Una vez servidos los postres y los cafés, y
con mis mejillas doloridas por
las payasadas de Kate y Sam a la mesa, John se
levanta y anuncia, con su
voz atronadora de siempre, que todos
deberíamos abandonar la sala para
que retiraran las mesas y la prepararan para
recibir a la banda.
Jesse se incorpora y me ayuda a hacer lo propio
en un esfuerzo de
colmarme de atenciones. Yo lo rechazo con
petulancia. Está haciendo todo
lo posible por distraerme de mi
enfurruñamiento. Cuando me alejo de la
mesa, me agarra del hombro y me da la vuelta
hasta que estamos frente a
frente.Me atraviesa con esos ojos verdes
llenos de desaprobación.
—¿Vas a comportarte como una niña malcriada
toda la noche, o tengo
que llevarte arriba y follarte hasta que
entres en razón?
Su animosidad me hace retroceder cuando veo
que mira a mis
espaldas y sonríe saludando a alguien que está
detrás de mí. Vuelve a
centrarse en mi persona y su sonrisa
desaparece al instante. Su reacción a
mi agravio me ha cogido por sorpresa. Me pasa
la mano por detrás y me
coge del culo con una palma firme, me aprieta
contra su entrepierna y
empieza a mover esas malditas caderas despacio
y con fuerza. Maldigo a
mi cuerpo traicionero por tensarse, y mis
manos ascienden como un acto
reflejo y lo agarro de los hombros.
Se acerca a mi oído.
—¿Sientes eso? —dice apretando con más fuerza.
Mi esfuerzo por contener un gemido de placer
es en vano. No quiero
calentarme aquí porque no pienso dejar que me
tome en este lugar. Jamás.
—Responde a la pregunta, Ava. —Me muerde el
lóbulo y lo desliza
entre los dientes.
Lo agarro con más fuerza de los hombros.
—Lo siento —digo con un hilo de voz
entrecortada.
—Bien. Pues es tuya. Toda entera. —Aprieta con
más fuerza y se me
clava más todavía—. Así que deja de estar de
morros. ¿Entendido?
—Sí —suspiro contra su hombro.
Me suelta y da un paso atrás y enarca las
cejas esperando mi
confirmación. ¿Siempre va a tener esta
influencia sobre mí? Estoy
temblando y replanteándome seriamente mi voto
de evitar practicar sexo
en La Mansión. Podría llevármelo arriba sin
problemas, a una de las suites
privadas, y dejar que me devorara viva.
Echo un vistazo a sus espaldas y me encuentro
con la mirada viperina
de Sarah y, como marcando patéticamente mi
propiedad, me pego al pecho
de Jesse de nuevo y lo miro con ojos
arrepentidos.
Él asiente a modo de aprobación y se inclina
para posar los labios
sobre los míos.
—Mucho mejor —dice contra mi boca. Me da una
vuelta y empieza a
guiarme afuera del salón de verano—. No llevo
nada bien todas las miradas
de admiración que atraes —comenta colocándome
una mano firme en la
zona lumbar.
Yo me mofo. Debe de estar de broma. Me
encuentro rodeada de
mujeres, y estoy convencida de que todas
desean que desaparezca. Soy una
intrusa en su fiesta.
—Tú no te quedas corto llamando la atención
—susurro mientras
pasamos junto a una morena atractiva.
Ella sonríe alegremente a Jesse y le acaricia
el brazo.
—Jesse, estás tan fantástico como siempre —le
dice con entusiasmo.
No puedo evitar la breve carcajada de sorpresa
que escapa de mi boca.
Tiene mucha cara, y me ofende sobremanera que
piense que voy a
quedarme tan tranquila mientras ella flirtea
descaradamente con él. Estoy a
punto de detenerme para ponerla en su sitio,
pero Jesse me obliga a
continuar y evita que cumpla mi propósito. No
me puedo creer que tenga
tanta poca vergüenza.
—Natasha, tú siempre tan descarada —responde
él irónicamente
mientras me coloca el brazo sobre el hombro y
me da un beso casto en la
mejilla al sentir mi irritación.
Ella sonríe arteramente y me mira con recelo
con esos ojos de zorra
que tiene. ¿Se habrá acostado con ella
también? Siento cómo mi recién
descubierto sentido de la posesión empieza a
arder en mi interior. No me
imagino pasando mucho tiempo aquí si ésta es
la reacción que voy a
obtener cada vez que lo haga. Y no es que me
muera de ganas, la verdad,
pero tratándose del lugar de trabajo de Jesse,
estaría bien poder venir y
estar cómoda, en vez de sentir que estoy
ofendiendo a un millón de
mujeres atractivas. Y ésa es otra cuestión:
¿acepta Jesse sólo a socias que
son de un ocho para arriba en la escala del
físico? Cuanto más tiempo paso
aquí, más creo que debería dejar de trabajar.
