Son casi las seis cuando empiezo a ordenar mi
mesa. Los demás ya se han
ido, así que me toca cerrar la oficina y
conectar la alarma. Kate se acerca
con Margo Junior y me subo a la furgoneta.
—No puedo creer que dijeras lo de la noche de
chicas delante de Jesse
—disparo en cuanto me he abrochado el cinturón
de seguridad. A pesar de
lo enfurruñada que estoy, me maravillo de lo
cómoda que es su nueva
furgoneta.
—Yo también me alegro de verte —responde
adentrándose en el mar
de coches—. Ha dicho que podías ir. ¿Qué
problema hay?
—El problema es que no me va a dejar beber
porque le ha dado por
pensar que voy a acabar muerta o algo así si
él no está ahí para protegerme.
Kate se echa a reír.
—Qué tierno.
—No, no es tierno. Es ridículo.
—Bah, no tiene por qué enterarse. ¡Podemos
rebelarnos!
—¿Estás de coña? —Me río, aunque ahora mismo
quiero ser una
rebelde. Me apetece emborracharme pero eso
sería muy desconsiderado—.
Acaba de tener una pataleta por un cliente, un
hombre. De hecho, me ha
fastidiado la reunión con Mikael Van Der Haus
y ha marcado su territorio.
Ha sido horrible. —Lo suelto todo, y eso que
aún le estoy dando vueltas al
hecho de por qué Mikael cree que mi relación
con Jesse es muy
interesante.
—¡Puaj!
—Lo bueno es que ya sé cuántos años tiene.
Los ojos azules de Kate brillan de la emoción.
—¿De verdad?
Asiento:
—De verdad.
—Oigámoslo. Revela el misterio de la edad.
—Treinta y siete.
—¡No! —exclama en plan teatral—. ¿En serio? No
los aparenta.
¿Cómo lo has descubierto?
—Ayer por la mañana le enseñé a Jesse el polvo
de la verdad.
No sé por qué se lo he dicho, ya que ahora
querrá que le dé detalles.
—Lo sabías desde ayer, ¿y no me lo habías
contado?
—Perdona. —Me encojo de hombros. Es que la
edad es sólo una
parte. Hay mucho más, pero necesito vino para
hablar de esa mierda.
Tengo que salir una noche para poder
contárselo todo a Kate.
—¿Qué es un polvo de la verdad? —Frunce el
ceño.
Ya lo sabía yo.
—Pues consiste en esposar a Jesse a la cama,
un vibrador y servidora.
—La miro—. No le gusta compartirme, ni
siquiera con una máquina.
Se echa a reír a mandíbula batiente y da un
volantazo. Me agarro a la
puerta.—
¡Kate!
—Lo siento —dice entre risas—. ¡Cómo me gusta!
Tengo tanto que contarle... Aunque su
situación me preocupa.
—¿Qué pasa contigo y con Sam?
Deja de reírse en el acto.
—Nada.
Pongo los ojos en blanco y suspiro de manera
exagerada.
—Claro. Nada.
—Oye, ¿qué te vas a poner para a la
superfiesta? —Está claro que
quiere cambiar de tema.
Gruño para mis adentros. ¿Voy a ir, a pesar de
todo?
—No lo sé. Se supone que Jesse va a llevarme
de compras.
—¿En serio? —dice—. Pues exprime al máximo a
ese ricachón.
—Aunque no tengo ganas de ir. No he vuelto
desde aquel domingo, y
doña Morritos estará allí —murmuro.
Seguro que recibo otra advertencia. Me hundo
en mi asiento y pienso
en todas las cosas que preferiría hacer mañana
por la noche, y el hecho de
que Jesse esté tan cabreado conmigo no mejora
mi entusiasmo. Soy yo la
que debería estar echando pestes. A juzgar por
lo que ha dicho antes
Mikael, Jesse tiene mucho por lo que darme
explicaciones.
Aparcamos delante de mi antiguo apartamento y
de inmediato veo el
BMW blanco de Matt. Qué depresión. En fin,
alguien tiene que abrirme la
puerta.—¿Quieres que te acompañe? —me pregunta
Kate.
Me lo planteo unos segundos pero decido que lo
mejor será que ella
me espere con Margo. Kate puede ser muy
cabrona cuando quiere, y en
realidad sólo tengo que entrar, ser educada y
salir lo más rápidamente
posible.
—No, ya lo traigo yo todo.
Abro la puerta de la furgoneta y salgo. Me
estoy poniendo enferma.
Jesse ya está loco de rabia por la estúpida
llamada telefónica. Diría que se
le va la olla, pero no lo tengo tan claro por
los derroteros por los que
Mikael ha llevado la conversación. Jesse no la
ha oído pero su reacción
hablaba por sí sola.
Subo los escalones de la entrada y pulso el
botón del portero
automático. Me da pena no vivir ya aquí.
—Hola. —La voz feliz de Matt me saluda por el
interfono.
—Hola —digo lo más informal que puedo. No
quiero hablar con él.
Sigo enfadada porque llamó a mis padres.
—Ya te abro.
Se abre la puerta y miro a Kate. Le hago un
gesto con la mano para
que sepa que voy a entrar y me muestra el
pulgar de una mano levantado y
el móvil con la otra. Asiento y paso al
vestíbulo del edificio.
Mientras subo la escalera respiro hondo y me
digo que todo irá bien.
No debo mencionar la llamada a mis padres y
tampoco debo quedarme a
charlar.
La puerta está abierta. Hago de tripas corazón
y entro. No cierro del
todo, no voy a quedarme mucho. Busco a Matt en
la cocina y en la sala de
estar pero no lo encuentro. En el dormitorio
están mis cosas, empaquetadas
en cajas y bolsas. Sin Matt a la vista, cojo
unas cuantas bolsas y me
dispongo a salir cuando lo veo en el umbral de
la puerta con una copa de
vino tinto en la mano. Lleva el traje beige.
Siempre he odiado ese traje,
aunque nunca se lo he dicho. Se ha peinado el
pelo oscuro con la raya al
lado, como siempre.
—Hola —dice con una sonrisa demasiado
exagerada para la ocasión.
—Hola. Te he estado buscando —le explico
mientras cargo con las
bolsas—. Kate me está esperando en la
furgoneta.
No puede ocultar su hostilidad cuando menciono
a Kate, pero hago
caso omiso y me encamino hacia la puerta.
Tengo que pararme cuando no
se aparta de mi camino.
—Perdona —digo; mis buenos modales me están
matando.
Me sonríe y le da un trago al vino con
chulería antes de apartarse lo
justo para que yo pueda pasar.
Cuando mi amiga me ve salir del edificio,
salta de la furgoneta para
abrirme las puertas traseras.
—Qué rápida —dice ayudándome con las bolsas.
—Matt lo tenía todo empaquetado.
Sonríe.
—Muy civilizado por su parte.
Vuelvo al apartamento a por más cosas. Sería
más rápido si Kate
subiera a ayudarme, pero de momento la cosa va
bien y está siendo
indolora. Si añado a Kate a la ecuación,
seguro que se desata la anarquía,
así que voy y vengo y acarreo mis posesiones
terrenales yo sola. Matt ni
siquiera se ofrece a echarme una mano.
Le paso a Kate la novena y décima bolsa.
—¿Cuántas quedan? —pregunta metiéndolas en la
furgoneta.
—Sólo una caja más —digo dando media vuelta.
Más le vale haberlo
empaquetado todo, porque no quiero tener que
volver.
Subo la escalera y cojo la última caja, lista
para salir pitando, pero
Matt vuelve a cortarme el paso.
—Ava, ¿podemos hablar? —pregunta, esperanzado.
«Ay, no.»
—¿De qué? —digo, aunque sé perfectamente de
qué. Tengo que salir
de aquí. No puedo volver a pasar por esta
mierda. La última vez que
rechacé su oferta de volver a intentarlo, se
portó como un cerdo.
—De nosotros.
—Matt, no voy a cambiar de opinión —replico
con seguridad, pero
antes de que me dé cuenta, está intentando
meterme la lengua en la
garganta. Se me cae la caja y lo empujo con
todas mis fuerzas—. Pero
¡¿qué coño haces?! —chillo, incrédula.
Jadea un poco y me mira enfadado.
—Recordarte por qué estamos hechos para estar
juntos —me espeta.
Me da por echarme a reír. Es una carcajada
profunda. ¿Intenta
hacerme recordar? ¿Qué?, ¿lo gilipollas que
es? ¡Por favor! Desde luego,
no es un recordatorio como los de Jesse.
—¿Todavía sales con alguien?
—Eso no es asunto tuyo.
—No, pero tus padres parecían muy interesados.
Respiro hondo para no soltarle un guantazo. No
pienso contestarle.
Después del día que he tenido, esto es lo
último que necesito.
—Aparta, Matt. —Estoy muy orgullosa de mí
misma por haberlo
dicho con calma.
—Zorra estúpida —sisea.
Me deja atónita. Sabía que tenía un lado hijo
puta, pero ¿hacía falta
llegar a esto? Me hierve la sangre.
—Sí, estoy saliendo con alguien. Y ¿sabes qué,
Matt? —No espero a
que me conteste—. Es el mejor con el que he
estado. —Se lo restriego,
aunque sea una idiotez.
Suelta una risa estúpida, de las que se
merecen una bofetada.
—Es un alcohólico empedernido, Ava. ¿Lo
sabías? Probablemente va
ciego cada vez que te folla.
Titubeo y la sonrisa chulesca de Matt se hace
más amplia. ¿Cómo
sabe con quién estoy saliendo? Se cree que
estoy sorprendida porque ha
soltado lo del alcohol. No es eso. Lo que me
sorprende es que sabe con
quién estoy saliendo. ¿Cómo es posible?
Dios, quiero darle una hostia con la mano
abierta y borrarle esa
sonrisa de capullo de la cara.
—Bueno, incluso borracho folla mucho mejor que
tú. —Toma
castaña.
Adiós a su expresión satisfecha: ahora parece
confuso. El muy hijo de
puta creía que me había pasado la mano por la
cara. Con mis palabras he
conseguido mucho más que con una hostia bien
dada. Me alegro de haber
sido tan aguda y tan rápida. Siempre se creyó
maravilloso en la cama.
Bueno, pues no lo era.
Le ha dolido. Se pregunta qué debe hacer
ahora. Me mantengo firme
pero siento curiosidad por saber cómo se ha
enterado de lo de Jesse.
—Eres patética —escupe.
—No, Matt. Estoy resarciéndome de cuatro años
de sexo de mierda
contigo.
Se queda pasmado. No sabe qué decir. Recojo la
caja del suelo y
levanto la cabeza cuando oigo unos pasos
atronadores en la escalera.
«¡Mierda!»
—¡Ava! —ruge.
Me ha chafado toda esperanza de dejar a Matt y
su expresión de
perplejidad libre de violencia. ¿Cómo sabe que
estoy aquí? Mataré a Kate
como me haya delatado ella.
Entra como una apisonadora y me doy cuenta de
que he sido una
ingenua por pensar que ya había visto todo lo
imposible que podía ponerse.
Está fuera de sí y tengo miedo. No temo por
mí, sino por Matt, y lo odio.
Jesse parece capaz de matar a alguien.
No obstante, ni siquiera repara en él. Me
clava una mirada furibunda y
me encojo.
—¡¿Qué cojones haces aquí?! —grita.
Me echo a temblar. Es como si le hubiera
puesto un trapo rojo delante
y está resoplando como un toro bravo. No
debería saber dónde estoy.
¿Cómo se ha enterado? ¿Me ha puesto un
transmisor? Decido no
preguntárselo y cerrar el pico.
—¡Contéstame! —ruge.
Pestañeo. Está claro lo que he venido a hacer,
no necesita que se lo
confirme, y debe de haber visto las bolsas en
la parte trasera de la
furgoneta de Kate.
Matt, sabiamente, decide apartarse y mantener
su boca de gallito
cerrada. Su mirada va de Jesse a mí, y sé que
está pensando que un hombre
que sólo se está follando a una tía no se pone
así.
«¡Hola, saluda a mi dios!»
—¡Te lo he dicho mil veces! No lo llames, no
vayas a su casa. ¡Te dije
que iba a venir John! —exclama gesticulando
como un enajenado mental
—. ¡Métete en el puto coche!
A Matt se le escapa una risita disimulada y le
doy un latigazo con la
mirada. Está muy satisfecho con la escena. Lo
que me faltaba. No voy a
quedarme aquí mientras me grita delante del
gilipollas de mi ex novio.
Cojo la caja y salgo echando humo del
apartamento, dando las gracias a lo
más sagrado porque Jesse no entrara unos
segundos antes.
—Nos hemos besado —dice Matt la mar de contento
antes de comerse
el puño de Jesse.
Voy a echarme a llorar. ¿Es que mi ex no sabe
cuándo cerrar la puta
boca? Oigo los pasos furiosos de Jesse detrás
de mí mientras salgo a la
calle. Ahí están Sam y Kate. Anda, y también
ha venido John.
John está apoyado en su Range Rover, con las
gafas de sol puestas; da
tanto miedo como siempre, pero tiene el rostro
impasible. Kate da vueltas
de un lado a otro junto a la furgoneta y Sam
está a un lado, circunspecto.
¿De verdad hacía falta que viniera todo el
mundo? Miro a mi amiga con
cara de «No preguntes».
Me coge la caja.
—Joder, Ava... —susurra lanzándola a la parte
trasera de la furgoneta.
—¿Le dijiste a Sam que yo estaba aquí?
—inquiero, directa al grano.
