—Oye, ¿qué opinas de los karaokes? —me preguntó Shawna Ellison
nada más responder al
teléfono.
Dejé caer el lápiz encima de la libreta en la que estaba
escribiendo, apoyé la espalda en el
sofá y acurruqué las piernas sobre el cojín. Eran las nueve
pasadas y aún no había tenido
noticias de Gideon. No sabía si eso era una buena o una mala
señal, considerando que antes
tenía una cita con el doctor Petersen.
El sol se había puesto casi una hora antes y, desde entonces, yo
trataba de no pensar en mi
marido cada cinco segundos. Charlar con Shawna era una distracción
que me iba bien.
—Bueno, teniendo en cuenta que tengo muy mal oído, mi opinión
sobre cantar en público
es prácticamente inexistente —contesté con evasivas—. ¿Por qué?
En mi cabeza, me imaginé a aquella pelirroja tan animada que se
estaba convirtiendo
rápidamente en una amiga. En muchos sentidos, era como su hermano
Steven, que resultaba
ser el prometido de mi jefe. Los dos eran divertidos y de buen
trato, rápidos con las bromas y,
sin embargo, también fuertes como una roca. Me gustaban mucho los
hermanos Ellison.
—Porque estaba pensando que podríamos ir a un karaoke nuevo del
que me han hablado
hoy en el trabajo —me explicó—. En lugar de esos cursis que tienen
música de fondo, éste
tiene una banda en vivo. No es obligatorio que cantes si no
quieres. Mucha gente va sólo a
mirar.
Cogí la tableta, que estaba sobre la mesita.
—¿Cómo se llama ese sitio?
—Starlight Lounge. He pensado que podría ser divertido ir el
viernes.
Levanté las cejas. El viernes era nuestra noche de juntar a los
amigos. Traté de imaginarme
a Arnoldo y a Arash cantando en un karaoke y la simple idea me
hizo sonreír. Al menos,
serviría para romper el hielo.
—Se lo diré a Gideon. —Busqué el bar y entré en su página web—.
Tiene buena pinta.
El nombre me evocaba a viejos garitos de cantantes melódicos, pero
las imágenes de la
web eran de un local actual decorado con tonos azules. Parecía un
local exclusivo y pijo.
—¿Verdad? —repuso Shawna—. Yo también he pensado lo mismo. Y será
divertido.
—Sí. Espera a ver a Cary con un micrófono. No tiene ninguna
vergüenza.
Se rio y yo sonreí al oír ese sonido, que era tan burbujeante como
el champán.
—Lo mismo que Steven. Avísame con lo que decidáis. Estoy deseando
verte.
Colgamos. Lancé el teléfono al cojín que tenía al lado. Estaba
echándome hacia adelante
para volver a mi proyecto cuando oí el sonido de un mensaje
entrante.
Era de Brett.
Tenemos que
hablar. Llámame.
Me quedé mirando su fotografía en la pantalla durante un largo
rato. Llevaba todo el día
llamándome, pero colgaba cuando saltaba el buzón de voz. Mentiría
si dijera que no me
importaba que él siguiera intentando ponerse en contacto conmigo,
pero se trataba de un
callejón sin salida. Quizá algún día llegáramos a ser amigos. Pero
no ahora. Yo no estaba
dispuesta a ello ni deseaba preocupar a Gideon con ese asunto.
Antes pensaba que enfrentarme a problemas que me incomodaban era
una muestra de
fuerza y responsabilidad. Ahora me daba cuenta de que, a veces, la
solución no era el fin. En
ocasiones, simplemente había que aprovechar la oportunidad para
examinarse a uno mismo.
Te llamaré
cuando pueda , contesté. Después, dejé de
nuevo el teléfono a un lado. Lo llamaría
cuando Gideon estuviera conmigo. Sin secretos ni nada que
esconder.
—Hola. —Cary entró en la sala de estar desde el pasillo vestido
con los pantalones del
pijama y una camiseta andrajosa. Su pelo castaño oscuro seguía
mojado por la ducha que debía
de haberse dado después de que Tatiana se fuera una hora antes.
Me alegré de que ella no se quedara a pasar la noche. Quería que
me gustara la mujer que
decía que llevaba en su vientre al bebé de mi mejor amigo, pero
aquella modelo de piernas
largas no me lo ponía fácil. Sentía que me provocaba
deliberadamente siempre que podía.
Tenía la fuerte impresión de que nada le gustaría más que quedarse
a Cary para ella sola y que
a mí me consideraba un enorme obstáculo para llegar a ese fin.
Mi mejor amigo se tumbó boca abajo en el otro extremo del sofá con
la cabeza junto a mi
muslo y sus largas piernas estiradas.
—¿En qué estás trabajando?
—Haciendo listas. Quiero empezar una cosa sobre gente que ha
sobrevivido a agresiones.
—¿Sí? ¿Qué piensas hacer?
Uno de mis hombros se levantó en señal de no saber qué responder.
—La verdad es que no lo sé. No dejo de pensar en Megumi y en que
no le contó nada a
nadie. Yo tampoco le conté nada a nadie. Ni tú, hasta mucho
después.
—Porque ¿a quién le iba a importar? —dijo él con brusquedad
apoyando el mentón en las
manos.
—Y da miedo hablar de ello. Hay muchos teléfonos de ayuda y
refugios para víctimas.
Quiero dar con otra cosa distinta, pero no se me ocurre nada
innovador.
—Pues habla con gente imaginativa.
Sonreí.
—Haces que parezca muy fácil.
—Y ¿por qué volver a inventar la rueda? Busca a gente que lo esté
haciendo bien y
ayúdalos. —Se dio la vuelta sobre la espalda y se restregó la cara
con las dos manos.
