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01 Seduccion - Mi hombre Capítulo 23


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Capítulo 23
Después de soltarme una charla sobre la irresponsabilidad, la doctora
Monroe, nuestra doctora de toda la vida, me receta los anticonceptivos y
me manda a casa, no sin antes preguntarme cómo les va a mis padres en
Newquay. Como la razón principal para que se marcharan de la gran ciudad
fue la salud de mi padre, se alegra de saber que todo va bien.
Paro en la farmacia de camino a casa y llego a la puerta justo antes de
las seis. Es estupendo llegar a casa tan pronto para variar. Me sorprende
que Kate no esté, pero veo a Margo aparcada fuera, así que no está
repartiendo tartas.
Me doy una ducha, me pongo unos pantalones cortos y una camiseta
de tirantes y me seco el pelo con el secador. Cuando termino, saco el
teléfono del bolso y pongo los ojos en blanco al ver las veinte llamadas
perdidas. En un arranque de sensatez, borro los cinco mensajes que hay sin
leerlos. De pronto el móvil empieza a iluminarse en mi mano mientras me
dirijo a la cocina. ¿Es que este hombre no se cansa? Se nota que no está
acostumbrado a que lo rechacen, y está claro que no le gusta.
Me sirvo una copa de vino y la golpeo con la botella a causa del
respingo que doy al oír un fuerte golpe en la puerta de casa.
—¡Ava!
—Ay, Dios —mascullo.
—¡Ava! —ruge al tiempo que vuelve a golpear la puerta.
Cruzo a toda prisa el salón para atisbar a través de la persiana y veo a
Jesse mirando fijamente hacia la ventana. Está muy agitado. Pero ¿qué le
pasa a este hombre? Puede quedarse ahí fuera toda la noche si quiere
porque no pienso abrirle. Colocarme frente a él, cara a cara, sería todo un
error. Se lleva el móvil a la oreja y el mío empieza a sonar una vez más.
Rechazo la llamada y lo observo mientras mira su teléfono con
incredulidad.
—¡Ava! ¡Abre la puta puerta!
—No —replico, y veo que recorre el camino hasta la carretera. Casi
me da un infarto al ver llegar a Sam en su Porsche. Kate baja de él.
«¡Mierda!»
Se acerca a Jesse, que no para de hacer aspavientos con los brazos
como un loco. Sam se une a ellos en la acera y le da unas palmaditas el
hombro para ofrecerle consuelo. Hablan durante unos instantes y Kate se
dirige hacia la puerta de casa seguida por los dos hombres.
—¡No, Kate! —le grito a la ventana—. ¡Joder, joder, joder, joder!
Se acabó, ¡nuestra amistad se ha terminado!
Me quedo ahí plantada en el salón. Oigo que la puerta se abre y golpea
la pared, y después unos pasos decididos que suben a toda prisa por la
escalera. Jesse entra de inmediato como un rayo en el salón. La ira de su
rostro se torna en alivio durante unos instantes, pero luego se transforma
de nuevo en furia absoluta. Su traje gris está perfectamente planchado y
aseado, a diferencia de su pelo desaliñado y su frente sudorosa.
—¿Dónde COJONES has estado? —me grita tan fuerte que siento,
literalmente hablando, su aliento en las orejas—. ¡Casi me vuelvo loco!
«No hace falta que lo jures.»
Me quedo de pie mirándolo, completamente estupefacta. No sé qué
decir. ¿De verdad cree que le debo explicaciones? Kate y Sam entran detrás
de él, callados y nerviosos. Miro a Kate y sacudo la cabeza. Me muero por
preguntarle si «este» Jesse también le gusta.
—Nosotros nos vamos al The Cock a tomar algo —anuncia Sam con
voz serena, y coge a Kate de la mano y se la lleva escaleras abajo. Ella no
hace nada por detenerlo. Se marchan y yo maldigo para mis adentros a esos
gallinas por dejarme a solas con este pirado.
Inspira profundamente unas cuantas veces para calmarse. Mira al
techo con gesto de cansancio antes de volver a clavar su abrasadora mirada
en la mía y llegar con ella hasta lo más profundo de mi ser.
—¿Es que necesitas un recordatorio?
Se me ha abierto tanto la boca que debe de haber llegado hasta la
moqueta. Definitivamente, para él todo se reduce al sexo. Tiene una
seguridad en sí mismo pasmosa y la opinión que posee de mí es
inexcusable.
—¡No! —le grito mientras paso delante de él rápidamente en
dirección a la cocina. ¡Necesito ese trago! Me sigue y se queda mirándome
mientras tiro el móvil contra la encimera y cojo la botella de vino—. ¡Eres
un cabrón! —bramo mientras me sirvo el vino con las manos temblorosas.
Estoy cabreadísima. Me vuelvo y le lanzo la peor de mis miradas. Parece
afectarle ligeramente, lo cual me llena de satisfacción—. Ya has
conseguido lo que querías. Igual que yo. Dejemos ya esta mierda —le
espeto.
Yo no he conseguido lo que quería, ni lo más mínimo, pero hago caso
omiso de la voz que me lo recuerda a gritos desde mi interior. Tengo que
parar esto antes de que la intensidad de Jesse Ward me arrastre aún más.
—¡Esa puta boca! —me grita—. ¿De qué estás hablando? Yo no he
conseguido lo que quería.
—¿Quieres más? —Doy un sorbo rápido al vino—. Bueno, pues yo
no, así que deja de perseguirme, Jesse. ¡Y deja de gritarme! —Trato de
sonar cruel, pero me temo que sólo he conseguido sonar patética. Algo
tiene que funcionar. Doy otro gran trago al vino y me sobresalto cuando la
copa desaparece de mi mano y se estrella contra la pila. Hago una mueca
de dolor al oír el ruido del cristal haciéndose añicos.
—¡No hace falta que bebas como si tuvieras quince años! —me chilla.
Mantengo los puños cerrados a ambos lados de mi cuerpo e intento
calmarme recurriendo a toda mi fuerza de voluntad.
—¡Lárgate! —le grito.
Mis intentos están fracasando por completo. Mi desesperación va en
aumento.
Me encojo al oírlo rugir de frustración y golpear la puerta de la cocina
con tal fuerza que deja una marca enorme en la madera.
«¡Mierda, mierda!» Me quedo inmóvil, con los ojos como platos y la
boca bien cerrada, al ver su feroz reacción a mi rechazo. Se vuelve hacia
mí sacudiendo un poco la mano y sus maravillosos ojos verdes me
atraviesan.
Joder, eso ha tenido que doler. Estoy a punto de acercarme al
congelador a coger un poco de hielo, pero entonces empieza a acercarse a
mí como un depredador. Me agarro al borde de la encimera que tengo
detrás y lo veo aproximarse hasta detenerse frente a mí. Se inclina y coloca
las manos sobre las mías. Me ha atrapado.
Noto su respiración agitada en mi rostro, frunce el ceño y estampa los
labios contra mi boca. Noto que me roba literalmente el aliento mientras
me retuerzo debajo de él para intentar liberarme. ¿Qué está haciendo? En
realidad sé muy bien lo que está haciendo. Va a echarme un polvo
recordatorio. Estoy jodida.
Aprieta los labios contra los míos con más fuerza, pero no acepto su
beso. Sigo diciéndome a mí misma que esto es malo, que no me hace
ningún bien. Si transijo, acabará doliéndome aún más, lo sé. Procuro
liberarme, sin mucho entusiasmo, pero él gruñe y me sujeta las manos con
más fuerza. No iré a ninguna parte. Su determinación por vencerme anula
mis desesperados intentos de pararlo.
Me acaricia el labio inferior con la lengua y yo sigo negándole el
acceso a mi boca. Tiemblo al tratar de luchar contra las reacciones de mi
cuerpo a sus estímulos. Sé que si consigue entrar habré perdido, así que
mantengo los labios obstinadamente cerrados mientras ruego al cielo que
se rinda ya.
Me suelta una mano y, al instante, lo agarro del bíceps para empujarlo
y alejarlo de mí, pero no sirve de nada. Tiene una fuerza descomunal, y aún
más determinación. Mis cándidos intentos de liberarme no le afectan lo
más mínimo.
Me coge de la cadera con firmeza y yo doy un respingo debajo de su
cuerpo, pero me apresa contra la encimera. Me tiene atrapada por
completo, aunque sigo rechazando sus besos desafiantemente y
manteniendo los labios cerrados. Aparto la cabeza cuando me suelta un
poco.
—Serás cabezota —masculla, y aprieta los labios contra mi cuello, lo
lame y lo mordisquea hasta llegar a la clavícula, y traza círculos largos y
húmedos con la lengua antes de ascender hasta mi oreja para morderme el
lóbulo.
Aprieto los ojos con fuerza y suplico que mi autocontrol aguante su
irresistible contacto. Empiezo a clavarle las uñas en el antebrazo tenso y
luego cierro los labios firmemente por miedo a dejar escapar algún grito de
placer. Aparta las manos de mi cadera, las desliza lentamente por mi
vientre y entonces me levanta la goma de los pantalones cortos.
—Para. ¡Para, por favor! —grito.
—Ava, para tú. Para ya.
Mete el dedo índice por debajo de la tela y empieza a moverlo de
izquierda a derecha con lentitud mientras sus labios continúan atacándome
la oreja y el cuello. Tengo ganas de llorar de frustración.
La cálida fricción hace que se me doblen las rodillas y me provoca
violentos temblores por todo el cuerpo. Ríe ligeramente, un sonido gutural
que me genera vibraciones por toda la columna y un leve latido en el
centro de mi intimidad. Cierro los muslos con fuerza, desplazo la mano de
su brazo a su pecho y empujo en vano. No sé ni por qué lo intento. Estoy a
un paso de rendirme. No deja de insistir con pasión, y yo estoy enamorada
de él. La cabeza va a estallarme, y no sé si de placer o de confusión. Estoy
hecha un puñetero lío.
Cuando sus labios regresan a los míos sigo resistiéndome, haciendo
todo lo posible por bloquearle la entrada. Mi pobre cerebro envía a mi
cuerpo millones de órdenes diferentes: lucha, resiste, acéptalo, bésalo, dale
un rodillazo en los huevos.
Y entonces su mano se cuela dentro de mis bragas, me separa los
labios con los dedos y siento que una descarga eléctrica me recorre el
cuerpo. Me acaricia el clítoris muy suavemente. Me hace temblar y abro la
boca para lanzar un grito de placer. Aprovechando mi momento de
debilidad, me introduce la lengua en la boca y explora y lame todos sus
rincones mientras su pulgar sigue trazando círculos en mi sexo ardiente. Le
devuelvo el beso.
—Suéltame la mano —jadeo, y flexiono los músculos del brazo.
Debe de saber que me ha vencido, porque la libera con un gemido y
me agarra la nuca inmediatamente. Le rodeo el cuello con los brazos y lo
acerco más a mí... así, sin más.
Empuja las caderas contra su mano para aumentar la presión de su
asalto a mi intimidad y me mete los dedos. Mis músculos lo atrapan con
fuerza y gimo.
Se aparta de mí, entre jadeos, y me contempla con esa mirada oscura y
brillante.
—Ya me imaginaba —dice, y su voz grave me acerca más al orgasmo.
Vuelve a pegar sus labios a los míos, y yo los acepto, acepto todo lo
que me hace. Una vez más, soy esclava de este hombre neurótico y
maravilloso. Mi fuerza de voluntad ha desaparecido y mis debilidades se
han acentuado.
Le paso las manos por el traje negro y hundo los dedos entre su pelo
rubio y sucio mientras él continúa penetrándome con los suyos a un ritmo
dolorosamente lento y controlado. Tengo ganas de llorar de placer y de
frustración, pero ¿cómo voy a resistirme? Jamás lograré escapar de él.
Ahora que he dejado de resistirme, su lengua se mueve a un ritmo más
calmado. El calor de nuestras bocas unidas me resulta natural y absoluto.
Mis muslos se tensan ante el clímax inminente que amenaza con atacarme
desde todas las direcciones, así que me aferro con más fuerza al pelo de
Jesse. Capta el mensaje, me besa con más intensidad y las caricias de sus
dedos y de su pulgar se vuelven más firmes. El placer estalla en mi interior
y salgo despedida hacia el cielo. Mi mente se queda en blanco, excepto por
la inmensa dicha que me inunda al liberar la tensión que había acumulado.
Le muerdo el labio. Él gime. «¡Joder!»
Sus caricias cesan y yo libero su labio de mis dientes apretados. Creo
percibir un ligero sabor a sangre, pero no abro los ojos para confirmarlo.
Le estaría bien empleado, de todos modos.
—¿Ya te has acordado? —susurra suavemente en mis labios. Yo
suspiro, abro los ojos y lo miro a los suyos. No le contesto. Él ya sabe la
respuesta. No se me había olvidado, como ninguna de las otras veces. No
me exige que le responda. Se inclina sobre mí y me besa con ternura en la
boca. Yo le paso la lengua por el labio inferior y le lamo la gota de sangre
de la herida que le he hecho.
—Te he hecho sangrar.
—Bruta —dice, y saca los dedos de mi sexo lentamente y me los mete
en la boca. Observa con detenimiento cómo los lamo y una leve sonrisa se
dibuja en sus labios. Ya ha conseguido lo que quería otra vez: que me
rindiera ante él.
Me coloca sobre la encimera.
—¿Por qué huías de mí? —Busca mi mirada mientras apoya las
manos a ambos lados de mis muslos y se inclina sobre mí.
Yo agacho la cabeza. No puedo mirarlo a la cara. ¿Qué voy a decirle?
¿Que me he enamorado de él? Quizá debería hacerlo, así a lo mejor se
agobia y me deja en paz. Finalmente, me encojo de hombros.
Me pone el dedo índice bajo la barbilla y me levanta la cara para
obligarme a mirar su atractivo rostro.
Arquea una ceja a la espera de mi respuesta.
—Contéstame, nena.
—No lo sé.
Pone los ojos en blanco y me aparta la mano del mechón de pelo que
me estoy enroscando alrededor del dedo.
—Mientes fatal, Ava.
—Ya lo sé —resoplo. Tengo que dejar esta manía ya.
—Dímelo ahora mismo —ordena con serenidad.
Suspiro.
—Me estás distrayendo. No quiero que me hagas daño. —Muy bien,
ahí la tiene. Es la verdad. Sólo he omitido el insignificante gran detalle de
lo que siento por él.
Se muerde el labio inferior mientras parece darle vueltas a la cabeza.
No sabe qué decir ante eso. Me alegro de no haberle soltado lo del amor.
—Ya —se limita a decir. ¿Ya está? ¿Eso es todo?—. ¿Soy una
distracción? —pregunta.
—Sí —refunfuño. «¡De la peor clase!»
—Pues a mí me gusta distraerte —dice con un puchero.
—Y a mí que me distraigas —farfullo malhumorada. Me he dado
cuenta de que ha pasado por alto la parte de hacerme daño y que se ha
centrado por completo en las tácticas de distracción.
—¿De qué te distraigo?
—De ser sensata —respondo con tranquilidad. El efecto embriagador
que tiene sobre mi cuerpo está arraigándose en mi cerebro. Dijo que haría
que lo necesitase, y lo está cumpliendo.
Me sonríe totalmente satisfecho, y su mirada se torna oscura y
prometedora de nuevo.
—Voy a distraerte un poco más. Tenemos que hacer las paces. —Su
voz grave reaviva mi deseo por él. Me agarra por debajo del culo y me
levanta de la encimera para colocarme a horcajadas sobre su cintura.
—¿No acabamos de hacerlas?
—No como es debido. Tenemos que hacer las paces como debe ser. Es
lo más sensato. Vamos a dejar de huir, Ava.
Sonrío y me abrazo a su espalda mientras él sale de la cocina conmigo
a cuestas, cierra la puerta de una patada y pone rumbo a mi dormitorio. Me
deja en el borde de la cama y me quita la camiseta por la cabeza, de modo
que deja al descubierto mis pechos desnudos. Sonríe, me mira a los ojos y
lanza la prenda al suelo. Empieza a tirar de la cintura de los pantalones
cortos y me insta a levantar el culo para que pueda deslizarlos por mis
piernas y arrastrar las bragas con ellos.
—No te muevas —ordena, y aparta las manos para quitarse la corbata.
Unas chispas de anticipación me recorren el cuerpo mientras observo
cómo se desviste lentamente delante de mí. Tras la corbata llega la
chaqueta, y después se desabrocha la camisa botón a botón.
«¡Más de prisa!» El movimiento de los músculos de su pecho me hace
babear mientras lo tengo delante de mí, tomándose su tiempo para
desvestirse. Dirijo la mirada automáticamente a su cicatriz. Estoy
desesperada por saber cómo se la hizo.
—Mírame, Ava.
Alzo la vista hacia sus ojos al instante. Sus dos lagos verdes me
estudian detenidamente mientras se quita los zapatos, los calcetines y los
pantalones. Finalmente, se baja los calzoncillos por las piernas. Su
erección queda libre y a la altura de mis ojos. Si me inclino hacia adelante
y abro la boca, me haré con el control. No estaría mal para variar. Lo miro
y veo que sonríe con ojos ardientes.
—Necesito estar dentro de ti con desesperación después de haberme
pasado los dos últimos días buscándote —dice con tono socarrón—. Pero
me encantará follarte la boca después. Me lo debes.
Una poderosa palpitación estalla en mi sexo cuando se agacha, me
envuelve la cintura con el brazo, se sube a la cama y me coloca
cuidadosamente debajo de él. Me abre los muslos con la rodilla y se
acomoda entre ellos, con los antebrazos a ambos lados de mi cabeza y
mirándome con ojos tiernos. Siento ganas de llorar.
Mis planes de alejarme antes de que fuera demasiado tarde han
resultado un total fracaso. Ya es demasiado tarde, y su empeño por tenerme
como y cuando quiera no ayuda.
—No volverás a huir de mí —dice con voz suave pero firme.
Sé que tengo que contestar. Niego con la cabeza y lo agarro de los
hombros.
—Quiero que me contestes, Ava —susurra. La gruesa punta de su
erección me presiona en la puerta de entrada y me provoca un placer
inconmensurable.
—No lo haré —confirmo.
Asiente y me mantiene la mirada mientras se aparta lentamente y
empuja hacia adelante para hundirse hasta el fondo en mí. Gimo y me
agarro con más fuerza a sus hombros al tiempo que me revuelvo debajo de
él. La sensación de tenerlo dentro es maravillosa, y pronto me acostumbro
a su grosor. Deja escapar un suspiro controlado. En su frente se dibujan
arrugas de concentración que brillan empapadas de sudor.
Lucho contra la necesidad de contraer los músculos a su alrededor.
Necesita un momento. Cierra los ojos mostrando sus largas pestañas y deja
caer la cabeza sobre la mía mientras se esfuerza por controlar su agitada
respiración. Espero con paciencia a que esté preparado y le acaricio los
firmes antebrazos con las manos, contenta de estar aquí tumbada,
contemplando a este neurótico tan hermoso. Sabe que en estos momentos
necesito al Jesse tierno.
Al cabo de unos instantes se recompone y alza la cabeza de nuevo
para mirarme. El corazón se me sale del pecho. Estoy muy enamorada de
este hombre.
—Esto es lo que pasa cuando me rechazas. No vuelvas a hacerlo. —
Eleva la parte superior del cuerpo para apoyar los brazos en la cama, se
arrastra perezosamente hacia atrás y empieza a avanzar gradualmente hacia
adelante.
Ronroneo. Joder. Joder. Repite el exquisito movimiento una y otra vez
sin dejar de mirarme.
—Debes pensar en esto, Ava. Cuando tengas la tentación de huir de
nuevo, piensa en cómo te sientes ahora mismo. Piensa en mí.
—Sí —exhalo. Estoy esforzándome por aminorar la rápida
concentración de presión. Quiero que esto dure eternamente. Quiero
sentirme así para siempre. Ésta es justo la razón por la que lo estaba
evitando. Soy débil en mis intentos de rechazarlo. ¿O es sólo que su
empeño es superior? Sea como sea, siempre acabo en la casilla de salida...
entregándome a este hombre.
Muevo las caderas para recibir cada uno de sus embistes y él acerca su
boca hacia la mía y me toma los labios sin prisa, moviendo la lengua al
ritmo de sus caderas.
Yo jadeo y le clavo las uñas en los brazos. Tengo que dejar de
marcarlo y de hacerle sangre. El pobre hombre acaba herido casi siempre.
Me penetra con lentitud, traza un círculo en mi interior y vuelve a sacarla
muy despacio, una y otra vez. No aguantaré mucho más. ¿Cómo consigue
hacerme esto?
—¿Te gusta? —susurra.
—Demasiado —jadeo sin aliento.
—Lo sé. ¿Estás lista? —pregunta contra mis labios.
Le doy un mordisquito en la lengua.
—Sí.
—Yo también, nena. Suéltalo.
El tremendo espasmo que me recorre el cuerpo obliga a mis músculos
a aferrarse a la erección de Jesse y a mí a agitarme violentamente contra él
mientras gimo mi liberación en su boca. La última arremetida profunda,
seguida de una sacudida y de una sensación cálida que me inunda, señala la
de Jesse. Se queda dentro de mí, con los ojos cerrados con fuerza y
besándome en la boca con dulzura, emitiendo gemidos largos y graves. Sus
palpitaciones dentro de mí hacen que mis músculos se tensen a su
alrededor al ritmo de sus eyecciones. Lo exprimo hasta la última gota.
—Joder, te echaba de menos —susurra.
Hunde el rostro en mi cuello y me restriega la nariz por él antes de
recostarse sobre la espalda. Levanta el brazo y yo me pego contra su torso
firme y cálido y apoyo la cara en sus pectorales. Estoy jodida. Totalmente
jodida.—
Me encantan estos polvos soñolientos —musito.
—No era un polvo soñoliento, nena. —Me aparta el pelo de la cara
con la mano libre.
¿Ah, no?
—Entonces ¿qué era?
Me besa la frente con ternura.
—Era un polvo para recuperar el tiempo perdido.
Vaya, uno nuevo.
—Entonces me gustan los polvos para recuperar el tiempo perdido.
—Pues no deberían gustarte tanto. No se darán muy a menudo.
Una puñalada de decepción me atraviesa el alma.
—¿Por qué no?
—Porque no vas a volver a huir de mí, señorita, y yo tampoco tengo
intenciones de alejarme de ti con mucha frecuencia. —Inhala el olor de mi
pelo—. Si es que llego a hacerlo alguna vez.
Sonrío para mis adentros y le paso una pierna por encima de los
muslos. Me agarra la rodilla y traza círculos sobre mi piel con el pulgar
mientras yo acaricio la superficie de su cicatriz. Necesito saber cómo se la
hizo. Nunca la ha mencionado, a excepción de la vez que me dijo que ni
siquiera preguntase, pero no es algo que pase desapercibido. Necesito saber
más sobre él.
—¿Cómo te la hiciste? —le pregunto mientras recorro la línea que
lleva hasta su costado.
Él coge aire como si estuviera harto.
—¿Cómo me hice qué, Ava? —Sus palabras lo dejan bastante claro.
No quiere hablar de ello.
—Nada —susurro en voz baja, y tomo nota mental de que no tengo
que volver a preguntárselo.
—¿Qué haces mañana? —pregunta para cambiar de tema por
completo.
—Es miércoles. Trabajo.
—Tómate el día libre.
—¿Qué? ¿Así, sin más?
Se encoge de hombros.
—Sí, me debes dos días.
Lo dice como si tal cosa. Él puede hacerlo, porque tiene su propio
negocio y no responde ante nadie. Pero yo, en cambio, tengo clientes, un
jefe y un montón de trabajo que hacer.
—Tengo mucho trabajo. Además, tú me abandonaste durante cuatro
días —le recuerdo.
Todavía no se ha explicado. ¿Lo hará ahora?
—Pues vente conmigo ahora. —Me abraza con un poco más de fuerza.
Al parecer hoy tampoco va a darme ninguna explicación.
—¿Adónde?
—He de regresar a La Mansión, tengo que comentar unas cosas con
John. Puedes cenar algo mientras me esperas.
¡Ni hablar! No pienso ir a La Mansión y no pienso esperarlo en el
restaurante mientras él trabaja. No me arriesgaré a toparme otra vez con
doña Morritos.
—Prefiero quedarme aquí. No quiero molestarte —digo con la
esperanza de que no insista. Otro encontronazo con la zorra retorcida y
entrometida de Sarah no sería precisamente la mejor manera de acabar el
día. ¿Qué le importa a ella lo que haga Jesse con su vida privada?
Me da la vuelta, me sujeta las muñecas una a cada lado de la cabeza y
se coloca sobre mí.
—Tú jamás me molestarás. —Aproxima los labios a mis pechos y
empieza a besarme el pezón—. Te vienes.
La protuberancia aumenta de tamaño bajo su lengua suave y juguetona
y se me agita la respiración.
—Te veré mañana —digo entre jadeos.
Me aprisiona el pezón suavemente entre los dientes y me mira con
una sonrisa malévola.
—Hummm. ¿Necesitas un polvo para hacerte entrar en razón? —
sugiere, y se mete mi pecho en la boca.
Ni hablar. Acepto el polvo, pero no pienso ir a La Mansión. Aunque,
si empieza a follarme para hacerme entrar en razón, estoy jodida de más de
una manera. Es capaz de hacerme decir lo que sea. Bueno, en realidad eso
lo consigue en cualquier momento, pero sobre todo durante ese tipo de
polvos.
Oigo que se abre la puerta de casa y las risas de Kate y Sam mientras
suben por la escalera. Miro a Jesse, que sigue aferrado a mi pezón, y la
frustración que le invade el rostro me complace en secreto. Los polvos para
hacerme entrar en razón siempre serán bien recibidos, pero su objetivo en
esta ocasión en particular no tiene ningún sentido. ¿Por qué iba a querer
exponerme a otra disputa verbal con Sarah?
Él resopla de modo pueril y me suelta el pezón.
—Supongo que te será imposible no hacer ruido mientras te follo para
hacerte entrar en razón.
Enarco las cejas. Sabe que eso es imposible.
—Joder —refunfuña, y se levanta no sin antes restregarme la rodilla
entre las piernas, sobre mi sexo húmedo. La fricción hace que desee tenerlo
de nuevo encima de mí. No quiero que se vaya. Se inclina y me besa con
pasión e intensidad—. Tengo que irme. Cuando te llame mañana, cogerás
el teléfono.
—Lo haré —confirmo obedientemente, por la cuenta que me trae.
Sonríe con malicia y me pellizca la cadera. Chillo como una niña
pequeña y me pongo boca abajo. Entonces siento el aguijonazo de su mano
al chocar contra mi trasero.
—¡Ay!
—El sarcasmo no te pega, señorita. —La cama se mueve cuando se
levanta.
Cuando me doy la vuelta, ya tiene la camisa puesta y está
abrochándose los botones.
—¿Estará Sarah en La Mansión? —suelto antes de que mi cerebro
filtre la estúpida pregunta.
Él se detiene un momento, recoge los calzoncillos del suelo y se los
pone.
—Eso espero, trabaja para mí.
«¿Qué?»
—Me dijiste que era una amiga —repongo indignada, y me regaño a
mí misma por ello.
Frunce el ceño.
—Sí, es una amiga y trabaja para mí.
Genial. Me levanto de la cama y recojo mi camiseta de tirantes y mis
pantalones cortos. Por eso siempre está revoloteando por allí. ¿Debería
contarle lo de su advertencia? No, probablemente no haría caso de mis
celos inmaduros e insignificantes. Joder, qué asco me da esa mujer. Me
pongo la ropa y me vuelvo. Jesse se está colocando la chaqueta y me
observa con aire pensativo. ¿Sabe lo que estoy pensando?
—¿No vas a ponerte nada más? —pregunta mientras me analiza de
arriba abajo.
Le echo un vistazo a mi conjunto y vuelvo a mirarlo a él. Tiene las
cejas levantadas.
—Estoy en casa.
—Sí, y Sam está aquí.
—A Sam no parece importarle pasearse en calzoncillos por mi casa.
Al menos yo voy tapada.
—Sam es un exhibicionista —gruñe. Se acerca a mi armario y busca
entre las perchas—. Toma, ponte esto. —Me pasa un jersey de lana
gordísimo de color crema.
—¡No! —exclamo indignada. ¡Paso de morirme de calor!
Me lo acerca y lo agita delante de mí.
—¡Póntelo!
—No. —Mi respuesta es lenta y concisa.
No va a decirme lo que tengo que ponerme, y menos en mi propia
casa. Le quito el jersey de las manos y lo tiro sobre la cama. Él sigue su
trayecto en el aire con la mirada. Lo observa, tirado sobre el edredón, y
después vuelve a mirarme. Empieza a morderse el labio inferior con
fuerza. —Tres —masculla.
Abro los ojos como platos.
—¿Estás de coña?
No me responde.
—Dos.
Todavía no sé qué pasa cuando llega a cero, pero creo que esta vez
voy a descubrirlo.
—No voy a ponerme el jersey.
—Uno. —Sus labios forman una línea recta de enfado.
—Haz lo que quieras, Jesse. No voy a ponerme ese jersey.
Frunce el ceño.
—Cero.
Estamos uno frente al otro, él con una expresión de auténtica ira
mezclada con un poco de satisfacción y yo preguntándome qué coño va a
hacer ahora que ha llegado a cero.
Inspecciono la habitación en busca de una vía de escape, pero sólo hay
una, y tengo que esquivar a Jesse para llegar hasta ella. Es decir, que es
imposible.
Sacude la cabeza, exhala una larga bocanada de aire y echa a andar
hacia mí. Yo trato de saltar por encima de la cama para escapar, pero
quedo atrapada en el revoltijo de sábanas y chillo cuando siento que me
agarra del tobillo con una mano cálida y tira de mí.
—¡Jesse! —grito. Me da la vuelta y se me pone encima, cogiéndome
las manos por debajo de sus rodillas—. ¡Suéltame! —Me aparto el pelo de
la cara de un soplido y me lo encuentro mirándome con una expresión de
absoluta seriedad.
—Vamos a dejar una cosa clara. —Se quita la chaqueta, la tira sobre
la cama y coge el jersey—. Si haces lo que te mando, nuestra vida será
mucho más sencilla. Todo esto... —me pasa las manos por el torso y me
agarra los pezones por encima de la camiseta. Yo gimo—... es sólo para
mí. —Echa las manos hacia atrás y me hunde un dedo en el hueco que se
me forma encima de la cadera.
—¡NO! —grito—. ¡No, por favor! —Empiezo a reírme. Madre mía,
¡voy a mearme encima!
Continúa con su tortura y yo empiezo a retorcerme con violencia. No
puedo respirar. Entre la risa y el llanto, mi vejiga amenaza con estallar.
—¡Jesse, necesito ir al baño! —digo medio riendo medio llorando. No
puedo pensar en nada más que en el agonizante sufrimiento al que me está
sometiendo, el muy capullo. Y todo porque no he querido ponerme un
estúpido jersey.
—Eso está mejor —lo oigo decir entre mis frenéticas sacudidas. Me
aparta el pelo de la cara y pega sus labios contra los míos con fuerza—.
Podrías habernos ahorrado a los dos muchos problemas si te hubieses...
puesto... el puto... jersey.
Lo miro y frunzo el ceño mientras él aparta su peso de mí y vuelve a
ponerse la chaqueta. Yo me siento y descubro que llevo puesto el maldito
jersey. ¿Cómo lo ha hecho? Lo miro con todo el odio del mundo. Él me
observa atentamente, sin una pizca de humor en el rostro.
—Voy a quitármelo —espeto.
—De eso nada —me garantiza, y probablemente tenga razón.
Me levanto de la cama y me voy al baño con el ridículo jersey de lana
puesto.—
Eres un auténtico gilipollas —mascullo, y cierro la puerta de un
golpe. Voy a hacer pis y tomo otra nota mental: no volver a dejar que llegue
al cero. Acabo de vivir mi peor pesadilla. Me froto las caderas y noto que
la piel sensible de encima de los huesos todavía me hormiguea.
Cuando termino, Jesse está en la cocina con Sam y Kate. Ambos se
fijan en que llevo puesto un jersey. Me encojo de hombros y me sirvo otra
copa de vino.
—¿Habéis hecho las paces? —pregunta Kate al tiempo que se sienta
sobre las piernas de Sam. Él las abre y mi amiga cae en el hueco del medio
dando un chillido. Le da una bofetada cariñosa y vuelve a mirarme
esperando una respuesta.
—No —mascullo, y miro a Jesse con rencor—. Y por si te preguntas
quién ha hecho un agujero en la puerta de la cocina, no hace falta que
busques muy lejos. —Señalo a Jesse con la copa—. Y también ha sido él el
que ha roto tu copa de vino —añado como la chivata patética que soy.
Jesse se lleva las manos a los bolsillos, saca un montón de billetes de
veinte libras y los planta encima de la mesa delante de Kate.
—Si es más, dímelo —dice sin apartar la vista de mí. Escudriño la
mesa. Debe de haber dejado al menos quinientas libras ahí. Y me he dado
cuenta de que el muy arrogante ni siquiera se ha disculpado.
Kate se encoge de hombros y coge el dinero.
—Con esto bastará.
Jesse vuelve a meterse las manos en los bolsillos, se acerca a mí y se
inclina hasta que su cara queda a la altura de la mía.
—Me gusta tu jersey.
—Vete a la mierda —le suelto, y doy un buen trago de vino.
Él se ríe y me da un beso en la nariz.
—Esa boca —me regaña. Me agarra por la nuca, me recoge todo el
pelo en un puño y tira de mí hasta que quedamos nariz con nariz—. No
bebas mucho —ordena, y después me besa apasionadamente. Intento
resistirme... un poco.
Cuando sus labios me liberan y recupero el sentido, carraspeo y doy
otro trago.
Sacude la cabeza, inhala profundamente y se aleja de mí.
—Mi trabajo aquí ha concluido —dice con suficiencia mientras se
marcha.
—Adiós —canturrea Kate entre risas. La fulmino con la mirada.
—Colega. —Sam le estrecha la mano con una sonrisa—. Ava, sólo te
está dando amor.
—¡Que se lo meta por el culo! —exclamo.
Dejo mi copa de vino, cojo el móvil y salgo echando humo de la
cocina en dirección a mi habitación. Este hombre es imposible. Sam y Kate
empiezan a reír y yo me echo sobre la cama con el jersey puesto.
Finjo que mi único motivo para estar cabreada es que Jesse me haya
obligado a ponerme un jersey. El hecho de que se dirija a La Mansión y de
que cierta bruja de labios gordos vaya a estar allí no tiene nada que ver con
mi mal humor. Nada en absoluto.
Cuando estoy a punto de dormirme, en mi teléfono empieza a sonar
This is the One, de The Stone Roses. Pongo los ojos en blanco y estiro el
brazo para cogerlo de la mesita de noche. Este hombre tiene que aprender a
respetar mi teléfono.
—¿Qué? —ladro.
—¿Con quién te crees que estás hablando, señorita?
—¡Con un auténtico gilipollas!
—Haré como que no he oído eso. ¿Aún tienes el jersey puesto?
Quiero decirle que no.
—Sí —farfullo. ¿Vendrá a torturarme más si digo que no?—. ¿Has
llamado para preguntarme eso?
—No, quería oír tu voz —dice con dulzura—. Tengo mono de Ava.
Me derrito con un suspiro. Puede ser dominante, mandón e irracional
y al momento transformarse en un ser sentimentaloide y encantador.
—Has vuelto a manipular mi teléfono —lo acuso.
—Es que si llamo y lo tienes en silencio no vas a oírlo, ¿verdad?
—No, pero ¿cómo sabes que estaba en silencio? —pregunto, aunque
ya sé la respuesta. Tengo que bloquearlo con un código PIN—. Bueno, da
igual, es de mala educación coger el teléfono de los demás. Y, por cierto,
tienes que disculparte con Sally.
—Lo siento. ¿Quién es Sally?
—No lo sientes. Sally es la pobre chica de mi oficina a la que
agrediste verbalmente.
—Ah, no te preocupes por eso. Que sueñes conmigo.
Sonrío.
—Lo haré. Buenas noches.
—Ah, Ava...
—¿Qué?
—Tú eres «la definitiva», nena.
Me cuelga y el corazón se me sale del pecho. ¿A qué se refiere con «la
definitiva»? ¿Quiere decir lo que creo que quiere decir? Empiezo a
morderme la uña del pulgar y me quedo medio dormida pensando en su
comentario codificado.
¿Soy yo «la definitiva»?
¿Es él «el definitivo»?

Joder. Deseo con todas mis fuerzas que lo sea.

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