Jesse aparca derrapando en el exterior de La
Mansión, donde John nos
espera en la escalera. Sólo hay unos pocos
coches, incluido el mío. Había
olvidado que lo dejé aquí.
—Venga, quiero terminar cuanto antes para
poder tenerte unas horas
sólo para mí. —Me coge de la mano y echa a
andar.
—Pues llévame a casa —refunfuño, ganándome un
suave gesto de
reproche.
—Te estoy ignorando —murmura.
—Ava. —John nos saluda con una inclinación de
la cabeza y nos
sigue.—
¿Todo bien? —pregunta Jesse mientras me
conduce hasta el bar.
Está vacío, excepto por el personal que
revolotea nerviosamente por el
lugar.Me sienta en un taburete y él toma a su
vez asiento delante de mí.
Deja mi mano sobre su muslo. Localizo a Mario,
que está secando copas
con un paño.
—Todo bien —murmura John—. Los del catering
están en la cocina,
y el grupo de música vendrá a las cinco. Sarah
lo tiene todo bajo control.
—Hace un gesto para llamar a Mario, y el vello
de todo mi cuerpo se eriza
al oír que menciona el nombre de Sarah.
—Genial, ¿dónde está? —pregunta Jesse.
—En tu oficina, terminando las bolsas de
regalos.
¿Bolsas de regalos? ¿Qué se mete en una bolsa
de regalo para una
fiesta en un club de sexo? Ay, Dios, no quiero
ni pensarlo.
Mario se acerca y hace volar el paño sobre su
hombro. Su sonrisa
cálida hace que se la devuelva al instante. Es
un hombre de lo más dulce.
—¿Te apetece una copa? —Jesse me aprieta la
mano que tengo en su
muslo.—
Sólo agua, por favor.
—Que sean dos, Mario —dice, y luego se vuelve
hacia mí—. ¿Qué
quieres comer?
Eso es fácil.
—Filete —digo entusiasmada con los ojos
brillantes. El filete que
tomé aquí es el mejor que he comido nunca.
Sonríe.
—Mario, dile a Pete que tomaremos filete con
patatas nuevas y
ensalada. Comeremos en el bar.
—Por supuesto, señor Ward. —Mario asiente feliz,
mientras coloca
dos botellas de agua y un vaso sobre la barra.
—¿Podrías quedarte aquí un momento mientras
voy a comprobar
algunas cosas? —me pregunta Jesse mientras
suelta mi mano, coge una
botella y me sirve un poco de agua.
Levanto una ceja en señal de desaprobación.
—¿Vas a dejar a Mario vigilándome?
—No —dice despacio, dirigiéndome una mirada
rápida y cautelosa.
Oigo la risa atenuada de John—. No es
necesario, ¿o sí?
—Supongo que no. —Me encojo de hombros y miro
el bar—. ¿Dónde
está todo el mundo?
Se pone de pie y coloca la mano en mi muslo.
—Cerramos el día de nuestro aniversario. Hay
muchas cosas que
preparar. —Me besa en la frente y coge su
botella de agua—. ¿John?
—Cuando quieras —responde él.
Me aparta el pelo de la cara.
—Volveré tan pronto como pueda. ¿Seguro que
aquí estarás bien?
—Estoy bien —respondo, haciéndole un gesto
para que se vaya.
Me dejan en el bar rodeada por del caos del
personal. Están todos
abrillantando las copas como locos y
reponiendo los contenidos de las
neveras. Siento que debería echar una mano,
pero en ese momento suena
mi teléfono en el bolso y lo saco. Aparece el
nombre de Ruth Quinn en la
pantalla iluminada. Debería pasar de
contestar, es mi día libre, pero ésta
podría ser la oportunidad para cancelar lo de
ir de copas con ella.
—Hola, Ruth.
—Ava, ¿cómo estás?
Suena amistosa, demasiado amistosa.
—Bien, ¿y tú?
—Genial. Recibí tus presupuestos y los
diseños. ¡Son maravillosos!
—Me alegro de que te gusten, Ruth. —Supongo
que será un placer
trabajar con alguien tan entusiasta.
—Ahora que me has enseñado lo bien que podría
quedar el desastre de
la planta baja, estoy impaciente por empezar.
—Genial. Entonces, supongo que has recibido la
factura por mis
honorarios. En cuanto esté pagada podremos
arrancar.
—La recibí. Os haré una transferencia. ¿Tienes
los datos de la cuenta
bancaria? —pregunta.