Yo conocía ese gesto y lo que significaba. Algo le preocupaba.
—Cuéntame cómo te ha ido el día —dije.
En San Diego, había terminado pasando más tiempo con Gideon que
con Cary, y me sentía
mal por ello. Mi amigo había dicho que lo había pasado bien
saliendo con su antigua pandilla,
pero ése no había sido el objetivo de nuestro viaje. Sentía como
si le hubiera fallado, aunque él
no me había acusado de ello.
Dejó caer las manos a ambos lados.
—He tenido una sesión de fotos esta mañana, y a última hora he ido
a comer con Trey.
—¿Le has dicho algo del bebé?
Negó con la cabeza.
—Lo he pensado, pero no he podido hacerlo. Soy un capullo.
—No seas tan duro contigo mismo. Estás en una situación difícil.
Cary cerró los ojos, tapando el vívido color verde de los mismos.
—El otro día estuve pensando que sería mucho más fácil si Trey
jugara a los dos palos.
Entonces, los dos podríamos follar juntos y con Tat y yo podría
tenerlo todo. Después me di
cuenta de que no quería compartir a Trey con Tat. No me importa
compartirla a ella. Pero a él,
no. Dime que eso no me convierte en un completo imbécil.
Extendí la mano y le pasé los dedos por su pelo oscuro.
—En lo que te convierte es en un ser humano.
Yo había estado en una situación parecida con Gideon, pensando si
podría conseguir ser
amiga de Brett, aunque me sacaba de quicio que él fuera amigo de
Corinne.
—En un mundo perfecto, ninguno sería egoísta, pero no es así. Sólo
hacemos lo que
podemos.
—Siempre me estás justificando —murmuró Cary.
Pensé en ello un momento.
—No —lo corregí echándome hacia adelante para darle un beso en la
frente—. Sólo te
perdono. Alguien tiene que hacerlo, ya que tú no te perdonas a ti
mismo.
El miércoles por la mañana vino y se fue en un abrir y cerrar de
ojos. La hora del almuerzo
llegó antes de darme cuenta.
—Hace dos semanas estábamos celebrando nuestro compromiso —dijo
Steven Ellison
cuando me senté en la silla que había apartado para mí—. Ahora
celebramos el tuyo.
Sonreí. No podía evitarlo. Había algo contagioso y divertido en el
prometido de mi jefe de
lo que era imposible no percatarse.
—Debe de ser algo del agua.
—Eso debe de ser. —Miró a su pareja y, después, a mí de nuevo—.
Mark no va a quedarse
sin ti, ¿verdad?
—Steven —lo reprendió él negando con la cabeza—. No hagas eso.
—No voy a ir a ningún sitio —respondí, tras lo cual conseguí una
sonrisa de sorpresa y
placer por parte de mi jefe. Su sonrisa enmarcada por una perilla
era tan contagiosa como el
carácter sociable de Steven. La verdad es que nuestros almuerzos
merecían la pena el precio.
—Pues me alegra oírlo —dijo Mark.
—A mí también. —Steven abrió el menú con un golpe de
determinación, como si
acabásemos de decidir algo importante—. Queremos tenerte cerca,
pequeña.
—Y lo estoy —los tranquilicé.
El camarero dejó una cesta con pan de ajo salpicado de aceite
sobre la mesa en medio de
los tres y, después, recitó de un tirón los platos especiales del
día. El restaurante que habían
escogido tenía dos menús: uno italiano y otro griego.
Como la mayor parte de los restaurantes de Manhattan, el lugar era
pequeño y las mesas se
apiñaban unas con otras, lo suficientemente cerca como para que un
grupo estuviese pegado a
otro y hubiera que tener cuidado con los codos. Los olores que
salían de la cocina y de las
bandejas de los camareros que pasaban hicieron que el estómago me
sonara con fuerza. Por
suerte, el ruido de los comensales era lo bastante alto como para
disimularlo.
Steven se pasó una mano por su pelo rojo y brillante por el que
muchas mujeres matarían.
—Yo tomaré musaca.
—Yo también —dije cerrando el menú.
—Pizza de pepperoni
para mí —dijo Mark.
Steven y yo nos burlamos porque fuese tan valiente.
—Oye, casarse con Steven ya es suficiente aventura —respondió.
Sonriendo, Steven apoyó el codo en la mesa y el mentón en el puño.
—¿Y bien, Eva?... ¿Cómo se te declaró Gideon? Supongo que no lo
dijo sin más en medio
de la calle.
Mark, que estaba sentado en el banco al lado de su pareja, le
dirigió una mirada de
exasperación.
—No —confirmé—. Me lanzó la noticia en una playa privada. No puedo
decir que me lo
pidiera porque más bien lo que dijo fue que nos íbamos a casar.
Mark torció la boca pensativo, pero Steven fue tan franco como
siempre:
—Qué romántico, al estilo de Gideon Cross.
Me reí.
—Desde luego. Él es el primero que dice que no es romántico, pero
se equivoca en eso.
—Deja que vea el anillo.
Extendí la mano hacia Steven y el diamante Asscher lanzó destellos
de distintos colores.
Era un anillo bonito, que le traía buenos recuerdos a Gideon. Lo
que Elizabeth Vidal pensara
sobre el tema no los ensombrecía.
—¡Vaya! —exclamó Steven—. Mark, querido, tienes que comprarme uno
de éstos.
La imagen que apareció en mi mente del fornido contratista de pelo
rojizo llevando un
anillo como el mío me pareció muy cómica.
Mark lo miró con intención.
—¿Para que lo destroces en una obra? Ahora mismo lo hago.
—Los diamantes son unas cositas muy duras, pero tendré mucho
cuidado.
—Tendrás que esperar a que posea mi propia agencia —contestó mi
jefe con un bufido.
