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01 Seduccion - Mi hombre Capítulo 13


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Capítulo
13
Estoy de rodillas, recogiendo con cuidado los trozos de cristal del suelo de
la cocina, cuando Jesse sale de la habitación. Alzo la vista. Qué andares
tiene. Avanza hacia mí vistiendo unos shorts beige, un polo de Ralph
Lauren blanco —con el cuello levantado— y unas Converse azules. El
vello rubio claro de sus piernas musculosas destaca sobre su ligero
bronceado. No se ha afeitado, pero la barba de dos días no oculta sus
atractivas facciones. Y yo de rodillas, con la boca abierta y hecha un
desastre. Se detiene delante de mí y me sonríe. Parece más joven.
—Me temo que estoy en desventaja —bromeo.
Sus ojos resplandecen con deleite mientras se agacha delante de mí.
—Parece que tu desventaja juega en mi favor —dice, y me guiña un
ojo.
Quiero saltar sobre él, pero llevo un montón de cristales en la mano,
los dos estamos vestidos y es tarde. Tendré que aguantarme.
—Trae. —Junta las manos para que le pase los fragmentos de cristal
—. No deberías haberlo recogido, podrías haberte cortado —me reprende.
Los dejo caer en sus palmas, me levanto del suelo y él lo tira todo a la
pila de la cocina.
—Ya lo recogeré después.
Se pone sus Ray-Ban Wayfarer, coge las llaves y mis bártulos, me
agarra de la mano y me guía hasta la puerta.
—¿Hoy trabajas? —pregunto.
—No, de día no hay mucho que hacer en La Mansión. —Me guiña de
nuevo un ojo. Yo me derrito. Es un granuja, y me encanta.
Al abrir la puerta nos encontramos con un par de hombres desaliñados
que llevan portapapeles y visten un mono azul. El logo bordado en sus
uniformes dice: «B&C Mudanzas.»
—¿Señor Ward? —pregunta el que parece un camionero. Sus dientes
amarillentos indican que debe de fumar unos cincuenta cigarrillos y tomar
unos veinte cafés al día.
—Las cajas que están en la habitación de invitados van primero. Mi
asistenta llegará pronto para ayudarlos con el resto. —Tira de mí pasillo
adelante y deja que el camionero y su desgarbado aprendiz hagan su
trabajo—. ¡Cuidado con el equipo de esquí y de ciclismo! —grita tras
volver la cabeza por encima del hombro.
—¿Tienes asistenta? —pregunto totalmente sorprendida. Y no sé por
qué. El tío se ha comprado el ático del Lusso por la friolera de diez
millones de libras. ¿Por qué no lo he imaginado antes? Está podrido de
dinero.—
Es la única mujer sin la que no podría vivir —responde con
frivolidad—. Se marcha a Irlanda la semana que viene a visitar a su
familia. Entonces todo se desmoronará.
Llego a mi coche en un tiempo récord después de que Jesse sortee el
tráfico de la mañana. Los conductores parecen ser más permisivos si vas en
un Aston Martin y les haces unos cuantos gestos con la mano. Mete mis
maletas en el asiento trasero mientras yo compruebo mi móvil. Son las
ocho y diez. Vale, llego tarde. Escribo un mensaje a Kate a toda prisa para
decirle que voy de camino y que me espere. Me doy cuenta de que Jesse
me mira con fijeza. Incluso a través de las gafas de sol —que, por cierto, le
quedan de muerte— siento que sus ojos verdes y potentes se me clavan en
la piel.
Abro la puerta del conductor de mi Mini, me meto dentro y arranco el
motor. Jesse se agacha a mi lado antes de que pueda cerrar la puerta.
—Voy a llevarte a comer —me informa.
—Ya te he dicho que tengo cosas que hacer. —No voy a dejar que el
Jesse granuja me aparte de mi objetivo, aunque es bastante tentador.
—Pues a cenar.
—Luego te llamo. —He pasado toda la noche con él. Me ha follado
hasta la extenuación, y yo necesito algo de tiempo para recuperarme.
Deja caer los hombros y frunce el ceño.
—¿Me estás rechazando?
—No, luego te llamo —contesto frunciendo también el ceño.
