Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

02 Obsesión - Mi Hombre Capítulo 12


Capítulo 12
Esta vez se ha pasado de la raya. No va a fastidiarme la reunión de
negocios. Dios, va a aplastar a Mikael, y eso que ni siquiera sabe que la vez
anterior me invitó a salir con él a cenar.
No entiendo nada. Los observo charlar, en plan profesional, mientras
pienso en cómo voy a manejar la situación. Como siempre, cuando Jesse
me la juega de esta manera, lo que quiero es gritarle, pero Mikael está con
él, así que no puedo hacerlo.
Como si notara mi presencia (siempre la nota), se vuelve y me mira.
Le lanzo una mirada que deja claro que está abusando de su suerte y me
acerco despacio.
—Mikael —digo abriéndome paso entre ellos dos.
Jesse se pone tenso de pies a cabeza al ver la familiaridad con la que
trato a mi cliente. ¡Por mí, como si se tira por la ventana! Se lo tiene
merecido. ¿Y quiere que me vaya a vivir con él? Ya puede olvidarse, y no
hay polvo de entrar en razón que vaya a hacerme cambiar de parecer.
Mikael me sonríe. No se me pasa por alto la ceja arqueada.
—Ava, te presento a Jesse Ward. Compró el ático del Lusso. Le estaba
enseñando tus diseños. Está tan impresionado como yo.
—Gracias —digo sin saludar ni mirar a Jesse. Le doy la espalda y me
centro en mi cliente—. ¿Fijamos la fecha de nuestra próxima reunión?
Siento una corriente de aire gélido procedente de Jesse.
—Sí, perfecto —asiente Mikael—. ¿Te va bien el viernes por la tarde?
Podemos reunirnos en Vida y hacernos una idea aproximada de las
cantidades. ¿Qué te parece si te invito a comer?
Levanta las cejas, sugerente, y a pesar de que sé que no debería alentar
este tipo de comportamiento, no puedo evitarlo.
—El viernes por la tarde me va perfecto, y estaré encantada de comer
contigo. —Sonrío hasta que siento el aliento tibio y mentolado de Jesse en
la nuca. Se me ha acercado mucho para ser alguien que supuestamente no
me conoce.
—Lamento interrumpir —interviene de pronto.
Me quedo helada. «Por Dios, que no le dé por hacer la apisonadora.»
Me coge de los hombros y Mikael frunce el ceño, confuso. Jesse me
da la vuelta hasta que me quedo de cara a él.
—Nena, ¿no te acuerdas de que el viernes te voy a llevar de compras?
«¡Me cago en él!»
No tiene consideración ni vergüenza. Va a conseguir que me despidan.
Mikael llamará a Patrick para quejarse, luego Patrick se va a enterar de lo
de Jesse, ¡y me van a despedir! Ni siquiera logro reunir las fuerzas para
ponerle cara de asco.
Los ojos le brillan cuando ve mi expresión de estupor. No sé qué
hacer.—
No sabía que os conocierais —farfulla Mikael, aún más confuso
que yo.
Nos acaba de presentar y ninguno de los dos le hemos dicho que ya
nos conocíamos. De hecho, somos más que conocidos. Somos más que
amigos. Me acaba de llamar «nena» y me coge con fuerza de los hombros
de un modo que no es, para nada, profesional.
Jesse le dedica a Mikael una sonrisa de las que matan.
—Estaba por el barrio y sabía que el amor de mi vida estaba aquí. —
Se encoge de hombros—. Pensé en acercarme para robarle un beso. No voy
a verla hasta dentro de cuatro horas.
Me roza la oreja con los labios. Estoy sin habla.
—Te echaba de menos —susurra.
¿Que me echaba de menos? ¡Si sólo hace dos horas que no nos vemos!
Se está superando. Quiero darle una patada en la entrepierna. Este hombre
es imposible, y acabo de caerme de culo del séptimo cielo de Jesse.
Me da la vuelta, para que pueda ver a Mikael, y me aprieta contra su
pecho envolviéndome con sus brazos. Luego me besa en la sien. Esto es
muy poco profesional. Me quiero morir. Levanto la vista hacia Mikael, que
observa la sesión de avasallamiento de Jesse con atención.
—Perdona, cuando me has dicho que habías quedado aquí con tu
novia, no caí en la cuenta de que te referías a Ava —dice.
—Sí, ¿verdad que es preciosa? —Me besa en la sien otra vez y hunde
la nariz en mi pelo—. Y es toda mía —añade en voz baja, pero lo bastante
alto para que Mikael lo oiga.
Me arde la cara, cada segundo que pasa me sonrojo más y más. Miro a
todas partes menos a Mikael. ¿Está intentando eliminarlo a él? Mikael es
un cliente, no una amenaza. Al menos, por lo que Jesse sabe. Que Dios me
ayude si se entera de que me invitó a cenar.
Mi mirada se posa un instante en Mikael. Me está observando
fijamente. Estoy tan incómoda...
—Jesse, si yo tuviera una Ava, sin duda haría lo mismo. —Me sonríe
y me pongo aún más roja—. Entonces ¿quedamos mejor el lunes?
Recupero el habla.
—Por supuesto. El lunes es perfecto.
Intento librarme de Jesse pero no me suelta, y sé que ni el ejército
británico al completo podría arrancarme de sus brazos.
Mikael me ofrece la mano.
—Te llamaré para decirte a qué hora en cuanto haya consultado mi
agenda.
Le acepto la mano y la ofrenda. Estoy finalizando una importante
reunión de trabajo con un cliente muy importante en los brazos de mi loco
del control, neurótico y posesivo. Estoy pasándolo fatal.
—Espero esa llamada —digo con entusiasmo, y me gano un pellizco
por la espalda.
¿Es que quiere que explote aquí mismo?
Mikael sale del reservado y veo que se vuelve para mirarnos un par de
veces. Noto una mirada pensativa en su rostro pálido y no puedo evitar
pensar que Jesse acaba de lanzarle un desafío. Estoy tan enfadada que no
me responden las rodillas. Me alegro de que Jesse esté detrás de mí, porque
es lo único que me mantiene en pie.
Me relajo contra su pecho y suspiro.
—No me puedo creer que hayas hecho esto —le digo con calma,
mirando al vacío—. Acabas de avasallar al cliente más importante que
tengo.Me vuelvo entre sus brazos para mirarlo a la cara.
—¿Quién es tu cliente más importante? —pregunta con el ceño
fruncido.
Pongo los ojos en blanco.
—Tú eres mi amante, y da la casualidad de que también eres mi
cliente.
—¡Soy mucho más que tu amante!
Bueno, vale. Me he quedado un poco corta. Sin duda es más que mi
amante. Miro su rostro asustado y me maldigo por querer ir directa al bar
del hotel y beberme de un trago una copa de vino. Mentira, una botella
entera.
Suspiro. No hay nada que hacer.
—Tengo que volver al trabajo —digo. Me doy la vuelta, pero me coge
de la muñeca y siento la oleada de calor que siempre me provoca su
contacto.
Me adelanta y me mira a los ojos sin soltarme la muñeca.
—Lo has dicho a propósito —dice.
¡Sí, claro que sí! ¡Igual que él ha venido expresamente al Royal Park
para sabotear mi reunión! Lo miro a través del mar de lágrimas que se
agolpan en mis ojos.
—¿Por qué? —Es una pregunta sencilla.
Mira al suelo.
—Porque te quiero.
—Eso no es una razón. —Mi tono sugiere que me siento derrotada. Lo
estoy.Me observa, horrorizado, y me pone firme con su increíble mirada.
—Lo es. Además, tiene fama de ser un mujeriego.
Vale, ahora se está inventando cualquier excusa para justificar su
comportamiento irracional. Si me quiere, debería apoyarme en mi trabajo,
no sabotearlo. Sé que estoy siendo un poco melodramática pero esta
situación podría tener un impacto terrible en mi floreciente carrera, ¿y todo
porque él cree que Mikael es un mujeriego? ¿Basándose en qué?
—No puedes sabotear todas mis reuniones con clientes del sexo
opuesto —le digo, agotada. No confío en absoluto que vaya a hacerlo
entrar en razón.
—No lo haré. Sólo con él. Y con cualquier otro hombre que pueda ser
una amenaza —replica con franqueza.
Quiero darme de cabezazos contra la pared y gritar al cielo. ¿Significa
eso que aparecerá también el lunes en la Torre Vida? Jesse cree que todos
los hombres son una amenaza.
—Tengo que irme. —Intento recuperar el control de mi cuerpo pero él
no me suelta.
—Yo te llevo. —Finalmente me libera—. Coge tus cosas.
Se acerca a la mesa y comienza a recoger mis tableros de inspiración.
—Son realmente buenos —dice con celo.
No puedo corresponder a su entusiasmo. Estoy abatida y desanimada.
Puedo ver cómo la carrera de mis sueños desaparece por el desagüe, y lo
peor de todo es que tengo miedo de empujarlo a la bebida si no cumplo con
sus peticiones irracionales. Estoy desesperada y no le veo solución. ¿Cómo
puedo pasar de la felicidad absoluta al desaliento extremo en tan poco
tiempo?
Le pido a Jesse que me deje en la esquina de Berkeley Square para que
Patrick no me vea saliendo del coche del señor Ward casi cuatro horas
después de nuestro desayuno de negocios. No me cabe duda de que Patrick
no tardará en enterarse de mi relación con Jesse, pero cuanto más tarde,
mejor. Necesito pensar en cómo se lo voy a decir y rezar a todos los santos
para que Mikael no deje caer la bomba primero. Es un asunto delicado.
Le doy a Jesse un beso en la mejilla y lo dejo observándome y
mordiéndose con furia el labio inferior. Ninguno de los dos dice nada.
—Te has tomado tu tiempo, flor —comenta Patrick en cuanto me
siento a mi mesa.
—Mikael y yo teníamos mucho que hacer. Parece que todo va bien —
le digo a modo de explicación.
Parece funcionar. Sonríe al instante.
—¡Ah! ¿Está contento?
—Mucho —confirmo.
La sonrisa de Patrick gana unos centímetros.
—¡Maravilloso! —exclama retirándose a su oficina. Está pletórico.
Abro el correo y oigo abrirse la puerta de la oficina. Levanto la vista y
un enorme ramo de calas viene flotando hacia mí. ¿Cómo es posible? No
hace ni cinco minutos que nos hemos despedido.
Aterrizan en mi mesa y la repartidora suspira.
—No sé por qué no te compra la floristería entera. Firma aquí, por
favor. —Me planta el acuse de recibo en las narices y garabateo mi
nombre.
—Gracias. —Se lo devuelvo y busco la tarjeta.
LO SIENTO, MÁS O MENOS.
BSS, J.
Me hundo en la silla. Lo que en realidad quiere decir es... que lo siente
porque sabe que me ha sentado mal, pero que no lamenta en absoluto haber
avasallado a Mikael o haberse pasado mi día por el forro. Quizá deba pasar
esta noche en casa de Kate. Me vendría bien un poco de tiempo libre, una
botella de vino, poder pensar con calma y sin distracciones.
La puerta del despacho se abre y aparece Ruth Quinn, sonriéndome de
oreja a oreja. ¿Qué hace aquí? Pero si he hablado con ella esta misma
mañana. Su pelo rubio está resplandeciente y ondea mientras ella avanza
con decisión hacia mi mesa saludándome efusivamente con la mano.
—¡Ava!
—Ruth. —Frunzo el ceño, pero no parece notar mi confusión.
—Estaba por el barrio y pensé en venir a verte. —Aposenta su cuerpo,
elegante y delgado, en una silla frente a mi mesa.
