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Capítulo 20
Capítulo 20
Me estoy mirando al espejo de cuerpo entero
con un nudo en el estómago.
Me he secado el pelo con secador, está
ondulado y brillante. Mi maquillaje
es delicado y natural y ya me he puesto el
vestido. Tiene un tacto increíble
pero estoy que me subo por las paredes. No sé
si es por el lugar al que voy
o por si estoy teniendo un pequeño ataque de
ansiedad de pensar que puede
que a Jesse no le guste el vestido.
Me vuelvo para ver el escote de la espalda,
que parece más
pronunciado que en la tienda. ¿Se enfadará?
Estuvo a punto de tener un
infarto cuando me vio con el vestido de verano
con la espalda al aire.
Soplo para apartarme el pelo de la cara y me
echo un poco más de
desodorante. Me estoy asando, sin duda son los
nervios. Me pongo mis
pendientes de oro blanco; son unas bolitas
sencillas, el encaje no permite
otra cosa. Meto el brillo de labios y la
polvera en la cartera junto con el
teléfono. Llaman a la puerta y el corazón se
me sale del pecho. Tengo un
nudo en el estómago.
—Ava, cariño, tenemos que irnos —dice en voz
baja desde el otro
lado. No intenta entrar, y ese gesto, junto
con la dulzura de su voz, me
indica que puede que él también esté nervioso.
¿Por qué? Porque
normalmente entraría a la carga, sin llamar y
sin decir nada.
—¡Dos minutos! —grito. Mi voz es aguda y
temblorosa.
Me rocío con mi perfume favorito de Calvin
Klein. No hay gruñidos
ni gritos impacientes. Debería mover el culo.
Me deja para que me
tranquilice un poco.
Respiro hondo un par de veces, cojo la cartera
y echo los hombros
atrás. Qué mal. Estoy supernerviosa. Tengo que
ver a todos los socios de
La Mansión y no me apetece nada. Las mujeres
me han dejado claro que
les he aguado la fiesta. No creo que vayan a
cambiar de opinión sólo
porque lleve un vestido de alta costura o porque
oficialmente sea la novia
de Jesse. ¿La novia? Suena muy tonto, pero
¿qué otra palabra puedo usar?
Además, él es demasiado mayor para llamarlo
novio. No suena nada bien.
Vale. Recojo un poco el bajo del vestido y
admiro mis zapatos antes
de salir del dormitorio en dirección a la
escalera.
Veo la sala de estar y oigo las fascinantes
notas de Nights in White
Satin de Moody Blues que caen sobre mí desde
los altavoces integrados.
Sonrío para mis adentros y entonces lo veo.
Freno en seco en lo alto de la escalera y
procuro recobrar el aliento.
Es como volver a verlo por primera vez. Está
impresionante con el traje
negro, la camisa blanca almidonada y la
corbata negra. Se acaba de afeitar
y puedo ver su hermoso rostro. También se ha
peinado. Dios, esta noche
voy a fastidiar los planes de muchas.
Aún no me ha visto. Camina despacio de un lado
a otro, con las manos
en los bolsillos y mirando al suelo. ¿Mi
donjuán chulo, orgulloso y pagado
de sí mismo está nervioso?
En silencio, observo cómo se sienta, junta las
manos y traza círculos
con los pulgares en el aire. Vuelve a
levantarse y a pasear de un lado a otro.
Sonrío y, como si notara mi presencia, se
vuelve y recibo de pleno el
impacto de ver a mi hombre de frente, en todo
su esplendor. Me quedo sin
aliento y tengo que sujetarme a la barandilla
para no caerme.
Abre un poco más los ojos.
—Madre mía —dice, y oscilo sobre los talones
bajo su intensa
mirada.
Jesse se acerca a la escalera sin apartar la
mirada de mí. Bajaría para
reunirme con él, pero mis estúpidas piernas
están paralizadas y no logro
convencerlas de que se muevan. Es posible que
tenga que bajarme en
brazos.
Sube la escalera sin que nuestros ojos se
separen y, cuando llega hasta
mí, me tiende la mano con una sonrisa. Respiro
hondo, cojo la falda de mi
vestido y pongo la mano en la suya. Lo dejo
que me guíe por la escalera.
Mis piernas parecen un poco más fuertes ahora
que él me lleva de la mano.
Llegamos abajo y se vuelve. Recorre con la
mirada mi cuerpo cubierto
de encaje. Da una vuelta a mi alrededor para
ver la espalda y cierro los
ojos, rezando para no haber cometido un error
monumental al haber
elegido un escote trasero tan pronunciado.
Coge aire y siento su dedo
cálido en lo alto de la nunca. Lo desliza
despacio por mi columna vertebral
y un millar de escalofríos viajan por mis
terminaciones nerviosas. Acaba
en la base de mi columna y siento el
inconfundible calor de su boca sobre
mi piel cuando me besa en el centro de la
espalda. Sus labios tibios me
relajan. Si fuera a explotar, ya lo habría hecho.
