Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

01 Seduccion - Mi hombre Capítulo 15


Volver a capítulos

Capítulo 15
A la mañana siguiente, inicio la jornada laboral estrepitosamente mal, y lo
digo de manera casi literal. Acabo tirada en el suelo de madera, rodeada de
cajas, y Tom corre hacia mí con el horror reflejado en su cara de bebé.
—Madre mía, ¿estás bien? —Se agacha para ayudarme a levantarme y
me alisa la falda negra ceñida antes de pasar a la blusa sin mangas—. Lo
siento muchísimo. Iba a llevarlas al almacén.
Revolotea a mi alrededor como una mamá gallina, barboteando sobre
libros de salud, de seguridad y de prevención de accidentes.
—Tom, estoy bien. ¡Quítame las manos de las tetas!
Al instante, retira de mis pechos las manos nerviosas entre risitas.
—¡Qué pechos tan hermosos tienes, Caperucita!
—Si no fueras gay ya te habría dado una bofetada —le advierto.
—Ya, pero lo soy —responde con orgullo mientras empieza a recoger
las cajas.
—¿Qué hay en esas cajas?
—Muestras. Sally recibió la entrega. Lo lógico sería que las hubiera
guardado en el armario. Esa chica es una inútil —protesta.
Rastreo la oficina y veo a Sally peleándose con la fotocopiadora. La
verdad es que vive en su propio mundo.
—Buenos días —oigo cómo saluda a Victoria antes de verla—. Tom,
no pienso volver a salir contigo —le recrimina mientras se sienta en la
silla.
Los miro a los dos y me quedo esperando una explicación, pero parece
que ninguno está dispuesto a dármela.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Tom se encoge de hombros con expresión de culpabilidad y Victoria
inspira hondo para empezar a detallar sus quejas punto por punto:
—¡Volvió a dejarme tirada! —exclama, y dirige a Tom una mirada
acusadora.
Dejo el bolso junto a mi mesa y observo a Victoria mientras lanza
todo tipo de acusaciones a Tom, que parece sentirse muy culpable.
—No vuelvas a pedirme que salga contigo en la vida —espeta, y lo
señala con el bolígrafo—. ¡El viernes te largaste con el científico y anoche
ni siquiera tuviste la decencia de irte a casa con el mismo hombre!
—¡Tom! —exclamo con sarcasmo—. ¿No decías que el científico era
tu alma gemela?
—Puede que aún lo sea —se defiende con un tono de voz muy agudo
—. Sólo estoy probando muestras antes de decidir en qué debo invertir.
Victoria resopla y gira su silla para darle la espalda. Con mucho
cuidado, apoyo el culo sobre el asiento suave y acolchado de la mía, que en
estos momentos me parece de hierro, y hago una mueca de dolor. Saco el
móvil del bolso y veo que tengo un mensaje de Kate.
Me he ido temprano. No he querido despertarte por si estabas soñando con «señores»
;-) ¿Nos vemos en el Baroque a las 13? Tengo que estar de vuelta a las 14.30 :*
Así es. Y despierta también sueño con él. Empiezo a contestarle para
rechazar su invitación —he quedado con un dios—, pero me detengo a
mitad del mensaje. Se supone que había quedado con Matt para comer. Me
desmorono en la silla. Tengo la cabeza en otra parte en estos momentos, y
no voy a engañarme a mí misma acerca de la razón. Empiezo a darme
golpecitos en un incisivo con la uña e intento pensar en cómo salir de ésta.
¿Conclusión? No puedo, así que escribo primero a Kate.
Lo siento. Estoy muy, muy, muy ocupada. Nos vemos en casa. Un beso. A.
No puedo creerme que me toque el pelo incluso cuando escribo una
mentira. Se pondría hecha una fiera si se enterase de que he quedado con
Matt. Empiezo a golpetearme el diente de nuevo. No sé a cuál de los dos
debería dejar tirado. Matt parecía muy deprimido, y me dijo que no estaba
bien. Jesse quiere que vuelva a La Mansión para empezar con el diseño y
es posible que pase algo más... Esa mera idea hace que apriete los muslos.
Cojo el teléfono y llamo a Matt.
—Hola —me saluda, y suena más contento de lo que me esperaba.
Aunque seguramente no por mucho tiempo.
