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Una noche enamorada - Cap. 1

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CAPÍTULO 1



Esto es perfecto. Pero sería aún más perfecto si mi mente no estuviese plagada de preocupaciones, miedo y confusión.

Me vuelvo y me pongo boca arriba en esta cama tamaño queen. Levanto la vista hacia el tragaluz instalado en el techo abovedado de nuestra suite de hotel y
observo las nubes suaves y esponjosas que salpican el intenso cielo azul. También veo los edificios que se elevan hasta los cielos. Contengo el aliento y escucho los
sonidos, ahora familiares, de las mañanas de Nueva York: los cláxones de los coches, los pitidos y el bullicio en general se distinguen perfectamente a una altura de doce
plantas. Similares rascacielos nos envuelven, haciendo que parezca que este edificio se haya perdido en medio de la jungla de cristal y cemento. El entorno que nos rodea
es increíble, pero no es eso lo que hace que esto sea casi perfecto, sino el hombre que tengo al lado en esta cama mullida y enorme. Estoy convencida de que las camas
en Estados Unidos son más grandes. Aquí todo parece más grande: los edificios, los coches, las celebridades... mi amor por Miller Hart.
Ya llevamos aquí dos semanas, y echo muchísimo de menos a la abuela, aunque hablo con ella a diario. Dejamos que la ciudad nos absorba por completo y no
hacemos nada más que enfrascarnos el uno en el otro.
Mi perfecto hombre imperfecto está relajado aquí. Conserva sus exageradas costumbres, pero puedo vivir con ello. Curiosamente, estoy empezando a encontrar
adorables muchos de sus hábitos obsesivo-compulsivos; ahora puedo admitirlo. Y puedo decírselo a él, aunque sigue prefiriendo ignorar el hecho de que la obsesión
influye en la mayoría de elementos de su vida. Incluida yo.
Al menos aquí en Nueva York no sufrimos intromisiones. Nadie intenta arrebatarle su bien más preciado. Yo soy su posesión más preciada. Un título que me
encanta llevar, aunque también supone una carga que estoy dispuesta a soportar, porque sé que el santuario que hemos creado aquí es sólo algo temporal. Afrontar ese
oscuro mundo es una batalla que planea en el horizonte de nuestra actual casi perfecta existencia. Y me odio a mí misma por dudar de que mi fuerza interior consiga que
lo superemos; esa fuerza en la que tanto confía Miller.
Se mueve ligeramente a mi lado y me devuelve a la lujosa habitación que hemos estado llamando casa desde que llegamos a Nueva York, y sonrío al ver cómo hunde
su boca en la almohada mientras murmura. Su preciosa cabeza descansa cubierta de rizos alborotados y una densa barba de varios días puebla su mandíbula. Suspira y
palpa a su alrededor medio dormido hasta que su mano alcanza mi cabeza y sus dedos localizan mis rizos revueltos. Mi sonrisa se intensifica y me quedo observando su
rostro muy quieta, y siento cómo sus dedos se hunden en mi pelo mientras vuelve a dormirse del todo. Ésta es una nueva costumbre de mi perfecto caballero a tiempo
parcial: juguetea con mi pelo durante horas, incluso dormido. Me he despertado con nudos en varias ocasiones, a veces con sus dedos todavía enredados en los
mechones, pero nunca me quejo. Necesito el contacto físico con él, sea de la naturaleza que sea.
Mis párpados empiezan a cerrarse lentamente adormecidos por su tacto. Pero mi paz pronto se ve bombardeada por desagradables visiones, incluida la
perturbadora visión de Gracie Taylor. Abro los ojos de golpe, me incorporo de un salto y esbozo una mueca de dolor al sentir un tirón de pelo que hace que eche la
cabeza atrás.
—¡Mierda! —susurro, levantando la mano para iniciar la meticulosa tarea de desenredar los dedos de Miller de mi cabello.
