De inmediato, montañas de fantásticos bolsos
bendicen mis ojos, pero
Jesse no me deja ni mirar. Camina con decisión
y me arrastra detrás de él
hacia el ascensor. Aprieta el botón del primer
piso. Recorro con la mirada
el plano de la tienda.
—Oye, quiero ir a la cuarta planta.
Preferiría evitar las colecciones
internacionales de la primera planta:
son carísimas. Sin embargo, no me hace ni
caso.
—¿Jesse? —Lo miro, pero su rostro es impasible
y me agarra
firmemente de la mano. Se abren las puertas
del ascensor y tira de mí.
—Por aquí —dice, y me guía entre expositores
increíbles de ropa de
alta costura y diseñadores famosos. Me alegro
de que los estemos pasando
de largo.
«¡Ay, no!»
Me hundo en la miseria cuando veo un cartel
que reza «Asistente de
compras».
—No, Jesse. No, no, no.
Intento detenerlo, pero tira de mí hacia la
entrada de la sección.
—Jesse, por favor —le suplico, aunque él me
ignora por completo.
Quiero inflarlo a patadas. Odio la atención y
el revuelo de las tiendas.
Te besan el culo y te dicen que todo te sienta
fenomenal y al final te ves
obligado a comprar algo. La presión será
inmensa, y no quiero ni pensar en
el precio.
—Tengo una cita con Zoe —le dice al
dependiente bien vestido que
nos saluda.
¿Por qué me ha preguntado adónde quería ir si
ya tenía planes? Quiero
retorcerle el pescuezo.
—¿El señor Ward? —pregunta el dependiente.
—Sí —responde Jesse ignorándome, a pesar de
que sabe
perfectamente que lo estoy mirando con odio y
que me incomoda mucho
todo esto.
—Por aquí, por favor. ¿Les apetece beber algo?
¿Una copa de
champán? —ofrece con educación.
—No, gracias —contesta Jesse.
El joven nos conduce hasta una lujosa zona
privada y Jesse me lleva a
un enorme sofá de cuero. Me siento a su lado y
retiro la mano. Ésta es mi
peor pesadilla.
—¿Qué pasa? —Intenta volver a cogerme la mano.
Lo miro, acusadora.
—¿Por qué me has preguntado adónde quería ir
si ya habías
concertado una cita?
Se encoge de hombros.
—No entiendo por qué quieres vagar por decenas
de tiendas si puedes
comprarlo todo aquí.
¿De verdad no lo entiende? Es un hombre, ¿qué
esperaba?
—¿Así es como compras tú?
Debe de tener más dinero que sentido común. No
dejo de sudar.
—Sí, y pago por el privilegio, así que sígueme
la corriente —dice,
tajante.
Estoy alucinada, pero antes de que pueda
contraatacar, una chica
joven y rubia entra en escena y le dedica una
sonrisa a Jesse. Es bonita y
lleva un traje de color crema de Ralph Lauren.
—¡Jesse! —lo saluda—. ¿Cómo estás?
Él se levanta y le da dos besos. A juzgar por
el intercambio, se
conocen. ¿Cada cuánto viene?
—Muy bien, Zoe, ¿y tú? —le sonríe, es una de
sus sonrisas
arrebatadoras, de las que reducen a las
mujeres a un saquito de hormonas a
sus pies.
—Muy bien. Ésta debe de ser Ava, ¿no? Es un
placer conocerte.
Me ofrece la mano y me levanto para
estrechársela con una pequeña
sonrisa. Es muy amable, pero no estoy cómoda
aquí. Se sienta en la silla
que hay enfrente.
—Ava, me ha dicho Jesse que estás buscando
algo especial para una
fiesta importante —dice, emocionada. «Algo
especial» suena a que
también va a tener un precio especial.
—Algo muy especial —reitera Jesse tirando de
mí para que vuelva a
sentarme en el sofá. Me está entrando un
sofoco, creo que esta sala tan
amplia me está dando claustrofobia.