—Oye, me ha surgido algo. ¿Podemos quedar otro día? —Contengo la
respiración y me muerdo con fuerza el labio inferior mientras espero su
respuesta, y sí, me estoy tocando el pelo. Pese a que en realidad no estoy
mintiendo. Me ha surgido algo.
—¡Ava, por favor! —me ruega. Me suelto el mechón al instante. El
Matt arrogante y seguro de sí mismo ha vuelto a desaparecer y ha sido
sustituido por un extraño tímido e inseguro—. Necesito hablar contigo, de
verdad.
Me dejo caer en la silla, totalmente derrotada. ¿Cómo negarme si me
lo pide así? Debe de estar pasándole algo terrible.
—Vale —suspiro—. Nos vemos en el Baroque.
—Genial, nos vemos entonces —contesta de nuevo con tono seguro.
Me mantengo ocupada enviando correos electrónicos y comprobando
los progresos de los contratistas. Pero al mismo tiempo pienso en mil
excusas que darle a Jesse. Menos mal que no tengo que dárselas cara a
cara, porque mi manía de juguetear con el pelo me delataría al instante.
Patrick aparece a las once con un café de Starbucks. Quiero besarlo.
—Capuchino, doble y sin azúcar ni chocolate para ti, flor. —Me besa
la mejilla y me deja el vaso en la mesa—. No olvides tu cita con Mikael
mañana. —Se sienta en mi escritorio y yo aguanto la respiración al oírlo
crujir.—
Tranquilo. —Le muestro mi agenda para que vea que lo tengo
marcado y con letras bien grandes.
—Así me gusta. ¿Qué tal te fue en La Mansión?
Me pongo colorada al instante. No le conté a Patrick mi segunda visita
al hotel, pero sólo tenía que pasar las páginas de mi agenda para verla, y es
evidente que ya lo ha hecho.
—Bien —contesto con una voz unos tonos más aguda de lo normal y
con la cara roja como un tomate. Rezo para que acepte mi abrupta y
monosilábica respuesta y me deje en paz.
—Vaya, vaya. Ya me contarás. —Se levanta de la mesa y se marcha
para repartir el resto de los cafés.
Instintivamente, compruebo la mesa por debajo, por si hay astillas o
se ha soltado algún tornillo. Suspiro de alivio por haberme librado del
interrogatorio y porque mi escritorio sigue ileso. He estado tan despistada
que ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que
Patrick se hubiese enterado de mis actividades extracurriculares con el
señor Ward. Podría meterme en un buen lío.
Mi teléfono me informa de que tengo un mensaje. Lo cojo al instante
y leo la respuesta de Kate:
Compra el vino. Un beso.
Miro la hora en el ordenador. Las once y cuarto. Debería estar
saliendo ya para reunirme a las doce con el señor Ward. Muy a mi pesar,
busco su teléfono, pero, en lugar de llamarlo, me entra el canguelo y le
mando un mensaje:
Me ha surgido algo importante. Ya quedaremos. Luego te llamo. Un beso. A.
Apenas dejo el teléfono sobre la mesa y me suelto el pelo, la puerta de
la oficina se abre y entra una repartidora con un montón de calas. Es la
misma chica que fue al Lusso. Tom señala mi mesa y de pronto me siento
invadida por un torrente de culpabilidad. Me hundo aún más en la silla,
hecha polvo. Acabo de dejarlo plantado y él me manda flores. Bueno,
técnicamente no lo he dejado plantado. Sólo he aplazado una reunión de
negocios. Lo entenderá. Acepto las flores, firmo los papeles de la chica y
después encuentro la nota.
ESTOY DESEANDO QUE LLEGUE MI CITA.
TÚ TAMBIÉN DEBERÍAS SENTIR LO MISMO.
UN BESO, J.
Dejo caer los brazos sobre el escritorio y entierro la cabeza entre
ellos. Me siento como una auténtica mierda. Después de todo lo que hizo
ayer por mí, de que golpeara a ese calvorota capullo, de que me rescatase
de una agresión... ¿y voy yo y hago esto? Soy una auténtica imbécil, y lo he
dejado plantado por mi ex. Soy una estúpida. Joder, como Kate se entere
estoy muerta. No obstante, tengo que decirle que deje de mandarme flores
al trabajo. Patrick no tardará en empezar a hacerme preguntas.
Salgo del trabajo a la una menos cuarto para ir a reunirme con Matt
después de haberme comportado todavía peor y haber ignorado diez
llamadas de Jesse. Sé que sólo he empeorado las cosas, pero no he visto su
primera llamada porque estaba en el baño y no he podido contestarle a la
segunda porque estaba hablando con un cliente por el fijo, así que ha
empezado a llamar sin parar, por lo que deduzco que no está muy contento.
Y ha conseguido que me harte de una de mis canciones favoritas de todos
los tiempos.
Cuando llego, la barra está llena, pero veo a Matt en un rincón, ya con
unas bebidas sobre la mesa.
Se levanta en cuanto me ve con una amplia sonrisa.
—¡Ava! —Me agarra y me abraza contra su pecho, cosa que me pilla
por sorpresa.
Jamás me había abrazado de esta manera, ni siquiera cuando
estábamos juntos. Se aparta y me da un beso en la mejilla que alarga un
poco más de lo necesario.
—Gracias por haber venido. Te he pedido vino, que sé que te encanta.
¿Te parece bien?
—Claro —sonrío. Una copita no me hará daño. Me aparto de él y me
siento en la silla de enfrente—. ¿Va todo bien? —pregunto nerviosa y con
la voz cargada de toda la aprensión que siento en realidad.
—Estás muy guapa —comenta sonriendo alegremente—. ¿Quieres
comer algo?
—No, estoy bien —respondo, y frunzo el ceño—. Matt, ¿qué es lo que
tienes que contarme? Dijiste que no estabas bien.
Se muestra nervioso y su comportamiento me resulta sospechoso.
Estoy empezando a sentirme tremendamente incómoda. Doy un sorbo al
vino y observo por encima de la copa cómo juega con el borde del vaso de
su pinta de cerveza. ¿Qué lo reconcome? Al final toma aire, se inclina
sobre la mesa y coloca una mano encima de la mía. Me quedo inmóvil a
mitad del sorbo y bajo la mirada hacia su mano.
Entonces me doy cuenta. «¡Mierda!» Lo miro con los ojos abiertos y
horrorizados y rezo para que me diga que Henry, el pececillo de colores, ha
muerto. Por favor, que sea eso y no lo que creo que va a ser.
—Ava, quiero volver contigo —dice de forma clara y concisa.
La verdad es que no me lo esperaba, al menos hasta hace diez
segundos. Pero ¿qué narices le pasa?
Mi copa continúa pegada a mis labios cuando continúa:
—He sido un gilipollas. No me merezco una segunda oportunidad...
Yo resoplo.
—¿Una «segunda» oportunidad?
Deja caer la cabeza, derrotado.
—Vale, sí, ya sé a qué te refieres. —Levanta la cabeza y veo su
expresión llorosa y sincera—. No volverá a pasar, te lo prometo.
¿Me está tomando el pelo? ¿Cuántas veces he oído toda esta mierda?
Es infiel por naturaleza.
—Matt, lo siento, pero eso no va a pasar —le digo con voz tranquila y
pausada.
Él abre los ojos, sorprendido. Sacudo la cabeza ligeramente para
reafirmar mis palabras.
En cuestión de tres segundos, su rostro pasa de triste y afligido a
oscuro y receloso.
—Es por ella, ¿verdad? —me espeta desde el otro lado de la mesa. No
hace falta ser ningún genio para saber a quién se refiere—. En cuanto abre
esa bocaza, tú la escuchas. ¿Cuándo vas a empezar a pensar por ti misma?
Me quedo pasmada. Lo cierto es que Kate no dijo ni una palabra a lo
largo de cuatro años. Me dejó claro que no le gustaba Matt, pero jamás
interfirió en nuestra relación. Yo traté de mantenerlos a distancia. Ella
nunca intentó influenciarme. Sólo estaba ahí, como una verdadera amiga,
cuando las cosas se torcían. Y lo hacían... muy a menudo. Retiro la mano
de debajo de la suya y le doy otro trago al vino para relajarme. No merece
mi tiempo. Ya malgasté cuatro años con él y no va a robarme ni un
segundo más. No puedo creer que haya dejado tirado a Jesse para venir
aquí.
—¿No vas a decir nada? —sisea con la mirada llena de rencor y
desdén.
Tengo ganas de pegarle, pero consigo dominar la ira.
—Matt, ya lo he dicho todo, tengo que irme. ¿Era ése el único motivo
para arrastrarme hasta aquí?
Él da un respingo y enarca las cejas casi hasta el nacimiento del pelo.
—¿No estás preparada para volver a intentarlo?
—No —respondo llanamente. Jamás había tomado una decisión con
tanta facilidad.
Se pone en pie de un salto, iracundo, y derrama la cerveza en el
proceso.
—Me necesitarás antes que yo a ti.
Me río en su cara.
—¿Que yo voy a necesitarte? —Trato de controlar el ataque de risa—.
Sí, por eso estás aquí suplicándome que volvamos y yo te he mandado a la
mierda. ¿Qué pasa, Matt? ¿Ya no te quedan más mujeres que tirarte?
Lo miro mientras se alisa el traje negro y barato que lleva puesto y se
pasa la mano por el pelo castaño y lacio. Es curioso, ya no lo encuentro
atractivo. En realidad me da repelús. ¿Qué veía en él? Estaba con él por
costumbre, nada más. Una mala costumbre.
—¡Lo sabía! —La voz aguda de Kate hace que me tense—. ¡Sabía que
estabas viéndolo! —Al volverme, veo su precioso rostro normalmente
pálido rojo de ira.
—Vaya, ha venido a unirse a la fiesta —suelta Matt en voz alta para
que lo oiga—. No puedes dejar de meter las narices donde no te llaman,
¿verdad?
Miro hacia la barra y veo que la gente ha empezado a observarnos,
especialmente a Matt, que ha tirado el vaso de cerveza al suelo. Si me
dejan, le ahorraré saliva a Kate y le contaré lo que acaba de suceder.
Aunque supongo que, después de cuatro años con la «bocaza» cerrada,
debería dejar que se desahogara.
Se acerca a él en actitud desafiante. Matt la mira con cara de pocos
amigos cuando se le encara.
—Ella no te quiere, pedazo de mierda engreída. —Su tono es
controlado y penetrante—. Está con otro, así que vuelve al agujero del que
has salido.
¡Mierda! ¿Por qué ha tenido que decirle eso? Matt me mira en busca
de una confirmación, pero yo no se la ofrezco. Suelta unos cuantos
improperios airados y se larga del bar con una pataleta.
Kate se deja caer sobre la silla delante de mí y me mira con los ojos
azules entornados. Me pongo a la defensiva inmediatamente.
—Me dijo que no estaba bien. ¡Pensaba que se había muerto alguien!
Ella sacude la cabeza.
—Estoy furiosa contigo.
Resoplo y cojo la copa de vino para darle un buen trago.
—Yo también estoy furiosa conmigo misma. Pero no tenías por qué
haberle dicho eso. ¿Por qué lo has hecho?
Ella sonríe con malicia.
—Porque ha sido divertido. ¿Has visto qué cara ha puesto?
Sí, no se me olvidará en la vida. Pero, aun así, le ha dicho algo que no
es cierto. No estoy con nadie. Estoy acostándome con alguien, que es muy
diferente. Mi móvil empieza a sonar y lo busco por el bolso. Es la
undécima llamada de Jesse.
—¿Quién es? —pregunta Kate, y acerca la cabeza para ver la pantalla.
—Jesse.
Frunce el ceño.
—¿No le contestas?
Me inclino sobre la silla y dejo que siga sonando.
—Lo he dejado plantado para venir a ver a Matt —refunfuño.
Kate abre la boca de asombro.
—Ava, a veces pareces tonta. No te ofendas, pero cuando estabas con
él te volviste tan aburrida que me planteé dejar de ser tu amiga.
Su comentario me duele.
—Ya te vale, ¿no?
Ella se echa a reír.
—La verdad duele, ¿verdad?
—Pues sí, así es.
—Pero bueno, has salido airosa de la situación, así que voy a dejarlo
correr. —Se echa hacia adelante para decirme—: Diviértete. Además, él
me gusta.
Sí, ya lo ha dejado bastante claro, y él no es aburrido. Pero sé que esto
no puede acabar bien. Un empleado se acerca con un recogedor y un
cepillo. Le sonrío a modo de disculpa, pero el teléfono empieza a sonar de
nuevo y me interrumpe. Vuelvo a ignorarlo... una vez más. Necesito
tiempo para pensar en todo esto. Ayer estaba tan afectada que dejé que un
pecho firme, una voz suave e hipnotizadora y unos labios exuberantes me
nublasen el pensamiento. ¿A quién quiero engañar? Cada vez que estoy con
ese hombre pierdo la capacidad de pensar. Me abruma con su intensidad y
me arrebata el sentido común.
—Vaya, ¡un tío bueno a las tres! Y está mirando. ¿Cómo tengo el
pelo? ¿Tengo cobertura de tarta en la cara? —Kate empieza a frotarse las
mejillas con las palmas de las manos.
Me vuelvo en esa dirección y veo al tipo de la barra de La Mansión.
¿Cómo se llamaba? ¿Drew? No, Sam. Levanta la botella de cerveza y me
saluda con una amplia sonrisa dibujada en el rostro descarado. Le respondo
levantando la mano y miro a Kate.
—¿Lo conoces? —pregunta incrédula.
—Es Sam, estaba en La Mansión. Es amigo de Jesse.
—¡Joder! Jesse pertenece a una banda de tíos buenos. —Se echa a
reír, con los ojos abiertos como platos a causa de la emoción—. ¿Cómo es
que nunca me has hablado de ese lugar? —inquiere—. La próxima vez que
vayas iré contigo —dice decidida, y sé que no bromea—. Viene hacia aquí.
¡Preséntamelo, por favor!
Sacudo la cabeza. Para ella no es más que otra primera cita a la que
hincarle el diente. Un momento... De repente me entra el pánico. ¿Me
habrá visto con Matt? Espera... ¿por qué me preocupa eso?
—Hola, Ava, ¿qué tal?
Sam llega a la mesa, todavía sonriendo y con ese hoyuelo en la cara.
La verdad es que es muy mono, tiene el pelo desaliñado y los ojos
brillantes. Lleva puestos unos vaqueros y una camiseta, como la otra vez.
Debe de irle el estilo informal.
—Bien, Sam, ¿y tú? —Apuro el vino. Me tomaría otra copa, pero no
creo que a Patrick le hiciera mucha gracia que volviera a la oficina medio
borracha—. ¿Llevas mucho rato aquí? —pregunto como si tal cosa.
—No, acabo de llegar. ¿Qué tal Jesse? —inquiere con una sonrisa
maliciosa.
¿Qué le hace pensar que sé la respuesta a esa pregunta? ¿Se lo ha
contado él? Noto que empiezo a ponerme colorada, aunque he llegado a la
rápida conclusión de que me está tomando el pelo. Es su amigo, así que
seguro que sabe cómo está. Me encojo de hombros, porque la verdad es que
no sé qué contestar. No tengo ni idea de cómo está porque no he acudido a
nuestra cita. Cuando me despedí ayer de él, estaba calentando todos mis
motores sexuales y yo jadeaba como una desesperada. Imagino que ahora
se sentirá algo cabreado por el hecho de que no haya acudido. ¡Ja! ¿Y qué
va a hacer? ¿Despedirme? Quizá debería. Me ahorraría todos estos
quebraderos de cabeza. De repente noto un fuerte golpe en la espinilla y, al
alzar la vista, veo que Kate me mira con el ceño fruncido.
—Ah, Sam, ésta es Kate. Kate, Sam. —Muevo la mano entre ambos y
me fijo en que el semblante de Kate se torna angelical. Le ofrece la mano a
Sam, que sonríe antes de estrechársela.
—Un placer conocerte, Kate —dice con cortesía y pasándose la otra
mano por las ondas engominadas.
—Lo mismo digo. —Arquea una ceja.
¡No me lo puedo creer! Está flirteando con él. Sonríe con timidez ante
los cumplidos que él le hace a su cabello rojo y salvaje mientras siguen
agarrados de la mano. El teléfono me avisa de que tengo un mensaje. Para
huir del evidente cortejo que tengo delante, lo abro y lo leo con un ojo
cerrado.
Más vale que tengas una BUENA razón para dejarme plantado. Espero que se esté
muriendo alguien. Estoy muy cabreado, señorita. Esta vez NO hay beso.
¡Vaya! Está preocupado. Mi corazón da un inesperado brinco de
aprobación, pero al instante me obligo a salir de mi patética burbuja de
satisfacción y me recuerdo que no tengo que rendirle cuentas de nada. Está
claro que le gusta que lo obedezcan. Además, no lo he dejado plantado.
Sólo he retrasado una reunión de negocios. Me va a estallar la puñetera
cabeza. Pero ¿qué me pasa? Dejo el teléfono sobre la mesa y, al alzar la
vista, veo a Kate interpretando el mejor acto de flirteo que haya visto en la
vida. No conoce la vergüenza, y siguen cogidos de la mano.
Ella deja de mirar a Sam y me mira a mí.
—¿Era de Jesse? —pregunta descaradamente.
Le doy una patada por debajo de la mesa y noto que Sam me mira. La
voy a matar.
—¿Jesse? —pregunta Sam—. Acaba de llamarme. No tardará en
llegar.
«¿Qué?»
Kate se echa a reír como una hiena, y yo le propino otra patada por
debajo de la mesa. ¿Le habrá dicho Sam que yo estaba aquí?
—Tengo que irme —digo, y me levanto—. Kate —sonrío dulcemente
mientras ella controla la risa—, ¿tú no tenías que hacer algo a las dos y
media? —No —responde también sonriendo e incluso superando mi nivel de
dulzura. Es de lo que no hay.
La miro con recelo y recojo mi bolso y mi teléfono.
—Bueno, pues luego nos vemos. Me alegro de volver a verte, Sam.
Le suelta la mano a Kate y me besa en la mejilla.
—Sí, lo mismo digo, Ava. Un placer.
Me dispongo a marcharme, pero entonces doy media vuelta con una
expresión totalmente plana e indiferente.
—Por cierto, Kate. Dan vuelve la semana que viene. —Le suelto la
bomba y espero la explosión. No tarda ni un nanosegundo en abrir la boca
de asombro.
¡Toma! Le lanzo una mirada para advertirle que no debe jugar
conmigo y me largo llena de satisfacción. Aunque me dura poco. Jesse está
justo detrás de mí, mirándome como un perro rabioso. Me encojo al
instante.
—¿Quién ha muerto? —ladra.
Está muy cabreado.
—Estaba trabajando —me defiendo nerviosa.
Me mira con el ceño fruncido.
—¿Y eso te impide contestar el teléfono? —Su voz destila
desaprobación.
Vale, puede que el que no contestase a sus llamadas sea una razón de
peso para estar enfadado.
Me vuelvo y veo a Kate y a Sam observando en silencio nuestro
pequeño altercado. Mi amiga empieza a mirar en todas direcciones menos
en la nuestra. Sam apenas logra dominar su expresión de sorpresa y fracasa
en su intento de fingir desinterés. Suspiro y miro a Jesse, que aún parece
estar a punto de golpear algo.
—He de volver al trabajo —digo. Lo esquivo y salgo del bar. Su
reacción me parece exagerada y roza peligrosamente la posesión y la
manipulación, y yo no quiero ni una cosa ni la otra.
Salgo a Piccadilly y sorteo la multitud que se forma a la hora de
comer. Sé que me sigue. Siento su mirada verde y penetrante clavada en mi
espalda.
Cuando giro hacia Berkeley Street, el gentío disminuye y me vuelvo.
Está increíblemente guapo con ese traje gris pizarra y esa camisa azul
claro. Resoplo para mis adentros y acelero el paso. Si consigo llegar a la
oficina, estaré a salvo de su cólera. No va a montarme una escenita en el
trabajo, ¿verdad? Aunque no parecía que le importase mucho montármela
delante de Kate y de Sam. ¿Me arriesgo? Este tío es muy inestable. Pero
¿por qué se comporta de esta manera? Sólo nos hemos acostado, no nos
hemos casado.
Acelero el paso y cruzo las puertas de la oficina pero, en cuanto llego
a mi mesa, me arranca de allí entre quejas y me arrastra de nuevo hacia la
calle.
—Pero ¿qué coño haces? —vocifero. Él pasa de mí y sigue avanzando
hacia la puerta.
Me agarro al final de su espalda y, al alzar la vista, veo que Tom,
Victoria y Sally contemplan con la boca abierta cómo me transporta hasta
el exterior. Por favor, que Patrick no esté.
—¡Joder, Jesse! ¡Suéltame!
Deja que me deslice por la parte delantera de su cuerpo, y lo hace
lentamente, con la intención de que note los duros músculos de su
magnífico pecho. Me detiene antes de que toque el suelo con los pies. Me
sostiene por la cintura para que mis labios queden a la altura de los suyos y
su flagrante erección me roce justo en el lugar adecuado. ¿Está cabreado y
cachondo?
Se me escapa un gemido traicionero cuando se aprieta contra mí con
ese aliento cálido y fresco. Se supone que tengo que estar cabreada, y, sin
embargo, aquí estoy, retenida en contra de mi voluntad —más o menos— y
deseando desnudar a mi captor delante de todos mis colegas, que se han
pegado al cristal de la puerta de la oficina peleándose por las mejores
vistas.—
Esa boca. Me has dejado plantado. —Aprieta sus labios contra los
míos y se aparta. Su mirada se suaviza mientras me mira y espera una
explicación.
Ahora no puedo decirle por qué he cancelado la cita. Supongo que se
subiría por las paredes.
—Lo siento —suspiro. ¿Aceptará mis disculpas?
He de volver a la oficina y aclararme las ideas. No, he de volver a casa
y aclararme las ideas, a ser posible con una botella de vino.
Él sacude la cabeza suavemente y me ataca la boca con vehemencia en
mitad de Bruton Street. Hundo los dedos en su pelo y me rindo a esos
labios tremendamente adictivos sin darle demasiadas vueltas. No tiene
ninguna vergüenza y parece ajeno por completo al ajetreo de peatones que
se apresuran de un lado a otro a la hora de comer y que, con toda seguridad,
se quedan mirando cómo me devora. Me tiene absorbida. Presiona la
entrepierna con fuerza contra mí y gimo. Este beso es para demostrarme lo
que me he perdido, y estoy empezando a odiar a Matt por ello.
—No vuelvas a hacerlo —me ordena con un tono que no acepta
réplica. Me suelta y toco el suelo con los pies. La repentina falta de
sujeción hace que me tambalee hacia adelante.
Me coge del brazo para enderezarme y una puñalada de dolor me
recorre el cuerpo y rompe el embrujo. Respiro hondo. Me suelta y se aparta
de mí. Sus dulces ojos verdes se inundan de rabia al ver los moratones que
luzco en el brazo por cortesía del calvo gilipollas. Mientras los observa, la
mandíbula empieza a temblarle y se le hincha el pecho.
Sólo pienso en la suerte que tuvo el calvorota de que estas
magulladuras no se vieran ayer.
—Estoy bien. —Me cubro con la mano con la esperanza de que, al
ocultar la zona que lo altera, abandone el estado de furia.
Parece un loco homicida. ¿Está cabreado porque tengo unos
moratones?
—Tengo que volver al trabajo —digo con un hilo de voz, algo
nerviosa.
Aparta la mirada de mi brazo y vuelve a fijarla en mis ojos. Me mira
como si yo fuera lo que lo altera. Un destello de irritación cruza su
atractivo rostro cuando levanta la mano para frotarse las sienes con las
puntas de los dedos. Entonces suspira agobiado.
Finalmente, sacude un poco la cabeza y se marcha sin mediar palabra.
Me deja ahí plantada sobre la acera, preguntándome qué coño ha pasado.
Agacho la cabeza y miro desesperadamente al suelo, como si fuese a
encontrar la respuesta escrita con tiza en los adoquines.
¿Ya está? ¿Se ha acabado? Su expresión decía que sí. No sé muy bien
cómo me siento al respecto. De repente me está clavando las caderas y
haciéndome gemir, y al segundo siguiente me mira con toda la rabia del
mundo. ¿Qué se supone que debo pensar? No tengo ni idea. Me obligo a
salir de mi ensimismamiento y regreso a la oficina. Reina un silencio
incómodo. Todo el mundo finge estar ocupado.
—¿Estás bien? —pregunta Tom, que pasa despacio junto a mi mesa.
Levanto la mirada y veo su expresión cotilla de siempre teñida de un
aire de preocupación.
—Estoy bien. Ni una palabra de esto a Patrick —digo con más dureza
de la que pretendía.
—Claro, tranquila. —Levanta las manos en señal de defensa.
«¡Joder!» Lo último que necesito es que Patrick se entere de que me
han pillado con un cliente. Debería haber sido más fuerte y haberme
resistido a sus insinuaciones. No me gusta nada cómo me siento ahora

mismo. Creo... creo que me siento... ¿abandonada?

Volver a capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros