—¿Estás bien? —me susurra al oído.
—¿Me está permitido hablar?
Jesse hace presión hacia adelante y me aprieta el hueso de la
cadera,
lo que provoca que dé un respingo sobre la encimera de la isla.
—No seas listilla.
—Estoy bien, y bien jodida —suspiro.
—Ava, por favor, vigila esa boca —me advierte. Levanta los brazos
y
los deja caer sobre los míos; los acaricia con suavidad de arriba
abajo.
—Pero es verdad. —Nunca me habían tratado así, aunque ha sido
increíble.
—Ya, pero no hace falta que hables así. Odio que digas tacos.
Frunzo el ceño para mis adentros.
—Tú también lo haces.
—Yo sólo los digo cuando cierta señorita me saca de mis casillas.
Suspiro con resignación.
—Está bien.
Permanecemos tumbados, saciados para una eternidad, mientras
recobramos el aliento. Estoy clavada bajo su cuerpo pesado y
aplastada
contra el granito. Agradezco el frío en la mejilla y observo que
mi aliento
cálido empaña la brillante superficie. Estoy alejada de la
realidad y
ahogándome en un torbellino de sensaciones. Me siento exhausta,
física y
emocionalmente, y todavía más perdida que antes.
—Jesse.
—¿Hummm?
—¿Cuántos años tienes?
Él me aprieta los brazos.
—Veintidós.
Pongo los ojos en blanco. Si él tiene veintidós años, yo soy la
reencarnación de la madre Teresa. Sonrío para mis adentros.
Después de lo
que acaba de pasar, eso es poco probable. Noto que empieza a
moverse, y
una sensación de vacío se apodera de mí cuando sale de mi cuerpo.
Se
inclina hacia adelante, me besa la espalda y empieza a separarnos,
apartando gradualmente la piel de la mía. Tengo frío.
—Ven aquí —susurra al tiempo que me agarra de la cintura. Me fijo
en que ya no lo hace de las caderas.
Coloco la palma de la mano sobre el granito y me incorporo con
ayuda de su lenta persuasión. Joder, es como intentar despegar el
yeso de
una pared. Cuando por fin logro separar el cuerpo de la barra de
desayuno,
me vuelvo hacia él. Abro los ojos de par en par al ver que vuelve
a estar
duro. ¿Ya? ¡Si yo estoy agotada!
Me coloca sobre la encimera y se abre paso entre mis muslos, me
coge los brazos, se los coloca sobre los hombros y vuelve a
agarrarme de la
cintura.
Me estudia los ojos.
—¿Estás bien?
Yo sonrío ante su atractivo rostro. ¿No es un poco tarde para
preguntar eso?
—Sí.
—Bien. —Se inclina y me estrecha con fuerza entre sus brazos.
Aspira el aroma de mi cuello—. No he acabado contigo todavía.
Le rodeo la cintura con las piernas y aprieto los muslos.
—Ya me he dado cuenta.
Es insaciable. Menos mal que sólo es sexo ocasional, porque no
creo
que pudiese aguantar esto de manera permanente. Acabaría exhausta,
si no
muerta.
—Es el efecto que ejerces sobre mí —me dice encogiéndose de
hombros.
No puede ser sólo influencia mía, pero acepto el cumplido.
Entierro la
cara en su cuello e inhalo. Huele de maravilla.
—¿Tienes hambre? —me pregunta, y se aparta y me acaricia la
mejilla con los nudillos.
La verdad es que no, aunque no he tenido tiempo de comer en todo
el
día. Decidí pasar de los canapés al champán; no quería que me
pillasen con
la boca llena si alguien quería hablar conmigo en el Lusso.
—Un poco —respondo.
—Un poco —repite, y en sus labios se atisba una sonrisa. Parpadea
y
yo sonrío—. Tienes una sonrisa muy abierta, me encanta.
Me besa las comisuras de los labios.
—¡Mierda! —En cuanto la palabra sale de mi boca, me arrepiento de
haberla dicho.
—¡Esa boca! —me reprende muy serio—. ¿Qué pasa?
—Le dije a Kate que iba hacia casa —contesto. No ha llamado o, si
lo
ha hecho, no he oído el teléfono—. Será mejor que la llame.