—¡No! —chilla.
La creo. Ella no me haría eso.
—¡John! —grita Jesse al salir del edificio—.
Pon sus cosas en el
Rover.
Sacude la mano en recuperación y de repente me
preocupo. El muy
idiota. ¿No podía pegarle con la zurda? Y
entonces proceso lo que ha
dicho.
«¿Sus cosas?»
—¡No las toques, John! —grito, y John se queda
quieto en el sitio—.
No voy a irme con él. Vamos, Kate.
Me dirijo a la puerta del acompañante de la
furgoneta y, cuando llego
a la puerta, veo que Sam tiene a Kate cogida
del brazo. Ella mira a Sam y
niega débilmente con la cabeza. Luego me mira
a mí. Está entre la espada
y la pared.
—¡Coge sus cosas, John! —Jesse baja los
escalones como un rayo.
—¡No las toques! —repito.
John deja escapar un suspiro de exasperación y
mira a Jesse,
esperando una respuesta, pero al parecer
decide que mi ira es el menor de
sus males, porque empieza a meter mis cosas en
el Range Rover. Bueno,
que se las lleve. Yo no me voy con él. Subo en
la furgoneta de Kate y me
hundo en el asiento, más ofendida que nunca.
A los dos segundos, se abre la puerta.
—¡Sal! —La voz le tiembla a causa de la ira,
pero me importa una
mierda.
Cojo la manija y tiro para cerrarla, pero él
interpone su cuerpo.
—¡Jesse, vete a la mierda!
—¡Esa boca!
—¡Que te jodan! —grito. Estoy afónica, y mis
cuerdas vocales me
suplican que me calme. Nunca había gritado
tanto. Estoy temblando de la
rabia. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a
portarse así después de todo lo
que me ha hecho pasar?
—¡Vigila esa puta boca! —Se acerca y me coge.
Me resisto y peleo, pero no tengo fuerza
alguna comparada con él. Me
saca a la fuerza de Margo Junior y me sujeta
por la espalda. Sigo
pataleando y dando codazos. Me rodea la
cintura con el brazo y me levanta
del suelo sin esfuerzo, y a continuación me
lleva a su coche mientras grito
y pataleo como una cría de tres años.
—¡Suéltame!
—Cierra esa boca tan sucia que tienes, Ava
—gruñe entre dientes,
cosa que sólo me anima a seguir pataleando y
dando manotazos.
Me está secuestrando a la fuerza en pleno
Notting Hill, bajo la atenta
mirada de mi mejor amiga, de su novio y de
John. ¡Me muero de la
vergüenza! No me puedo creer que la cosa se
haya ido tanto de madre.
Todo iba bien. Estaba a punto de marcharme, y
entonces aparece este
cabrón neurótico y lo llena todo de mierda.
Quiero levantar la cabeza y
gritarle al cielo.
Me resisto un poco más y voy a por el brazo
con el que me sujeta por
la cintura.
—Estás montando un espectáculo, Ava —me
advierte.
Miro alrededor y veo que hay muchísimos
peatones que han dejado de
hacer lo que estuvieran haciendo para ver la
dramática escena que acontece
ante sus ojos. Dejo de resistirme, más que
nada porque estoy exhausta.
Permito que me meta en el coche, aunque le doy
un par de manotazos
cuando intenta ponerme el cinturón de
seguridad.
Me coge de la barbilla y me acerca la cara.
—¡Haberte portado bien! —Sus ojos verdes
lanzan rayos furibundos,
pero lo miro desafiante antes de apartar el
rostro.
Me incorporo sobre el cuero negro y cálido e
intento recobrar el
aliento.
Mañana no pienso ir a La Mansión, y el sábado
me iré al pub.
También tengo intención de marcharme del
Lusso. Aunque tampoco es que
ya me haya mudado allí, a pesar de que Jesse
piense lo contrario.
Se acerca a John, a Kate y a Sam. Están
hablando pero no sé qué
dicen. Jesse agacha la cabeza y Kate le pone
una mano en el brazo para
consolarlo. ¡Es una puta traidora! ¿Por qué
todo el mundo lo mima a él
cuando soy yo la que ha sido secuestrada por
un loco peligroso?
John sacude la cabeza y roza la mandíbula de
Jesse con los nudillos,
pero él lo aparta de mala manera. Puedo leer
«tranquilízate» en los labios
de John. Jesse los deja, alza los brazos al
cielo y se tira del pelo rubio
despeinado con frustración. John sacude la
cabeza y sé que esta vez se
limita a decir: «Hijo de perra.»
¡Muy bien! John está de acuerdo conmigo.
«Cualidades
desagradables», creo que fueron las palabras
de John. La verdad es que no
veo cómo podría ponerse mucho más
desagradable. Esta vez se le ha ido la
pinza del todo.
Cuando sube al coche, le doy la espalda y miro
por la ventanilla del
acompañante. No pienso dirigirle la palabra.
Se ha pasado de la raya. Pone
el coche en marcha y arranca a tal velocidad
que me estampo contra el
asiento. Como si su forma habitual de conducir
no diera ya bastante miedo.
No me apetece nada ser su pasajera hoy.
—¿Cómo has sabido dónde estaría? —pregunto
mirando aún por la
ventanilla.
Con el rabillo del ojo lo veo hacer una mueca.
Agita la mano. Se la ha
lastimado.
—Eso no importa.
—Sí que importa. —Me vuelvo y contamplo su
perfil ceñudo. Hasta
cabreado sigue siendo una bestia hermosa—. Iba
todo bien hasta que has
aparecido.
Gira la cabeza y yo le devuelvo una mirada
iracunda.
—Estoy muy cabreado contigo. ¿Lo has besado?
—¡No! —aúllo—. Él ha intentado besarme y le di
un empujón. Estaba
a punto de irme. —Me duele la frente de tanto
fruncir el ceño.
Me sobresalto cuando empieza a pegarle
puñetazos al volante.
—No vuelvas a decirme que soy posesivo, celoso
y que exagero, ¿me
has oído?
—¡Eres más que posesivo!
—Ava, en dos días te he pillado con dos
hombres que estaban
intentando meterse en tus bragas. Dios sabe
qué habrá pasado cuando no
estaba presente.
—No seas imbécil. Estás paranoico. —Sé que no
lo está. Tiene razón,
pero lo que yo quiero saber es por qué, de
repente, a Mikael le interesa mi
relación con Jesse—. ¿De qué conoces a Mikael?
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Sé que se lo está pensando porque el labio
inferior ha desaparecido
entre sus dientes.
—Le compré el ático, Ava. ¿De qué crees que lo
conozco?
—Le pareció muy interesante que le dijera que
hacía más o menos un
mes que salía contigo. ¿Por qué será?
Se vuelve otra vez para mirarme.
—Y ¿por qué carajo hablas con él sobre
nosotros?
—No hablo con él de nada. ¡Me hizo una
pregunta y le contesté! ¿Por
qué le parece tan interesante, Jesse?
Estoy perdiendo el control. Aparto la mirada y
respiro hondo,
intentando calmarme.
—Ese hombre te desea, créeme.
—¡¿Por qué?! —grito mirándolo fijamente.
Se niega a mirarme.
—¡Porque sí, joder! —ruge.
Salto hacia atrás en mi asiento, asustada y
frustrada por su respuesta
iracunda y vaga. Esta conversación no lleva a ninguna
parte. Él tiene que
tranquilizarse y yo también. Le preguntaré lo
que tenga que preguntarle
cuando no parezca estar a punto de romper la
ventanilla de un puñetazo.
Aparca en la entrada del Lusso y salgo del
coche con el motor en
marcha. John deja el Range Rover en el
aparcamiento. Me meto en el
vestíbulo. Clive sale de detrás del mostrador
pero lo ignoro por completo y
voy directa al ascensor.
Espero que Jesse suba antes de que las puertas
se cierren pero no lo
hace. Está claro que también ha llegado a la
conclusión de que los dos
necesitamos tranquilizarnos.
Salgo del ascensor, saco la llave rosa del
bolsillo interior del bolso,
abro la puerta, la cierro de un portazo y de
la rabia tiro el bolso al suelo.
—¡Hijo de puta! —maldigo para mí.
—Hola —dice una vocecita.
Levanto la cabeza y veo a una mujer de mediana
edad con el pelo cano
delante de mí. Supongo que debería preocuparme
que haya una
desconocida en el ático de Jesse, pero estoy
demasiado cabreada.
—¿Y tú quién coño eres? —le suelto de mala manera.
La mujer da un paso atrás y entonces reparo en
el paño y el
abrillantador de muebles que lleva en la mano.
—Cathy —contesta—. Trabajo para Jesse.
—¿Qué? —pregunto, alterada. La furia que me
domina no me deja
entender nada..., hasta que entre su comentario
y el abrillantador de
muebles... lo pillo.
«¡Mierda!»
Se abre la puerta detrás de mí, me vuelvo y
entra Jesse. Me mira a mí
y luego a la mujer.
—Cathy, creo que deberías irte. Hablamos
mañana —dice con calma,
aunque todavía detecto un punto de enfado en
su voz.
—Por supuesto. —La mujer deja el trapo y el
abrillantador sobre la
mesa, se quita el delantal y lo dobla de prisa
pero perfectamente—. La
cena está en el horno. Estará lista dentro de
media hora.
Coge un bolso de loneta del suelo y guarda el delantal.
Que Dios la
bendiga. Me sonríe antes de irse. Es más de lo
que me merezco. Menuda
primera impresión le habré causado...
Jesse le pellizca la mejilla y le da un
pequeño apretón en los hombros.
La veo atravesar el vestíbulo, y a John y a
Clive saliendo del ascensor
cargados con mis bártulos. Están perdiendo el
tiempo porque no voy a
quedarme aquí. Me dirijo a la cocina y abro la
nevera de un tirón deseando
que mágicamente aparezca una botella de vino.
Pero me llevo una gran
decepción.
Cierro de nuevo de un portazo y subo escaleras
arriba echando humo.
Es que no puedo ni mirarlo. Entro en el
dormitorio y doy otro portazo...
¿Ahora qué? Debería irme para que los dos
pudiéramos pensar. Esto es
demasiado intenso y va demasiado rápido. Es
venenoso e incapacitante.
Me encierro en el cuarto de baño. Este ático
me es más familiar de lo
que debería. Después de haberme pasado meses
diseñándolo y coordinando
las obras, me siento como en casa.
Seguramente, me siento más en casa
que Jesse. Él ni siquiera lleva aquí un mes,
del cual se ha pasado una
semana entera borracho e inconsciente.
Vago hacia el asiento de la ventana y
contemplo los muelles. La gente
sigue con su vida, sale de paseo o está de
copas. Todos parecen felices y
relajados. Seguro que no es así, pero tal y
como me encuentro, pienso
egoístamente que nadie puede tener tantos
problemas como yo. Estoy
completamente enamorada de un hombre
temperamental en extremo y de
carácter imposible. Por otro lado, es el
hombre más cariñoso, sensible y
protector del universo. Si John está en lo
cierto, y sólo es así conmigo,
¿deberíamos seguir juntos? Al paso que vamos,
morirá de un infarto a los
cuarenta y será culpa mía. Con Jesse, cuando
las cosas van bien, son
increíbles, pero cuando van mal, son
insoportables.
Haberlo conocido es una bendición y una
maldición al mismo tiempo.
Suspiro, agotada, me cubro la cara con las
manos y noto cómo las
lágrimas me desbordan y se me hace un nudo en
la garganta. Y yo que
creía que había empezado a averiguar lo que
necesitaba saber... Sin
embargo, a medida que pasa el tiempo se hace
más evidente que no es así
y, como Jesse se empeña en no abrir el pico y
en darme evasivas, no parece
que vaya a averiguarlo en un futuro próximo...
A menos que le pregunte a
Mikael.
Se abre la puerta y Jesse entra en el baño
como una apisonadora.
Parece como si lo hubieran electrocutado. Está
temblando y tiene hinchada
y palpitante la arteria carótida. Yo me he
tranquilizado bastante, pero da la
impresión de que él no. Lleva algo en la mano.
—¿Qué coño es esto? —Es como si fuera a entrar
en combustión
espontánea.
Frunzo el ceño pero entonces caigo en la
cuenta de que lo que lleva en
la mano es la lista de vuelos que me ha dado
Patrick.
Me va a caer una buena.
Un momento... Eso estaba en mi bolso.
—¡Me has registrado el bolso! —Estoy atónita.
No sé por qué me
sorprende, si me lo registra siempre. No
parece estar avergonzado en lo
más mínimo, ni tampoco que vaya a pedirme
disculpas. Se limita a agitar
el papel delante de mis narices mientras su
pecho sube y baja a intervalos
irregulares.
Le doy un empujón y bajo la escalera en busca
de mi bolso. Me sigue
y el volumen de su respiración supera el de
sus pasos. Recojo el bolso del
suelo y me lo llevo a la cocina.
—¡¿Qué demonios haces?! —me grita—. ¡No está ahí,
está aquí! —
Vuelve a ponerme el papel frente a la cara
mientras vacío el contenido de
mi bolso en la isleta.
No sé qué estoy buscando.
—¡No vas a irte a Suecia, ni a Dinamarca ni a
ninguna parte! —Su
voz es una mezcla de miedo y de ira.
Lo miro. Sí, veo miedo.
—No vuelvas a registrarme el bolso. —Cada
palabra transmite mi
frustración, que va en aumento, y le lanzo una
mirada acusadora.
Retrocede un poco y aplasta el papel contra la
isleta sin perder ni un
gramo de ira.
—¿Qué más me escondes?
—¡Nada!
—Te diré una cosa, señorita. —Se acerca como
un animal y me planta
la cara a milímetros de la mía—. Antes muerto
que dejarte salir del país
con ese cerdo mujeriego.
Una oleada de puro terror le cruza la cara.
—¡Él no va a ir! —le grito dejando caer mi
bolso para darle más
efecto. La verdad es que no estoy segura, y
sospecho que sí irá. Tiene un
plan y tiene un móvil, pero ¿por qué?
—Irá. Te seguirá hasta allí, créeme. Es
implacable cuando persigue a
una mujer.
Me echo a reír.
—¿Como tú?
—¡Eso fue distinto! —me ruge.
Cierra los ojos y se lleva las puntas de los
dedos a las sienes para
intentar aliviar la tensión con un masaje.
—Eres imposible —escupo. He perdido las ganas
de vivir.
—¿Y qué haces tomando vitaminas? —me espeta
con una mirada de
reproche—. Estás embarazada, ¿no?
¿Es que quiere sacarme de quicio? Saco las
vitaminas del bolso y se
las tiro a la cabeza. Las esquiva, me mira
sorprendido y las vitaminas se
estrellan contra la pared antes de caer al
suelo de la cocina. Necesito
recuperar el control. Lo estoy perdiendo del
todo.
—¡Las compré para ti! —le grito, y él me mira
como si me hubiera
vuelto loca. Estoy a punto de hacerlo.
—¿Por qué? —Mira el frasco en el suelo.
—Porque abusaste de tu cuerpo, ¿ya no te
acuerdas?
Suelta una risa burlona.
—No necesito pastillas, Ava. Ya te lo dije.
—Me coge de los brazos y
me acerca a su cara—. No soy un puto
alcohólico. Si bebo, ¡será porque me
has hecho enloquecer de ira! —Esto último me
lo grita pegado a mi cara.
—Y me culpas de todo a mí. —Es una afirmación,
no una pregunta,
porque ya me lo ha gritado a la cara.
Me suelta y se aparta.
—No, no lo hago. —Se tira del pelo,
frustrado—. ¿Qué me estás
ocultando? Viajes de negocios con daneses
ricos..., visitas cariñosas a tu ex
novio...
—¿Cariñosa? —exploto. ¿Acaso cree que me gustó
ver a Matt?—.
¡Eres un puto imbécil!
—¡Esa boca!
—¡Jódete! —le grito.
De verdad que vive en otro planeta. Si me
conociera tan bien como
cree, no me estaría soltando semejantes
gilipolleces.
Alza las manos al cielo en un gesto de:
«¡Señor, dame fuerzas!»
—Ahora mismo no puedo estar a tu lado —aúlla.
Aprieta los dientes y
los músculos de la mandíbula le tiemblan—. Te
quiero, Ava. Te quiero
muchísimo pero ni siquiera puedo mirarte a la
cara. ¡Esto es una mierda!
Sale zumbando de la cocina. A los pocos
instantes, la entrada
principal se cierra de un portazo, un señor
portazo. Corro al vestíbulo del
ático, no hay rastro de Jesse, si exceptuamos
que la puerta de espejo del
ascensor está hecha añicos. A pesar de mi
enajenación, pienso en el daño
que le habrá causado a su pobre mano. Entonces
me echo a llorar. Aúllo a
la luna, sin esperanza, hecha un mar de
lágrimas. Estoy desesperada y fuera
de control. Es como si me estuviera poniendo a
prueba, como si Jesse
tratara de ver si soy lo bastante fuerte como
para sacarlo de toda esta
mierda y, además, tengo que luchar contra la
molesta sensación de que soy
yo la que lo hace ponerse así. No es sano.
Vuelvo al interior y veo mis cosas ordenadas
en fila a un lado de la
escalera. ¿Qué hago con ellas? ¿Voy a quedarme?
Las dejo donde están porque no sé qué hacer y
me siento en una
tumbona en la terraza para poder llorar a
gusto, bien fuerte. Intento
encontrar una solución, un camino que seguir.
No se me ocurre nada entre
las lágrimas incesantes. Miro al vacío y no
siento más que abandono. Es
una sensación conocida que no quería volver a
experimentar... Y ahora
vuelve a mí. Es la sensación de vacío, de
pérdida y de soledad, todas las
emociones que me tuvieron sumida en un
infierno mientras Jesse no estaba
en mi vida. ¿Cómo he llegado a necesitarlo
tanto? ¿Cómo me ha pasado
esto? Se ha marchado y ahora sé cómo se sintió
cuando yo le hice lo
mismo. No es nada agradable. Es como si me
faltara buena parte de mi ser.
Me falta.
El corazón me da un vuelco ante la idea de vivir
sin él. No puedo
respirar y el pánico se apodera de mí. No hay
remedio. Vuelvo al interior,
subo al cuarto de baño del dormitorio
principal y me doy una ducha. Me
quedo ausente bajo el agua, enjabonándome. Nos
veo a Jesse y a mí por
todas partes: en el lavabo, contra la pared,
en el suelo, en la ducha.
Estamos en todas partes.
Salgo. De repente necesito escapar del
recuerdo de nuestros
encuentros íntimos. Me tiro en la cama pero
pronto vuelvo a estar sentada,
presa del pánico. Cuando nos hemos separado,
le ha dado por beber.
¿Volverá a hacerlo? El corazón galopa
dolorosamente en mi pecho y
asciende hacia mi boca. La idea de Jesse
bebiendo basta para hacerme
bajar corriendo a por mi móvil.
Entro en la cocina y huele realmente bien.
¡Ay!... Corro al horno, lo
apago, cojo el móvil y marco el número de
John.
Su voz grave suena de inmediato a través del
teléfono.
—Está aquí, Ava.
—¿En La Mansión? —Qué alivio, aunque a la vez
me pregunto qué
está haciendo allí.
—Sí. —John parece arrepentido.
—¿Debería ir? —No sé por qué se lo pregunto.
Ya estoy camino del
dormitorio para vestirme.
Dice por teléfono:
—Creo que sí, muchacha. Ha ido directo a su
despacho.
Cuelgo, me recojo el pelo mojado y vuelvo a
ponerme la ropa que
llevaba antes. Las llaves del coche, Jesse no
me las ha devuelto. Vuelo
escaleras abajo y me pongo a rebuscar entre
mis cosas, rezando para
encontrar el segundo juego. Al final, lo
consigo.
Introduzco el código en el ascensor, y pienso
que a Clive no le va a
gustar encontrarse con el espejo roto. Desde
que llegué, el mantenimiento
debe de salir por un pico.
Corro por el vestíbulo con tacones y todo.
Clive está arrodillado
detrás de su mostrador. Paso junto a él sin
decir nada. Hoy no tengo
tiempo. El pobre hombre debe de estar
preguntándose qué ha hecho para
que me haya enfadado con él.
—¡Ava! —me grita. No me detengo pero parece
que algo va mal. Tal
vez la mujer misteriosa haya vuelto.
—¿Qué pasa, Clive?
Corre hacia mí, espantado.
—¡No puedes irte!
¿De qué está hablando?
—El señor Ward... —jadea— ha dicho que no
debes salir del Lusso.
Ha insistido mucho.
«¡¿Cómo?!»
—Clive, no tengo tiempo para esto.
Echo a andar de nuevo pero me coge del brazo.
—Ava, por favor. Tendré que llamarlo.
No me lo puedo creer. ¿Ahora el conserje es mi
carcelero?
—Clive, ése no es tu trabajo —recalco—. Por
favor, suéltame.
—Eso mismo le he dicho yo, pero el señor Ward
puede ser muy
insistente.
—¿Cuánto, Clive?
—No sé de qué me hablas —dice rápidamente
mientras se arregla la
gorra con la mano libre. No podría parecer más
culpable ni queriendo.
Me suelto y me dirijo al mostrador de
conserjería.
—¿Dónde guardas los números de contacto del
señor Ward? —
pregunto examinando las pantallas. El móvil de
Clive también está en el
mostrador.
Él se acerca, confuso.
—El sistema introduce todos los datos en el
teléfono. ¿Por qué lo
preguntas?
—¿Tienes guardado el teléfono del señor Ward
en tu móvil?
—No, Ava. Todo está programado en el sistema,
por la
confidencialidad de los residentes y todo eso.
—Estupendo. —Doy un tirón a los cables que
unen el teléfono con el
ordenador y los dejo hechos una maraña en el
suelo, junto con la
mandíbula de Clive.
El pobre hombre no logra articular palabra, y
la verdad es que me
siento culpable cuando salgo del edificio.
Otra factura de mantenimiento
más, cortesía de la esclava del ático.
Me meto en el coche y veo un pequeño aparato
negro en el
salpicadero. Sé lo que es. Aprieto el botón y,
en efecto, las puertas del
Lusso se abren.
De camino a La Mansión, rezo para no encontrar
a Jesse con una copa
en la mano. Será la primera vez que pise el
lugar desde que descubrí su
oferta de ocio, pero la necesidad que siento
de ver a Jesse es más fuerte que
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