—Bien, ¿cuál es tu estilo, Ava? Dame una idea
de qué te gusta. —
Deja las manos sobre el regazo y me mira
expectante.
No sé cuál es mi estilo. Si me gusta algo y me
sienta bien, lo compro.
No puedo ponerle una etiqueta a mi estilo.
—La verdad es que no tengo un estilo concreto.
—Me encojo de
hombros y se le ilumina la cara. Debe de ser
la respuesta correcta.
—Muchos vestidos —interrumpe Jesse—. Le gustan
los vestidos.
—A ti te gustan los vestidos —musito, y me
gano un pequeño
rodillazo.
Zoe sonríe y muestra una dentadura tan
perfecta como las de las
estrellas de Hollywood.
—Una talla 38, ¿verdad?
—Sí —confirmo.
—Nada demasiado corto —añade Jesse.
Lo miro boquiabierta. Sabía que iba a pasar.
No suelo llevar vestidos
cortos, pero de repente me apetece mucho
gracias a su actitud de
cavernícola.
Zoe se ríe.
—Jesse, tiene unas piernas fantásticas. Sería
una pena
desaprovecharlas. ¿Qué número de zapato, Ava?
Me cae bien.
—38 también.
—Estupendo. Ven conmigo. —Se levanta y la
imito.
Jesse se pone a su vez en pie.
—No me puedo creer que me estés haciendo esto
—gimoteo cuando
me besa en la mejilla. Zoe me cae bien, pero
preferiría ir de compras sola.
Suspira.
—Ava, quiero divertirme. —Me abraza—. Voy a
disfrutar de un
desfile de moda privado con mi modelo
favorita. —Hace un mohín.
—¿Quién elige el vestido, Jesse?
Me da un beso de esquimal.
—Tú. Yo me limitaré a observar, te lo prometo.
Corre, vuélvete loca.
—Se sienta otra vez y marca un número en el
móvil. Qué alivio. No creo
que pudiera soportar que nos fuera siguiendo
por la tienda criticando todo
lo que me guste.
Zoe me conduce por la sección.
—¿Así que hoy te van a mimar? —pregunta con
una sonrisa afable. Es
encantadora, pero sus dientes están demasiado
blancos.
—Bajo coacción. —Le devuelvo la sonrisa.
—¿No quieres que te mimen? —Se echa a reír y
coge un vestido verde
y largo para enseñármelo. Es precioso, pero es
más el color de Kate.
Niego con la cabeza y pongo expresión de
disculpa. Me imita.
—No. Estoy de acuerdo. ¿Qué tal éste? —Pasa la
mano por un
fantástico vestido estilo heleno.
—Es precioso —digo, aunque parece muy caro.
—Lo es. Nos lo probamos. ¿Y este otro?
—¡Vaya! —exclamo al ver un vestido crema
entallado con un corte en
la falda que arranca de la cadera—. A Jesse no
le gusta que enseñe
mucho... —Me río abriendo el corte. Con este
vestido tendría que
afeitármelo todo.
—¿En serio? —Me mira con curiosidad. Como me
diga...— Pero si es
un amor y se lo toma todo con mucha calma
—añade.
«¡Que te lo has creído!»
Suelto el vestido y cojo uno rojo de satén.
—No es para mí —musito—. Éste me gusta.
Zoe sonríe.
—Buena elección. ¿Y éste? —Acaricia un
impresionante palabra de
honor de color crema. ¿Me dejará llevar escote
palabra de honor?
—Es precioso. —Me lo puedo probar. Estoy
segura de que me lo hará
saber si no le gusta. Algo llama mi atención
al otro lado de la sección. Mis
piernas echan a andar sin darme cuenta.
Acaricio la parte delantera de un delicado
vestido largo de encaje
negro. Es una preciosidad.
