Me detengo en la puerta de entrada y pulso el
botón del interfono. Por el
altavoz oigo la voz de John y saludo a la
cámara con la mano pero las
puertas ya han empezado a abrirse. Inicio el
largo recorrido por el camino
de grava que lleva hasta La Mansión. Aparco en
el patio circular y
contemplo la casa de piedra caliza que se
yergue en el centro y que parece
gritar a los cuatro vientos lo que ocurre
detrás de sus puertas.
Estaciono junto al coche de Jesse y me miro en
el retrovisor. Teniendo
en cuenta los acontecimientos de las últimas
horas, de las últimas semanas,
tampoco tengo tan mal aspecto.
John me abre la puerta antes de que coja la
manija y me dedica una
sonrisa para transmitirme confianza. Sin
embargo, no consigue hacer que
me sienta mejor.
Cruzamos juntos la imponente entrada, y
dejamos atrás la escalera, el
restaurante y el bar. Oigo risas y
conversaciones pero no me molesto en
mirar. Ya lo he visto antes, sólo que ahora sé
lo que son realmente.
—¿Se ha tranquilizado? —pregunto al llegar al
salón de verano.
Hay gente en los butacones, bebiendo y
charlando, probablemente de
lo que les depara la noche. Una docena de
miradas curiosas me siguen y me
pongo tensa. ¿Habrán visto el cabreo de Jesse?
—Muchacha, vuelves loco a ese hijo de perra.
—John se ríe y vuelvo
a ver el tímido diente de oro.
Suspiro. Estoy de acuerdo, pero él también me
vuelve loca a mí. ¿Se
dará cuenta John?
—Mi hombre es difícil —musito.
John me regala una de sus nada frecuentes
sonrisas arrebatadoras,
toda llena de dientes y de destellos dorados.
—¿Difícil? Bonita palabra. Yo le digo que es como
un grano en el
culo. Aunque admiro su decisión.
—¿Decisión? —Frunzo el ceño—. ¿Está decidido a
ser difícil?
John se detiene cuando llegamos frente al
despacho de Jesse.
—Nunca lo había visto tan decidido a vivir.
De repente quiero volver al inicio de nuestro
recorrido para continuar
con esta conversación.
—¿Qué quieres decir? —pregunto sin poder
evitar el toque de
confusión. Esa frase me ha dejado perpleja. Yo
no lo veo en absoluto
decidido a vivir. Lo veo decidido a tener un
ataque provocado por el estrés.
Es autodestructivo.
No puedo respirar.
Es autodestructivo. Jesse dijo eso mismo el
día que me llevó en moto.
¿Qué quería decir?
—Es algo bueno, créeme. —John me mira con
afecto—. No seas muy
dura con él.
—¿Hace mucho que lo conoces, John? —Quiero que
siga hablando.
—El tiempo suficiente, muchacha. Te dejo
—dice, y su cuerpo de
mastodonte se aleja por el pasillo.
—Gracias, John —añado.
—Está bien, muchacha. Está bien.
Me quedo en la puerta del despacho de Jesse
con la mano a unos
milímetros de la manija. La información que me
ha dado John, aunque
vaga, ha despertado aún más mi curiosidad. ¿De
verdad era
autodestructivo? Pienso en alcohol, picoteo,
ir en moto sin protección y en
cicatrices. Empujo la manija hacia abajo y,
con cuidado, entro en su
despacho.
Me siento insultada al instante. Jesse está en
su enorme sillón
mirando a Sarah, sentada en el borde de la
mesa. Esa mujer es una
sanguijuela. Me siento posesiva, y es como si
recibiera una bofetada, pero
la botella de vodka que descansa sobre la mesa
es lo que de verdad me
pone nerviosa. Puedo olvidarme de las
atenciones de féminas no deseadas
siempre que sigan siendo no deseadas. Lo del
vodka es otra historia.
Me miran a la vez y ella me sonríe. Es una
sonrisa realmente falsa.
Luego veo la bolsa de hielo en la mano de
Jesse. Se los ve muy cariñosos.
No me cabe la menor duda de que estos dos han
tenido una relación
sexual. Sarah lo lleva escrito en la cara.
Quiero vomitar. Me siento
posesiva y celosa.
La intrusa atrevida no hace siquiera amago de
bajar el culo de la mesa
de Jesse, sino que se queda ahí sentada,
disfrutando con la tensión que
causa su presencia. No obstante, es la botella
transparente la que supone
una amenaza. Puedo soportar a Sarah. No estoy
de humor para jueguecitos
con ex conquistas sexuales.
Miro a Jesse y él me mira. Todavía lleva
puestos los pantalones gris
marengo pero se ha arremangado la camisa
negra. Tiene el pelo rubio
ceniza despeinado pero, a pesar de toda su
belleza, parece asustado e
incómodo. No lo culpo. Acabo de pillarlo en
plan cariñoso con otra y con
una botella de la sustancia del mal delante.
Es el dos por uno de mis peores
pesadillas.
Hace girar la silla con los pies, alejándose
de la intrusa y acercándose
a mí.
—¿Has bebido? —Mi voz es fuerte y serena. No
me siento así.
Niega con la cabeza.
—No —responde en voz baja.
No sé si habla tan bajo por la otra mujer o
por el vodka. Deja caer la
cabeza y el silencio es incómodo. Entonces
Sarah le pone la mano en el
brazo a Jesse y quiero correr hacia la mesa y
arrancarle el pelo a tirones.
Jesse parpadea y me clava la mirada.
¿Quién coño se cree que es? No soy lo bastante
ingenua para tragarme
que está siendo una buena amiga.
—¿Te importa? —La miro directamente, para que
quede claro que le
estoy hablando a ella.
Me mira como si no se hubiera enterado y deja
la mano en el brazo de
Jesse. De repente estoy furiosa conmigo misma
por haberle dado a otra
mujer la oportunidad de consolarlo,
especialmente a esta mujer. Ése es mi
trabajo. Jesse retira el brazo y la mano de
Sarah acaba sobre el escritorio.
—¿Perdona? —masculla ella. Me cabrea aún más.
—Ya me has oído. —La miro con cara de pocos
amigos y ella sonríe;
es una sonrisa burlona y resulta casi
imperceptible. Sabe que sé lo que está
intentando hacer. Eso hará que nuestra relación
sea mucho más fácil.
Jesse nos mira a una y a otra, dos mujeres
enfrentándose en su
despacho. Que Dios lo bendiga por no abrir la
boca, pero entonces la zorra
descarada se agacha y lo besa en la mejilla.
Sus labios le acarician la piel
más de lo necesario.
—Avísame si me necesitas, cielo —dice con el
tono seductor más
ridículo que he oído nunca.
Jesse se tensa de pies a cabeza y me mira con
los ojos muy abiertos.
Su hermoso rostro está en alerta. Tiene
motivos para estar nervioso, y más
aún después de toda la mierda que me ha hecho
tragar por un cliente y por
un ex novio. A Matt y a Mikael tendrían que
haberlos identificado por la
ficha dental si él me hubiera pillado con
ellos como yo lo he pillado con
Sarah.
Abro la puerta del despacho de par en par y
miro al megazorrón rubio.
—Adiós, Sarah —digo en tono definitivo.
Ella me mira con sus morros carnosos, un toque
de chulería y mucho
aplomo antes de bajarse de la mesa y salir del
despacho de Jesse meneando
el trasero, aunque primero me lanza una mirada
asesina. Le dedico mi
mirada especial hasta que desaparece por la
puerta. En cuanto ella y sus
plataformas de doce centímetros han cruzado el
umbral, cierro de un
portazo. Espero haberle dado en el culo.
Ahora, vamos a lidiar con mi hombre imposible.
De repente estoy
decidida a solucionar esta mierda. Después de
haberlo visto con Sarah sé
perfectamente que eso es lo que quiero.
Es mío... Y punto.
Me vuelvo para mirarlo. No se ha movido de la
silla y la botella de
vodka sigue sobre su mesa. Jesse se muerde el
labio inferior. Los
engranajes echan humo.
Señalo la botella con un gesto de la cabeza.
—¿Qué hace eso ahí?
—No lo sé —responde.
Parece estar pasándolo fatal, y me da pena
encontrarme al otro lado de
la habitación.
—¿Te la quieres beber?
—Ahora que tú estás aquí, no. —Sus palabras me
llegan altas y claras.
—Eres tú quien se ha marchado —le recuerdo.
—Lo sé.
—¿Y si no hubiera venido? —Ésa es la pregunta
clave.
Le doy vueltas a lo mismo una y otra vez. Se
comporta como si fuera
facilísimo y me asegura constantemente que no
necesita beber mientras me
tenga a mí, pero ahora lo encuentro en
compañía de una botella de vodka
porque hemos discutido. Vale, ha sido más que
una discusión pero eso no
es lo importante. No puedo ponerme así cada
vez que nos peleemos. Y
tampoco se me olvida que el vodka no es lo
único que le estaba haciendo
compañía.
—No me la habría bebido. —La aparta.
Me fijo en la botella y veo que está sin
abrir, aunque sigue ahí y algo
hizo que la pusiera ahí... Yo. Yo soy la razón
de que se haya vuelto loco, de
sus exigencias absurdas y de sus pataletas. Es
culpa mía. Lo he convertido
en un controlador neurótico.
Seguimos mirándonos unos instantes. Yo no dejo
de repasar todo lo
que tenemos que aclarar y él se muerde el
labio inferior porque no sabe qué
decirme. Yo tampoco sé por dónde empezar.
—¿Qué hace eso ahí? —insisto.
Se encoge de hombros como si no fuera
importante, lo que me cabrea.
¿Mi temor estaba justificado y ahora espera
que me olvide como si nada
con sus evasivas y su silencio?
—No iba a bebérmela, Ava —repite, un poco
molesto.
Me deja de piedra.
—¿Te la beberías si te dejo?
Sus ojos vuelan en busca de los míos y el
pánico se apodera de él.
—¿Vas a dejarme?
—Necesito que me des respuestas. —Lo estoy
amenazando, pero
siento que no tengo otra opción. Hay cosas que
tiene que decirme—. ¿Por
qué está Mikael tan interesado en nuestra
relación?
—Su mujer lo ha dejado —se apresura a
responder.
—Porque te acostaste con ella.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Hace meses, Ava. —Sus ojos son sinceros—. Era
la mujer que se
presentó en el Lusso. Te lo contaré antes de
que vuelvas a amenazar con
dejarme. —Me encanta su sarcasmo.
—No estaba preocupada por ti...
—Puede que sí, pero también me desea.
—¿Y quién no? —digo, sorprendentemente
tranquila.
Asiente.
—Se lo dejé muy claro, Ava. Volvió a Dinamarca
y me acosté con ella
hace meses. No sé por qué le ha dado por venir
detrás de mí ahora.
Lo creo. Además, Mikael ha estado liado con su
divorcio, así que tuvo
que ser hace mucho. Divorciarse lleva tiempo.
Todo empieza a cobrar
sentido. Así que Mikael es el «nadie en
particular» que va a intentar
apartarme de Jesse.
—Quiere apartarte de mí, como hice yo con su
mujer. —Deja caer la
cabeza entre las manos—. Yo no se la robé,
Ava. Ella decidió marcharse,
pero sí, lo que él quiere es apartarte de mí.
—Pero erais todos amigos, le compraste el
ático del Lusso. —Me
duele la cabeza.
—Es pura fachada por su parte, Ava... No tenía
por dónde pillarme,
nada con lo que pudiera hacerme daño, porque a
mí no me importaba nada
ni nadie. Pero ahora te tengo a ti. —Me mira—.
Ahora sabe dónde clavar el
puñal. Empiezan a picarme los ojos y lo veo
poner cara de derrota. Ya no
aguanto más estar lejos de él. Me acerco a su
silla y me recibe con los
brazos abiertos. Hago caso omiso de la mano
hinchada y me siento en su
regazo. Lo dejo que me arrope con sus brazos y
que invada todos mis
sentidos. Su tacto y su fragancia me calman al
instante y ocurre lo
inevitable, lo que pasa siempre cuando estamos
así: todo lo que nos causa
tanto malestar de repente carece de
importancia. Solos él y yo, en nuestra
pequeña burbuja de felicidad, apaciguándonos
el uno al otro. El resto del
mundo se interpone en nuestro camino o, para
ser exactos, el pasado de
Jesse se interpone en nuestro camino.
—Moriré queriéndote —dice con toda la emoción
que sé que de
verdad siente—. No puedo permitir que vayas a
Suecia.
Suspiro.
—Lo sé.
—Y deberías haberme dejado que me ocupara de
tus cosas. No quería
que volvieras a verlo —añade.
Me someto a él.
—Lo sé. Sabe lo tuyo.
Se tensa debajo de mí.
—¿Lo mío?
—Me dijo que eras un alcohólico empedernido.
Se relaja y se echa a reír.
—¿Que soy un alcohólico empedernido?
Lo miro, sorprendida por su reacción ante algo
tan duro.
—A mí no me parece divertiro. Además, ¿cómo es
que lo sabe?
—Ava, no tengo ni idea, de verdad —suspira—.
Además, está mal
informado porque no soy alcohólico. —Levanta
las cejas.
—Lo sé —concedo, pero estoy bastante segura de
que el problema de
Jesse con el alcohol encaja como alcoholismo—.
¿Qué voy a hacer, Jesse?
Mikael es un cliente importante.
Un pensamiento muy desagradable se me pasa por
la cabeza.
—¿Volvió a contratarme para la Torre Vida sólo
por ti?
Sonríe.
—No, Ava. No sabía nada de lo nuestro hasta
ayer. Te contrató porque
eres una diseñadora con talento. El hecho de
que seas tan increíblemente
hermosa era un plus, y el hecho de que yo esté
enamorado de ti ahora es un
incentivo adicional para él.
—Te descubriste tú solo. —Si Jesse no hubiera
saboteado mi reunión,
Mikael nunca se habría enterado.
—Actué por impulso. —Se encoge de hombros—. Me
entró el pánico
cuando vi su nombre en tu agenda. Pensé que no
ibas a volver a verlo
después del Lusso. En cualquier caso, él
habría ido detrás de ti aunque no
fueras mía. Como dije, es implacable.
Me acuerdo de sus ojos desorbitados y la
mandíbula tensa cuando vio
el nombre de Mikael en mi agenda. No fue
porque la hubiera cambiado por
una nueva. Fue porque el nombre de Mikael se
leía alto y claro.
—¿Cómo lo sabes? Está casado. Bueno, lo
estaba.
—Eso nunca ha sido un obstáculo para él, Ava.
—¿No? —Yo pensaba que era un buen hombre, un
caballero. Al
parecer, no podía estar más equivocada.
Estoy hecha un lío. No puedo trabajar con
Mikael, no después de lo
que he descubierto. Para empezar, Jesse no va
a dejar que me acerque a
menos de un kilómetro de él. La verdad es que
tampoco me apetece tenerlo
cerca. Quiere utilizarme para hacerle daño a
Jesse. Quiere vengarse de él y
yo soy su único punto débil. Dios, tengo una
reunión con él el lunes. Esto
se va a poner muy feo. Quiero gritarle a mi
hombre hasta desgañitarme por
ser un picha brava, pero entonces mi mente
vaga hacia el día en que
descubrí lo que de verdad sucedía en La
Mansión y aquel indeseable al que
John tuvo que echar, el que decía que ni los
maridos ni la conciencia se
interponían en el camino de Jesse. ¿Cuántos
matrimonio habrá roto?
¿Cuántos maridos sedientos de venganza habrá
ahí fuera?
Jesse me coge la cara con la mano y me saca de
mis ensoñaciones.
—¿Cómo has venido hasta aquí?
Sonrío.
—Distraje a tu carcelero a sueldo.
Se le ilumina la mirada y le bailan los
labios.
—Voy a tener que despedirlo. ¿Cómo lo has
hecho?
Mi sonrisa desaparece en cuanto pienso en la
factura de
mantenimiento que le va a llegar a Jesse.
—Jesse, es un sesentón. Desconecté su sistema
telefónico para que no
pudiera avisarte de que me había escapado de
tu torre de marfil.
—De nuestra torre... ¿Cómo lo desconectaste?
—inquiere, y se le
marca ligeramente la arruga de la frente.
Escondo la cara en su pecho.
—Arranqué los cables.
—Ah —dice sin más, pero sé que se está
aguantando la risa.
—¿A qué juegas obligando a un pobre
pensionista a mantenerme
encerrada? —Corro más rápido que Clive hasta
con tacones.
Me acaricia el pelo.
—No quería que te fueras.
—Pues entonces tendrías que haberte quedado.
Le saco la camisa de los pantalones y deslizo
las palmas por debajo.
Necesito mi ración de calor corporal. Él me
abraza con más fuerza y siento
el latir de su corazón bajo las palmas de las
manos. Es muy reconfortante.
—Estaba loco del cabreo. —Me besa en la sien y
entierra la nariz en
mi pelo.
Meneo la cabeza. No me lo puedo creer.
—Señorita, no se atreva a ponerme esa cara
—dice, muy serio.
Que le den.
—¿Qué tal la mano?
—Estaría mejor si no me diera por estamparla
contra todo.
Me libero de su abrazo.
—Déjame ver.
Me siento en su regazo y me la muestra. La
cojo con cuidado. No hace
ningún gesto de dolor, pero lo miro de reojo
para asegurarme de que no
finge.—
Estoy bien.
—Has roto la puerta del ascensor —digo
acariciando el puño
convaleciente. La puerta está hecha añicos y
creía que su mano también iba
a estarlo, pero no la veo tan mal como
imaginaba.
—Me he cabreado.
—Eso ya lo has dicho. ¿Y qué hay de tu visita
sorpresa a mi oficina de
esta tarde? ¿También estabas enfadado como un
loco? —Tal vez debería
pasar por alto su pequeña rabieta,
especialmente porque acabo de tener que
echar a una mujer de su despacho.
—Lo estaba. —Me mira con cara de enfado pero
luego sonríe—. Más
o menos igual que tú hace un momento.
—No estaba enfadada, Jesse. —Observo su mano
lastimada con la
misma pena que me provoca su relación con la
mujer patética a la que
acabo de echar de su despacho—. Estaba
marcando mi territorio. Te desea,
no podría haberlo dejado más claro ni
sentándose a horcajadas sobre ti y
plantándote las tetas en la cara.
Hago una mueca de asco ante su desesperación,
y veo que su media
sonrisa se ha convertido en una sonrisa de
oreja a oreja, una sonrisa de
Hollywood. Es todavía más espectacular que la
que se reserva sólo para
mujeres. Es la que se reserva sólo para mí. No
puedo evitar sonreír.
—Pareces muy contento contigo mismo.
Retira la mano lastimada.
—Lo estoy. Me encanta cuando te pones posesiva
y protectora.
Significa que estás locamente enamorada de mí.
—Lo estoy, a pesar de que eres imposible. Y te
prohíbo que llames
«cielo» a Sarah. —Me burlo de su tono meloso.
Me da un beso de esquimal y luego me acerca la
boca.
—No lo haré.
—Te has acostado con ella. —No es una
pregunta. Retrocede, sus
estanques verdes asustados y recelosos. Pongo
los ojos en blanco—. ¿Un
picoteo?
Agacha la cabeza.
—Sí. —Su expresión y su lenguaje corporal
dicen a gritos que no está
cómodo. No le gusta el tema de conversación.
Lo sabía. En fin, puedo vivir con ello siempre
y cuando mantenga a
ese zorrón a un metro de distancia, o más. No
obstante, sé que va a ser
difícil, teniendo en cuenta que la mujer
trabaja para él y lo sigue a todas
partes como un perrito faldero.
—Sólo quiero decir una cosa —insisto. Necesito
dejarlo claro si es
que voy a socializar y a trabajar con hombres
en el futuro, aunque soy
consciente de que la vena posesiva de Jesse
nunca va a desaparecer del
todo—. Sólo tengo ojos para ti —digo, y lo
beso en la boca para enfatizar
mi declaración.
—Sólo para mí —susurra contra mis labios.
Sonrío.
Se aparta y me acaricia el cuello, satisfecho.
—¿Por qué llevas el pelo mojado?
—Me duché pero no tuve tiempo de secármelo. Te
necesitaba.
Me sonríe.
—Te quiero, Ava.
Apoyo la cabeza en su hombro.
—Lo sé.
No hemos dejado las cosas claras del todo.
Tengo que competir con
una mujer despechada y lidiar con la vena
posesiva de Jesse. Esto último
va a ser un trabajo de por vida. Además, está
el problemón de Mikael y sus
ansias de venganza. No sé cómo vamos a
solucionarlo, pero sé que no voy
a trabajar más para él. ¿Cómo se lo tomará
Patrick?
—Cógete el día libre mañana —me suplica.
Ni siquiera le he comentado a Patrick que
mañana tengo una reunión
con el señor Ward, pero necesito descansar, y
un fin de semana largo con
Jesse es difícil de rechazar. No tengo más
citas y llevo todo lo demás al
día. Patrick me debe unos cuantos días libres.
No le va a importar.
Me aparto para mirarlo.
—Vale.
Frunce el ceño como si me fuera a retractar de
lo que acabo de decir o
a añadir un «pero». Para nada. Quiero tomarme
el día libre y pasarlo con
él. Tal vez pueda darle toda la seguridad que
necesita. No voy a ir a
ninguna parte si no es con él. Le mandaré un
mensaje a Patrick, sé que no
se enfadará.
—¿En serio? —Le brillan los ojos y está
sonriente—. Estás siendo
muy razonable. No es propio de ti.
Parpadeo ante ese comentario. Sé que sabe que
él es el poco
razonable. Está bromeando pero no pico.
—Pues ya no te ajunto —gruño.
—No por mucho tiempo. Voy a llevarte a nuestra
torre de marfil. Ya
hace demasiado que no estoy dentro de ti. —Se
levanta y me pone de pie
—. ¿Nos vamos?
Me ofrece el brazo y lo acepto. Tengo
mariposas en el estómago
porque sé lo que me espera en casa.
—Me apetece remar un poco —dejo caer.
Me levanta una ceja sardónica.
—Otro día, nena. Hoy quiero hacerte el amor
—dice con dulzura
mirándome a los ojos. Sonrío.
Me lleva por el salón de verano en dirección a
la entrada. Ignoro las
caras de decepción de todas las mujeres que
dejamos atrás y que esperaban
que nos marcháramos cada uno por su lado. John
nos espera en la puerta y
me dirige su sonrisa característica.
—Nos vemos mañana —le dice Jesse mientras abre
para que yo pase.
—Todo bien. —John le da a Jesse una palmada en
el hombro y
desaparece en dirección al bar.
Jesse me pone la mano en la cintura y, al
volverme, veo a Sarah en la
entrada del bar. Saluda a John pero no me
quita ojo de encima mientras
salgo de La Mansión con Jesse. Sus ojos y sus
morros destilan amargura.
Me huelo que acabaremos a bolsazos. Parece la
clase de mujer que
consigue lo que quiere. Me saca mi lado cabrón
y, en silencio, la reto a
intentarlo con una mirada de advertencia. No
hago caso de la pequeña parte
de mi cerebro que me dice que me estoy
preparando para aplastarla. Se me
están pegando las costumbres de mi señor
neurótico.
—Deja aquí tu coche, lo recogeremos mañana —dice
al abrirme la
puerta de su Aston Martin.
—Prefiero llevármelo ahora. —Estoy aquí, y
sería una tontería no
hacerlo.
Pone mala cara y señala el asiento del
acompañante del suyo. Niego
con la cabeza pero me subo. Ya hemos discutido
suficiente por hoy.
Además, no necesito el coche. Se sienta a mi
lado y arranca el motor.
Por el largo camino de grava nos cruzamos con
el coche de Sam, que
va hacia La Mansión. Doy un brinco.
—¡Pero si es Kate!
Sam toca la bocina y le muestra una mano con
el pulgar levantado a
Jesse. Asomo la cabeza por la ventanilla y
Kate me saluda de mala gana.
—¿Qué hace Kate aquí? —pregunto mirando a
Jesse, que tiene la
vista fija en la carretera. ¡Ay, Dios!—. Es
socia, ¿verdad? —inquiero.
—No puedo hablar de los socios.
Confidencialidad —dice él,
completamente inexpresivo.
—Entonces es que es socia... —Me estremezco.
Esto es increíble.
Se encoge de hombros, aprieta un botón y las
puertas se abren. ¡La
muy zorra! ¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Le
gusta por todas las
perversiones en general o es sólo por Sam? Y
yo que pensaba que mi feroz
pelirroja no podría sorprenderme más. Tiene
mucho que contarme.
Jesse ruge por la carretera y juguetea con un
par de botones del
volante. Una voz masculina me envuelve desde
el estéreo. La conozco.
—¿Quién es?
Marca el ritmo con los dedos sobre el volante.
—John Legend. ¿Te gusta?
Mucho. Llevo la mano al volante y Jesse baja
las suyas para darme
acceso a los mandos. Encuentro el que quiero y
subo aún más el volumen.
—Me tomaré eso como un «sí» —sonríe, y me pone
la mano en la
rodilla. La cubro con la mía.
—Me gusta. ¿Qué tal la mano?
—Bien. Deja de preocuparte, señorita.
—Tengo que mandarle un mensaje a Patrick.
—Hazlo. Me muero por tenerte sólo para mí todo
el día y todo el fin
de semana. —La mano sobre mi rodilla vuelve al
volante.
Le mando un mensaje rápido a mi jefe, que, tal
y como esperaba,
responde al instante diciéndome que disfrute
de mi merecido día libre.
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