Gruñe unas cuantas veces, pero no se despierta, y le coloco la mano sobre la almohada antes de acercarme con cuidado al borde de la cama. Miro por encima del
hombro, veo que está profundamente dormido y espero que sus sueños sean tranquilos y apacibles. Todo lo contrario a los míos.
Tanteo con los pies la alfombra mullida, me levanto estirándome un poco y termino con un suspiro. Me quedo de pie junto a la cama, con la mirada perdida hacia
la enorme ventana. ¿Es posible que haya visto a mi madre por primera vez en dieciocho años? ¿O sólo fue una alucinación provocada por el estrés?
—¿Qué es lo que preocupa a esa preciosa cabecita tuya? —Su voz grave y adormilada interrumpe mis pensamientos y, cuando me vuelvo, lo veo tumbado de lado,
con las palmas de las manos unidas descansando bajo su mejilla.
Fuerzo una sonrisa que sé que no va a convencerlo, y dejo que Miller y toda su perfección me distraigan de mi conflicto interior.
—Sólo estaba soñando despierta —digo en voz baja, y paso por alto su expresión de incredulidad.
Llevo torturándome mentalmente con esto desde que embarcamos en aquel avión, y he reproducido el momento una y otra vez en mi mente. Pero a Miller no le ha
pasado desapercibida mi actitud meditabunda. Sin embargo, no me ha presionado, y estoy convencida de que creerá que estoy reflexionando sobre la traumática
situación que nos ha traído hasta Nueva York. Y en parte tendría razón. Muchos acontecimientos, revelaciones y visiones han invadido mi mente desde que llegamos
aquí, y esto hace que me sienta mal por no poder apreciar del todo la compañía de Miller y su devoción a la hora de venerarme.
—Ven aquí —susurra, sin acompañar sus autoritarias palabras de gesto alguno.
—Iba a preparar café. —Soy una ingenua si creo que podré evitar sus preguntas mucho más tiempo.
—Ya te lo he dicho una vez. —Se apoya sobre un hombro y ladea la cabeza. Sus labios forman una línea recta, y sus ojos cristalinos y azules me atraviesan con la
mirada—. No hagas que me repita.
Sacudo la cabeza suavemente y suspiro. Me deslizo de nuevo entre las sábanas y me acurruco contra su pecho mientras él permanece quieto y deja que me
acomode. Una vez adoptada mi posición, me rodea con los brazos y hunde la nariz en mi pelo.
—¿Mejor?
Asiento contra su pecho y me quedo observando sus músculos mientras él me acaricia por todas partes y respira hondo. Soy consciente de que está desesperado
por reconfortarme e infundirme confianza. Pero no lo consigue. Me ha concedido tiempo para cavilar, y le debe de haber resultado tremendamente difícil. Sé que estoy
pensando demasiado. Lo sé. Y Miller también lo sabe.
Se aparta de la calidez de mi pelo y pasa unos instantes arreglándomelo. Después se centra en mis atribulados ojos azules.
—No dejes de quererme nunca, Olivia Taylor.
—Jamás —afirmo, sintiéndome muy culpable. Deseo que sepa que mi amor por él no debería preocuparle en absoluto—. No des tantas vueltas.
Levanto la mano, le acaricio el labio inferior con el pulgar y observo cómo entorna los ojos y desliza la mano para agarrar la mía en su boca.
Me alisa la palma y me la besa en el centro.
—Lo mismo te digo, preciosa mía. Detesto verte triste.
—Te tengo a ti. Es imposible que esté triste.
Me sonríe afablemente y se inclina para besarme la punta de la nariz con delicadeza.
—Discrepo.
—Discrepa todo lo que quieras, Miller Hart.
Me levanta al instante y me coloca encima de él, atrapándome con los muslos. Me coge las mejillas con las palmas de las manos, acerca los labios y los deja a unos
milímetros de los míos. Siento su aliento caliente sobre mi piel. Soy incapaz de controlar la reacción de mi cuerpo. Y no quiero hacerlo.
—Déjame saborearte —murmura mientras busca mi mirada.