Lentamente, vuelve a colocarse delante de mí.
—No puedo respirar —susurra cogiéndome de la
cintura y
atrayéndome hacia su boca. Es como si me
hubiera vuelto tan delicada
como el encaje que cubre mi cuerpo.
Qué alivio. El nudo del estómago ha desaparecido.
Ahora sólo tengo
que preocuparme de la infinidad de mujeres que
se arrodillarán ante él. Se
aparta y me besa el bajo vientre. Tiene una
erección de campeonato. Ahora
no querrá que me desvista, ¿o sí?
—Me gusta muchísimo tu vestido —dice,
sonriente—. Éste no te lo
probaste. Me acordaría. —Lo contempla,
admirado.
—Siempre encaje —repito sus palabras y
nuestras miradas se funden.
—¿Escogiste este vestido para mí? —me pregunta
con ternura.
Asiento, da un paso atrás y se mete las manos
en los bolsillos. Se
muerde el labio y ahí están los engranajes,
trabajando mientras él me mira
con aprobación.
—Igual que yo he elegido esto para ti —dice
mientras se saca la mano
del bolsillo y veo una delicada cadena de
platino colgando de su dedo.
Casi me atraganto con mi propia lengua cuando
mis ojos ven la
exquisita joya. La vi en una vitrina de
cristal esta mañana mientras pasaba
con Zoe por la sección de joyería. Me lo
señaló y me cautivó al instante,
con sus delicadas capas de platino y un
diamante cuadrado suspendido al
final. Casi me da un ataque al ver el precio
escrito en letra muy pequeña.
Lo miro a los ojos.
—Jesse, ¡ese collar vale sesenta mil libras!
—suelto. No se me
olvidará nunca. Conté los ceros varias veces.
«¡Ay, Dios!»
Me entra muchísimo calor de repente y mis ojos
van de Jesse al
diamante que le cuelga del dedo. Sonríe y se
me acerca por detrás, me echa
el pelo sobre el hombro. El corazón me da
volteretas mortales en el pecho.
Acerca el collar a mi cuello y lo deja caer
sobre mi esternón. Siento una
carga enorme en el pecho. Estoy empezando a
temblar.
Sus manos rozan mi espalda cuando abrocha el
cierre y luego me
desliza las palmas por los hombros y me da un
beso en la nuca.
—¿Te gusta? —me susurra al oído.
—Sabes que sí, pero... —Toco el diamante y al instante
quiero un
paño de terciopelo para limpiarle mi huella
dactilar—. ¿Te lo dijo Zoe? —
Quiero vomitar. Sé que se dedica a las ventas,
pero decirle a Jesse que me
quedé prendada de un carísimo collar de
diamantes es aprovecharse de la
situación. ¿Sesenta mil libras? ¡Virgen santa!
—No, yo le pedí a Zoe que te lo enseñara. —Me
da la vuelta entre sus
brazos y acaricia el collar con el dedo y
luego mi pecho—. Eres
increíblemente hermosa.
Me da un tierno beso en los labios.
¿Él se lo pidió? Me entra la risa nerviosa.
—¿Es a mí o al diamante?
—Sólo tengo ojos para ti —me dice con la ceja
levantada—. Para
siempre.
Dejo de reírme.
—Jesse, ¿y si lo pierdo? ¿Y si...? —Me hace
callar con sus labios.
—Cállate, Ava. —Vuelve a cubrirme la espalda
con el pelo—. Está
asegurado y es un regalo que quería hacerte.
Si no te lo pones, me enfadaré
mucho, ¿entendido?
Su tono no admite discusión, pero estoy
abrumada y mucho más
nerviosa que antes ahora que el collar forma
parte de la ecuación de la
fiesta. No voy a volver a ir en metro ni a
pasear de noche, eso fijo, no con
esta cosa colgando del cuello. Además, dudo
que pueda hacer ninguna de
esas cosas si Jesse se sale con la suya (y eso
es lo que va a pasar).
Respiro hondo y apoyo las manos en su pecho.
—No sé qué decir. —Me tiembla la voz, igual
que el cuerpo.
—Puedes decir que te encanta. —Las comisuras
le bailan—. Puedes
darme las gracias.
—Me encanta. Muchas gracias. —Le doy un beso.
—De nada, nena. Aunque no es tan hermoso como
tú. Nada lo es. —
Me coge las manos—. Mi trabajo aquí ha
terminado. Vamos, has
conseguido que tu dios llegue tarde.
Me lleva a la puerta principal y apaga la
música. Coge las llaves y
vamos al ascensor. Ya han reparado el espejo.
Se abren las puertas, entramos e introduce el
código. Me mira y me
guiña el ojo.
—Eres demasiado guapo —digo con cierta
melancolía, pasándole el
pulgar por el labio inferior para quitarle los
restos de pintalabios—. Y todo
mío.
