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Cora Carmack - keeping her Cap.1

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La alarma sonó demasiado temprano.
La golpeé en silencio, y luego me estiré hacia Bliss. Encontré sólo sábanas arrugadas y el espacio vacío. Mis párpados se sentían como si hubieran sido cambiados por sacos de arena, pero me senté y les pedí que se abrieran.
Mi voz se escuchó grave por el sueño cuando grité—: ¿Amor?
¿Dónde estás? —Algo resonó en la cocina como respuesta. Me senté, la fatiga esfumándose ante la idea de Bliss levantada. Y ella estaba cocinando.
Eso no podía ser una buena señal.
Tiré las mantas y el aire fresco de la mañana asaltó mi piel
desnuda. Me puse un par de pantalones pijama y una camiseta antes de caminar por el pasillo hacia la cocina.
—¿Bliss?
Otro sonido metálico.
Una maldición murmurada.
Luego, doblé la esquina hacia una zona de guerra.
Sus grandes ojos se encontraron con los míos. Su rostro, su cabello, nuestro pequeño rincón de la cocina, todo estaba cubierto de harina.
Algún tipo de masa manchaba sus mejillas y las encimeras.
—¿Amor?
—Estoy haciendo panqueques —dijo, de la forma en que podría
decirse: “Yo no lo hice” cuando eres amenazado a punta de pistola por
policías. Dirigí mi mirada hacia abajo para no reírme, y fui devastado
por un par de piernas desnudas que salían desde la camiseta de gran
tamaño que llevaba puesta. Mi camiseta. Maldición.
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Sus piernas me encantaron desde el primer momento en que las
vi, mientras la ayudaba con una quemadura que había recibido en mi
moto. Me distraían apenas tanto ahora como entonces.
Podría haber estudiado durante horas la forma de sus muslos y la
manera en que se ensanchaban hacia sus caderas. Podría haber sido
arrastrado por el sentimiento de posesión que se hinchó en mí al verla
en mi ropa. Había docenas de cosas que quería hacer en ese
momento, pero un olor punzante me hacía cosquillas en la nariz, y unos
zarcillos de humo empezaron a arrastrarse alrededor de Bliss,
provenientes de la estufa a sus espaldas. Me tambaleé por la sartén,
donde encontré un bulto ennegrecido y deformado de algo. Saqué la
sartén de la estufa, y oí un ligero tirón en el aliento de Bliss detrás de mí.
Otro mal signo.
Tan rápido como pude, arrojé el “panqueque” a la basura, y
deposité la sartén en el fregadero. Le dije—: ¿Por qué no salimos a
desayunar?
Bliss sonrió, pero era una de esas sonrisas acuosas y vacilantes que
hacían que los hombres quisieran correr por las colinas. Me había
acostumbrado demasiado a Bliss teniendo ataques de pánico. Pero el
llanto… todavía era un territorio terriblemente familiar.
Se dejó caer en una silla cercana, y su cabeza golpeó contra la
mesa. Me quedé allí, abriendo y cerrando los puños, tratando de decidir
sobre el mejor curso de acción. Volvió la cabeza hacia un lado,
presionó su mejilla contra la mesa y me miró. Su cabello sobresalía en
todas direcciones, su labio inferior sufría bajo sus dientes, y la mirada de
sus ojos tiraba de algo en mi pecho. Como una picazón en mi corazón.
Todo lo que sabía era que algo andaba mal, y quería arreglarlo. El
cómo era la cuestión.
Me adelanté y me arrodillé junto a su silla. Sus ojos estaban rojos, y
su piel era de un tono más pálido de lo normal. Le pregunté—: ¿Cuánto
tiempo has estado despierta?
Ella se encogió de hombros. —Desde alrededor de las cuatro. Tal
vez más cerca de las tres.
Suspiré y me pasé la mano por el pelo rebelde.
—Bliss…
—Leí, lavé un poco de ropa, y limpié la cocina. —Miró a su
alrededor—. Estaba limpio, lo juro.
Me reí y me incliné para darle un beso en la frente. Saqué otra
silla, y me senté a su lado. Apoyé la cabeza junto a la de ella, pero cerró
los ojos y se dio vuelta para mirar en otra dirección.
—No me mires. Soy un desastre —dijo.
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No iba a dejar que se saliera con la suya. Deslicé un brazo debajo
de sus rodillas y la tiré en mi regazo. Ella gimió mi nombre y, a
continuación, hundió su cabeza en mi cuello. Tomé su mandíbula, y la
obligué a encontrar mi mirada. No podía ser una coincidencia que esto
estuviera sucediendo el día en que estuvimos de acuerdo sobre ir a
Londres para conocer a mis padres. Ella había estado muy tranquila al
respecto, hasta ahora. —Todo va a estar bien, amor. Te lo prometo.
—¿Qué pasa si ella me odia?
De eso se trataba. Mi madre. Bliss apenas podía manejar a su
propia madre dominante, parecía cruel que el universo hubiera tenido
a bien darnos dos. Pero estaba mucho más preocupado por lo que Bliss
pensaría, que por lo que mi madre pensaría. Bliss era honesta, y dulce, y
genuina, y mi familia… Bueno, no tanto.
Forcé una sonrisa y le dije—: Imposible.
—Garrick, he escuchado suficientes llamadas telefónicas de tu
madre como para saber que es muy… obstinada. Sería estúpido no
preocuparme por lo que va a pensar de mí.
—Sería estúpido pensar que cualquier cosa que mi madre pudiera
decir importaría. —Y no lo hacía. Pero a Bliss le importaba. Tarde en la
noche, cuando nuestro apartamento se tranquilizaba, la imagen de mi
madre como un depredador y Bliss como su presa seguía apareciendo
en mi cabeza. Una semana. Sólo teníamos que sobrevivir una semana.
Acaricié mi pulgar por su mandíbula y añadí—: Te amo.
Tanto que me aterrorizaba. Y yo no me asustaba fácilmente.
—Lo sé… Yo sólo…
—Quieres gustarle. Lo sé. Y lo harás. —Por favor, Dios, que lo
haga—. Vas a gustarle porque te amo. Puede que ella sea un poco
áspera, pero como cualquier madre, quiere que yo sea feliz.
O al menos esperaba que ella viera las cosas de esa forma.
La barbilla de Bliss se inclinó ligeramente, por lo que sus labios
estaban junto a los míos. Sentí su aliento a través de mi boca, y mi
cuerpo reaccionó casi al instante. Mi columna se enderezó, y se
convirtió en muy consciente de sus piernas desnudas sobre mi regazo. —
¿Y lo eres? ¿Feliz? —preguntó.
Dios, a veces yo sólo quería sacudirla. En muchos sentidos, había
superado lo peor de sus inseguridades, pero en los momentos de tensión
parecía que todo volvía hacia atrás. En lugar de perder el aliento
contestando, me paré con ella, acunándola en mis brazos, y me dirigí al
pasillo.
—¿Qué estás haciendo?
Me detuve un momento para darle un beso duro en la boca. Sus
dedos se entrelazaron alrededor de mi cuello, pero me retiré antes de
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que ella pudiera distraerme de hacer mi punto. —Te estoy mostrando lo
feliz que soy.
Le di un codazo a la puerta del baño para abrirla, y me incliné
más allá de la cortina de la ducha. Bliss chilló y se sostuvo fuerte de mi
cuello, mientras yo abría las canillas con ella todavía en mis brazos.
Levantó una ceja, una sonrisa socarrona escondida a través de sus
labios. —¿Nuestra ducha1 te hace feliz?
—Tú me haces feliz. La ducha es simplemente multifunción.
—Cuán responsable de tu parte.
Besé una mancha de masa de panqueques en su mejilla, y le
sonreí.
—Sí, esa es la palabra.
La dejé en el suelo, pero sus brazos quedaron metidos alrededor
de mi cuello. Cuando ella me sonrió de esa manera, me olvidé de la
harina en su cara, o de su cabeza salvaje. Esa sonrisa fue directamente
a través de mí y se instaló en algún lugar de mis huesos.
Le di un beso en la frente y dije—: Vamos a limpiarte.
Encontré el dobladillo de su enorme camiseta, y comencé tirando
de ella por encima de su cabeza. No estoy seguro de dónde terminó
porque cuando me di cuenta de que no llevaba nada debajo, mi visión
se redujo sólo a ella.
Dios, era preciosa.
Si me hubieran dicho hace dos años que me casaría con una
chica que había conocido hacía poco más de un año, los hubiera
tenido por locos. Mi historial romántico era tan terrible que nunca pensé
en mí mismo como de las personas que se casan. Hasta ella.
Bliss se aclaró la garganta, y mis ojos se abrieron de nuevo a ella.
A su boca. Su pecho. La parte baja de la cintura que parecía
perfectamente esculpida para caber en mis manos.
Ella lo había cambiado todo. No sabía lo que era conocer a una
persona tan llena de alegría, que sólo por estar cerca de ella me sentía
elevado a un lugar más feliz. Nunca había estado con alguien que fuera
capaz de cautivar cada parte de mí: mente, cuerpo y alma.
El cuerpo, por supuesto, era mi objetivo principal en ese
momento.
Su labio inferior sobresalió, llamándome, y dijo—: ¿Hasta cuándo
vas a hacer que me quede aquí desnuda mientras tú estás
completamente vestido?
1 Juego de palabras entre show=mostrar y shower=ducha.
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Me senté en el inodoro, y sonreí descaradamente hacia ella. Me
eché hacia atrás, poniendo una pierna sobre mi otra rodilla. —Podría
hacer esto todo el día —dije.
Y no estaba mintiendo. Quería estudiarla, memorizarla, poder
cerrar los ojos y verla perfectamente.
Rodó los ojos. —Sí, bueno, podría ser un poco incómodo si tuviera
que estar desnuda todo el día. A pesar de que haría que pasar por la
seguridad del aeropuerto sea mucho más simple.
Solté una carcajada, y ella agregó—: ¿No era su objetivo
distraerme y hacerme menos auto-consciente? Está decayendo en su
trabajo, Sr. Taylor.
Bueno, yo no podía tener eso, ¿ahora iba a hacerlo?
La agarré de la cintura y la atraje hacia delante, hasta que mi
barbilla rozó la piel justo debajo de su ombligo. Ella se estremeció en mis
brazos, y la reacción envió la sangre gritando por mis venas. Dejé que
mis labios la rozaran sólo un poco y dije—: No tienes nada sobre lo que
ser auto-consciente.
Tenía las manos enganchadas en mi pelo, y me miraba con ojos
vidriosos. Más firme esta vez, arrastré mis labios sobre su ombligo y hasta
el valle hecho por sus costillas. Probé la harina en su piel, incluso allí, y
sofoqué una carcajada.
Por encima de mí, suspiró y dijo—: Has vuelto a la pista con esa
cosa de la distracción.
De repente sintiéndome impaciente, me paré y me quité la
camisa sobre mi cabeza. Fui recompensado con un suspiro
entrecortado y un labio mordido que me hizo increíblemente difícil no
ser arrogante. Y no tomarla en ese momento.
Tragó saliva, llevando mis ojos a su cuello. Dios, no sabía qué
pasaba con su cuello, pero era mi perdición constante. Me sentí como
un adolescente, con ganas de marcar esa piel pálida, inmaculada,
como mía, una y otra vez. Pasé un pulgar sobre su pulso, y ella volvió a
tragar saliva, con los ojos muy abiertos. Até mis dedos en sus rizos
revueltos por el sueño, e incliné su cabeza hacia atrás.
—¿Qué tal ahora? —pregunté.
Si ella estaba la mitad de distraída que yo, diría que había hecho
mi trabajo. Sus ojos se apartaron de mi pecho desnudo. —Uh… ¿qué?
Me reí, pero el sonido quedó atrapado en mi garganta cuando
sus delgados dedos alisaron mi pecho hasta la cintura de mis
pantalones pijama. Se cerraron alrededor de la banda, y tragué.
Mirando hacia abajo, pude ver la forma en que sus curvas se
extendieron hacia mí, y yo no quería nada más que sellar nuestros
cuerpos juntos.
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Antes de perder por completo el hilo de mis pensamientos, le
dije—: No más preocupaciones acerca de mi madre, ¿cierto?
Para cualquiera de nosotros.
Me dio una mirada media acristalada.
Utilicé una mano para tirar de ella más cerca, y la otra para
ahuecar su pecho. Luego repetí—: No más preocupaciones.
—¿Prometes hacer esto cada vez me preocupe?
Le di un pellizco rápido a la punta del pecho en mi mano. Ella se
estremeció, y luego gimió. Sus ojos se cerraron y su cuerpo se balanceó
hacia el mío.
—No más preocupaciones —respiró.
Gracias a Dios, pensé.
Porque no podía esperar ni un segundo más.
Aplasté mis labios contra los suyos, deseando por enésima vez
poder fijar permanentemente nuestras bocas juntas. Cada parte de ella
sabía divino, pero su boca era mi favorita. Era tan fácil perderme en
besarla, sobre todo porque me daba cuenta de que ella hacía lo
mismo. Su cuerpo pegado al mío, y sus uñas clavadas en mis hombros
como si estuviera colgando de un precipicio, y eso fuera lo único que la
mantenía a salvo. Cuanto más duro la besaba, más sus uñas se
clavaban en mi piel. Arrastré una mano desde el cuello hacia abajo, en
la línea de su columna vertebral, y su boca se alejó de la mía. Se
estremeció en mis brazos, con los ojos cerrados.
Apoyé mi frente contra la de ella, y tiré su pecho desnudo al mío.
Entre el vapor de la ducha y su piel, nuestro pequeño cuarto de baño
era como un horno. Nunca habría pensado que podía sentir esa paz
mientras mi corazón martilleaba y mi piel ardía, pero eso fue lo que me
atrajo. Siempre había pensado que el amor era esta cosa francamente
fea, complicada, y difícil. Posiblemente porque, al crecer, no había
tenido un ejemplo de lo que debería ser una relación. No sabía que
podía ser de otra manera. Pero Bliss ahuyentaba ese gris y hacía que
todo pareciera blanco y negro. No importaba la pregunta, ella era la
respuesta.
Ella era mi todo: los pulmones que me permitían respirar, el
corazón que tenía que latir, los ojos que me dejaban ver. Se había
convertido en una parte de mí, y lo único que quedaba era un pedazo
de papel para decirle al mundo que éramos tan inseparables como ya
sentía que éramos.
Era sólo un pedazo de papel. La sensación importaba mucho
más, pero una parte de mí cantaba con energía nerviosa, exigiendo
que lo hiciéramos oficial. Pronto. Era la misma parte de mí que se
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preocupaba por cómo reaccionaría Bliss acerca de mi familia… a la
forma en que crecí.
Ella salió de mis brazos, mordiéndose el labio inferior ya enrojecido
e hinchado. Luego retiró la cortina de la ducha y se metió en la bañera.
Odiaba el miedo que perseguía los talones de mi amor por ella.
A pesar del hecho de que nuestra relación había comenzado en
la más preocupante e imposible situación entre profesor y estudiante,
había sido casi perfecta desde entonces. Un mundo teñido de rosa.
Pero no podía seguir así. La lógica, la realidad y el hecho de
conocer a mi madre de toda la vida, me hacían estar seguro de eso. El
sentimiento salió de la nada. Estaba viéndola, tocándola, besándola, y
luego, de repente, por un momento infinitesimal me sentí como si todo
estuviera a punto de venirse abajo. Como si estuviéramos en equilibrio
sobre un precipicio, se sentía inevitable que con el tiempo nos
caeríamos. No sabía cómo iba a suceder. Sus inseguridades. Mi
terquedad. La interferencia del destino (o mi familia). Pero por unos
segundos, pude sentir que venía.
Entonces, como siempre, ella me hizo volver. Esos segundos de
inevitabilidad e incertidumbre se disolvieron en la magnitud de mis
sentimientos por ella. La duda fue borrada por el toque de su mano, o el
capricho de su sonrisa, y me sentí como si pudiéramos mantener a raya
esa caída para siempre.
Ella lo hizo de nuevo, mirando por última vez alrededor de la
cortina, vestida sólo con una sonrisa. Oí el cambio en el patrón de agua
y sabía que había dado un paso bajo el chorro de la ducha. Así que
empujé mis preocupaciones lejos en favor de un uso mucho más
agradable de mi tiempo.
Me quité lo último de mi ropa, y me reuní con ella en el vapor.
Todavía no estábamos en Londres, y yo no iba a dejar que el miedo me
robara ni un segundo de la perfección a mi alcance.
Lo lograríamos, siempre y cuando ambos nos mantuviéramos el
uno con el otro. Mantendríamos nuestro mundo teñido de rosa.

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