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02 Obsesión - Mi Hombre Capítulo 13


Capítulo 13
—Te quiero.
Siento unos labios carnosos que conozco muy bien acariciando los
míos mientras me despierto. Abro los ojos y veo el hermoso rostro de
Jesse.—
Despierta, preciosa.
Me desperezo. ¡Qué gusto! Parpadeo y caigo en la cuenta de que está
vestido. Mi cerebro inconsciente toma nota de que con Jesse ya vestido no
hay peligro de que me arrastre por todo Londres en una de sus carreras
matutinas de castigo.
—¿Qué hora es? —grazno.
—Tranquila, sólo son las seis y media. Tengo que recibir a unos
cuantos proveedores a primera hora. Quería verte antes de irme. —Se
agacha, me da un beso y me inunda el sabor de su aliento mentolado.
¿Proveedores? ¿Qué clase de proveedores? Corto esos pensamientos
por lo sano. Es demasiado temprano y, si de verdad son las seis y media, es
demasiado tarde para correr veintidós kilómetros por Londres, así que los
proveedores me importan un pimiento.
—No me hace falta tener los ojos abiertos para que tú puedas verme
—protesto mientras tiro de su espalda para que vuelva a mí. Huele de
rechupete.
—Ven a desayunar conmigo. —Me levanta de la cama y me agarro a
él con mi cuerpo desnudo y mi estilo habitual de chimpancé—. Me vas a
arrugar la ropa —dice en absoluto preocupado mientras me saca del
dormitorio y me lleva a la cocina.
—Pues suéltame —contraataco. Sé que no va a hacerlo.
—Nunca.
Sonrío satisfecha y absorbo cada gota de agua fresca que desprende.
—No necesito un polvo de recordatorio. Puedes venir a comer.
—Esa boca. —Se echa a reír—. Lo siento. De verdad que necesitaba
verte antes de irme.
Me pongo tensa en cuanto lo dice. Bueno, de hecho, en cuanto dice «lo
siento». ¡Mierda! Había olvidado su crisis nerviosa de medianoche. Bueno,
no es que se me haya olvidado, es que mi cerebro consciente no la ha
procesado aún.
—¿Qué pasa?
Ha notado que me he puesto tensa de repente. Me sienta en el frío
mármol pero no me sorprende como la otra vez. Estoy demasiado ocupada
buscando en mi mente el mejor modo de abordar el asunto.
—Anoche te despertaste —digo.
—¿Sí? —Frunce el ceño y no sé si se siente aliviado o decepcionado.
—¿No te acuerdas?
—No. —Se encoge de hombros—. ¿Qué te apetece desayunar?
Me deja en el mármol y va hacia la nevera.
—¿Huevos, un bagel, algo de fruta?
«¿Ya está?»
—Dijiste que me necesitabas. —Lo dejo caer, a ver si lo pilla.
—¿Y? Es lo que digo estando despierto —replica sin apartar siquiera
la vista de la nevera. Pues no, parece que no lo ha pillado.
—Me pediste perdón. —Me pongo las manos debajo de los muslos.
Vuelve de la nevera.
—Eso también lo he dicho estando despierto.
Es cierto, lo ha dicho todo despierto, pero anoche estaba hecho un
poema.
Sonríe.
—Ava, lo más probable es que tuviera una pesadilla. No me acuerdo.
—Vuelve a la nevera.
—Te pusiste frenético. Estaba muy preocupada —digo tímidamente.
No fue normal.
Cierra la nevera, con más fuerza de la necesaria, y de inmediato me
arrepiento de haber sacado el tema. No me da miedo. Lo he visto perder los
nervios muchas veces, pero me preocupa el modo en que se abrazaba a sí
mismo. No quiero empezar el día con una pelea. Hablaba en sueños, eso es
todo.
Se acerca mordiéndose el labio y lo observo con cautela. Cuando llega
a mi lado, se abre paso entre mis piernas, me saca las manos de debajo de
los muslos y las sostiene entre ambos. Me las acaricia con los pulgares.
—Deja de preocuparte por lo que dije en sueños. ¿No dije que te
quería? —pregunta con ternura.
Frunzo el ceño.
—No.
Sus ojos verdes parpadean y una de las comisuras de sus labios forma
media sonrisa.
—Eso es todo lo que importa.
Me besa en la frente.
Me aparto de sus labios. Sí, importa. Lo está haciendo otra vez. Me
está dando evasivas.
—No fue normal, y ya me estoy hartando de ese tonito. —Le lanzo
una mirada asesina y retrocede, sorprendido, con la boca abierta. Pero no le
doy la oportunidad de devolvérmela—. O desembuchas o me largo —
amenazo.
Él cierra la boca, no dice nada. Lo he cogido por sorpresa.
Levanto las cejas, altanera.
—¿Qué eliges?
—Dijiste que nunca ibas a dejarme —replica, despacio.
—Vale, deja que lo reformule: no te dejaré si empiezas a darme
respuestas cuando te pregunte algo. ¿Qué te parece?
Se muerde el labio sin quitarme el ojo de encima pero no desvío la
mirada. Mantengo el contacto visual y pongo una cara muy seria. Sus
pulgares me acarician con firmeza.
—No tiene importancia.
Me echo a reír, escéptica, y hago ademán de moverme, pero él se
acerca más para evitar que me baje de la encimera.
—Jesse, voy a marcharme —digo, pero sé que no es verdad.
—Soñé que te habías ido. —Habla como una metralleta, casi en
estado de pánico.
Dejo de intentar soltarme.
—¿Qué?
—Soñé que me despertaba y que te habías ido.
—¿Adónde?
—Y yo qué coño sé. —Me suelta y se lleva las manos a la cabeza—.
No podía encontrarte.
—¿Soñaste que te dejaba?
Frunce el ceño.
—No sé dónde estabas. Simplemente te habías ido.
—Vaya. —No sé qué más decir. No me mira. ¿Se puso así porque yo
lo dejaba?