—Vale —espeta—. Pero hazlo. —Se inclina, me planta la mano en los
vaqueros a la altura de la entrepierna y me besa apasionadamente en los
labios. Sabe lo que se hace. Se aparta y me deja casi sin aliento—. Estaré
esperando tu llamada —dice, y se marcha marcando su sugerente manera
de andar.
Sin duda el beso quería decir: «Mira lo que te estás perdiendo.» Y ha
funcionado.
—¿Cuántos años tienes, Jesse? —grito.
Él se vuelve y sigue caminando de espaldas con una media sonrisa en
los labios.
—Veinticuatro.
Yo dejo caer los hombros y emito un largo suspiro de frustración.
—¿Cuántas veces tengo que preguntártelo hasta llegar a tu edad real?
—Bastantes, señorita.
Se levanta un poco las gafas y me guiña un ojo antes de volverse de
nuevo y seguir alejándose con sus andares sexy. Todo lo que hace me
resulta tremendamente sexual, su manera de comportarse, tan seguro de sí
mismo y tan viril. No me extraña que las mujeres caigan rendidas a sus
pies. Es el sexo personificado. Y puedo dar cuenta de ello.
El motor cobra vida y su coche arranca como si estuviese en una
carrera de adolescentes. Tal vez sí que tenga veinticuatro años. Desde
luego, a veces se comporta como si así fuese.
Entro a toda velocidad por la puerta principal y subo corriendo la
escalera. Kate está secándose el pelo en el descansillo. Parece estresada, lo
que significa que llega tarde. Cuando me ve, apaga el secador y sonríe de
oreja a oreja. Sé que me estoy poniendo como un tomate. Y no va a
servirme de nada ponerme a la defensiva.
—¿Qué tal la noche? —me pregunta con una ceja enarcada. Ahora ya
no parece tener tanta prisa. Los ojos le brillan de satisfacción, y yo no
puedo evitar esbozar también una sonrisa.
—No ha estado mal —contesto. Me encojo de hombros mientras me
agarro, sin darme cuenta, un mechón de pelo. Eso es quedarse muy corta.
Ha sido más bien de infarto.
—¡Ja! —exclama—. Habla.
Me aparta los dedos del pelo y me mira con expectación.
—Vale, es un dios, no voy a mentirte. Y se ha comprado el ático.
—¡No me jodas! ¿Está buenísimo y es muy muy rico?
Sí, eso parece.
—¿No estabas preocupada por mí? Te dejé un mensaje en el teléfono.
No puedo creerme que no estuviera preocupada por mí.
—No he mirado el móvil. Pero, de todas formas, después de ver cómo
te observaba lo único que me preocupaba era si hoy ibas a poder andar. —
Se echa a reír, deja el secador en el suelo y se dirige hacia su habitación
meticulosamente ordenada—. Y, si no me equivoco, me parece que te he
visto cojear —insiste.
Estoy algo dolorida. Los cuatro asaltos de Jesse Ward me han pasado
factura. La sigo hasta su cuarto y me dejo caer en su cama, que ya está
hecha y sin una arruga.
—Joder, Kate. Se nota que tiene experiencia. —Al decirlo, pienso en
las muchas conquistas que debe de haber habido antes que yo y hago una
mueca de disgusto.
—Querías divertirte sin complicaciones. Y parece que lo has
conseguido. ¡Choca esos cinco! —Me da un golpe en la mano y sale de la
habitación—. ¿Y no tiene novia?
¿Quería divertirme sin complicaciones? ¿Y voy a divertirme sin
complicaciones con esta relación?
—No, pero ella va detrás de él. Eso es todo lo que sé.
—Vaya, pues lo siento por ella. Tengo que pirarme ya. Volveré
mañana por la tarde. ¿Qué vas a hacer mientras esté fuera?
Me levanto de su cama y estiro las sábanas antes de salir y cerrar la
puerta de su inmaculado dormitorio.
—Voy a ordenar mis cosas. ¿Hay bolsas de basura?
—¡Aleluya! Están debajo de la pila. —Coge su bolsa de viaje y
desciende la escalera hasta la puerta—. Puedes coger la furgoneta cuando
quieras.
¿Está de coña? Necesitaría diez meses de gimnasio para desarrollar la
fuerza que hay que tener en las piernas para pisar ese embrague. Me entran
rampas sólo de pensarlo.
—No tengo pensado ir a ningún sitio. Conduce con cuidado.
Sobre las seis en punto estoy sentada en medio de mi habitación
rodeada de bolsas de basura. He sido despiadada. Es evidente que la última
vez que tiré cosas no me puse demasiado en serio, porque he reunido
cuatro bolsas para donar. Todo lo que no me he puesto en los últimos seis
meses está en alguna de esas cuatro bolsas. El resto está lavado y
planchado y ya lo he doblado y guardado. Me siento purificada. Vacío la
papelera en otra bolsa de basura. Las calas que Jesse me envió están
marchitas, arrugadas y descoloridas. Debería haberlas puesto en agua, pero
la verdad es que no esperaba volver a verlo. Quería olvidarme de él.
Imposible. Sonrío para mis adentros mientras cierro la bolsa y la saco al
contenedor.
Me dejo caer sobre el sofá con una botella de vino y una tableta de
chocolate de tamaño familiar, dispuesta a ponerme al día con la telebasura
del sábado noche.
Unas horas después, miro el último trozo de chocolate y siento
náuseas. Tengo que empezar a comprarlas de tamaño mediano. Me lo como
y lo mastico sin ganas mientras hago zapping.
El sonido de mi móvil me obliga a levantarme del sofá, y mi corazón
da un pequeño brinco. Podría ser Jesse. Miro la pantalla y me lamento. Es
Matt. ¿Qué quiere ahora? Es sábado por la noche, y ya está otra vez soltero
para hacer lo que le plazca. Aunque, de todas maneras, tampoco es que
nada le impidiera hacerlo cuando todavía estábamos juntos.
—Dime.
—Ava, ¿estás bien? —No parece estar borracho.
—Sí, ¿y tú? —¿Qué querrá?
—Bien, ¿qué tal fue ayer?
Mi copa de vino se detiene a medio camino de la mesa a mis labios.
¿Por qué de repente me siento interrogada? No es más que una pregunta
cordial. ¿Qué debería contestar? ¿Que me tiré a su nuevo propietario en el
ático y que después me fui a su casa? ¿Que me dio por el culo? ¿Que es
mayor que yo, aún no sé cuánto, pero que es un auténtico adonis? ¿Que casi
no puedo andar?
—Muy bien, gracias —respondo finalmente.
—Genial —gorjea, pero después se hace un silencio.
¿A qué viene este interés repentino por mi carrera? Cuando le dije que
había conseguido el contrato del Lusso se limitó a preguntarme qué había
de cena. Entonces lo oigo coger aire.
—Ava, ¿te apetece que vayamos a comer el martes? —No suena
normal. Suena nervioso y tímido, no como el Matt engreído y pagado de sí
mismo que yo conozco. ¿Qué hace en casa un sábado por la noche?
—Claro, ¿va todo bien?
—La verdad es que no. Ya hablaremos el martes, ¿vale?
—Vale —respondo vacilante. Espero que no haya pasado nada grave.
—Quedamos a la una en el Baroque, ¿te parece?
—Claro, nos vemos entonces. —Cuelgo. La verdad es que no parece
estar nada bien. Puede que fuese una rata infiel y arrogante pero, aunque
estoy mucho mejor sin él, no deja de importarme su bienestar de la noche a
la mañana.
Apago el televisor, me dirijo a mi habitación recién ordenada y me
meto rápidamente bajo las sábanas. Estoy agotada por completo. Meterme
en la cama a estas horas un sábado por la noche es algo que no hacía desde
hace mucho tiempo, pero después de mis recientes esfuerzos lo único que
me apetece es dormir.
Me despierto al oír música y me desperezo en la cama. Me estiro con
satisfacción, síntoma de que he tenido un sueño muy reparador. Me
incorporo. ¿Qué es eso? Mi cerebro tarda un tiempo en espabilarse, pero,
cuando lo hace, sigo oyendo la música. Me aparto el pelo de la cara. La
música se detiene.
«¿Eh?» ¿Ha vuelto ya Kate? Miro el reloj. ¿Las nueve en punto?
Joder, no me levantaba tan tarde desde hace años. Vuelvo a desplomarme
sobre la almohada con una sonrisa. Parece que Jesse Ward les va bien a mi
vida sexual y a mi descanso.
Ya está esa música otra vez. El familiar sonido de la canción de Oasis
Sunday Morning Call, cantada por Noel Gallagher, se me clava en los
tímpanos. Me encanta esa canción. Frunzo el ceño, cojo el teléfono y veo
que el nombre de Jesse parpadea en la pantalla. Sonrío y contesto.
—¿Cómo lo has hecho? —Tengo la voz ronca de tanto dormir.
—¿El qué? —pregunta. No lo veo, pero sé que está esbozando esa
sonrisa arrogante y sexy suya.
—Has manipulado mi teléfono —lo increpo.
—¿Dónde estás?
—En la cama. —«¡Recuperándome de ti!»
—¿Desnuda? —pregunta, con voz grave y sensual.
¡Ni hablar! No pienso iniciar una sórdida sesión de sexo telefónico. Sé
por dónde van los tiros. Su voz me provoca ciertas reacciones.
—Pues no, la verdad.
—Yo podría ponerle remedio.
Me estremezco sólo con pensarlo. ¿Cómo es posible que mi cuerpo
responda de esta manera estando al otro lado de la línea telefónica?
—¿Qué tal tu nuevo apartamento? —Tengo que cambiar el hilo de la
conversación rápidamente.
—Lleno de mierda italiana.
—Muy gracioso. ¿Dónde estás?
Él suspira.
—En La Mansión. Dijiste que me llamarías. —Parece desairado.
Sí, dije que te llamaría, pero sólo han pasado unas veinticuatro horas...
Y me incomoda bastante el hecho de que ya me muriera de ganas de
hacerlo.
—Se me pasó el tiempo arreglando mi cuarto. —Es verdad. Y estoy
muy orgullosa del resultado. Sólo paso por alto el hecho de que hice todo
lo posible por mantenerme ocupada.
—¿Qué haces hoy? Quiero verte.
¿Qué? ¿Así, sin más? Joder, ¿no ha tenido suficiente? Es evidente que
no, pero ¿es buena idea? Mierda, estoy deseando verlo. Soy demasiado
joven para él. Y no me fiaría de él por nada del mundo. Con ese físico, esa
confianza en sí mismo y ese talento en el ámbito del placer, es un peligro
para un corazón roto. Necesito un hombre en el que confiar, alguien que
me cuide y que beba los vientos por mí. Me río para mis adentros. Mis
expectativas son demasiado altas, pero después de mis dos últimas
relaciones pienso ceñirme a ese plan. Si Jesse quiere verme, tendrá que ser
bajo mis condiciones. No debe saber que estoy desesperada.
—No puede ser —digo con desdén—. Estoy muy ocupada. —
¡Haciendo nada! Joder, necesito verlo.
—¿Haciendo qué? —pregunta estupefacto.
¿Por qué no iba a estar ocupada? Tengo una vida.
—Muchas cosas.
—¿Te estás tocando el pelo por casualidad? —Su voz suena
socarrona.
Me quedo inmóvil, con el pelo entre los dedos. ¿Cómo lo ha sabido?
—Te llamaré mañana —le informo. ¿Voy a hacerlo?
Justo cuando estoy a punto de colgar, oigo esa voz desagradable que
tanto detesto. ¿Qué coño está haciendo ella ahí? Me molesta lo incómoda
que me hace sentir. Aunque debería darme igual.
—Ava, espera un momento. —Debe de haber tapado el teléfono,
porque ahora las voces suenan amortiguadas, pero no hay duda de que era
ella. Me cabreo, lo cual es totalmente ridículo—. Sarah, dame un minuto,
¿quieres? —Parece algo enfadado—. Ava, ¿sigues ahí?
Debería colgar.
—Sí. —¡Seré idiota!
—Vas a llamarme mañana —dice. Y es una afirmación, no una
pregunta.
—Sí. —Cuelgo rápidamente.
No era así como quería que acabase la conversación. Prácticamente
me ha ordenado que le llame, y yo he accedido. Eso no es llevar las
riendas.
Me levanto enfurruñada de la cama y me meto en la ducha. Total,
¿qué voy a hacer hoy? Kate no está y la casa está impecable, como
siempre. Tengo que buscarme algo que hacer para aplacar los celos
irracionales que me han entrado.

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