Quiero pasar cada segundo
pegada a Jesse para darles en los morros a
todas estas putas descaradas y
desesperadas. Me estoy hundiendo mentalmente
otra vez.
Al llegar al bar, el taburete en el que
siempre suelo sentarme está
ocupado por un hombre. No tarda en abandonarlo
al vernos aparecer, y alza
su copa a modo de saludo. Jesse me levanta y
me coloca en el asiento, y
Mario se acerca al instante, dejando que otro
camarero se encargue de
atender a los socios de La Mansión.
—¿Qué quieres beber? —Jesse se apoya en su
taburete, delante de mí,
y me estrecha la mano entre las suyas—. ¿Un
«sublime»? —pregunta
enarcando las cejas.
Me vuelvo hacia Mario.
—Por favor, Mario —digo, y él me ofrece su encantadora
sonrisa de
siempre, aunque parece algo más agobiado que
antes. No me extraña, no ha
parado en toda la noche.
—Yo quiero otro —dice Kate, que se acerca y se
asoma por encima
del hombro de Jesse resoplando—. ¡Estos
zapatos me están matando! —
protesta con una expresión de auténtico
dolor—. En serio. El que inventó
los tacones era un hombre, y lo hizo con la
intención de facilitaros la tarea
de placarnos y cargarnos sobre vuestros lomos
para llevarnos a la cama.
Jesse inclina la cabeza hacia atrás y se echa
a reír con ganas cuando
Sam y Drew llegan también.
—¿Qué tiene tanta gracia? —pregunta Sam al ver
a Jesse partiéndose
de risa.
Me mira a mí, mira a Kate, y ambas nos
encogemos de hombros con
una amplia sonrisa. Kate le propina a Jesse
unas afectuosas palmaditas en
el hombro. No puedo evitar participar en la
diversión de Jesse ante el
sarcástico comentario de Kate. Cuando se ríe
así, unas arrugas coronan sus
brillantes ojos verdes y sus sienes. Se pone
guapísimo.
—Perdonad, ¿qué queréis beber? —pregunta
entonces, serenándose y
guiñándome un ojo.
Yo me derrito en el taburete y le envío un
mensaje telepático para
pedirle que me lleve a casa. El disfrute en el
séptimo cielo de Jesse se ha
reanudado. Me encuentro en mi salsa.
Drew y Sam piden sus bebidas a Mario, pero él
ya va de camino a la
nevera para sacar sus cervezas. Recojo todas
nuestras copas, le paso la suya
a Kate y la pillo asintiendo por encima de mi
hombro. La miro con enfado.
Ella repite el gesto de la cabeza y me doy
cuenta de que me está haciendo
una señal: quiere fumar. Me acerco a Jesse y
él interrumpe su conversación
con los chicos para prestarme atención.
—¿Qué pasa, nena? —Parece preocupado.
—Nada, voy al baño un momento. —Me bajo del
taburete y cojo mi
bolso de la barra—. No tardaré.
—Vale. —Me besa la mano.
Me marcho y me reúno con Kate.
—Necesito un piti —espeta con urgencia.
—¿En serio? Creía que querías llevarme arriba
—digo mientras ella
me dirige afuera. Mi naturalidad con respecto
al piso de arriba debe de ser
resultado del sublime de Mario—. Necesito ir
al baño urgentemente, ahora
te veo.—
¡En la puerta principal! —grita, y se marcha
en dirección al
vestíbulo mientras yo me dirijo a los aseos.
El lavabo de mujeres está vacío, y me meto en
uno de los escusados.
Todavía no he intentado usar el retrete con
este vestido puesto. Podría
llevarme un tiempo. Me subo la falda hasta la
cintura con relativa facilidad
y me aseguro de sostenerlo bien antes de
sentarme. No sé de qué me
preocupo, el suelo está impoluto. La puerta se
abre y oigo unas cuantas
voces que conversan alegremente.
—¿La habéis visto? Es demasiado joven para
nuestro Jesse.
«Oh, oh...»
Me quedo helada a media micción y contengo la
respiración.
¿«Nuestro Jesse»? ¿Lo compartían? Me relajo en
el retrete y vacío la
vejiga. Ahora que he empezado, no puedo parar.