—No fue un sueño agradable, eso es todo. —Está avergonzado y de
repente me siento un pelín culpable. Está muy descolocado.
—No voy a dejarte. —Intento que se lo crea—. Pero tenemos que
hablar. Tengo que torturarte para sacarte información, Jesse. Es agotador.
—Perdona.
Lo atraigo de vuelta entre mis muslos. Es uno de esos momentos en
los que yo soy la fuerte. A medida que descifro a este hombre, se vuelven
más frecuentes.
—¿Habías tenido pesadillas antes?
—No. —Acepta mi abrazo y me estrecha con fuerza.
—Porque estabas borracho.
—No, Ava. No soy un alcohólico.
—No he dicho que lo fueras.
Lo abrazo con fuerza y me da un poco de pena pero me alegro de que
se haya abierto. Es tan fuerte y tan seguro de sí mismo, pero estas pequeñas
grietas son cada vez más evidentes. ¿Las estaré causando yo?
—¿Puedo prepararte un desayuno equilibrado? —pregunta
deshaciendo nuestro abrazo.
—Sí, por favor.
—¿Qué te apetece?
Me encojo de hombros.
—Tostadas.
—¿Tostadas?
Asiento. Son las seis y media de la mañana, mi estómago no se ha
despertado aún.
—Eso no es muy equilibrado —masculla.
—Es demasiado temprano para comer.
—No, no lo es. Y tienes que comer, estás demasiado delgada.
Me suelta y se dirige a poner el pan en la tostadora. Yo bajo del
mármol y me siento en un taburete para contemplar cómo se desliza por la
estancia. Me conmueve. Ha reconocido que cocina de pena, así que el
hecho de que se haya ofrecido a prepararme el desayuno es adorable.
Pongo los codos en la encimera y apoyo la barbilla sobre las palmas de las
manos para estudiarlo mejor. Ha tenido un mal sueño. O una pesadilla. Sea
lo que sea, debe de haber sido muy duro. Es un hombre hecho y derecho, y
ayer una pesadilla lo redujo a un estado patético. Espero que no sean
frecuentes, porque fue horrible tener que verlo así, tan asustado y tan
vulnerable. No me gustó.
Suspiro para mis adentros. Está más guapo que nunca esta mañana. No
se ha afeitado, y me encanta cuando lleva barba de un día. No se ha puesto
traje, sólo unos pantalones gris marengo y una camisa negra. Es posible
que cambie de opinión sobre la comida para que no tenga más remedio que
echarme un polvo de recordatorio.
Coge la mantequilla, cuchillos y platos y lo dispone todo en la isleta,
delante de mí. Luego se dirige de nuevo a la nevera y se sienta a mi lado
con un tarro de mantequilla de cacahuete. Lo miro sin poder creérmelo.
Desenrosca la tapa y mete el dedo.
Luego se lo lleva a la boca y me mira.
—¿Qué? —masculla.
—¿Y tú me das lecciones a mí acerca de un desayuno equilibrado? —
Miro el bote que tiene en la mano.
Traga.
—Los frutos secos son muy sanos. Además, tú eres más importante
que yo.
Meneo la cabeza y unto la mantequilla en mi tostada bajo su atenta
mirada.
—A mí me importas tú —le gruño a mi tostada, y lo miro mientras le
pego un mordisco.
Jesse sonríe.
—Me alegro. ¿Qué tienes hoy en la agenda? —pregunta como si nada
mientras vuelve a meter el dedo en el tarro.
Me atraganto y frunce el ceño. ¿Lo pregunta en serio? ¡No pienso
decírselo!
—¿Por qué te sorprende tanto que quiera saber lo que vas a hacer hoy?
—Me hace un mohín.
Me trago el bocado de tostada.
—Oh, por nada —doy otro mordisco—, si pensara que de verdad te
interesa y que no lo preguntas para volver a chafarme el día. —No puedo
decirlo con más sarcasmo.
—De verdad me interesa. —Parece dolido.
No cuela.
—Te veo en el Baroque a la una. Tengo que llamar a Kate y avisarla
de que vas a fastidiarnos la comida de chicas.
—No le importará. Me quiere —dice con total confianza.
—Eso es porque le compraste a Margo Junior —le recuerdo.
—No, es porque me lo dijo.
Es un engreído.
—¿Cuándo?
—Cuando salimos. —Me aparta el pelo de la cara—. La noche en que
te enseñé a bailar. La noche en que pillaste aquel superpedo.
—¿Superpedo? —pregunto con la boca llena.
—Borracha.
Me burlo.
—Seguro que Kate también estaba borracha.
Bueno, no tanto como yo, pero eso no era difícil. Aunque iba bien
cocida, cosa que tampoco importa. Kate no le diría a nadie que le gusta si
no fuera verdad, y mucho menos que lo quiere, ni siquiera cuando es en
plan cariñoso.
—Y no sólo aquella vez. —Mete el dedo en el tarro y me lo pone
delante de las narices. Hago una mueca de asco y él se ríe antes de
llevárselo a la boca.
—¿Más veces? —pregunto sin darle importancia mientras muerdo mi
tostada. Lo está haciendo a propósito.
—En La Mansión —lo suelta como si el hecho de que Kate estuviera
en La Mansión fuera lo más natural del mundo.
La mandíbula me llega a la encimera de mármol. Recuerdo que Kate
fue allí el sábado por la noche y que ese día llamaron a Jesse para que
acudiera allí. Tuvo que ser entonces. Kate no entró en detalles cuando le
pregunté. Lo gracioso es lo que dijo y que no quiso explicarme mejor. Sin
duda, no iba a insistir después de cómo reaccionó a mi interrogatorio.
—¿Qué estaba haciendo Kate en La Mansión? —Intento decirlo con
naturalidad pero, a juzgar por la cara que pone, me ha salido fatal.
Sonríe.
—No es asunto tuyo. —Salta del taburete y tira el tarro vacío a la
basura—. Tengo que pirarme.
—¿Pirarte?
