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Cautivada por ti - Sylvia Day - Cap.17


17
A la mañana siguiente, estaba preparando una taza de café para Eva cuando mi móvil empezó
a sonar. Dejé el cartón de leche sobre la encimera, fui hasta el taburete de cocina donde había
dejado mi chaqueta y saqué el teléfono del bolsillo.
Armándome de valor, contesté:
—Buenos días, madre.
—Hola, Gideon. Siento cancelarlo con tan poca antelación —su respiración era trémula—,
pero hoy no podré almorzar contigo.
Regresé a donde tenía el café, sabiendo que lo necesitaría para el largo día que me
esperaba.
—No pasa nada.
—Seguro que te sientes aliviado —dijo con amargura.
Di un trago, deseando que ojalá fuera algo más fuerte pese a que apenas eran las ocho
pasadas.
—Pues no. Si no quisiera comer contigo, lo habría cancelado yo.
Se quedó callada un momento, luego preguntó:
—¿Has visto a Chris últimamente?
Tomé otro sorbo con la mirada puesta en el pasillo, puesto que esperaba a Eva.
—Lo vi el martes.
—¿Hace tanto tiempo? —preguntó con voz temerosa. No me resultó muy grato oírla.
Eva entró entonces corriendo en el salón, descalza, con el cuerpo envuelto en un vestido de
tubo beis claro que, sin dejar de ser profesional, le marcaba todas las curvas. Lo había elegido
para ella a sabiendas de que ese color resaltaría el de su piel y el tono claro de su cabello.
El placer que me produjo verla me corrió por las venas como el licor que habría deseado
tener en el café. Embriagarme y cautivarme: eso era lo que conseguía hacer conmigo.
—Tengo que dejarte —dije al teléfono—. Te llamaré luego.
—Nunca lo haces.
Dejé mi taza para coger la de Eva.
—No lo diría si no pensara hacerlo.
Dando por finalizada la llamada, me guardé el teléfono en el bolsillo y le pasé el café a mi
mujer.
—Estás deslumbrante —susurré, inclinándome para darle un beso en la mejilla.
—Para ser un hombre que asegura no saber absolutamente nada sobre mujeres, hay una a
la que se te da muy bien vestir —dijo mirándome por encima del borde de su taza antes de
darle un sorbo.
Dejó escapar un débil gemido de placer al tragar, un sonido muy parecido al que hacía
cuando la penetraba. El café, hacía tiempo que me había enterado, era una de las adicciones de
Eva.
—He cometido errores, pero estoy aprendiendo.
Me apoyé contra la encimera y la atraje hacia mis piernas abiertas. ¿Se habría dado cuenta
de que le faltaba un vestido de Vera Wang en el armario? Se lo había quitado al darme cuenta
de que dejaba sus tetas demasiado expuestas.
Sostuvo la taza en alto.
—Gracias por esto —dijo.
—Ha sido un placer. —Le rocé la mejilla con las yemas de los dedos—. Tengo que hablar
contigo.
—¡Oh! ¿Qué pasa, campeón?
—¿Aún tienes una alerta de Google sobre mí?
Bajó la mirada a la taza.
—¿Es ahora cuando debería acogerme a la Quinta Enmienda?
—No será necesario. —Esperé a que volviera a mirarme—. Corinne ha escrito un libro
sobre el tiempo que pasamos juntos.
—¡¿Qué?! —El color de sus ojos cambió de gris claro a gris pizarra.
Le rodeé la nuca con una mano y con el pulgar le palpé el pulso, que empezaba a
acelerársele.
—Por lo que he leído en el comunicado de prensa, llevó un diario durante ese tiempo.
También incluye fotos personales.
—¿Por qué?... ¿Por qué vender esas cosas para que la gente hurgue en ellas?
Le temblaba la mano con la que sostenía la taza, así que se la cogí y la dejé en la encimera.
—No creo que sepa siquiera por qué lo hace.
—¿Podrías impedirlo?
—No. Sin embargo, si miente descaradamente y puedo probarlo, la demandaré.
—Pero sólo una vez se haya publicado. —Apoyó las manos en mi pecho—. Sabe que
tendrás que leerlo. Tendrás que ver las fotos y leer sobre lo mucho que te quiere. Leerás cosas
que ya ni siquiera recuerdas.
—Y me dará igual. —La besé en la frente—. Nunca la he querido, no como te quiero a ti.
Volver la vista atrás no va a hacer que de repente desee estar con ella en vez de contigo.
—Ella no te presionaba... —susurró—. No como lo hago yo.