Bajo la cabeza y me estrello contra sus labios. Repto por su cuerpo hasta que me quedo a horcajadas sobre sus caderas y noto su estado de ánimo, duro y erecto
bajo mi trasero. Gimo contra su boca, agradecida por sus tácticas para distraerme.
—Creo que soy adicta a ti —murmuro mientras coloco las manos en su nuca y tiro de él con impaciencia hasta que se incorpora.
Envuelvo las piernas alrededor de su cintura y él posa las manos sobre mi culo para estrecharme más mientras nuestras lenguas danzan lenta y apasionadamente.
—Me alegro. —Interrumpe nuestro beso y me mueve ligeramente para coger un condón de la mesita—. Pronto te bajará la regla —observa.
Asiento y alargo las manos para ayudarlo. Se lo quito y lo saco del envoltorio, tan ansiosa como Miller por comenzar la veneración.
—Bien. Así podremos prescindir de esto.
Le coloco el condón, me reclama, me levanta y cierra los ojos con fuerza mientras guía su erección hacia mi húmeda abertura. Desciendo sobre él hasta absorberla
entera.
Lanzo un gemido grave y entrecortado de satisfacción. Nuestra unión disipa todas mis preocupaciones y no deja espacio a nada más que a un placer implacable y
un amor imperecedero. Está hundido hasta el fondo, quieto, y echo la cabeza atrás mientras clavo las uñas en sus firmes hombros para apoyarme.
—Muévete —le ruego, aferrándome a su regazo y sin apenas respirar de mi necesidad por él.
Su boca encuentra mi hombro y me hunde los dientes suavemente mientras empieza a guiarme meticulosamente.
—¿Te gusta?
—Más que nada que pueda imaginar.
—Coincido. —Eleva las caderas al tiempo que me retiene abajo, provocando oleadas de placer en nuestros cuerpos jadeantes—. Olivia Taylor, me tienes
completamente fascinado.
Su ritmo controlado es más que perfecto y nos calienta a ambos lenta y perezosamente. Cada rotación nos aproxima más a la explosión. La fricción de mi clítoris
contra su entrepierna cuando me baja hasta el final con cada meneo me hace sollozar y jadear. Entonces mi cuerpo continúa su movimiento circular y el delicioso placer
disminuye brevemente, hasta que vuelvo a sentir ese gozoso pico de frenesí. Su mirada cómplice me indica que lo está haciendo a propósito, y sus constantes
parpadeos y sus carnosos labios separados no hacen sino intensificar mi desesperación.
—Miller —gimo. Entierro el rostro en su cuello y pierdo la capacidad de mantenerme derecha sobre su regazo.
—No me prives de esa cara, Olivia —me advierte—. Muéstramela.
Jadeando, le lamo y le muerdo la garganta, y su barba raspa mi rostro sudoroso.
—No puedo. —Su experta veneración siempre me deja inservible.
—Por mí puedes hacerlo. Muéstrame la cara —me ordena con dureza, y me embiste de nuevo con un golpe de caderas.
Grito ante la repentina y profunda penetración y me pongo derecha de nuevo.
—¿Cómo? —exclamo, frustrada y extasiada al tiempo.
Me retiene en ese punto, el punto entre la tortura y un placer sobrenatural.
—Porque yo puedo.
Me coloca boca arriba y vuelve a penetrarme lanzando un grito de satisfacción. Su ritmo y su ímpetu se aceleran. Nuestra manera de hacer el amor se ha vuelto más
dura las últimas semanas. Es como si se hubiese encendido una luz, y Miller se ha dado cuenta de que tomarme con un poco más de agresividad y fuerza no hace que
disminuya el nivel de veneración en nuestros encuentros íntimos. Sigue haciéndome el amor. Puedo tocarlo, y besarlo, y él me responde y no para de regalarme palabras
de amor, como para asegurarse y dejarme claro que posee el control. Es innecesario. Le confío mi cuerpo tanto como ahora le confío mi amor.
Me agarra de las muñecas, me las sostiene con firmeza por encima de la cabeza y se apoya sobre sus tonificados antebrazos, cegándome con los definidos
músculos de su torso. Tiene los dientes apretados, pero todavía detecto ese leve aire victorioso. Está contento. Se está deleitando en mi clara desesperación por él. Pero
él está igual de desesperado por mí. Elevo las caderas y empiezo a recibir su firme bombeo. Nuestros sexos colisionan, él se retira y vuelve a hundirse de nuevo en mí
una y otra vez.
—Te estás aferrando a mí, mi niña —jadea.
Su rizo rebelde le rebota en la frente con cada impacto de nuestros cuerpos. Todas y cada una de mis terminaciones nerviosas empiezan a crisparse con el
incontrolable placer que se acumula en mi sexo. Intento contenerlo desesperadamente, lo que sea con tal de prolongar la magnífica imagen que tengo delante de mí,
empapado de sudor y con el rostro descompuesto con un placer tan intenso que podría confundirse con el dolor.
—¡Miller! —grito extasiada. Mi cabeza empieza a temblar, pero mis ojos se mantienen fijos en los suyos—. ¡Por favor!
—Por favor, ¿qué? ¿Necesitas correrte? —¡Sí! —exclamo, y aguanto la respiración cuando arremete con tanta intensidad que me empuja hacia la cabecera de la
cama—. ¡No!
No sé qué quiero hacer. Necesito explotar, pero también quiero quedarme para siempre en este remoto lugar de puro abandono.
Miller gruñe y permite que su barbilla descienda hasta su pecho y que su feroz agarre libere mis muñecas, que ascienden inmediatamente hasta sus hombros. Le
clavo mis uñas cortas con fuerza.
—¡Joder! —ruge, y acelera el ritmo.
Nunca me había tomado con tanta fuerza, pero en medio de este tremendo placer no hay lugar para la preocupación. No me está haciendo daño, aunque sospecho
que yo a él sí. Me duelen los dedos.
Yo misma suelto unas cuantas palabrotas y recibo cada embestida hasta que, de pronto, se detiene. Siento cómo se dilata dentro de mí, y entonces retrocede
ligeramente y se hunde expeliendo un gruñido largo y grave. Ambos descendemos en picado hacia un abismo de sensaciones indescriptibles y maravillosas.
La intensidad de mi clímax me deja sin sentido, y la manera en que Miller se derrumba sobre mi pecho sin preocuparse de si me está aplastando me indica que él
está igual. Ambos jadeamos, ambos palpitamos, completamente extenuados. Creo que esta manera intensa y frenética de hacer el amor podría considerarse follar, y
cuando siento que unas manos empiezan a acariciarme y que una boca repta por mi mejilla buscando mis labios, sé que Miller está pensando lo mismo.
—Dime que no te he hecho daño. —Dedica unos momentos a venerar mi boca, tomándola con suavidad y mordisqueándome los labios con delicadeza cada vez que
tira de ellos. Siento cómo sus manos me hacen cosquillas, me recorren y me acarician por todas partes.
Cierro los ojos, suspiro de satisfacción y absorbo sus pausadas atenciones mientras sonrío y reúno las pocas fuerzas que me quedan para abrazarlo e infundirle
seguridad.
—No me has hecho daño.
Siento su cuerpo pesado sobre mí, pero no tengo ningún deseo de aliviar el peso. Estamos conectados... por todas partes.
Respiro profundamente.
—Te quiero, Miller Hart.
Se levanta lentamente hasta que me mira con ojos centelleantes y con las comisuras de la boca curvadas hacia arriba.
—Acepto tu amor.
Intento en vano mirarlo con irritación, pero sólo consigo imitar su gesto alegre. Es imposible no hacerlo cuando últimamente no para de mostrar su sonrisa, antes
tan cara de ver.
—Eres un caradura.
—Y tú, Olivia Taylor, eres una bendición del cielo.
—O una posesión.
—Lo mismo da —susurra—. Al menos en mi mundo.
Me besa los dos párpados con dulzura antes de elevar las caderas para salir de mí y de sentarse sobre los talones. La satisfacción templa mis venas y la paz inunda
mi mente cuando me pone encima de su regazo y coloca mis piernas alrededor de su espalda. Las sábanas se han transformado en un montón de tela arrugada que nos
rodea, y a él no parece importarle lo más mínimo.
—Esta cama es un desastre —digo con una sonrisa provocadora mientras él me coloca el pelo por encima del hombro y desliza las manos por mis brazos hasta
agarrar las mías.
—Mi obsesión por tenerte en la cama conmigo supera con creces la de tener las sábanas ordenadas.
Mi sonrisita se transforma en una inmensa sonrisa.
—Vaya, señor Hart, ¿acaba de admitir que tiene una obsesión?
Ladea la cabeza y yo flexiono una de mis manos hasta que me la suelta y me tomo mi tiempo en apartarle el mechón de pelo rebelde de la frente.
—Tal vez tengas razón —responde, totalmente serio y sin tintes de humor en su tono.
Mi mano vacila en sus rizos. Lo observo detenidamente esperando encontrar su precioso hoyuelo, pero no lo veo y lo miro con expresión interrogante en un
intento de averiguar si por fin está admitiendo que padece un tremendo TOC (trastorno obsesivo-compulsivo).
—Tal vez —añade manteniendo el rostro inexpresivo.
Sofoco un grito de fingida indignación y lo golpeo de broma en el hombro. Mi gesto provoca que una dulce risa escape de sus labios. Nunca deja de fascinarme que
Miller sea capaz de divertirse. Es sin duda la cosa más bonita del mundo; no de mi mundo, sino del mundo entero. Tiene que serlo.
—Yo diría que no hay duda —digo interrumpiendo su risa.
Sacude la cabeza embelesado.
—¿Eres consciente de lo mucho que me cuesta aceptar que estés aquí?
Mi sonrisa se transforma en confusión.
—¿En Nueva York?
Me habría ido hasta Mongolia Exterior si me lo hubiese pedido. A cualquier parte. Se ríe ligeramente y aparta la mirada. Lo agarro de la mandíbula y dirijo su
perfecto rostro de nuevo hacia el mío.
—Explícate. —Enarco las cejas con autoridad y pego los labios muy seria a pesar de la tremenda necesidad que siento de compartir su felicidad.
—Me refiero a aquí —dice encogiendo sus sólidos hombros—. Conmigo.
—¿En la cama?
—En mi vida, Olivia. Transformando mi oscuridad en una luz cegadora. —Acerca el rostro y sus labios acechan los míos—. Convirtiendo mis pesadillas en bonitos
sueños.
Sostiene mi mirada y guarda silencio, mientras espera a que asimile sus sentidas palabras. Como muchas de las cosas que dice ahora, lo entiendo y lo comprendo
perfectamente.
—Podrías limitarte a decirme lo mucho que me amas. Eso serviría.
Aprieto los labios, desesperada por mantenerme seria. No es fácil cuando acaba de robarme el corazón de cuajo con una declaración de tanto peso. Quiero
empujarlo contra la cama y demostrarle lo que siento por él con un beso de infarto, pero una minúscula parte de mí anhela que capte mi insinuación poco sutil. Nunca
ha dicho nada sobre el amor. Siempre habla de fascinación, y sé perfectamente lo que quiere decir. Pero no puedo negar mi deseo de escuchar esas dos palabras tan
simples.
Miller me tumba boca arriba y cubre de besos cada milímetro de mi rostro arrugado debido al escozor de su barba.
—Me tienes profundamente fascinado, Olivia Taylor. —Atrapa mis mejillas entre sus palmas—. Nunca sabrás cuánto.
Cedo ante Miller y dejo que haga conmigo lo que quiera.
—Aunque me encantaría pasarme el día entero perdido bajo estas sábanas con mi obsesión, tenemos una cita. —Me besa la nariz, me levanta de la cama y me
revuelve el pelo—. Dúchate.
—¡Sí, señor! —Lo saludo, y me dirijo a la ducha mientras él pone los ojos en blanco


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