—Sí, largarme..., irme..., salir zumbando. —Me guiña el ojo y me
derrito en el taburete. Está de buen humor, juguetón y bromista. Lo quiero.
El Jesse relajado empieza a ser un habitual últimamente.
—He decidido que no es buena idea que vengas a comer. No quiero
que Kate piense que somos como lapas —suelto de pronto. Me vuelvo y
sigo comiéndome mi tostada con toda la indiferencia que soy capaz de
fingir. No obstante, me cuesta, porque mi hombre está gruñendo y
erizándose detrás de mí.
Me coge y grito cuando me da la vuelta y me empotra contra la pared.
Me aplasta con su delicioso cuerpo y yo todavía tengo la tostada en la
mano. Sus ojos me dicen que no sabe si lo he dicho en serio, y me siento...
casi culpable.
Sé lo que me espera.
Lucho por ocultar la sonrisa que baila en las comisuras de mi boca. Se
apoya en mí y levanta las caderas para que pueda sentir toda su caricia en
mi sexo. Gimo, pícara, de pura satisfacción.
—No lo has dicho en serio.
Desliza la mano por mi vientre, hacia el punto en el que se unen mis
muslos.
—Muy en serio —lo reto, y doy un respingo cuando introduce el
pulgar en mi zona sensible. Dios, nunca voy a cansarme de él.
—Voy a ser muy rápido —musita mientras continúa follándome con
el dedo. Suspiro y saboreo sus caricias expertas—. No juegues conmigo,
Ava.
Retira la mano y se aparta.
«¡¿Qué?!»
Quiero agarrarlo y volver a meter su mano donde debería estar. ¿A
qué demonios juega? Le lanzo una mirada como diciendo «¿De qué coño
vas?», y se ríe a gusto.
—Ya llego tarde porque quería asegurarme de que comías algo. Si
llego a saber que te iba a dar por jugar conmigo, te habría follado primero
y luego te habría dado de comer.
Se acerca y me restriega las caderas, siempre a punto para el amor, y
jadea en mi oído:
—A la una en punto. —Le da un mordisco a mi tostada—. Te quiero,
señorita.
Me mira más arrogante que nunca.
—No es verdad —le suelto—. Si me quisieras, no me abandonarías a
medio camino del orgasmo.
—¡Oye! —me grita. Parece enfadado—. No dudes nunca de lo mucho
que te quiero. Eso me cabrea muchísimo.
Intento poner cara de que lo siento pero, con las ganas que tenía de
correrme, me cuesta mucho convencer a mi cerebro para que haga nada.
Sólo quiere obligar a Jesse a terminar lo que ha empezado. Sé que se ha
puesto cachondo. ¿Cómo es que se va sin más?
—Que pases un buen día —añade; su mirada se suaviza y me besa en
la mejilla—. Te echaré de menos con locura, nena.
Eso ya lo sé. Pero sólo quedan seis horas hasta la hora de comer.
Sobrevivirá.
Una vez arreglada, bajo por el ascensor y taconeo por el vestíbulo
mientras busco las gafas de sol en el bolso.
—Buenos días, Ava —dice Clive al pasar.
—Buenos días —respondo, me pongo las gafas y saludo a la luz del
sol. Me paro de repente al ver a John apoyado en su Range Rover.
¿Va en serio?
Se levanta las gafas de sol y se encoge de hombros. Menos mal, a él
también le parece ridículo. Pero hoy necesito mi coche para poder recoger
las cosas de casa de Matt después del trabajo.
—John, puedo ir yo sola al trabajo. —Lo cierto es que estoy un poco
harta.—
No creo que puedas, muchacha —dice arrastrando las palabras. ¿De
qué habla?—. Están lavando tu coche. —Se encoge de hombros otra vez y
se sienta detrás del volante.
Me vuelvo y compruebo que hay un ejército de personas limpiándome
el coche.
Por el amor de Dios. Saco las llaves del bolso y veo que faltan las del
Mini. Don Controlador va a tener que explicarme qué hacía hurgando en el
bolso de una mujer (y, ya de paso, por qué me toquetea el móvil). Es de
muy mala educación. ¿Por qué nunca me pide mi opinión? Es una lata.
Llamaré a Kate. Ella me llevará. Marco su número.
—¡Nena! —responde, contenta.
—Oye, ¿podrías llevarme a casa de Matt cuando salga de trabajar para
que pueda recoger mis cosas? —Se lo pido todo lo de prisa que puedo.
—Claro.
—Genial. Te veo a la hora de comer. Por cierto, Jesse también viene.
Cuelgo y me siento al lado de John. Lleva su modelito habitual: traje
negro y camisa negra. ¿Cuántos trajes negros tendrá?
—¿Crees que está siendo poco razonable y difícil? —pregunto con
naturalidad mientras bajo el espejo para poder ponerme el brillo de labios.
—Sí, muchacha —dice con su forma de hablar de siempre—. Pero,
como ya te he dicho, sólo es así contigo.
Dejo caer la mano en el regazo y miro a John, que, como siempre, está
tamborileando con los dedos sobre el volante.
—¿Y en el trabajo no se comporta como un lunático?
—No.
Frunzo el ceño.
—¿Es simpático?
—Sí.
Suspiro con toda el alma para que John sepa que quiero una respuesta
más larga.
—¿Por qué?
Me mira y me deslumbra con sus dientes blancos. Veo el brillo de su
diente de oro.
—Muchacha, no seas demasiado dura con ese hijo de perra. Nunca le
había importado nadie hasta que llegaste tú.
Me reclino en mi asiento y escucho cómo John comienza a tararear al
ritmo del tamborileo de sus dedos. Es imposible que a Jesse nunca le haya
importado nadie. Tiene treinta y siete años.
—¿Cuántos años tiene? —pregunto, sonriente.
Me gano otra sonrisa de John.
—Treinta y siete. Pero tú eso ya lo sabías, ¿no?
«¡Ay, no!»