—Tienes que probarte ése —dice Zoe
acercándose. Lo coge y le da la
vuelta con cuidado. Está sujeto por un cable
de seguridad, lo que sólo
puede significar una cosa—. ¿Verdad que es una
maravilla?
Lo es. También debe de ser caro de morirse si
la tienda cree necesario
ponerle alarma. Tampoco lleva etiqueta, otra
señal de que me desmayaría
si supiera el precio. Recorro con la mirada la
espalda del vestido ajustado,
que se ensancha en la cadera y cae con
delicadeza hacia el suelo. Es un
diseño sencillo, con la espalda abierta en
forma de pico, las mangas cortas
que caen apenas más allá del hombro y un
escote profundo delante. Está
claro como el agua que es de alta costura.
—A Jesse le encanta que lleve encaje —señalo
en voz baja. También
le gusta que vista de negro.
—Entonces te lo tienes que probar —dice
colgándolo de nuevo—.
¿Cuánto llevas con Jesse? —pregunta de manera
informal.
Me pongo en guardia. ¿Qué le digo? La verdad
es que llevo con él
desde hace más o menos un mes, y que él se
pasó una semana borracho y
con el corazón roto. Un pensamiento horrible
invade mi cerebro atontado.
—No mucho —intento sonar tan indiferente como
Zoe, pero no cierro
la boca—. ¿Trae aquí a todas las mujeres con
las que sale?
Se echa a reír a mandíbula batiente. No sé si
es buena señal.
—¡Por Dios, no! ¡Se arruinaría!
Es muy mala señal.
Se ve que me ha visto la cara porque palidece
un poco.
—Ava, lo siento. No ha sonado nada bien. —Se
tensa sobre los
tacones—. Lo que quería decir es que si
trajera a todas las mujeres con las
que se ha acostado... —Deja de hablar y se
pone lívida. Quiero vomitar—.
¡Mierda! —exclama.
—Zoe, no te preocupes. —Me centro en otro
vestido. ¿A quién trato
de engañar? Mi hombre ha conocido mucho mundo.
—Ava, la verdad es que nunca ha salido con
nadie. Al menos, no que
yo sepa. Es un partidazo. Vas a tener que
espantar a todas las mujeres de
La Mansión, eso seguro.
—Ya. —Me río un poco. Necesito cambiar de
tema. La imagen de
Jesse con otra mujer aparece de nuevo en mi
mente. Está claro que Zoe
sabe a qué se dedica él—. ¿Adónde vamos ahora?
Pongo cara de que no me afecta y de que no soy
celosa, si es que esa
cara existe. Sin embargo, la sangre me hierve
por dentro, y se me han
puesto los pelos como escarpias. ¿Por qué
Jesse ha sido tan putero?
—¡A por zapatos! —exclama Zoe llevándome hacia
los ascensores
egipcios de Harrods.
Una hora más tarde, volvemos a la zona pija
privada con un chico
empujando un enorme perchero cargado de
vestidos y zapatos. Jesse sigue
en el sofá con el móvil en la oreja.
Sonríe y cuelga.
—¿Lo has pasado bien? —me pregunta
levantándose y dándome besos
en la cara—. Te he echado de menos.
—Sólo he tardado una hora. —Me río y me cojo a
sus hombros
cuando me echa hacia atrás.
—Mucho tiempo —gruñe—. ¿Qué has encontrado?
Vuelve a incorporarme.
—Demasiado donde elegir.
He conseguido convencer a Zoe de dejar el
vestido largo de encaje. De
hecho, he evitado todo lo que estaba conectado
a una alarma.
—Venga, pruébatelo todo. —Me da una palmada en
el trasero, y me
vuelvo para seguir a Zoe y al perchero hacia
un espacioso probador.
Paso mucho tiempo entrando y saliendo de un
vestido tras otro, bajo
la mirada de admiración de Zoe. Cuento veinte
vestidos, todos son
impresionantes y todos cumplen con los
criterios de Jesse.
La dependienta desaparece durante un rato y me
deja para que medite
acerca de qué puñetero vestido voy a escoger.
Son todos demasiado
bonitos. Doy un salto al verla acercarse con
otro perchero repleto de
vestidos, aunque éstos son de día, no de
noche. La miro, muy confusa.
Se encoge de hombros.
—Tengo órdenes estrictas de hacerte probar
muchos vestidos, así que
te he traído éstos —dice de vuelta al
probador. Aparece de nuevo con el
vestido largo de encaje negro—.Y también
éstos.
—¿Qué? —Intento recobrar la compostura. Estoy
en ropa interior y
con la boca abierta de par en par como un pez
dorado.
—Bueno. —Se me acerca—. Jesse no ha dicho que
te pruebes este
vestido en concreto, pero sí que debías tener
lo que quisieras. —Me mira
sonriente—. Y sé que éste lo quieres de
verdad.
—Zoe, no puedo —tartamudeo intentando convencer
a mi cerebro de
que ese vestido es horrible, espantoso.
Feísimo. No funciona.
—Si lo que te preocupa es el precio, no
sufras: está dentro del
presupuesto. —Cuelga el vestido de una percha
en la pared.
—¿Hay un presupuesto? ¿De cuánto? —pregunto,
titubeante.
Se vuelve y sonríe.
—El presupuesto es que no hay presupuesto.
Refunfuño y me dejo caer en la silla.
—¿Puedo preguntar cuánto cuesta?
—No —me responde, muy contenta—. Ponte esto.
Me pasa un corpiño de encaje negro. Empiezo a
colocármelo y Zoe
me ayuda a abrocharme los corchetes de la
espalda. Mi reticencia queda en
segundo plano cuando pienso en la cara que
pondrá Jesse cuando me vea.
Se correrá en el acto.
Zoe me ayuda a meterme en el vestido y me miro
al espejo.
—¡Joder! —exclama, y de inmediato se tapa la
boca con la mano—.
Lo siento. Eso ha sido muy poco profesional.
«Joder», digo yo también. Me vuelvo para ver
la espalda y trago
saliva. Se ajusta a todas mis curvas a la
perfección y roza el suelo cuando
me pongo de puntillas. El forro es mate y le
da al delicado e intrincado
encaje un efecto brillante. El escote profundo
es perfecto con las mangas
cortas que apenas pasan de mis hombros, y deja
al descubierto mi
clavícula. Zoe sale un momento y vuelve en
seguida.
Se arrodilla delante de mí.
—Póntelos —me indica.
Aparto la mirada del espejo y veo un par de
zapatos negros de tacón
de Dior con el talón descubierto. Creo que voy
a desmayarme. Me los
pongo y Zoe da un par de pasos atrás.
—Ava, tienes que quedarte este vestido. —Lo
dice muy seria—. Corre
a que te vea Jesse.
—¡No! —digo con muy poca educación—. Sé que le
va a encantar.
Es negro, es de encaje, se va a derretir a mis
pies. Lo sé. Pero ¿le
parecerá bien que lleve la espalda al aire? ¿O
eso hará que mi neurótico
controlador me tire al suelo para taparme con
su cuerpo y que nadie vea mi
piel? Y, por último, ¿cuánto cuesta?
Libro una batalla con mi conciencia por el
puñetero vestido mientras
Zoe me pasa un bolso a juego con los zapatos.
Quiero llorar. Sabía que no
debía probármelo.
—¿Lo ha visto Jesse? —pregunto volviéndome
hacia Zoe, que me
mira sin comprender—. El vestido, ¿lo ha visto
Jesse cuando has vuelto
con él?—
No. Creo que ha ido al servicio —contesta.
Me llevo la mano a la boca y empiezo a
golpearme los dientes con la
uña como una posesa.
—Vale, me lo quedo, pero no quiero que él se
entere. —Sé que me
estoy arriesgando. Zoe da una palmada y sonríe
con deleite—. ¿Qué es
todo eso? —digo señalando el otro perchero.
—Quiere que te compres muchos vestidos
—contesta encogiéndose de
hombros.
Qué risa. Está llevando la regla del acceso
fácil demasiado lejos. Me
quito el vestido y siento otra punzada de
incertidumbre cuando Zoe se lo
lleva, se lo da a una joven y le indica que
Jesse no debe verlo. Me pongo
con el resto. Voy a comprar tres como máximo,
y más le vale no discutir
conmigo.
Gasto un millón de calorías poniéndome y
quitándome un sinfín de
vestidos. Hacemos tres montones: cosas que
quiero, cosas que no quiero y
cosas que tengo que pensar. Estoy pasándomelo
bien, lo que me pilla por
sorpresa. Jesse vuelve a sentarse en el sofá y
me ve aparecer y desaparecer
cada vez con un vestido distinto.
—Todo le sienta bien, ¿verdad? —le dice Zoe a
Jesse cuando aparezco
con un vestido gris, muy corto, de Chloé. Me
encanta pero, al igual que
todos los que valen más de trescientas libras,
va directo al montón de cosas
que no quiero.
Pone cara de horror.
—¡Quítatelo! —escupe, y vuelvo muerta de la
risa al probador.
Tiene razón. A mí me encanta pero es muy
corto. Parece ropa interior.
Estoy molida cuando termino de probármelos
todos. Me he cambiado
más veces en dos horas que en todo el mes.
Reviso el montón de cosas que
quiero con Zoe y me pongo un poco nerviosa al
ver la de vestidos que hay.
Tengo que intentar reducir el número.
—¿Qué nos llevamos? —oigo que dice Jesse,
acercándose.
—Ha escogido unos vestidos fabulosos. Me da
mucha envidia —
comenta Zoe—. Voy a envolverlos.
«¡No!»
Todavía lo paso peor cuando Jesse le da a Zoe
una tarjeta de crédito.
La coge y nos deja solos.
—Jesse, de verdad que no me siento cómoda con
esto. —Le cojo las
manos y me pongo delante de él para que me
preste toda su atención.
Deja caer los hombros, decepcionado.
—¿Por qué? —Parece muy dolido.
Zoe desaparece con todos los vestidos del
montón de cosas que me
gustan.—
Por favor, no quiero que te gastes todo ese
dinero en mí.
—Tampoco es tanto —intenta convencerme, pero
he visto las
etiquetas. Es demasiado, y ni siquiera sé
cuánto cuesta el vestido de noche.
Miro al suelo. No quiero que discutamos por
esto en Harrods. Lo miro
otra vez.
—Cómprame solamente un vestido para esta
noche. Puedo vivir con
eso.
—¿Sólo un vestido? —pregunta, muy disgustado—.
Otros cinco
vestidos y trato hecho.
Es una agradable sorpresa.
—Dos —regateo.
—Cinco. —Es inflexible—. Eso no era parte del trato.
No, pero ya me da igual la edad que tenga, y
ya hemos pasado por lo
de intentar que no sea ni para ti, ni para mí.
Jesse no cede nunca.
Lo miro enfurruñada.
—Me da igual la edad que tengas. Guárdate tu
secretito.
—Vale, pero siguen siendo cinco vestidos.
Sospecho que no iba a cumplir su parte del
trato de todas formas.
—Tengo que hacer una llamada —dice, y me da un
pico—. Ve a
escoger cinco vestidos. Zoe tiene mi tarjeta.
La clave es uno, nueve, siete,
cuatro.
Doy un paso atrás.
—No puedo creer que acabes de decirme la clave
de tu tarjeta.
—No más secretos, ¿recuerdas?
¿No más secretos? ¿Me toma el pelo? Se va y
tengo una repentina y
maravillosa epifanía. Hago un rápido cálculo
mental.
—¡Sí que tienes treinta y siete años! —le
grito mientras se va.
Se detiene.
—Es tu número secreto. Naciste en el setenta y
cuatro. —No puedo
evitar mi tono triunfal. Lo he descubierto.
Los hombres son tan predecibles
—. ¡Me dijiste la verdad!
Se vuelve de nuevo muy despacio y me dirige su
sonrisa
característica, la que se reserva sólo para
mí, y me lanza un beso. Ahora, a
escoger mis cinco vestidos.
Salgo de la zona de compras personalizadas y
veo que Jesse ya me
está esperando. No he tardado nada en escoger
mis cinco vestidos
favoritos.
Le devuelvo la tarjeta de crédito y le doy un
beso en la mejilla.
—Gracias. —No estoy segura de si estoy más
agradecida por los
vestidos o por el pequeño desliz que me ha
confirmado que de verdad tiene
treinta y siete años. Lo mismo da: soy una
chica feliz.
—De nada —dice cogiéndome las bolsas—. ¿Me
harás otro pase? —
Arquea las cejas.
—Por supuesto. —No puedo decirle que no, ha
sido muy razonable—.
Aunque no puedes ver el vestido de noche.
—¿Cuál has elegido? —pregunta con curiosidad.
A él le gustaban
todos, pero no ha visto el vestido que está
lejos de su vista en una bolsa
para trajes.
—Ya lo verás. —Inhalo su fragancia cuando
hunde la cara en mi
cuello—. Así que mi hombre está rozando los
cuarenta —lo pincho.
Se aparta y pone los ojos en blanco antes de
cogerme de la mano para
sacarme de la tienda.
—¿Te molesta mucho? —pregunta con
indiferencia, pero sé que le
preocupa.
Ni me molestaba antes, ni me molesta ahora.
—En absoluto, pero ¿por qué te molesta a ti?
—Ava, ¿te acuerdas de una de las primeras
cosas que me dijiste?
¿Cómo olvidarlo? Todavía no sé de dónde salió.
—¿Por qué me mentiste?
Se encoge de hombros.
—Porque no me lo habrías preguntado si no
fuera un problema.
Sonrío.
—Tu edad no me molesta para nada —digo
mientras bajamos por las
escaleras mecánicas egipcias. Él se queda un
escalón más abajo que yo, por
lo que estamos más o menos a la misma altura—.
¿Eso que tienes ahí es
una cana? —pregunto, muy seria.
—¿Te crees muy graciosa? —repone, volviéndose.
No le ha gustado
mi broma. No debería burlarme, está claro que
tiene un problema con el
tema de la edad.
No puedo mantenerme seria cuando me coge y se
me echa al hombro,
pero logro contener un grito. ¡No puede actuar
así en Harrods! Rectifico: a
Jesse le importa un bledo lo que opinen de él
o de su comportamiento. Me
cogerá, me hará suya o se cabreará conmigo
cuando le dé la gana. Lo
demás le importa un pimiento, y la verdad es
que a mí también.
Salimos a Knightsbridge, me deja en el suelo,
me arreglo el vestido y
acepto la mano que me ofrece. Caminamos hacia
el coche. Ni siquiera me
molesto en regañarlo. Ya es habitual que me
coja en brazos o se me eche
sobre el hombro cuando le viene en gana, ya
sea en público o en privado.
—Podemos comer en La Mansión —dice guardando
las bolsas en el
maletero. Se sienta a mi lado en el coche y me
regala la sonrisa que reserva
para mí antes de ponerse las gafas de sol—.
¿Lo estás pasando bien?
Lo estaba, hasta que me ha recordado que
tenemos que ir a La
Mansión. También tengo que soportar una noche
entera allí.
—De maravilla. —No puedo quejarme, no mientras
esté con él.
—Yo también. Ponte el cinturón —dice, y
arranca el coche y se lanza
rugiendo al tráfico del mediodía.
Luego pone la música a todo volumen y baja la
ventanilla para que
todo Knightsbridge escuche Dakota de
Stereophonics.Volver a Capítulos
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