se lo
decía a esa loca idea tuya
porque es ridícula —refuto con calma—. Nunca
voy a dejarte. —Le
acaricio la nuca. ¿De verdad necesita que se
lo vuelva a repetir?
Su labio inferior desaparece entre los dientes
y se queda mirando el
volante del DBS.
—Eso no va a detener a quienes intenten
apartarte de mi lado. No
puedo permitir que eso suceda. —Me lanza una mirada
torturada que me
abre un agujero enorme en el estómago.
—¿Y ésos quiénes son? —pregunto con un claro
tono de alarma.
Niega con la cabeza.
—Nadie en particular. Ava, no te merezco. Eres
una especie de
milagro. Eres mía y te protegeré como sea,
haré lo necesario para eliminar
toda amenaza. —Agarra el volante con las
manos, que se le ponen blancas
de apretarlo con tanta fuerza—. Vale, necesito
dejar de hablar de esto
porque me pongo violento.
Miro a mi hermoso hombre controlador, mi
neurótico, y desearía
poder darle las garantías que necesita. Mis
palabras no bastarán nunca.
Ahora me doy cuenta. También me doy cuenta de
que lo que en verdad
quiere decir es que eliminará a cualquier
hombre que suponga una amenaza
para él, no para mí.
Me quito el cinturón de seguridad y me siento
en su regazo, como si el
aparcacoches no estuviera. Total, sigue
babeando con el DBS. Acerco su
cara a la mía, la cojo por las mejillas y lo
beso. Gime, me agarra del
trasero y me acerca a sus caderas. Quiero que
me lleve al Lusso ahora
mismo, pero no puedo darle plantón a Mikael.
Nuestras lenguas se entrelazan, se acarician,
se apartan y se unen de
nuevo una y otra vez. Necesito tanto a este
hombre que me duele, es un
dolor constante y horrible, y ahora sé que él
siente lo mismo por mí.
Me aparto. Tiene los ojos cerrados. Lo he
visto antes así y, la última
vez que lo vi así, fue porque tenía algo que
contarme.
—¿Qué pasa? —pregunto, nerviosa.
Abre los ojos como si se acabara de dar cuenta
de que su cara lo
delataba.
—Nada. —Me aparta un mechón de la cara—. Todo
va bien.
Me tenso en su regazo. Eso también me lo ha
dicho antes, y la verdad
es que nada iba bien.
—Hay algo que quieres contarme —lo digo como
si fuera un hecho.
—Es verdad. —Deja caer la cabeza y se me
revuelve el estómago,
pero entonces la levanta y me mira—. Te quiero
con locura, nena.
Retrocedo un poco.
—Eso no es lo que quieres decirme. —Mi tono es
de sospecha.
Me dedica su sonrisa sólo para mujeres y me
derrito en su regazo.
—Lo es, y seguiré diciéndotelo hasta que te
canses de oírlo. Para mí
es una novedad. —Se encoge de hombros—. Me
gusta decírtelo.
—No me cansaré de oírlo, y no se lo digas a
nadie más. Me da igual lo
mucho que te guste.
Sonríe. Es una sonrisa de niño travieso.
—¿Te pondrías celosa?
Resoplo.
—Señor Ward, no hablemos de celos cuando acaba
de jurar que va a
eliminar toda amenaza —digo, cortante.
—Está bien. —Me aprieta contra sí y levanta la
pelvis. Mi sexo se
despierta con un latido perverso—. Mejor vamos
a pedir una habitación —
susurra moviendo una vez más sus exquisitas
caderas.
Me bajo de su regazo, ansiosa por escapar de
sus caricias, que me
atontan, antes de que me dé por arrancarle el
traje.
—Voy a llegar tarde a mi reunión. —Cojo el
bolso y le doy un beso
breve—. Cuando llegue a casa, confío en que
estés esperándome en la
cama.Me regala una sonrisa satisfecha.
—¿Me está dando usted órdenes, señorita
O’Shea?
—¿Va a decirme que no, señor Ward?
—Nunca, pero recuerda quién manda aquí.
Intenta cogerme pero le doy un manotazo y
salto del coche antes de
que me haga perder la razón. Meto la cabeza.
—Tú, pero te necesito. Por favor, ¿podrías
esperarme desnudo para
cuando llegue?
—¿Me necesitas? —pregunta con una mirada
triunfal.
—Siempre. Nos vemos en tu casa.
Cierro la puerta y lo oigo gritar «nuestra»
mientras me alejo.
De pronto soy consciente de que alguien me
está taladrando con la
mirada. Me vuelvo y veo que el aparcacoches
sonríe de oreja a oreja. Me
sonrojo a más no poder y subo los escalones de
la entrada del hotel. Estoy
contenta y a gusto en el séptimo cielo de
Jesse.
Oigo que me ha llegado un mensaje y busco el
móvil en el bolso.
Es de Jesse.
Te extraño, te quiero, yo también te necesito.
Bss, J.
Me echo a reír. ¿Cómo lo ha escrito tan de
prisa? Si no hace ni tres
segundos que se ha ido. Meto el móvil en el
bolso y recorro el vestíbulo del
Royal Park.
Me conducen al mismo reservado en el que
Mikael y yo nos reunimos
la última vez y él ya está esperándome. Tiene
los tableros de inspiración
esparcidos por la mesa y los está estudiando.
Hoy parece más informal. Se
ha quitado la chaqueta, se ha aflojado la
corbata y lleva el pelo rubio
perfecto.
Levanta la vista al oír que alguien se acerca.
—Ava, me alegro de volver a verte. —Su voz y
su acento son tan
suaves como siempre.
—Igualmente, Mikael. ¿Has recibido los
bocetos? —Señalo con la
cabeza los tableros y dejo el bolso en uno de
los sillones de cuero verde.
—Sí, pero el problema es que me encantan
todos. Eres demasiado
buena. —Me ofrece la mano y se la acepto.
—Me alegro. —Le dirijo una amplia sonrisa y él
me estrecha la mano
con suavidad.
Me suelta y se vuelve hacia la mesa.
—Aunque me decanto por esto. —Señala el de
tonos blancos y crema,
mi favorito.
—Yo también escogería ése —digo, contenta—.
Creo que es el que
mejor resume tus aspiraciones.
—Es verdad —me sonríe con dulzura—. Toma
asiento, Ava. ¿Te
apetece beber algo?
Me siento en un sillón.
—Agua, gracias.
Le hace una seña al camarero que está en la
puerta antes de sentarse
en el sillón que hay a mi lado.
—Perdona que haya retrasado tanto nuestra
reunión. Las cosas en casa
se complicaron un poco más de lo que esperaba.
Ah. Debe de estar hablando de su divorcio. No
puedo imaginarme que
las cosas vayan como la seda cuando uno es tan
rico como Mikael. Su
esposa querrá sacarle hasta el último céntimo.
¿Qué otra cosa podría ser?
Pero me callo. Sospecho que Ingrid se fue de la
lengua. No quiero que la
despida. Me cae bien.
—No pasa nada. —Sonrío y me centro en los
tableros—. Entonces
¿nos quedamos con éste? —Pongo la mano sobre
la gama de blancos y
cremas.
Se inclina hacia adelante.
—Sí, me gusta la calidez y la simplicidad. Eres
muy lista. Uno podría
pensar que es insípido y frío, pero no es así
en absoluto.
—Gracias. Todo depende de las telas y de los
tonos.
Sonríe. Tiene los ojos azules muy brillantes.
—Sí, supongo que así es.
Pasamos varias horas hablando de fechas,
plazos y presupuestos. Es
muy fácil tratar con él, cosa que supone un
gran alivio, y más después de
que en nuestra última reunión me invitara a
cenar. Me preocupaba que las
cosas fueran raras entre nosotros, pero no. Se
ha tomado bien mi negativa y
no ha vuelto a mencionar el asunto.
—Y todos los materiales serán sostenibles,
¿sí? —Pasa su largo índice
por los dibujos de una cama con dosel de la
que habíamos hablado y de la
que yo he hecho los bocetos.
—Por supuesto. —Mentalmente le doy las gracias
a Ingrid por el dato
que Mikael olvidó darme y que resultaba ser
tan importante. Le muestro
las otras piezas de mobiliario que he
dibujado—. Todo es sostenible, como
especificaste. Entiendo que en Escandinavia se
toman muy en serio la
deforestación.
—Cierto —se ríe—. Todos tenemos que aportar
nuestro granito de
arena por el medio ambiente. Tuvimos mala
prensa por el Lusso.
Imágenes de doce supermotos y un DBS que chupa
gasolina como una
esponja inundan mi mente. Apuesto a que Mikael
conduce un Prius
híbrido.
—Lo sé.
Me mira a los ojos y yo sonrío tímidamente.
—Disculpa, tengo que ir al servicio —digo,
cojo mi bolso y me
levanto.
Paso cinco minutos en el baño retocándome el
maquillaje y usando los
servicios. Me gusta cómo se está desarrollando
la reunión y tengo ganas de
volver a la oficina y empezar con el diseño
final. Me atuso el pelo, me
pellizco las mejillas y salgo del lavabo de
señoras. Cruzo el vestíbulo del
hotel y vuelvo al reservado.
Al entrar, casi me atraganto cuando veo a
Jesse de pie junto a Mikael,
tan campante, mirando mis diseños.
Pero ¿qué coño hace aquí?
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