—Ahora mismo no puedo dártelos. ¿Te importaría
llamar a la oficina?
Es mi día libre y no los tengo a mano.
—Uy, lo siento. No lo sabía.
—Descuida, Ruth. Ha sido una cosa de última
hora. No te preocupes
—le aseguro.
—¿Estás haciendo algo divertido? —pregunta.
Sonrío.
—Estoy en ello. Disfrutando un poco de mi
novio. —Eso ha sonado
raro.
—Vaya...
Se hace el silencio.
—¿Ruth? ¿Estás ahí? —Miro el teléfono para ver
si se ha cortado la
llamada. Pero no—. ¿Hola?
—Perdona. Es sólo que dijiste que no había
ningún hombre —ríe.
—Quería decir que no había problemas con
hombres.
—¡Entiendo! Bien, te dejo disfrutar entonces.
—Gracias. Te llamo la semana que viene y lo
retomamos.
—Genial. Adiós, Ava. —Cuelga, y en seguida me
doy cuenta de que
no ha sacado el tema de las copas. Bueno,
tampoco concretó el día.
Devuelvo el teléfono a mi bolso y localizo a
Mario caminando con
una caja llena de ingredientes para cócteles y
fruta fresca.
—Señorita Ava, ¿se encuentra usted bien? —me
pregunta.
—Estoy bien, Mario. ¿Y tú?
Deja la caja más grande sobre la barra y yo lo
ayudo tirando de ella
hacia mí.
—Muy bien, ¿podría hacer usted de...? —frunce
el ceño—, ¿cómo se
dice?... ¿Mi conejillo de Indias?
—¡Claro! —Lo digo con demasiado entusiasmo. Me
encanta todo ese
rollo de mezclar, agitar y probar.
Sonríe y me pasa una tabla de cortar y un
cuchillo de cocina.
—Usted corta —me informa pasándome una cesta
con frutas variadas
de la caja.
Selecciono una fresa, le quito el pezón y la
corto en dos.
—Sí, así está bien. —Mario asiente mientras
empieza a verter
distintos líquidos en una gran coctelera
plateada.
Yo me las apaño con todo el montón de fresas y
las coloco en un
recipiente con tapa. Luego me pongo con los
limones. Mario canturrea en
voz baja una canción estilo ópera italiana
mientras seguimos sentados en el
bar. De vez en cuando, dejo mis tareas de
pinche de frutas para observarlo
medir, verter y hacer malabarismos con los
útiles de coctelería.
—Ahora viene la parte buena —sonríe mientras
le pone la tapa a la
coctelera plateada y comienza a agitarla.
Le da la vuelta, la agarra y la lanza por
encima de su cabeza. Gira
sobre sí mismo y la coge al vuelo. Me deja
alucinada con la demostración
de sus habilidades como barman. Nunca me lo
habría imaginado. Deja la
coctelera a un lado de la barra y vierte el
contenido rosa en un vaso alto
con una hoja de menta y una fresa.
—Voilà! —canta ofreciéndome el vaso.
—¡Caray! —Me relamo al ver el vaso con el
borde cubierto de azúcar
—. ¿Cómo lo has bautizado?
—¡Es el «sublime de Mario»! —Su voz se torna
más aguda hacia el
final del nombre. Está muy orgulloso—.
Pruébelo. —Empuja el vaso hacia
mí y me acerco a olerlo.
Huele muy bien pero recuerdo la última vez que
Mario se empeñó en
que probara uno de sus cócteles: me quemó el
gaznate. Cojo el vaso
tímidamente mientras él asiente con ganas. Me
encojo de hombros y bebo
un sorbito.
—Bueno, ¿verdad? —Me deslumbra con su cara de
felicidad y
empieza a tapar todos los contenedores de
fruta.
—Sí. —Le doy otro sorbo. Está delicioso—. ¿Qué
lleva?
Se echa a reír y niega con la cabeza.
—Ah, no, no. Eso no se lo cuento a nadie.
—¿Qué tienes ahí? —La voz ronca de Jesse me
llega desde atrás y me
doy la vuelta en el taburete. Está detrás de
mí, con la arruga en posición.
Levanto el vaso y sonrío.
—Deberías probarlo. ¡Ay, mi madre, está
riquísimo! —Levanto la
mirada al cielo para enfatizar mis palabras.
Él se echa hacia atrás y frunce más el ceño.
—No, gracias. Te creo —dice sentándose a mi
lado—. No bebas
mucho —añade mirando el vaso con expresión de
reproche.
Mi cerebro se pone en marcha y de pronto me
doy cuenta de lo que
acabo de decir. Qué estúpida soy.
—¡Lo siento! ¡No sé en qué estaba pensando!
—Mentalmente, salto
por encima de la barra y me meto en la
papelera.
Mario debe de haber notado la tensión, porque
no tarda en desaparecer
y dejarme a solas con Jesse. Dejo el vaso
sobre la barra. El delicioso cóctel
ya no me sabe tan dulce.
—Eh. —Me hace bajar del taburete y me sienta
en su regazo. Hundo
la cara debajo de su barbilla. No puedo ni
mirarlo. Pero qué tonta soy—.
No pasa nada. No te atormentes, señorita. —Se
echa a reír.
A juzgar por su expresión facial, sí pasa
algo. ¿O tal vez lo que le ha
molestado ha sido que yo bebiera? Se echa
hacia atrás para verme bien y
me levanta la barbilla. Su mirada se suaviza.
—Deja de darle vueltas y bésame.
Obedezco y me agarro a su nuca para tenerlo
más cerca. Me relajo por
completo en sus brazos y me empapo de él,
gimiendo de gusto en su boca.
Noto que sonríe.
—Lo siento —vuelvo a repetir. Si es que soy
una lerda.
—He dicho que ya está —me advierte—. No sé por
qué te preocupas
tanto.¿No lo sabe? Lo que me preocupa es la
mirada de reproche que le ha
lanzado al alcohol.
—¿Ya lo has solucionado todo? —pregunto.
—Sí. Ahora a comer y luego a casa a darnos un
baño y a retozar un
rato. ¿Trato hecho? —Me mira, expectante.
—¡Trato hecho! —Lo cierto es que este trato ha
sido fácil.
—Buena chica. —Me da un beso casto y me sienta
en mi taburete—.
Aquí llega nuestra comida.
Hace un gesto hacia el otro lado del bar y veo
que Pete se acerca con
una bandeja. La deja sobre la barra.
—Gracias, Pete —dice Jesse.
—Como siempre, el placer es mío. Que lo
disfruten. —Me dedica una
sonrisa agradable. De hecho, todos los que
trabajan para Jesse, a excepción
de cierta persona, son encantadores. Bah, no
voy a dejar que me arruine mi
día en el séptimo cielo de Jesse.
Desenvuelvo mi cuchillo y mi tenedor y me
lanzo a por la colorida
ensalada que lleva esa exquisita vinagreta.
Necesito la receta.
—¿Está bueno?
Levanto la vista del plato con la boca llena
de ensalada y Jesse se
mete el tenedor en la boca. Gimo de alegría.
Podría comer sólo esto
durante el resto de mi vida. Me sonríe.
—Jesse, ¿te parece bien si el grupo se instala
en una esquina del salón
de verano?
Se me tensa la espalda al oír la voz chillona
de Sarah.
«¡Piérdete!»
Acabo de perder el apetito y mi humor está en
números rojos. Dios,
cómo detesto a esa mujer, y ahora que Jesse ha
admitido que se acostó con
ella, lo que quiero es partirle la cara.
—Me parece perfecto. ¿No lo habíamos hablado
ya? —Jesse se vuelve
un poco sobre su taburete para no darle la
espalda. Yo ni siquiera me
muevo. Me quedo de cara a la barra, escarbando
en la ensalada con el
tenedor.
—Sí, sólo quería confirmarlo. ¿Cómo estás,
Ava?
Miro mi plato con asco. Si de verdad quiere
saberlo, se lo digo. Jesse
me observa, esperando a que sea educada y
conteste a la arpía. Giro el
taburete y me planto una sonrisa grande y
falsa en la cara.
—Muy bien, gracias, Sarah, ¿y tú?
Su sonrisa es aún más falsa que la mía. Me
pregunto si Jesse se ha
percatado.
—Fenomenal. ¿Tienes ganas de que llegue la
hora de la fiesta?
—Sí, muchas —miento. Tendría más ganas si
supiera que ella no va a
estar.
Jesse interviene y me libra de tener que
seguir intercambiando
cortesías.
—Yo me voy a marchar. Volveré a las seis.
Asegúrate de que arriba
todo está en orden.
Vale, ya no hay manera de que me termine la
comida. Me voy a pasar
toda la noche viendo a la gente subir la
escalera para visitar el salón
comunitario.
—Las habitaciones y el salón comunitario
estarán cerrados hasta las
diez y media. —Jesse señala la entrada del bar
con el tenedor—. Sin
excepción —añade, muy serio.