Le hablé rozándole la piel con los labios, deseando meterle las palabras en la cabeza para
que nunca dudara de ellas.
—Tampoco me enardecía. No me hacía desear, anhelar ni soñar como lo haces tú. No hay
punto de comparación, cielo, ni tampoco vuelta atrás. No lo querría de ninguna manera.
Eva cerró sus preciosos ojos y se apoyó en mí.
—No paran de venirnos golpes, ¿verdad?
Miré por encima de su cabeza en dirección a la ventana, hacia el mundo que nos esperaba
en cuanto saliéramos afuera.
—Deja que vengan.
Ella exhaló con brusquedad.
—Sí, que vengan.
Divisé a Arnoldo en cuanto entré en Tableau One. Vestido con su inmaculada chaqueta blanca
de chef a juego con unos pantalones blancos, se encontraba junto a una mesa para dos, al
fondo, hablando con la mujer a la que yo había ido a ver.
Cuando me acercaba, ella volvió la cabeza hacia mí, con su oscura melena cayéndole por
la espalda. Al verme, sus ojos azules se iluminaron por un momento, pero enseguida reprimió
esa luz. Me recibió con una sonrisa fría y un tanto petulante.
—Corinne. —La saludé con una inclinación de la cabeza antes de estrecharle la mano a
Arnoldo.
El restaurante que él dirigía y que yo financiaba estaba abarrotado con los comensales de
la hora del almuerzo. El murmullo de las numerosas conversaciones era tan alto que ahogaba
la música instrumental de estilo italiano que sonaba por los altavoces empotrados.
Arnoldo se disculpó porque tenía que volver a la cocina y se despidió de Corinne
besándole la mano. Antes de marcharse, me lanzó una mirada que yo interpreté como de que
ya hablaríamos después.
Me senté enfrente de Corinne.
—Te agradezco que hayas encontrado un hueco para verme.
—Tu invitación ha sido una agradable sorpresa.
—No creo que fuera inesperada.
Me eché hacia atrás, absorbiendo la suave cadencia del habla de Corinne. Mientras que la
voz gutural de Eva despertaba un profundo anhelo en mí, la de Corinne siempre me había
sosegado.
Su sonrisa se hizo más ancha al tiempo que se sacudía una mota imperceptible en el escote
del vestido rojo que llevaba.
—No, supongo que no.
Molesto con el juego que se llevaba entre manos, le hablé secamente:
—¿Qué estás haciendo? Valoras tu intimidad tanto como yo la mía.
Ella juntó los labios en una apretada línea.
—Pensé exactamente lo mismo cuando vi el vídeo de Eva y tú discutiendo en el parque.
Dices que no te conozco, pero no es cierto, y en circunstancias normales jamás permitirías que
tu vida privada trascendiera.
—¿A qué te refieres con «circunstancias normales»? —salté, incapaz de negar que con Eva
era un hombre diferente.
Nunca había consentido a las mujeres que me ponían a prueba esperando gestos
grandilocuentes. Si ponían mucho empeño en perseguirme, dejaba que me cazaran por una
noche. Con Eva, siempre había sido yo el perseguidor.
—A eso voy: ya no te acuerdas —replicó—. Porque estás tan absorto en tu apasionada
historia de amor que no ves más allá.
—No hay nada más allá, Corinne. Estaré con ella hasta que me muera.
Suspiró.
—Eso piensas ahora, pero las relaciones tormentosas no duran, Gideon. Se apagan. A ti te
gusta el orden y la tranquilidad, y eso no lo tendrás con ella. Jamás. Y en tu fuero interno, lo
sabes.
Sus palabras dieron en el clavo. Inconscientemente, Corinne había reproducido mis
pensamientos a ese respecto.
Un camarero se acercó a nuestra mesa. Ella pidió una ensalada; yo, una copa... doble.
—Has decidido vender unas memorias completas para conseguir... ¿qué exactamente? —
pregunté cuando se marchó el camarero—. ¿Vengarte de mí? ¿Hacerle daño a Eva?
—No. Quiero que no olvides.
—Ésa no es la manera.
—Y ¿cuál es?
Le sostuve la mirada.
—Todo ha terminado, Corinne. Sacar a la luz las memorias del tiempo que pasamos juntos
no va a cambiar ese hecho.
—Puede que no —concedió, con tanta tristeza que me entraron remordimientos—. Pero
dijiste que nunca me habías querido. Al menos demostraré que eso no es cierto. Te di
consuelo, alegría. Eras feliz conmigo. No veo esa clase de paz cuando estás con ella. No
puedes afirmar que la sientes.
—Por lo que dices, me parece que no te importa si vuelvo contigo o no. Pero si vas a dejar
a Giroux, quizá sí te importe el dinero. ¿Cuánto te han pagado por prostituir tu «amor» por
mí?
Alzó el mentón.
—Ésa no es la razón por la que he escrito el libro.
—Sólo quieres asegurarte de que no siga con Eva.
—Lo que quiero es que seas feliz, Gideon. Y, desde que la conoces, te he visto de todo
excepto feliz.
¿Cómo se tomaría Eva el libro cuando lo leyera? Me imaginaba que no mucho mejor de lo
que yo estaba tomándome Rubia.
Corinne bajó la mirada a mi mano izquierda, que tenía apoyada en la mesa.
—¿Le has dado a Eva el anillo de compromiso de tu madre?
—Es suyo desde hace poco.
Tomó un sorbo del vino que yo había visto sobre la mesa cuando llegué.
—¿Ya lo tenías cuando tú y yo estábamos juntos?
—Sí.
Se turbó.
—Puedes repetirte a ti misma que Eva y yo somos incompatibles —dije con firmeza—,
que o estamos peleándonos o estamos follando sin que haya nada sustancial entremedias. Pero
lo cierto es que ella es mi otra mitad y que lo que estás haciendo va a herirla, lo cual me dolerá
a mí también. Te pagaré la prestación económica del contrato de edición si retiras el libro.
Se me quedó mirando durante un largo minuto.
—No... No puedo, Gideon.
—Dime por qué.
—Estás pidiéndome que te deje ir. Para mí, ésta es una manera de hacerlo.
Me eché hacia adelante en la silla.
—Corinne, estoy pidiéndote que, si de verdad sientes algo por mí, por favor, renuncies a
ello.—
Gideon...
—Si no lo haces, convertirás lo que para mí eran buenos recuerdos en algo odioso.
Percibí un brillo de lágrimas en sus ojos color turquesa.
—Lo siento.
Me retiré de la mesa y me levanté.
—Y más que lo sentirás.
Giré sobre mis talones y salí del restaurante en dirección al Bentley, que me esperaba.
Angus abrió la puerta, dirigiendo la mirada hacia el enorme ventanal del Tableau One.
—¡Mierda! —Me deslicé en el asiento de atrás—. ¡Puta mierda!
Las personas a las que de alguna manera les parecía que había sido injusto con ellas
estaban saliendo de las sombras como arañas, atraídas por la presencia de Eva en mi vida.
Ella era mi punto más vulnerable, y no sabía disimularlo. Estaba convirtiéndose en un
problema que tenía que controlar. Christopher, Anne, Landon, Corinne... eran sólo el principio.
Había otras personas resentidas conmigo. Y eran aún más las que guardaban rencor a mi padre.
Llevaba tiempo retándolos a todos a que se metieran conmigo, y disfrutaba del desafío.
Ahora, los muy cabrones se metían conmigo a través de mi mujer. Todos a la vez. Y empezaba
a sentirme desbordado. Si no me mantenía en guardia, plenamente centrado, dejaría a Eva al
descubierto y sin protección. Y tenía que evitarlo a toda costa.
—Aún quiero verte esta noche —dijo Eva con una voz seductora que se deslizaba por el
auricular como el humo.
—Eso está fuera de cuestión —respondí apoyándome en el respaldo de la silla. Al otro
lado de la ventana, empezaba a ponerse el sol. La jornada laboral había terminado. En algún
momento de aquella locura de semana, agosto había dado paso a septiembre—. Tú atiende a
Cary, yo me sentaré con Arnoldo y, cuando hayamos terminado, tú y yo empezaremos el fin de
semana.
—Dios, esta semana ha pasado volando. Necesito hacer ejercicio. Me lo he saltado muchos
días.—
Boxea conmigo mañana.
Ella se rio.
—Sí, ya.
—Lo digo en serio.
Imaginé a Eva con su sujetador deportivo y sus mallas ajustadas, y mi polla dio una
sacudida.
—¡Yo no puedo luchar contigo! —protestó.
—Claro que puedes.
—Tú sabes mucho. Se te da muy bien.
—Pongamos a prueba tus habilidades de defensa personal, cielo. —La idea que había
propuesto sin pensarlo de repente se me antojó la mejor que había tenido en todo el día—.
Quiero saber que puedes defenderte en el improbable caso de que tengas que hacerlo.
Nunca tendría que hacerlo, pero me quedaría más tranquilo sabiendo que podría librarse de
un peligro.
—Mañana tengo asuntos de boda, pero lo pensaré —dijo—. Espera un momento.
Oí abrirse la puerta del coche y a Eva saludar al portero. Dijo «hola» a la conserje, y luego
oí el ruido de un ascensor que llegaba al vestíbulo de su casa.
—Ya sabes —suspiró—. Estoy aguantando el tipo por Cary, pero me preocupa lo que
pueda pasar con Trey. Si se larga, creo que Cary podría hacerse daño a sí mismo.
—Pide demasiado —la advertí, oyendo de nuevo el ruido del ascensor—. Lo que Cary le
está diciendo a ese chico es que tiene una querindonga preñada a la que no piensa dejar. No,
borra eso. Le está diciendo a Trey que él va a pasar a ser su querindongo. No creo que eso le
siente bien a nadie.
—Ya lo sé.
—Tendré el teléfono conmigo toda la noche. Si me necesitas, llámame.
—Te necesito siempre. Estoy en casa, y tengo que irme. Hasta luego. Te quiero.
¿Me impactarían siempre esas palabras hasta el punto de cortárseme la respiración?
Colgamos justo en el momento en que una figura conocida doblaba la esquina que
conducía a mi oficina. Me puse en pie cuando Mark Garrity llegó a la puerta, que estaba
abierta, y fui a su encuentro con la mano tendida.
—Mark, gracias por hacer un hueco para venir a verme.
Él sonrió y me estrechó la mano con fuerza.
—Soy yo quien le está agradecido, señor Cross. Hay un buen número de personas en esta
ciudad, en el mundo entero, en realidad, que matarían por estar donde yo estoy ahora.
—Llámame Gideon, por favor. —Con un gesto, lo invité a pasar a la zona de estar—. ¿Qué
tal Steven?
—Muy bien, gracias. Empiezo a creer que erró la vocación y que debería haberse dedicado
a la organización de bodas.
Sonreí.
—Eva va a ponerse con ello este fin de semana.
Tras desabrocharse la chaqueta, se tiró hacia arriba de las perneras y se sentó en el sofá. El
traje gris que llevaba hacía contraste con el tono oscuro de su piel y la corbata de rayas, lo que
le confería un aspecto de profesional urbano en ascenso.
—Si se divierte con ello la mitad que Steven —dijo—, se lo pasará como nunca.
—Esperemos que no le divierta demasiado —respondí permaneciendo de pie—. Me
gustaría pasar la etapa de la organización y llegar a la boda de verdad.
Mark se rio.
—¿Quieres beber algo? —pregunté.
—No, gracias.
—Vale. Seré breve. —Tomé asiento—. Te he pedido que te reúnas conmigo después del
trabajo porque no me parecía apropiado ofrecerte un cargo en Cross Industries durante tu
horario de trabajo en Waters Field & Leaman.
Alzó las cejas al instante.
Le di unos segundos para que lo asimilara.
—Cross Industries tiene varias sociedades financieras internacionales, centradas en bienes
inmuebles, ocio y marcas de primera calidad, o activos que creemos que pueden llegar a esa
situación.
—Como Vodka Kingsman.
—Exactamente. En su mayor parte, las campañas de publicidad y marketing se llevan
desde abajo, pero las revisiones de marca o las modificaciones de comunicación se aprueban
aquí. Debido a la diversidad que he mencionado, constantemente estamos estudiando nuevas
estrategias para dar una nueva imagen o reforzar una marca establecida. Nos vendrías muy
bien.—
¡Vaya! —Mark se frotó las palmas de las manos contra las rodillas—. No sé muy bien
qué esperaba, pero esto me coge desprevenido.
—Te pagaré el doble de lo que estés cobrando ahora, para empezar.
—Es una oferta impresionante.
—No soy de los que disfrutan oyendo la palabra no.
Su sonrisa se hizo más amplia.
—Dudo que la oigas muy a menudo. ¿Debo suponer que Eva deja Waters Field & Leaman?
—Todavía no lo ha decidido.
—¿No? —Volvió a enarcar las cejas—. Si yo me marcho, ella perderá su empleo.
—Y conseguirá otro aquí, claro —dije. Procuraba responder de la forma más corta y
menos reveladora posible. Buscaba su cooperación, no preguntas cuyas respuestas podrían no
gustarle.
—¿Está esperando a que yo acepte antes de dar ningún paso?
—Tu decisión podría servir de catalizador.
Mark se pasó una mano por la corbata.
—Me siento halagado y emocionado a la vez, pero...
—Soy consciente de que no es un paso que tuvieras en mente dar —tercié con delicadeza
—. Estás a gusto donde estás, y cuentas con una estabilidad laboral. Así que me encuentro en
condiciones de garantizarte el puesto, además de unos dividendos razonables y un aumento de
sueldo anual, para los próximos tres años, salvo mala conducta profesional por tu parte.
Echándome hacia adelante, puse los dedos en la carpeta que Scott había dejado sobre la
mesa. Se la pasé a Mark.
—Ahí encontrarás toda la información detallada. Llévatela a casa, háblalo con Steven y
dame una respuesta el lunes.
—¿El lunes?
Me puse en pie.
—Supongo que querrás comunicárselo a Waters Field & Leaman con bastante antelación,
y me parece muy bien, pero necesitaré contar con tu compromiso cuanto antes.
Cogió la carpeta y se levantó.
—¿Y si tengo alguna duda?
—Llámame. Dentro está mi tarjeta. —Miré el reloj—. Discúlpame, tengo otra cita.
—Sí, claro. —Mark me estrechó la mano que le tendía—. Lo siento. Esto ha sido tan
repentino que no creo haberlo asimilado todavía. Sin embargo, soy consciente de que estás
ofreciéndome una oportunidad fantástica, y te lo agradezco.
—Eres bueno en lo que haces —le dije sinceramente—. No te haría la oferta si no
estuvieras a la altura. Piénsalo y luego di que sí.
Se echó a reír.
—Lo pensaré seriamente y te daré la respuesta el lunes.
Cuando se marchó, giré la cabeza hacia el edificio que albergaba la sede de LanCorp.
Landon no volvería a pillarme desprevenido.
—Se puso a llorar en cuanto te marchaste.
Miré a Arnoldo por encima del borde del vaso de whisky que estaba tomándome. Tragué.
—¿Quieres que me sienta culpable?
—No. Yo tampoco le tendría lástima, pero creí que debías saber que Corinne aún tiene
corazón.
—Nunca se me ha pasado por la cabeza que no lo tuviera. Aunque creí que se lo había dado
a su marido.
Arnoldo se encogió de hombros con indiferencia. Vestido con unos vaqueros desgastados y
una camisa blanca metida por dentro, con el cuello desabrochado y los puños remangados,
atraía la atención femenina.
El bar se encontraba abarrotado, pero nuestra sección de la zona vip estaba bien vigilada, y
se mantenía a raya al resto de la clientela. Arnoldo se sentaba en el sofá de media luna en el
que se había sentado Cary la primera noche en que me vi con Eva fuera del Crossfire. Ese
lugar siempre me traería muchos recuerdos. Fue aquella noche cuando me di cuenta de que
ella lo estaba cambiando todo.
—Pareces cansado —dijo Arnoldo.
—Ha sido una semana difícil. —Vi la expresión que puso—. No, no se trata de Eva.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—En realidad no hay nada que decir. Tendría que haber sido más listo. He dejado ver a
todo el mundo lo mucho que ella significa para mí.
—Besos apasionados en la calle, peleas aún más apasionadas en el parque... —Sonrió
compasivamente—. No sabes disimular los sentimientos, ¿verdad?
—He abierto la puerta y ahora quiere entrar todo el mundo. Ella es la manera más directa
de joderme, y todos lo saben.
—¿Brett Kline también?
—Él ya no es un problema.
Arnoldo se me quedó mirando y debió de ver lo que necesitaba ver.
—Me alegro, amigo mío.
—Yo también. —Tomé otro trago—. Y tú ¿qué me cuentas?
Con un gesto de la mano dio a entender que nada de particular, deslizando la mirada a
nuestro alrededor para no perder detalle de las mujeres que estaban cerca bailando al ritmo de
la música de Lana del Rey.
—El restaurante, como ya sabes, va bien.
—Sí, estoy muy satisfecho. Ha sobrepasado las expectativas de rentabilidad en todos los
sentidos.
—A principios de esta semana hemos rodado algunas campañas de intriga para la próxima
temporada. En cuanto el canal Food Network empiece a emitir éstas y los nuevos episodios,
notaremos un bonito incremento del negocio.
—Siempre puedo decir que ya te conocía.
Se echó a reír y chocó su vaso contra el mío cuando lo sostuve en alto para brindar.
Habíamos vuelto por el buen camino, lo cual calmaba en parte la inquietud que sentía. Yo
no me apoyaba en Arnoldo como Eva se apoyaba en sus amigos o Cary en ella, pero de todos
modos Arnoldo era importante para mí. En mi vida no había muchas personas que me fueran
cercanas. Retomar el ritmo que él y yo teníamos antes era al menos una victoria importante en

una semana que parecía una batalla perdida.

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