Entramos en el Lusso cogidos de la mano y
Clive nos intercepta en el acto.
Me mira muy mal. Le pido perdón con una
sonrisa y veo que los de
mantenimiento han reparado mi travesura.
—Señor Ward —dice con cautela.
¿Tiene miedo de que le caiga la bronca por
haberme dejado escapar?
Me vería obligada a defenderlo si Jesse
intenta regañarlo. No es su trabajo
hacer de carcelero.
—Clive. —Jesse lo saluda con un gesto de la
cabeza y me conduce al
ascensor sin decirle nada más al pobre hombre.
Se cierran las puertas y me acorrala contra la
pared. Su cuerpo me
cubre por completo. La punzada a la que tanto
me he acostumbrado da
justo en la entrepierna y me caliento al
instante. Me mete una pierna entre
los muslos, la levanta y roza todo mi sexo.
Sólo con eso ya empiezo a
jadear.—
Has cabreado al conserje —susurra con los
labios pegados a los
míos. Nuestros alientos ardientes se funden en
los milímetros que separan
nuestras bocas.
—Mierda —me obligo a decir entre respiraciones
entrecortadas.
Me besa con fuerza. Asalta mi boca con
decisión y frota su erección
contra mí. Dios, quiero arrancarle la ropa.
Ahora, esto no tiene nada que
ver con hacer el amor... Tampoco es que vaya a
quejarme.
—¿Por qué no te has puesto un vestido?
—pregunta, malhumorado,
metiéndome la lengua.
Eso mismo quiero saber yo. Me lo habría subido
a la cintura y Jesse
ya estaría dentro.
—Me estoy quedando sin vestidos.
No he llevado nada a la tintorería desde que
llegué, y casi toda mi
ropa sigue en casa de Kate.
Gime en mi boca.
—Mañana sólo compraremos vestidos. —Me levanta
con las caderas
y vuelve a frotarse contra mi sexo.
Suspiro de placer, puro y desinhibido.
—Mañana compraremos un vestido —digo
desabrochándole el
cinturón.
Se separa de mi boca y me roza con la frente
húmeda. Los ojos le
brillan y se humedece los labios. Lo acaricio
por encima de los pantalones
con el dorso de la mano y se revuelve y
palpita cuando mi lengua recorre
su labio inferior. Le bajo la bragueta y
libero su miembro erecto, luego lo
cojo por la base y aprieto un poco.
Cierra los ojos con fuerza.
—Tu boca —me ordena con dulzura.
Me apunto. No me canso de él. Necesito que
haga lo que sabe hacer y
borre toda la mierda del día.
Las puertas del ascensor se abren al llegar al
vestíbulo del ático y me
alegro de que sea el único ascensor que llega
hasta aquí. Deslizo la espalda
pared abajo hasta que me encuentro en
cuclillas delante de él, pero su
polla, ardiente y palpitante, no es lo único
que llama mi atención. Ahí está
su cicatriz. Me he prometido no volver a
preguntar por ella pero no puedo
evitar sentir curiosidad, especialmente
después de lo que me ha dicho John.
Levanto la vista y sus brazos están firmemente
apoyados en la pared, por
encima de la cabeza. Me mira fijamente.
—¿A qué esperas? —dice, y empuja las caderas
hacia adelante con
impaciencia.
Me olvido de la cicatriz misteriosa y recuerdo
la última vez que hice
esto. Fue un bestia. ¿Volverá a portarse así?
Me aparto de su mirada sensual y relajo la
mano que sostiene su polla
palpitante. Lamo una gota de semen de su
glande hinchado y, muy
despacio, muevo la mano. Gime desde lo más
profundo de su garganta y
las caderas le tiemblan ligeramente. Sé que
quiere metérmela entera en la
boca. ¿Se contendrá?
Se le acelera la respiración con cada caricia
y su abdomen sube y baja
ante mis ojos. Cuando lo oigo maldecir, le
chupo los huevos antes de
deslizar la lengua de abajo arriba,
levantándome un poco para poder llegar
hasta la punta.
—Métetela toda, Ava —jadea.
La puerta del ascensor se cierra y Jesse le
pega un puñetazo al botón y
vuelve a apoyar la mano en la pared.
Rodeo el glande con los labios y dibujo
delicados círculos con la
lengua. Se estremece. Me encanta hacerle esto.
Me encanta provocar los
gemidos que salen de su boca y observar cómo
reacciona su cuerpo.
Espero a que empuje hacia adelante pero no lo
hace. Se está
conteniendo. La tensión de su cuerpo se
extiende hasta el mío a través de
nuestras caricias. Las caderas le tiemblan un
poco. Pongo fin a su agonía y
me la meto entera, hasta que choca contra el
fondo de mi garganta. Parece
de terciopelo. Reprime un rugido cuando me la
saco, envuelta en mis
labios, y me la vuelvo a meter. Esta vez,
empuja con las caderas y mi
cabeza choca contra la pared. No hay
escapatoria. Me cubre la coronilla
con las manos para protegerla y empuja hacia
adelante con un grito. Echa
la cabeza atrás y entra y sale de mi boca con
determinación.
Me acuerdo de que tengo que relajarme. Me
estoy esforzando al
máximo para no vomitar. Dejo que mis manos
exploren sus caderas,
encuentran su culo y le clavo las uñas en las
nalgas tersas.
—¡Más! —Su voz es severa y bestial. Se las
clavo más aún—. Joder,
Ava... Sigue entrando y saliendo y sé que está
a punto. Dejo una mano en su
culo y con la otra le agarro de los huevos. Ya
está.
—¡Joder! —grita sacándola para sujetársela
firmemente por la base
—. Estate quieta y abre la boca. —Me taladra
con la mirada.
Obedezco sin soltarle los huevos, abro la boca
y lo miro a los ojos.
Entra y sale a toda velocidad. Los músculos de
su cuello se tensan y con un
grito ahogado apoya el enorme glande en mi
labio inferior y descarga un
líquido caliente y cremoso que golpea el fondo
de mi garganta e inunda el
interior de mi boca. Trago por instinto.
Aminora el ritmo y le suelto los huevos. Le
acaricio el interior de los
muslos hasta que encuentro su mano, la cojo y
los dos relajamos su polla
hasta que se calma mientras yo chupo su
esencia salada que se me sale de
la boca.
—Quiero una de éstas todos los días durante el
resto de mi vida. —Lo
dice con cara de póquer y en tono muy serio.
Espero que se refiera a mí—.
Y quiero que me la hagas tú —añade como si me
hubiera leído el
pensamiento.
Sonrío y me centro en su erección de acero,
que sigue contrayéndose
en nuestras manos. Chupo y lamo hasta la
última gota y luego le doy un
beso tierno en la punta.
Relaja la mano y lo suelto.
—Ven aquí. —Me levanta y me abraza contra su
pecho—. Os quiero a
ti y a tu sucia boca —me dice con dulzura
mientras me da un beso de
esquimal.
—Lo sé.
Le subo la bragueta y le abrocho los
pantalones. Me deja hacer.
—Pierdes el tiempo —dice—. Estarán en el suelo
en cuanto te haya
metido en casa.
Luego me coge de la mano, me saca del ascensor
y me lleva al ático.
Abre la puerta y un delicioso aroma invade mis
fosas nasales.
—¡La cena!
Se me había olvidado por completo. Gracias a
Dios, apagué el horno
antes de salir, si no, ahora esto estaría
lleno de camiones de bomberos y
más facturas de mantenimiento.
Me conduce a la cocina y me suelta la mano
para coger una manopla.
Se la pone y saca una fuente con una hermosa
lasaña demasiado hecha y la
tira a un lado, mientras niega con la cabeza.
—Tengo asistenta y cocinera y, aun así, te las
apañas para quemar la
cena. —Me mira con una ceja arqueada.
Con nuestros gritos y la consiguiente
reconciliación me había
olvidado de la pobre mujer con la que fui tan
maleducada. Tendré que
pedirle disculpas. Seguro que cree que soy una
hija de perra.
—¿Volverá? —pregunto, culpable.
Se ríe.
—Eso espero. —Pincha la crujiente capa
superior de la lasaña—. La
lasaña de Cathy es una delicia.
Me mira.
—Parece que habrá que buscar otra cosa para
cenar.
Aparta la fuente y avanza como un depredador
hacia mí. Su mirada
verde y hambrienta está cargada de placenteras
promesas. Me pasa un
brazo por la espalda sin dejar de caminar y me
lleva firmemente apretada
contra su pecho. Le paso los dedos por la mata
de pelo suave y despeinado
y frunzo el ceño cuando deja atrás la escalera
y se dirige a la terraza.
—¿Adónde vamos?
—Un polvo al fresco —dice, y me besa con
fuerza—. Hace una noche
preciosa. Vamos a aprovecharla.
Me lleva a la terraza y cruzamos las losas de
piedra caliza en
dirección a la tarima. La brisa fresca de la
noche trae los sonidos de
Londres, altos y claros. Me suelta y empieza a
desabrocharme la blusa. A
sus dedos les cuesta encontrar los diminutos
botones dorados, y se
concentra tanto que aparece la arruga de la
frente. Le quito el cinturón y le
bajo la bragueta. Luego me centro en su
camisa. La desabotono lentamente
hasta que su delicioso y cálido pecho está
bajo las palmas de mis manos.
Con el pulgar, trazo círculos sobre sus
pezones y él suelta el último botón
de mi camisa antes de pasar a los pantalones.
—Fanfarrona —musita entre besos mientras sus
manos buscan el
cierre de mi pantalón.
Es cruel, pero lo dejo buscar. Prueba en la
parte delantera y luego en
la espalda y, cuando no lo encuentra, ruge:
—¿Dónde está la cremallera?
Llevo sus manos al cierre lateral de mis
pantalones, me los baja y me
levanta del suelo para que pueda quitarme los
zapatos.
—Otra razón para comprar sólo vestidos
—protesta mientras me quita
la blusa—. Todo lo que no me ofrezca acceso
inmediato a ti tiene que
desaparecer.
Sonrío para mis adentros. Ahora está pasando
por encima de mi
guardarropa.
El aire frío choca contra mi piel y endurece
aún más mis pezones.
Jesse da un paso atrás y se quita los zapatos,
los calcetines, los pantalones
y la camisa abierta sin dejar de recorrer mi
cuerpo con la mirada.
—Encaje —dice con gesto de aprobación, y luego
se baja los bóxeres.
Su polla salta libre y lista, otra vez. Quiero
arrodillarme y volver a
saborear sus delicias en mi boca, pero las
apremiantes punzadas de mi
entrepierna reclaman mi atención. Me
desabrocho el sujetador y lo dejo
caer al suelo de madera, y en un segundo tengo
su cuerpo sobre el mío y su
aliento en la cara.
Desliza un dedo bajo el elástico de mi ropa
interior y me roza el
clítoris. Echo la cabeza sobre su pecho y le
clavo las uñas en los brazos
para no caerme por las descargas eléctricas
que provocan sus caricias.
—Estás mojada —dice con la voz muy grave y
ronca, despacio,
mientras su dedo dibuja círculos y aplica presión
cuando llega a la punta de
mi clítoris—. ¿Sólo conmigo?
Quiere que responda a la pregunta.
—Sólo contigo —jadeo.
El gruñido de satisfacción que escapa de su
boca vibra en la brisa
nocturna. Siempre seré suya.
Levanto la cabeza y su boca cubre la mía y le
exige que se abra
mientras me baja las bragas. Dejo escapar un
pequeño gemido. Su sabor es
adictivo y correspondo a cada lametón, a cada
caricia, hasta que se aparta.
