—Buenos días. —Sé que mi voz destila tristeza, pero estoy haciendo
todo
lo posible por evitarlo.
Tom levanta la vista de su copia de la Interiors Weekly y se baja las
gafas hasta la punta de la nariz.
—Querida, ¿a qué viene esa cara tan larga? —pregunta. No tengo
energías ni para fingir una sonrisa. Me dejo caer en la silla y
Tom se acerca
corriendo a mi mesa, en un nanosegundo—. Mira, esto te animará.
Me enseña una página de la revista que está leyendo y ahí, sentada
como si tal cosa en el diván de terciopelo del Lusso, aparezco yo.
—Genial —suspiro.
Ni siquiera me molesto en leerlo. Tengo que borrar de mi mente
todo
lo relacionado con ese edificio.
—¿Mal de amores? —Me mira con compasión.
No, no es eso. Para eso hace falta que haya amor. Me enfurruño.
Sabía
que sería la última vez que lo veía. Cuando se marchó, supe que no
volvería a verlo. No he estado mirando el teléfono cada diez
minutos, no he
estado dándole vueltas al asunto todo el rato y no estoy
jugueteando con mi
pelo mientras pienso esto. Admito a regañadientes... que lo echo
mucho de
menos. Qué ridículo. ¡Sólo era un polvo de despecho!
—Estoy bien —digo, y reúno las fuerzas necesarias para esbozar una
sonrisa—. Es viernes, estoy deseando pillarme un pedo mañana por
la
noche. Necesito una noche de fiesta.
—¿De verdad vamos a pillarnos un pedo? ¡Fabuloso!
Desvío la atención hacia la entrada de la oficina cuando oigo la
voz
aguda de Victoria.
—¡Ma-dre mí-a! No vais a creeros lo que acabo de ver. —Está a
punto
de desmayarse.
Tom y yo la miramos perplejos.
—¿Qué? —preguntamos al unísono.
—Estaba en Starbucks esperando mi capuchino doble con extra de
chocolate, y de repente entra un tío... Me suena de algo, pero no
sé de qué.
Un tío que está como un tren. Pero bueno, estaba ahí de pie, a lo
suyo, y de
repente ha llegado una mujer pavoneándose y le ha tirado un frappuccino
por encima. —Hace una pausa para respirar—. La mujer empieza a
gritarle, a decirle que es un capullo egoísta y mentiroso, y se
larga y lo deja
ahí, empapado de café helado y nata. Ha sido superfuerte.
Me siento y contemplo a Victoria mientras recupera el aliento
después
de narrar casi sin respirar los sucesos del viernes por la mañana
en
Starbucks. Cuando voy yo nunca pasa nada.
—Parece que alguien ha sido un chico malo —sonríe Tom con malicia
—. ¿Cómo estaba de bueno?
Pongo los ojos en blanco. Sin duda Tom habría ido a rescatarlo.
Victoria levanta las manos con las palmas hacia adelante.
—De portada de la Men’s Vogue.
—¿En serio? —dice Tom mientras se quita las gafas—. ¿Sigue allí?
Ella hace una mueca con su preciosa cara.
—No.
Esto es absurdo.
Patrick irrumpe a toda prisa en la oficina.
—Chicos, ¿hoy se trabaja o el viernes es día festivo? —Pasa a
nuestro
lado a toda velocidad en dirección a su despacho y cierra la
puerta a sus
espaldas.
—Venga, vamos a trabajar un poco, ¿no? —Los echo de mi mesa con
un gesto de la mano.
—Ah, se me olvidaba —dice Tom tras dar media vuelta—. Van Der
Haus ha llamado para decir que vuelve a Londres el lunes. Va a
mandarte
las especificaciones por correo electrónico y de momento nos ha
enviado
esto. ¿Está bueno? —Arquea una ceja de manera sugerente y me
entrega un
sobre. Es el gay más zorrón que he visto en mi vida, pero voy a
complacerlo.
—Mucho —digo abriendo mucho los ojos para darle énfasis a mis
palabras. Cojo los planos que me ofrece.
Me mira con recelo.
—¿Por qué siempre te dan a ti los clientes más sexy? —Se marcha
hacia su mesa—. ¿Qué no daría yo porque un adonis entrase aquí y
me
aupara sobre su hombro.
Me apeno al escuchar el comentario de Tom respecto a la escenita
de
Jesse la última vez que lo vi y saco el teléfono del bolso justo
cuando
empieza a sonar. No es más que un recordatorio del calendario. Mi
cita en
la peluquería, mañana por la tarde. Se me había olvidado. Al menos
eso me
anima un poco. Estaré bien guapa para nuestra gran noche de
fiesta.
Perfecto.
Reviso montones de presupuestos, fechas de entrega y requisitos de
promotores antes de llamar a mis clientes actuales para comprobar
que
todo va bien. Y así es, excepto por el drama de las cortinas de la
señora
Peter. Recibo un correo de Mikael. Lo leo rápidamente y decido
estudiarlo
con más detenimiento el lunes.
Sally se acerca a toda prisa a mi mesa con una entrega.
—Eh... Creo que esto es para ti, Ava. —Se mueve de un lado a otro
con una caja en la mano—. ¿Lo quieres?
¿Qué? Sí, lo quiero. Si es una entrega para mí, claro que lo
quiero.
Esta chica tiene un problema de seguridad. Le cojo la caja de las
manos.
—Gracias, Sally. ¿Puedes hacerle un café a Patrick?
—No sabía que quisiera uno.
Su expresión de pánico hace que me den ganas de hacerle yo a ella
un
café.
—Es que parece que está algo bajo de moral. Vamos a mimarlo un
poco.
—¿Está bien? No estará enfermo, ¿verdad?
—No, pero creo que le vendrá bien un café —insisto mientras lucho
con todas mis fuerzas por no perder la paciencia.
—Claro. —Se marcha corriendo. Su falda de cuadros se agita
alrededor de sus zapatos de salón. No sabría decir qué edad tiene.
Parece
rondar los cuarenta, pero algo me dice que debe de tener mi edad.
Abro la
caja y veo todas las muestras de tela que había pedido para la
Torre Vida.
La meto debajo de la mesa. Ya les echaré un vistazo también el
lunes.
Cerca de las seis de la tarde, asomo la cabeza por la puerta de
Patrick.
No tiene buen aspecto.
—Patrick, me voy ya. ¿Estás bien?
Aparta la vista del ordenador y sonríe, pero sus ojos no brillan
como
de costumbre.
—Sólo estoy un poco pachucho, flor.
—Deberías irte a casa —digo preocupada.
—Sí, creo que eso es lo que voy a hacer. —Levanta su corpachón de
la
silla y apaga el ordenador—. Esa dichosa mujer me ha dado de comer
algo
en mal estado —masculla mientras coge su maletín.
—Lo he apagado todo. Sólo tienes que poner la alarma.
—Estupendo. Que pases un buen fin de semana, flor. Nos vemos el
lunes. —Se pasa el dorso de la mano por la frente sudorosa. Algo
no va
bien.
—De acuerdo, nos vemos el lunes.
Estoy en mi dormitorio, lista para irme. Tengo el pelo perfecto.
Llevo
unas ondas grandes y naturales cortesía de Philippe, mi peluquero,
y un
vestido nuevo de Selfridges que compré por impulso para sentirme
mejor,
aunque me queda genial. Es negro, corto y muy entallado. Me he
maquillado los ojos con un negro ahumado muy marcado y he escogido
un
tono nude para los labios. La verdad es que estoy bastante sexy.
Entro en la cocina y veo a Kate asomada a la ventana, fumándose un
cigarrillo a escondidas. ¿En qué estará pensando ahora? Está tan
mona
como siempre, con un vestido de color crema con la espalda
descubierta.
—¡Madre mía! —exclama—. Estás impresionante. —Baja de un salto
de la encimera y mete los pies en los tacones dorados—. ¿Es lo
bastante
corto? Enarco una ceja e inspecciono su vestido.
—Puta...
Ella ríe con ese gorjeo desenfadado que siempre me saca una
sonrisa.
—Toma. —Me pasa una copa de vino. Se la agradezco y
prácticamente me la bebo de un trago. Me hacía mucha falta—. Ya
está
aquí el taxi.
Dejo la copa vacía a un lado y sigo a Kate hasta el taxi. Estoy
deseando que llegue esta noche para recuperarme, pero paso por
alto el
hecho de que pretendo recuperarme de unos cuantos encuentros
apasionados con un hombre apasionado, no de la ruptura de mi
relación de
cuatro años con Matt. Es curioso. La verdad es que en ningún
momento
sentí la necesidad de salir y ponerme hasta las orejas de alcohol
cuando él
y yo lo dejamos.
Entramos en el Baroque y de inmediato veo a Tom y a Victoria en la
barra. —¡Madre mía! —exclama Tom mirándome de arriba abajo—. ¡Ava,
estás de muerte!
—Estás estupenda, Ava —añade Victoria.
Sólo es un vestido.
—Gracias —digo, y me encojo de hombros para quitarle importancia.
—¿Qué quieres tomar? —pregunta Kate.
Ya me he tomado una copa de vino, así que supongo que debería
seguir con lo mismo. Dije que esta noche iba a beber.
—Un rosado, pero que sea Zinfandel, por favor.
Kate pide las bebidas y nos dirigimos a una mesa cerca del DJ. Tom
viste su nueva camisa de color coral y unos vaqueros demasiado
apretados.
Sólo le falta tatuarse la palabra «gay» en la frente. Victoria
está tan guapa
como siempre. Todo el mundo se ha arreglado mucho para esta noche,
incluida yo. ¿Por qué será?
Conforme el vino va entrando en mi cuerpo, mis preocupaciones
comienzan a disiparse. Reímos y charlamos, y empiezo a sentirme
normal
otra vez. Me siento libre y me gusta. Mi madre siempre dice: «El
alcohol
te suelta la lengua, y quien mucho habla mucho yerra.» Acabo de
descubrir
que tiene razón, porque estoy totalmente desinhibida y he puesto a
todo el
mundo al día sobre los últimos acontecimientos. Teniendo en cuenta
que
quería olvidarme de todo, me estoy esforzando mucho por aferrarme
a los
recuerdos.
Tom está entusiasmado con todo el sexo de despecho que he tenido.
—¿Así que se largó y no lo has visto desde entonces? —pregunta
afectado.
—Eso no mola nada —interviene Victoria.
Kate pone los ojos en blanco y mira a los dos como si fuesen
tontos de
remate.
—Pero ¿es que no lo veis? —resopla enfurruñada.
Tom y Victoria se contemplan el uno a la otra, y después a mí. Yo
me
encojo de hombros. ¿Qué no vemos? Kate niega con la cabeza.
—Parecéis idiotas. Es muy simple... él la quiere. Ningún hombre se
comporta así por un polvo. Ya te lo dije, Ava.
—Entonces ¿por qué ha desaparecido? —Victoria se inclina hacia
adelante, totalmente fascinada por la explicación de Kate al
comportamiento de Jesse.
—¡No lo sé! Pero creo que es eso. He visto la química que había
entre
vosotros. Y era una pasada. —Kate se deja caer en su silla alta,
totalmente
exasperada.
Yo me echo a reír. No sé si es porque he tomado demasiado vino,
pero
ha sido... gracioso.
—Da igual. Sólo era un polvo y ya está.
Mi explicación no parece satisfacerlos, porque todos continúan
contemplándome con cara de incredulidad. Creo que ni siquiera a mí
me
convence, pero han pasado cuatro días y he logrado resistir la
insoportable
tentación de llamarlo. Además, él tampoco me ha llamado ni ha
vuelto a
concertar una cita, así que eso lo dice todo. Voy a pasar página.
Sólo estoy
tremendamente cabreada conmigo misma por ceder ante su
persistencia, lo
que lo situaba en posición de dejarme, cosa que ha hecho.
—Oye, ¿podemos cambiar de tema? —les suelto—. He salido a
divertirme, no a analizar los detalles de mi polvo de despecho.
Tom remueve su piña colada.
—¿Sabes qué? Todo sucede por una razón.
—¡Venga ya! ¡No empieces con todas esas chorradas! —lo reprende
Kate.
—Pero es verdad. Creo firmemente en ello. Tu polvo de despecho es
un escalón que te lleva hacia el amor de tu vida. —Me guiña un
ojo.
—Y Matt fue un peldaño que duró cuatro años —señala Kate.
—¡Por los peldaños! —exclama Tom.
Kate se une al brindis.
—¡Y por los chupitos!
Apuro el vino y levanto la copa.
—¡Sí! ¡Por los chupitos! —grita Tom, y se marcha bailando hacia la
barra.
Nos tambaleamos por la calle hasta nuestro siguiente destino: el
Blue
Bar. Los porteros nos dejan entrar, aunque uno de ellos mira la
camisa de
Tom con recelo. Tom y Victoria salen corriendo hacia la pista de
baile en
cuanto oyen a Flo Rida y a Sia cantando Wild Ones, y Kate y yo nos
quedamos pidiendo las bebidas.
Pido una ronda, cojo los vasos de Tom y Victoria y los dejo en el
estante que me señalan. Les encanta bailar, así que puede que tarden
un
rato. Cuando vuelvo con Kate a la barra, me la encuentro hablando
con un
tipo. No lo conoce. Lo sé porque ha activado todos sus mecanismos
de
flirteo.
Cuando me acerco, levanta la voz para que la oiga por encima de la
música.
—Ava, éste es Greg.
Yo sonrío y le doy la mano. Parece bastante normal.
—Hola, encantada.
—Lo mismo digo. Éste es mi amigo, Alex —dice, y señala a un chico
mono de pelo oscuro que está a su lado.
—¡Hola! —grito.
Él sonríe con seguridad.
—Te invito a una copa.
—No, gracias, acabo de pedir una.
Regla número uno: no aceptar jamás copas de un extraño. Dan me lo
enseñó en cuanto empecé a salir.
—Como quieras —responde encogiéndose de hombros.
Kate y Greg se apartan de nosotros y nos dejan solos para que
charlemos. La verdad es que no me apetece. He salido para
olvidarme de
los hombres en general. Y ahora me colocan a uno.
—¿A qué te dedicas? —me pregunta Alex.
—Al diseño de interiores, ¿y tú?
—Soy agente inmobiliario.
Me lamento por dentro. Tengo aversión a los agentes inmobiliarios,
suelen ser comerciales engreídos y con un ego excesivo. Y Alex
tiene todas
esas características, además de hablar con una petulancia
insoportable.
—Qué bien —digo. Ha perdido todo mi interés, aunque no es que haya
tenido mucho en ningún momento.
—Sí, hoy me he ganado un extra considerable. Soy capaz de venderte
hasta un cagadero. Vivo de lujo y en Londres, es una pasada.
—Joder,
menudo capullo—. ¿Quieres que salgamos un día?
«¡NO!»
—Gracias, pero tengo pareja. —Menos mal que este payaso no nos
conoce ni a mí ni a mis manías. Me estoy tocando el pelo sin
parar.
—¿Seguro? —pregunta, y se acerca y me acaricia el brazo.
Yo me aparto y planeo la huida.
—Seguro. —Sonrío dulcemente y busco a Kate con la mirada.
En lo que tardo en llevarme la copa a los labios, don Petulante
desaparece de mi vista. Me lleva dos segundos entender lo que está
pasando ante mis ojos pero, cuando lo hago, me quedo horrorizada.
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