Me muero de la vergüenza en el acto y me pongo colorada como un
tomate. Había olvidado que hubo que rescatar a Jesse, y me apuesto a que
John se deleitó la vista. Me echo a reír para mis adentros al pensar en la
escena que debió de encontrarse: un dormitorio con un dios esposado a la
cama, un vibrador adornado con diamantes, mi conjunto de ropa interior de
encaje por el suelo y a dicho dios haciendo agujeros en la pared con el
vibrador. Me apuesto a que debió de parecerle de lo más divertido, y que
Jesse le explicó cómo y por qué había terminado esposado a la cama.
Mi vergüenza no conoce límites.
Pasamos el resto del trayecto en silencio, salvo por el tararear de
John. Soy incapaz de mirarlo. Me deja en Berkeley Square y corro a la
oficina para deshacerme de mi incomodidad. Me despido de él con un
gesto de la mano. ¿Cómo voy a volver a mirarlo a la cara?
De camino a mi mesa veo a Sally ordenando un armario. Parece que
está al borde del suicidio. La blusa de poliéster de cuello alto ha vuelto y el
pintaúñas rojo ha desaparecido. Ha pasado lo que me temía. Los hombres
son unos cabrones. Decido no mencionarlo, no creo que le haga gracia.
—Buenos días, Sally —digo tratando de no parecer excesivamente
feliz. Me ofrece una tímida sonrisa antes de volver a sus tareas. Me da
pena—. ¿Dónde está todo el mundo?
Se encoge de hombros. Está fatal. Me resigno a cerrar el pico y me
pongo a trabajar.
La mañana resulta muy productiva. Cierro unas cuantas cuentas y me
pongo al día respecto a mis clientes actuales. A las doce y cuarenta y cinco,
salgo a comer.
Entro en el bar y encuentro a Kate sentada a nuestra mesa de siempre.
Me lanza una mirada de enfado cuando me acerco.
—Tus modales por teléfono dejan mucho que desear.
He sido un poco brusca esta mañana, pero ha sido porque estaba tan
ocupada lidiando con mi hombre imposible que no he podido cuidar las
formas.
—Perdona. —Me siento, y lo primero que veo enfrente de mí es una
enorme copa de vino—. ¡Joder, Kate! ¡Llévatela de aquí! —La pongo en su
lado de la mesa.
Ella me lanza cuchillos con la mirada.
—Pensé que la necesitabas.
Y la necesito, pero Jesse llegará pronto. ¿Qué pensaría si me
encontrara tomando vino? Sería muy cruel y desconsiderado por mi parte.
Intento retirar también la copa de Kate, que se lanza a por ella.
—Kate, llegará en seguida.
—¡Oye! ¡Deja esa copa donde estaba! —me ordena, muy seria—.
Jesse no es mi novio.
No me puedo creer que se comporte así. Qué poco considerada. Se
niega a dejar la copa y la miro mal mientras la suelto. Ella la coge y bebe
un buen sorbo mirándome fijamente.
—¡Zorra!
Kate sonríe por encima de la copa. Cojo la mía y me la bebo de un
trago. Ella suelta una carcajada. Dios, qué maravilla. Hace casi dos
semanas que no bebo, todo un récord para mí. Dejo escapar un suspiro
largo y satisfecho.
—La necesitabas. —Kate confirma lo evidente.
—Sí, y probablemente necesite otra. —El sentimiento de culpa me
invade. Soy débil.
Inspecciono el bar antes de correr a la barra para dejar mi copa vacía.
Me siento como una delincuente juvenil.
—Ah, y no le digas a Jesse que lo quieres, que se vuelve muy creído
—gimo al volver a sentarme.
Kate se parte de la risa.
—¿Te recojo en tu oficina a las seis?
Sí, vamos a zanjar esta conversación antes de que él llegue.
—¿Te viene bien? —Sé que sí pero, después de que me haya reñido
por mis modales al teléfono, creo que es bueno que sea educada.
—Claro. ¿Has hablado con Matt?
—Sí, me estará esperando, pero Jesse no lo sabe y no quiero que se
entere —le advierto.
Kate arquea las cejas pero no dice nada.
—Me lo echaría a perder. —Me encojo de hombros.
Creo que el vino se me ha subido a la cabeza. Estoy atontada.
—¿Qué tal Sam?
—Llegará pronto. Pensé que, ya que esta mañana me has dicho que
Jesse se nos unía, podía preguntarle a Sam si le apetecía venir. —Lo dice
como si Jesse fuera la única razón por la que ha invitado a Sam. Como si
no la conociera.
—Oye, ¿tú sabes qué ha pasado entre Victoria y Drew? —pregunto
con curiosidad. Seguro que Kate sabe algo.
Le brillan los ojos.
—¡No te lo vas a creer!
—¿Qué pasa? —Me acerco más a ella, emocionada ante la perspectiva
de escuchar un buen chisme.
—Drew la llevó a La Mansión. ¡Y a la muy puritana no le gustó! —
Kate está encantada, pero a mí me entra el pánico.
Victoria se ha enterado de la existencia de La Mansión; ¿sabrá quién
es el dueño? ¿Se lo habrá contado todo Drew? ¿Habrá sumado dos y dos?
Ay, Dios, espero que no. La chica no es una lumbrera, pero si lo ha
averiguado sin duda se lo habrá dicho a Tom. Esto se está complicando
mucho. Aunque Tom no me ha comentado nada y, con un descubrimiento
tan jugoso como ése, no creo que pudiera resistirse. Quizá la pobre es
tonta. Eso espero, porque lo último que necesito es a Tom y a Victoria
metiéndose en mis asuntos y cuchicheando en la oficina.
—¿Qué te apetece comer? —La pregunta de Kate me saca de mis
cavilaciones.
—Un sándwich de beicon, lechuga y tomate con pan integral.
—¿Y para Jesse?
Frunzo el ceño. No tengo ni idea. Ni siquiera sé cuál es su plato
favorito.
—Pregunta si tienen mantequilla de cacahuete —digo encogiéndome
de hombros.
