Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Grey - (20) Sábado, 4 de Junio de 2011

Volver a Capítulos

Sábado, 4 de Junio de 2011

La brisa de verano peina mi cabello, acariciado por los dedos astutos de un amor. Mi amor.
Ana.
Me despierto de repente, confuso. Mi habitación está envuelta en oscuridad, y a mi lado Ana duerme, su respiración suave y regular. Me apoyo en un codo y paso mi mano por mi cabello, con la extraña sensación de que alguien acaba de hacer exactamente eso. Miro alrededor de la habitación, mirando con atención a las oscuras esquinas, pero Ana y yo estamos solos.
Extraño. Podía jurar que alguien estaba aquí. Alguien me tocó.
Solo fue un sueño.
Me saco de encima el molesto pensamiento y compruebo la hora. Son pasadas las cuatro y media de la mañana. Cuando me dejo caer en mi almohada, Ana murmura una palabra incoherente y se gira de frente a mí, todavía dormida. Se ve serena y hermosa.
Miro al techo, la parpadeante luz de la alarma de incendios se burla de mí una vez más. No tenemos contrato. Además Ana está aquí. A mi lado. ¿Qué significa eso? ¿Cómo se supone que lidio con ella? ¿Seguirá mis reglas? Necesito saber que ella está a salvo. Froto mi cara. Esto es un territorio inexplorado para mí, está fuera de mi control y es perturbador.
Leila viene a mi mente.
Mierda.
Mi mente corre: Leila, trabajo, Ana… y sé que no volveré a dormir otra vez. Me levanto, me pongo unos pantalones de pijama, cierro la puerta de la habitación y me dirijo a la sala de estar a mi piano.
Chopin es mi consuelo; las notas sombrías concuerdan con mi humor y las toco una y otra vez. Un pequeño movimiento en el borde de mi visión capta mi atención, y alzando la mirada, veo a Ana acercarse hacia mí, con pasos vacilantes.
L
Página 589
—Deberías estar durmiendo —murmuro, pero continúo tocando.
—Y tú —lanza de regreso. Su rostro es firme con decisión, aunque se ve pequeña y vulnerable vestida solo en mi gran bata de baño. Escondo mi sonrisa.
—¿Me está regañando, señorita Steele?
—Sí, señor Grey.
—No puedo dormir.
Tengo demasiado que sopesar en mi mente y prefiero que ella se vaya a la cama y duerma. Debe estar cansada de ayer. Ignora mi humor y se sienta a mi lado en el banco del piano, inclinando su cabeza en mi hombro.
Es un gesto tierno e íntimo que por un momento me pierdo en el preludio, pero continúo tocando, sintiéndome más en paz porque ella está conmigo.
—¿Qué era lo que tocabas? —pregunta cuando termino.
—Chopin. Op. 28. Preludio n.º 4 en mi menor, por si te interesa.
—Siempre estoy interesada en lo que tú haces.
Dulce Ana. Beso su cabello.
—Siento haberte despertado.
—No has sido tú—dice, sin mover su cabeza—. Toca la otra.
—¿La otra?
—La pieza de Bach que tocaste la primera noche que me quedé aquí.
—Oh, la de Marcello.
No puedo recordar la última vez que toqué para alguien bajo petición. Para mí el piano es un instrumento solitario, para mis oídos solamente. Mi familia no me ha escuchado tocar por años. Pero ya que ella me lo pidió, tocaré para mi dulce Ana. Mis dedos acarician las teclas y la inolvidable melodía hace eco a través de la habitación.
—¿Por qué solo tocas música triste? —pregunta.
Página 590
¿Es triste?
—¿Así que solo tenías seis años cuando empezaste a tocar? —Continúa con sus preguntas, alzando su cabeza y estudiándome. Su rostro está abierto y ansioso por información, como es usual; y después de anoche, ¿quién soy yo para negarle algo a ella?
—Aprendí a tocar para complacer a mi nueva madre.
—¿Para encajar en la familia perfecta? —Mis palabras de nuestra cándida noche en Savannah hacen eco en su suave voz.
—Sí, algo así. —No quiero hablar sobre esto y me sorprende cuanta información personal mía está reteniendo—. ¿Por qué estás despierta? ¿No necesitas recuperarte de los excesos de ayer?
—Para son las ocho de la mañana. Además, tengo que tomarme la píldora.
—Me alegro de que te acuerdes —medito—. Solo a ti se te ocurre empezar a tomar una píldora de horario específico en una zona horaria distinta. Quizá deberías esperar media hora hoy y otra media hora mañana, hasta que al final terminaras tomándotela a una hora razonable.
—Buena idea —dice—. De acuerdo, ¿y qué hacemos durante esa media hora?
Bueno, podría follarte sobre este piano.
—Se me ocurren unas cuantas cosas. —Mi voz es seductora.
—Aunque también podríamos hablar. —Sonríe, provocativa.
No estoy de humor para hablar.
—Prefiero lo que tengo en mente. —Extiendo mi brazo alrededor de su cintura, tirando de ella a mi regazo, y acaricio su cabello.
—Tú siempre antepondrías el sexo a la conversación. —Ríe.
—Cierto. Sobre todo contigo. —Sus manos se curvan alrededor de mis bíceps, la oscuridad todavía se mantiene tranquila y silenciosa. Trazo besos desde la base de su oreja a su garganta—. Quizá encima del piano —murmuro, mientras mi cuerpo responde a la imagen mental de ella tumbada sobre el piano, su cabello cayendo por los lados.
Página 591
—Quiero que me aclares una cosa —dice suavemente en mi oreja.
—Siempre tan ávida de información, señorita Steele. ¿Qué quieres que te aclare? —Su piel es suave y cálida contra mis labios mientras empujo la bata de baño de su hombro con mi nariz.
—Lo nuestro —dice ella, y la simple palabra suena como un rezo.
—Mmm… ¿Qué pasa con lo nuestro? —Me detengo. ¿A dónde quiere llegar con esto?
—El contrato.
Paro y miro a su mirada astuta. ¿Por qué está haciendo esto ahora? Mis dedos se deslizan por su mejilla.
—Bueno, me parece que el contrato ha quedado obsoleto, ¿no crees?
—¿Obsoleto? —dice, y sus labios se suavizan con el atisbo de una sonrisa.
—Obsoleto. —Reflejo su expresión.
—Pero eras tú el interesado en que lo firmara. —La incertidumbre nubla los ojos de Ana.
—Eso era antes. Pero, las normas no. Las normas siguen en pie. —Necesito saber que estás a salvo.
—¿Antes? ¿Antes de qué?
—Antes… —Antes de todo esto. Antes de que volvieras mi mundo del revés, antes de que durmieras conmigo. Antes de que recostaras tu cabeza en mi hombro en el piano. Es todo…—. Antes de que hubiera más —murmuro, llevando lejos mi ahora familiar incomodidad en las tripas.
—Ah —dice, y creo que está complacida.
—Además, ya hemos estado en el cuarto de juegos dos veces, y no has salido corriendo espantada.
—¿Esperas que lo haga?
—Nada de lo que haces es lo que espero, Anastasia.
Página 592
La v entre sus cejas está de regreso.