—Por supuesto —afirma Sarah—. Bueno, os dejo a
lo vuestro. Hasta
luego, Ava.
Me vuelvo ligeramente y le sonrío:
—Adiós.
Me devuelve la sonrisa pero, después de lo de
anoche, es evidente que
nos detestamos mutuamente, así que toda esta
falsa cortesía no tiene
sentido. Regreso a mi ensalada en cuanto
puedo. No me cabe la menor
duda de que está siendo tan amable por Jesse.
No creo que lo engañe.
—¿Por qué no te hace ilusión la velada? —me
pregunta Jesse
mientras sigue comiendo.
—No es verdad —digo sin mirarlo.
Suelta un hondo suspiro.
—Ava, deja de tocarte el pelo. Lo estabas haciendo
cuando Sarah te ha
preguntado y lo estás haciendo ahora. —Me da
un pequeño golpe con la
rodilla y suelto el mechón de pelo al
instante.
Dejo el tenedor en el plato.
—Lamento que no me haga ilusión asistir a una
fiesta donde cada vez
que alguien me mire o me hable estaré pensando
que lo que de verdad
quiere es arrastrarme al piso superior y
echarme un polvo.
Doy un salto cuando Jesse golpea la barra con
el cuchillo y el tenedor.
—¡Por el amor de Dios! —Aparta el plato de un
manotazo, fuera de
mi campo de visión. Empieza a masajearse las
sienes—. Ava, vigila esa
boca —gruñe, hastiado.
Me coge de la mandíbula y tira de ella. Sus
ojos verdes resplandecen
de ira.—
Nadie va a hacer tal cosa porque todos saben
que eres mía. No digas
esas cosas, que me vuelven loco de rabia.
Su tono severo hace que me achique un poco.
—Lo siento. —Sueno gruñona, pero es la verdad.
Podrán pensar lo
que quieran, ¿o acaso puede leerles el
pensamiento?
—Por favor, intenta mostrar mejor
predisposición. —Me suelta la
mandíbula y me acaricia la mejilla—. Quiero
que te lo pases bien.
Su expresión suplicante me da ganas de
patearme el culo. Se ha
gastado vete a saber cuánto en los vestidos
que me ha regalado y esta
noche es muy especial para él. Soy una zorra
desagradecida. Me siento en
su regazo, de cara a él. Por supuesto, le
importa un pimiento que mis
piernas le estén rodeando la cintura y que
estemos sentados en el bar.
—¿Me perdonas? —Le muerdo el labio inferior
con descaro y le doy
un beso de esquimal.
—Eres adorable cuando te enfurruñas —suspira.
—Tú siempre eres adorable —le devuelvo el
cumplido y nuestros
labios se funden—. Llévame a casa —le digo
pegada a su boca.
Gime.
—Trato hecho. Levanta. —Se pone de pie conmigo
y yo aflojo el
abrazo de hierro de mis muslos alrededor de
sus caderas.
—¡Ay, no! —exclamo.
—¿Qué? —Me mira preocupado.
—Tengo que comprar whisky para Clive.
—¿Por qué? —Frunce el ceño.
—Como ofrenda de paz. ¿Podemos parar en algún
sitio de camino a
casa?
Pone los ojos en blanco y me coge de la mano.
—Clive ha sacado una buena tajada de esto, y
ni siquiera cumplió con
su parte —dice Jesse, encaminándose hacia la
salida de La Mansión.
Me despido con la mano de Mario y de Pete y
ellos me devuelven el
saludo. —¿Cuánto le pagaste?
—Al parecer, no lo bastante como para que hiciera
bien el trabajo. —
Me mira y sonrío para que me dedique su
sonrisa arrebatadora—. No me
mires así cuando no estoy en condiciones de
hacerte mía, Ava. Sube al
coche. Trago saliva ante su falta de pudor.
—Y ¿qué hay del mío? —digo observando mi Mini.
—Haré que alguien lo lleve a casa —responde
mientras me abre la
puerta del acompañante.
Es un alivio cuando por fin llegamos al Lusso.
Por lo visto a Clive le
gusta el whisky muy caro y muy raro.
Encontramos el Glenmorangie que
me pidió en una tienda especializada en
Mayfair y casi nos peleamos para
pagar. Al final, Jesse ha cedido. Se ha
enfurruñado como un crío pero ha
cedido. —Clive, tu Glenmorangie Port Wood
Finish —digo entregándole la
botella.
La cara se le ilumina como si fuera Navidad,
coge la botella y acaricia
la etiqueta.
—¡No puedo creer que lo hayas encontrado!
Creía que sólo se podía
conseguir por internet.
Lo miro incrédula y es difícil no ver la
expresión de recelo de Jesse.
Hemos estado en tres supermercados y dos
licorerías intentando encontrar
esa dichosa botella, ¿y él sabía desde el
principio que nos iba a ser casi
imposible de encontrar? Dejo a Clive
acariciando su whisky y me subo al
ascensor con Jesse.
—Deberías haberle comprado a ese aprovechado
la oferta especial del
supermercado —gruñe introduciendo el código.
Todavía no lo ha
cambiado, pero yo no pienso recordárselo más.
—¿Estará Cathy? —pregunto. Espero que no.
Quiero acurrucarme entre sus brazos y quedarme
así un buen rato,
pero después del viaje a Londres en busca de
la botella de whisky
imposible ya no tenemos tanto tiempo como a mí
me gustaría. Sé que eso
es lo que tiene a Jesse de mal humor.
—No, le dije que se marchara al acabar —dice,
cortante. Está hecho
un cascarrabias.
Llegamos al vestíbulo y Jesse hace malabares
con mis bolsas para
meter la llave en la cerradura. Abre la
puerta, lo sigo y le quito las bolsas.
—¿Qué haces? —pregunta con el ceño fruncido.
—Me las llevo al cuarto de invitados. No
puedes ver mi vestido —
replico encaminándome ya hacia la escalera.
—Déjalas en nuestro dormitorio —me grita.
¿Nuestro dormitorio?
—Imposible —grito a mi vez, desapareciendo en
mi habitación de
invitados favorita.
Saco el vestido de la bolsa y lo cuelgo detrás
de la puerta. Suspiro y
retrocedo para poder verlo bien. O se corre en
el acto o se desintegra, una
de dos.
Desembalo el corsé, los zapatos y el bolso y
dejo los demás vestidos
para más tarde. Llaman a la puerta.
—¡No entres! —chillo corriendo hacia la puerta
y abriéndola sólo un
poco. Jesse está riéndose y lleva las manos en
los bolsillos.
—¿Es que vamos a casarnos?
—Quiero que sea una sorpresa. —Le hago un
gesto para que se vaya
—. Tengo que pintarme las uñas. Vete. —Me
quería con buena
predisposición, pues ahora que no se queje.
Levanta las manos.
—Vale, te espero en la bañera. No tardes. Ya
he perdido una hora
buscando el puto whisky —gruñe.
Cierro la puerta, saco el neceser de
maquillaje de mi bolso y el correo
que Clive me ha dado esta mañana. Lo dejo en
la cómoda que hay junto a
la puerta y me instalo en la cama para prepararlo
todo para la fiesta.
Entro en el cuarto de baño y veo que Jesse ya
está sumergido en agua
caliente y burbujeante pero no parece
contento. Me saco el vestido por la
cabeza, el sostén y las bragas y su expresión
pasa del enfado a la
aprobación en cuanto me meto en la bañera.
—¿Dónde estabas?
—Esperando a que se me secaran las uñas —digo
mientras me instalo
entre sus piernas y me apoyo en su pecho
firme.
Hace un ruidito feliz y entrelaza nuestras
piernas. Me envuelve en sus
brazos y hunde la nariz en mi pelo.
—¡Ya he perdido dos horas de estar contigo!
Dos horas que no voy a
poder recuperar —masculla, resentido—. Se
acabó el pintarse las uñas y el
ir a buscar botellas de whisky raro.
—Vale. —Estoy de acuerdo. Yo sé dónde
preferiría estar—. Se me
olvidaba, Clive me ha dado tu correo esta
mañana. Me lo he metido en el
bolso y se me ha olvidado, perdona.
—No pasa nada. —Intenta que no me preocupe—.
Me encanta, me
encanta, me encanta tenerte toda mojada y
resbaladiza sobre mí.
Me coge las tetas con las manos y me muerde el
cuello.
—Mañana nos vamos a pasar todo el día en la
cama.
Sonrío para mis adentros y deseo en silencio
que ojalá pudiéramos
hacerlo ahora mismo, pero entonces noto su
corazón palpitando contra mi
espalda y pienso en el comentario que hizo
sobre el latir de su corazón.
—¿Qué fue lo primero que pensaste al verme?
Permanece unos instantes en silencio.
—Mía —gruñe, y me muerde la oreja.
Me retuerzo y me echo a reír.
—¡No es verdad!
—Joder si lo pensé... Y ahora eres toda mía.
—Me vuelve la cara para
besarme con dulzura—. Te quiero.
—Lo sé. ¿No se te ocurrió nunca que podías
invitarme a cenar en vez
de acosarme, hacerme preguntas inapropiadas y
prepararme una encerrona
en una de tus cámaras de tortura?
Mira a la nada pensativo.
—No. No podía ni pensar. Me tenías confuso
—niega con la cabeza.
—¿Confuso sobre qué?
—No lo sé. Provocaste algo en mí. Era
perturbador. —Se echa hacia
atrás y apoyo la cabeza en su pecho.
¿Qué le provoqué exactamente? ¿Un latido?
Diría que esa frase es
muy rara, pero él también provocó algo en mí y
también era algo muy
perturbador.
—Me regalaste una flor —digo en voz baja.
—Sí, estaba intentando ser un caballero.
Sonrío.
—Y cuando volviste a verme, ¿me preguntaste
cuánto iba a gritar
cuando me follaras?
—Esa boca, Ava. —Se echa a reír—. No sabía qué
hacer.
Normalmente sólo tengo que sonreír para
conseguir lo que quiero.
—Deberías haber intentado ser menos arrogante.
No me gusta la idea de Jesse sonriendo y
consiguiendo lo que quiere.
¿A cuántas les habrá sonreído?
—Tal vez. Dime qué pensaste tú. —Me da un
pellizco y sonrío para
mis adentros. Podríamos tirarnos aquí la vida
entera—. Venga, dímelo —
insiste, impaciente.
—¿Para qué? ¿Para que se te hinche aún más el
ego? —me burlo, y
me castiga haciéndome cosquillas. Me retuerzo
y salpico agua fuera de la
bañera—. ¡Para!
—Dímelo. Quiero saberlo.
Respiro hondo.
—Casi me desmayo —admito sin pudor—. Y
entonces vas tú y me
besas. ¿Por qué lo hiciste? —pregunto,
recelosa, sintiendo un escalofrío.
—No lo sé. Simplemente pasó. ¿Estuviste a
punto de desmayarte?
No le veo la cara pero apostaría la vida a que
en su hermoso rostro
brilla su sonrisa arrebatadora.
Echo la cabeza atrás. Sí, justo lo que yo
decía. Pongo los ojos en
blanco.—Pensé que eras un cerdo arrogante, un
sobón con modales
inapropiados que hacía comentarios de mal
gusto.
Todavía me cuesta creer lo ciega que estaba
con respecto a dónde me
encontraba, pese a que las pistas que me dio
Jesse indicaban a las claras
que La Mansión no era un hotel. Estaba
demasiado ocupada luchando
contra las reacciones no deseadas que
provocaba en mí, luego cediendo a
mis impulsos y más tarde luchando otra vez.
Me acaricia los pezones en círculos con la
punta de los dedos.
—Necesitaba seguir tocándote para ver si me
estaba imaginando
cosas.—
¿Qué cosas?
—Mi cuerpo temblaba cada vez que te tocaba. Y
sigue haciéndolo.
—El mío también —confieso. Es una sensación
increíble—. ¿Eres
consciente del efecto que causas en las
mujeres? —Extiendo las manos
sobre la parte superior de sus muslos.
—¿Parecido al que tú causas en mí?
Entrelaza los dedos con los míos.
—¿Dejan de poder respirar durante unos
segundos cada vez que me
ven?
Me besa la sien e inhala con fuerza.
—¿Quieren meterme en una vitrina para que nada
ni nadie pueda
hacerme daño?
Casi me quedo sin respiración.
Suspira hondo y subo y bajo sobre su pecho.
—¿Creen que la vida se acabaría si yo no
estuviera? —termina con
dulzura.
Se me saltan las lágrimas y lucho para
recobrar el aliento. Vale, la
primera, seguro, pero las otras dos creo que probablemente
están
reservadas sólo para mí. Son palabras muy
fuertes teniendo en cuenta que
sólo hace un mes que nos conocemos. Al
principio pensaba que sólo le
interesaba una cosa y ya está, pero sus
acciones me decían algo distinto,
incluso cuando yo no me daba cuenta. El hombre
era de lo más persistente,
y doy gracias de que lo fuera. Ahora su
negocio y sus problemas con la
bebida son irrelevantes. Sigue siendo Jesse y
sigue siendo mío.
Me doy la vuelta y me deslizo hacia arriba por
su pecho. No me quita
el ojo de encima hasta que estamos a la misma
altura.
—Me has quitado las palabras de la boca —digo
con dulzura.
Necesito que sepa que no es el único de esta
relación que se siente
posesivo y protector más allá de lo razonable.
Es una locura, este hombre
tan grande y dominante que me ha hecho suya
del todo, que consigue que
me rinda sin preguntas y sin dudar ni un
instante. Le he dado el poder para
destruirme por completo. Me importa tanto como
sé que yo le importo a él.
Simplemente es así.
—Te quiero muchísimo —digo con convicción—.
Tienes que
prometerme que nunca vas a dejarme.
Se burla.
—Nena, no vas a librarte nunca de mí.
—Estupendo. Bésame.
—¿Me estás dando órdenes? —Está a punto de
reírse y le brillan los
ojos.
—Sí. Bésame.
Entreabre los labios a modo de invitación y se
acerca a mi boca. Me
pierdo en él. Ojalá no tuviéramos que ir a
ninguna parte. Saboreo el calor
de su aliento mentolado y saludo a su lengua
con la misma pasión que ella
a mí mientras él me acaricia la espalda mojada
con las manos.
—Sé que te haría muy feliz que nos quedásemos
aquí toda la noche,
pero tenemos que ir pensando en movernos. —Me
planta las palmas en las
nalgas y me levanta para poder acceder a mi
cuello.
—¿Y si nos quedamos? —suplico. Me deslizo
arriba y abajo y me
restriego contra él, que aprieta para entrar.
Coge aire.
—Vas a tener que dejarme salir porque, si me
quedo aquí, no vamos a
ir a ninguna parte. —Me besa con premura y me
sube para que me siente
sobre los talones delante de él.
—Pues quédate —digo con un mohín mientras lo
aprieto contra mí y
me abrazo a su cuello. Me siento en su regazo
y no hace nada para
detenerme—. Quiero marcarte —digo, sonriendo,
y me aferro a su pectoral
con los labios.
Él gruñe y se tumba.
—Ava, vamos a llegar tarde —replica sin
preocuparse en absoluto.
Aprieto los dientes contra su piel y
succiono—. Joder, no sé decirte que no
—gime levantándome para colocarse debajo de
mí.
Deja que me la meta y los dos suspiramos. Lo
muerdo más fuerte y
empiezo a moverme arriba y abajo, despacio, a
un ritmo controlado. Me
coge de la cintura y la mueve en círculos y me
sube y me baja para
marcarme la cadencia.
—Quiero verte la cara —me ordena.
Dejo de morderlo y lo beso antes de acercarle
la cara.
—Mucho mejor —sonríe.
Me derramo sobre él. Le aparto el pelo húmedo
de la frente y enrosco
los dedos en su nuca. Nuestros movimientos son
sincronizados mientras el
agua chapotea a nuestro alrededor y nos
miramos fijamente. La presión en
mi entrepierna entra en ebullición poco a poco
hasta que él levanta las
caderas de repente y mis manos corren a
aferrarse al borde de la bañera.
Resoplo y él me sonríe antes de repetir el
movimiento.
—Otra vez —ordeno impulsivamente ante la
inminencia de mi
orgasmo.
Grito y echo la cabeza atrás cuando Jesse
obedece. Una de las manos
con las que me sujetaba de la cintura se
desplaza a mi nuca.
—¿Más? —pregunta con voz ronca.
Echo la cabeza atrás de nuevo.
—Sí —consigo decir antes de que vuelva a
levantar las caderas.
Cierro los ojos.
—Nena, mírame —me advierte deslizando la mano
de vuelta a mi
cintura.
Abro los ojos y veo que él tiene la mandíbula
tensa y las venas del
cuello hinchadas. Me levanta una y otra vez.
Grito intentando no cerrar los
ojos.
—¿Te gusta? —pregunta recompensándome con otra
subida de
caderas.
—¡Sí! —Tengo los nudillos blancos de agarrarme
con tanta fuerza.
—No te corras, Ava. No he terminado.
Me concentro para controlar mi orgasmo, que
está a la vuelta de la
esquina. Los movimientos firmes y contenidos
de Jesse no son de gran
ayuda. Echa la cabeza atrás pero no me quita
ojo. Me levanta, tira de mí y
mueve las caderas en círculos una y otra vez.
Gemimos juntos y me duele
la cabeza de tanto mantener el contacto
visual. Quiero echarla hacia atrás y
correrme, pero tengo que esperar a que me dé
permiso. No sé si podré
aguantar mucho más.
—Buena chica —me alaba mientras me sujeta con
más fuerza de la
cintura. Me mueve en círculos sobre sus
caderas—. ¿Lo notas, Ava?
—Te vas a correr —jadeo al notar su polla
expandiéndose dentro de
mí.
Sonríe.
—Cógete los pezones.
Suelto el borde de la bañera y me pellizco los
pezones para que se
endurezcan más. Los retuerzo con los dedos
bajo su atenta mirada.
—Más fuerte, Ava —me ordena, y me castiga con
otra embestida de
sus caderas. Grito y pellizco con más fuerza.
La punzada de dolor va
directa a mi sexo.
—¡Más fuerte! —grita clavándome los pulgares
en la cintura.
—¡Jesse!
—Aún no, nena. Aún no. Contrólalo.
Trago saliva y tenso todos los músculos de mi
cuerpo. Me quedo
rígida. No sé cómo lo hace. Su cara refleja el
esfuerzo, tiene la mandíbula
apretada y siento palpitar su polla. Posee un
autocontrol increíble. Voy en
barrena hacia un orgasmo épico. La fuerza con
la que me pellizco los
pezones aumenta a medida que se acerca.
Entonces desliza una mano hacia
el interior de mis muslos y me acaricia
suavemente. Las subidas y bajadas
de sus caderas hacen que la fricción de sus
dedos se ajuste al ritmo de sus
lentas estocadas.
Empiezo a sacudir la cabeza, desesperada.
—¡Jesse, por favor!
—¿Quieres correrte?
—¡Sí!
Me acaricia el clítoris con el pulgar.
—Córrete —ordena con otra subida de caderas
que me deja delirante.
Mi cuerpo explota y grito, un grito
desesperado que hace eco en el cuarto
de baño.
Maldice en alto, me levanta y me deja caer
sobre él sin cesar. Es tan
inesperado que me hace gritar. Me penetra con
furia y caigo sobre su
pecho, temblando incontroladamente. Siento que
me levanta como un peso
muerto, y me deja caer otra vez mientras alza
las caderas. Se abraza a mí y
sus muslos de acero chocan contra mi cuerpo
lánguido.
—¡Dios! —exhala con fuerza salpicando agua a
nuestro alrededor—.
Ava, mañana te voy a esposar a la cama —gime—.
Bésame.
Consigo levantar la cabeza de su pecho y
encuentro sus labios
mientras él sigue moviendo las caderas en
círculos para extraer cada gota
de placer de nuestros cuerpos. Podría caer
dormida ya mismo.
—Llévame a la cama —susurro contra su boca. No
hay forma de
librarse de lo de esta noche, eso ya lo sé.
—Te estoy ignorando —me contesta, muy serio.
Le sujeto la cara con las manos para que no la
mueva mientras la
cubro de besos en un intento desesperado por
convencerlo de que
deberíamos quedarnos en casa.
—Quiero quererte —susurro llevando las manos a
su nuca para poder
enroscarlas en su pelo. Yo sólo quiero
quedarme en casa.
—Déjalo estar, nena. Odio decirte que no. Sal.
—Me aparta para salir
y refunfuño cuando sale de la bañera.
¿Odia decirme que no? Sólo cuando le ofrezco
mi cuerpo.
—Esta noche quiero que lleves el pelo suelto
—dice cogiendo una
toalla. Salgo de la bañera y abro el grifo de
la ducha.
—A lo mejor lo llevo recogido —replico
metiéndome debajo de la
ducha para lavarme el pelo. Lo cierto es que
pensaba llevarlo suelto, pero
me apetece ser insolente.
Chillo cuando me da un azote en el culo con la
palma de la mano. Me
aclaro el champú y abro los ojos. Hay un
hombre resplandeciente y muy
disgustado mirándome.
—Calla —dice con ese tono de voz que me empuja
a llevarle la
contraria—. Lo vas a llevar suelto.
Me besa en los labios.
—¿Sí?
—Sí —suspiro.
—Ya lo sabía yo. —Sale de la ducha—. Arréglate
aquí. Yo me voy a
otra habitación.
—¡No vayas a la habitación crema! —grito,
presa del pánico—. ¡No
vayas a la habitación crema!
—No se preocupe, señorita.
Sus hombros salpicados de gotas de agua salen
del cuarto de baño y
termino de ducharme.Volver a Capítulos
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