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Cautivada por ti - Sylvia Day - Cap.9


9
Mientras sacaba a Eva del edificio Crossfire, Angus me miró y la sonrisa desapareció de su
cara. Abrió la puerta de atrás del Bentley y se puso a un lado mientras veía cómo yo hacía
subir a mi mujer al asiento de atrás.
Nos miramos nuevamente por encima de la cabeza de Eva cuando ella entraba y leí el
mensaje que había en sus ojos azul claro: «No sea muy duro con ella».
Angus no sabía lo difícil que era para mí mostrar el control que estaba consiguiendo
mantener. Podía sentir cómo palpitaba la vena de mi sien, reflejando el mismo pulso vibrante
que hacía latir mi polla.
Casi había detenido el ascensor a mitad de camino para follarme a Eva contra la pared
como un animal. Lo único que me había detenido habían sido las cámaras de seguridad y los
ojos del guardia que supervisaba la grabación.
Quería amarrarla. Clavar los dientes sobre su hombro mientras me la follaba. Dominarla.
Era una tigresa que arañaba y siseaba a todo aquel que ella pensara que me había hecho daño y
necesitaba sujetarla. Someterla.
—Maldita sea —dije con brusquedad mientras rodeaba el coche por detrás para entrar por
el otro lado. Eva era impredecible. No podía controlarla.
Me senté y cerré la puerta de golpe mientras miraba por la ventanilla porque tenía miedo
de lo que podría hacer si la miraba. Ella era el aire que respiraba y, en ese momento, yo no
podía respirar.
Apoyó una mano sobre mi muslo.
—Gideon...
Agarré la delgada mano que llevaba mi anillo. La acaricié entre las piernas y golpeé mi
palpitante polla contra su palma.
—Como vuelvas a abrir la boca, esto es lo que te voy a meter en ella.
Ahogó un grito.
Angus se puso al volante y arrancó el motor. Yo sentía la mirada de Eva a un lado de mi
cara. Apartó la mano y a punto estuve de soltar un gruñido al dejar de sentir su tacto. Después,
se revolvió en su asiento y se acurrucó a mi lado. Volvió a deslizar la otra mano entre mis
piernas y agarró mi polla con afán dominante. Apretó los labios contra mi mandíbula.
Pasé el brazo por detrás de su espalda. Respiré hondo e inhalé su olor.
El Bentley se alejó de la acera y nos adentramos en el tráfico de la ciudad.
Hasta que nos detuvimos en la puerta del edificio de oficinas donde estaba la consulta del
doctor Petersen no me acordé de nuestra cita. Había estado contando los minutos para llegar a
casa y poder tener a Eva como yo deseaba..., rápido..., con dureza, con furia.
Ella se disponía a levantarse cuando Angus salió del coche. Apreté el brazo alrededor de
ella.
—Hoy no —dije con firmeza.
—Vale —susurró besando de nuevo mi mandíbula.
Angus abrió la puerta. Ella se apartó y salió del coche de todos modos. Entró por la puerta
giratoria y me dejó mirándola.
—Dios mío.
Angus se agachó y asomó la cabeza para mirarme.
—La terapia de parejas es para los dos.
Le lancé una mirada de furia.
—Deja de divertirte con esto.
La sonrisa de sus ojos hizo que sus labios se curvaran con otra aún más grande.
—Ella lo quiere, le guste a usted o no.
—Por supuesto que me gusta —murmuré mirando hacia atrás para ver el tráfico antes de
abrir mi puerta y salir. Rodeé el vehículo por detrás—. Pero eso no significa que no sea
peligrosa.
Angus cerró la puerta. Una extraña brisa veraniega levantó el pelo rojo y grisáceo que
asomaba por debajo del gorro del chófer.
—A veces es uno quien marca el paso y, otras, es el que lo sigue. Creo que usted va a
seguir quejándose durante un tiempo por encontrarse en el segundo caso.
Dejé escapar un gruñido de exasperación.
—Ha hablado con Chris —dije.
Angus me miró sorprendido mientras asentía.
—Lo he visto entrar.
—¿Por qué no es capaz de dejarlo todo como está? —Subí a la acera, me coloqué bien el
chaleco y deseé poder ordenar mis pensamientos con la misma facilidad—. No puede cambiar
el pasado.
—No es en el pasado en lo que está pensando. —Apoyó la mano brevemente en mi hombro
—. Sino en el futuro.
Encontré a Eva dando vueltas por la consulta del doctor Petersen, manoteando en el aire
mientras hablaba. El buen doctor estaba sentado en su silla de siempre con la atención puesta
en su libreta mientras tomaba notas.
—Toda esta situación me está volviendo loca —decía furiosa.
Entonces me vio en la puerta y se detuvo.
—Gideon. —Una reluciente sonrisa iluminó su preciosa cara.
No había nada que yo no hubiera hecho por aquella mirada de felicidad. El hecho de que
sonriera así sólo por verme...
—Eva. Doctor —saludé tomando asiento en el sofá.
¿Cuánto le habría contado?
El doctor Petersen me siguió con la mirada.
—Hola, Gideon. Me alegra que hayas podido unirte a nosotros.
Di una palmada sobre el cojín que había a mi lado y esperé a que Eva se sentara.
—Estamos planeando mudarnos de nuevo al ático de la Quinta Avenida con Cary —dije
con suavidad una vez que ella se hubo colocado a mi lado, desviando la conversación a un
terreno en el que me encontraba más cómodo—. Supongo que va a ser para todos una
transición escabrosa.
Ella dio un respingo.
El doctor Petersen dejó su bolígrafo.
—Eva me estaba hablando de la visita de tu padrastro. Me gustaría saber algo más al
respecto antes de pasar a otro asunto.
Entrelacé los dedos con los de ella.
—No es un tema del que vayamos a hablar.
Noté que Eva me observaba fijamente. Volví la cabeza para mirarla a los ojos y de repente
me quedé sin respiración.
La nueva expresión que vi en su rostro me hizo ansiarla por un motivo completamente
distinto.
La sesión apenas había comenzado y ya estaba deseando que acabara.
Le había dicho a Angus que nos llevara a casa. Al ático.
Quedó claro que Eva estaba sumida en sus pensamientos al ver su sorpresa cuando el
chófer le abrió la puerta. Estábamos en el aparcamiento subterráneo que había debajo del
edificio.
Me miró.
—Luego te lo explico —le dije mientras la agarraba del codo y la llevaba al ascensor.
Subimos en silencio. Cuando las puertas se abrieron a nuestro vestíbulo privado, sentí que
su cuerpo se tensaba bajo mi mano. No habíamos estado juntos en el ático desde hacía casi un
mes. La última vez que habíamos estado en ese vestíbulo había sido la noche que se había
enfrentado a mí por la muerte de Nathan.
En aquella ocasión, yo también había sentido miedo, aterrado por haber hecho algo que
ella no pudiera perdonarme.
Habíamos vivido allí muchos momentos explosivos. El ático no había visto tanta felicidad
y amor entre nosotros como el apartamento secreto del Upper West Side. Pero eso lo íbamos a
cambiar. Un día, miraríamos atrás y esta casa nos recordaría todos los pasos de nuestro viaje
juntos, los buenos y los malos. Me negaba a imaginar otra cosa.
Abrí la puerta y le hice una señal para que pasara delante de mí. Eva dejó caer el bolso en
un sillón y se quitó los zapatos de una patada. Yo me quité la chaqueta y la colgué en el
respaldo de uno de los taburetes de la cocina y, a continuación, saqué un syrah del botellero.
—Estás decepcionada conmigo —dije en voz alta mientras descorchaba el vino.
Ella se acercó al arco y se apoyó en la piedra redondeada.
—No. No contigo.
Saqué un decantador y dos copas mientras pensaba mi respuesta. Era difícil negociar con
mi mujer. En cualquier otro acuerdo, yo participaba sabiendo que podía tomarlo o dejarlo. No
había acuerdo alguno del que no pudiera apartarme.
Excepto los que ponían en peligro mi dominio sobre Eva.
Mientras vertía el vino de la botella en el decantador, ella se unió a mí junto a la isleta de
la cocina.
Apoyó la mano en mi hombro.
—No llevamos mucho tiempo juntos, Gideon, y ya has llegado muy lejos. No voy a
exigirte todavía que vayas aún más lejos. Estas cosas requieren tiempo.
Dejé que el vino decantado se aposentara, giré la cara hacia ella y la atraje hacia mí. La
había sentido tan lejos durante la última hora que esa distancia me estaba matando.
—Bésame —susurré.
Echó la cabeza atrás y levantó la boca hacia mí. Yo apreté los labios contra los suyos pero
no hice nada más, deseando que fuera ella la que levantara los brazos. Necesitaba que lo
hiciera.
La caricia de su lengua sobre el borde de mis labios me hizo gruñir. La sensación de sus
dedos pasando entre el pelo de mi nuca me tranquilizó. Había una disculpa en la ternura de sus
labios deslizándose sobre los míos y amor en su silencioso gemido de rendición.
La levanté del suelo, tan aliviado porque aún me deseara que me sentía mareado.
—Eva..., lo siento.
—Chis. No pasa nada, cariño. —Se echó hacia atrás y me acarició la cara cogiéndola con
ambas manos—. No tienes por qué disculparte.
La garganta me quemaba. La puse sobre la encimera y me coloqué entre sus piernas
abiertas. La falda se le levantó dejando al descubierto la parte de abajo de sus ligas. La
deseaba. En todos los sentidos.
Mi frente tocó la suya.
—Estás enfadada porque no he querido hablar de Chris.
—No esperaba que evitaras el tema de una forma tan absoluta, eso es todo. —Me besó la
frente y sus dedos me apartaron el pelo de la cara—. Debería haber considerado esa
posibilidad, teniendo en cuenta lo enfadado que estabas cuando salimos del Crossfire.
—No contigo.
—¿Con Chris?
—Con la situación. —Suspiré con fuerza—. Estás esperando que la gente cambie y eso no
va a pasar. Mientras tanto, creas problemas en un momento en el que ya tenemos suficiente
con lo nuestro. Yo sólo quería tener un poco de tranquilidad contigo, Eva. Días en los que
estemos solos, felices y libres de tanta mierda.
—¿Y noches en las que te vayas a dormir a otra cama? ¿En otra habitación?
Cerré los ojos con fuerza.
—¿Todo esto es por ese motivo?
—No del todo pero, en parte, sí. Gideon, quiero estar contigo. Despierta y dormida.
—Lo entiendo, pero...
—Esa paz que buscas..., finges que la tienes durante el día y sufres sin ella por la noche. Te
está rompiendo por dentro y a mí me destroza ver lo que te pasa. No quiero que vivas así
siempre. No quiero que vivamos siempre así.
La miré con mi alma desnuda ante aquellos increíbles ojos del color del acero que no me
permitían ocultar nada. Había mucho amor en la mirada que me dedicaba. Amor y
preocupación, decepción y esperanza. Las lámparas que caían sobre la isla de la cocina
iluminaban por detrás su cabello rubio, recordándome lo preciosa que era. Un regalo que
nunca había esperado.
—Eva... Estoy hablando con el doctor Petersen de las pesadillas.
—Pero no de lo que las provoca.
—Das por sentado que Hugh es el problema —dije en tono tranquilo, sintiendo la
quemazón de odio y humillación en mis entrañas—. Pero hemos estado hablando de mi padre.
Se apartó.
—Campeón... Yo no sé qué es exactamente lo que aparece en tus sueños, pero he visto
cómo te despertabas de dos formas distintas: listo para sacudir a alguien o llorando como si
tuvieras el corazón destrozado. Cuando te despiertas violento, las cosas que dices me hacen
estar casi segura de que estás peleándote con Hugh.
Tomé aire rápida y profundamente. Me ponía furioso que mi antiguo terapeuta —y
violador— pudiera levantar la mano desde su tumba y tocar a Eva a través de mí.
—Escucha. —Rodeó mi cadera con las piernas—. Te he dicho que no iba a presionarte y lo
decía de verdad. Si lleváramos dos años de relación, quizá montaría un escándalo. Pero sólo
han pasado unos meses, Gideon. El hecho de que estés yendo a ver a alguien para hablar de tu
padre es suficiente por ahora.
—¿De verdad?
—Sí. Aunque hay cosas de las que nunca podemos hablar que también te obsesionan. El
doctor Petersen ya se encuentra con un obstáculo debido a eso. Cuanto más le ocultes, menos
podrá ayudarte.
Nathan. No tenía por qué pronunciar su nombre.
—Me estoy esforzando, Eva.
—Lo sé. —Sus manos me acariciaron los hombros y, después, los botones de mi chaleco
—. Sólo dime que no esperas evitar hablar de ello toda la vida. Dime que estás preparando el
terreno para hacerlo.
Mi ritmo cardíaco aumentó. Agarré sus muñecas con firmeza, aferrándome a ella. Me
sentía arrinconado, atrapado entre sus necesidades y las mías, que parecían divergir
terriblemente en ese momento.
Separó los labios cuando apreté las manos y su pecho se elevó con una respiración
acelerada. Un toque de control, una mirada de excitación, el tono de mi voz... Eva reaccionaba
a mis exigencias silenciosas como si estuviera adiestrada para ellas.
—Hago lo que puedo —dije.
—Eso no es una respuesta.
—Es lo único que tengo por ahora, Eva.
Tragó saliva. Sus pensamientos se dispersaron mientras su cuerpo se revolvía.
—Estás jugando conmigo —dijo en voz baja—. Me estás manipulando.
—No. Te estoy diciendo la verdad, aunque no sea lo que tú quieres oír. Me has dicho que
no ibas a presionarme. ¿Lo decías de verdad?
Se humedeció el labio inferior con la lengua y levantó los ojos hacia mí. A continuación,
asintió.
—Sí.
—Bien. Pues vamos a beber una copa de vino y a cenar. Después, si de verdad quieres
jugar, házmelo saber.
—¿Jugar? ¿A qué?
—Tengo un cordón de seda que he comprado para ti.
Eva abrió unos ojos como platos.
—¿Un cordón de seda?
—Carmesí, claro. —La solté y di un paso atrás, dejándole un poco de espacio para que
pensara mientras yo cogía el decantador y le servía una copa—. Me gustaría atarte cuando
estés lista para ello. Si no esta noche, otro día. Tampoco yo voy a presionarte.
Los dos estábamos dirigiendo al otro en direcciones incómodas. Ella prefería creer que un
observador especialista era parte de la respuesta que buscábamos. Yo creía que podríamos
encontrar buena parte de la respuesta nosotros solos, simplemente conectando del modo más
íntimo posible.
Curación sexual. ¿Qué podía ser más perfecto para dos personas que tenían el historial que
compartíamos Eva y yo?
Ella aceptó la copa que le entregué.
—¿Cuándo lo has comprado?
—Hace una semana. Puede que dos. No esperaba usarlo pronto, pero hoy has hecho que lo
desee. —Di un sorbo dejando que el vino diera vueltas en mi boca—. Dicho lo cual, seré
completamente feliz simplemente follándote con fuerza.
El vino chapoteó un poco en su copa cuando se la llevó a la boca. Se lo bebió de un trago
dejando tan sólo unas gotas en el fondo.
—Porque estás enfadado conmigo por haber hablado con Chris.
—Te he dicho que no lo estaba.
—Estabas rabioso cuando nos fuimos.
—Rabiosamente excitado. —Sonreí irónicamente—. No puedo explicar por qué, puesto
que ni yo mismo lo entiendo.
—Inténtalo.
Levanté la mano y pasé la yema del pulgar por sus labios.
—Te veo enfadada, apasionada, lista para la pelea, y quiero que toda esa violencia quede
debajo de mí. Haces que desee retenerte mientras tú arañas y gritas y tu coño me ordeña la
polla mientras yo te la meto. Mía. Toda mía.
—Gideon. —Eva dejó la copa a un lado y me agarró, apoderándose de mi boca con un
ansia salvaje que esperé que nunca disminuyera.
—¿Cómo es que nunca le has contado a Chris lo que pasó con Hugh?
La desagradable pregunta salió de la nada. Dejé de masticar, sintiendo de repente que el
bocado de pizza que tenía en la boca no era nada apetecible. Dejé caer lo que quedaba de mi
porción sobre el plato que tenía delante, cogí la servilleta y me limpié las comisuras.
—¿Por qué estamos hablando de esto otra vez? —inquirí.
Eva me miró frunciendo el ceño. Estaba sentada a mi lado en el suelo, entre la mesita y el
sofá de la sala de estar.
—No hemos hablado de esto.
—¿No? En cualquier caso, no importa. Mi madre se lo dijo.
Frunció el ceño aún más. Cogió el mando de la tele y bajó el volumen, enmudeciendo las
voces de los detectives del Departamento de Policía de Nueva York que hablaban en el
televisor.
—No lo creo.
Me puse de pie y cogí mi plato.
—Sí que lo hizo, Eva.
—¿Estás seguro de ello? —preguntó siguiéndome a la cocina.
—Sí.
—¿Cómo?
—Lo hablaron una noche durante la cena, cosa que yo no quiero hacer.
—Chris ha actuado como si no lo supiera. —Eva apoyó las manos en la encimera mientras
yo vaciaba los restos en la basura—. Parecía realmente confundido y aterrado.
—Entonces es que es tan oportunamente obtuso como mi madre. No deberías sorprenderte.
—¿Y si él no lo supiera?
—¿Qué? —Dejé el plato en el fregadero y el olor de la comida hizo que el estómago se me
revolviera—. ¿Qué coño importa ya? Ya pasó. Pasó y se acabó. Déjalo de una vez.
—¿Por qué estás tan enfadado?
—Porque me disponía a pasar tranquilamente la noche con mi mujer. Cena, vino, un poco
de televisión y un par de horas haciendo el amor... después de un día largo y duro. —Salí de la
cocina—. Olvídalo. Te veré por la mañana.
—Gideon, espera —dijo ella agarrándome del brazo—. No te vayas a la cama enfadado.
Por favor. Lo siento.
Me detuve y aparté su mano de mi brazo.
—Yo también.
—Empieza despacio —me susurra con los labios pegados a mi oído.
Puedo notar cómo se excita. Pasa la mano alrededor de mi cintura hasta donde yo estoy
acariciándome el pene. Su mano cubre la mía. Su respiración es acelerada y poco profunda.
Su erección me acaricia las nalgas.
El estómago se me revuelve. Estoy sudando. A mí no se me pone dura a pesar de que
deslizo mi puño lubricado arriba y abajo, guiado por el suyo.
—Piensas demasiado —me dice—. Concéntrate en lo bien que te sientes. Mira esa mujer
que tienes delante. Quiere que te la folles. Imagínate lo que sentirías metiendo la polla dentro
de ella. Suave. Caliente. Húmeda. Y dura. —Su mano aprieta con más fuerza la mía—. Muy
dura.
Yo miro la página desplegable abierta sobre la cisterna del váter. Ella tiene el pelo oscuro
y los ojos azules y sus piernas son largas. Siempre son así las mujeres de las fotografías que
Hugh me trae.
Jadea junto a mi oído y vuelvo a sentir el mareo. Mal. Hay algo que está mal en mí. Eso
está mal. Sus ansias me hacen sentir sucio. Malo. Soy un chico malo, incluso mi madre lo dice.
Me lo grita cuando llora, cuando se enfada conmigo por papá.
Un suave gemido entre el sonido de su pesada respiración. Soy yo el que hace ese ruido.
Me gusta, aunque no lo desee.
Me cuesta respirar, pensar, defenderme...
—Así —dice con voz persuasiva. Su otra mano se mete entre mis nalgas
Trato de alejarme, pero me tiene atrapado. Es más grande que yo, más fuerte. Por mucho
que lo intente, no puedo apartarlo.
—No —le digo mientras me retuerzo.
—Te gusta —responde refunfuñando. Su mano me bombea con más fuerza—. Siempre te
disparas como un géiser. No pasa nada. Se supone que debe gustarte. Te sentirás mejor
cuando te corras. No te pelees tanto con tu madre...
—No. ¡No! Dios mío...
Mete dos dedos mojados dentro de mí. Grito, me aparto retorciéndome, pero él no se
detiene. Se restriega y sigue metiéndose dentro de mí, tocándome en ese punto que hace que
quiera correrme más que otra cosa. El placer aumenta a pesar de que las lágrimas hacen que
los ojos me escuezan.
Mi cabeza cae hacia adelante. El mentón me toca el pecho, que se mueve con fuerza. Ya
llega. No puedo pararlo...
De pronto estoy mirando desde un lugar más alto. Mi mano se ha vuelto más grande
repentinamente y mi antebrazo más grueso y está lleno de venas. El pelo oscuro cubre mis
brazos y mi pecho, mi abdomen se ondula lleno de músculos mientras trato de controlar un
orgasmo que no deseo.
Ya no soy ese niño. Él no puede seguir haciéndome daño.
Hay un cuchillo sobre la página desplegada que reluce bajo la luz del lavabo que está a mi
lado. Lo cojo y me libero de los dedos que me están follando. Me doy la vuelta y la hoja se
hunde en su pecho.
—¡No me toques! —grito agarrándolo del hombro y doblándolo sobre el cuchillo hasta la
empuñadura.
Los ojos de Hugh se abren como platos llenos de terror. Su boca pronuncia un grito
silencioso.
Su rostro se convierte en el de Nathan. El cuarto de baño de mi infancia resplandece y se
transforma. Estamos en una habitación de hotel que me resulta sorprendentemente familiar.
El corazón me late con más fuerza ahora. No puedo estar aquí. No pueden encontrarme
aquí. No pueden encontrar ningún rastro de mí. Tengo que irme.
Me tambaleo hacia atrás. El cuchillo sale deslizándose suavemente empapado en sangre.
Los ojos de Nathan se tornan lechosos al llenarse de muerte. Son unos ojos grises. Unos bellos
y amados iris grises de paloma. Los ojos de Eva. Nublándose...
Eva está sangrando delante de mí. Muriendo delante de mí. Yo la he matado. Dios mío...
«¡Cielo!».
No puedo moverme. No puedo tocarla. Se desploma y se desangra sobre el suelo y sus ojos
tempestuosos se apagan y dejan de ver...
Me desperté con una sacudida y un grito ahogado, incorporándome con una ráfaga que traía
una brisa de aire acondicionado sobre mi piel empapada en sudor. No podía respirar porque el
pánico y el miedo me ahogaban. Me quité la sábana que tenía enredada entre las piernas y salí
de la cama tambaleándome, cegado por el terror. Mi estómago se movía impaciente y entré
dando tumbos en el baño justo antes de vomitar.
Me duché para hacer desaparecer el sudor pegajoso que me cubría.
No resultaba tan fácil deshacerse de la pena y la desesperación. Mientras frotaba mi piel
con una toalla seca, sentía su enorme peso ahogándome. El recuerdo del pálido rostro de Eva
marcado por la traición y la muerte me obsesionaba. No podía quitármelo de la cabeza.
Retiré la ropa de cama entre fuertes y bruscos movimientos y, después, arrojé una sábana
bajera limpia sobre el colchón.
—Gideon.
Me enderecé y me volví al oír la voz de Eva. Estaba en la puerta de mi dormitorio
retorciendo las manos entre el dobladillo de la camiseta que llevaba puesta. Sentí la fuerza del
remordimiento. Se había acostado sola en la habitación que yo había redecorado para que se
pareciera a su dormitorio del Upper West Side.
—Hola —dijo tímidamente en voz baja, cambiando el peso de un pie a otro mientras
mostraba lo incómoda que se sentía. Su recelo—. ¿Estás bien?
La luz del baño iluminaba su cara y delataba unas ojeras oscuras y unos ojos enrojecidos.
Se había quedado dormida llorando.
Yo le había hecho eso. Le había hecho sentir que sobraba allí, que sus pensamientos y sus
sentimientos me importaban menos que los míos. Había dejado que mi pasado abriera una
brecha entre ambos.
No. Eso no era verdad. Había permitido que mi miedo la alejara.
—No, cielo —repuse—. No estoy bien.
Dio un solo paso más hacia mí y se detuvo.
—Lo siento, Eva —dije con voz ronca al tiempo que abría los brazos.
Ella se abalanzó sobre mí, con su cuerpo exuberante y cálido. La apreté con fuerza, pero no
se quejó. Puse la mejilla sobre la parte superior de su cabeza e inhalé su olor. Podía
enfrentarme a todo, me enfrentaría a todo, con tal de que ella permaneciera a mi lado.
—Tengo miedo. —Mi voz apenas fue un susurro, pero ella la oyó.
Clavó los dedos en los músculos de mi espalda y me apretó más contra sí.
—No lo tengas. Estoy aquí.
—Me esforzaré más —prometí—. No pierdas la fe en mí.
—Gideon... —Suspiró suavemente sobre mi pecho—. Te quiero mucho. Sólo deseo que
seas feliz. Siento haberte presionado después de decir que no lo haría.
—Es culpa mía. Yo lo he fastidiado todo. Lo siento, Eva. Lo siento mucho.
—Calla. No tienes que disculparte.
La cogí en brazos, la llevé hasta la cama y la tumbé encima con cuidado. Yo me acurruqué
entre sus brazos, dejándome envolver por ella y posando la cara sobre su vientre. Ella pasó los
dedos por mi pelo masajeándome el cuero cabelludo, después la nuca y, luego, la espalda.
Aceptándome, a pesar de todos mis defectos.
El algodón de su camiseta se mojó con mis lágrimas y me acurruqué aún más,
avergonzado.
—Te quiero —murmuró—. Nunca dejaré de quererte.
—Gideon.
Me revolví al oír la voz de Eva y, a continuación, al sentir su mano deslizándose por mi
pecho. Abrí mis ojos cansados y escocidos y la vi inclinada sobre mí, la habitación
ligeramente iluminada por la llegada del amanecer y su pelo radiante bajo la escasa luz.
—¿Cielo?
Se movió y deslizó una pierna por encima de mí. Luego se levantó y se sentó a horcajadas
sobre mis caderas.
—Hagamos del día de hoy el mejor de nuestras vidas.
Tragué saliva con fuerza.
—Me apunto a ese plan —dije.
Su sonrisa puso mi mundo del revés. Buscó algo que había dejado sobre la almohada y, un
momento después, unos evocadores compases de música salieron suavemente por los
altavoces del techo.
Tardé un momento en reconocerla.
Ave María.
Ella me tocó la cara y las yemas de sus dedos se deslizaron por mi frente.
—¿Vale?
Quise responderle, pero sentía la garganta demasiado tensa. Sólo pude asentir. ¿Cómo
podía expresar que me parecía como un sueño, un impresionante paraíso que no merecía?
Echó las manos hacia atrás para ponerse las sábanas por debajo de la cadera para que no
molestaran. Cruzó los brazos por encima de su torso, se levantó la camiseta y se la quitó por la
cabeza. La lanzó a un lado. Pasmado, traté de recuperar mi voz.
—Dios, qué hermosa eres —dije con voz ronca.
Levanté las manos y las deslicé por las afelpadas curvas y los valles de su voluptuoso
cuerpo. Me senté y clavé los talones en la cama, moviéndonos a los dos hacia atrás hasta
quedar apoyado contra la cabecera. Metí las manos entre su pelo y las bajé por su cuello.
Podría pasar días enteros tocándola sin hartarme.
—Te quiero —dijo inclinando la cabeza para invadir mi boca con un beso caliente y
cautivador.
Dejé que me tomara, abriéndome a ella. Eva lamió hasta lo más profundo acariciándome
con la lengua, con los labios suaves y húmedos sobre los míos.
—Dime qué necesitas —murmuré, perdido en aquella música casi silenciosa. Perdido en
ella.
—A ti. Sólo a ti.
—Entonces, tómame —le dije—. Soy tuyo.
—Odio ser yo quien te lo diga, Cross —dijo Arash golpeteando con los dedos el brazo del
sillón que había delante de mi mesa—, pero has perdido tu instinto asesino. Eva te ha
domesticado.
Levanté la vista de mi pantalla. Tras pasar dos horas de la mañana haciendo el amor con
mi mujer, podía admitir que no me sentía especialmente agresivo. Más bien perezoso y
relajado. Aun así...
—Sólo porque no crea que PhazeOne de LanCorp suponga una amenaza para la consola
GenTen no significa que no esté prestando atención.
—Eres consciente, que no es lo mismo que estar prestando atención —me corrigió—. Y te
garantizo que Ryan Landon lo ha notado. Antes hacías algo cada semana o cada quince días
sólo para pincharlo, cosa que, para bien o para mal, lo instaba a hacer algo.
—¿No fue la semana pasada cuando cerramos el trato de PosIT?
—Eso fue una reacción, Cross. Tienes que hacer algo que él no motive.
El teléfono de mi despacho empezó a sonar por la línea que estaba sincronizada con mi
móvil. El nombre de Ireland apareció en la pantalla y extendí la mano hacia el auricular.
—Tengo que atender esta llamada —dije.
—Por supuesto que sí —murmuró Arash.
Lo miré entornando los ojos mientras respondía.
—Ireland, ¿qué tal estás?
No era habitual que mi hermana me llamara. Normalmente nos enviábamos mensajes, una
forma de comunicación con la que los dos nos sentíamos cómodos. Sin silencios extraños y sin
la necesidad de fingir alegría o tranquilidad.
—Oye, siento llamarte en mitad del día. —Su voz sonaba apagada.
Fruncí el ceño preocupado.
—¿Qué pasa?
Ireland hizo una pausa.
—Puede que no sea un buen momento.
Maldije en silencio. Eva tenía reacciones similares cuando yo era demasiado brusco. Las
mujeres de mi vida deberían ser más tolerantes conmigo. Yo tenía una gran curva de
aprendizaje en lo relativo a las interacciones sociales.
—Pareces enfadada.
—Tú también —respondió.
—Puedes llamar a Eva y quejarte de ello con ella. Te comprenderá. Ahora dime qué pasa.
Soltó un suspiro.
—Mamá y papá han estado discutiendo toda la noche. No sé qué pasaba, pero papá estaba
gritando. Él nunca grita, ya lo sabes. Es el hombre más tranquilo del mundo. Nada le afecta. Y
a mamá no le gusta nada discutir. Siempre evita los conflictos.
Su sagacidad me asombraba.
—Siento que hayas tenido que oírlo.
—Papá se ha ido esta mañana temprano y mamá no ha parado de llorar desde entonces.
¿Sabes tú qué es lo que sucede? ¿Es por tu boda con Eva?
Un silencio extraño y reconocible me invadió. No sabía qué decirle, y me negaba a sacar
conclusiones precipitadas.
—Es probable que tenga algo que ver.
Lo único que sabía con seguridad era que no quería que Ireland oyera a sus padres discutir.
Recordé cómo me había sentido yo cuando los míos se peleaban después de que saliera a la luz
el fraude financiero de mi padre. Aún podía percibir el eco del pánico y del miedo.
—¿Tienes algún amigo con el que puedas quedarte el fin de semana? —le pregunté.
—A ti.
Su sugerencia me desconcertó.
—¿Quieres quedarte en mi casa?
—¿Por qué no? Nunca la he visto.
Miré a Arash, que me observaba. Me incliné hacia adelante y apoyé los codos en las
rodillas.
No sabía cómo decirle que no, pero no podía acceder. La única persona con la que había
pasado la noche era Eva y, obviamente, no había resultado bien.
—Da igual —dijo—. Olvídalo.
—No, espera. —«Maldita sea»—. Eva y yo tenemos planes esta noche con unos amigos,
eso es todo. Necesito un poco de tiempo para cambiarlos.
—Ah, entiendo. —Su voz se suavizó—. No quiero fastidiaros los planes. Tengo amigas a
las que puedo llamar. No te preocupes.
—Estoy preocupado por ti. Eva y yo podemos hacer algunos cambios. No supone ningún
problema.
—Ya no soy una niña, Gideon —dijo claramente exasperada—. No quiero estar en tu casa
sabiendo que, supuestamente, Eva y tú deberíais estar divirtiéndoos. Eso sería un verdadero
fastidio, así que no, gracias. Prefiero estar tranquila con mis propios amigos.
El alivio me recorrió la espalda.
—¿Y si cenamos el sábado?
—¿Sí? Vale. ¿Puedo entonces quedarme a pasar la noche?
No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo. Tenía que confiar en que Eva supiera qué hacer.
—Eso sí se puede organizar. ¿Estarás bien hasta entonces?
—Vaya, escúchate —dijo riéndose—. Hablas como un hermano mayor. Estaré bien. Sólo
se me hace raro oír que se ponen así, ya sabes. Me asustó. Puede que la mayor parte de la
gente esté acostumbrada a que sus padres se peleen, pero yo no.
—Estarán bien. Todas las parejas terminan discutiendo. —Pronuncié esas palabras, pero
sentía tanta intranquilidad como curiosidad.
No era posible que Eva tuviera razón con respecto a que Chris no lo sabía. Me resultaba
imposible de creer.
Acababa de subirme las mangas de mi camisa negra cuando Eva apareció reflejada en el
espejo. Me quedé inmóvil mientras mis ojos recorrían su imagen.
Había escogido unos pantalones cortos, una blusa transparente sin mangas y unas sandalias
de tacón. Se había levantado el pelo con su habitual cola de caballo pero le había hecho algo
que lo hacía parecer salvaje y desgreñado. Se había puesto maquillaje oscuro en los ojos y
pálido en los labios. Unos grandes aros dorados colgaban de sus orejas y unas pulseras
adornaban sus muñecas.
Me había despertado con un ángel, pero me iba a ir a la cama con una mujer
completamente distinta.
Lancé un silbido de placer y di la espalda al espejo para verla de verdad.
—Pareces una chica muy mala.
Ella se contoneó y sacudió la cabeza de forma altanera.
—Lo soy.
—Ven aquí.
Me miró.
—Creo que no. Tienes esa mirada de que me vas a follar y tenemos que irnos.
—Podemos llegar un poco tarde. ¿Qué hace falta para convencerte de que te pongas esos
pantalones cortos sólo para mí?
Quería que los demás la desearan y supieran que era mía. También quería tenerla sólo para
mí.
Sus ojos relucieron con una expresión calculadora.
—Podríamos renegociar lo de la paja.
Recordé el acuerdo al que habíamos llegado, un polvo rápido por una paja vestidos, y me
di cuenta de que aquellos pantalones cortos iban a hacer que lo primero fuera un poco más
difícil de lo que podría haber sido. En cuanto a lo segundo, algo se me podría ocurrir.
Incliné la cabeza accediendo.
—Ponte una falda, cielo, y que empiece la fiesta —le dije.
—¿Esto ha sido idea tuya? —preguntó Arash cuando lo vimos en la entrada del Starlight
Lounge.
A través del cristal del vestíbulo, vi que un portero supervisaba el número de clientes que
subían al ascensor que los llevaría a la azotea. Dos porteros más montaban guardia en la puerta
de la calle conteniendo a la multitud que esperaba que los dejaran entrar gracias a su aspecto,
su ropa y/o sus encantos.
—A mí me sorprende tanto como a ti —repuse.
—Tenía intención de decírtelo. —Eva daba literalmente saltos de la emoción—. Shawna
ha oído hablar muy bien de este sitio y he pensado que sería divertido.
—Tiene críticas estupendas en internet —intervino Shawna—. Y algunos de mis clientes
habituales me han hablado de él con mucho entusiasmo.
Manuel miró a la gente que esperaba ansiosa tras el cordón de seguridad mientras Megumi
Kaba permanecía cautelosa entre Cary y Eva. Mark Garrity, Steven Ellison y Arnoldo estaban
detrás, dejando paso a aquellos cuyos nombres aparecían en la lista vip.
Cary rodeó a Megumi con el brazo.
—No te apartes de mí, guapa —le dijo con una amplia sonrisa—. Vamos a enseñarles
cómo se hace.
Eva me agarró del brazo.
—Aquí tienes tu sorpresa.
Dirigí los ojos hacia donde ella miraba y vi a una pareja que se acercaba a nosotros. Me
sorprendí al ver a Magdalene Perez. Tenía la mano agarrada a la del hombre que estaba a su
lado, y sus ojos oscuros brillaban más de lo que había visto en mucho tiempo.
—Maggie —la saludé dando una palmada sobre su mano extendida e inclinándome para
besarla en la mejilla—. Me alegra que hayas venido.
Me alegraba aún más que Eva se lo hubiese pedido. Las dos mujeres habían tenido un
comienzo tumultuoso, claramente por culpa de Maggie. La brecha entre ambas había tensado
mi relación con Maggie durante las semanas siguientes y yo había estado dispuesto a aceptar
que las cosas iban a quedar así de forma indefinida. Sin embargo, me alegraba haberme
equivocado.
Maggie sonrió.
—Gideon. Eva. Éste es mi novio, Gage Flynn.
Estreché la mano del hombre después de que él estrechara la de Eva y noté la fuerza de su
mano y el modo inmutable con que recibió mi mirada escrutadora. Él también me miró por
encima pero yo lo hice con más atención. Antes de que terminara la semana sabría todo lo que
había que saber sobre él. Maggie había sufrido mucho con Christopher. No quería verla sufrir
de nuevo.
—Y ahí están Will y Natalie —dijo Eva cuando llegaron los últimos componentes de
nuestro grupo.
Will Granger tenía un aspecto retro que le iba muy bien. Pasaba el brazo alrededor del
cuerpo de la mujer bajita de pelo azul que estaba a su lado y que iba vestida siguiendo el
mismo estilo años cincuenta y lucía los brazos llenos de tatuajes.
Mientras Eva hacía las presentaciones yo hice una señal con la cabeza al guardia de
seguridad para indicarle la llegada de los últimos integrantes de nuestro grupo. El hombre
levantó el cordón y dejó el paso libre para que entráramos.
Mi mujer me lanzó una mirada recelosa.
—No me digas que este sitio es tuyo.
—De acuerdo, no te lo diré.
Deslicé la mano por su espalda y la apoyé ligeramente sobre la curva de su cadera. Se
había quitado los pantalones cortos sustituyéndolos por una falda ajustada con una abertura en
la parte posterior. Casi deseé que no se hubiera cambiado. Los pantalones cortos dejaban ver
sus piernas. La falda marcaba su increíble culo.
—Tienes que decidir si quieres que responda a la pregunta o no —dije mientras
entrábamos en el club.
La música estaba alta y el aficionado que se encontraba en el escenario cantaba aún más
fuerte. La iluminación estratégica alumbraba los pasillos y las mesas mientras seguía
permitiendo que la vista nocturna de Manhattan deslumbrara a los clientes. El aire
acondicionado salía de paredes y suelos enfriando el ambiente y dejando una temperatura
agradable.
—¿Hay algo en Nueva York que no sea tuyo?
Arash se rio.
—Ya no tiene el D’Argos Regal de la calle Treinta y seis —terció.
Eva se detuvo en seco, lo que provocó que Arash chocara con ella por detrás y que ella
diera un traspié. Le lancé una mirada furibunda.
Agarrándome del brazo, Eva gritó por encima del ruido que inundaba el local:
—¡¿Te has deshecho del hotel?!
La miré. El asombro y la esperanza que había en su rostro valían mucho más que el éxito
económico que yo había obtenido. Asentí.
Se abalanzó sobre mí echándome los brazos al cuello. Me acribilló la mandíbula a besos
rápidos y virulentos y yo miré a Arash a los ojos.
—Y, de repente, todo tiene sentido —dijo él.

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