—A ver si entendí: ¿quieres que me atenga a lo que son las normas del contrato en todo momento, pero que ignore el resto de lo estipulado?
—Salvo en el cuarto de juegos. Ahí quiero que te atengas al espíritu general del contrato, y sí, quiero que te atengas a las normas en todo momento. Así me aseguro de que estarás a salvo y podré tenerte siempre que lo desee —añado ligeramente.
—¿Y si incumplo alguna de las normas? —pregunta.
—Entonces te castigaré.
—Pero, ¿no necesitarás mi permiso?
—Sí, claro.
—¿Y si me niego? —persiste.
¿Por qué está siendo tan obstinada?
—Si te niegas, te niegas. Tendré que encontrar una forma de convencerte. —Debería saber esto. Ella no me dejó azotarla en el cobertizo y quería hacerlo. Pero tuve que hacerlo después esa noche… con su aprobación.
Se levanta y camina hacia la entrada de la sala de estar, y por un momento creo que está enojada, pero se gira con la expresión perpleja.
—Vamos, que lo del castigo se mantiene.
—Sí, pero solo si incumples las normas. —Esto está claro para mí. ¿Por qué no para ella?
—Tendría que releérmelas —dice, repentinamente toda seria.
¿Necesita hacer esto ahora?
—Voy por ellas.
En mi estudio, enciendo mi computara e imprimo las reglas, preguntándome por qué estamos discutiendo esto a las cinco de la mañana.
Página 593
Ella está en el fregadero, bebiendo un vaso de agua, cuando regreso con los papeles. Me siento en una banqueta y espero, mirándola. Su espalda está firme y tensa; esto no es buena señal. Cuando se gira y deslizo las hojas de papel hacia ella a través de la isla.
—Aquí tienes.
Escanea las reglas rápidamente.
—¿Así que lo de la obediencia sigue en pie?
—Oh, sí.
Sacude su cabeza, y con una sonrisa irónica tira de la esquina de su boca mientras sus ojos se lanzan al cielo.
Oh, qué deleite.
Mi espíritu de repente se levanta.
—¿Me acabas de poner los ojos en blanco, Anastasia?
—Puede, depende de cómo te lo tomes. —Se ve precavida y entretenida al mismo tiempo.
—Como siempre —Si ella me dejara…
Traga y sus ojos se amplían con anticipación.
—Entonces…
—¿Sí?
—Quieres darme unos azotes.
—Sí. Y lo voy a hacer.
—¿Ah, sí, señor Grey? —Dobla sus brazos, su barbilla empuja hacia arriba retándome.
—¿Me lo vas a impedir?
—Vas a tener que atraparme primero. —Sonríe coquetamente, lo cual va directamente a mi polla.
Ella quiere jugar.
Me bajo de la banqueta, mirándola atentamente.
—Ah, sí, señorita Steele? —El aire casi cruje entre nosotros.
Página 594
¿En qué dirección va a correr?
Sus ojos están en los míos, llenos de emoción. Sus dientes prueban su labio inferior.
—Además, te estás mordiendo el labio —¿Lo está haciendo a propósito? Me muevo despacio a mi izquierda.
—No te atreverás —se burla—. A fin de cuentas, tú también pones los ojos en blanco. —Con sus ojos fijos en mí, también se mueve a la izquierda.
—Sí, pero con este jueguecito acabas de subir el nivel de excitación.
—Soy bastante rápida, para que lo sepas —me tienta.
—Y yo.
¿Cómo lo hace todo tan emocionante?
—¿Vas a venir sin rechistar?
—¿Lo hago alguna vez? —Sonríe, tomando el cebo.
—¿Qué quieres decir, señorita Steele? —La acecho alrededor de la isla de la cocina—. Si tengo que ir a por ti, va a ser peor.
—Eso será si me agarras, Christian. Y ahora mismo no tengo intención de dejarme agarrar.
¿Habla en serio?
—Anastasia, te puedes caer y hacerte daño. Y eso sería una infracción directa de la norma siete, ahora la seis.
—Desde que te conocí, señor Grey, estoy en peligro permanente, con normas o sin ellas.
—Así es.
Tal vez esto no es un juego. ¿Está tratando de decirme algo? Duda y de repente me lanzo para agarrarla. Ella chilla y corre alrededor de la isla, a la relativa seguridad del otro lado de la mesa del comedor. Con sus labios separados, su expresión cautelosa y temeraria al mismo tiempo, la bata se desliza por uno de sus hombros. Se ve caliente. Jodidamente caliente.
Página 595
Despacio, merodeo hacia ella y se aleja.
—Desde luego, sabes cómo distraer a un hombre, Anastasia.
—Lo que sea por complacer, señor Grey. ¿De qué te distraigo?
—La vida. El universo. —Ex sumisas que han desaparecido. Trabajo. Nuestro trato. Todo.
—Parecías muy preocupado mientras tocabas.
Ella no desiste. Me detengo y doblo mis brazos, reconsiderando mi estrategia.
—Podemos pasarnos así el día entero, nena, pero terminaré atrapándote y, cuando lo haga, será peor para ti.
—No, ni hablar —dice, con absoluta certeza.
Frunzo el ceño.
—Cualquiera diría que no quieres que te atrapo.
—No quiero. De eso se trata. Para mí lo del castigo es como para ti el que te toque.
Y de algún modo, la oscuridad repta sobre mí, cubriendo mi piel, dejando un rastro de fría desesperación cuando despierta.
No. No. No puedo soportar ser tocado. Nunca.
—¿Eso es lo que sientes? —Es como si ella me tocara, sus uñas dejando rastros blancos sobre mi pecho.
Parpadea varias veces, evaluando mi reacción, y cuando habla su voz es amable.
—No. No me afecta tanto; es para que te hagas una idea. —Su expresión es ansiosa.
Bueno, ¡infiernos! Esto dirige una luz totalmente diferente en nuestra relación.
—Ah —reflexiono, porque no puedo pensar en nada más que decir.
Página 596
Ella toma una profunda respiración y se acerca a mí, y cuando está parada delante de mí y alza la mirada, sus ojos queman con recelo.
—¿Tanto lo odias? —susurro.
Eso es. Somos realmente incompatibles.
No. No quiero creer eso.
—Bueno… no —dice, y el alivio me inunda. —No —continúa—, no lo tengo muy claro. No es que me guste, pero tampoco lo odio.
—Pero anoche, en el cuarto de juegos, parecía…
—Lo hago por ti, Christian, porque tú lo necesitas. Yo no. Anoche no me hiciste daño. El contexto era muy distinto, y eso puedo racionalizarlo a nivel íntimo, porque confío en ti. Sin embargo, cuando quieres castigarme, me preocupa que me hagas daño.
Mierda. Díselo.
Es la hora de verdad o reto, Grey.
—Quiero hacerte daño, pero no quiero provocarte un dolor que no seas capaz de soportar. —Nunca iría tan lejos.
—¿Por qué?
—Porque lo necesito. —Suspiro—. No te lo puedo decir.
—¿No puedes o no quieres?
—No quiero.
—Entonces sabes por qué.
—Sí.
—Pero no me lo quieres decir.