Coge mi mano y me besa la punta del dedo.
—Sólo tuyo.
Cruzamos el vestíbulo del Lusso. Clive nos
mira dos veces y abre la
boca de par en par. Jesse me pasa el brazo por
los hombros y sé que es una
señal de lo que nos espera esta noche. Por mí,
fenomenal, porque no tengo
intención de apartarme de su lado.
Me ayuda a subir al DBS y viajamos a La Mansión
a toda velocidad.
Lo he hecho llegar tarde a su fiesta de
aniversario pero no parece
importarle. Me mira de vez en cuando y sonríe
cuando me pilla mirándolo.
Le pongo la mano sobre el muslo y me relajo
cuando él pone la suya
en el mío y me da un apretón cariñoso. Ahora
mismo estoy muy enamorada
de él y, por primera vez, me ilusiona esta
velada. Jesse, el amante de la
diversión, tiene ganas de fiesta, y es en esos
momentos cuando veo la
personalidad afable que todo el mundo dice que
tiene. No ignoro el hecho
de que sólo veo a ese Jesse cuando las cosas
van como él quiere, o cuando
hago lo que me ordena y él se sale con la suya
o consigue lo que desea,
pero cuando él está así es cuando yo soy más
feliz y cuando me siento más
contenta. Estoy en mi salsa en el séptimo
cielo de Jesse.
No me sorprende ver a John en la escalera de
La Mansión cuando
aparcamos. Jesse me ayuda a salir del coche y
me lleva a la entrada, donde
John está dando instrucciones a una docena de
hombres con uniforme de
aparcacoches. Jesse le lanza las llaves, él
las coge y se las pasa a uno de los
aparcacoches y lo informa de que sólo tiene
que mover el Aston Martin de
Jesse si es estrictamente necesario.
Saludo a John con la mano. Me sonríe al pasar
y veo su diente de oro.
Lleva su traje negro de costumbre, sólo que ha
cambiado la camisa negra
por una camisa blanca y pajarita. Lleva las
gafas de sol puestas, como
siempre. Está muy elegante. Es el tío más guay
del universo.
—¡Por fin! —La voz de pánico de Sarah es lo
primero que oigo al
entrar en La Mansión.
Se acerca contoneándose. No puede moverse
mucho porque lleva un
ajustado vestido rojo de satén que podría ser
su segunda piel. Debe de
haberse embutido en él. Ya no me cabe ninguna
duda sobre la condición de
sus pechos. Los lleva bien altos, con un
escote palabra de honor. Si bajara
la cabeza, podría besárselos ella misma.
Detiene su marcha acelerada hacia Jesse y me
da un repaso que
termina en mi cuello, donde su mirada se queda
fija. Ha visto el collar,
porque es difícil no verlo, pero no le
fascinan su belleza o su brillo (¡qué
va!), sino que está pensando en quién lo ha
comprado y, a juzgar por la
mueca que hace con su cara llena de bótox, ha
dado en el clavo.
Instintivamente, cojo el diamante, como si lo
estuviera protegiendo de
sus ojos pequeños y brillantes. Me mira con
envidia y entonces repara en
mi cuerpo cubierto de encaje. Enderezo la
espalda y sonrío con dulzura.
—Ya estoy aquí —gruñe Jesse, colocándome a su
lado.
Entramos en el bar, donde Mario está dando
instrucciones al personal.
La estancia es ahora tres veces más grande, y
caigo en la cuenta de que las
puertas que dividen el bar y el restaurante
están abiertas y hay decenas de
mesas altas de bar con sus taburetes
distribuidas por las dos salas.
—Siéntate aquí. —Jesse me muestra un taburete
junto a la barra y
llama a Mario antes de acomodarse junto a mí.
Sarah señala una lista que lleva en la mano.
—¿No podemos repasar...?
—Sarah, dame un minuto —la corta Jesse sin
dejar de mirarme. Me lo
comería a besos—. ¿Qué quieres beber?
Noto el aire gélido que desprende Sarah, ahí
de pie como una maceta,
esperando a que Jesse termine de atenderme
antes de prestarle la atención
que ella quiere. Tal vez tarde en decidirme.
¿Puedo tomar alcohol? Dijo
que podía beber si él estaba cerca.
Aparece Mario, hecho un pincel, con su
chaqueta blanca y su pajarita.
Lleva la raya al lado y ni un pelo fuera de su
sitio, ni siquiera los del
bigote. Sonríe y recuerdo el suculento cóctel
que me ha preparado antes.
—Tomaré un sublime de Mario, por favor —le sonrío.
Él se ríe a gusto.
—¡Sí! —exclama detrás de la barra—. ¿Y usted,
señor Ward?
—Sólo agua, Mario —responde Jesse acercándose
para besarme.
Sarah me está taladrando con la mirada, así
que, cómo no, obedezco y
dejo hacer a Jesse. No es que necesite a Sarah
para eso. Jesse hace y
deshace a su antojo cuando quiere y donde
quiere.