—¿Mantequilla de cacahuete? —Pone cara de asco. Amén, amiga—.
Mira, por ahí vienen. —Kate señala hacia la puerta con el vaso y me
vuelvo para mirar.
Suspiro de admiración, igual que Kate cuando ve a Sam. Drew es el
último en llegar. Sé muy bien que Kate está disimulando lo que siente por
Sam.
Jesse me da un beso en la mejilla y luego acerca una silla de otra mesa
para poder sentarse a mi lado, con la mano sobre mi rodilla. El calor de su
mano asciende por mi pierna y me da de lleno entre los muslos. No ayuda
nada cuando empieza a hacerme caricias y a darme pequeños apretones.
—Me has quitado las llaves del coche. —Lo miro enfadada.
—¿Todo el mundo bien? —Ignora mi acusación y empieza a trazar
círculos con el pulgar en el interior de mi muslo. Está sonriente. Sabe
perfectamente lo que me está haciendo.
Intento apartar la pierna pero no lo consiente. Me lanza una pequeña
mirada de advertencia y me da un apretón extra. Es su forma de decir:
cuando quiera y donde quiera.
—Yo, muy bien —sonríe Kate. Sí, está de maravilla ahora que ha
llegado Sam—. Voy a pedir, ¿qué queréis tomar? —dice poniéndose en
pie.
Los chicos le dicen lo que quieren para comer y ella desaparece en
dirección a la barra dejándome sola con las fieras.
Jesse se acerca a mí.
—Has bebido.
Me pongo tensa.
—Ha sido un accidente.
—No me importa que te tomes una si estoy contigo, Ava. —Se vuelve
hacia los hombres. ¿Que no le importa? Niego con la cabeza.
Observo con alegría cómo Jesse actúa con total normalidad con Drew
y con Sam. Hablan de deportes, casi todos de riesgo, y se comportan como
hombres normales y corrientes. Éste es el Jesse tranquilo y relajado. Se ríe
con ellos, le brillan los ojos y mantiene la mano en mi muslo. Sonrío. Es
un placer verlo así. Me guiña un ojo y quiero sentarme a horcajadas sobre
él y comérmelo a besos.
—¿Cómo está Victoria? —le pregunta Kate a Drew mientras vuelve a
sentarse a la mesa. Todos lo miramos a él. Cómo disfruta Kate liándola.
—No preguntes —replica él, y le da un trago a su botellín de cerveza.
Nadie más se pone nervioso por todo el alcohol que hay sobre la mesa.
¿Acaso yo lo estoy enfocando mal?
—Es una chica muy dulce pero tiene que animarse un poco —añade.
Retrocedo en mi taburete. Ese comentario ha sido un poco duro, más
aún después de haberla llevado a La Mansión. No puede despreciarla por
ser un poco escéptica.
—¿Por qué la invitaste a ir? —Formulo la pregunta antes de que mi
cerebro haya podido detenerme. ¿No es evidente? Jesse me lanza una
mirada de desaprobación y me pongo como un tomate.
Drew se encoge de hombros.
—Porque soy así y me gusta ese sitio.
—Amén —dice Sam alzando su botellín.
Abro unos ojos como platos al ver lo directo que es Sam pese a la
presencia de Kate; luego noto que mi amiga se pone algo tensa. La miro,
inquisitiva, pero ella finge no haberme visto y responde al brindis de Sam
con su copa de vino. Él le sonríe y los ojos aún se me abren más. ¡Kate ha
estado follando en La Mansión!
«¡La madre que me parió!»
—Además —prosigue Drew—, tengo que aprovechar al máximo. A
partir de los treinta y cinco, todo es cuesta abajo, el culo se te pone flácido
y te salen tetas. Buscaré una mujer que me ame por mi personalidad y no
por mi cuerpo cuando lo necesite.
Observo que Jesse se pone tenso a mi lado, aunque no me mira. Tiene
treinta y siete años, pero sin duda no tiene el culo flácido ni le han salido
tetas. Cruzo las piernas para que me apriete el muslo con más fuerza. Miro
con el rabillo del ojo y veo que su boca es una fina línea recta.
—Sólo me quedan nueve años, más me vale disfrutarlos —dice Kate
con una sonrisa sardónica.
La mandíbula me llega al suelo. No puedo creer lo que acaba de
soltar. Tengo la boca y los ojos totalmente abiertos. Me quedo corta si digo
que estoy a cuadros. Estoy sentada a la mesa en un bar normal, en un
Londres normal, con gente normal, y todos están hablando de La Mansión
como si fuera lo más normal del mundo. No, no son gente normal. ¿Cómo
iban a serlo? Estos tres hombres han estado picoteando y ahora han
arrastrado también a Kate al lado oscuro. Necesito más vino. ¿Qué coño
está pasando?
—Con nosotras la edad es mucho más cruel —dice Kate blandiendo
su copa de vino.
Sam le guiña el ojo, cosa que confirma mi teoría de que ha estado
follando allí. Quiero sacarla de aquí y exigirle una explicación. No estoy
segura de que sea bueno, a pesar de que Kate insiste en que sólo se está
divirtiendo. Sé que está fingiendo.
—¿Eso es lo que te ha pasado a ti, Jesse? —pregunto antes de beber
un sorbo de mi vaso de agua.
Me sube la mano por el muslo y cierro las piernas con fuerza.
—No —responde volviéndose hacia mí—. ¿Acaso crees que mi
cuerpo deja algo que desear? —Me arquea una ceja expectante.
Es la pregunta más estúpida del mundo.
—Ya sabes que no.
Sonríe.
—¿Sigo siendo tu dios?
Me sonrojo y le lanzo una mirada asesina al mismo tiempo.
—Eres un dios arrogante —murmuro.
Me coge de la nuca con la mano, me acerca a él y me da un beso en la
boca de los de caerse de culo. A pesar de que estamos en público, lo dejo
hacer. Como siempre, mi mente se queda en blanco y el mundo desaparece.
Sólo existen Jesse y su poder sobre todo mi ser. Me engulle, me atrapa, me
posee...
Cuando por fin me suelta, miro a los demás, muy avergonzada por mi
demostración de afecto sin tapujos. Me encuentro con un coro de
expresiones de asco ante nuestra cursilería, y alguien se lleva los dedos a la
boca como si fuera a vomitar. Es Jesse. Lo miro, sonríe y me rodea con sus
brazos.
—Sois lo peor —sentencia Kate—. Aquí está la comida, así que se
acabaron las cursilerías.
Sam se le acerca y la besa en la mejilla.
—¿Te sientes desatendida?
Ella lo aparta y el camarero nos sirve la comida.
—¡No!
Todo el mundo se abalanza sobre su plato, incluido Jesse, y charlamos
y nos reímos mientras comemos. No se me pasa por alto que de vez en
cuando Sam y Drew lanzan miraditas afectuosas hacia nuestro lado de la
mesa. Empiezo a pensar en cómo ha reaccionado Jesse al comentario de
Drew. Eso que ha dicho de que a partir de los treinta y cinco todo es cuesta
abajo es una exageración. Mi hombre tiene un cuerpo para comérselo. De
repente me viene a la cabeza la imagen de Jesse picoteando. ¿Y si ha
dejado de picotear y salir conmigo es un mal sustituto? Se ha retirado, por
así decirlo. Me siento como una mierda. Su mano sana me acaricia el
muslo mientras coge su sándwich con la mano lastimada. Tiene mucho
mejor aspecto. Los cardenales casi han desaparecido, pero las muescas
rojas de las muñecas siguen ahí, y parecen gritarme: «¡Mira!».
Le echo un vistazo a Jesse cuando me roza con la rodilla y me
encuentro con su mirada inquisitiva. Se ha dado cuenta de que estaba
pensando en su mano, absorta en mis cosas. Seguro que puede leerme la
mente. Meneo la cabeza y sonrío, pero dudo que eso haga que deje de
preocuparse por mis ensoñaciones.
—Será mejor que vuelva al trabajo —digo, apenada. Ha sido
agradable disfrutar de una comida medio normal (en fin, todo lo normal
que puede ser cuando comes con el dueño de un club de sexo superpijo y
dos de sus socios).
—Te acompaño. —Jesse deja lo que queda de su sándwich de beicon,
lechuga y queso en su plato y se levanta.
—Si mi oficina está a dos minutos, a la vuelta de la esquina —digo
con tono de cansancio. Dejo de poner pegas cuando me lanza una de sus
miraditas. En vez de discutir con él, me despido de todos y le doy a Kate el
dinero para pagar mi comida y la de Jesse.
Me lo devuelve.
—Jesse ya ha pagado la cuenta —dice.
¿En serio? Jesse está demasiado ocupado estrechando las manos de
los chicos como para notar que lo estoy mirando con cara de reproche. Nos
encaminamos a la salida del bar.
—¡Eh! —grita Kate de pronto—. ¿Noche de copas y chicas el sábado?
Me vuelvo con cara de no saber a qué juega. No parece percatarse de
mi reacción. No, está demasiado ocupada viendo cómo reacciona Jesse
ante la idea. Lo miro: parece incómodo. ¡Kate! ¿Cómo se te ocurre sugerir
una cosa tan estúpida? Sam y Drew tampoco pierden punto. Están
esperando la respuesta de Jesse.
—Mejor la semana que viene —respondo con toda la calma de la que
soy capaz.
—Puedes ir —me dice Jesse por detrás.
¿Puedo ir? ¿Qué significa eso de que puedo ir?
—No, mañana tenemos el aniversario de La Mansión. Estaré hecha
polvo. En el fondo quiero ir, pero me va a prohibir que beba, el muy
controlador. No es que beba hasta caer redonda todo el tiempo, y la última
vez que lo hice fue por su culpa. Además, tengo tantas cosas que contarle a
Kate, y ella a mí, por lo que he podido ver. Durante la comida sólo hemos
cubierto los titulares.
—Oye, te ha dicho que le parece bien —protesta Kate.
—Hablamos luego. —Quiero terminar la conversación. Espero que
capte la idea y cierre el pico.
—Vale, claro. —Me guiña el ojo—. Hasta luego.
Me gustaría matarla con el bolso pero noto que Jesse tira de mí y me
impide llevar a cabo mis planes. Me conformo con lanzarle otra mirada
asesina antes de dar media vuelta y dejar que él me saque del bar.
Llegamos a Piccadilly y nos tropezamos con todo el gentío que ha
salido a comer. Hay algo de tensión entre nosotros. Me suelta la mano y
me pasa el brazo por los hombros para tenerme más cerca.
Cuando llegamos a Berkeley Street, me detengo para poder verle bien
la cara.—
Si salgo, no podré beber, ¿verdad?
—No.
Pongo los ojos en blanco y sigo andando.
—Podrás beber el viernes. —Me alcanza y vuelve a pasarme el brazo
por los hombros.
Claro, podré tomarme una copa el viernes porque él estará allí para
velar por mí. El problema es que no me siento cómoda bebiendo delante de
él. No me parece bien, y más sabiendo que tiene un pequeño problema con
el alcohol.
—¿Harás que los porteros me espíen? —gruño.
—No les pido que te espíen, Ava. Les pido que te echen un ojo.
—Y que te llamen si no sigo las reglas —contraataco, y me gano unas
cosquillas.
—No —dice, cortante—, y llámame si estás tirada y revolcándote por
el suelo del bar con el vestido enrollado en la cintura.
Lo miro mal. Vale, sí, estaba tirada en el suelo del bar, pero no me
estaba revolcando y tampoco estaba cocida. No aquella vez. Fue Kate la
que me tiró al suelo consigo. En cuanto al vestido, en fin, ése es un asunto
trivial que un hombre neurótico hizo jirones. Podría salir, tomarme un par
de copas de vino, ponerme algo aceptable y no rodar por el suelo. Así el
portero no declararía la alerta roja. Quizá podría quedarme en casa de Kate
para no restregárselo. Me río para mis adentros por lo ambicioso de mi
plan. Lo cierto es que nunca permitirá que me quede en casa de Kate.
Le dejo que me mantenga pegada a él de camino a mi oficina.
—Ahora vas a tener que soltarme —le digo cuando ya estamos muy
cerca. Podríamos tropezarnos con Patrick, y no le he mencionado el tipo de
comida de negocios que he tenido con el señor Ward. Esto me va a costar
sangre, sudor y lágrimas.
—No —gruñe.
—¿Qué planes tienes para el resto del día? —Esto es lo que de verdad
me interesa.
Por favor, que diga que tiene un montón de asuntos con los que
entretenerse para que yo pueda ir a casa de Matt y recoger mis cosas sin
tener que engañarlo y mentirle. Ocultar información no es lo mismo que
mentir.
Me pone morritos.
—Pensar en ti.
Eso no me hace sentir mejor.
—Volveré a tu casa en cuanto termine de trabajar —digo, y me doy
cuenta al instante de que acabo de mentirle. Hago acopio de todas mis
fuerzas para no tocarme el pelo.
—¡Nuestra casa! —me corrige—. ¿A qué hora?
—A las seis, más o menos. —«Hora más, hora menos», me digo a mí
misma.
—Te encanta esa muletilla, ¿no? Más o menos... —Me mira y creo
que me está escudriñando. Es imposible que sepa lo que estoy tramando.
Sólo lo sabe Kate.
—Más o menos —respondo, y me apoyo en él para darle un beso.
Me coge, me echa hacia atrás sobre su brazo con un gesto ridículo y
teatral y me besa hasta dejarme sin aliento en pleno Berkeley Square. La
gente trata de no chocar contra nosotros y nos grita alguna impertinencia.
Que les den.
—Joder. Te quiero, te quiero, te quiero —dice contra mi boca.
Sonrío.
—Lo sé.
Vuelve a erguirme y entierra la cara en mi cuello para mordisquearme
la oreja.
—No me canso de ti. Voy a llevarte a casa.
Lo sé, siempre me lo dice, y me entran ganas de no volver a la oficina
e irme con él. No tengo mucho trabajo, y no hay nada que no pueda
esperar. Me encanta cuando está de este humor, exigencias y órdenes
aparte.Mi móvil empieza a cantar y me saca de mi estado de rebeldía. Lo
pesco del bolso con Jesse enganchado a mi cuello. Cuando lo saco, lo
levanto por encima de su cabeza para ver quién es. Suelto un gruñido. ¿Por
qué tiene que llamarme Mikael precisamente ahora?
Jesse debe de notar mi fastidio, porque deja mi cuello y me mira con
curiosidad.
—¿Quién es?
—Nadie, un cliente. —Meto el móvil en el bolso de nuevo. Ya lo
llamaré—. Te veo en tu casa —digo, y echo a andar pero él me agarra por
la muñeca.
—¡Nuestra casa, Ava! ¿Quién era? —Su repentino cambio de humor
me pilla con la guardia baja.
—Mikael —digo entre dientes—. Sólo es un cliente —añado para
enfatizar el papel que Mikael desempeña en mi vida.
Es posible que no pueda curar esa parte de Jesse: es muy celoso y
demasiado posesivo. Tiro de la muñeca para soltarme y recorro los pocos
metros que quedan hasta la oficina dejándolo a él en la acera. ¿Y me dice a
mí que si he visto al monstruo de ojos verdes?
El móvil suena de nuevo y lo cojo al entrar en la oficina.
—Hola, Mikael.
—Ava, llamo para confirmar nuestra cita del lunes. —Su voz suave
baila en mis oídos. Puede que Jesse lo vea como una amenaza, pero no lo
es, aunque la verdad es que tiene una voz muy sensual—. ¿Te va bien a las
doce?
Me dejo caer en mi silla y la pongo de cara a la mesa. Me quedo
horrorizada al ver que tengo a Jesse delante, bufando como un toro bravo.
Parece furioso. Recorro el despacho con la mirada y veo a Tom y a
Victoria en sus respectivos puestos de trabajo, sin perderse un detalle y sin
disimular su curiosidad. Entonces veo a Patrick en su oficina pero, gracias
a Dios, está absorto con lo que sea que muestra su pantalla de ordenador y
no parece haber visto a Jesse.
—¿Ava?
Con el drama que tengo entre manos, se me olvida que estoy en plena
conversación telefónica por temas de trabajo.
—Perdona, Mikael. —Miro a Jesse con cara de no entender qué hace
aquí, pero pasa de mí y sigue actuando como una fiera al acecho, sin tener
en cuenta dónde estamos ni que tenemos espectadores—. Sí, perfecto —
intento sonar segura y profesional. Fracaso a lo grande: sueno nerviosa y
atacada.
—¿Estás bien? —Su pregunta me desmorona. Está claro que se nota
que no estoy bien.
—Sí, bien, gracias.
—Estupendo. ¿Rompiste tu regla?
El corazón deja de latirme.
—¿Disculpa? —me sale un poco agudo debido a la falta de oxígeno.
—Con Jesse Ward. Es un cliente, ¿no es así?
No sé qué decir. No, no era un cliente, no cuando estaba trabajando en
el Lusso, pero no soy tan tonta como para decírselo. Mikael sabe que
supuestamente estoy trabajando para Jesse. Supuestamente. Todavía no he
vuelto a La Mansión, y Jesse no me ha presionado para que lo haga.
—Sí. —Es la única palabra que me sale.
—¿Cuánto hace que sales con él?
Se me hiela la sangre en las venas y busco la respuesta correcta en mi
cerebro.
—Un mes, más o menos —tartamudeo por teléfono. ¿Por qué me
pregunta estas cosas?
—Hummm, qué interesante —responde.
La sangre se me hiela aún más. ¿Por qué le parece tan interesante?
Tengo la mirada fija en los ojos verdes del hombre por el que daría la vida
y tengo a otro hombre al otro lado de la línea telefónica que parece tener
algo que decirme, algo que va a hacer que salga despedida y con el culo
chamuscado del séptimo cielo de Jesse, aunque no es que esté allí en este
preciso instante.
—¿Por qué? —sueno muy nerviosa. Normal, es que estoy muy
nerviosa. ¿Qué es lo que sabe?
—Ya hablaremos durante nuestra reunión.
—Vale —digo simplemente, y cuelgo. Eso ha sido de muy mala
educación, pero no sabía qué otra cosa decir o hacer.
Jesse está sentado sobre mi mesa y parece que quiere arrancarme la
cabeza de cuajo, pero ¿por qué? Hay que joderse. En cinco minutos he
pasado de estar retozando en la acera a un duelo de titanes.
Nos miramos fijamente un rato. Veo de reojo a Tom y a Victoria, que
parece que se han quedado a presenciar el espectáculo. Para ser justos, es
imposible no verlo. Jesse no es fácil de ignorar y, aunque no estuvieran
mirando, seguirían con las antenas puestas, pendientes del hombre
taciturno que emana hostilidad sobre mi mesa. Su atrevimiento casi, casi,
roza la valentía.
Me centro en Jesse pero no quiero mover ficha primero por miedo a
que estalle y Patrick acuda a averiguar a qué se debe la conmoción. No
obstante, tampoco puedo quedarme aquí sentada mirándolo todo el día.
—Estoy trabajando —digo, firme y tensa. Ni siquiera yo misma me
creo mi falsa calma. Jesse parece estar a punto de explotar de la rabia.
—¿Quién era? —inquiere señalando mi teléfono con un gesto de la
cabeza.
—Ya sabes quién era —digo dejando el móvil sobre la mesa. ¿Mi
forma de hablar con Mikael tiene algo que ver con todo esto? Mikael sabe
algo, y Jesse sabe que lo sabe. Hasta ahí llego.
—No vas a volver a verlo —dice entre dientes, alto y claro.
Vale, ahora sí que estoy muy preocupada.
—¿Por qué?
Ni siquiera me molesto en señalar que Mikael es un cliente. Ya lo
sabe y, a juzgar por su expresión, le da exactamente igual.
—Porque no. No te lo estoy pidiendo, Ava. En esto, vas a hacer lo que
yo te diga. —Empieza a morderse el puto labio, temblando de rabia.
No puedo ponerme a discutir ahora, no en mi lugar de trabajo.
Tampoco puedo renunciar al contrato de Vida. Estoy jodida, muy, muy
jodida. Nunca había necesitado tanto una copa.
—Te veo en el Lusso —digo en voz baja.
—Hasta entonces. —Da media vuelta y desaparece.
Me hundo en mi silla y respiro. La vida con Jesse es una puñetera
montaña rusa, y ahora que se ha ido me voy a pasar el resto de la tarde
preocupada por él. Todo son incertidumbres, pero hay una cosa que tengo
muy clara: no voy a volver al Lusso esta noche. Necesito tiempo para
pensar y aclararme las ideas antes de que me caiga más mierda encima.
Cuando por fin me da una respuesta, aparecen veinte interrogantes más.
—Por favor, qué sexy está ese hombre cuando se enfada —comenta
Tom—. ¿Has ido a La Mansión últimamente, cielo? —pregunta bajándose
las gafas, y de inmediato sé que Victoria no es tan tonta como parece.
Ella suelta una risita nerviosa, la primera en dos días. Quiero protestar
y acusarla de ser una mojigata y luego decirle a Tom que se busque un
asistente de compras. Pero eso sería muy infantil, y no creo que pudiera
morderme la lengua y dejarlo estar. Estoy a punto de explotar de tanta
frustración y tanto estrés, y pobre el que me haga reventar porque le espera
una buena. Por suerte para Tom y Victoria, Patrick les salva el culo antes
de que se me vaya la pinza y les suelte cuatro verdades.
—Flor —dice sentándose en el borde de mi mesa, que suelta su
habitual crujido de protesta; yo hago la mueca de siempre y Patrick hace
caso omiso, como todos los días—, me ha llamado Mikael Van Der Haus:
quiere que hagas un viaje de documentación a Suecia.
Joder. Ésa no me la esperaba.
Después de haber conseguido el contrato para decorar el Lusso, el
socio de Mikael pidió que todo fuera italiano y auténtico, así que me
enviaron a Italia para que me documentara y buscara proveedores. Mikael
ha dejado muy claro que quiere materiales sostenibles en Vida, pero no me
imaginaba esto.
La complejidad de su propuesta es como un puñetazo en el estómago.
El hecho de que el viaje sea por el proyecto de Mikael va a enviar a Jesse a
la tumba y, a juzgar por lo ocurrido, es probable que yo también acabe bajo
tierra.
—¿Es del todo necesario?
«Por favor, di que no. Por favor, por favor.»
—Del todo. Mikael ha insistido mucho. Buscaré vuelos. —Se levanta
con un crujido de mi mesa y regresa a su despacho.
¿Mikael ha insistido? Estoy en apuros. No voy a poder ir a Suecia,
Jesse no me va a dejar. ¿Qué voy a hacer? Quedarme sin trabajo... Me dan
sudores fríos.
—¿Café, Ava? —Sally aparece con la misma cara de pena de esta
mañana. Lo que necesito desesperadamente es vino.
—No, gracias, Sally.
Tom y Victoria ya no están espiando. Mejor. Así puedo pasarme el
resto de la tarde preocupándome por mis dramones en paz. De repente
desearía no tener que ir a recoger mis cosas después del trabajo. Ver a Matt
es lo último que me apetece hacer.
—Aquí tienes, flor. Información de vuelos. Dime cuál te va mejor. —
Mi jefe me pasa el horario de los vuelos y me lo echo al bolso. Ya lo
pensaré más tarde.
Patrick me deja en paz y finalmente hago un leve intento de ponerme

a trabajar.

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