Necesita mi
coche mañana para ir a visitar a su abuela en Yorkshire.
«¡Mierda! ¡Joder, joder, joder!», puedo decir todos los tacos que
quiera en mi cabeza. Maldita sea. Mi coche está en el Lusso, y he
bebido
demasiado como para ir a buscarlo ahora. Tal vez Kate pueda
recogerlo por
la mañana con la llave de repuesto. No, no puede. La llave de
repuesto
todavía está en casa de Matt. ¡Joder! Tengo que ir a por mis cosas
de una
vez. Tendré que coger un taxi para ir a darle las llaves a Kate, y
que ella
recoja el coche por la mañana en el Lusso.
Me retuerzo para liberarme y él me suelta a regañadientes, con el
ceño
fruncido. Cojo el bolso, que está junto a la puerta de entrada, y
busco mi
móvil dentro para escribirle a Kate un mensaje y explicarle la
situación.
Añadiré una P.D. al final para informarla de que al final no tiene
novia.
Saco los vaqueros que llevo en la maleta.
—Tengo que irme.
—¿Irte? —brama.
Me estremezco.
—Sólo tengo unas llaves y Kate las necesita —le explico.
Sacudo los pantalones. No voy a molestarme en ponerme la ropa
interior. Sólo voy un momento a casa. Meto una pierna por la
pernera, doy
unos saltitos y me preparo para meter la otra.
Avanza tan de prisa que ni siquiera me da tiempo a verle la cara.
—¡Eh! —exclamo cuando me levanta en el aire y me lanza sobre su
hombro—. ¿Qué haces?
Tengo su culo firme y bronceado justo delante. Jesse se vuelve y,
sin
mediar palabra, empieza a avanzar por el apartamento.
—¡Mierda! ¡Jesse, suéltame! —De un tirón, me arranca los vaqueros
de la pierna que he conseguido meter, los lanza al suelo y me da
una
palmada en el culo—. ¡Ay!
—¡Esa boca!
Oigo que la puerta golpea la pared de yeso cuando la abre de una
patada y entramos en un dormitorio. Esta habitación también es
blanca y
negra. ¿Qué demonios está haciendo? ¿Es que no ha tenido
suficiente? ¿He
tenido yo suficiente? Cualquiera diría que sí.
Me baja del hombro sin ningún esfuerzo y vuelo ligeramente por el
aire antes de aterrizar sobre un mar de suntuoso algodón blanco.
Lo
primero que percibo es que huele divinamente. Huele a él, a agua
fresca y
deliciosa.
No tengo tiempo de recuperarme de la desorientación. Está entre
mis
piernas en un nanosegundo. Su erección presiona mi entrada y me
agarra
de las muñecas con las manos a ambos lados de la cabeza. Sus
brazos,
completamente estirados, sostienen la parte superior de su cuerpo.
Joder,
qué rápido es. Todavía no sé dónde estoy ni cómo he llegado aquí.
No
obstante, reconozco el sentimiento de anticipación que empieza a
formarse
en mi interior. Está claro que yo tampoco he tenido suficiente.
El resbaladizo extremo de su erección estimula la puerta de mi
cuerpo
y el corazón se me empieza a acelerar en el pecho mientras me
concentro
en sus ojos, que, por encima de los míos, me miran con una mezcla
de
rabia y de sorpresa. ¿Estará loco?
—¡No vas a ir a ninguna parte! —ruge.
Mueve las caderas y se hunde en mí por completo, presionándome
hasta un punto increíble.
La penetración nos hace gritar al unísono. Lo tengo muy dentro, y
mis
músculos se aferran a cada milímetro de su miembro. Se mantiene
quieto
durante unos segundos, con la cabeza gacha y la boca laxa. Todos
mis
pensamientos relacionados con el coche han desaparecido para dejar
sitio a
la anticipación de lo que vendrá. Está claro que nunca me sacio de
él.
Cuando se recompone, me mira y empieza a retirarse lentamente para
cargar de nuevo con un fuerte gruñido.
Yo echo la cabeza atrás con un grito.
—¡Mírame! —Su voz es un rugido carnal que no debe ser
desobedecido.
Vuelvo a posar la mirada en la suya mientras él se adentra en mí.
Jadeo como un perro deshidratado.
—Mucho mejor. ¿Hace falta que te lo recuerde? —pregunta.
¿Que me lo recuerde? ¡Si se refiere a la agradable sensación de
tenerlo dentro de mí la respuesta es sí! Muevo las caderas e
intento que me
roce. Estoy excitadísima.
Él me mira, expectante.
—Contéstame, Ava.
—Por favor —exhalo. No puedo creerme que le esté suplicando.
Bueno, la verdad es que sí. Puede hacerme y pedirme lo que quiera.
En su rostro se dibuja una sonrisa petulante. Entonces carga con
más
fuerza y velocidad.
—¡Eres mía, Ava! —ruge. Yo cierro los ojos con un alarido de
placer
—. ¡Abre los putos ojos!
No tengo fuerzas para discutir. Los abro y él entra y sale de mi
interior a un ritmo y con una fuerza descomunales. Es increíble.
Nuestros
cuerpos sudorosos chocan y me falta el aliento. Intento controlar
la presión
que se acumula entre mis piernas. No aparta ni un segundo los ojos
de los
míos a pesar de nuestros frenéticos movimientos corporales. Le
rodeo la
cintura con las piernas y levanto las caderas para dejar que me
penetre aún
más profundamente. Mi detonación se aproxima aún más. Las oleadas
de
placer que me provocan sus persistentes embestidas me acercan al
clímax.
No sé qué va a ser de mí.
—Joder, Ava, ¿estás bien? —dice entre gruñidos.
Me suelta las muñecas y oigo el golpe de sus puños contra el
colchón.
—¡No pares! —grito, y levanto las manos hacia sus resbaladizos
bíceps. Clavo las uñas en ellos para intentar agarrarme. Él grita
y me
percute todavía con más fuerza. Echo la cabeza hacia atrás,
desesperada.
Su fuerza y su control escapan a toda comprensión.
—Maldita sea, Ava. ¡Mírame!
Vuelvo a enderezar la cabeza y nuestras miradas se cruzan de
nuevo.
Tiene las pupilas dilatadas hasta tal punto que apenas se ve el
verde de sus
ojos. Frunce el ceño y gotas de sudor le resbalan por las sienes.
Deslizo una
mano hasta su nuca, le agarro del pelo empapado y tiro de él hacia
mí hasta
que nuestros labios chocan y nuestras lenguas danzan; mientras, él
continúa con sus mortificantes estocadas.
No puedo aguantarlo más.
—Jesse, me corro —jadeo contra sus labios. Me aferro a él con
tanta
fuerza que se me duermen las puntas de los dedos.
—¡Mierda! A la vez, ¿vale? —gruñe con los dientes apretados. Me
aporrea con fuerza unas cuantas veces más, hasta que casi pierdo
el
sentido, antes de gritar—: ¡Ya!
Y lo libero todo: la tensión acumulada entre las piernas, el peso
de
mis pulmones y el furor de mi vientre. Todo sale despedido en una
inmensa ola de presión y un sonoro alarido.
—¡Dios mío! —exclama mientras empuja con fuerza una última vez
antes de dejarse caer sobre mí.
Siento su inyección abrasadora en mi interior, me derrumbo a su
lado
y cierro los ojos, exhausta. Él se apoya sobre los antebrazos, sin
aliento y
empapado de sudor, mientras se retira poco a poco, penetrando unas
cuantas veces más con embestidas largas y calculadas. Mis músculos
se
contraen a su alrededor para ordeñar hasta la última gota de su
eyaculación. No pienso con claridad. Este hombre me ha provocado
cuatro
orgasmos increíblemente intensos en menos de cuatro horas. ¡Eso es
uno
por hora! Mañana no podré andar.
Me quedo así, saciada y agotada, jadeando y dolorida por el
esfuerzo.
Empiezan a pesarme los ojos. Siento su frente contra la mía y los
abro para
ver que los suyos están completamente cerrados. Me muevo un poco
debajo de él para atraer su atención, y siento que su erección en
retroceso
da una sacudida dentro de mí. Se obliga a abrir los ojos y levanta
la cabeza
para centrarse en mí. Analiza mi rostro, se acerca a mi boca y me
da un
beso en los labios maltratados con toda la ternura del mundo.