—Un gin-tonic de endrinas, Mario —suelta
entonces ella, y resopla
mientras Jesse se dedica a mí.
Esa mujer le importa un comino, y me siento
mucho más cómoda
ahora que lo sé. Ni siquiera es una amenaza
real.
—Jesse, de verdad que te necesito en la
oficina —insiste.
Él gruñe y mentalmente deseo que la pise como
a un felpudo.
—¡Sarah, por favor! —masculla poniéndose de
pie—. Nena,
¿prefieres quedarte aquí o venir conmigo?
No la estoy mirando, pero sé que ha puesto
cara de asco y, aunque me
encantaría tocarle las narices un poco más,
estoy muy contenta aquí con
Mario y mi sublime.
—Vete, yo estoy bien aquí.
Coge su botella de agua y me besa en la
frente.
—No tardo nada.
Echa a andar y Sarah tiene que seguirlo
corriendo sobre sus tacones de
dieciséis centímetros para no perderlo, no sin
antes coger su gin-tonic de la
barra con un gruñido. La ignoro y acepto la
copa que me ofrece un Mario
sonriente.
—Gracias, Mario. —Le devuelvo la sonrisa, doy
un trago y gimo de
gratitud.
—Señorita Ava, ¿me permite que le diga lo
preciosa que está usted
esta noche? —me sonríe con afecto y me sonrojo
un poco.
—Mario, ¿me permites que te diga lo elegante y
seductor que estás
esta noche? —Levanto mi copa por el pequeño
italiano al que tanto cariño
le he cogido.
Él da una palmada sobre la barra y se echa a
reír. Luego mira el
diamante que cuelga de mi cuello antes de
observarme con una ceja
arqueada.
—La quiere mucho, ¿verdad?
Me encojo de hombros un poco avergonzada. De
repente me siento
incómoda con el italiano afable. No quiero que
todo el mundo piense lo
inevitable, como hizo Sarah.
—Es sólo un collar, Mario. —Sí, un collar de
sesenta mil libras, pero
nadie tiene por qué enterarse de ese pequeño
detalle.
Lo cojo otra vez. De vez en cuando, tengo que
comprobar que sigue
ahí, aunque noto el peso perfectamente.
—Veo que también usted quiere mucho al señor
Ward —añade
sonriéndome mientras me rellena la copa—. Eso
me hace feliz.
¿De verdad? Un vaso roto lo distrae y se va,
agitando los brazos y
gritando en italiano.
Estoy muy a gusto en la barra, viendo cómo los
empleados se
preparan para la velada. Se sirve champán en
cientos de copas y Mario no
para de limpiar la barra. Grita órdenes aquí y
allá para gestionar a su gente.
Es como una demostración precisa de
organización, sabe lo que se hace. El
pequeño italiano es un perfeccionista y lo
quiere todo impoluto. La enorme
sala está decorada con gusto, todo está en su
sitio, perfecto hasta el más
mínimo detalle. Los candeleros cuelgan bajo e
iluminan lo justo con una
luz aterciopelada. Las palabras «sensual» y
«estimulante» me vienen a la
cabeza. Son palabras que ya he oído antes.
Aparece Pete con una bandeja de canapés.
—Señorita Ava, está usted espectacular esta
noche —dice, y me
ofrece la bandeja—. ¿Un canapé?
Huelo el delicioso salmón y veo las tostadas
cubiertas de crema de
queso. —Ay, Pete. —Me llevo la mano al
estómago—. Aún estoy llena.
No tengo ni idea de cómo voy a aguantar una
cena de tres platos. Voy
a reventar el vestido.
—Pero si apenas ha tocado la comida —replica
mirándome con
desaprobación, y luego sigue con su trabajo—.
Que disfrute de la velada.
—Tú también, Pete —le contesto.
De inmediato me siento idiota por haberle
dicho a un empleado de
Jesse que disfrute de una noche de trabajo
duro, pero tiene razón: no me he
terminado la comida. Ha sido porque perdí el
apetito cuando apareció
Sarah, y es probable que por esa misma razón
tampoco tenga hambre
ahora.Me vuelvo hacia la barra y veo que me
han rellenado la copa. Busco a
Mario y lo veo al otro lado, colocando unos
taburetes en su sitio. Me ve y
me sonríe mientras levanto la copa y frunzo el
ceño. Me ignora y sigue
trasladando taburetes. Tengo que ir con
cuidado. Me he tomado dos copas
del sublime de Mario y no tengo ni idea de lo
que lleva. No puedo acabar
tirada por los suelos cuando todavía está
llegando gente.
—¡Ava!
Me pongo en pie de un salto en cuanto oigo el
grito excitado de Kate.
—¡Vaya! —Derrapa delante de mí con los ojos
fuera de las órbitas—.
¡La hostia!
—Lo sé —gruño—. La cosa esta me tiene muerta
de miedo. Debería
estar en una caja fuerte. —Cojo el diamante y
jugueteo con él otra vez.
Kate me da un manotazo para poder tocarlo.
—¡Caray! Esto es una cosa muy seria —dice,
suelta el diamante y se
aparta para verme bien—. ¡Mírate! A alguien la
han mimado mucho hoy.
Me echo a reír. Kate se queda corta.
—Deja que te vea. —La cojo de las manos y se
las llevo a un lado—.
Me encanta tu vestido. —Hago que dé una
pequeña vuelta.
Como siempre, está fabulosa. Lleva un vestido
largo de color verde y
los rizos rojos y brillantes recogidos en lo
alto de la cabeza.
—¿Te apetece una copa? Tienes que probar esto.
—Cojo la mía y se la
muestro—. Siéntate. ¿Dónde está Sam?
Se encarama al taburete y pone los ojos en blanco.
—No deja que ninguno de los aparcacoches toque
el suyo. Cree que
son todos unos inútiles que no saben controlar
un Carrera —se ríe—. ¿Y
Jesse?Mi sonrisa desaparece.
—Sarah se lo ha llevado no sé adónde.
Echo un vistazo al reloj, hace casi una hora que
se ha ido.
—¿Sabes?, anoche vi un Porsche Carrera con
cierta pelirroja a bordo,
camino de La Mansión —digo como si nada
mientras le doy un sorbo a mi
copa y espero su reacción.
Mi feroz amiga me lanza una mirada fiera.
—Sí, Ava. Ya me lo has dicho —replica,
altanera—. ¿Y esa copa?
Meneo la cabeza pero no insisto.
—¿Mario? —lo llamo, y él me indica con la mano
que me ha oído—.
Te presento a mi amiga Kate. Kate, él es
Mario.
—Nos conocemos —le sonríe ella.
—¿Qué tal está usted, Kate? —Mario le dedica
una de sus
encantadoras sonrisas.
—Estaré mejor cuando me traigas uno de ésos.
—Señala mi copa y él
se echa a reír antes de coger la jarra de
cristal del sublime.
Claro que se conocen. Cómo envidio su forma de
ser, tan relajada.
Mario vuelve con la jarra y tapo la copa con
la mano cuando intenta volver
a llenármela. Se encoge de hombros y masculla
algo en italiano intentando
reprimir una sonrisa. Finge estar muy
ofendido.
—¿Dónde está la fiesta?
Nos volvemos y vemos a Sam con las piernas y
los brazos extendidos
en la entrada del bar. Va mucho más elegante
que de costumbre (siempre
lleva bombachos y una camiseta). Se arregla la
chaqueta del traje y entra
en la sala con toda la confianza del mundo.
Pide una botella de cerveza. Va
bien vestido pero su pelo sigue pareciendo una
fregona despeinada de rizos
castaños. Tampoco faltan su sonrisa picarona y
sus hoyuelos.
—¡Señoritas! ¿Saben que están realmente
deslumbrantes esta noche?
—Me da un beso en la mejilla y un buen morreo
a Kate. Ella lo aparta de
un manotazo, riéndose—. ¿Y mi hombre?
—pregunta buscando por el bar.
Quiero corregirlo y puntualizar que Jesse es
mi hombre, pero creo que
sería demasiado atrevido. Me río para mis
adentros.
—En su oficina —digo tomando otro sorbo. Me
estoy conteniendo,
pero esto está delicioso y entra como si nada.
Me siento mejor ahora que
Kate está aquí. Así me distraigo y no pienso
que Jesse sigue desaparecido.
Una hora más tarde el bar está lleno y todavía
no tengo noticias de
Jesse. Suena música de jazz y se oyen
conversaciones felices de fondo. Los
hombres llevan esmóquines caros, y ellas se
han puesto sus mejores trajes
de noche y vestidos de cóctel. No ignoro que
parezco ser el tema de
conversación favorito de muchos grupos, sobre
todo entre las mujeres, que
disimulan fatal. Lo que más me molesta es que
mi mente inquisitiva e
irracional se pregunta con cuántas de estas
mujeres se habrá acostado
Jesse. Es una idea deprimente, y no creo que
consiga quitármela nunca de
la cabeza.
Voy por el tercer vaso de sublime y bebo a
sorbitos. Drew ha llegado
y está como siempre: aseado, pulcro y preciso.
Exhalo y me relajo cuando
dos manos me cogen por las caderas y percibo
de inmediato el aroma a
menta. ¿Dónde se había metido?
Apoya la barbilla en mi hombro.
—Te he dejado sola.
Giro el cuello para poder verlo.
—Sí. ¿Dónde has estado?
—No podía dar dos pasos sin que alguien se me
acercara. Ahora soy
todo tuyo, te lo prometo. —Se inclina hacia
adelante para estrecharles la
mano a los chicos y luego le da a Kate un beso
en la mejilla.
Apuesto a que todos esos «alguien» eran
mujeres.
—¿Lo estáis pasando bien? —les pregunta
mientras le indica a Mario
que le traiga otra botella de agua.
—Lo pasaremos bien después de cenar —dice Sam,
sonriente,
mientras brinda con Drew.
Sé lo que quiere decir, y recuerdo que Jesse
ha dado instrucciones
para que los pisos de arriba permanezcan
cerrados hasta las diez y media.
Ahora ya sé por qué: para mantener fuera a
otros como Sam.
Me asalta un pensamiento que me preocupa
mucho. Mierda,
¿desaparecerá Kate arriba esta noche? La miro
con los ojos muy abiertos
pero no me devuelve la mirada. Sabe lo que
estoy pensando, lo sé por cómo
intenta esconder la cara.
—Diez y media —dice Jesse, muy serio.
Me baja del taburete, se sienta y luego me
sienta sobre sus rodillas y
hunde la cara en mi pelo. Sam y Drew comparten
una mirada de reproche,
y Kate sigue sin querer mirarme.
—Quiero tumbarte sobre la barra y tomarme mi
tiempo para quitarte
todo el encaje —me susurra al oído. Me tenso y
le ruego en silencio que se
calle antes de que obedezca y me suba a la
barra por él. Me restriega la
entrepierna en el trasero.
—¿Qué llevas debajo del vestido?
—Más encaje —digo en voz baja con una sonrisa.
Me ruge al oído.
¿Por qué habré dicho eso? Necesito que no
hablemos de sexo.
—Me estás matando. —Me muerde la oreja y me
dan escalofríos.
—Para —lo aviso, poco convencida. Tardaría una
semana en quitarme
y ponerme el vestido. De hecho, no creo que
deje que me lo quite él.
Perderá la paciencia, me lo romperá y no podré
volver a ponérmelo.
—Nunca. —Hunde la lengua en mi oreja y cierro
los ojos con un
suspiro.
—¡Eh, pareja! —Kate le da a Jesse un manotazo
en el hombro—.
¡Bájala!
—Eso, a nosotros nos reprimes nuestras
necesidades sexuales pero
luego te sientas ahí a magrear a tu chica —se
queja Sam.
Jesse lo mira en absoluto contento.
—Si intentas detenerme, cierro el chiringuito
ahora mismo y me la
llevo a casa —suelta él.
—Estás avasallando a tus amigos —me río, y
todos se ríen conmigo.
Jesse vuelve a morderme la oreja.
—¿Quién es ésa? —pregunto.
—¿Quién? —Su cara emerge de mi cuello y señalo
con la cabeza
hacia una mujer que hay en la entrada del bar
con un vestido recto de color
crema. Tiene treinta y pocos años, lleva el
pelo negro a lo garçon y es muy
guapa. No le habría prestado atención, de no
ser porque nos está mirando
fijamente y está sola.
Se nos acerca y Jesse se pone tenso. Sam y
Drew se callan al instante,
lo que aún me pone más nerviosa. ¿Quién
demonios es?
Llega junto a nosotros y se detiene sin dejar
de mirar a Jesse. La
tensión se puede cortar con un cuchillo. Miro
a Kate, que tiene el ceño
fruncido y observa a la mujer que está en
silencio delante de nosotros. De
repente, me ponen de pie y me sientan en el
taburete pero sin Jesse debajo
de mí.—
¿Vamos a mi despacho, Coral? —pregunta Jesse
con demasiada
ternura y demasiado cuidado para mi gusto.
Ella asiente y entonces veo que está a punto
de echarse a llorar.
—Ven. —Jesse se vuelve hacia mí con una
sonrisa de disculpa, le
pone la mano en la cintura y se la lleva. Me
deja aquí sentada
preguntándome qué coño pasa mientras
mentalmente le ordeno que le quite
la mano de la espalda.
John les dedica un saludo con la cabeza cuando
pasan por la entrada
del bar y anuncia a todos los presentes que la
cena está servida. Hay un
ajetreo de cuerpos que se dirigen al salón de
verano. Las mujeres me miran
con curiosidad al pasar. No les hago caso:
estoy muy ocupada
preguntándome qué estará haciendo Jesse con la
mujer misteriosa.
Se ha hecho el silencio en nuestro pequeño
grupo, y es Kate quien lo
rompe.—
¿Quién era ésa?
Me ayuda a bajar del taburete.
Miro a Drew y a Sam, que se encogen de hombros
y niegan saber
nada, pero por lo incómodos que parecen estar
de repente sé que saben
perfectamente quién es Coral.
—Ni idea. No la había visto nunca —digo con el
ceño fruncido
siguiendo a la marabunta de gente que se
dirige al salón de verano—.
Aunque parece ser que Jesse la conoce.
Encontramos nuestra mesa y es un gran alivio
ver que me han sentado
con Kate, Sam, Drew y John. Sarah también está
en nuestra mesa, cosa que
no mola nada. Se nos une otro hombre al que no
conozco. Se llama Niles y
parece un chico muy formal, no la clase de
hombre que una espera
encontrarse en La Mansión. Pero ¿cuál es la
clase de hombre que va a La
Mansión?
Los sillones y las mesas del salón de verano
han desaparecido y su
lugar lo ocupan ahora mesas redondas para
entre ocho y diez comensales.
Hay tantas que me pierdo al llegar a treinta.
La paleta de colores es negro y
oro. Me pregunto si es casualidad.
Hay velas por todas partes que ensalzan el
ingrediente principal: la
sensualidad. Fue una de las cosas que me
especificó Jesse cuando yo no era
consciente de las actividades de La Mansión.
Fue una petición rara, pero
ahora son omnipresentes allá donde pongo el
ojo.
Hay un grupo de música en un rincón pero son
cuatro saxofonistas
quienes amenizan la cena. La silla que hay a
mi lado está vacía y en la
siguiente se ha aposentado Sarah. Imagino que
fue ella la que organizó las
mesas y lo mucho que se cabrearía cuando no
tuvo más remedio que
sentarme al otro lado de Jesse.
Por cierto, ¿dónde está Jesse?
Kate coge una bolsita dorada y me la enseña.
Deben de ser las bolsas
de regalo. Decido que no voy a mirar lo que
hay dentro de la mía. Cuando
Kate husmea en la suya y la cierra de golpe
con unos ojos como platos, sé
que he tomado una buena decisión. Sam intenta
quitársela pero ella lo
espanta de un manotazo. Sam gruñe y coge el
equivalente en negro que hay
en los sitios de los caballeros. Hace lo mismo
que Kate pero, en vez de
poner cara de susto, la mira a ella con una
sonrisa de oreja a oreja, y ahora
es ella la que intenta quitarle la bolsa. Él
la aparta.
Sirven un primer plato de vieiras, tan
fantástico, que me olvido por un
rato del paradero de Jesse. La comida de La
Mansión es excelente.
—Ava, me han dicho que tú te encargaste de los
interiores del Lusso
—señala Niles desde el otro lado de la mesa—.
Impresionante —sonríe
levantando la copa.
—No le vino mal a mi portafolio —digo sin
darle importancia.
—Qué modesta —se ríe.
—Es muy buena —interviene Kate—. Está
trabajando en la
ampliación del piso de arriba —Kate señala el
techo con el tenedor con un
gesto impropio de una señorita.
—Ya veo. ¿Fue así como conociste a Jesse?
—pregunta Niles un poco
sorprendido.
—Sí —confirmo con educación pero sin extenderme.
No me siento
cómoda hablando de Jesse y de mí,
especialmente con Sarah y su rostro de
piedra a menos de un metro de distancia.
Quiero hablar de otra cosa que no
sea Jesse y olvidarme de mis cavilaciones.
Niles deja el tenedor en el plato y se limpia
la boca con la servilleta.
—Yo soy proveedor de Jesse —dice con una
sonrisita.
Consigo no hacerle la pregunta más tonta del
mundo. No es proveedor
de comida o bebida. No. Niles ofrece otra
clase de elementos esenciales:
esenciales para los pisos superiores de La
Mansión. Asiento y no digo nada
porque tampoco quiero llevar la conversación
por esos derroteros.
Sarah se anima a participar y le pregunta a
Niles por su reciente viaje
a Ámsterdam. Se lo agradezco, aunque no tardo
en dejar de prestar
atención a lo que dicen.
Observo a Kate, que me lanza una mirada guarra
y señala a Sarah con
una inclinación de la cabeza mientras se
sujeta las tetas la mar de
sonriente. Intento no reírme pero no puedo
evitar que me haga gracia su
descaro. Le da todo igual. La adoro.
Me termino mi sublime y acepto la copa de vino
blanco que me ofrece
el camarero. Bebo un sorbo y me río cuando
Drew le clava el tenedor a su
última vieira, que sale volando y aterriza en
el centro de la mesa. Se cabrea
mucho con el molusco escurridizo e intenta
recogerlo. Gruñe y trata de
hincarle el tenedor, pero al final se rinde y
todos en la mesa, excepto Sarah,
están encantados con el espectáculo. Se
levanta para hacer una reverencia
que restituya su reputación de hombre fino. Ha
sido tan divertido que no se
parecía en nada al Drew que yo conozco.
Nos retiran el entrante y sirven salmón con
verduras de lo más
coloridas. Doy gracias de que la cena sea
relativamente ligera. No puedo
comer mucho más y, con Sarah al lado, mi
apetito no mejora. No me ha
dirigido la palabra desde que nos hemos
sentado a cenar, y tampoco ha
preguntado por el paradero de Jesse. Ella sabe
dónde está. Le dice al
camarero que se lleve el plato sin tocar de
Jesse y que le reserven el plato
principal. Si Kate no estuviera, me pondría de
muy mal humor.
—¿No has traído a Victoria? —le pregunta Kate
a Drew, que contesta
sin una pizca de sorpresa.
—Es muy dulce, pero requiere mucho trabajo.
—Bebe un par de
tragos de vino y se reclina en la silla—.
Estoy muy bien donde estoy en
este momento. —Levanta la copa y todo el mundo
se une al brindis,
incluso yo, a pesar de que no estoy muy
contenta con donde estoy en este
momento.
Drew sigue:
—Además, no me dejaba meterle mano sin apagar
la luz.
Casi escupo el vino sobre la mesa y me da la risa,
un ataque de risa.
—¡Te lo dije! —chilla Kate tirándome una
servilleta.
La cojo y empiezo a limpiarme el vino que me
cae por la barbilla.
Todavía nos estamos riendo.
Drew nos mira a Kate y a mí y una sonrisa se
dibuja en las comisuras
de su serio rostro.
—Uno tiene que poder ver para lo que yo tenía
en mente.
—¡Basta! —aúllo intentando controlar la risa.
Miro a Sarah, que me lanza una mirada asesina.
La ignoro y me
resisto a la tentación de estamparle la cara
contra el plato de salmón.
Me siento muy erguida (igual que Sarah) cuando
veo a Jesse y a la
mujer misteriosa en el pasillo que lleva a su
despacho. John debe de haber
notado nuestra reacción, porque se levanta de
la mesa y se aproxima a
ellos. Intercambian unas pocas palabras antes
de que John se encargue de
la mujer y la saque del salón de verano.
Jesse recorre el salón con la vista hasta que
encuentra mi mirada y se
acerca a nosotros. A medida que avanza entre
las mesas, lo detienen
docenas de veces varios hombres y mujeres,
pero no se queda a charlar con
ellos, sino que se limita a estrecharles la
mano a los hombres y a darles un
beso en la mejilla a las mujeres y sonreírles
con educación antes de seguir
buscándome. ¿Por qué no puede estrecharles la
mano también a las
mujeres? Al final consigue llegar hasta mí,
sentarse a la mesa y darme un
apretón en la rodilla. Sam lo vitorea al
llegar y le sirve agua en la copa
para el vino. Kate frunce el ceño, mirándome,
y Sarah deja de darle
conversación a Niles e intenta hablar con
Jesse.
Él se vuelve hacia mí con una mirada muy
triste.
—¿Me perdonas?
—¿Quién era ésa? —pregunto en voz baja.
—Nadie por quien debas preocuparte. —Señala
con la cabeza mi plato
medio vacío—. ¿Qué tal la comida?
¿Nadie por quien deba preocuparme? Ahora sí
que me preocupo. Pero
¿es el mejor momento para hablar de esto?
—Muy buena. Deberías probarla. —No digo más, y
busco un
camarero pero soy demasiado lenta. Parece que
Sarah ya se ha hecho cargo.
El plato de salmón aparece delante de Jesse,
que se apresura a hincarle
el diente sin retirar la mano de mi rodilla,
cortando y pinchando con una
sola mano. Me preparo para dejar estar el
asunto por ahora. No es ni el
momento ni el lugar, pero quiero saber qué ha
pasado.
John vuelve a la mesa y le dedica a Jesse su
típica inclinación de
cabeza. Lo miro con curiosidad, él me ve y
entonces me besa a propósito.
Le devuelvo los besos no muy convencida,
consciente de que está
intentando distraerme de nuevo.
Se aparta y me mira, inquisitivo.
—¿Me estás ocultando algo? —me pregunta,
cortante.
—Sí, ¿y tú? —contraataco, en absoluto
impresionada por cómo se
toma mi preocupación.
—Eh —masculla, bastante alto, teniendo en
cuenta lo cerca que
estamos y que hay gente—. ¿Con quién te crees
que estás hablando? —me
pregunta con una mirada asesina mientras me
aprieta la rodilla con fuerza.
Sacudo la cabeza.
—A ver cómo reaccionarías tú si un hombre
misterioso me apartara
de tu lado durante más de una hora. —Lo miro
directamente a los ojos y
veo a Sarah sonreír detrás de él. Que se la
folle un pez. No estoy de humor
para aguantarla.
La expresión de Jesse se suaviza y relaja un
poco la mandíbula. Me
suelta la rodilla y me acaricia allá donde se
unen mis muslos. Me tenso. Sé
lo que está haciendo.
—Por favor, Ava, no digas cosas que me cabrean
hasta enloquecer. —
También ha suavizado el tono pero detecto una
pizca de enfado—. Te he
dicho que no te preocupes, así que no deberías
preocuparte y punto.
—Deja de besar a todas las mujeres —le espeto,
y me vuelvo en
dirección a la mesa e ignoro su ardiente
caricia a través del vestido. Me
hierve la sangre de lo posesiva que me siento.
Me estoy volviendo peor que
él, y esta conversación no lleva a ninguna
parte, al menos no aquí y ahora.Volver a Capítulos
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