Me despierto exactamente en la misma postura en la que me había
dormido, pero tapada con un edredón hasta la cintura. Jesse sigue
rodeándome el torso con los brazos y mis manos descansan sobre
ellos. El
intenso olor a sexo se percibe en el ambiente.
Necesito hacer pis.
Inspecciono la habitación en busca de un reloj. ¿Qué hora será?
Oigo
la respiración suave y serena de Jesse junto a mi oreja. No quiero
moverme
para no despertarlo, pero necesito ir al baño urgentemente. Y
podría
marcharme antes de que él se despierte y me eche.
Despacio, empiezo a despegar sus brazos de mi cuerpo pegajoso. Él
gruñe un poco entre sueños y hace que sonría para mis adentros. Me
sorprende no estar arrepentida. No siento ningún tipo de
remordimiento o
culpa. Este hombre es nocivo para mi corazón, lo sé, pero tiene algo
que...
Su persistencia debería repelerme, pero no lo hace. No me
arrepiento en
absoluto. Pero tampoco deseo permanecer aquí más de lo debido. De
eso
nada. Pienso tomar las riendas de esta situación.
Justo cuando creía que estaba progresando, sus brazos se aferran a
mí
y me inmovilizan.
—Ni se te ocurra, señorita —gruñe con la voz áspera por el sueño.
Lo agarro de los antebrazos con las manos e intento que me suelte.
—Necesito ir al cuarto de baño.
—Me da igual. Aguántate. Estoy cómodo.
—No puedo.
—No te voy a soltar —dice rotundamente, y con un golpe me aparta
la
mano de su antebrazo mientras sigue sujetándome.
Yo dejo caer la cabeza sobre su hombro de nuevo, desesperada. Se
vuelve hacia mí y me besa la mejilla con dulzura. La barba que le
ha
crecido durante la noche me rasca la cara. Es agradable, pero no
es la
reacción matutina que esperaba.
Cuando advierto que ha relajado los músculos ligeramente y que
está
ocupado besándome la mejilla, me dispongo a moverme, pero en
cuanto
nota que lo hago para huir me pone boca arriba con las piernas
separadas y
me agarra de las muñecas, una a cada lado de mi cabeza. Me mira
con los
ojos brillantes y llenos de júbilo. Sí, está orgulloso de sí mismo
hasta el
extremo y tiene un aspecto absolutamente glorioso con el pelo
revuelto y la
barba rubia oscura.
Su erección matutina presiona mi dispuesta abertura y solicita la
entrada. Estoy indefensa. Mi cuerpo responde ante él y no me deja
ni
pensar. El dolor en la vejiga pronto se ve sustituido por un
intenso ardor
entre las piernas, y mi corazón se traslada a algún lugar situado
entre mi
esternón y mi garganta. Su olor al alba es una mezcla de sudor
dulce y de
ese aroma a agua fresca que tanto me gusta. Es una fragancia que
me
embriaga, y soy consciente de que apenas puedo respirar. Debe de
pensar
que soy demasiado fácil.
Y lo soy... con él.
Me frota la nariz con la suya.
—¿Qué tal has dormido?
¿Ahora quiere ponerse a charlar? Me saltan chispas en la
entrepierna..., ¿y él quiere hablar?
—Muy bien —digo, y muevo las caderas de manera sugerente.
Enarca las cejas y se le forma una sonrisa en los labios.
—Yo también.
Espero, resignada, a que él tome la iniciativa. Esta vez quiere ir
despacio, y me parece bien. Pero ¡podría darse un poco más de
prisa!
Me observa con detenimiento mientras acerca lentamente su rostro
al
mío. Cuando por fin nuestros labios se rozan, gimo y abro la boca
para
invitarlo a entrar. Tiemblo de forma involuntaria cuando me lame
la
lengua suavemente con la suya, tomándose su tiempo, seduciendo mi
boca
con lentitud y retirándose de vez en cuando para besarme los
labios con
dulzura antes de continuar explorando. Me encanta este Jesse
sensible.
Esto no tiene nada que ver con el amo dominante que me encontré
ayer.
Cuando considera que ya me tiene cautivada, me libera las muñecas
y
me acaricia un costado con la punta del dedo índice. Es suficiente
para
hacer que pierda la razón y empiece a mover las caderas al tiempo
que la
presión que siento en el vientre desciende a gran velocidad hacia
mi sexo.
Su tacto es adictivo. Él es adictivo. Soy totalmente adicta.
Le agarro el culo, duro como una piedra, con las palmas de las
manos,
y le aplico un poco de presión para apretar sus caderas contra las
mías
deliberadamente. Ambos gemimos en armonía en la boca del otro.
—Pierdo la razón por completo cuando estoy contigo, señorita —
murmura contra mis labios.
Se aparta, me observa el rostro y se hunde lenta e
intencionadamente
en mí, centímetro a centímetro. Mis manos salen disparadas hacia
su
espalda y cierro los ojos con fuerza. Me ha llenado por completo.
Él permanece inmóvil y deja que me acople a su alrededor, con la
espalda tensa y la respiración entrecortada. Sé que debe de estar
costándole
una barbaridad quedarse tan quieto.
—Mírame, Ava —susurra.
Abro los ojos y me encuentro con los suyos de inmediato. La
expresión de su rostro confirma mis pensamientos: tiene la
mandíbula
tensa, la arruga de la frente más marcada que de costumbre y los
ojos
verdes en llamas. Muevo un poco las caderas para darle a entender
que
estoy bien y, tras mi invitación, empieza a retirarse con lentitud
hasta que
estoy segura de que va a salir, pero entonces, poco a poco,
comienza a
hundirse de nuevo hasta la parte más profunda de mi ser, y entra y
sale, y
entra y sale.
—Hummm... —gimo con un largo suspiro.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo —exhala.
Las acometidas, medidas y deliberadas, me están haciendo perder el
control, así que empiezo a levantar las caderas para recibir sus
penetraciones, dejo que él entre más en mí y yo me excito todavía
más. Es
una sensación extraordinaria. No voy a aguantar mucho tiempo si
sigue así.
—¿Te gusta, Ava? —pregunta en voz baja. Sabe que sí.
Su mirada sigue clavada en la mía; me sorprende ver que soy capaz
de
mantener ese nivel de intimidad. Me resulta natural, y no me
siento ni
incómoda, ni violenta, ni angustiada. Es como si estuviésemos
predestinados a estar así. Qué tontería.
—Sí —suspiro.
—¿Más rápido?
—No, me gusta así, por favor, sigue así. —Así es perfecto. El
Jesse
dominante, agresivo y potente es increíble, pero en estos momentos
esto es
absolutamente perfecto.
Su mirada se pierde mientras me observa y continúa entrando y
saliendo de mí con movimientos acompasados. Estoy a punto. Quiero
besarlo, pero él parece conformarse con sólo mirarme. Le rodeo el
trasero
con las piernas y le acaricio suavemente los brazos arriba y
abajo.
Entonces se retira despacio, se detiene y es como si volviera en
sí. Sus ojos
sondean los míos.
—Basta de sexo soñoliento —murmura, y se hunde de nuevo hasta los
más profundos confines de mi cuerpo sin darme tiempo a adaptarme.
Lanza un grito, se retira y repite el delicioso movimiento una y
otra
vez, se aparta lentamente y empuja con ímpetu. El placer me inunda
como
una fuerte tormenta y me hace perder la cabeza. Sus movimientos
son
exactos y controlados. Estoy llegando al límite. Le agarro del
pelo y acerco
su boca a la mía, le paso la lengua por el labio inferior, se lo
muerdo con
suavidad y dejo que se deslice entre mis dientes mientras lo
estiro. Él
vuelve a entrar y, con expresión tensa, me busca la boca y me besa
con
pasión.—
No voy a dejarte escapar nunca —me informa entre beso y beso.
Me siento abrumada. Jesse es un potente afrodisíaco para mí. Mi
mente y mi corazón están llenándose de sentimientos extraños
respecto a
este hombre.
—No quiero que lo hagas —respondo contra sus labios. De repente
soy consciente de lo que he dicho y me siento confundida.
Él se para, detiene sus embestidas rítmicas justo cuando empezaba
a
deshacerme en sus brazos. Hago una mueca ante la falta de
movimiento, y
mi orgasmo queda suspendido en el limbo. Con toda su longitud aún
dentro
de mí, aparta la cabeza y me mira. Inmediatamente salgo de mis
confusos
pensamientos al ver la expresión de disgusto de su rostro.
Mierda, ¿he metido la pata al decir eso? Es sólo que me he dejado
llevar por la pasión del momento. Aparto la mirada. La he cagado.
—Mírame, Ava —ordena. Yo vuelvo a mirarlo a regañadientes y veo
que su expresión se ha suavizado un poco—. Vamos a tener esta
conversación cuando estés serena y no loca de lujuria.
Saca de mi interior su gruesa erección hasta la punta y se coloca
sobre
mí.
Es verdad, pierdo la cabeza cuando estoy con él, sobre todo cuando
me toma de esta manera. Me embriaga de placer y acabo diciendo
tonterías.
Se pasa la lengua por el labio inferior y jadea mientras empuja de
nuevo; su movimiento reactiva mi orgasmo. Siento que me arde la
piel
mientras bombea con lentitud y fuerza, hasta el fondo. Le cojo la
cabeza
con las manos y lo aproximo a mis labios para devorarlo mientras
él
continúa con sus deliberadas arremetidas y me acerca cada vez más
a otro
orgasmo orgásmico.
—Me voy a correr —farfulla—. Córrete conmigo, Ava. Dámelo.
Y con tres estocadas más, dejo la mente en blanco y los fuegos
artificiales empiezan a estallar en mi cabeza. Me corro bajo su
cuerpo con
un sonoro alarido.
—Eso es, nena —dice entre dientes, y se une a mi placer mientras
yo
sigo emitiendo gritos y gemidos largos y graves.
Su erección se expande y se agita dentro de mí antes de expulsar,
chorro a chorro, su húmeda simiente en mi interior. Jesse se
desploma
sobre mi cuerpo y sigue apretándome con fuerza, asegurándose de
que se
vacía hasta la última gota. Estoy exhausta. Ambos permanecemos
entrelazados, jadeando y esforzándonos por respirar.
—No sé qué decir —me susurra al oído.
Yo empiezo a recobrar la conciencia. Todavía me estoy recuperando
del orgasmo, pero lo he oído, alto y claro, y no sé muy bien cómo
tomármelo. Creo que ambos hemos dicho demasiadas cosas ya. Mi
propio
comentario hace que me sienta un poco incómoda. Eso es lo que
sucede
cuando te dejas llevar por el momento. La lujuria, el deseo y la
pasión se
apoderan de tu mente y, antes de que te des cuenta, empiezas a
soltar
estupideces por la boca.
Tras unos minutos de silencio, estoy mucho más que incómoda, así
que me revuelvo un poco debajo de él.
—¿Puedo usar ya el baño? —pregunto.
Él libera un suspiro largo y deliberado para dejarme clara su
frustración. Aunque no sé muy bien por qué está frustrado. Acaba
de
tomarme.
Sale de mi cuerpo y se aparta de encima de mí, haciendo un
tremendo
y exagerado esfuerzo por dejarse caer sobre la cama. Yo me despego
de las
sábanas y, sin mediar palabra, camino sobre la moqueta blanca
hasta el
cuarto de baño y cierro la puerta tras de mí. Sé que ha observado
cada paso
que he dado. He sentido que sus ojos me aguijoneaban la espalda
desnuda.
La inevitable incomodidad se ha retrasado, pero ya está aquí. Y ha
llegado
con ganas.
Uso el retrete, me lavo las manos y me tomo unos momentos para
prepararme psicológicamente antes de volver a abrir la puerta. Él
sigue
echado boca arriba, desnudo sin ningún pudor, y me clava la mirada
de
inmediato. No sé qué hacer.
Al final, vuelvo a entrar en el cuarto de baño, cojo una toalla
blanca y
suave del toallero, me envuelvo con ella y sujeto el extremo con
la axila.
Salgo del aseo, me dirijo directamente a la puerta del dormitorio
y llego al
espacioso salón. El suelo de la cocina está lleno de cristales que
me
recuerdan lo que pasó anoche cuando se abalanzó sobre mí de
repente. Iba
a ocurrir antes o después, lo hiciese o no, pero ahora la
naturalidad de
nuestros cuerpos al unirse ha disminuido y ha dejado espacio para
una sola
sensación: la incomodidad.
Veo mis bártulos junto a la puerta de entrada y busco mi teléfono.
«¡Mierda!» Son las siete y media. Se supone que Kate se marcha
dentro de media hora. Le mandé un mensaje diciéndole que iba hacia
casa
y no he aparecido. Aunque ella ni siquiera ha llamado para ver
dónde
estoy. ¡Qué detalle!
—¡Joder! —exclamo entre dientes.
Me vuelvo y veo a Jesse, todavía desnudo, mirándome con cara de
enfadado. Pero ¿por qué coño está enfadado? Ahora soy yo la que
está
cabreada.
—¡Esa boca! —me reprende con el ceño fruncido.
Está muy mosqueado. Bueno, y yo también. ¡Conmigo misma! Cojo
mi maleta y me dirijo hacia su cuarto de baño, aunque me paro para
ir
recogiendo mi ropa diseminada por el suelo.
—¿Puedo usar la ducha?
—¡No! —espeta.
Yo me echo a reír.
—No seas crío, Jesse —le digo con tono condescendiente, y paso por
delante de él, tan lejos como puedo, para volver al cuarto de
baño. Sé que
es mejor para mí no tocarlo.
Me dispongo a cerrar la puerta, pero él la detiene con el hombro y
entra detrás de mí. Lo miro con desaprobación y me aparto para
abrir el
grifo de la ducha. ¿Está enfadado por lo que he dicho en la cama?
No lo
culpo. Yo también estoy enfadada conmigo misma. Tiene razones para
estarlo. Debería mantener la boca cerrada mientras follamos.
Aunque, bien
pensado, él debería hacer lo mismo. También ha dicho unas cuantas
tonterías.
Busco en mi maleta la camiseta que llevaba puesta ayer, dejo caer
las
chanclas al suelo embaldosado, tiro el estuche de maquillaje junto
a la pila
del lavabo y me cepillo los dientes. Durante todo ese tiempo,
Jesse
permanece ahí, echando humo.
Cuando la habitación está llena de vapor, me quito la toalla con
todo
el pudor del mundo. Pero estoy enfadada, así que me importa una
mierda.
Abro la puerta de la ducha y me meto dentro para lavarme los
cuatro
asaltos de Jesse Ward. Si no fuese porque estoy toda pegajosa por
el sudor
y el semen que se extienden por todo mi cuerpo, ni siquiera me
molestaría.
Me habría marchado ya.
El agua caliente me relaja a pesar de la mirada encolerizada de mi
espectador. Me lavo el pelo y dejo que el agua caiga sobre mí
durante unos
momentos más. Pero no tengo tiempo de disfrutar de una ducha
calmante.
Cuando abro los ojos, la puerta está abierta de par en par. El
aire frío
envuelve mi cuerpo desnudo. Jesse me mira con una mueca de ira.
—¡No vas a ir a ninguna parte! —me ladra.
Yo lo miro, totalmente exasperada y con la boca abierta hasta el
plato
de la ducha. Ha hecho lo que ha querido conmigo desde que llegué
aquí, ¿y
todavía no está satisfecho?
—Por supuesto que sí.
—¡De eso nada!
—Jesse, pero ¿qué problema tienes? —El agua caliente de la ducha
cae sobre mí, el aire frío me envuelve y tengo a un tío bueno
crispado
delante.
—¡TÚ! —me grita.
—¿Yo?
Menuda cara tiene. Paro el agua y me abro paso junto a su enorme
cuerpo; ignoro las chispas que recorren el mío al tocarlo. ¿Qué se
ha creído
que soy? ¿Un objeto que puede follarse a voluntad? Me envuelvo con
una
toalla y me coloco otra en la cabeza. Me froto con ella para
eliminar la
humedad. No tengo tiempo de secarme el pelo, y además dudo que don
Irracional tenga un secador.
Noto que me agarra del brazo. Yo tiro de él con brusquedad para
soltarme y sigo poniéndome la ropa interior, los vaqueros y la
camiseta.
—No quiero que te vayas. —Su voz se ha suavizado.
—No seas idiota, Jesse. No puedes encerrarme aquí como a una
esclava sexual. Seguro que hay muchas mujeres rendidas a tus pies,
búscate a otra. —No puedo creer que le esté hablando con tanta
dureza.
Sólo con imaginármelo con otra me entran ganas de matar.
Veo su mirada reflejada en el espejo. Tiene los ojos entrecerrados
y
hacen que me arda la piel.
—No quiero a ninguna otra mujer. Te quiero a ti.
Paro cuando estoy a medio aplicarme la crema.
—¿No has tenido ya suficiente de mí? —pregunto. Una gran parte de
mi ser está deseando que diga que no, aunque sabe que las cosas
acabarían
mal si lo hiciera.
Alarga la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos. Yo me
apoyo
contra ella involuntariamente, y cierro los ojos.
—Lo siento —dice con suavidad, y me rodea la cintura con el otro
brazo para atraerme hacia su pecho y posar los labios junto a mi
oído—.
Perdóname.
Joder, pero ¿qué estoy haciendo? Este hombre es un imán. Absorbe
todo mi sentido común y me convierte en una persona irracional. Me
vuelvo para mirarlo y dejo que tome mi boca suave y
vacilantemente.
Desliza la mano desde mi mejilla hasta mi nuca, y hunde los dedos
en mi
pelo mojado. Me acaricia la lengua y los labios con veneración. Ya
he
vuelto a caer en su red. Estoy completamente perdida.
Me libera la boca.
—Mucho mejor. —Me da un beso en la nariz—. ¿Aún quieres que te
lleve?
Arqueo las cejas y sonrío abiertamente.
—¿A por mi coche?
Vuelve a pegar los labios a los míos y resopla.
—Me encanta esa sonrisa. Dame diez minutos.
Abre el grifo de la ducha y coge una toalla limpia del calentador.
—¿Puedo beber agua? —pregunto.
—Puedes hacer lo que quieras, nena —responde. Me da una palmada
en el culo y se mete en la ducha.
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