Suspiro
cuando deja caer el torso y se tumba sobre mi cuerpo. Su pecho,
pesado
pero bienvenido, descansa sobre mí, y yo acepto la carga y estiro
los brazos
para acariciarle la espalda con los dedos al tiempo que apoyo la
barbilla en
su hombro y miro al techo. Él se estremece ligeramente y entierra
el rostro
en mi cuello, posando los labios sobre mi yugular.
Jamás me había sentido tan bien. Sé que sólo es sexo, y los
efectos
secundarios que tiene, pero ésta es la sensación más agradable del
mundo.
Tiene que serlo. La ferocidad de este hombre es adictiva, su
ternura es
dulce y su cuerpo supera la perfección. Es la personificación de
la
masculinidad. Estoy metida en un buen berenjenal.
Sigo acariciándole la espalda. Me pesan los párpados. Siento todo
su
peso encima y tengo las puntas de los dedos dormidas debido a la
fricción
de las caricias. Noto su respiración pausada y regular contra mi
cuello. Se
ha dormido y estoy atrapada debajo de su cuerpo macizo. Cuando
dejo de
acariciarle la espalda, mueve las caderas ligeramente y se quita
de encima
con lentitud. Me deja un inmenso vacío que me hace desear haber
aguantado su peso un rato más, o tal vez toda la vida.
Se apoya sobre los codos y me mira. Coge un mechón suelto de mi
pelo y analiza el brillante rizo caoba mientras juguetea con él
entre sus
dedos índice y pulgar.
—Has hecho que me quede dormido —dice con voz ronca.
—Ya.
—Eres demasiado bonita —susurra, y vuelve a mirarme.
Tiene los ojos cansados. Estiro la mano para pasarle el pulgar por
la
frente y hundo los dedos en su pelo.
—Tú también —digo con ternura. La verdad es que es muy hermoso.
Él sonríe levemente, agacha la cabeza y me acaricia los pechos con
la
nariz.—
Ya se lo he recordado, señorita.
¡Ja! Lo sabía. Era un polvo recordatorio después de que el polvo
para
que entrase en razón fracasara. Bueno, no ha fracasado, aunque yo
diría que
más que para hacerme entrar en razón ha sido para hacerme perderla.
Se separa lentamente de mi cuerpo y vuelve a incorporarse. La
sensación de frío que me invade al instante hace que desee tirar
de él para
que se tumbe de nuevo. Sí, me lo ha recordado muy bien. Me ofrece
las dos
manos. Se las acepto y dejo que tire de mí hasta que quedo a
horcajadas
sobre sus muslos. Me rodea la espalda con un brazo y me acuna
contra su
pecho mientras se vuelve y se sienta con la espalda apoyada en la
cabecera
de la cama, conmigo de cara. Me pone las manos en la cintura y
traza
círculos con los pulgares sobre mis caderas. Hace que me
estremezca.
Coloco las manos sobre las suyas para detener los movimientos.
Él me sonríe con picardía.
—Pasa el día conmigo mañana.
¿Cómo? Pensaba que sólo era sexo. Tal vez quiera pasarse todo el
día
en la cama conmigo. Joder, después de lo de esta noche voy a
necesitar una
semana para recuperarme, puede que más. Estoy, literalmente,
jodida.
—Tengo cosas que hacer —digo con cautela. Tengo que ser prudente.
Debo mantener esto a un nivel informal, o tal vez no volver a
verlo jamás.
Es el típico chico malo, aunque algo mayor. Es peligroso,
enigmático y
absolutamente adictivo. Soy consciente de ello, pero aun así temo
engancharme.
—¿Qué cosas? —pregunta algo enrabietado.
La verdad es que no tengo nada que hacer. Sólo arreglar mi
habitación. Parece una leonera, pero tengo muy poco espacio y
demasiados
efectos personales. Debería empezar a buscar otro sitio, pero me
encanta
vivir con Kate.
—Tengo que ordenar cosas —contesto, y le agarro las manos cuando
veo que intenta volver a mover los pulgares de nuevo.
—¿Qué cosas? —Parece confundido.
—Kate me ha acogido en su casa temporalmente. Llevo allí cuatro
semanas, y lo tengo todo manga por hombro. Tengo que empezar a
organizarme para cuando me mude a otro sitio.
—¿Dónde vivías hace cuatro semanas?
—Con Matt.
Hace una mueca.
—¿Y quién coño es Matt?
—Relájate. Es mi ex novio.
—¿Ex?
—Sí, ex —me reafirmo, y veo que una ola de alivio inunda su
rostro.
Pero ¿qué le pasa?—. Jesse, tengo que ir a por mi coche —insisto.
No puedo dejar que Kate conduzca a Margo hasta Yorkshire. Va
dando bandazos y sacudidas. Para cuando llegue allí, le habrán
salido
almorranas. Tiene que asegurar las tartas en cajas de
poliestireno, atarlas
con correas y reducir la velocidad a cinco kilómetros por hora
sobre los
badenes.
—Tranquila. Te acercaré mañana por la mañana.
Entonces ¿voy a quedarme aquí?
—Se irá sobre las ocho. —Tal vez no le apetezca tanto si lo saco
de la
cama un sábado a primera hora de la mañana.
—De acuerdo —dice, y esboza una sonrisa malévola. Yo imito su
sonrisa, traslado sus manos a mi cintura y me llevo las mías a la
cabeza
para quitarme las horquillas que me recogen el pelo. Me están
dando dolor
de cabeza. Empiezo a desprenderme de ellas y él me mira con el
ceño
fruncido.
Me detengo.
—¿Qué pasa?
—Te niegas a pasar el día conmigo, pero me pones esas preciosas
tetas delante de la cara. No es justo, Ava —dice, y estira el
brazo para
tocarme un pezón, lo cual provoca que se endurezca al instante.
Yo protesto y me agarro el pecho.
—¡Oye! Tengo que quitarme las horquillas. Se me están clavando en
la cabeza. —Me quito una y me la pongo en la boca.
Me observa con interés, se inclina hacia adelante, coge la
horquilla
entre los dientes y la escupe fuera de la cama. Entonces hunde la
cara en
mis tetas. Yo sonrío para mis adentros y le acaricio el pelo
mojado,
desoyendo la vocecita de mi cabeza que me dice que no me emocione
demasiado. Inspira profundamente, se aparta y me da un besito en
cada
pezón. Luego me vuelve sobre su regazo.
—Déjame a mí. —Levanta las rodillas, de modo que quedo sujeta
entre ellas y su pecho, con los antebrazos apoyados sobre sus
rótulas.
Empieza a pasarme los dedos por el pelo y a localizar las
horquillas.
Las retira y me las da por encima del hombro.
—¿Cuántas te has puesto? —pregunta.
Me masajea el cuero cabelludo y encuentra una que se le había
olvidado.
—Unas cuantas. —Me da la última—. Tengo mucho pelo que sujetar.
—¿Unos cuantos centenares? —pregunta asombrado—. Eres como un
muñeco de vudú. Bueno, creo que ya están todas.
Coge las horquillas de mi mano y las deja en la mesita de noche.
Después me acaricia los hombros y vuelve a darme la vuelta para
colocarme contra su pecho, con la parte externa de mis piernas
flexionadas
apoyada contra la parte interna de las suyas.
Es tan cómodo, y a mí me pesan tanto los párpados... He tenido un
día
tremendamente ajetreado, y ha terminado con una maratón de sexo
con
este hombre cautivador sobre el que estoy apoyada. Quizá debería
marcharme ya. Así evitaríamos ese incómodo sentimiento que
seguramente se apoderará de nosotros por la mañana. Pero entonces
siento
que sus antebrazos me rodean el torso y mi cabeza cae
automáticamente
sobre su hombro. Estoy tan a gusto y tan cansada que no pienso
moverme
de aquí. Cada cierto tiempo me regala besos en el pelo, así que no
tardo en
quedarme traspuesta con el sonido de su respiración constante. Se
me
cierran los ojos. Estiro el brazo y empiezo a acariciarle la
pierna.
—¿Cuántos años tienes? —farfullo, y siento que me estoy quedando
dormida.
Su pecho da unas leves sacudidas que me indican que se está
riendo.
—Veintitrés.
Yo dejo escapar un bufido de incredulidad, pero no tengo fuerzas
para
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