—Qué bien —digo, y espero a que siga hablando.
—Sí —sonríe, pero no me da más datos.
Echo un vistazo al reloj. No son ni las tres. Todavía me quedan tres
horas para terminar sus diseños y enviárselos por correo electrónico.
—¿Querías añadir alguna cosa al proyecto?
—No. Estoy segura de que me van a encantar tus diseños.
No sé qué decir. ¿Ha venido para nada? ¿Sin motivo?
—Ava, ¿va todo bien? —Su sonrisa titubea un poco.
Me compongo.
—Sí, todo bien. —Me obligo a alegrar la cara.
No estoy bien, pero quiero lamentarme con calma, no entablar una
conversación estéril con una clienta.
—Lo tengo todo listo, Ruth. Te lo enviaré antes de que termine la
jornada. —Esto ya se lo he dicho por teléfono, pero ¿qué otra cosa puedo
decir? ¿Debería ofrecerle una taza de café?
—Eres un amor. —Se atusa el pelo y se lo echa a un lado—. ¿Tienes
planes para el fin de semana?
Ahora sí que frunzo el ceño. ¿No se me estará pegando en plan lapa?
—No estoy segura. —Es la verdad. No sé qué hacer ni hacia adónde
voy, ni el fin de semana, ni en mi vida en general.
—¡Podríamos salir de copas!
Suelto un gruñido para mis adentros. Quiere que seamos amigas. No
mezclar los negocios con el placer es mi nueva regla, también con clientas.
¿Qué le digo?
—Claro. —Lo que mis labios acaban de decir me deja atónita. No
quiero salir de copas con Ruth, quiero meterme en la cama y hacer el bicho
bola.
—¿Estás segura de que va todo bien? —insiste.
—Sí, de maravilla. —Intento sonreír, aunque me cuesta.
—¿Problemas con los hombres? —Levanta sus cejas rubias
perfectamente depiladas.
—No. —Niego con la cabeza. Dios, se está poniendo personal.
—Ava, sé distinguir una mujer en un calvario emocional en cuanto la
veo. —Se echa a reír—. Ya me sé el cuento.
—Ruth, de verdad que no hay ningún hombre. —No puedo creer lo
que acabo de decir. ¿Que no hay ningún hombre? Hay un hombre y es el
que me tiene pasando el calvario emocional, pero para este tipo de
conversaciones necesito a Kate, no a una clienta. Vino y Kate.
Me dedica una sonrisa comprensiva y se levanta.
—No valen la pena.
Le devuelvo la sonrisa, pero sólo porque me alegra que vaya a
marcharse ya.
—Te paso los diseños en breve, Ruth. —Parezco un disco rayado.
—¡No puedo esperar! Ya hablaremos... para salir de copas. —Sale
volando de la oficina y me deja con el calvario emocional que sabe que
estoy pasando.
Le escribo un e-mail de inmediato. No quiero que vuelva por la
oficina ofreciéndose para salir de copas. Me va a estallar la cabeza.
Necesito a Kate y necesito vino.
Pero no voy a casa de Kate. Salgo de la oficina y me dirijo a los
muelles de Santa Catalina porque el señor de La Mansión del Sexo es como
un imán. Le dije que no iba a abandonarlo y necesito respuestas a
preguntas como quién es la mujer misteriosa.
—Buenas noches, Ava.
—Hola, Clive, ¿me pones con seguridad, por favor?
—Ahora mismo no hay nadie disponible —dice, y fija la atención en
el ordenador. Es la manera que tiene de cortar la conversación, su forma de
evitarme.
—Ya —suspiro.
Dejo a Clive y sigo hacia el ascensor. Subo y me apoyo en la pared de
espejos una vez he introducido el código que Jesse aún no ha cambiado.
Abro con mi llave rosa y voy directa a la cocina. Me quito los zapatos
y busco una botella de vino que sé que no voy a encontrar antes de coger un
jarrón en el que poner las flores en remojo. Me acuerdo de que arriba hay
un ramo antiguo que tiré sobre la cómoda mientras me preparaba a toda
prisa para el polvo de la verdad. Subo la escalera y entro en el dormitorio
para cogerlo.
«Madre mía...»
Mi nuevo vibrador con diamantes está hecho añicos en el extremo
opuesto del dormitorio y hay un agujero en la pared enfrente de la cama. El
dormitorio es enorme, así que debe de haberlo lanzado con una fuerza
formidable. De repente pienso que el hecho de haberme marchado antes de
que Jesse consiguiera liberarse fue una excelente decisión.
Las esposas siguen colgando de la cama, e imágenes de Jesse, hecho
una furia, inundan mi mente. Ese hombre tiene problemas, problemas
graves con el control, con ser irracional y conmigo.
Me arrodillo para recoger los pedazos. Los llevo al baño y los tiro a la
papelera. Abro el grifo de la bañera. Cojo las calas, que necesitan agua
desesperadamente, y bajo la escalera.
A medio camino oigo la puerta principal y me quedo helada en cuanto
veo a Jesse. Se sitúa al pie de la escalera y me mira. Su apuesto rostro está
impasible, y sus ojos verdes, normalmente brillantes, se ven turbios. Se
deshace de la chaqueta del traje y empieza a subir mientras se desabrocha
la camisa sin apartar la mirada de mí. Se la quita y la deja caer al suelo,
cerca de la chaqueta. Le siguen los zapatos, los calcetines, los pantalones y
los bóxeres. No consigo apartar la mirada de las marcas rojas de sus
muñecas. Se quita el Rolex y lo deja sobre la ropa. Nunca, jamás, volveré a
esposarlo.
—No voy a dejar que me toques hasta que me hayas dicho quién era
esa mujer —digo. Me va a costar cumplirlo, sobre todo si me hace una
cuenta atrás o si me folla a lo Jesse, pero voy a seguir insistiendo.
—No lo sé —responde, impasible.
—Entonces ¿no le has pedido a Clive que no me deje ver las
grabaciones de las cámaras de seguridad?
Casi sonríe, pero debe de estar al tanto porque estoy segura de que el
conserje le habrá dicho que he estado husmeando.
—Mi preciosa chica es implacable.
—Mi dios me da evasivas.
—Ava, si no te necesitara aquí y ahora, te daría una buena lección.
—Pero me necesitas, así que desembucha.
—Me acosté con ella.
No me sorprende, porque eso ya me lo imaginaba.
—¿Por qué vino aquí?
—Porque oyó que había desaparecido. —No titubea.
—¿Por eso? ¿Porque estaba preocupada?
Se encoge de hombros.
—Sí. Porque estaba preocupada. Ahora ven aquí.
Bien. Vale. ¿Qué digo ahora? Le he hecho una pregunta, me ha dado
una respuesta.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
Se encoge de hombros.
—Porque no era nada importante hasta que tú decidiste que sí.
Sube la escalera despacio, espectacular en su desnudez, y me coge sin
detenerse un segundo. Se me caen las flores y me abrazo a él.
—Tú le diste importancia al no contestar a mis preguntas.
No me responde. Quiero arrancarle la piel a tiras por haberme
fastidiado el día. Quiero patalear y gritar pero no consigo reunir las fuerzas
ni las ganas. Ya me ha respondido y ahora lo quiero todo para mí. Mi
cerebro está frito pero mi cuerpo arde en deseos... de él.
Me quedo de pie y empieza a desnudarme lentamente, mirando cómo
sus manos me quitan la ropa. Yo me quedo quieta y lo dejo hacer. ¿Por qué
está tan serio? Soy yo la que ha tenido que sufrir su forma insoportable de
ser durante todo el día. Es como el bombo de la lotería de las emociones y
los cambios de humor. Habría apostado todo mi dinero a que, después de
mi actuación de esta mañana, me esperaba un polvo de represalia y, en vez
de eso, me encuentro con el Jesse dulce y cariñoso. No me importa. Ahora
mismo necesito mimos y cariño.
Me quita el sujetador y me da un toquecito en los tobillos, como suele
hacer, para poder quitarme las bragas. En cuanto estamos desnudos, me
tumba sobre la gruesa y mullida moqueta de color crema y me cubre con su
cuerpo. Entierra la cara en mi cuello y me huele con fervor. Lo imito y
recibo mi dosis de agua fresca y menta. Lo abrazo con fuerza para sentirlo
más cerca, no quiero que haya nada entre nosotros.
Yacemos en el suelo, en mitad del dormitorio, y permanecemos
abrazados una eternidad. Miro el techo y le acaricio el pelo. El latido de su
corazón contra mi pecho me reconforta.
—Te he echado de menos —susurra pegado a mi cuello.
Me estremezco cuando su lengua ardiente dibuja círculos en la piel
sensible debajo de mi oreja. Hemos pasado menos de cinco horas
separados. Podría decirle que exagera, pero yo también lo he echado de
menos. Aunque estaba enfadada con él, he acabado viniendo aquí, en lugar
de ir a casa de Kate.
—Yo también —digo—. Gracias por las flores.
—De nada. —Me besa hasta llegar a los labios y luego sigue
besándome por toda la cara al tiempo que me aparta el pelo hacia atrás. Me
mira—. Quiero llevarte a una isla desierta y que seas sólo mía para
siempre.
—Vale. Si no hay gente, no hará falta que te portes como un loco con
todo el mundo.
Su boca forma una media sonrisa y sus ojos brillan ligeramente. Me
besa en los labios y rodamos por el suelo. Estoy sobre sus caderas y noto la
prueba de su cambio de humor entre nuestros cuerpos. Como siempre, me
despierta la necesidad incontrolable de quererlo dentro de mí. Los pezones
se me ponen duros; se da cuenta y me lanza su clásica sonrisa arrebatadora,
la que se reserva para las mujeres. Quiero que la reserve sólo para mí.
Siento una punzada de posesividad irracional.
—Te quiero —suspira.
—Lo sé. —Le acaricio el pecho y le pellizco un pezón—. Yo también
te quiero.
—¿Incluso después de lo de hoy?
Ay, Dios. ¿Está admitiendo que se ha portado fatal? Esto es hacer
progresos.
—¿Te refieres a después de que me hayas estado acosando todo el
día?
Hace un mohín juguetón y se lleva las manos detrás de la cabeza. Se
me hace la boca agua cuando sus músculos se relajan y se flexionan.
—Estaba preocupado por ti —protesta. Levanto una ceja burlona—.
De verdad —insiste.
No estaba preocupado por mí en absoluto. Simplemente ha tenido un
ataque y se ha puesto posesivo de forma injustificada.
—Te has pasado tres pueblos y te has puesto muy posesivo. Mi
hombre difícil tiene que relajarse.
Da un respingo.
—No soy difícil.
—Eres difícil y lo niegas.
Frunce el ceño.
—¿Qué es lo que niego?
—Que eres difícil, exigente e irracional. Tu numerito de hoy ha sido
excesivo.
Necesito saber que no me va a sabotear todas mis reuniones de
negocios con clientes del sexo opuesto. Ha dicho que sólo iba a hacerlo con
Mikael, pero luego ha añadido que lo haría con cualquier otro hombre que
supusiera una amenaza. Su idea de amenaza dista mucho de la mía. Va a
eliminar a todos mis clientes masculinos, lo sé. Voy a tener que ponerle un
candado a mi agenda y otro en mi boca. Paso de contarle nada.
Parece un poco enfadado.
—Iba a intentar ligar contigo y entonces sí que habría tenido que ir a
saco con él.
Me río. ¿Es que acaso no lo ha hecho ya? No necesita que le diga que
Mikael ya intentó ligar conmigo. Mejor me guardo ese dato.
—Yo creo que se lo has dejado muy claro. Ha sido vergonzoso —
gruño. —Era necesario —farfulla, y yo pongo los ojos en blanco para
demostrarle lo harta que estoy.
—Deberías correr unos cuantos kilómetros más —digo—. ¡Uy, la
bañera! —Doy un salto y corro hacia el cuarto de baño.
—¡Vuelve! ¡Yo te necesito más! —grita ante mi partida.
—¿No te has cansado ya de mí? —Cierro el grifo.
Llevo aquí varios días seguidos. Me llama, me envía mensajes, me
manda flores y hace que John me lleve a trabajar. Es una especie de forma
de estar en contacto o de control. Apuesto a que no aguanta un día entero
sin sabotearme el trabajo o sin entrometerse en mi jornada. Pero ¿preferiría
que se mantuviera al margen? Me gustan las flores y los mensajes; es su
manía de avasallar y pisotear lo que me molesta. ¿Se sentiría tentado de
tomarse una copa para sobrellevar el día? ¿Debería arriesgarme? Mi
cabeza relajada empieza a dolerme... otra vez.
Vuelvo al dormitorio y sigue espatarrado en el suelo. Está para
comérselo. Me acerco y me siento sobre sus caderas.
—¿Que si me he cansado de ti? Para nada. Te necesito cada segundo
del día, igual que tú me necesitas a mí.
Me pellizca un pezón y doy un saltito encima de él. Aterrizo sobre su
erección y él me lanza su sonrisa arrebatadora.
—¿Y si no pudieras estar conmigo en todo el día? —En el futuro,
habrá ocasiones en las que él estará de viaje de negocios, o puede que tenga
que viajar yo.
Se le borra la sonrisa de la cara y me mira muy serio.
—¿Vas a intentar detenerme?
—No, pero puede que haya situaciones en las que no tengas acceso
inmediato a mí.
Una mirada de pánico le cruza el rostro y el labio inferior desaparece
entre sus dientes. Está pensando en lo que acabo de decir y es ahora cuando
me doy cuenta de que iba muy en serio cuando decía que me tendría
cuando quisiera y donde quisiera. Eso no es nada razonable. He visto el
resultado de no haber respondido alguna llamada: se puso frenético.
—¿Le darías al vodka? —Ya está, ya lo he dicho.
Se echa a reír y yo frunzo el ceño. ¿Qué tiene de gracioso?
—Te prometí que no iba a volver a beber, nunca. Iba muy en serio —
dice con total confianza.
Se sienta y me coge de las caderas. Doy un respingo y él sonríe.
—A la bañera. Te quiero mojada y resbaladiza.
—Tu seguridad en ti mismo es impresionante —mascullo con
sarcasmo mientras me levanto y le tiendo la mano.
Me mira, entorna los ojos, me coge de la mano, tira de mí y me da la
vuelta. Me envuelve con su cuerpo y me da un beso largo y sentido.
—Es muy fácil tenerla, porque te tengo a ti. No le des tantas vueltas,
señorita.
¡Ja! Para él es fácil decirlo. Soy yo la que tiene que lidiar con un
tarambana.
—¿Entonces mañana no vas a molestarme en todo el día? —No va a
ser capaz de dejarme en paz, lo sé.
Los engranajes de su cabeza trabajan a toda velocidad y se muerde el
labio inferior.
—¿Comemos juntos?
Lo sabía. Es incapaz.
—He quedado con Kate para comer —le digo para rechazar su
propuesta.
Hace un mohín.
—¿Puedo ir yo también?
No, no puede porque necesito tiempo con Kate para hablar de él y de
su forma imposible de ser.
—No —respondo con firmeza.
—Creo que estás siendo muy poco razonable —protesta.
Echo la cabeza atrás y suelto una carcajada. Tiene mucha cara dura,
entonces me hace cosquillas y doy un salto y me arqueo.
—¡Para! —chillo.
—¡No!
—¡Por favor! —Los ojos se me llenan de lágrimas e intento soltarme.
No puedo más.
—¿Comemos juntos? —pregunta con calma sin dejar de hacerme
cosquillas.
—¡De ningún modo! —chillo sin poder parar de reír. No es justo, no
voy a ceder. ¡No!
—Tal vez tenga mejor suerte con un polvo de entrar en razón. —Me
suelta, me relajo e intento controlar mi respiración irregular y angustiada.
—Jesse, no puedo estar contigo cada segundo del día —repongo
tratando de que me entienda.
—Podrías, si dejaras de trabajar —lo dice muy en serio.
Abro los ojos, furiosa. ¡Nunca! Adoro mi trabajo.
—Ahora quien no está siendo nada razonable... —Pierdo el hilo de
mis pensamientos en cuanto me penetra. Dios, aquí viene el polvo de entrar
en razón, pero ¿a qué tengo que acceder?, ¿a comer con él o a retirarme?
¿A los veintiséis? ¡Es absurdo!
No pierde el tiempo. Entra y sale como un loco. Abro las piernas y me
sujeta por las muñecas.
—¿Comemos juntos? —pregunta mientras me embiste con más
fuerza.Mi cerebro acaba de abandonar el edificio pero consigo procesar que
es un polvo de entrar en razón sobre la comida de mañana. Qué alivio. Será
más fácil dejar que venga a comer conmigo que retirarme, aunque se lo
voy a poner difícil igualmente. Don Imposible tiene un reto entre manos.
—¡No! —grito, desafiante.
Gruñe y embiste, su erección me acaricia con fuerza y rapidez
mientras él entra y sale como un animal salvaje.
—Respondes tan bien a mí.
¡Lo sé! Me pone un dedo encima y se me caen las bragas solas.
—Jesse, por favor.
Me ataca sin piedad con sus caderas y se mueve como una fiera en mi
interior.
—Nena, deja que vaya a comer contigo.
Niego con la cabeza mientras contengo el aliento.
—¿Te gusta esto?
—¡Sí! —grito con la respiración acelerada. La cresta de un orgasmo
explosivo cae sobre mí y sus manos sujetan mis muñecas con más fuerza.
—Di que sí —insiste con brusquedad. También está a punto de
correrse.
¿Qué pasa si no digo que sí? ¿Y si le llevo la contraria?
—¡No! —No voy a ceder. No puede echarme un polvo de entrar en
razón cada vez que le diga que no a algo.
Me penetra sin parar, mis caderas se tensan, se me nubla la mente.
—Ava, dame lo que quiero.
—¡Jesse!
—Vas a correrte.
—¡Sí! —grito. Todo el estrés acumulado durante el día va a explotar
en cualquier momento.
—Nena, no sabes lo que me haces —añade, y me da una potente
estocada con un movimiento relampagueante de sus caderas.
Se me queda la mente en blanco y estoy a punto de estallar cuando se
detiene, lo que hace que mi orgasmo inminente se desvanezca.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamo, estupefacta. Muevo las caderas
en busca de la fricción que necesito para hacerme saltar por los aires, pero
él se aparta hasta que sólo el glande sigue dentro de mí—. ¡Serás hijo de
perra! —le espeto.
—¡Cuidado con esa boca! Di que sí, Ava —jadea sin perder el control
de sus palabras. ¿Cómo lo hace? Sé que está a punto de correrse.
—No. —Me mantengo firme.
Niega con la cabeza, me clava la mirada y entra en mí, muy despacio,
y luego levanta las caderas.
—¡Ahhhh! —gimo—. Más rápido.
—Di la palabra mágica, Ava. —Repite el movimiento de tortura—.
Dila y tendrás lo que quieres.
—No juegas limpio —protesto.
—¿Quieres que pare?
—¡No! —grito, frustrada. Esta tortura es lo peor.
Afloja las manos que sujetan mis muñecas.
—Te lo voy a preguntar una vez más, nena. ¿Comemos juntos
mañana? —Jesse mueve intermitentemente las caderas hacia adelante
mientras formula la pregunta y yo pierdo la capacidad de llevarle la
contraria.
—Fóllame —lloriqueo.
Me mira con una media sonrisa; esto lo divierte.
—Cuidado con esa boca. —Ahora sonríe del todo—. ¿Eso ha sido un
«sí»?
—¡Sí! —grito.
—Buena chica. —Se adentra en mí con fuerza, como un rayo, y la
deliciosa presión comienza a crecer de nuevo, lista para desbordarme.
Me tenso de pies a cabeza y oleadas de calor recorren mi torrente
sanguíneo, la piel me arde por el roce de la moqueta. Es un momento
demencial.
—¡Jesse! —Mi cuerpo estalla de placer en mil direcciones por mi
sistema nervioso y se produce una explosión en mi sexo.
Grito.
Sus embates se vuelven apremiantes y su respiración fuerte e
irregular. Se estrella contra mí con gritos carnales y me da todo lo que
tiene. Los músculos de mi interior se aferran a él con voracidad y mi
cuerpo, agotado y laxo, está indefenso ante sus implacables estocadas.
Cae sobre mí, sudoroso, y se mueve con dulzura.
—Mi trabajo aquí está hecho —jadea en mi oído.
Acostada bajo su cuerpo duro y cálido, intento recuperar la conciencia
y el aliento. Me pregunto si siempre será así. Él consigue lo que quiere, así
que probablemente siempre será así. Tengo que aprender a manejar esta
situación. Tengo que practicar y aprender a decirle que no. Me río ante la
ridiculez de lo que estoy pensando. No voy a decirle nunca que no.
Se apoya en las manos y caigo en la cuenta de que no hace ningún
gesto de dolor.
—¡Tu mano! —grito.
La levanta y veo que sigue un poco amoratada, pero la inflamación ha
desaparecido.
—Está bien. Sarah me obligó a tenerla metida en hielo casi toda la
tarde.«¿Qué?»
—¿Sarah? —digo sin preocuparme del tono de mi voz. Resulta que
me sale el de acusación.
Él frunce el ceño y me odio por parecer tan sorprendida.
—Ha hecho lo que haría cualquier buena amiga —dice tan tranquilo,
cosa que no hace más que preocuparme.
Ella ha visto las marcas de las muñecas. No hace falta ser muy listo
para saber de qué son. No me gusta que otra mujer cuide de él, pero el
hecho de que lo haga doña Morritos hace que me salga la vena celosa. Me
ha dejado claro que me detesta y que le gusta Jesse. Y las mujeres de La
Mansión es probable que me traten igual de mal y... me duele la cabeza.
De repente mi lado posesivo no me gusta nada. Dios, siempre me
burlo de Jesse por ponerse así. Soy una hipócrita, y el modo en que me está
mirando, para saber de qué humor estoy, tampoco me ayuda. Es un hombre
muy deseable que asalta a las mujeres con esa puta sonrisa que hace que se
derritan a sus pies.
Me revuelvo debajo de él para que me suelte y él deja que me levante.
Frunce el ceño. Voy directa a meterme en la bañera de agua caliente. No
me siento cómoda con esta clase de sentimientos. Nunca he sido celosa.
Voy a tener que espantarle las mujeres a diario. Eso sí que es un trabajo a
jornada completa. De hecho, es posible que sí necesite retirarme.
—¿Alguien ha visto al monstruo de los ojos verdes? —Ahí está,
desnudo en todo su esplendor, junto a la puerta del baño.
—No —me burlo. No podría parecer más celosa ni a propósito.
Se acerca a la bañera y se mete detrás de mí. Me rodea por detrás con
las piernas y con los brazos y me atrae hacia su pecho.
—Ava, sólo tengo ojos para ti —me susurra al oído—. Y soy todo
tuyo.
Coge la esponja natural del borde de la bañera, la mete en el agua y
empieza a pasármela por el pecho.
—Quiero saber cosas de ti.
Noto que suspira.
—¿Qué quieres saber?
—¿La Mansión es sólo un negocio o lo has mezclado con el placer?
—inquiero directamente. Sé que lo ha mezclado con el placer porque lo
dijo el tío raro al que Jesse le hizo una cara nueva el día en que descubrí lo
que en realidad ocurría allí. También me lo dijo Sam. Entonces ¿para qué
pregunto? Noto un sabor amargo en la boca.
La esponja se detiene en mi pecho unos segundos pero luego vaga por
mi cuerpo.
—Directa al grano —dice en tono seco.
—Dímelo —insisto.
Deja escapar un suspiro tan hondo que estoy a punto de darme la
vuelta y mirarlo para dejarle claro que no me gusta que su reacción a mi
pregunta sea el aburrimiento.
—He picoteado —dice como si le molestara.
«¿Picoteado?»
No me gusta cómo suena «picoteado» en ese contexto.
—¿Y sigues picoteando?
—¡No! —Se pone muy a la defensiva.
—¿Cuándo picoteaste por última vez? —No sé si quiero saberlo ¿Por
qué le pregunto estas cosas?
La esponja se detiene de nuevo. Por favor, no me digas que tiene que
pensar la respuesta.
—Mucho antes de conocerte —responde mientras sigue
acariciándome con la esponja.
—¿Como cuánto tiempo? —Necesito cerrar el pico. La verdad es que
no quiero saberlo, pero las preguntas me salen solas.
—Ava, ¿de verdad importa? —Está molesto.
—Sí —respondo rápidamente. No, la verdad es que no, pero sus
evasivas y sus monosílabos me pican la curiosidad.
—No era algo habitual. —Está haciendo piruetas para evitar darme
una respuesta.
—No has respondido a mi pregunta.
—¿Va a cambiar lo que sientes por mí? —dice, y esa pregunta hace
que me pique aún más la curiosidad. ¿Qué habrá hecho?
—No —contesto, aunque no estoy tan segura. Él cree que cambiará
mis sentimientos.
—Entonces ¿podemos dejar el tema? Forma parte de mi pasado, igual
que otras muchas cosas, y prefiero que se queden donde están. —Es un
tono de punto y final.
El tío pasa de mí.
—Sólo tengo ojos para ti. Punto. —Me da un beso en la coronilla—.
¿Cuándo te vienes aquí?
Gruño para mí. Para eso también me echó un polvo de entrar en razón.
Empiezo a darme cuenta de que sus polvos de entrar en razón sólo sirven
para que le dé la razón a él.
—Ya estoy aquí —le recuerdo.
—Quiero decir que cuándo vamos a traer tus cosas. —Me pellizca un
pezón—. No te pases de lista.
Pongo los ojos en blanco. Necesito recoger mis cosas de casa de Matt,
y tengo un montón de ropa en casa Kate (a pesar de que hice limpieza
general), pero no sé si es una buena idea.
—Tengo que recoger el resto de mis cosas de casa de Matt. —¿De
verdad lo he dicho en voz alta?
—¡No! ¡De ninguna manera! —me grita al oído, y retrocedo ante la
potencia de su voz.
Está claro: lo he dicho en voz alta.
—Enviaré a John. Ya te dije que no ibas a volver a verlo.
Cierto. Más me vale cambiar de tema. No vamos a ninguna parte, no
soy tan tonta. John no va a ir y ya he quedado con Matt. Jesse nunca lo
sabrá. Bueno, se enterará cuando vea mis cosas, pero para entonces ya
estará hecho.
Cambio de tema.
—Dime dónde estuviste cuando desapareciste.
Se pone tenso.
—No —escupe a toda velocidad.
Vale, me estoy cabreando. Me vuelvo para que tenga que mirarme a
los ojos.
—La última vez que te guardaste las cosas, te dejé.
Abre los ojos y luego los entorna. Sabe que lo he pillado.
—Me encerré en mi despacho.
—¿Durante cuatro días? —No cuela.
—Sí, Ava, durante cuatro días. —Mira hacia la pared para evitar mi
mirada.
—Mírame —le mando.
Me mira, sorprendido de que se lo haya ordenado.
—¿Perdona? —Está casi riéndose. No me gustan esos aires de
superioridad.
—¿Qué estuviste haciendo en tu despacho? —pregunto. Joder, ¿por
qué no cierro la boca de una puta vez?
—Beber. Ya está. Eso es lo que estuve haciendo. Estaba intentando
ahogar las penas y tu recuerdo en vodka. ¿Ya estás contenta?
Intenta cambiarme de posición pero me tenso y me convierto en un
peso muerto.
¿Estuvo bebiendo? ¿Se pasó cuatro días inconsciente hasta que lo
encontré el viernes? Me siento muy, muy culpable.
Me resisto y le empujo el cuerpo mojado de vuelta a la bañera. Cede y
me deja hacer. Sé que es más fuerte que yo y que podría irse si quisiera,
pero la verdad es que no quiere escapar. Me deslizo por sus piernas hasta
que nuestras narices se rozan.
Alza la mirada.
—Lo siento —susurra.
Me derrito y le doy un beso apremiante en la boca, una forma de
decirle sin palabras que no me importa.
—Lo siento, nena.
—Calla. —Me aprieto contra su cuerpo, ataco su boca, desesperada
por hacerle entender que me importa un pimiento. Me siento responsable...
Me siento culpable.
—Cuando vi los cardenales en tus brazos me di cuenta de que había
tocado fondo, Ava.
—Chsss. —Lo hago callar, y mi boca le cubre la cara de pequeños
besos—. Ya has dicho bastante.
Me coge del culo y me levanta. Hunde la cara en mi pecho.
—No volverá a pasar. Me mataría antes de volver a hacerte daño.
No es necesario que lo diga de esta forma. Lo entiendo. Lo siente. Yo
también. No debería haberlo dejado así. Debería haberme quedado, haberle
dado una ducha fría y haber esperado a que se le pasara la borrachera.
—Ya he hablado bastante, Jesse.
—Te quiero.
—Lo sé. Y yo también lo siento.
Me suelta y me deslizo de nuevo por su cuerpo hasta que estamos cara
a cara.—
¿Tú por qué tienes que sentirlo?
Me encojo de hombros.
—Ojalá no te hubiera dejado.
—Ava, no te culpo por haberte marchado. Me lo merecía y me anima
a no volver a beber. Saber que podría perderte es mi mayor motivación,
créeme.
—No volveré a abandonarte. Nunca.
Me sonríe.
—Espero que no, porque sería mi fin.
—Y el mío —digo en voz baja acariciándole el pelo. Necesito que
sepa que el sentimiento es mutuo.
—Bien, ninguno de los dos va a irse a ninguna parte. Eso ha quedado
claro. —Me besa con suavidad.
—¿No tienes hambre? —pregunto sin apartarme. Necesitamos hablar
de otra cosa.
—Sí. ¿Vas a prepararme una comida equilibrada?
Sonrío.
—Estoy cansada. ¿Podemos encargar una comida equilibrada?
—Pues claro. Tú relájate y yo pediré la cena.
Me levanta y sale de la bañera. La charla ha sido extraña y
satisfactoria. Se está abriendo a mí.
Después de cenar comida china nada equilibrada, me ovillo en el sofá
bajo el brazo de Jesse. Me acaricia el pelo mientras ve un programa de
MotoGP. Está claro que le apasiona: está muy concentrado en la televisión.
Me acurruco a su lado y me pregunto qué pasará mañana. Ya ha negociado
la comida con un polvo de entrar en razón que quitaba el sentido. Podría
negarme, pero entonces me caería un polvo de recordatorio. No estaría
mal... Estoy adormilada y mi mente se encierra en sus actividades
desconocidas en La Mansión. ¿Es necesario que me entere de todos los
detalles? Lo creo cuando dice que no tiene ojos para otra mujer, de verdad,
así que investigar sobre sus ex amantes no va a llevarme a ninguna parte;
sólo conseguiría ponerme celosa. El hecho de imaginármelo con otra me
pone enferma. Ya tiene una edad (que ahora ya la sé), y es un hombre muy
atractivo. Seguro que tiene un montón de conflictos sexuales, pero forman
parte del pasado, como él dice. Sólo importan el aquí y el ahora, y yo estoy
aquí, ahora.
—Vamos, nena. —Me coge en brazos y me lleva a la cama.
Ni me muevo cuando me desviste y me deja sobre el colchón, se
acuesta a mi lado y me abraza.
—Te quiero —susurra.
Y como he perdido el habla, me limito a acurrucarme junto a él.
Abro los ojos y todavía es de noche. Soy vagamente consciente de que
la cama vibra y de que estoy mojada.
«Pero ¿qué coño...?»
Tardo unos instantes pero, cuando me doy cuenta de lo que pasa, me
doy de bruces contra la realidad. Busco la lámpara de la mesilla de noche y
la luz me hace daño en los ojos. Los entorno, intentando enfocar, y veo que
Jesse está sentado en la cama, abrazado a las rodillas y meciéndose hacia
adelante y hacia atrás. Mierda, está empapado y tiene las pupilas dilatadas.
Parece petrificado. Me abalanzo sobre él. ¿Debería acunarlo?
—¿Jesse? —digo con dulzura, no quiero asustarlo. No responde. Sigue
meciéndose.
Entonces empieza a hablar.
—Te necesito —dice.
—¿Jesse? —Le pongo la mano en el hombro y lo sacudo un poco.
Parece muy asustado—. ¿Jesse?
«¿Mojado?»
—Te necesito, te necesito, te necesito —repite la misma canción una
y otra vez. Quiero echarme a llorar.
—Jesse, por favor —le suplico—. Para, estoy aquí.
No soporto verlo así. Está temblando y tiene la cara empapada en
sudor. La arruga de la frente es más profunda que nunca.
Intento colocarme en su campo de visión pero parece que no me ve.
Sigue meciéndose y hablando solo, con la mirada perdida. Está dormido.
Aparto las piernas de su cuerpo y me tumbo en su regazo. Lo abrazo con
todas mis fuerzas. Tiene la espalda sudada. No sé si está consciente, pero
sus brazos se aferran a mí y entierra la cara en mi cuello.
Permanecemos así una eternidad. Le susurro al oído, esperando que
me reconozca y que despierte de su terror nocturno. Si es que esto es un
terror nocturno, no tengo ni idea. Despierto no está, hasta ahí llego.
—¿Ava? —musita en mi cuello dos siglos después. Tiene la voz rota y
cansada.
Está despierto.
—Hola. Estoy aquí. —Le cojo la cara con las manos. Sus ojos buscan
algo en los míos. No sé muy bien qué.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué? —Me preocupo aún más.
—Por todo. —Se tumba sobre la cama y me arrastra consigo. Acabo
echada sobre su torso sudado. Estoy empapada pero me da igual.
Apoyo la cabeza en su pecho y escucho cómo se normaliza el latido de
su corazón.
—¿Jesse? —digo, nerviosa.
No contesta. Levanto la cabeza y veo que se ha dormido y parece estar
en paz. ¿Qué coño acaba de pasar?
Paso horas tumbada sobre él, buscando mil razones para sus disculpas.
Mierda, quizá le esté buscando los tres pies al gato. Hay muchas cosas por
las que debería pedirme perdón. Por mentirme, por engañarme, por beber,
por ser tan poco razonable, por su vena posesiva, por su comportamiento
neurótico, por fastidiarme la reunión, por...
Me quedo dormida mientras repaso todas las razones por las que Jesse

debería pedirme perdón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros