19
Cuando llegué a mi mesa encontré un mensaje de Christopher en mi
contestador. Durante un momento
consideré si debía continuar buscando la verdad. Christopher no
era una persona a la que me
apeteciera tener más presente en mi vida.
Pero me angustió la mirada que había visto en el rostro de Gideon
cuando me habló de su pasado,
así como el sonido de su voz, tan quebrada al recordar la
vergüenza y el sufrimiento.
Sentía su dolor como si fuese mío.
Al final, no tuve otra opción. Le devolví la llamada a Christopher
y le pedí que saliéramos a comer.
—¿Almorzar con una mujer guapa? —Adiviné una sonrisa en su voz—.
Por supuesto.
—Cualquier momento que tengas libre esta semana me vendrá bien.
—¿Qué te parece hoy? —sugirió—. De vez en cuando, me dan ganas de
ir a ese restaurante al que
me llevaste.
—Me parece bien. ¿A las doce?
Confirmamos la hora y colgué justo cuando Will pasaba junto a mi
mesa. Me miró con ojos de
cachorrito.
—Ayúdame —dijo.
—Claro —contesté esforzándome por sonreír.
Las dos horas pasaron volando. Cuando llegó la hora del mediodía,
bajé y me encontré a
Christopher esperando en el vestíbulo. Llevaba su pelo rojizo
despeinado lleno de ondas cortas y
sueltas y sus ojos verdes grisáceos brillaban. Vestía pantalones
negros y camisa blanca con los puños
remangados y tenía un aspecto seguro y atractivo. Me saludó con
una sonrisa infantil y entonces, lo
pensé: no podía preguntarle por lo que le había dicho a su madre
hacía mucho tiempo. Él era un niño
que vivía en un hogar disfuncional.
—Me ha hecho mucha ilusión que me llamaras —dijo—. Pero debo
admitir que siento curiosidad
por saber el motivo. Me pregunto si tiene algo que ver con el
hecho de que Gideon haya vuelto con
Corinne.
Aquello me dolió. Tuve que tomar aire y, a continuación, soltarlo
para dejar que la tensión se fuera.
Sabía lo que tenía que pensar. No tenía dudas. Pero fui lo
suficientemente honesta como para admitir
que quería ser la dueña de Gideon. Quería reivindicarlo, poseerlo,
que todos supiesen que era mío.
—¿Por qué le odias tanto? —pregunté pasando por delante de él en
la puerta giratoria. A lo lejos se
oía el estruendo de unos truenos, pero la lluvia caliente y
torrencial había cesado, dejando las calles
inundadas de agua sucia.
Se unió a mí en la acera y colocó la mano en la parte inferior de
mi espalda. Sentí que un escalofrío
de repulsión me recorría el cuerpo.
—¿Por qué? ¿Quieres que intercambiemos datos?
—Claro. ¿Por qué no?
Cuando terminamos de comer yo ya me había hecho una idea de qué
era lo que alimentaba el odio
de Christopher. Lo único que le importaba era el hombre al que
veía en el espejo. Gideon era más
atractivo, más rico, más poderoso, más seguro... simplemente más. Y estaba claro que a Christopher se
lo comían los celos. Sus recuerdos de Gideon estaban teñidos por
la creencia de que había recibido
todas las atenciones cuando era pequeño. Lo cual podría haber sido
verdad, considerando lo
problemático que era. Y lo que era peor, aquella rivalidad
fraternal había pasado al terreno de sus
vidas profesionales cuando Cross Industries adquirió una
participación mayoritaria de Vidal Records.
Me escribí una nota mental para preguntarle a Gideon por qué lo
había hecho.
Nos detuvimos en la puerta del Crossfire para separarnos. Un taxi
que pasaba a toda velocidad por
un enorme charco me lanzó un montón de gotas de agua. Maldiciendo
entre dientes, esquivé las gotas
y casi tropecé contra el cuerpo de Christopher.
—Me gustaría salir contigo alguna vez, Eva. ¿A cenar quizás?
—Yo te llamaré —dije tratando de evitar una respuesta—. Mi
compañero de piso está muy enfermo
en estos momentos y tengo que estar a su lado el mayor tiempo
posible.
—Tienes mi número. —Sonrió y me besó en la mano, un gesto que
estoy segura de que le parecía
encantador—. Y seguiremos en contacto.
Entré por la puerta giratoria del Crossfire y me dirigí a los
torniquetes de entrada.
Uno de los guardias de seguridad que había en la recepción vestido
con traje negro me detuvo.
—Señorita Tramell —dijo con una sonrisa—. ¿Podría venir conmigo,
por favor?
Curiosa, le seguí al despacho del personal de seguridad donde me
habían dado mi tarjeta de
identificación cuando me contrataron. Abrió la puerta para que yo
pasara y Gideon estaba esperando
en el interior.
Apoyado en la mesa con los brazos cruzados, tenía un aspecto
atractivo, follable e irónicamente
divertido. La puerta se cerró cuando entré y él suspiró negando
con la cabeza.
—¿Hay más personas de mi vida a las que tengas planeado acosar en
mi nombre? —preguntó.
—¿Estás espiándome otra vez?
—Echándote un ojo protector.
Lo miré sorprendida.
—¿Y cómo sabes si le he estado acosando o no?
Su débil sonrisa se hizo más grande.
—Porque te conozco.
—Pues no le he estado acosando. De verdad. No lo he hecho
—contesté cuando él me miró
incrédulo—. Iba a hacerlo, pero no. ¿Y por qué estamos en esta
habitación?
—¿Has emprendido alguna especie de cruzada, cielo?
Estábamos tratando de convencernos el uno al otro y no estaba
segura de por qué. Y tampoco me
importaba, porque me había venido a la mente algo más importante.
—¿Te das cuenta de que tu reacción ante mi almuerzo con
Christopher está siendo muy calmada?
¿Y también la mía con respecto a que estés pasando tiempo con
Corinne? Los dos estamos
reaccionando de una forma completamente diferente a como lo
habríamos hecho hace un mes.
Él estaba
distinto. Sonrió, y había algo único en el modo cálido en que curvó sus labios.
—Confiamos el uno en el otro, Eva. Es una buena sensación,
¿verdad?
—Que confíe en ti no significa que sienta menos confusión ante lo
que está pasando entre los dos.
¿Por qué nos escondemos en este despacho?
—Se llama negación plausible. —Gideon se incorporó y se acercó a
mí. Cogiendo mi cara entre sus
manos, me inclinó la cabeza hacia atrás y me besó dulcemente—. Te
quiero.
—Se te está dando bien decirlo.
Me pasó los dedos por mi nuevo flequillo.
—¿Recuerdas aquella noche que tuviste la pesadilla y yo me fui? Te
preguntaste dónde había ido.
—Aún me lo pregunto.
—Estuve en el hotel, limpiando la habitación. Mi picadero, como tú
lo llamaste. Explicarte eso
cuando tú estabas vomitándolo todo no me pareció lo más oportuno.
La respiración se me entrecortó de pronto. Era un alivio saber dónde
había estado. Y otro aún mayor
saber que el picadero ya no era tal cosa.
Sus ojos me miraban con dulzura.
—Me había olvidado por completo de ello hasta que surgió con el
doctor Petersen. Los dos sabemos
que nunca más lo voy a volver a utilizar. Mi chica prefiere los
vehículos de transporte a las camas.
Sonrió y se fue. Yo me quedé mirándolo.
El guardia de seguridad apareció en la puerta y yo dejé a un lado
mis turbios pensamientos para
revisarlos más adelante, cuando tuviese tiempo de comprender de
verdad adónde me estaban llevando.
De camino a casa, compré una botella de zumo de manzana con gas en
lugar de champán. Vi el
Bentley de vez en cuando, siguiéndome, siempre dispuesto a
detenerse para recogerme. Antes me
molestaba, porque la conexión latente que representaba hacía aún
mayor mi confusión con respecto a
mi ruptura con Gideon. Ahora, cuando lo veía, me hacía sonreír.
El doctor Petersen tenía razón. La abstinencia y un poco de
espacio me habían aclarado las ideas. En
cierto modo, la distancia entre Gideon y yo nos había vuelto más
fuertes, había hecho que nos
apreciáramos más el uno al otro y que no diéramos las cosas por
sentado. Lo amaba ahora más de lo
que lo había amado nunca y sentí aquello mientras planeaba una
noche a solas con mi compañero de
piso sin tener ni idea de dónde estaría Gideon ni con quién podría
estar. No me importaba. Sabía que
yo estaba en sus pensamientos, en su corazón.
Mi teléfono sonó y lo saqué del bolso. Al ver el nombre de mi
madre en la pantalla, respondí:
—Hola, mamá.
—¡No entiendo qué es lo que están buscando! —Se quejó con voz
furiosa y llorosa—. No dejan a
Richard en paz. Han ido hoy a su despacho y han hecho copias de
las grabaciones de seguridad.
—¿La policía?
—Sí. Son incansables. ¿Qué es lo que quieren?
Giré la esquina que daba a mi calle.
—Cazar a un asesino. Probablemente sólo quieran ver a Nathan
entrando y saliendo. Comprobar las
horas
o algo así. —¡Eso es ridículo! —Sí. Pero es sólo una suposición.
No te preocupes.
No van a encontrar nada porque Stanton es inocente. Todo saldrá
bien.
—Ha sido muy bueno con todo esto, Eva —dijo suavizando la voz—. Es
muy bueno conmigo.
Dejé escapar un suspiro mientras escuchaba el tono de súplica que
había en su voz.
—Ya lo sé, mamá. Lo he captado. Papá también lo comprende. Estás
donde debes estar. Nadie te
está juzgando. Todos estamos bien.
Tardé en calmarla lo que duró el trayecto hasta mi puerta. Y
durante ese tiempo me pregunté qué
vería la policía si pedían también las grabaciones de seguridad
del Crossfire. El historial de mi
relación con Gideon podría ser narrado a través de las veces que
yo había estado en el vestíbulo de
Cross Industries con él. La primera vez que se me declaró fue
allí, dejando claro cuáles eran sus
deseos sin ningún rodeo. Me había inmovilizado contra la pared
allí, justo después de que yo aceptara
salir con él en exclusiva. Y había rechazado mi caricia aquel día
terrible en que empezó a separarse de
mí. La policía lo vería todo si retrocedían en el tiempo lo
suficiente, aquellos momentos privados y
personales.
—Llámame si me necesitas —dije mientras dejaba el bolso en el
mostrador del desayuno—. Estaré
en casa toda la noche.
Colgamos y vi un impermeable desconocido colgado de uno de los
taburetes. Grité para que Cary
me oyera.
—¡Cariño, estoy en casa!
Puse la botella de zumo de manzana en la nevera y me dirigí hacia
el pasillo camino de mi
habitación para darme una ducha. Estaba en la puerta de mi
dormitorio cuando se abrió la puerta de
Cary y salió Tatiana. Abrí los ojos de par en par al ver su
disfraz de enfermera traviesa que iba
acompañado de ligas y medias de rejilla.
—Hola, guapa —dijo con petulancia. Estaba increíblemente alta con
sus tacones mirándome desde
arriba. Como modelo de éxito, Tatiana Cherlin tenía el tipo de
rostro y de cuerpo que podría detener el
tráfico—. Cuídamelo.
Parpadeando, vi a aquella rubia de largas piernas desaparecer por
la sala de estar. Oí que la puerta
de la calle se cerraba poco después.
Cary apareció en su puerta, despeinado, colorado y vestido tan
sólo con sus calzoncillos bóxer. Se
apoyó en el quicio de la puerta con una sonrisa relajada y de
satisfacción.
—Hola.
—Hola. Parece que has pasado un buen día.
—De escándalo.
Aquello me hizo sonreír.
—No pretendo juzgarte, pero había supuesto que Tatiana y tú
habíais terminado.
—Yo nunca he creído que hayamos empezado nada. —Se pasó una mano
por el pelo,
alborotándoselo—. Pero se ha presentado hoy aquí toda preocupada
deshaciéndose en disculpas. Ha
estado en Praga y no se había enterado de lo mío hasta esta
mañana. Se ha presentado enseguida
vestida así, como si hubiese leído mi mente perversa.
Yo también me apoyé en la puerta.
—Supongo que te conoce.
—Supongo que sí. —Se encogió de hombros—. Ya veremos adónde nos
lleva esto. Sabe que Trey
está en mi vida y que espero que continúe en ella. Pero Trey... Sé
que no le va a gustar.
Sentí lástima por los dos. Iban a tener que transigir en muchas
cosas para que su relación
funcionara.
—¿Y si nos olvidamos por una noche de las personas más importantes
de nuestras vidas y
disfrutamos de una maratón de películas de acción? He traído
champán sin alcohol.
—¿Qué tiene eso de divertido? —Preguntó con mirada de sorpresa.
—Ya sabes que no puedes mezclar las medicinas con el alcohol
—contesté fríamente.
—¿No vas a Krav Maga hoy?
—Lo recuperaré mañana. Me apetece relajarme contigo. Quiero
tumbarme en el sofá y comer pizza
con palillos y comida china con los dedos.
—Nena, eres toda una rebelde —dijo sonriendo—. Y tienes una cita.
Parker cayó sobre la esterilla con un resoplido y yo grité,
encantada de mi propio éxito.
—Sí —dije levantando el puño. Aprender a tirar a un hombre tan
pesado como Parker no era
ninguna tontería. Buscar el equilibrio adecuado para poder hacer
palanca me había llevado más tiempo
del que probablemente debería porque me había costado mucho
concentrarme en las últimas dos
semanas.
No había equilibrio en mi vida cuando mi relación con Gideon
estaba torcida.
Riéndose, Parker me extendió la mano para que lo levantara. Le
agarré del antebrazo y tiré de él
para que se pusiera de pie.
—Bien. Muy bien —dijo elogiándome—. Esta noche estás a pleno
rendimiento.
—Gracias. ¿Quieres que probemos otra vez?
—Descansa diez minutos y bebe agua —dijo—. Tengo que hablar con
Jeremy antes de que se vaya.
Jeremy era uno de los compañeros instructores de Parker, un hombre
gigante al que los estudiantes
tenían que mirar desde abajo. No podía imaginarme esquivando nunca
a un asaltante de su tamaño,
pero había visto a mujeres realmente pequeñas hacerlo en su clase.
Cogí mi toalla y mi botella de agua y me dirigí a la gradería de
aluminio que se alineaba en la
pared. Mis pasos vacilaron cuando vi a uno de los policías que
habían venido a mi casa. Pero la
detective Shelley Graves no iba vestida con su ropa de trabajo.
Llevaba una camiseta de deporte y
unos pantalones a juego con zapatillas de atletismo y su cabello
moreno y rizado recogido en una
coleta.
Como ella estaba entrando en el edificio y la puerta se encontraba
al lado de las gradas, me vi
caminando hacia ella. Me obligué a aparentar despreocupación
cuando lo que sentía era todo lo
contrario.
—Señorita Tramell —me saludó—. Qué casualidad encontrármela aquí.
¿Lleva mucho tiempo con
Parker?
—Alrededor de un mes. Me alegra verla, detective.
—No, no se alegra. —Adoptó un gesto irónico—. Por lo menos, no lo
piensa. Aún. Y puede que siga
sin alegrarse cuando hayamos terminado de hablar.
Fruncí el ceño, confundida ante aquel enredo de palabras. Pero una
cosa estaba clara:
—No puedo hablar con usted sin la presencia de mi abogado.
Ella extendió los brazos.
—No estoy de servicio. Pero de todos modos, usted no tiene que
decir nada. Seré yo la que hable.
Graves señaló las gradas y, a regañadientes, me senté. Tenía una
muy buena razón para mostrarme
recelosa.
—¿Y si nos ponemos un poco más arriba? —Subió a lo alto y yo me
puse de pie y la seguí.
Una vez acomodadas, colocó los antebrazos sobre las rodillas y
miró a los alumnos que había abajo.
—Por las noches esto es diferente. Normalmente vengo a las
sesiones diurnas. Me había prometido
a mí misma que si alguna vez me encontraba con usted sin estar de
servicio, le diría algo. Suponía que
las posibilidades de que eso ocurriera eran nulas y, mire por
dónde, aquí está. Debe ser una señal.
Yo no me estaba creyendo aquella explicación adicional.
—No me parece que sea de las personas que creen en las señales.
—Ahí me ha pillado, pero por esta vez haré una excepción. —Frunció
los labios un momento, como
si estuviera pensando seriamente en algo. A continuación, me
miró—. Creo que su novio ha matado a
Nathan Barker.
Yo me puse tensa y recobré el aliento de forma audible.
—Nunca podré probarlo —dijo con gravedad—. Es demasiado
inteligente. Demasiado cuidadoso.
Todo ha sido premeditado al detalle. En el momento en que Gideon
Cross tomó la decisión de asesinar
a Nathan Barker, lo tenía todo bien organizado.
Yo no sabía si debía irme o quedarme ni cuáles serían las
consecuencias de cualquiera de las dos
decisiones. Y durante ese momento de indecisión, ella continuó
hablando.
—Creo que empezó el lunes siguiente al ataque que sufrió su
compañero de piso. Cuando
registramos la habitación de hotel donde se descubrió el cadáver
de Barker, vimos unas fotos. Muchas
fotos de usted, pero de las que le estoy hablando eran de su
compañero de piso.
—¿De Cary?
—Si yo presentara esto al ayudante del fiscal del distrito para
pedir una orden de arresto, diría que
Nathan Barker atacó a Cary Taylor como una forma de intimidar y
amenazar a Gideon Cross. Yo creo
que Gideon Cross no estaba cediendo al chantaje de Barker.
Retorcí las manos en la toalla. No podía soportar la idea de que
Cary estuviese sufriendo todo
aquello por mi culpa.
Graves me miró con ojos afilados y rotundos. Ojos de policía. Mi
padre también los tenía.
—En ese momento, creo que Gideon pensó que usted corría un peligro
mortal. ¿Y sabe qué? Tenía
razón. He visto las pruebas que recopilamos en la habitación de
Barker: fotografías, notas
pormenorizadas de su agenda diaria, recortes de prensa... incluso
parte de su basura. Normalmente,
cuando encontramos este tipo de cosas es demasiado tarde.
—¿Nathan me estaba vigilando? —Sólo de pensarlo un fuerte
escalofrío me recorrió el cuerpo.
—La estaba acechando. El chantaje que hizo a su padrastro y a
Cross no fue más que una
intensificación de lo mismo. Creo que Cross se estaba acercando
demasiado a usted y Barker se sintió
amenazado por esa relación. Estoy segura de que esperaba que Cross
se alejaría cuando conociera su
pasado.
Me llevé la toalla a la boca, por si el mareo que estaba sintiendo
me hacía vomitar.
—Así que, esto es lo que creo que ocurrió. —Graves se dio
golpecitos en las yemas de los dedos
mientras su atención parecía dirigirse a los agotadores ejercicios
que se desarrollaban más abajo—:
Cross cortó con usted. Con eso consiguió dos cosas, que Barker se
relajara y que desapareciera el
móvil de Cross para matarlo. ¿Por qué iba a asesinar a un hombre
por una mujer a la que había
dejado? Eso lo preparó bastante bien y no se lo contó a usted, que
reforzó la mentira con sus sinceras
reacciones.
Empezó a dar golpes con el pie además de con los dedos y su
esbelto cuerpo irradió una agitada
energía.
—Cross no encargó el trabajo a otro. Eso habría sido una
estupidez. No quiere que haya un rastro de
dinero ni un sicario que lo puedan delatar. Además, esto era un
asunto personal. Usted es un asunto
personal. Quiere que la amenaza desaparezca sin ninguna duda.
Organiza una fiesta en el último
momento en una de sus propiedades para una empresa de vodka que le
pertenece. Así, consigue tener
una coartada bien sólida. Incluso la prensa está allí para hacer
fotos. Y sabe exactamente dónde está
usted y que su coartada es igual de sólida.
Mis dedos se retorcían en la toalla. Dios mío...
Los sonidos de los cuerpos golpeando las colchonetas, el murmullo
de las instrucciones que se
daban y los gritos triunfantes de los alumnos se desvanecieron
convirtiéndose en un zumbido
uniforme dentro de mis oídos. Había una gran actividad
desarrollándose justo delante de mí y mi
cerebro no podía procesarla. Tenía la sensación de estar
alejándome por un túnel infinito y de que mi
realidad iba encogiéndose hasta un punto negro y diminuto.
Abriendo su botella de agua, Graves dio un largo trago y, después,
se secó la boca con el reverso de
la mano.
—Debo admitir que lo de la fiesta me confundió un poco. ¿Cómo
romper una coartada como ésa?
Tuve que volver al hotel tres veces hasta que supe que esa noche
hubo un incendio en la cocina. Nada
importante, pero todo el hotel tuvo que ser evacuado durante casi
una hora. Todos los huéspedes se
arremolinaron en la acera. Cross salía y entraba del hotel
haciendo lo que sea que hace un propietario
en esas circunstancias. Hablé con media docena de empleados que lo
vieron o que hablaron con él en
esos momentos, pero ninguno de ellos podía establecer las horas
con exactitud. Todos estaban de
acuerdo en que fue un caos. ¿Quién iba a seguir el rastro de un
hombre en medio de todo ese jaleo?
Yo misma negué con la cabeza, como si la detective me estuviese
haciendo la pregunta a mí.
Echó los hombros hacia atrás.
—Cronometré los pasos desde la entrada de servicio, donde vieron a
Cross hablando con los
bomberos, hasta el hotel de Barker, que estaba a dos manzanas.
Quince minutos de ida y otros quince
de vuelta. A Barker lo liquidaron con una sola puñalada en el
pecho. Justo en el corazón. Debió bastar
menos de un minuto. No había heridas de forcejeo y lo encontraron
justo detrás de la puerta. Mi teoría
es que le abrió la puerta a Cross y éste lo mató antes de que
pudiese pestañear. Y fíjese... Ese hotel es
propiedad de una filial de Cross Industries. Y resulta que las
cámaras de seguridad del edificio estaban
apagadas por unas mejoras que llevaban varios meses en proceso.
—Una coincidencia —dije con la voz quebrada. El corazón me latía
con fuerza. En un lugar
escondido de mi cerebro, yo era consciente de que había una docena
de personas a pocos metros de
distancia que seguían con sus vidas sin tener ni idea de que otro
ser humano, en aquella misma sala,
estaba atravesando un momento de catástrofe.
—Claro. ¿Por qué no? —Graves se encogió de hombros, pero sus ojos
la delataban. Ella sabía la
verdad. No podía demostrarlo, pero lo sabía—. Así que, esto es lo
que hay: puedo seguir buscando y
perdiendo el tiempo con este caso mientras tengo otros sobre mi
mesa. Pero ¿qué sentido tiene? Cross
no es un peligro para la sociedad. Mi compañero le diría que no
está bien tomarse la justicia por su
mano. Y en la mayoría de los casos, yo estoy de acuerdo. Pero
Nathan Barker iba a matarla. Puede que
no fuera en una semana. Puede que tampoco en un año. Pero algún
día lo haría.
Se puso de pie y se alisó los pantalones, cogió su botella de agua
y su toalla e ignoró el hecho de
que yo estuviese llorando de forma incontrolable.
Gideon...
Me apreté la toalla contra la cara, abrumada.
—He quemado mis notas —continuó—. Mi compañero cree también que
hemos llegado a un
callejón sin salida. A nadie le importa que Nathan Barker haya
dejado de respirar. Incluso su padre me
dijo que para él su hijo había muerto hacía años.
Levanté la vista hacia ella, pestañeando para hacer desaparecer la
neblina que las lágrimas me
provocaban en los ojos.
—No sé qué decir.
—Usted rompió con él el sábado siguiente a que interrumpiéramos su
cena, ¿verdad? —Ella asintió
conmigo—. Él estuvo después en la comisaría prestando declaración.
Salió de la sala, pero yo lo pude
ver a través del cristal de la puerta. La única vez que he visto
un dolor así es cuando tengo que
informar a los parientes cercanos. Si le soy sincera, ésa es la
razón por la que le estoy contando esto
ahora, para que pueda volver con él.
—Gracias. —Nunca había pronunciado esa palabra con más sentimiento
que entonces.
Negó con la cabeza y empezó a bajar las escaleras. Entonces, se
detuvo, se giró y me miró.
—No es a mí a quien debe dárselas.
De algún modo, terminé en el apartamento de Gideon.
No recuerdo haber salido del estudio de Parker ni de decirle a
Clancy adónde me tenía que llevar.
No recuerdo haberme presentado en la recepción ni haberme dirigido
al ascensor. Cuando me vi en el
vestíbulo privado ante la puerta de Gideon, tuve que detenerme un
momento, sin saber cómo había
llegado desde las gradas hasta allí.
Llamé al timbre y esperé. Cuando no hubo respuesta, me hundí en el
suelo y apoyé la espalda en la
puerta.
Gideon me encontró allí. Las puertas del ascensor se abrieron y él
salió, deteniéndose de repente al
verme. Iba vestido con ropa de deporte y aún tenía el pelo húmedo
por el sudor. Nunca estuvo más
maravilloso.
Se me quedó mirando, inmóvil.
—Ya no tengo llave —le dije.
No me puse de pie porque no estaba segura de que mis piernas pudieran
con mi peso.
Se agachó.
—Eva, ¿qué pasa?
—Esta noche me he encontrado con la detective Graves. —Tragué
saliva, a pesar del nudo que
sentía en la garganta—. Abandonan el caso.
Su pecho se expandió respirando hondo.
Con aquel sonido lo supe.
Una oscura desolación ensombreció los hermosos ojos de Gideon.
Sabía que yo lo sabía. La verdad
planeaba pesadamente entre nosotros, casi como si pudiésemos
tocarla.
Mataría por ti, dejaría todo lo que tengo
por ti... pero no te abandonaré.
Gideon cayó de rodillas sobre el frío y duro mármol. Con la cabeza
agachada. Esperando.
Yo me moví, imitando su posición. Le levanté el mentón. Le
acaricié la cara con mis manos y mis
labios. Susurrándole por la piel mi gratitud por su regalo.
—Gracias... gracias... gracias.
Me agarró apretando los brazos con fuerza alrededor de mi cuerpo.
Apretó su rostro contra mi
cuello.
—¿Qué va a pasarnos ahora?
—Lo que tenga que pasarnos. Juntos.
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