—Está enamorado de ella. Joder, ¿habéis visto
el diamante que lleva
colgado al cuello? —dice con fascinación la
voz número dos.
—Como para no verlo. No cabe duda de que está
loco por ella —
interviene la voz número tres.
¿Cuántas son? Termino de hacer pis y empiezo a
bajarme el vestido y
a plantearme qué debo hacer. Lo que quiero es
salir y dejarles claro que no
estoy con él por el dinero.
—Vamos, Natasha. Jesse es un dios del Olimpo.
El dinero no es más
que un añadido —dice la voz número dos, y
ahora ya sé que la número tres
es la de Natasha, la zorra descarada. ¡Y él es
mi puto dios del Olimpo!
—Vaya, parece que todo nuestro esfuerzo ha
sido en vano. Había oído
rumores, pero no me lo creía hasta que lo he
visto con mis propios ojos.
Parece que nos hemos quedado sin nuestro Jesse
—bromea la voz número
uno.
Sigo de pie en el escusado, deseando que se
marchen para poder
escapar, pero entonces oigo que empiezan a
sacar los pintalabios para
retocarse el maquillaje.
—Es una lástima, ha sido el mejor polvo que he
tenido nunca y jamás
volveré a catarlo —dice la voz número tres, es
decir, Natasha.
Monto en cólera. Sí se ha acostado con ella.
Miro al techo intentando
calmarme desesperadamente, pero es imposible,
sobre todo con esas tres
putas ahí fuera ensalzando las habilidades
sexuales de mi dios.
—Lo mismo digo —añade la voz número uno, y me
quedo
boquiabierta, esperando a que la voz número
dos acabe de rematarme.
—Bueno, pues no sé vosotras, pero yo creo que
es demasiado bueno
como para dejar de intentarlo.
No puedo seguir escuchando esta mierda. Tiro
de la cadena y las tres
se quedan en silencio. Compruebo que el
vestido no se me haya
enganchado en el corpiño, abro la puerta y
salgo como si tal cosa. Sonrío
con cortesía a las tres mujeres, todas con
alguna especie de maquillaje
suspendido delante de sus rostros. Me miran
totalmente desconcertadas
mientras me acerco al espejo del otro extremo
del aseo. Me lavo las manos
tranquilamente, me las seco y me aplico brillo
de labios, todo en absoluto
silencio y bajo las miradas recelosas de las
tres zorras. Paso por delante de
ellas y salgo del baño sin decir ni una
palabra y con la dignidad intacta.
El corazón me late a mil por hora y me
tiemblan un poco las piernas,
pero consigo llegar al vestíbulo. Ha sido
horrible y, aunque sé que Jesse ha
tenido sus aventuras, lo cierto es que no me
había planteado el alcance de
éstas. Oír a esas mujeres hablar así sobre él
me fastidia. Ha estado con
muchísimas mujeres. Creo que yo también necesito
un cigarrillo.
Sé que estoy gruñendo en voz alta cuando veo a
Sarah salir por la
puerta de lo que suele ser el restaurante.
Lleva toda la noche esperando este
momento y, después de lo que acabo de
soportar, me siento menos
tolerante hacia ella que de costumbre. En
cuestión de minutos (o, mejor
dicho, segundos), me veo frente a la cuarta
mujer con la que Jesse se ha
acostado. Estoy angustiada y no tengo humor
para aguantar las ponzoñosas
palabras de Sarah, y además tampoco quiero
pelearme con ella con este
vestido tan caro.
—Sarah, has hecho un trabajo excelente esta
noche —digo con
cortesía. Empiezo yo con los cumplidos para
dejar clara mi intención de
que nuestro encuentro sea civilizado, aunque
tengo que hacer uso de toda
mi fuerza de voluntad.
Ella cruza uno de los brazos por debajo de su
pecho ya levantado de
por sí, realzándolo todavía más mientras
sostiene su gin-tonic de endrinas
delante de la boca. Su postura y su lenguaje
corporal indican superioridad,
y me preparo para la inevitable advertencia.
—¿Has cogido tu regalo de la mesa? —pregunta
con una sonrisa.
Me deja descolocada. Ha cambiado el tono.
Pensaba que ya habíamos
superado la falsa cortesía, especialmente
cuando Jesse no está presente.
—Lo cierto es que no —respondo con recelo.
Después de ver la cara
que ha puesto Kate, no lo quería.
Ella amplía la sonrisa.
—Vaya, qué lástima. Había algo ahí que podría
haberte resultado muy
útil.
—¿El qué? —digo sin poder ocultar mi
curiosidad. ¿A qué juega?
—Un vibrador. Vi que el tuyo estaba hecho pedazos
en el suelo de la
habitación de Jesse.
—¿Disculpa? —espeto con una risotada de
incredulidad.
Ella sonríe con malicia y yo empiezo a temer
lo que está a punto de
decir. —Sí, cuando lo rescaté el miércoles por
la mañana, después de que lo
dejaras esposado a su cama —dice sacudiendo la
cabeza—. Eso no fue muy
inteligente por tu parte.
Se me cae el alma a los pies y veo cómo se
deleita observando mi
reacción ante la información que acaba de
proporcionarme. ¿Llamó a
Sarah? Estando desnudo, esposado a la cama y
con un vibrador al lado
decidió llamar a Sarah para que fuera a
liberarlo?
«¿Qué?»
Pensaba que había sido John. ¿Por qué di eso
por hecho? Ni siquiera
puedo pensar en aquello. Ahora mismo sólo
puedo mirar a la desagradable
criatura que tengo delante, gozando con
suficiencia de mi desgracia. Lo
voy a matar, pero antes pienso borrarle a ella
esa sonrisa asquerosa de esa
cara hinchada de bótox que tiene.
—¿Has oído hablar de la cinta adhesiva para la
ropa interior, Sarah?
—pregunto con frialdad. Ella se mira los
pechos y yo empiezo a avanzar
hacia ella. Pienso aplastarla.
—¿Disculpa? —dice riendo.
—Cinta adhesiva para las tetas. Sirve para que
no se te vean los
pechos o... —Sacudo la cabeza—. Aunque, claro,
precisamente ésa es tu
intención, ofender la vista de todo el mundo
con tu pecho exagerado. —Me
detengo delante de ella—. Menos es más, Sarah,
¿has oído ese dicho
alguna vez? Te vendría bien recordarlo, sobre
todo a tu edad.
—¿Ava?
«¡No! ¡No, no, no!»
Me vuelvo y veo a Jesse con el entrecejo
fruncido. Me alegro, porque
debería estar preocupado. Oigo que los tacones
de Sarah se alejan y entra
en el restaurante. Sí, ha soltado la bomba y
se ha largado para que no le
salpique la metralla.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta con una
mezcla de confusión y
preocupación reflejada en el rostro.
Ni siquiera sé qué decir. Miro alrededor del
vestíbulo de La Mansión
y veo que muchos socios empiezan a subir al
piso de arriba. Deben de ser
más de las diez y media.
—¿Ava?
Vuelvo la vista hacia Jesse y compruebo que empieza
a caminar hacia
mí. Retrocedo y él se detiene.
—Me voy —digo, decidida.
No puedo quedarme aquí a escuchar a todas esas
mujeres alardeando
sobre sus encuentros sexuales con él y
juzgando por qué estamos juntos.
Tampoco pienso quedarme a ver cómo desaparece
con otra sin dar
explicaciones. Y desde luego no tengo
intención de aguantar las
humillaciones de Sarah. Doy media vuelta y me
dirijo con determinación
hacia la inmensa doble puerta de la entrada
para salir de este infierno. El
corazón me va a mil por hora y las lágrimas de
frustración empiezan a
brotar.—
¡Ava! —lo oigo gritar, y después oigo sus
fuertes pisadas tras de
mí.
No sé qué planeo hacer una vez fuera. Sé que
me alcanzará, y sé que
no me dejará marcharme. Robaré un coche. No me
importa haber bebido
demasiado. La escenita del aseo ha sido
horrible, pero lo de Sarah me ha
destrozado. No puedo seguir sometiéndome a
esta tortura. Está acabando
con mi sensatez y transformándome en un
monstruo celoso y resentido. No
debería haber venido aquí.
—¡Ava, mueve el culo hasta aquí ahora mismo!
Llego a los escalones y me topo con Kate.
—¿Dónde estabas? —pregunta, y abre los ojos
como platos al ver que
Jesse corre detrás de mí.
—Me voy —contesto mientras me recojo el
vestido para bajar los
escalones.
Kate observa cómo me marcho a toda prisa con
una expresión de no
entender nada reflejada en su pálido rostro.
Desciendo con una prisa
absurda y me estrello contra el firme pecho de
Jesse, cubierto con la
chaqueta de su traje. ¡Ese maldito pecho! Me
levanta y me coloca sobre su
hombro sin hacer el más mínimo esfuerzo.
—¡Tú no vas a ir a ninguna parte, señorita!
—ruge, y empieza a subir
de nuevo los escalones hacia La Mansión.
Me aparto el pelo de la cara y apoyo las manos
sobre su zona lumbar
para intentar liberarme.
—¡Suéltame! —grito frenéticamente mientras me
retuerzo, pero me
tiene bien cogida y sé que preferiría morir
antes que soltarme—. ¡Jesse!
Kate nos observa pasar con la boca abierta,
tira la colilla de su
cigarrillo al suelo y nos sigue.
—¿Qué está pasando?
—¡Es un gilipollas! ¡Eso es lo que está
pasando! —grito atrayendo la
atención de los aparcacoches, que dejan lo que
están haciendo y observan
en silencio cómo me llevan a hombros de vuelta
al edificio—. ¡Jesse,
suéltame!
—¡No! —grita, y continúa avanzando hacia el
vestíbulo y hacia el
salón de verano.
»No te preocupes, Kate. Sólo tengo que tener
una charlita con Ava —
dice tranquilamente mientras me agarra con más
fuerza ante mi continua
resistencia.
Alzo la vista y veo a mi amiga plantada en la
entrada del bar
mirándome y encogiéndose de hombros. Quiero
gritarle, pero sé que ella
poco puede hacer para convencer a Jesse de que
me suelte. Me lleva a
través del salón de verano, donde se han
retirado todas las mesas y se ha
preparado una pista de baile. La banda
interrumpe sus pruebas de sonido y
observa cómo Jesse avanza conmigo sobre su
hombro. Levanto la cabeza y
veo a John, que viene del despacho de Jesse, y
se echa a reír sacudiendo la
cabeza. No tiene ninguna gracia. Pasamos por
su lado en el pasillo pero no
dice nada. Sólo se aparta y nos deja el camino
libre, como si fuese algo de
lo más cotidiano. Supongo que así es.
Jesse cierra la puerta de su despacho de una
patada y me deja en el
suelo, con el rostro descompuesto de rabia, lo
que no hace sino aumentar
mi propia ira. Me apunta con un dedo.
—¡No vuelvas a huir de mí! —ruge.
Me estremezco.
Levanta los brazos con frustración, se acerca
al mueble bar y yo me
dirijo a la puerta de nuevo. ¿Beberá si me
marcho? En estos momentos
estoy demasiado furiosa como para que me
importe. Agarro la manija de la
puerta pero no continúo. Jesse me alcanza y me
levanta. Me deja de nuevo
en el suelo y prácticamente le da una patada a
un aparador hasta que
bloquea la salida.
—¿A qué coño estás jugando? —Me agarra de los
hombros y me
sacude con suavidad—. ¿Qué pasa?
Recupero la posesión de mi cuerpo y me aparto
de él. Él gruñe pero
me deja estar. De todos modos, ya no puedo ir
a ninguna parte.
Me vuelvo y le lanzo la peor de mis miradas.
—¡No puedo creer que te abalances sobre
cualquier hombre que me
mire y en cambio te parezca de lo más normal
meter a otra mujer en tu
cuarto estando desnudo y tumbado en la cama!
—chillo. ¡Estoy furiosa!—.
¡Creía que te había soltado John!
Baja ligeramente la mirada mientras asimila lo
que acabo de
reprocharle.
—¡Pues no fue así! —grita—. Él estaba aquí, no
pude localizar a Sam,
y Sarah andaba cerca. ¿Qué querías que
hiciera?
Lo miro con la boca abierta de incredulidad.
¿Cómo se atreve a
enfadarse conmigo?
—¿Y no se te ocurre otra cosa que llamar a una
mujer?
—¡No deberías haberme esposado a nuestra puta
cama!
—¡A TU cama! —subrayo.
Abre los ojos con furia.
—¡NUESTRA!
—¡Tuya! —rebato puerilmente.
Él echa la cabeza hacia atrás y maldice
mirando al techo. Me da igual.
No pienso dejar que le dé la vuelta a la
tortilla y me haga sentir culpable a
mí.
—Y, ya que estamos, acabo de tener el placer
de escuchar a tres
mujeres que compartían impresiones sobre tus
habilidades sexuales. Me ha
encantado. Ah, y Zoe ha tenido la amabilidad
esta mañana de informarme
sobre lo frecuentada que está tu cama. ¿Y
quién coño era esa mujer? —
Intento recobrar un poco la compostura, pero
me cuesta. No paro de
imaginarme a Jesse entreteniendo a otras
mujeres, y eso me está
emponzoñando la mente. Es ridículo. Tiene treinta
y siete años.
Se acerca a mí.
—Ya sabes que tengo un pasado, Ava —dice con
impaciencia.
—Sí, pero ¿te has follado a todas las putas
socias de La Mansión?
—¡Esa puta boca!
—¡Vete a la mierda! —Me acerco al mueble bar,
cojo la primera
botella de alcohol que encuentro (que parece
ser de vodka) y me sirvo un
chupito.
Con las manos temblorosas, levanto el vaso e
ingiero todo el
contenido de un trago. De repente me pregunto
por qué tiene alcohol en su
despacho si pretende evitar beber. Me arde la
garganta y me estremezco
mientras dejo el vaso de un golpe sobre el
mueble de madera pulida. No
soy tan idiota como para servirme otro. Me
quedo ahí plantada con las
manos sobre el armario mirando la pared.
Él tampoco dice nada.
Me duele la garganta y me siento totalmente
fuera de control,
consumida por los celos y el odio.
—¿Cómo te sentirías tú si otro hombre me viera
totalmente desnuda y
esposada a una cama? —pregunto con un tono
imparcial.
La respiración pesada que recorre la corta
distancia que nos separa
hasta rozarme cálidamente la espalda me da la
respuesta.
—¡Me darían ganas de matarlo! —ruge.
Me lo imaginaba.
—¿Y cómo te sentirías si oyeras a alguien
comentando cómo es
hacerlo conmigo y diciendo que no iban a dejar
de intentar llevarme a la
cama de nuevo?
—¡Basta!
Me vuelvo y lo veo observándome detenidamente,
con la barbilla
temblorosa.
—Aquí ya no tengo nada que hacer —digo, y me
dirijo hacia la
puerta.
El aparador parece pesado, pero no tengo
ocasión de comprobarlo.
Jesse se interpone en mi camino y detiene mi
progreso. Respiro hondo y lo
miro.
—Que sepas que no voy a irme, pero sólo porque
no puedo. Voy a
salir ahí y me voy a tomar algo, y mañana por
la noche saldré de fiesta con
Kate. Y tú no vas a impedírmelo.
—Eso ya lo veremos —responde, muy seguro de sí
mismo.
—Por supuesto que lo veremos.
Empieza a mordisquearse el labio clavando su
mirada en la mía.
—No puedo cambiar mi pasado, Ava.
—Lo sé. Y no parece que yo pueda olvidarlo
tampoco. ¿Te importa
apartar el mueble, por favor?
—Te quiero.
—Quita el aparador de ahí, por favor.
—Tenemos que hacer las paces —dice con
expresión socarrona.
Se me salen los ojos de las órbitas.
—¡No! —grito, ofendida por su intención de que
lo perdone echando
un polvo rápido.
Avanza un paso y yo doy otro hacia atrás.
—No tienes escapatoria, Ava —me advierte con
voz calmada. Yo
retrocedo otro paso y observo cómo me mira
detenidamente—. ¿Vas a
resistirte? —Enarca una ceja admonitoria y yo
sigo retrocediendo hasta
que mi espalda choca contra el mueble bar y me
agarro al borde.
Si me pone las manos encima estaré perdida, y
quiero seguir
enfadada. Necesito seguir estándolo. Pretende
cegarme con su tacto una
vez más.
Me alcanza y coloca las manos sobre las mías.
Mi cara está a la altura
de su cuello y de su mentón. Intento bloquear
mi sentido del tacto, pero
fracaso estrepitosamente. Sé que no me dejará
salir de su despacho hasta
que hayamos hecho las paces.
—Mañana volveré a casa de Kate —digo,
desafiante. Necesito tiempo
para superar estos celos irracionales. Por lo
visto, Jesse Ward también ha
despertado en mí cualidades bastante
desagradables.
—Sabes que no vas a hacer eso, Ava. Pero el
hecho de que lo digas me
pone furioso.
—Sí lo voy a hacer —respondo. Sé que lo estoy
provocando, pero
necesito que sepa que esto me afecta.
Se inclina hasta que sus ojos quedan a la
altura de los míos.
—Muy furioso, Ava —me advierte suavemente—.
Mírame —me
ordena a continuación.
Gimo.
—No. —Si lo hago, estaré perdida y Jesse se
anotará un tanto.
—He dicho que me mires.
Niego ligeramente con la cabeza y él exhala un
suspiro.
—Tres —empieza a contar claramente.
Mis ojos ascienden hacia los suyos de manera
instintiva, pero no
porque haya empezado la cuenta atrás y no
quiera que llegue hasta cero. Es
porque no entiendo nada. He cumplido su orden
de manera involuntaria, y
ahora estoy mirando de lleno esos ojos verde
oscuro cargados de lujuria.
—Bésame —me exhorta.
Aprieto los labios, niego con la cabeza e
intento liberar mis brazos.
—Tres... —empieza de nuevo, y yo me quedo
helada y abro
inmediatamente la boca. Roza mis labios con
los suyos levemente—. Dos...
No es justo. Podría besarme, pero sé que no va
a hacerlo. Quiere que
me rinda y yo intento resistirme
desesperadamente, aunque mi cuerpo
traicionero desea tenerlo.
—Uno... —Sus labios vuelven a rozar los míos.
Aparto la cabeza y me retuerzo intentando
zafarme de él.
—No, no vas a liarme, Jesse.
Deja escapar un gruñido de frustración y me
suelta. Yo levanto las
manos y lo empujo. Empezamos a forcejear y lo
golpeo para apartarlo de
mí mientras él intenta agarrarme de las
muñecas.
—¡Ava! —chilla mientras me sujeta con fuerza y
me da la vuelta. No
sé por qué me molesto. Sé que tengo las de
perder, aunque él me está
tratando con mucho cuidado—. ¡Para de una puta
vez!
No le hago caso, la rabia y la adrenalina
alimentan mi tenacidad para
seguir resistiéndome contra él.
—¡Joder! —grita. Me obliga a echarme al suelo
y me retiene debajo
de su cuerpo—. ¡Basta ya!
Jadeo debajo de él. Me duelen todos los
músculos y el corazón se me
va a salir del pecho. Abro los ojos y veo que
me observa perplejo. No sabe
qué hacer conmigo. Estoy perdiendo el control.
Nos quedamos mirándonos, jadeando tras el
esfuerzo de nuestro
combate físico. Y entonces los dos nos
inclinamos hacia adelante hasta que
nuestras bocas se unen con fuerza y nuestras
lenguas batallan con urgencia.
Jesse gana. Gime, me suelta las muñecas y me
agarra del pelo
mientras me toma la boca con tanta fuerza como
yo a él. Es un beso
posesivo. Yo refuerzo mi reclamo e intento
hacerle entender que mis
sentimientos hacia él son tan fuertes que el
hecho de imaginármelo con
otras mujeres hace que me vuelva tan loca de
celos como él. Posa una
mano sobre mi pecho y me lo agarra con fuerza
por encima de la tela del
vestido. Me lo pellizca y me lo aprieta entre
gruñidos.
La lengua y los labios empiezan a dolerme,
pero ninguno de nosotros
tiene intención de parar. Ambos estamos
tratando de dejar algo claro.
Deslizo las manos desde sus bíceps hasta su
cabeza, lo agarro del pelo y lo
presiono todavía más contra mí. Estoy ardiendo
completamente mientras
me retuerzo en el suelo debajo de él, marcando
con éxito mi propiedad. Y
entonces rodamos, mis labios se apartan de los
suyos y descienden hacia su
torso trajeado hasta que alcanzo la cremallera
de sus pantalones. Se la bajo,
me apresuro a liberarlo y, una vez libre, le
envuelvo la verga con la mano
sin demora.
Estoy embriagada de frenesí, le cubro el
miembro con la boca y lo
absorbo entero, sin cuidado, sin suaves
lametones ni caricias juguetonas.
Lo ataco de manera frenética y desesperada.
—¡Joder! —exclama cuando siento que me toca el
final de la garganta
—. ¡Joder, joder, joder!
No me dan arcadas y me lo meto en la boca una
y otra vez, sin parar,
apretando en la base de su miembro y
agarrándole con firmeza los
testículos.
—¡JODER! —Levanta las caderas—. ¡Ava! —Me
agarra del pelo. No
sé si me suplica o me reprende.
Me concentro en reforzar mi desesperación por
él y continúo lo más
de prisa y crudamente que puedo, sintiendo la
sedosidad de su piel dentro
de mi boca. La fricción de la velocidad de mis
movimientos nos calienta a
ambos.—
No dejes que se salga, Ava —me ordena, y
recibe con sus caderas
cada embate de mi cabeza. Me duelen las
mejillas, pero no paro.
Y entonces siento que se expande en mi boca,
su respiración se vuelve
irregular y me agarra el pelo con más fuerza.
Gimo a su alrededor, le
aprieto con más firmeza las pelotas y deslizo
la mano por debajo de su
camisa para agarrarle el pezón y pellizcárselo
con fuerza.
Brama. Eleva la pelvis y me aprieta la cabeza
contra él. La punta de su
verga me golpea la pared de la garganta.
Y entonces se corre.
Yo me lo trago.
Ambos gemimos.
—Joder, Ava —jadea retirándose de mi boca y
pegándome contra su
cuerpo—. Joder, joder. —Me toma los labios de
nuevo y me pasa la lengua
por la boca para compartir su esencia salada—.
Deduzco que eso quiere
decir que lo sientes —resuella mientras me
lame con la lengua.
¿Acaso cree que esto ha sido un modo de pedir
disculpas? ¿Que si
siento el qué? ¿Ser una loca irracional y
posesiva... como él?
—No —afirmo. Y es verdad.
Nuestras lenguas permanecen pegadas y seguimos
jadeando y
acariciándonos el uno al otro.
Vuelvo a bajar el brazo y le agarro el miembro
semierecto sin dejar de
acariciarlo mientras ambos seguimos
comiéndonos la boca... de manera
agresiva. No estoy preparada para parar. Él se
aparta, jadeando, con el
pecho agitado, pero yo no me detengo. Pego mis
labios doloridos de nuevo
contra los suyos y hundo la lengua en su boca
mientras continúo
ordeñándole frenéticamente la polla.
—Ava, para. —Me quita la mano de su
entrepierna y aparta la cara
para romper nuestro contacto.
Pero esta vez tampoco paro. Forcejeo con él
cubriéndolo de besos con
urgencia. Nunca antes me había rechazado.
—¡Ava! ¡Por favor! —Pierde la paciencia, me
pega de nuevo al suelo
y me aprisiona bajo su cuerpo.
Los ojos se me llenan de lágrimas. Estoy más
desesperada que todas
esas mujeres. No llevo esto nada bien. Un
sollozo escapa de mis labios y
aparto la cara muerta de vergüenza.
—Cariño, no llores —me ruega con suavidad,
tirando de mi cara de
nuevo hacia la suya y apartándome el pelo.
Después me mira casi con
compasión—. Lo he entendido —susurra, y me
pasa el pulgar por debajo
del ojo—. No llores. —Me acaricia los labios
con los suyos—. Para mí
sólo existes tú.
Parpadeo para evitar que me caigan más
lágrimas.
—No puedo con esto —digo, y estiro la mano
para tocarle la cara—.
Me siento violenta —admito. No puedo creer que
acabe de confesarle eso,
y me sorprende el hecho de que sea cierto—.
Eres mío —digo con un hilo
de voz.
Él asiente. Lo ha entendido.
—Soy sólo tuyo. —Se lleva mi mano a los labios
y me besa la palma
con firmeza—. No les hagas caso. Sólo están
sorprendidas. Se sienten
despechadas al ver que les ha ganado la
partida una belleza joven y
despampanante de ojos oscuros. Mi belleza.
—Y tú eres la mía —afirmo bruscamente.
—Siempre, Ava. Cada milímetro de mi cuerpo es
tuyo. —Mueve un
poco el cuerpo y deja caer todo su peso sobre
mí, cubriéndome por
completo. Me agarra la cara con las palmas de
las manos y me mira
fijamente con esos ojos verdes que tiene—.
Ava, tú me perteneces. —Posa
los labios sobre los míos—. ¿Entendido?
Afirmo con la cabeza, aunque me siento débil y
necesitada.
—Buena chica —susurra—. Eres mía, y yo soy
tuyo.
Asiento de nuevo, por miedo a llorar si abro
la boca. Pensaba que ya
no podía quererlo más.
Me acaricia las mejillas con las palmas de las
manos y recorre con la
vista cada milímetro de mi rostro.
—Sé que esto te resulta muy difícil.
—Te quiero. —No sé ni cómo he conseguido
articular las palabras.
—Lo sé. Y yo a ti. —Se sienta y luego me ayuda
a incorporarme—.
Más tarde haremos las paces como es debido. No
quiero estropearte el
vestido. —Sonríe levemente y me da la vuelta—.
Hemos de tener
paciencia, y ambos sabemos que tengo muy poca
en lo que se refiere a ti.
—Me da la vuelta otra vez y me frota la nariz
con la suya—. ¿Te sientes
mejor? —Sí.
—Bien. Vamos.
Me coge de la mano y me dirige hacia la
puerta. Me la suelta
brevemente para colocar el aparador en su
sitio, luego la reclama de nuevo
y me lleva de regreso a la fiesta. Me siento
mucho mejor. Lo ha entendido.Volver a Capítulos
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