—Lo haré. —Steven me guiñó un ojo—. ¿Os habéis inscrito ya en
algún sitio?
—No —contesté negando con la cabeza—. ¿Vosotros?
—Claro que sí. —Se volvió para abrir el bolso que tenía a su lado
y sacó la carpeta de la
boda—. Dame tu opinión sobre estas muestras.
Mark levantó la mirada hacia el cielo con un largo suspiro de
sufridor. Yo cogí un trozo de
pan de ajo y me eché hacia adelante con un murmullo de felicidad.
Trabajé en la propuesta para LanCorp durante el resto de la tarde.
Cuando terminó mi jornada me dirigí a mi clase de Krav Maga con
Raúl. De camino, volví
a leer la respuesta de Clancy a mi mensaje en el que le decía que
no iba a necesitar que me
llevara. Él me había contestado que no había ningún problema, pero
sentí la necesidad de
explicarle.
Gideon quiere
que sea su gente quien me lleve, así que quedas libre a partir de ahora.
Gracias por toda tu ayuda.
No tardó mucho en contestar:
De nada. Llama
cuando me necesites. Por cierto, tu amiga no va a tener más problemas.
El «Gracias» con el que yo le respondí no me pareció suficiente, y
me dije que le enviaría
algo que expresara mejor mi gratitud.
Raúl aparcó en la puerta del almacén de fachada de ladrillo
rehabilitado que era el estudio
de Krav Maga de Parker Smith y, a continuación, me acompañó
adentro y se sentó en las
gradas. Su presencia me descolocaba un poco. Clancy siempre
esperaba fuera, y el hecho de
que Raúl me estuviera mirando me cohibía.
El enorme espacio abierto parecía lleno debido a todos los
clientes que estaban en las
colchonetas con sus instructores personales. El ruido era casi ensordecedor,
una cacofonía de
cuerpos que golpeaban las almohadillas, carne chocando contra
carne, y los distintos gritos de
los participantes cuando se preparaban y se ponían nerviosos unos
a otros. Unas enormes
puertas de metal conferían al estudio un aspecto aún más
industrial y más sensación de calor,
que ni el aire acondicionado ni los muchos ventiladores podían
mitigar.
Yo estaba estirando para prepararme para los extenuantes
ejercicios que me esperaban
cuando un par de piernas larguiruchas entraron en mi línea de
visión. Me enderecé y vi a la
detective del Departamento de Policía de Nueva York Shelley
Graves.
Llevaba su pelo castaño y rizado recogido en un moño tan tenso
como su cara, y sus ojos
azules me estudiaron con marcada impasibilidad. Yo tenía miedo de
lo que esa mujer pudiera
hacerle a Gideon, pero también sentía una gran admiración por
ella. Era dura y segura de sí
misma de una forma que yo aspiraba a ser.
—Eva —dijo a modo de saludo.
—Detective Graves.
Vestía ropa de trabajo, con unos pantalones oscuros y un jersey
rojo. Llevaba puesta una
chaqueta negra que no ocultaba ni su placa ni su pistola. Sus
botas eran desaliñadas y sobrias,
como su actitud.
—La he visto cuando salía —dijo—. Me he enterado de lo de su
compromiso.
Enhorabuena.
El estómago se me revolvió un poco. Una parte de la coartada de
Gideon, si es que podía
llamarse así, era que habíamos roto cuando asesinaron a Nathan.
¿Por qué iba un personaje tan
respetable y conocido a matar a un tipo por una antigua novia a la
que había dejado sin
miramientos?
El hecho de que nos hubiéramos comprometido tan rápidamente ahora
debía de parecer
sospechoso. Graves me había dicho que ella y su compañero habían
pasado a investigar otros
casos, pero yo sabía qué clase de policía era ella. Shelley Graves
creía en la justicia. Creía que
con Nathan se había hecho justicia, pero yo sabía que en su
interior se preguntaba si Gideon
también tenía que pagar por algo.
—Gracias —contesté echando los hombros hacia atrás. En esto,
Gideon y yo éramos un
equipo—. Soy una chica afortunada.
Miró en dirección a las gradas. Hacia Raúl.
—¿Dónde está Ben Clancy?
Fruncí el ceño.
—No lo sé. ¿Por qué?
—Simple curiosidad. ¿Sabe?, uno de los federales con los que hablé
sobre Yedemsky
también se apellida Clancy. —Me atravesó con la mirada—. ¿Cree que
tendrán alguna
relación?
La sangre huyó de mi cabeza ante la mención del mafioso ruso cuyo
cadáver llevaba la
pulsera de Nathan. Me balanceé un poco con una repentina oleada de
vértigo.
—¿Qué?
La detective asintió, como si esperara esa reacción.
—Probablemente no —dijo—. En fin, nos vemos.
Vi cómo se alejaba con los ojos fijos en Raúl. Entonces, se detuvo
y volvió a mirarme.
—¿Me va a invitar a la boda?
Traté de calmar el zumbido que sentía en la cabeza antes de
responder.
—Al banquete. Vamos a celebrar una boda discreta, sólo para la
familia.
—¿En serio? No me lo esperaba. —Algo parecido a una sonrisa
transformó su delgado
rostro—. Es una caja de sorpresas, ¿verdad?
Ni siquiera pude empezar a descifrar lo que quería decir. Estaba demasiado
ocupada
tratando de procesar el resto de las cosas que había dicho. Ni
siquiera me di cuenta de que
había ido tras ella hasta que toqué su codo con la mano.
Se detuvo, con una tensión en el cuerpo que indicaba que la
soltara, cosa que hice de
inmediato. Me quedé mirándola un momento tratando de ordenar mis
pensamientos. Clancy.
Gideon. Nathan. ¿Qué demonios significaba aquello? ¿Adónde quería
llegar?
Y, sobre todo, ¿por qué me sentía como si ella me estuviera
ayudando? Como si me
estuviera cuidando. Como si estuviera cuidando a Gideon.
Lo que terminé diciendo me sorprendió.
—Quiero apoyar a alguna organización que esté haciendo un buen
trabajo con
supervivientes de agresiones.
Me miró sorprendida.
—¿Por qué me lo cuenta?
—No sé por dónde empezar.
Me fulminó con la mirada.
—Pruebe con Crossroads —dijo con frialdad—. He oído que hacen una
buena labor en ese
campo.
Estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo de la salita
de mi dormitorio cuando
Gideon llegó a casa. Entró con unos vaqueros anchos y una camiseta
blanca de pico y las
llaves del apartamento dando vueltas en el dedo.
Me quedé mirándolo. No pude evitarlo. ¿Iba a hacer siempre que el
corazón dejara de
latirme? Esperaba que sí.
La habitación era pequeña y femenina, decorada por mi madre con
antigüedades como el
estúpido escritorio que se suponía que debía usar como mesa. Con
Gideon entró a la
habitación una narcotizante dosis de testosterona, haciendo que me
ablandara y me sintiera
femenina y deseosa de que me cautivara.
—Hola, campeón. —El amor y el deseo que me inspiraba quedó
demostrado con esas dos
palabras.
Las llaves se detuvieron de repente en su mano y Gideon me miró
igual que el primer día
en el vestíbulo del edificio Crossfire. Sus ojos adquirieron la
inquietante intensidad que tanto
me excitaba.
Por alguna razón que quizá nunca llegaría a comprender, él sentía
lo mismo conmigo.
—Mi cielo. —Se agachó elegantemente y el pelo se le deslizó sobre
los pómulos con una
cariñosa caricia—. ¿Qué estás haciendo?
Sus dedos revolvieron los papeles que había desperdigados por el
suelo a mi alrededor.
Antes de que mi investigación sobre la Fundación Crossroads lo
distrajera, le agarré la mano y
la apreté.
Le solté lo que sabía, de la misma forma abrupta que la
información me había llegado a
mí.
—Fue Clancy, Gideon. Clancy y su hermano del FBI le pusieron la
pulsera de Nathan a
aquel mafioso.
Él asintió.
—Me lo imaginaba.
—¿Sí? ¿Cómo? —Le di una palmada en el hombro—. ¿Por qué no me
dijiste nada? He
estado muy preocupada.
Se sentó en el suelo delante de mí y cruzó sus largas piernas en
la misma posición que yo.
—Aún no tengo todas las respuestas. Angus y yo hemos estado
haciendo cribas.
Quienquiera que fuera el responsable nos estaba vigilando a Nathan
o a mí y seguía nuestros
movimientos, así que empezamos desde ahí.
—O quizá os vigilaba a los dos.
—Exacto. ¿Quién iba a hacer algo así? ¿Quién iba a tener tanto
interés en ello? ¿En ti?
—Dios mío. —Lo miré con atención—. La detective Graves lo sabe. El
FBI. Clancy...
—¿Graves?
—Lo ha sacado a colación esta noche en el estudio de Parker. Me lo
lanzó de pasada sólo
para ver cómo reaccionaba yo ante la noticia.
Gideon entrecerró los ojos.
—O trata de confundirte o quiere que dejes de preocuparte. Apuesto
a que es lo segundo.
Estuve a punto de preguntar por qué, pero entonces me di cuenta de
que yo había llegado a
la misma conclusión. La detective era muy estricta, pero tenía
corazón. Había llegado a
atisbarlo durante las pocas veces que habíamos hablado. Y estaba
claro que era muy buena en
su trabajo.
—Entonces ¿tenemos que fiarnos de ella? —pregunté mientras gateaba
por encima de los
folletos y los papeles para acurrucarme en su regazo.
Gideon me atrajo hacia sí, acomodándome en su duro cuerpo como si
fuese a quedarme
allí para siempre. Me sentía así cuando me abrazaba. A salvo.
Cuidada. Adorada.
Sus labios me acariciaron la frente.
—Voy a hablar con Clancy para asegurarme, pero no es ningún
estúpido. No dejaría nada
al azar.
Apreté las manos sobre su camiseta, aferrándome a él con todas mis
fuerzas.
—No me ocultes esta clase de cosas, Gideon. Deja de intentar
protegerme.
—No puedo. —Él también apretó las manos sobre mi cuerpo—. Quizá
debería haberte
dicho algo, pero sólo pasamos a solas unas horas al día y quiero
que sean perfectas.
—Gideon, tienes que dejarme entrar.
Su pecho se expandió bajo mi mejilla, el corazón latiéndome fuerte
y seguro.
—Me estoy esforzando, Eva.
Eso era todo cuanto podía pedirle.
A la mañana siguiente entré en la cocina descalza y vi a Gideon
sirviendo el café. Podría decir
que el olor del café dio más brío a mis pies, pero fue la visión
de mi marido, recién afeitado y
vestido con el chaleco abierto, la que lo hizo. Me encantaba verlo
aún sin arreglar del todo.
Me miró cuando me acercaba a él, dando golpecitos con los talones
en el mármol, su rostro
impasible y su mirada cálida. ¿Se ponía también él a cien cuando
me veía lista para encarar el
día? Lo dudaba. Estaba convencida de que los hombres sólo veían la
sensualidad... o no.
Envolví su muñeca con los dedos. Pasé su mano alrededor de mi
cuerpo y por la parte
superior de mi falda para colocarla sobre la curva de mi trasero.
Una sonrisa apareció en las comisuras de sus labios.
—Hola, señora Cross.
Chasqueó la parte posterior de mi liga contra mi muslo. Yo di un
respingo por el escozor y
jadeé cuando el calor se extendió a partir de ese punto.
—Vaya..., te ha gustado —bromeó.
Saqué el labio inferior con una mueca de puchero.
—Duele.
Gideon se movió para apoyarse contra la encimera y me colocó entre
sus piernas abiertas
con las dos manos sujetando ligeramente la parte posterior de mis
piernas. Me acarició la sien
con la nariz y me dio un pequeño masaje donde me escocía.
—Lo siento, cielo.
Después, chasqueó la liga del otro lado.
Yo arqueé el cuerpo sorprendida inclinándome hacia el suyo. Estaba
empalmado. Un suave
gemido salió de mi boca.
—Para.
—Te estás excitando —susurró en mi oído.
—¡Duele! —me quejé mientras me restregaba contra él.
Me había despertado con suaves besos y manos provocadoras. Yo se
lo había agradecido
en la ducha con la boca. Aun así, él podía empezar otra vez. Yo
también. Éramos adictos el
uno al otro.
—¿Quieres que le dé un beso para que se te pase? —Sus dedos se
deslizaron entre mis
piernas y me encontraron caliente y dispuesta. Soltó un gruñido.
—Joder, cómo me provocas, Eva. Tengo muchas cosas que hacer...
Dios mío, cómo me gustaba su tacto. Su olor aún más. Mis brazos
envolvieron su cuello.
—Tenemos que ir a trabajar.
Me puso de puntillas y me apretó contra su erección.
—Luego jugaremos con estas ligas —dijo.
Lo besé. Abrí la boca sobre la suya y lo devoré, tocando su lengua
con la mía.
Acariciándolo con avaricia. Succionando.
Gideon apretó el puño sobre la coleta de mi pelo dejándome inmóvil
mientras absorbía el
beso, follándome con la lengua, bebiéndome. En un instante, me
puse caliente y la piel se me
humedeció por el sudor.
Sus labios eran firmes pero suaves sobre los míos, sus manos me
arqueaban para
colocarme como él deseaba y sus dientes me arañaban suavemente el
labio inferior. Su sabor,
deliciosamente teñido del rico café, me embriagó. Lo bebí y me
agarré a su pelo con las manos
sujetándome a él, flexionando los dedos de los pies para acercarme
más. Siempre más cerca.
Pero nunca lo suficiente.
—Vaya. —La voz de Cary me sacó del sensual hechizo que Gideon me
había lanzado—.
No olvidéis que comemos aquí.
Me dispuse a separarme de mi marido, pero él me sostuvo,
permitiéndome tan sólo dejar
de besarlo. Lo miré fijamente. Sus ojos estaban alertas bajo sus
pesados párpados y tenía los
labios blandos y húmedos.
—Buenos días, Cary —dijo él cambiando la atención a mi mejor amigo
mientras éste se
unía a nosotros junto a la cafetera.
—Puede que para vosotros dos. —Cary abrió el armario de las tazas
y sacó una—. Por
desgracia, yo estoy demasiado cansado como para excitarme con
vuestro espectáculo. No hace
que me sienta muy optimista con respecto al resto del día.
Llevaba puestos unos vaqueros ajustados y una camiseta azul
marino, el pelo bien peinado
con un moderno tupé. Sentí lástima por los habitantes solteros de
Manhattan que se toparan
con él ese día. Era un hombre de lo más llamativo, tanto
físicamente como por la falsa
seguridad que rezumaba.
—¿Tienes hoy alguna sesión? —le pregunté.
—No. Tat, sí. Y quiere que vaya con ella. Tiene mareos matutinos y
esas mierdas, así que
voy a ir con ella para ayudarla por si no se siente bien.
Extendí la mano y le acaricié el bíceps a modo de consuelo.
—Eso es estupendo, Cary. Eres el mejor.
Sus labios se retorcieron en un gesto de ironía mientras se
llevaba la taza humeante a la
boca.—
¿Qué más puedo hacer? Yo no puedo sustituirla con sus mareos, y
tiene que trabajar
todo lo posible.
—Dime si hay algo que yo pueda hacer.
—Claro —respondió encogiéndose de hombros.
La mano de Gideon me acariciaba la espalda de arriba abajo,
ofreciendo un apoyo
silencioso.
—Cary, si tienes tiempo, me gustaría que fueras a la cita con el
diseñador que va a
redecorar nuestra casa de la Quinta Avenida.
—Sí, he estado pensándolo. —Cary apoyó la cadera en la encimera—.
Aún no he
solucionado del todo lo mío con Tat, pero supongo que en algún
momento nos iremos a vivir
juntos. Vosotros no vais a querer tener a un bebé gritón como
vecino. Cuando estéis listos,
tendréis el vuestro. No tenéis que cargar con el mío.
—Cary...
Mi mejor amigo rara vez pensaba más allá de los siguientes quince
minutos de su vida. Oír
cómo asumía sus responsabilidades con tanta firmeza me hizo
quererlo más aún.
—Las dos partes del ático son a prueba de ruidos —dijo Gideon
manteniendo en la voz el
tono de mando que tranquilizaba a todo el que lo oyera—. Podemos
hacer de todo, Cary. Sólo
dime qué cosas te preocupan y nos encargaremos de ellas.
Mi amigo miró su taza y, de repente, su precioso rostro pareció
agotado.
—Gracias. Hablaré de ello con Tat. Es difícil, ¿sabéis? Ella no
quiere pensar en lo que
viene después y yo no puedo dejar de pensar en ello. Va a haber
una persona que va a depender
por completo de nosotros y debemos estar preparados para ello. De
algún modo.