Se arrodilla delante de mí, apoyo las manos
sobre sus hombros y me baja
las bragas por las piernas. Me da un toque en
el tobillo para que levante el
pie y repite la misma operación en el otro. Me
coge de las caderas y yo
respondo a su caricia con mi respingo
habitual. Entierra la nariz en mi
vello púbico y bendice mi sexo con una caricia
larga, lenta, ardiente e
insoportable.
Gimo, y mis rodillas ceden y aparece en la
punta de mi sexo una
presión que es casi dolorosa.
Se abraza a mis caderas con fuerza y sigue
acariciando sin piedad el
centro de mi cuerpo hasta que llega a mi
cuello y luego a mi boca, que
toma con pasión entre gemidos.
Se despega de mis labios, me clava la mirada y
sus ojos verdes calan
en mí. —Eres mi vida. —Sus palabras me llegan
al corazón y su boca toma
la mía con veneración y delicadeza. Me
acaricia el trasero con las palmas
de las manos y desciende por mis caderas. Tira
de mi pierna por debajo de
la rodilla para que rodee con ella su cintura.
Se aparta. Me deja respirar—.
¿Me quieres? —pregunta, mientras su mirada
busca la mía.
Qué tontería.
—Sabes que sí —susurro.
—Dilo. Necesito oírtelo decir. —Hay una
puntilla de desesperación en
su voz.
No lo pienso dos veces.
—Te quiero —digo, y le beso los labios
carnosos y húmedos y le
rodeo el cuello con los brazos. Luego doy un
pequeño salto y me agarro
con las piernas a su cintura—. Siempre te
querré.
Lo miro fijamente a sus preciosos ojos verdes
mientras él se coloca en
la entrada a mi cuerpo. Permanece un segundo
ahí, luchando por no
sumergirse de pleno en mí.
—¿Me necesitas? —pregunta.
—Te necesito. —Sé que eso lo satisface casi
tanto, o más, que un «te
quiero».
—Siempre —confirma, y luego se introduce
lentamente en mí con un
movimiento paciente, y nuestra unión nos corta
la respiración a ambos.
Me abraza mientras recuperamos el aliento, se
acerca a una tumbona y
me recuesta en ella, sin separarse de mí para
que permanezcamos unidos.
Nunca lo había visto mirarme con tanta
sinceridad en los ojos.
—¿Has visto lo perfectamente bien que
encajamos? —Se retira
despacio y vuelve a entrar, suave y firme,
marcando la pauta, de lo que está
por llegar. Quiere hacerme el amor de verdad—.
¿Lo notas? —me pregunta
con cariño, repitiendo el ardiente movimiento
y exacerbando la necesidad
que tengo de él.
—Sí —confirmo en voz baja. Lo noto desde la
primera vez que
conectamos, incluso desde la primera vez que
nuestras miradas se
cruzaron.
Continúa con sus estocadas lentas y
contenidas, y yo llevo mis manos
a su espalda, dibujando figuras asimétricas
sobre su piel firme. Me besa en
los labios.
—Yo también. Vamos a hacer el amor.
Me concentro en absorberlo y él sigue entrando
y saliendo, moviendo
las caderas en círculos y acercándome al
clímax. Me mira con devoción,
con adoración. Nuestras miradas se funden,
ardientes. Su paciencia y su
fuerza de voluntad para mantener este ritmo
tan sensual hacen que lo
quiera aún más. Sabe hacer el amor como nadie.
La arruga de la frente le resplandece de sudor
a pesar del aire frío de
la noche. Le cojo la cara con las manos para
que no baje la mirada y su
cuerpo vibra y tiembla sobre mí. Palpita en mi
interior e, instintivamente,
mis músculos se contraen alrededor de él. Se
le acelera la respiración.
—Por Dios, Ava —gime hundiéndose y clavándose
entero en mí. Las
caricias precisas con las que colma mi pared
anterior hacen que me muera
de ganas de levantar las caderas y capturar el
orgasmo que se aproxima.
—No puedo aguantar más —gimo.
—Juntos —dice tragando saliva, y tenso los
muslos cuando me
penetra de nuevo, esta vez menos controlado.
Respira aceleradamente y
apoya la frente en la mía mientras recupera el
control con otra deliciosa
embestida.
—Ya estoy, Jesse —gimoteo al sentir que mi
autocontrol desaparece.
Con un grito estallo en mil pedazos debajo de
él.
Acelera el ritmo para que saltemos juntos al
abismo.
—¡Dios! —grita con una última penetración,
apretándose con fuerza
contra mi sexo antes de desplomarse sobre mí y
unirse a mi estado de
semiinconsciencia. Su erección salta y palpita
cuando se corre dentro de
mí.
—Jodeeeeeeer —mascullo en voz baja con los
ojos cerrados,
satisfecha y relajada. Este hombre tiene acceso
directo al botón de mis
orgasmos.
—Esa boca —susurra junto a mi cuello,
agotado—. ¿Crees que podrás
parar de decir tacos algún día?
—Sólo suelto tacos cuando te comportas de un
modo imposible o
cuando me colmas de placer —me defiendo, y
dibujo la palabra «joder» en
su espalda con la punta del dedo.
Se recuesta sobre un codo para poder mirarme a
los ojos. Luego
dibuja con su dedo «esa boca» en mis tetas
antes de besarme los pezones.
Sonrío cuando me mira, juguetón. Los ojos le
brillan cuando me muerde el
pezón erecto.
—¡Ay! —Me echo a reír.
Lo suelta y traza círculos húmedos con la
lengua por mi pecho y luego
me coge de la cadera. Doy un respingo cuando
vuelve a morderme el
pezón. Mi cuerpo se pone rígido en un abrir y
cerrar de ojos cuando
comprendo a qué juega.
—¡Ni se te ocurra! —grito cuando empieza a
masajear mi cadera con
la punta de los dedos sin que sus dientes
suelten mi pezón.
Cierro los ojos y pataleo intentando frenar el
impulso reflejo de
arquearme y tirarlo al suelo.
—¡Jesse, para, por favor! —Se ríe a carcajadas
y aumenta la presión
en mi cadera y en mi pezón—. ¡Por favor!
—chillo entre risitas nerviosas.
El pezón me dolería si no me estuviera
distrayendo con las cosquillas de la
cadera. ¡Me está volviendo loca!
Mis pulmones me dan las gracias a gritos
cuando suelto el aire
acumulado y hago acopio de fuerzas para
ignorar su tortura. Me pongo
rígida debajo de él y, pasada una eternidad,
deja en paz la cresta de mi
pelvis y empieza a chuparme el pezón para
devolverlo a la vida.
—Te espera un polvo de represalia —le digo.
Vuelve a hundir los dedos encima del hueso de
la cadera.
—¡Ava! —me regaña un instante, y vuelve a
centrarse en mis tetas.
Exhalo aliviada y cierro los ojos mientras
Jesse se prodiga con la lengua.
»Estás temblando —masculla contra mi pecho—.
Te llevaré adentro.
Se levanta y gruño a modo de protesta. Le doy
un tirón para que
vuelva a mí. Se echa a reír y me muerde la
oreja.
—¿A gusto?
—Mmm. —No puedo hablar.
—A la cama —dice, y me levanta para que pueda
cogerme a él.
—Tienes que comer —replico; que yo sepa, hoy
sólo ha comido
medio tarro de mantequilla de cacahuete y
medio sándwich. No creo que
haya tomado nada más. Necesita comer.
Se pone de pie y me lleva al interior.
—No tengo hambre. ¿Y tú?
La verdad es que yo tampoco.
—No, pero prométeme que desayunarás en
condiciones.
—Te lo prometo.
—Vale, llévame a la cama, mi dios —digo, y
sonrío contra su hombro
cuando noto que se ríe por lo bajito.
Me deja en la cama y, en cuanto se ha acostado
a mi lado, me
acurruco contra su pecho. Me besa el cabello
antes de ponerme una mano
en el culo. Me arrimo más a él; no consigo
estar lo bastante cerca. Como
No hay comentarios:
Publicar un comentario