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Una noche enamorada - Cap. 7

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CAPÍTULO 7
Me acomodo en la parte trasera del coche de William y noto como si alguien me hubiese quitado un enorme peso de encima. Un millón de cargas distintas deberían
seguir aplastándome bajo su presión, pero no puedo sentir nada más que la alegría de haber visto con mis propios ojos que la abuela está bien.
—A mi casa, por favor, Ted —dice Miller, y extiende el brazo en mi dirección—. Ven aquí.
Hago como que no lo veo.
—Quiero ir a casa.
Ted arranca el coche y veo por el espejo retrovisor esa sonrisa afable en sus facciones duras pero amigables. Lo miro con suspicacia brevemente a pesar de que ya
no me está mirando y me vuelvo hacia Miller, que me observa, pensativo, con la mano todavía en el aire.
—El instinto me dice que cuando dices «casa» no te refieres a la mía.
Deja caer la mano sobre el asiento.
—Tu casa no es mi hogar, Miller.
Mi hogar es la tradicional casa adosada de la abuela, llena de trastos y con ese olor tan familiar y reconfortante. Y necesito estar rodeada de las cosas típicas de mi
abuela en estos momentos.
Miller golpetea el asiento de piel y me observa detenidamente. Me aparto un poco en mi asiento, recelosa.
—Quiero pedirte algo —murmura antes de volverse para reclamar mi mano, donde llevo mi nuevo anillo de diamantes, al que le doy vueltas sin parar.
—¿El qué? —pregunto lentamente. Algo me dice que no va a pedirme que nunca deje de amarlo. Sabe cómo voy a responder esa petición, y su mandíbula,
ligeramente tensa, me indica que teme la respuesta que vaya a darle.
También empieza a juguetear con mi diamante, cavilando mientras observa cómo sus dedos toquetean la joya mientras yo le doy vueltas a la cabeza y me preparo
para que exprese su deseo. Pasa un rato largo e incómodo antes de que inspire hondo, sus ojos azules asciendan perezosamente por mi cuerpo y esos pozos sin fondo,
cargados de emoción, se claven en los míos. Me deja sin aliento... y me hace comprender al instante que lo que está a punto de pedirme significa mucho para él.
—Quiero que mi casa también sea tu hogar.
Me quedo boquiabierta, con la mente en blanco. No me viene ninguna palabra a la cabeza. Excepto una.
—No —espeto al instante sin pararme a pensar en cómo expresar mi negativa de un modo algo más considerado. Me encojo al ver la clara decepción en su rostro
perfecto—. Es que... —Mi maldito cerebro no consigue cargar mi boca con nada que haga que me redima, y me siento tremendamente culpable por ser la causante de su
dolor.—
No vas a quedarte sola.
—Necesito estar en mi casa.
Bajo la vista porque no soy capaz de enfrentarme a la súplica reflejada en su intensa mirada. No protesta. Se limita a suspirar y a apretar mi pequeña mano en la
suya.
—A casa de Livy, por favor, Ted —le ordena con voz tranquila, y se queda en silencio.
Levanto los ojos y veo que está mirando por la ventana. Está meditabundo.
—Gracias —susurro. Me aproximo a él y me acurruco a su lado. Esta vez no me ayuda a acomodarme y mantiene la mirada fija a través de la ventana, viendo pasar
el mundo exterior.
—No me las des nunca —responde con voz pausada.
—Cierra con llave —dice Miller, y atrapa mis mejillas con las manos. Inspecciona mi rostro con expresión de preocupación mientras nos despedimos en la puerta
—. No le abras a nadie. Volveré en cuanto haya recogido algo de ropa limpia.
Arrugo la frente.
—¿Debería esperar visitas?
La preocupación desaparece al instante, sustituida por la exasperación. Después de nuestro intercambio de palabras en el coche sabía que había ganado, pero no
imaginaba que Miller aceptase quedarse aquí. Quiero que lo haga, por supuesto, pero no pretendía poner a prueba su ya escasa paciencia. Ya lo he hecho insistiendo en
que quería estar aquí y enseguida. No estaba preparada para ir hasta la otra punta de la ciudad para que M iller pudiese echar un vistazo a su apartamento y recoger algo
de ropa limpia. Le habría dado la oportunidad de encerrarme allí, y no me cabe duda de que lo habría hecho. Pero no soy tan ingenua como para creerme que Miller se
queda en mi casa porque le preocupa mi inquietud con respecto a mi abuela.
—No seas tan insolente, Olivia.
—Te encanta que sea insolente. —Le aparto las manos de mis mejillas y se las devuelvo—. Voy a darme una ducha. —Me pongo de puntillas y le doy un beso en
la mandíbula—. Date prisa.
—Lo haré —contesta.
Me aparto y soy muy consciente de que está agotado. Parece exhausto.
—Te quiero.
Retrocedo hasta que estoy en el recibidor y cojo el pomo de la puerta.
Una sonrisa forzada curva sus labios. Se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros y empieza a retroceder por el camino.
—Cierra con llave —repite.
Asiento, cierro lentamente la puerta, corro todos los pestillos y paso la cadena de seguridad. Sé que no se marchará hasta que oiga que los he cerrado todos.
Después me paso demasiado tiempo mirando por el largo pasillo que da a la cocina esperando oír el familiar y reconfortante sonido de mi abuela trajinando en ella. Tras
quedarme ahí parada durante una eternidad, por fin convenzo a mi cuerpo cansado para que me lleve hacia la escalera.
Pero me detengo de repente cuando oigo un golpe en la puerta. Extrañada, me dirijo hacia allí y me dispongo a descorrer los cerrojos, pero algo me lo impide: la voz
de Miller diciéndome que no le abra a nadie. Tomo aire para preguntar quién es, pero me detengo. ¿Será mi instinto?
Me alejo en silencio de la puerta, entro en el salón y me acerco a la ventana. Todos mis sentidos están en alerta máxima. Me siento inquieta, nerviosa, y doy un
brinco enorme cuando oigo golpes otra vez.
—¡Joder! —exclamo, probablemente demasiado alto. M i corazón late a gran velocidad en mi pecho mientras me acerco de puntillas hacia la ventana y me asomo
por la cortina.
De repente aparece un rostro delante de mí.
—¡Joder! —chillo, y me aparto corriendo de la ventana. Me agarro el pecho. Apenas puedo respirar del susto. M is ojos y mi mente intentan registrar un rostro
que reconozco—. ¿Ted? —Arrugo el rostro con confusión.
El hombre sonríe afablemente y hace un gesto con la cabeza hacia la puerta antes de desaparecer de mi vista. Pongo los ojos en blanco y trago saliva en un intento
de evitar que el corazón se me salga por la boca.
—Me va a dar algo —mascullo, y me dirijo a la puerta. Estoy convencida de que ha estado aquí desde que Miller se ha marchado, haciendo guardia.
Descorro los cerrojos y abro la puerta. Un cuerpo entra disparado en mi dirección y apenas logro apartarme a tiempo.
—¡Mierda! —grito pegándome contra la pared del recibidor. M i pobre corazón todavía no se ha recuperado de la impresión de ver el rostro de Ted en la ventana.
Miller pasa por mi lado con su maleta y la deja a los pies de la escalera.
—¿Estaba Ted haciendo guardia? —pregunto esperando una confirmación. ¿Esto es lo que me espera? ¿Tener mi propio guardaespaldas?
—¿De verdad creías que iba a dejarte sola? —Miller pasa por mi lado de nuevo y giro la cabeza para seguirlo hasta que veo cómo se aleja hasta llegar a Ted, que
está cerrando el maletero del Lexus—. Gracias.
Le entrega sus llaves y le da la mano.
—Un placer. —Ted sonríe, le estrecha la mano y mira en mi dirección—. Buenas noches, señorita Taylor.
—Buenas noches —mascullo, y veo cómo Miller se vuelve y regresa por el camino del jardín.
Ted se acomoda en el asiento del conductor y desaparece en un santiamén. Entonces el mundo desaparece cuando Miller cierra la puerta y corre los pestillos.
—Necesitamos aumentar la seguridad —gruñe. Se vuelve y advierte mi cara de pasmo—. ¿Estás bien?
Parpadeo sin parar. Mi mirada va de la puerta a él repetidas veces.
—Hay dos cerraduras, una cilíndrica, una de embutir y una cadena.
—Y aun así yo conseguí entrar —dice recordándome las ocasiones en las que se coló en mi casa para obtener lo que más le gusta.
—Porque he mirado por la ventana, he visto a Ted y he abierto la puerta —respondo.
Sonríe en reconocimiento a mi insolencia, pero no responde.
—Necesito una ducha.
—Me encantaría ducharme contigo —susurra con voz grave y animal aproximándose a mí. Dejo caer los brazos y siento que se me calienta la sangre. Da otro paso
hacia adelante—. Me encantaría posar las manos sobre tus hombros húmedos y masajear cada centímetro de tu cuerpo hasta que en tu preciosa cabecita sólo haya sitio
para mí.
Ya lo ha conseguido, y ni siquiera me ha tocado todavía, pero asiento de todos modos y me quedo callada hasta que lo tengo delante de mí y me levanta en brazos.
Lo envuelvo con los brazos y hundo el rostro en su cuello. Sube la escalera, llega hasta el baño y me baja al suelo. Sonrío, me inclino para abrir el agua y empiezo a
desnudarme.
—No hay mucho espacio —digo, y voy metiendo la ropa en el cubo de la colada, prenda a prenda, hasta que estoy completamente desnuda.
Asiente ligeramente, se coge el dobladillo de la camiseta y se la saca por la cabeza. Los músculos de su estómago y de su vientre se contraen y se relajan como
resultado del movimiento y soy incapaz de apartar la mirada de su torso. Mis ojos cansados parpadean unas pocas veces y descienden hasta sus piernas cuando se
despoja de sus vaqueros. Suspiro ensoñadoramente.
—Tierra llamando a Olivia.
La suavidad de su tono atrae mi mirada hacia la suya. Sonrío y me aproximo a él para colocar la mano en el centro de su pecho. Después de un día mental y
físicamente agotador, sólo necesito sentirlo y sentir el reconfortante placer de tocarlo.
Deja que recorra su pecho con la mano y mis ojos siguen el camino que traza. Mientras, Miller me observa. Noto cómo sus manos se posan en mi cintura con
suavidad, con cuidado de no interrumpir mis movimientos controlados. M i mano asciende hasta sus hombros, hasta su cuello y por su oscura mandíbula hasta llegar a
sus hipnóticos labios. Los separa despacio y deslizo el dedo entre ellos. Ladeo un poco la cabeza con una diminuta sonrisa cuando veo que lo muerde ligeramente.
Entonces nuestras miradas se encuentran e intercambiamos un millón de palabras sin hablar. Amor. Adoración. Pasión. Deseo. Ansia. Necesidad...
Libero mi dedo y ambos nos aproximamos el uno al otro lentamente.
Y todas esas cosas se intensifican cuando nuestras bocas se unen. Cierro los ojos y deslizo las manos hasta su cintura. Él me agarra del cuello y me sostiene así
mientras venera mi boca durante una eternidad y me traslada a un lugar en el que sólo existimos Miller y yo; un lugar que ha creado para mí, para que huya a él. Un lugar
seguro. Un lugar tranquilo. Un lugar perfecto.
Me sostiene con fuerza, como siempre, y el poder que transpira es sobrecogedor, pero su ternura constante elimina cualquier posible temor. No cabe ninguna duda
de que es siempre Miller quien dirige las cosas. Es él quien domina mi cuerpo y mi corazón. Sabe lo que necesito y cuándo lo necesito, y lo demuestra en cada aspecto
de nuestra relación, no sólo en los momentos en que me está venerando. Como hoy, cuando he necesitado ir al hospital inmediatamente. O como cuando he necesitado
venir a casa y sumergirme en la persistente presencia de la abuela. Como cuando he necesitado que saliese de su mundo perfecto y estuviese aquí conmigo.
Nuestro beso se ralentiza, pero Miller sigue agarrándome con fuerza. Después de mordisquearme el labio inferior, la nariz y la mejilla, se aparta y mis ojos,
divididos, se enfrentan a su típico dilema. No saben en qué centrarse, y mi mirada oscila repetidas veces entre sus cegadoras esferas azules y su boca hipnótica.
—Vamos a darte una ducha, mi niña preciosa.
Pasamos una media hora de dicha bajo el agua caliente. El reducido espacio hace que sea una ducha muy íntima, aunque no esperaba menos. Sería así aunque
tuviésemos hectáreas de espacio. Con las manos apoyadas sobre las baldosas de la pared, agacho la cabeza y mis ojos observan cómo el agua espumosa desaparece por
el sumidero mientras las manos suaves y enjabonadas de Miller masajean todos los músculos cansados de mi cuerpo, provocándome una sensación divina. Me pone el
champú y me aplica el acondicionador hasta las puntas. Permanezco quieta y callada todo el tiempo, y sólo me muevo cuando me coloca en la postura que más cómoda
le resulta para llevar a cabo su tarea. Después de besar con delicadeza cada milímetro de mi rostro mojado, me ayuda a salir de la bañera y me seca antes de guiarme a mi
dormitorio.
—¿Tienes hambre? —pregunta mientras me pasa el cepillo por el pelo húmedo.
Sacudo la cabeza y decido pasar por alto la ligera vacilación de sus movimientos detrás de mí, pero no insiste. Me tumba en la cama y se coloca detrás hasta que
nuestros cuerpos desnudos están fuertemente entrelazados y sus labios empiezan a danzar perezosamente por mis hombros. El sueño no tarda en apoderarse de mí,
asistido por el leve arrullo de Miller y por el calor de su cuerpo pegado por completo a mi espalda.


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