Di un paso hacia atrás y Gideon me soltó. Se me hacía duro ver a
Cary preocupado.
También me asustaba. No sabía encarar bien los desafíos y temía
que volviera a caer en
mecanismos de defensa ya conocidos y autodestructivos. Era una
amenaza a la que los dos nos
enfrentábamos a diario. Yo contaba con un grupo de personas que me
servían de apoyo. Cary,
en cambio, sólo me tenía a mí.
—Para eso están las familias —le dije con una sonrisa—. Para
volverse locos unos a otros
e ir directos al psiquiatra.
Cary soltó un bufido y, a continuación, escondió la cara tras la
taza. La falta de una
respuesta fácil me dejó aún más preocupada. Hubo un denso
silencio.
Gideon y yo le dimos un momento, aprovechándolo para coger
nuestras tazas de café y
meter cafeína en nuestros cuerpos. No hablamos ni nos miramos,
pues no queríamos crear una
unidad que dejara fuera a Cary, pero noté lo compenetrados que
estábamos. Eso significaba
mucho para mí. Nunca había tenido en mi vida a nadie que fuese un
verdadero compañero, un
amante que estuviera a mi lado para algo más que para pasar un
buen rato.
Gideon era un milagro en muchos aspectos.
Pensé entonces que yo tenía que hacer algún cambio, comprometerme
aún más en el
asunto de trabajar con Gideon. Tenía que dejar de pensar que el
equipo Cross era solamente
suyo. Yo también tenía que ser su propietaria, así que podría
participar en ello con él.
—Tengo tiempo la semana que viene —dijo Cary por fin mirándome a
mí y, después, a
Gideon.
—Lo planearemos para el miércoles —asintió Gideon—. Danos un
tiempo para
recuperarnos del fin de semana.
Cary torció la boca.
—Entonces, va a ser una fiesta de ese tipo.
—¿Acaso las hay que sean de otro tipo? —pregunté con una sonrisa.
—¿Cómo estás? —le pregunté a Megumi cuando nos sentamos a comer el
jueves a mediodía.
Tenía mejor aspecto que el lunes, pero seguía demasiado vestida
para el calor del verano.
Por eso, pedí que nos trajeran unas ensaladas y nos sentamos en la
sala de descanso en lugar de
aventurarnos a salir en un día de tanto calor.
Ella consiguió adoptar una leve sonrisa.
—Mejor.
—¿Sabe Lacey lo que ha pasado? —dije. No estaba segura de si era
muy íntima la relación
que Megumi mantenía con su compañera de piso, pero no había
olvidado que Lacey había
salido antes con Michael.
—Nada en absoluto. —Megumi atacó su ensalada con un tenedor de
plástico—. Me siento
muy estúpida.
—Siempre nos apresuramos a culparnos a nosotras mismas, pero no significa
no. No es
culpa tuya.
—Lo sé, pero aun así...
Yo sabía muy bien cómo se sentía.
—¿Has pensado en ir a hablar con alguien?
Me miró y se acomodó un mechón de pelo tras la oreja.
—¿A un terapeuta o algo así?
—Sí.
—La verdad es que no. ¿Cómo se busca a alguien así?
—Tenemos prestaciones para salud mental. Llama al número que
aparece en tu tarjeta del
seguro. Ellos te darán una lista entre los que podrás elegir.
—Y simplemente... escojo a uno.
—Yo te ayudaré.
Y, si me ponía las pilas, encontraría el modo de ayudar a más
mujeres como ella y como
yo. Algo bueno tenía que salir de nuestras experiencias. Contaba
con la motivación y los
medios. Sólo debía encontrar el modo.
Sus ojos brillaron.
—Eres una buena amiga, Eva. Gracias por estar a mi lado.
Me incliné sobre ella para abrazarla.
—Últimamente no me ha enviado ningún mensaje —dijo cuando me
aparté—. Yo sigo
temiendo que vaya a hacerlo, pero cada hora que pasa sin que lo
haga me siento mejor.
Volví a sentarme en mi silla y le envié a Clancy un agradecimiento
silencioso.
—Qué bien.
A las cinco salí del trabajo y subí en el ascensor a Cross
Industries con la esperanza de poder
pasar algún tiempo con Gideon antes de nuestra cita con el doctor
Petersen.
Había estado todo el día pensando en él, en el futuro que deseaba
que compartiéramos.
Quería que respetara mi individualidad y mis límites personales,
pero también quería que él
abriera los suyos. Deseaba más momentos como esa mañana con Cary,
en los que Gideon y yo
estuviésemos juntos enfrentándonos a un problema como una sola
persona. Y no podía esperar
eso si no estaba dispuesta a hacer un esfuerzo.
La recepcionista pelirroja de Cross Industries pulsó el botón para
dejarme entrar. Me
saludó con una sonrisa forzada que no reflejaron sus ojos.
—¿Puedo ayudarla en algo?
—No, estoy bien. Gracias —contesté mientras pasaba por su lado.
No estaría mal que todos los empleados de Gideon fuesen tan
simpáticos como Scott, pero
la recepcionista tenía un problema conmigo y yo tenía que
aceptarlo.
Me dirigí hacia el despacho de Gideon y vi la mesa de Scott vacía.
A través del cristal,
divisé a mi marido trabajando, presidiendo una reunión con una
autoridad despreocupada.
Estaba de pie delante de su mesa, apoyado en ella con un pie
descansando en el otro. Llevaba
puesta la chaqueta y tenía delante un público compuesto por dos
caballeros vestidos con traje
y una mujer con un estupendo par de Louboutin. Scott estaba
sentado a un lado tomando notas
en su libreta.
Me senté en una de las sillas que había junto a la mesa de Scott y
observé a Gideon de la
misma forma embelesada con que lo miraban los demás presentes en
el despacho. Nunca
dejaba de sorprenderme la seguridad que demostraba para tener tan
sólo veintiocho años. Los
hombres que estaban en la reunión con él parecían doblarle la edad
y, sin embargo, por su
lenguaje corporal y su atención supe que sentían respeto por mi
marido y por lo que decía.
Sí, el dinero importaba, mucho, y Gideon lo tenía a montones. Pero
transmitía autoridad y
control con actos sutiles. Yo sabía reconocer aquello tras vivir
con el padre de Nathan, el
primer marido de mi madre, que ejercía el poder como un
instrumento contundente.
Gideon sabía cómo hacerse con una sala sin tener que golpearse el
pecho. Yo dudaba que
el escenario importara en algo. La suya sería una presencia
extraordinaria en el despacho de
cualquier otro.
Giró la cabeza y nuestras miradas se encontraron. No había
sorpresa en aquellos ojos suyos
tan brillantes y azules. Había sabido que yo estaba allí, me había
sentido como yo sentía a
menudo que se acercaba a mí sin tener que mirarlo. Estábamos
conectados de alguna forma, a
un nivel que no podía explicar. Había veces en las que él no
estaba conmigo y deseaba que lo
estuviera, pero lo sentía cerca.
Sonreí y, a continuación, metí la mano en mi bolso para buscar el
teléfono. No quería que
Gideon pensara que estaba sentada esperándolo y que se sintiera
presionado en absoluto.
Había docenas de correos electrónicos de mi madre con fotografías
adjuntas de vestidos,
flores y salones de bodas, lo cual me recordó que tenía que hablar
con ella para decirle que mi
padre iba a pagar la ceremonia. Había estado postergando esa
conversación toda la semana,
tratando de prepararme para su reacción. Había también otro
mensaje de Brett en el que me
decía que teníamos que hablar... urgentemente.
Me puse de pie y miré alrededor en busca de un rincón tranquilo
donde poder hacer esa
llamada. Lo que vi fue a Christopher Vidal sénior al doblar la
esquina.
El padrastro de Gideon iba vestido con los pantalones caquis y los
mocasines habituales,
con una camisa de vestir azul claro remangada y el cuello sin
abrochar. Las oscuras ondas
cobrizas que había heredado su hijo Christopher las tenía bien
recortadas alrededor del cuello
y las orejas, y sus ojos verde pizarra me miraban con el ceño
fruncido tras sus viejas gafas de
montura metálica.
—Eva. —Aminoró el paso mientras se acercaba a mí—. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y usted?
Asintió y miró por encima de mi hombro hacia el despacho de
Gideon.
—No me quejo. ¿Tienes un momento? Me gustaría hablar contigo sobre
una cosa.
—Claro. —La puerta se abrió entonces detrás de mí, me volví y vi a
Scott que salía.
—Señor Vidal —dijo acercándose a nosotros—. Señorita Tramell. El
señor Cross tardará
otros quince minutos más o menos. ¿Puedo traerles a alguno de los
dos algo para beber
mientras esperan?
Chris negó con la cabeza.
—Para mí nada, gracias —dije—. Pero si tienes una habitación
privada donde podamos
meternos sería estupendo.
—Claro. —Scott me miró.
—Estoy bien. Gracias —respondí.
Dejó su libreta en la mesa y nos acompañó a una sala de reuniones
con unas vistas
magníficas de la ciudad. Una larga y pulida mesa de madera relucía
bajo la tenue luz con un
armario a juego que cubría una pared y un enorme monitor en la
otra.
—Si necesitan algo, marquen el uno y nos ocuparemos de ello
—dijo—. Hay café en ese
armario. Y agua.
Chris asintió.
—Gracias, Scott. Muy amable.
Scott se retiró. Chris me hizo un gesto para que me sentara y,
después, ocupó la silla que
había a mi derecha girándola para mirarme.
—Primero, deja que te felicite por vuestro compromiso —dijo con
una sonrisa—. Ireland
me ha hablado muy bien de ti, y sé que has sido fundamental para
hacer que ella y Gideon
volvieran a estar unidos. No puedo agradecértelo lo suficiente.
—No he tenido que hacer gran cosa, pero le agradezco sus palabras.
Extendió el brazo hacia mi mano izquierda, que estaba apoyada en
la mesa. Su dedo pulgar
acarició suavemente mi anillo de compromiso y su boca se curvó con
remordimiento.
¿Estaría pensando que Geoffrey Cross había elegido ese anillo para
Elizabeth?
—Es un anillo muy bonito —dijo por fin—. Estoy seguro de que para
Gideon significa
mucho habértelo regalado.
No supe qué responder. Para mi marido significaba mucho porque era
un símbolo del amor
que hubo entre sus padres.
Chris me soltó la mano.
—Elizabeth se está tomando muy mal todo esto. Estoy seguro de que
hay muchas
emociones complejas que una madre debe de sentir cuando su hijo
mayor decide casarse,
sobre todo tratándose de un varón. Mi madre solía decir que un
hijo es un hijo hasta que se
casa. Después, se convierte en un marido. Pero una hija es una
hija durante toda la vida.
Esa explicación conciliatoria tuvo para mí el efecto contrario.
Estaba tratando de ser
amable, pero ya estaba cansada de tantas excusas, sobre todo en lo
concerniente a Elizabeth
Vidal. Aquella hipocresía tendría que acabar, o Gideon no dejaría
nunca de sentir dolor.
Yo necesitaba que aquel dolor cesara. Cada vez que él se despertaba
llorando me
destrozaba un poco más. No podía imaginar el daño que le estaba
provocando a él.
Aun así, pensé si dejarlo estar por ahora. Podría pasar toda la
vida discutiendo e
insistiendo, pero era Gideon el que tenía que exigir las
respuestas y oír cómo se las daban.
«Déjalo. Cuando llegue el momento adecuado, pasará».
No obstante, en lugar de ello, me sorprendí a mí misma
inclinándome hacia adelante,
incapaz de continuar con el silencio que Gideon había mantenido
tanto tiempo.
—Seamos sinceros —insistí en voz baja—. Su mujer no reaccionó del
mismo modo
cuando su hijo se prometió con Corinne. —Yo no lo sabía con
seguridad, pero, tras ver a
Elizabeth con los padres de Corinne en el hospital, me parecía
bastante probable.
Su tímida sonrisa me demostró que tenía razón.
—Creo que aquello fue distinto porque Gideon llevaba un tiempo con
Corinne y la
conocíamos. Él y tú no lleváis mucho tiempo juntos, así que aún
hay que acostumbrarse. No
quiero que te lo tomes como algo personal, Eva.
Su sonrisa me fastidiaba, pero fueron sus palabras lo que
supusieron demasiado para mí. El
resquemor me inundó y salió por encima del muro tras el que
trataba de contenerlo.
Chris tampoco estaba libre de culpa. Acoger en su casa a un niño
problemático y afligido
debió de ser duro, sobre todo cuando él estaba formando su propia
familia con Christopher
júnior e Ireland viniendo de camino. Pero había aceptado el papel
de padrastro cuando se casó
con Elizabeth. Era también responsabilidad suya buscar justicia
para un niño herido del que se
habían aprovechado. Joder, un extraño debería tener la obligación
de denunciar el delito.
Me eché hacia adelante y dejé que viera lo enfadada que estaba.
—Es muy personal, señor Vidal. Elizabeth se siente amenazada
porque no voy a seguir
aguantando más esta mierda. Ustedes dos le deben a Gideon una
disculpa y ella tendrá que
admitir que hubo abusos. Voy a seguir presionándola para que haga
las cosas como es debido.
Puede contar con ello.
Su postura se tensó visiblemente.
—¿De qué estás hablando?
Resoplé indignada.
—¿Me lo pregunta en serio?
—Elizabeth no se aprovecharía nunca de sus hijos —dijo con firmeza
al ver que yo no
respondía—. Ella es maravillosa, una madre abnegada.
Pestañeé y, a continuación, me quedé mirándolo. ¿Estaba tan loco
como Elizabeth? ¿Cómo
podían actuar como si no lo supieran?
—Creo que será mejor que te expliques, Eva. Rápido.
Apoyé la espalda en la silla, sorprendida. Si estaba actuando,
merecía un maldito premio
de la Academia.
Él se inclinó hacia adelante sin levantarse, con una actitud de
furia y de agresividad.
—Empieza hablar. Ahora.
Hablé en voz baja.
—Lo violaron. El terapeuta que lo estaba tratando.
Chris se quedó inmóvil. Durante un lago rato ni siquiera respiró.
—Se lo contó a Elizabeth, pero ella no lo creyó. Ella sabía que
era verdad, pero lo negó por
alguna jodida razón que se ha inventado.
Chris enderezó la espalda y negó con la cabeza con vehemencia.
—No.
Su rechazo hizo que me pusiera de pie.
—¿Va a negarlo usted también? ¿Quién mentiría con algo así? ¿Tiene
idea de lo difícil que
fue para él admitir lo que estaba pasando? ¿Lo confundido que
debió de estar al ver que un
hombre en el que confiaba le hacía esas cosas?
Chris levantó la mirada hacia mí.
—Elizabeth nunca miraría hacia otro lado... ante algo así. Debe de
haber un error. Debes
de estar confundida.
Miré sus pupilas dilatadas y sus labios bordeados de un color
blanco, pero me negué a
sentirme mal por él.
—Siguió adelante como si nada. Eso es todo. Cuando las cosas se
pusieron mal, ella
decidió ponerse del lado de todos menos de su propio hijo.
—No sabes lo que dices.
Cogí la correa de mi bolso y me lo colgué del hombro. A
continuación me incliné sobre él
mirándolo a los ojos.
—A Gideon lo violaron. Uno de estos días usted y su mujer van a
tener que mirarlo a los
ojos como yo estoy haciendo ahora con usted y van a tener que
admitirlo. Y entonces deberán
disculparse por todos los años que él ha tenido que vivir con ello
a solas.
—Eva.
La voz de Gideon sonó en el aire y me sobresaltó. Enderecé la
espalda enseguida y me
tambaleé al mirarlo.
Él estaba en el umbral, sujetando el pomo con la mano con tanta
fuerza que podría haberlo
roto. Su rostro estaba rígido, su cuerpo tenso y su mirada me
atravesaba con un calor muy
diferente.
Furia. Nunca lo había visto tan enfadado.
Chris se puso pesadamente de pie.
—Gideon, ¿qué está pasando? ¿De qué está hablando?
Él levantó el brazo y me agarró. Me sacó al pasillo de un tirón y
grité alarmada. Sentí la
fuerza de sus dedos aun después de haberme soltado.
Con la mano en la parte inferior de mi espalda, me instó a andar
mientras él caminaba con
pasos tan largos y rápidos que tuve que esforzarme por seguirle el
ritmo.
—Gideon, espera —dije con voz entrecortada y el corazón latiéndome
a toda velocidad—.
Nosotros...
—No digas ni una puta palabra —espetó mientras me empujaba con
fuerza a través de las
puertas de cristal hacia el vestíbulo donde estaba el ascensor.
Oí que Chris gritaba el nombre de Gideon. Lo vi dirigiéndose
apresuradamente hacia nosotros justo antes de que las puertas del ascensor lo dejaran
fuera.
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