—Si te lo digo, saldrás corriendo de aquí y no querrás volver nunca más. No puedo correr ese riesgo, Anastasia.
—Quieres que me quede.
—Más de lo que puedas imaginar. No podría soportar perderte.
Página 597
No puedo soportar más la distancia entre nosotros. La agarro para que deje de correr, y tiro de ella a mis brazos, mis labios buscando los suyos. Responde a mi necesidad, su boca moldeando la mía, devolviéndome el beso con la misma pasión, esperanza y deseo. La envolvente oscuridad retrocede y encuentro mi consuelo.
—No me dejes —susurro contra sus labios—. Me dijiste en sueños que nunca me dejarías y me rogaste que nunca te dejara yo a ti.
—No quiero irme —dice, pero sus ojos buscan los míos, buscando respuestas. Y estoy expuesto, mi fea y rota alma en exposición.
—Enséñamelo —dice.
Y no sé a qué se refiere.
—¿Qué cosa?
—Enséñame cuánto puede doler.
—¿Qué? —Me inclino hacia atrás y la miro fijamente con incredulidad.
—Castígame. Quiero saber lo malo que puede llegar a ser.
Oh, no. La libero y doy un paso fuera de su alcance.
Me mira; abierta, honesta, seria. Ella misma se está ofreciendo a mí una vez más; mía para tomarla, para hacer lo que yo quiera. Estoy aturdido. ¿Cumpliría esta necesidad por mí? No me lo puedo creer.
—¿Lo intentarías?
—Sí. Te dije que lo haría. —Su expresión está llena de determinación.
—Ana, me confundes.
—Yo también estoy confundida. Intento entender todo esto. Así sabremos los dos, de una vez por todas, si puedo seguir con esto o no. Si yo puedo, quizá tú…
Se detiene, y doy un paso más atrás. Ella quiere tocarme.
No.
Pero si hacemos esto, entonces sabré. Ella sabrá.
Página 598
Estaremos aquí mucho antes de lo que pensaba que estaríamos.
¿Puedo hacer esto?
Y en ese momento, sé que no hay nada que quiera más... No hay nada más que satisfaga el monstruo dentro de mí.
Antes de que pueda cambiar mis pensamientos, agarro su brazo y la llevo al piso de arriba a la sala de juegos.
En la puerta me detengo.
—Te voy a enseñar lo malo que puede llegar ser, y así puedes hacerte tu propia opinión. ¿Estás preparada para esto?
Ella asiente, su cara endurecida por una terca determinación que he llegado a conocer tan bien.
Que así sea.
Abro la puerta, cojo rápidamente el cinturón del bastidor antes de que ella cambie de opinión y la llevo a la banca en la esquina de la habitación.
—Inclínate sobre el banco —ordeno en voz baja.
Ella hace lo que le digo, sin decir nada.
—Estamos aquí porque tú has accedido, Anastasia. Además, has huido de mí. Te voy a pegar seis veces y tú vas a contarlas conmigo.
Aun así, no dice nada.
Doblo el dobladillo de su bata de baño por la espalda, dejando al descubierto su hermosa espalda. Corro mi palma sobre sus nalgas y la parte superior de los muslos y un escalofrío me recorre.
Esto es. Lo que quiero. Hacia lo que he estado dirigiéndome.
—Hago esto para que recuerdes que no debes huir de mí, y, por excitante que sea, no quiero que vuelvas a hacerlo nunca más. Además, me pusiste los ojos en blanco. Sabes lo que pienso de eso. —Tomo una respiración profunda, saboreando este momento, tratando de calmar mi atronador latido.
Necesito esto. Es lo que quiero. Finalmente estamos aquí.
Puede hacerlo.
Página 599
Nunca me decepcionaría.
Sosteniéndola en su lugar con una mano en la parte baja de la espalda, sacudo el cinturón. Tomo otra respiración profunda, centrándome en la tarea en cuestión.
No correrá. Lo prometió.
Entonces lo blando, golpeándola en ambos pómulos, duro. Grita, en estado de shock.
Pero no dice el numero... o la palabra de seguridad.
—¡Cuenta Anastasia! —exijo.
—¡Uno! —grita.
Bueno... no hay palabra de seguridad.
La golpeo nuevamente.
—¡Dos! —grita.
Así es, déjalo escapar, nena.
La golpeo una vez más.
—¡Tres! —Ella hace una mueca.
Hay tres rayas a través de su trasero. Hago la cuarta.
Ella grita el número, fuerte y claro.
No hay nadie que te escuche, nena. Grita todo lo que necesites.
La golpeo de nuevo.
—Cinco —solloza y hago una pausa, esperando de ella la palabra de seguridad. No lo hace.
Y uno para la suerte.
—Seis —susurra Ana, su voz forzada y ronca.
Dejo caer el cinturón, saboreando mi dulce liberación, eufórico. Estoy estupefacto, sin aliento, y finalmente repleto. Oh, esta hermosa chica, mi niña hermosa. Quiero besar cada pulgada de su cuerpo. Estábamos aquí. Dónde quiero estar. La alcanzo, tirando de ella en mis brazos.
Página 600
—Suéltame. No… —Lucha fuera de mi alcance, peleando lejos de mí, empujándome y finalmente girando sobre mí como un gato salvaje en plena ebullición—. ¡No me toques! —sisea. Su cara está manchada y untada de lágrimas, su nariz está moqueando, y su cabello es una maraña oscura, pero nunca me había parecido tan magnifica... y al mismo tiempo enojada.
Su ira se estrella sobre mí como un maremoto.
Está furiosa. Realmente furiosa.
Está bien, no me había dado cuenta de la ira.
Dale un momento. Espera a que las endorfinas entren en acción.
Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Esto es lo que te gusta realmente? ¿Verme así? —Se limpia la nariz con la manga de la bata de baño.
Mi euforia desaparece. Estoy aturdido, completamente indefenso y paralizado por su ira. El llanto lo conozco y entiendo, pero esta rabia... en algún lugar profundo en el interior resuena conmigo y no quiero pensar en ello.
No vayas allí, Grey.
¿Por qué no me pidió que parara? No dijo la palabra de seguridad. Merecía ser castigada. Huyó de mí. Puso los ojos en blanco. Esto es lo que pasa cuando me desafías, nena.
Ella frunce el ceño. Sus ojos azules y brillantes, repentinamente llenos de dolor y rabia, una visión escalofriante.
Mierda. ¿Qué he hecho?
Esto es aleccionador.
Estoy desequilibrado, tambaleándome en el borde de un precipicio peligroso, buscando desesperadamente las palabras para hacer esto bien, pero mi mente está en blanco.
—Bueno, eres un maldito hijo de puta —gruñe.
Todo el aliento sale de mi cuerpo, y es como si me hubiese azotado con un cinturón... ¡Mierda! Me reconoció por lo que soy.
Ha visto al monstruo.
Página 601
—Ana —susurro, suplicándole. Quiero que se detenga. Quiero abrazarla y hacer que el dolor desaparezca. Quiero que llore en mis brazos.
—¡No hay Ana que valga! ¡Tienes que solucionar tus mierdas, Grey! —Se quiebra, y sale del cuarto de juegos, en silencio cerrando la puerta detrás de ella. Aturdido, permanezco mirando la puerta cerrada, sus palabras resonando en mis oídos.
Eres un maldito hijo de puta.
Nada sale de mí. ¿Qué demonios? Mecánicamente, paso mis manos por el cabello, tratando de racionalizar su reacción, y la mía. Acabo de dejarla ir. No estoy enojado... estoy... ¿qué? Me agacho para recoger el cinturón, camino a la pared, y lo cuelgo en el bastidor. Ese fue, sin duda, uno de los momentos más satisfactorios de mi vida. Hace un momento me sentí más ligero, el peso de la incertidumbre entre nosotros se había ido.
Está hecho. Estamos ahí.
Ahora que sabe en lo que estoy involucrado, podemos seguir adelante.
Le dije. A la gente como yo, les gusta infligir dolor.
Pero solo en las mujeres que les guste.
Mi sensación de inquietud crece.
Su reacción, la imagen de su herida, su mirada embrujada está de regreso, no deseada, en mi imaginación. Es inquietante. Estoy acostumbrado a hacer que las mujeres lloren, es lo que hago.
¿Pero, Ana?
Me hundo en el suelo e inclino mi cabeza contra la pared, con los brazos sobre las rodillas dobladas.
Simplemente déjala llorar. Se sentirá mejor por llorar. Las mujeres lo hacen, en mi experiencia. Dale un momento, y luego ve y ofrece tu cuidado posterior. No dijo la palabra de seguridad. Lo pidió. Quería saber, curiosa como siempre. Simplemente ha sido un duro despertar, eso es todo.
Eres un maldito hijo de puta.
Página 602
Cerrando los ojos, sonrío sin humor. Sí, Ana, sí lo soy, y ahora lo sabes.
Ahora podemos seguir adelante con nuestra relación... arreglo. Sea lo que sea.
Mis pensamientos no me consuelan y la sensación de inquietud crece. Sus ojos heridos mirándome, indignados, acusatorios, autocompasivos... ella me puede ver por lo que soy. Un monstruo.
Flynn viene a mi mente.No insistas en lo negativo. Christian.
Cierro los ojos una vez más y contemplo el rostro angustiado de Ana.
Qué tonto soy.
Fue demasiado pronto.
Demasiado, demasiado pronto.
Maldición.
Voy a tranquilizarla.
Sí, la dejaré llorar, entonces la tranquilizaré.
Estaba enojado con ella por huir de mí. ¿Por qué hizo eso?
Infiernos. Es tan diferente de cualquier otra mujer que haya conocido. Por supuesto que no reaccionaría de la misma manera.
Necesito mirarla, abrazarla. Vamos a salir de esto. Me pregunto dónde está.
¡Mierda!
El pánico se apodera de mí. ¿Suponiendo que se haya ido? No, ella no haría eso. No sin decir adiós. Me paro y corro fuera de la habitación y bajo las escaleras. Ella no está en la sala de estar, debe estar en la cama. Me lanzo a mi dormitorio.
La cama está vacía.
La ansiedad en toda regla estalla en la boca de mi estómago. ¡No, no puede haberse ido!
Página 603
Arriba, debe estar en su habitación. Tomo las escaleras de tres en tres y me detengo, sin aliento, junto a la puerta de su dormitorio. Está ahí, llorando.
Oh, gracias a Dios.
Inclino mi cabeza contra la puerta, abrumado de alivio. No te vayas. El pensamiento es horrible.
Por supuesto, solo tiene que llorar.
Tomando una respiración para tranquilizarme, me dirijo al baño junto al cuarto de juegos a buscar un poco de crema de árnica, ibuprofeno, un vaso de agua y vuelvo a su habitación.
En su interior todavía está oscuro, aunque el amanecer es una raya pálida en el horizonte, y me toma un momento encontrar mi hermosa niña. Está acurrucada en el medio de la cama, pequeña y vulnerable, sollozando en silencio. El sonido de su dolor rasga a través de mí, dejándome sin aliento. Mis sumisas nunca me afectaron como ella, incluso cuando les gritaba. No lo entiendo. ¿Por qué me siento tan perdido? Dejando a un lado el árnica, agua, y las tabletas, levanto la colcha, me deslizo a su lado, y la alcanzo. Se pone rígida, todo su cuerpo gritando ¡No me toques! No perdiéndome la ironía.
—Tranquila —susurro, en un vano intento de detener sus lágrimas y calmarla. No responde. Permanece congelada, inflexible.
—No me rechaces, Ana, por favor. —Se relaja una fracción, lo que me permite tirar de ella en mis brazos, y enterrar mi nariz en su cabello maravillosamente fragante. Huele tan dulce como siempre, su aroma un bálsamo calmante para los nervios. Y le planto un tierno beso en el cuello.
—No me odies —me quejo, y presiono mis labios en su garganta, saboreándola. Ella no dice nada, pero poco a poco su llanto se disipa en sollozos y mocos suaves. Por fin está tranquila. Creo que podría haberse quedado dormida, pero no me atrevo a comprobarlo, en caso de perturbarla. Al menos se encuentra más tranquila ahora.
El amanecer viene y se va, y la luz ambiente se hace más brillante, metiéndose en la habitación, ya la mañana continúa. Y todavía estamos acostados silenciosamente. Mi mente se desvía a como tengo mi niña en mis brazos, y observo el cambio en la calidad de la luz. No puedo recordar un ejemplo, de cuando solo me acostaba,
Página 604
dejando correr el tiempo y mis pensamientos vagar. Es relajante, imaginando lo que podíamos hacer por el resto del día. Tal vez debería llevarla a verThe Grace.
Sí. Podríamos ir a navegar esta tarde.
Si todavía te habla, Grey.
Ella se mueve, un ligero temblor en su pie, y sé que está despierta.
—Te traje ibuprofeno y una pomada de árnica.
Finalmente responde, girando lentamente en mis brazos hacia mí. El dolor en sus ojos se centra en los míos, su mirada es intensa, inquisitiva. Se toma su tiempo para examinarme, como si me viera por primera vez. Es desconcertante porque, como de costumbre, no sé de lo que está pensando, lo que ve. Pero definitivamente está más tranquila, y doy la bienvenida a la pequeña chispa de alivio que aquello trae. Hoy podría ser un buen día, después de todo.
Acaricia mi mejilla y pasa los dedos a lo largo de mi mandíbula, haciéndome cosquillas por el camino. Cierro los ojos, saboreando su toque. Sigue siendo tan nueva, esta sensación, siendo acariciado y disfrutando de sus dedos inocentes acariciando suavemente mi cara, la oscuridad tranquila. No me importa que toque mi cara... o sus dedos en mi cabello.
—Lo siento —dice ella.
Sus suaves palabras son una sorpresa. ¿Me está pidiendo disculpas?
—¿Por qué?
—Lo que dije.
El alivio recorre mi cuerpo sin control. Me ha perdonado. Además, lo que dijo con ira tenía razón, soy un maldito hijo de puta.
—No me dijiste nada que no supiera ya. —Y por primera vez en muchos años, me encuentro pidiendo disculpas—. Siento haberte hecho daño.
Sus hombros se levantan un poco y me da una ligera sonrisa. He ganado un indulto. Estamos a salvo. Estamos bien. Me siento aliviado.
Página 605
—Te lo pedí yo —dice.
Seguro que lo hiciste, nena.
Traga nerviosamente.
—No creo que pueda ser todo lo que quieres que sea —admite, con los ojos muy abiertos, con sinceridad de corazón.
El mundo se detiene.
Mierda.
No estamos seguros del todo.
Grey. Has lo correcto.
—Ya eres todo lo que quiero que seas.
Frunce el ceño. Sus ojos están enrojecidos y esta tan pálida, más pálida de lo que la he visto alguna vez. Curiosamente estimulante.
—No lo entiendo —dice—. No soy obediente, y puedes estar seguro de que jamás volveré a dejarte hacerme eso. Y eso es lo que necesitas, me lo dijiste tú.
Y ahí está, su tiro de gracia. Empujé demasiado lejos. Ahora sabe y todos los argumentos que tenía conmigo mismo antes de embarcarme a que mi niña me inundara otra vez.
No le va el estilo de vida. ¿Cómo puedo corromperla de esta manera? Ella es demasiado joven, demasiado inocente, demasiado... Ana.
Mis sueños son solo eso... sueños. Esto no funcionará.
Cierro mis ojos; no puedo soportar la idea de mirarla. Es verdad, estaría mejor sin mí. Ahora que ha visto al monstruo, sabe que no puede competir con él. Tengo que liberarla, dejarla ir a su manera. Esto no funcionará entre nosotros.
Enfócate, Grey.
—Tienes razón. Debería dejarte ir. No te convengo.
Sus ojos se abren.
Página 606
—No quiero irme —susurra. Lágrimas encharcan sus ojos, haciendo que brillen sus pestañas largas y oscuras.
—Yo tampoco quiero que te vayas —respondo, porque es la verdad, y esa sensación, esa ominosa y aterradora sensación, me abruma. Las lágrimas gotean por sus mejillas una vez más. Suavemente le seco una lágrima que cae con mi pulgar, y antes de darme cuenta de las palabras, caen—. Desde que te conozco, me siento más vivo. —Trazo mi pulgar por su labio inferior. Quiero besarla, duro. Hacerla que olvide. Cegarla. Excitarla, sé que puedo. Pero algo me hace contener; su mirada herida. ¿Por qué iba a querer ser besada por un monstruo? Ella me podría alejar, y no sé si podría tratar con más rechazo. Sus palabras me persiguen, tirando de algún recuerdo oscuro y reprimido.
Eres un maldito hijo de puta.
—Yo también —susurra—. Me he enamorado de ti, Christian.
Recuerdo a Carrick enseñándome a bucear. Mis dedos agarrando el borde de la piscina mientras me arqueaba en el agua y ahora estoy cayendo una vez más, en el abismo, en cámara lenta.
No hay manera de que ella pueda sentir eso por mí.
No por mí. ¡No!
Y me ahogo en busca de aire, estrangulado por sus palabras trascendentales y su apremiante peso en mi pecho. Me sumerjo más abajo y abajo, la oscuridad me da la bienvenida. No puedo oírlas. No puedo tratar con ellas. No sabe lo que está diciendo, con quien está tratando, con lo que ella está tratando.
—No. —Mi voz es cruda con un dolorido recelo—. No puedes quererme, Ana. No… es un error.
Necesito hacerla entrar en razón sobre esto. No puede amar a un monstruo. No puede amar a un jodido hijo de puta. Necesita irse. Necesita salir… y en un instante, todo se vuelve claro como el cristal. Este es mi momento Eureka. No puedo hacerla feliz. No puedo ser lo que necesita. No puedo dejar que esto siga. Tiene que terminar. Esto nunca debió haber empezado.
—¿Un error? ¿Por qué un error?
—Bien, mírate. No puedo hacerte feliz.
Página 607
La angustia es evidente en mi voz mientras me hundo más y más en el abismo, envuelto en la desesperación.
Nadie puede amarme.
—Pero tú me haces feliz —dice, no comprendiendo.
Anastasia Steele, mírate. Tengo que ser honesto con ella.
—En este momento, no. No cuando haces lo que yo quiero que hagas.
Parpadea, sus pestañas revolotean sobre sus grandes y heridos ojos, estudiándome intensamente mientras busca la verdad.
—Nunca conseguiremos superar esto, ¿verdad?
Sacudo mi cabeza, porque no puedo pensar en qué decir. Esto vuelve a la incompatibilidad otra vez. Cierra sus ojos, como si le doliera, y cuando los abre otra vez, están claros, llenos de resolución. Sus lágrimas se han detenido. Y la sangre empieza a bombear a través de mi cabeza mientras mi corazón martillea. Se lo que va a decir. Temo lo que va a decir.
—Bien, entonces mejor me voy. —Hace una mueca mientras se levanta.
¿Ahora? No puede irse ahora.
—No, no te vayas. —Estoy en caída libre, más y más profundo. Su partida se siente como un monumental error. Mi error. Pero no puede quedarse si se siente de esta forma por mí, simplemente no puede.
—No tiene sentido que me quede —dice, y cautelosamente baja de la cama, aún envuelta en bata de baño. Realmente se va. No puedo creerlo. Bajo de la cama para detenerla, pero su mirada se fija en el piso, su expresión tan desolada, fría y distante, para nada mi Ana.
—Voy a vestirme. Me gustaría algo de privacidad —dice. Cuán plana y vacía suena su voz cuando se gira y se aleja, cerrando la puerta tras ella. Miro la puerta cerrada.
Esta es la segunda vez en el día en que se aleja de mí.
Me siento y sostengo mi cabeza en mis manos, tratando de calmarme, tratando de racionalizar mis sentimientos.
Página 608
¿Ella me ama?
¿Cómo pasó esto? ¿Cómo?
Grey, tú, jodido estúpido.
¿No fue este siempre un riesgo, con alguien como ella? ¿Alguien bueno e inocente y valiente? ¿Un riesgo el que no viera a mi yo real hasta que fuera demasiado tarde? ¿Entonces la haría sufrir de esta forma?
¿Por qué es esto tan doloroso? Me siento como si me hubieran perforado un pulmón. La sigo fuera de la habitación. Podría querer privacidad, pero si me está dejando, necesito ropa.
Cuando llego a mi habitación, se está bañando, así que rápidamente me cambio a unos jeans y una camiseta, elijo el negro, de acuerdo a mi estado de ánimo. Agarrando mi teléfono, vago a través del departamento, tentado a sentarme en el piano y martillar algún deplorable lamento. Pero en vez de eso me detengo en medio de la habitación, sintiendo nada.
Vacío.
¡Enfócate, Grey! Esta es la decisión correcta. Déjala ir.
Mi teléfono vibra. Es Welch. ¿Habrá encontrado a Leila?
—Welch.
—Sr. Grey, tengo noticias.
Su voz raspa a través del teléfono. Este hombre debería parar de fumar. Suena como Garganta Profunda.
—¿La encontraste? —Mi espíritu se levanta un poco.
—No, señor.
—¿Entonces qué es? —¿Por qué infiernos llamaste?
—Leila dejó a su esposo. Finalmente lo admitió. Se ha lavado las manos en lo que a ella respecta.
Esto son noticias.
—Ya veo.
Página 609
—Tiene alguna idea de donde puede estar, pero quiere que le engrasen la mano. Quiere saber quién está tan interesado en su esposa. Aunque no fue así como la llamó.
Peleo contra mi temperamento surgiendo.
—¿Cuánto quiere?
—Dijo dos mil.
—¿Dijo cuánto? —grito, enloqueciendo. ¿Por qué no simplemente admite que Leila lo abandonó antes?—. Pues nos podía haber dicho la puta verdad. Dame su número de teléfono; necesito llamarlo… Welch, esta esuna cagada monumental.
Miro hacia arriba y Ana está parada torpemente en la entrada de la sala, vestida con jeans y una fea sudadera. Es toda ojos enormes y contrito y tenso rostro, la maleta a su lado.
—Encuéntrala —chasqueo, colgando. Trataré con Welch más tarde.
Ana camina hasta el sofá, y de la mochila, saca la Mac, su teléfono, y la llave de su auto. Tomando un profundo aliento, marcha hasta la cocina y deja las tres cosas en la encimera.
¿Qué demonios? ¿Está regresando sus cosas?
Se gira para mirarme, la determinación clara en su pequeño rostro ceniciento. Es su impactante mirada la única que reconozco tan bien.
—Necesito el dinero que Taylor consiguió por mi Escarabajo.
Su voz está calmada pero monótona.
—Ana, no quiero esas cosas, son tuyas. —No puede hacerme—. Por favor, tómalas.
—No, Christian. Solo las acepté en préstamo, y ya no las quiero.
—¡Ana, sé razonable!
—No quiero nada que me recuerde a ti. Solo necesito el dinero que Taylor consiguió por mi auto —su voz desprovista de emoción.
Quiere olvidarme.
Página 610
—¿Intentas hacerme daño de verdad?
—No, no lo hago. Trato de protegerme a mí misma.
Por supuesto, trata de protegerse del monstruo.
—Por favor, Ana, toma esas cosas.
Sus labios están tan pálidos.
—Christian, no quiero discutir, solo necesito ese dinero.
Dinero. Todo vuelve siempre al jodido dinero.
—¿Aceptarías un cheque? —me burlo.
—Sí. Creo que eres bueno para eso.
Quiere dinero. Le daré dinero. Me precipito a mi estudio, apenas conteniendo mi temperamento. Sentándome en mi escritorio, llamo a Taylor.
—Buenos días, Sr. Grey.
Ignoro su saludo.
—¿Cuánto conseguiste por el VW de Ana?
—Doce mil dólares, señor.
—¿Tanto? —A pesar de mi sombrío estado de ánimo, estoy sorprendido.
—Es un clásico —dice por toda explicación.
—Gracias. ¿Puedes llevar a la señorita Steele a casa ahora?
—Por supuesto. Bajaré de inmediato.
Cuelgo y saco mi chequera del cajón de mi escritorio. Mientras lo hago, recuerdo mi conversación con Welch sobre el jodido imbécil del esposo de Leila.
¡Siempre es todo sobre el jodido dinero!
En mi rabia, doblo la suma que Taylor consiguió por la trampa mortal y meto la cosa en un sobre.
Página 611
Cuando regreso, está parada cerca de la isla de la cocina, perdida, casi como una niña. Le entrego el sobre, mi rabia evaporándose con la vista de ella.
—Taylor consiguió un buen precio... es un auto clásico —murmuro como disculpa—. Puedes preguntarle. Te llevará a casa.
Asiento hacia donde Taylor espera en la entrada de la sala.
—Está bien. Puedo regresar por mi cuenta, gracias.
¡No! Acepta el viaje, Ana. ¿Por qué hace esto?
—¿Vas a desafiarme a cada paso?
—¿Por qué cambiar el hábito de toda una vida? —Me da una mirada en blanco.
Y ese es el problema, el por qué nuestro acuerdo estaba condenado desde el inicio. Simplemente no está hecha para esto, y muy profundamente, siempre lo supe. Cierro mis ojos.
Soy tan idiota.
Trato una aproximación más suave, rogándole.
—Por favor, Ana. Deja que Taylor te lleve a casa.
—Traeré el auto, señorita Steele —anuncia Taylor con tranquila autoridad y se retira.
Quizás ella lo escuche. Miro alrededor, pero ya ha bajado al sótano a conseguir el auto.
Se vuelve de espaldas hacia mí, sus ojos muy abiertos repentinamente. Y contengo mi aliento. Realmente no puedo creer que se esté yendo. Esta es la última vez que la veré, y se ve tan triste. Me hiere profundamente ser el único responsable de esa mirada. Doy un vacilante paso hacia adelante; quiero sostenerla una vez más y rogarle que se quede.
Retrocede, y es un movimiento que señala tan claramente que no me quiere. La he llevado a alejarse.
Me congelo.
—No quiero que te vayas.
Página 612
—No puedo quedarme. Se lo que quiero, y no puedes dármelo, y no puedo darte lo que necesitas.
Oh, por favor, Ana, déjame sostenerte una vez más. Oler tu dulce, dulce esencia. Sentirte en mis brazos. Avanzo hacia ella otra vez, pero sostiene sus manos hacia arriba, deteniéndome.
—No... por favor —retrocede, el pánico grabado en su rostro—. No puedo hacer esto.
Y agarra su mochila y se dirige al vestíbulo. La sigo, manso e indefenso ante su estela, mis ojos fijos en su pequeña figura.
En el vestíbulo, llamo al elevador. No puedo quitar mis ojos de ella... su delicado rostro de elfo, esos labios, la forma en que sus oscuras pestañas cubren y lanzan una sombra sobre sus pálidas, pálidas mejillas.
Las palabras me fallan mientras intento memorizar cada detalle. No tengo líneas deslumbrantes, rápido ingenio, ni órdenes arrogantes. No tengo nada, nada más que un agujero vacío en mi pecho.
Las puertas del elevador se abren y Ana camina entrando directamente a través de ellas. Me mira, y por un momento su máscara se desliza, y ahí está; mi dolor reflejado en su bello rostro.
No… Ana. No te vayas.
—Adiós, Christian.
—Adiós, Ana.
Las puertas se cierran y se ha ido.
Me hundo lentamente en el piso y pongo mi cabeza en mis manos. El vacío es ahora cavernoso y doloroso, sobrecogiéndome.
Grey, ¿Qué demonios has hecho?
~ * ~
Cuando levanto la mirada otra vez, las pinturas en mi vestíbulo, mis Madonas, traen una triste sonrisa a mis labios. La idealización de la maternidad. Todas ellas mirando a sus niños, o mirándome desfavorablemente hacia abajo.
Están en lo correcto por mirarme así. Se ha ido. Realmente se ha ido. La mejor cosa que alguna vez me ha pasado. Después de decir
Página 613
que nunca me dejaría. De prometerme que nunca se iría. Cierro mis ojos, alejando esas miradas de lástima sin vida, y levanto mi cabeza, apoyándola contra la pared. Bueno, dijo esto dormida, y como el idiota que soy, le creí. Siempre supe muy profundamente, que no era bueno para ella, y que era demasiado buena para mí. Es así como debe ser.
Entonces,¿Por qué me siento como una mierda? ¿Por qué es tan doloroso?
La campanilla que anuncia el regreso del elevador, obliga a abrir mis ojos otra vez y mi corazón sube a mi boca. Está de regreso. Me siento, paralizado, esperando, y las puertas se abren otra vez. Taylor sale y se congela momentáneamente.
Demonios, ¿cuánto tiempo he estado sentado aquí?
—La señorita Steele está en casa, Sr. Grey —dice, como si dirigirse a mí mientras estoy postrado en el piso, fuera cosa de todos los días.
—¿Cómo estaba? —pregunto, tan desapasionadamente como puedo, sin embargo, realmente quiero saber.
—Alterada, señor —dice, sin mostrar emoción cualquiera.
Asiento, despachándolo. Pero no se va.
—¿Puedo traerle algo, señor? —pregunta, demasiado amablemente para mi gusto.
—No. —Vete. Déjame solo.
—Señor —dice, y sale, dejándome tirado en el piso del vestíbulo.
Por mucho que me gustaría sentarme aquí todo el día y revolcarme en mi desesperación, no puedo. Quiero una actualización de Welch, y necesito llamar a la pobre excusa de esposo de Leila. Y necesito una ducha. Quizás esta agonía se lavará con un baño.
Mientras me paro, toco la mesa de madera que domina el vestíbulo, mis dedos ausentemente trazando su delicada marquetería. Me hubiera gustado mucho follar a la señorita Steele sobre esto. Cierro mis ojos, imaginándola extendida sobre esta mesa, su cabeza echada hacia atrás, su barbilla levantada, su boca abierta en éxtasis, y su delicioso cabello derramándose por el borde. Mierda, me pongo duro de solo pensar en ello.
Página 614
Mierda.
El dolor en mis entrañas gira y aprieta.
Se ha ido, Grey, acostúmbrate a ello.
E invocando a años de esforzado control, levanto mi cuerpo sobre mis pies.
~ * ~
La ducha es abrasadora, la temperatura solo a un grado de ser dolorosa, de la forma en que me gusta. Me paro bajo la cascada, tratando de olvidarla, esperando que este calor la chamusque lejos de mi cabeza y lave su esencia de mi cuerpo.
Si se va, no hay regreso.
Nunca.
Restriego mi cabello con amarga determinación.
Hasta nunca.
Succiono mi aliento.
No. No un hasta nunca.
Levanto mi rostro hacia el agua cayendo. No es un hasta nunca para nada, voy a extrañarla. Apoyo mi cabeza contra las baldosas. Tan solo la otra noche estaba aquí conmigo. Miro mis manos, mis dedos acariciando la línea de azulejos donde solo ayer sus manos se apoyaban contra la pared.
Que se joda todo esto.
Cerrando la llave del agua, salgo del cubículo de la ducha. Mientras envuelvo una toalla alrededor de mi cintura, esto cala en mí: cada día será más oscuro y vacío, porque ella ya no está en el.
No más jocosos e ingeniosos correos electrónicos.
No más lengua viperina.
No más curiosidad.
Página 615
Sus brillantes ojos azules ya no me mirarán con diversión apenas velada… o sorpresa, o lujuria. Miro al idiota taciturno y melancólico mirarme de vuelta en el espejo del baño.
—¿Qué demonios has hecho imbécil? —me burlo de él. Articula las palabras de regreso hacia mí con mordaz desprecio. Y el bastardo parpadea hacia mí, grandes ojos grises con cruda miseria.
—Está mejor sin ti. No puedes ser lo que ella quiere. No puedes darle lo que necesita. Quiere corazones y flores. Se merece algo mejor que tú, la jodiste, bastardo. —Repelido por la imagen devolviéndome ceñuda la mirada, me alejo del espejo.
Al demoniocon afeitarme hoy.
Me dirijo a mi gaveta de cajones y saco algo de ropa interior y una camiseta limpia. Mientras me giro, noto una pequeña caja sobre mi almohada. La alfombra es jalada bajo mis pies otra vez, revelando una vez más el abismo bajo ellos, su mandíbula cae abierta, esperando por mí, y mi rabia se convierte en miedo.
¿Es algo departe de ella? ¿Por qué me lo daría? Dejo caer mis ropas y, tomando un profundo aliento, me siento sobre la cama y recojo la caja.
Es un planeador. Un kit de maqueta para un Blanik L23. Una nota escrita a mano cae de encima de la caja y flota hasta la cama.
Esto me recuerda a un momento feliz.
Gracias.
Ana
Es el regalo perfecto de la chica perfecta.
El dolor me atraviesa. ¿Por qué?
¿Por qué es tan doloroso? ¿Por qué?
Algo perdido, feos recuerdos se revuelven, intentando hundir los dientes aquí y ahora.
Página 616
No. Este no es el lugar en el que quiero que mi mente retorne. Me levanto, lanzando la caja en la cama, y vistiéndome por encima. Cuando termino agarro la caja,la nota y me dirijo a mi estudio.
Arreglaré esto mejor desde mi silla del poder.
~ * ~
Mi conversación con Welch es breve. Mi conversación con Russell Reed, el miserable bastardo mentiroso que se casó con Leila es más rápida. No sabía que se casaron en un fin de semana ebrios en las Vegas. Sin asombro, su matrimonio fallóluego de solo dieciocho meses. Lo dejó doce semanas atrás.
¿Así que donde estás ahora Leila Williams?
¿Qué has estado haciendo?
Concentro mi mente en Leila, intentando pensar en alguna pista de nuestro pasado que pueda decirme dónde se encuentra. Necesito saber. Necesito saber que está a salvo. Y por qué vino aquí. ¿Por qué yo?
Ella quería más, yo no, pero eso fue hace mucho. Fue fácil cuando ella se fue, nuestro acuerdo terminó por mutuo consentimiento. De hecho, todo nuestro acuerdo fue ejemplar; solo lo que debía ser.
Fue traviesa cuando estuvo conmigo, muy deliberadamente, y no la rota criatura que Gail describió.
Recuerdo lo mucho que disfrutaba nuestras sesiones en el cuarto de juegos. Leila amaba estar amordazada.
Un recuerdo aflora, estoy amarrando sus dedos de los pies juntos, girando sus pies para que no retrocediera y evitara el dolor. Si, ella amaba toda esa mierda, y yo también. Era una gran sumisa, pero nunca llamómi atención como Anastasia Steele.
Nunca manejó mi distracción como Ana.
Miro el kit del avión a escala en mi escritorio y trazo los bordes de la caja con mi dedo, sabiendo que los dedos de Ana la habían tocado.
Mi dulce Anastasia.
Página 617
Qué diferentes son todas las mujeres que he conocido. La única mujer que he perseguido, y la única mujer que no puede darme lo que quiero.
No entiendo.
He recobrado la vida desde que la conocí. Esas últimas semanas han sido las más interesantes, las más impredecibles, las más fascinantes en mi vida. He sido persuadido de mi monocromático mundo con un rico color, además ella no es lo que necesito.
Pongo la cabeza en mis manos. A ella nunca le gustaría lo que hago. Traté de convencerme que podríamos elaborar hasta la mierda más dura. Pero eso no pasará, nunca. Está mejor lejos de mí. ¿Quién querría estar con monstruo de mierda que no soporta ser tocado?
Aunque me compró este amable obsequio. ¿Quién hace eso por mí, aparte de mi familia? Estudio la caja una vez más y la abro. Todas las piezas de plástico de la nave están metidas en una cuadricula, envueltas en celofán. Recuerdos de ella chillando durante recorrido vienen a mi mente, sus manos arriba, agarrada contra el dosel de plexiglás. No podía ayudar, pero reí.
Dios, eso fue muy divertido, el equivalente de jalar su trenza en el parque de juegos. Ana con trenzas... cierro ese pensamiento de inmediato. No quiero ir allí, nuestro primer baño. Y lo único con lo que me quedo es con la idea de que no la veré de nuevo.
El abismo está abierto.
No. No de nuevo.
Necesito hacer ese viaje. Sería una distracción. Rasgando el celofán, echo un vistazo a las instrucciones. Necesito pegamento, pegamento moldeador. Busco atravesando mi escritorio.
Mierda. Ubicada en la parte de atrás de un cajón encuentro la caja de cuero roja que contiene los pendientes Cartier. No tuve la oportunidad de dárselos y ahora nunca la tendré.
Llamo a Andrea y dejo un mensaje en su celular, pidiéndole que cancele lo de esta noche. No puedo hacerle frente a la gala, no sin mi cita.
Abro la caja de cuero roja y examino los pendientes. Son hermosos; simples pero elegantes, justo para la fascinante señorita
Página 618
Steele… que me dejó esta mañana porque la castigué... porque la castigué muy fuerte. Acuno mi cabeza una vez más. Pero me lo permitió. No me detuvo. Ella me lo permitió porque me quiere. La idea es horrorosa, y la descarto inmediatamente. No puede. Es sencillo; nadie puede sentir algo por mí. No si me conocen.
Continúa Grey, concéntrate.
¿Dónde está el maldito pegamento? Guardo los pendientes atrás en el cajón y continúo mi búsqueda. Nada.
Llamo a Taylor.
—¿Señor Grey?
—Necesito pegamento de molde.
Se detiene un momento.
—¿Para qué tipo de modelo, señor?
—Un modelo de planeador.
—¿Madera o plástico?
—Plástico.
—Tengo algo, lo traeré ahora, señor.
Le agradezco, un poco sorprendido de que él tenga pegamento de moldear. Momentos después golpea la puerta.
—Adelante.
Se pasea en mi estudio y coloca el pequeño envase plástico sobre el escritorio. Él no se va y le hago una pregunta.
—¿Por qué tenías esto?
—Construí un raro avión. —Su rostro se ruboriza.
—¿Oh? —Mi curiosidad está picando.
—Volando con mi primer amor, señor.
No entiendo.
—Daltónica —explica inexpresivamente.
—¿Por eso entraste a la Marina?
Página 619
—Sí, señor.
—Gracias por esto.
—No hay problema, señor Grey. ¿Cenó?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—No tengo hambre, Taylor. Por favor, vete, disfruta la tarde con tu hija, y te veré mañana. No te molestaré de nuevo.
Se detiene un momento, y mi irritación sube.
Vete.
—Estoy bien. —Demonios, mi voz esta conmovida.
—Señor. —Inclina la cabeza—. Volveré mañana en la tarde.
Le doy un despectivo asentimiento, y se va.
¿Cuándo fue la última vez que Taylor me ofreció algo de comer? Debo parecer más un desastre de lo que creo. Enfurruñándome, tomo el pegamento.
~ * ~
El planeador está en la palma de mi mano. Me asombro con un sentido de logro, recuerdos del vuelo rondan mi conciencia. Anastasia era imposible de despertar —sonrío cuando recuerdo—, y una vez arriba ella era difícil, encantadora, hermosa, y divertida.
Cristo, eso fue divertido; su entusiasmo femenino durante el vuelo, los chillidos, y después, nuestro beso.
Ese fue mi primer intento de más. Es extraordinario que terminara en poco tiempo, tengo acumulados muchos momentos felices.
El dolor aparece una vez más, perturbador, doliente, recordándome todo lo que perdí.
Concéntrate en el planeador, Grey.
Ahora debo pegar las conexiones en su sitio, son complicados pequeños retoños.
Finalmente, la última está encendida y secándose, mi planeador tiene su propio registro FAA. Noviembre. Nueve. Cinco. Dos. Eco. Charlie.
Página 620
Eco Charlie.
Levanto mi mirada y la luz está atenuándose. Es tarde. Mi primer pensamiento es que puedo mostrarle esto a Ana.
No más Ana.
Tenso mis dientes y estiro mis hombros rígidos. Levantándome lentamente, me doy cuenta que no he comido en todo el día o tomado algo de beber, y mi cabeza está palpitante.
Me siento como la mierda.
Reviso mi teléfono con la esperanza de que haya llamado, pero solo hay un mensaje de Andrea.
Gala cancelada.
Espero todo esté bien.
A.
Mientras leo el mensaje de Andrea el teléfono suena. Mi corazón salta inmediatamente, entonces cae cuando lo reconozco, es Elena.
—Hola. —No me molesto en ocultar mi decepción.
—Christian, ¿esa es la manera de decir hola? ¿Qué te está carcomiendo? —me regaña, pero su voz está llena de humor.
Miro fijamente fuera de la ventana. El amanecer a lo lejos de Seattle. Brevemente, me pregunto que estará haciendo Anastasia. No quiero decirle a Elena lo que está pasando. No quiero decir las palabras en voz alta y hacerlas una realidad.
—¿Christian? ¿Qué pasa? Dime. —Cambia su tono a brusco y molesto.
—Ella me dejó —susurro, sonando malhumorado.
—Oh. —Elena suena sorprendida—. ¿Quieres que vaya?
—No.
Toma una profunda respiración.
Página 621
—Esta vida no es para todos.
—Lo sé.
—Diablos, Christian, suenas como la mierda. ¿Quieres que salgamos a cenar?
—No.
—Estoy saliendo.
—No, Elena. No soy buena compañía. Estoy cansado y quiero estar solo. Te llamaré durante la semana.
—Christian... es lo mejor.
—Lo sé. Adiós.
Cuelgo. No quiero hablar con ella. Me animó a que volara a Savannah. Tal vez sabría que este día llegaría. Frunzo el ceño al teléfono, lo lanzo en el escritorio, y voy a buscar algo de beber y comer.
~ * ~
Examino el contenido de mi refrigerador, nada me gusta.
En la despensa, encuentro una bolsa de pretzels. La abro y como uno después del otro mientras camino hacia la ventana. Afuera, la noche está cayendo; las luces parpadean y parpadeo a través de la lluvia torrencial. El mundo sigue adelante.
Sigue adelante, Grey.
Sigue adelante.


Volver a Capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros