Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Reflejada en tí - Sillvia Day Capítulo 18



Cuando salí del ascensor en la planta veinte iba con paso sereno y decidido. Megumi me vio a través
de las puertas de seguridad y se puso de pie. —¿Va todo bien? Me detuve en su mesa.
—No tengo la más jodida idea. Ese hombre es toda una experiencia.
Me miró con sorpresa.
—Mantenme informada.
—Lo que debería hacer es escribir un libro —murmuré, volviendo a retomar mi camino hacia mi
cubículo y preguntándome por qué demonios todo el mundo estaba tan interesado en mi vida amorosa.
Cuando llegué a mi mesa dejé el bolso en el cajón y me senté para llamar a Cary.
—Hola —dije cuando contestó—. Por si te aburres...
—¿Por si? —bufó.
—¿Recuerdas esa carpeta con información sobre Gideon que recopilaste? ¿Puedes hacerme una
igual sobre el doctor Terrence Lucas?
—De acuerdo. ¿Lo conozco?
—No. Es un pediatra.
Hubo una pausa.
—¿Estás embarazada? —preguntó después.
—¡No! Por Dios. Y si lo estuviese, necesitaría a un tocólogo.
—¡Uf! Vale. Deletréame su nombre.
Le di a Cary lo que necesitaba y, después, busqué la consulta del doctor Lucas y pedí una cita para
verle.
—No voy a necesitar rellenar ningún papel como paciente nuevo —le dije al recepcionista—. Sólo
quiero una consulta rápida.
Después de eso, llamé a Vidal Records y le dejé un mensaje a Christopher para que me llamara.
—Cuando Mark volvió del almuerzo, fui a su despacho y llamé a su puerta abierta.
—Hola. Necesito pedirte una hora por la mañana para asistir a una cita. ¿Te parece bien si vengo a
las diez y me quedo hasta las seis?
—De diez a cinco está bien, Eva. —Me miró con atención—. ¿Va todo bien?
—Cada día mejor.
—Bien. —Sonrió—. Me alegra mucho oírlo.
Volvimos a sumergirnos en el trabajo, pero Gideon seguía ocupando mi mente. No paraba de
mirarme el anillo, recordando lo que había dicho la primera vez que me lo dio: «Las equis son mi
forma de aferrarme a ti».
Esperar. ¿A él? ¿Esperar a que vuelva a mí? ¿Por qué? No entendía por qué se había apartado de mí
de la forma en que lo había hecho y que, después, esperara volver a recuperarme. Sobre todo, estando
Corinne en escena.
Pasé el resto de la tarde repasando mentalmente las últimas semanas, recordando conversaciones
que había mantenido con Gideon, cosas que él había dicho o hecho, buscando respuestas. Cuando salí
del Crossfire al final de la jornada, vi el Bentley esperando en la puerta y saludé con la mano a Angus,
quien me respondió con una sonrisa. Yo tenía problemas con su jefe, pero Angus no tenía la culpa de
ellos.
En la calle hacía calor y bochorno. Terrible. Fui a la tienda de la esquina a comprar una botella de
agua fría para bebérmela de camino a casa y un paquete de mini-chocolatinas para comérmelas
después de la clase de Krav Maga. Cuando salí de la tienda, Angus estaba esperando justo en el
bordillo de delante, siguiéndome de cerca. Al girar la esquina de nuevo en dirección hacia el edificio
Crossfire para volver a casa, vi que Gideon salía a la calle con Corinne. Tenía la mano apoyada en la
parte inferior de la espalda de ella y la acercaba a un elegante automóvil negro de marca Mercedes que
reconocí como uno de los suyos. Ella sonreía. La expresión de él era indescifrable.
Horrorizada, no podía moverme ni apartar la mirada. Me quedé allí, en mitad de la acera abarrotada
de gente, con el estómago retorciéndose por el dolor, la rabia y una terrible y espantosa sensación de
traición.
Él levantó la vista y me vio, quedándose inmóvil en el sitio igual que yo. El chófer latino al que
conocí el día que llegó mi padre abrió la puerta de atrás y Corinne desapareció en el interior del coche.
Gideon continuó donde estaba, con sus ojos fijos en los míos.
Era imposible que no viera cómo levantaba la mano y le hacía una peineta con el dedo.
De repente, me asaltó una idea.
Le di la espalda a Gideon, me hice a un lado y me puse a buscar el teléfono en el bolso. Cuando lo
encontré pulsé la marcación automática de mi madre.
—Ese día que salimos a comer con Megumi tú te asustaste cuando volvíamos al Crossfire —le dije
cuando contestó—. Lo viste, ¿verdad? A Nathan. Viste a Nathan en el Crossfire.
—Sí —admitió—. Por eso Richard decidió que sería mejor pagarle lo que quería. Nathan dijo que
se mantendría alejado de ti siempre que consiguiera el dinero para irse del país. ¿Por qué lo
preguntas?
—No se me había ocurrido hasta ahora mismo que Nathan fue el motivo por el que reaccionaste de
aquel modo. —Volví a darme la vuelta y empecé a caminar rápidamente en dirección a casa. El
Mercedes había desaparecido, pero mi mal humor iba en aumento—. Tengo que dejarte, mamá. Te
llamo luego.
—¿Va todo bien? —me preguntó preocupada.
—Todavía no, pero estoy en ello.
—Estoy aquí para lo que necesites.
Solté un suspiro.
—Lo sé. Estoy bien. Te quiero.
Cuando llegué a casa, Cary estaba sentado en el sofá con el portátil en las piernas y los pies
descalzos sobre la mesita.
—Hola —dijo con la mirada aún en la pantalla.
Yo dejé mis cosas y me quité los zapatos de una patada.
—¿Sabes una cosa?
Levantó los ojos hacia mí por debajo de un mechón de pelo que había caído sobre ellos.
—¿Qué?
—Creía que Gideon me había dejado por culpa de Nathan. Todo iba bien y, de repente, ya no. Y
poco después, la policía vino a contarnos lo de Nathan. Supuse que las dos cosas estaban relacionadas.
—Tiene sentido —dijo frunciendo el ceño—. Supongo.
—Pero Nathan estuvo en el Crossfire el lunes antes de que te atacaran. Sé que fue allí a ver a
Gideon. Lo sé. Nathan no iría allí para verme a mí. No a un lugar con tanta seguridad y tantas personas
que conozco a mi alrededor.
Él se apoyó en el respaldo.
—Muy bien. Entonces, ¿qué significa?
—Significa que Gideon estaba bien después de ver a Nathan. —Levanté las manos—. Estuvo bien
toda la semana. Estuvo mejor que bien ese fin de semana que nos fuimos juntos. Estaba bien el lunes
por la mañana después de que volviéramos. Y luego... ¡pum!... Se le fue la cabeza y se volvió loco
conmigo el lunes por la noche.
—Te sigo.
—Entonces, ¿qué pasó el lunes?
Cary me miró sorprendido.
—¿Me lo preguntas a mí?
—Joder. —Me agarré el pelo con las manos—. Se lo pregunto al maldito universo. A Dios. A quien
sea. ¿Qué demonios le pasó a mi novio?
—Pensaba que habíamos acordado que se lo ibas a preguntar.
—He tenido dos respuestas suyas: «Confía en mí» y «Espera». Hoy me ha vuelto a dar mi anillo. —
Le enseñé la mano—. Y él sigue llevando el que yo le regalé. ¿Tienes idea de lo confuso que es todo
esto? No son simples anillos, son promesas. Son símbolos de propiedad y compromiso. ¿Por qué sigue
llevando el suyo? ¿Por qué es tan importante para él que yo lleve el mío? ¿De verdad cree que lo voy a
esperar mientras se folla a Corinne para desahogarse?
—¿Eso es lo que crees que está haciendo? ¿De verdad?
Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia atrás.
—No. Y no sé si eso me convierte en una ingenua o en una ilusa testaruda.
—¿El tal doctor Lucas tiene algo que ver con esto?
—No. —Me incorporé y me senté con él en el sofá—. ¿Has encontrado algo?
—Nena, es un poco difícil cuando no sé qué es lo que estoy buscando.
—Se trata tan sólo de un presentimiento. —Miré la pantalla—. ¿Qué es eso?
—La transcripción de una entrevista que le hicieron ayer a Brett en una radio de Florida.
—Ah. ¿Y para qué la lees?
—Estaba escuchando la canción de «Rubia», he decidido buscar cosas sobre ella y ha aparecido
esto.
Traté de leer, pero era difícil desde mi ángulo.
—¿Qué dice?
—Le han preguntado si de verdad existe una Eva y él ha contestado que sí, que existe, que
recientemente se ha vuelto a poner en contacto con ella y que espera que funcione esta segunda vez.
—¿Qué? ¡No!
—Sí. —Cary sonrió—. Así que ya tienes sustituto en caso de que Cross no se aclare.
Me puse de pie.
—Me da igual. Tengo hambre. ¿Quieres algo?
—Si te ha vuelto el apetito, es una buena señal.
—Todo vuelve —dije—. Y con ganas.
A la mañana siguiente esperé a Angus en la acera. Apareció y Paul, el portero de mi edificio, me abrió
la puerta de atrás.
—Buenos días, Angus —lo saludé.
—Buenos días, señorita Tramell. —Me miró a través del espejo retrovisor y sonrió.
Mientras ponía el coche en marcha me incliné hacia delante entre los dos asientos delanteros.
—¿Sabes dónde vive Corinne Giroux?
Me miró.
—Sí.
Yo me apoyé en el respaldo de mi asiento.
—Ahí es adonde quiero ir.
Corinne vivía a la vuelta de la esquina de la calle de Gideon. Estaba segura de que no se trataba de una
casualidad.
Dije mi nombre en la recepción y esperé veinte minutos hasta que me dieron permiso para subir a la
décima planta. Llamé al timbre de su apartamento y la puerta se abrió apareciendo una Corinne
ruborizada y despeinada, vestida con una bata de seda negra que le llegaba a los pies. Estaba realmente
guapa con su pelo negro y sedoso y sus ojos de aguamarina y se movía con una ágil elegancia que
admiré en ella. Yo iba con mi vestido favorito gris y sin mangas y me alegré de haberlo hecho.
Ella me hacía sentir muy poco atractiva.
—Eva —dijo con voz entrecortada—. Qué sorpresa.
—Siento irrumpir sin haber sido invitada. Sólo necesito hacerte una pregunta rápida.
—Ah. —Mantuvo la puerta parcialmente cerrada y se apoyó en el quicio.
—¿Puedo pasar? —pregunté con voz firme.
—Pues... —Miró hacia atrás—. Será mejor que no lo hagas.
—No me importa si estás acompañada y te prometo que no tardaré más de un minuto.
—Eva. —Se lamió los labios—. ¿Cómo te lo puedo decir...?
Las manos me temblaban y mi estómago no paraba de agitarse mientras mi cerebro se mofaba de
mí con imágenes de Gideon desnudo detrás de ella y el polvo de la mañana interrumpido por una
exnovia que no se enteraba. Yo sabía muy bien lo mucho que le gustaba el sexo por las mañanas. Lo
conocía lo suficiente como para decir:
—Déjate de idioteces, Corinne.
Abrió los ojos de par en par.
Yo adopté una sonrisa burlona.
—Gideon está enamorado de mí. No está follando contigo.
Ella se recuperó enseguida.
—Tampoco está follando contigo. Lo sabría, puesto que pasa todo su tiempo libre conmigo.
Bien. Hablaríamos de ello en el rellano.
—Lo conozco. No siempre le comprendo, pero eso es otra historia. Sé que te habrá dicho
directamente que tú y él no vais a ninguna parte porque no quiere engañar
te. Ya te hizo daño antes. No volvería a hacerlo.
—Todo esto es fascinante. ¿Sabe él que estás aquí?
—No, pero se lo vas a decir tú. Y no me importa. Sólo quiero saber qué estabas haciendo en el
Crossfire aquel día que saliste con aspecto de recién follada igual que ahora.
Su sonrisa era afilada.
—¿Qué crees tú que estaba haciendo?
—No con Gideon —respondí con decisión, pese a que en silencio rezaba por no estar
comportándome como una verdadera imbécil—. Me viste, ¿verdad? Desde el vestíbulo, tenías una
vista directa del otro lado de la calle y me viste. Gideon te dijo en la cena del Waldorf que yo era de
las celosas. ¿Echaste un polvete con alguien de los otros despachos? ¿O te revolviste el pelo antes de
salir?
Vi la respuesta en su cara. Fue tan rápido como un rayo, apareció y desapareció, pero lo vi.
—Las dos opciones son absurdas —contestó.
Yo asentí, saboreando un momento de profundo alivio y satisfacción.
—Escucha. Nunca vas a conseguirlo del modo que quieres. Y sé lo mucho que eso duele. Llevo dos
semanas sufriéndolo. Lo siento por ti. De verdad.
—Podéis iros a la mierda tú y tu compasión —espetó—. Ahórratela para ti. Soy yo la que pasa su
tiempo con él.
—Y eso es lo que te salva, Corinne. Si prestas atención, sabrás que te está haciendo sufrir ahora
mismo. Sé su amiga. —Me dirigí de nuevo a los ascensores—. Que tengas un buen día —dije mirando
hacia atrás.
Cerró de un portazo.
Cuando regresé al Bentley, le dije a Angus que me llevara a la consulta del doctor Terrence Lucas.
Él se detuvo mientras cerraba la puerta y se me quedó mirando.
—Gideon se va a enfadar, Eva.
Asentí, dándome por avisada.
—Ya me encargaré de eso cuando ocurra.
El edificio donde estaba la consulta privada del doctor Lucas era sencillo, pero su consulta era
cálida y acogedora. La sala de espera estaba recubierta de madera oscura y las paredes llenas con
retratos mezclados de niños y bebés. Había revistas destinadas a padres sobre las mesas y bien
ordenadas en estantes, mientras que la zona dedicada a juegos estaba limpia y vigilada.
Me presenté y tomé asiento, pero apenas me había sentado cuando me llamó la enfermera. Me llevó
al despacho del doctor Lucas, no a una sala de reconocimiento médico, y cuando entré, él se levantó de
la silla y rodeó la mesa rápidamente.
—Eva. —Extendió la mano y se la estreché—. No tenías por qué pedir cita.
—No sabía de qué otra forma ponerme en contacto contigo.
—Siéntate.
Me senté, pero él permaneció de pie, prefiriendo apoyarse en la mesa y agarrarse al filo con las dos
manos. Aquélla era una postura de poder y me pregunté por qué sentía que necesitaba hacer uso de él
conmigo.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó. Tenía una actitud de tranquilidad y seguridad y una sonrisa
amplia y abierta. Con su buena apariencia y su comportamiento afable estuve segura de que cualquier
madre confiaría en sus aptitudes y su integridad.
—Gideon Cross fue paciente tuyo, ¿verdad?
Su expresión cambió al instante y se volvió tensa.
—No tengo libertad para hablar de mis pacientes.
—Cuando en el hospital me hablaste de esa falta de libertad para hablar no até cabos como debería
haber hecho. —Mis dedos golpeteaban el brazo del sillón—. Le mentiste a su madre. ¿Por qué?
Él volvió al otro lado de la mesa, dejando que el mueble se interpusiera entre los dos.
—¿Eso te ha dicho él?
—No. Lo estoy dilucidando sobre la marcha. Hipotéticamente hablando, ¿por qué ibas a mentir
sobre los resultados de un examen médico?
—No lo haría nunca. Tienes que irte.
—Vamos. —Me apoyé en el respaldo y crucé las piernas—. Esperaba más de ti. ¿Dónde están esas
afirmaciones de que Gideon es un monstruo desalmado empeñado en corromper a las mujeres de todo
el mundo?
—He hecho lo que debía y te he advertido. —Su mirada era dura y tenía los labios encorvados con
gesto de desdén. Ya no estaba tan atractivo—. Si sigues echando tu vida a perder no hay nada que yo
pueda hacer al respecto.
—Voy a averiguarlo. Sólo necesitaba ver tu cara. Quería saber si tenía razón.
—No la tienes. Cross no fue nunca paciente mío.
—Cuestión de semántica. Su madre acudió a ti. Y mientras te dedicas a estar furioso por el hecho de
que tu mujer se hubiese enamorado de él, piensa en lo que le hiciste a un niño pequeño que necesitaba
ayuda. —Mi voz adoptó un tono de impaciencia a medida que iba brotando la rabia. No podía pensar
en lo que le había ocurrido a Gideon sin desear emplear la violencia contra alguien que había
contribuido a su sufrimiento.
Descrucé las piernas y me puse de pie.
—Lo que pasó entre él y tu mujer ocurrió entre dos adultos que sabían lo que hacían. Lo que le pasó
a él cuando era niño fue un delito y la forma en que tú contribuiste a ello fue una farsa.
—Vete.
—Con mucho gusto. —Abrí la puerta y casi me choco con Gideon, que estaba apoyado contra la
pared justo al lado del despacho. Su mano me agarró por la parte superior del brazo, pero sus ojos
estaban dirigidos al doctor Lucas, una mirada gélida llena de furia y odio.
—Mantente alejado de ella —dijo con tono áspero.
La sonrisa de Lucas se llenó de malicia.
—Ha sido ella la que me ha buscado.
La sonrisa que le devolvió Gideon me estremeció.
—Si ves que ella se acerca, te sugiero que salgas corriendo en la dirección opuesta.
—Qué curioso. Ése es el consejo que yo le he dado a ella con respecto a ti.
Le hice un corte de mangas al buen doctor.
Con un bufido, Gideon me agarró de la mano y tiró de mí por el vestíbulo.
—¿Qué es eso de ir haciéndole cortes de mangas a la gente?
—¿Qué? Es un clásico.
—¡No puede irrumpir aquí sin más! —exclamó la recepcionista cuando pasamos junto al
mostrador.
Él la miró.
—Puede anular esa llamada a los de seguridad, ya nos vamos.
Salimos al pasillo.
—¿Me ha delatado Angus? —murmuré tratando de soltar mi brazo.
—No. Y deja de escabullirte. Todos los coches tienen localización por GPS.
—Estás loco. ¿Lo sabes?
Pulsó el botón del ascensor con un golpe y me miró.
—¿Yo? ¿Y tú? Estás por todos lados. Con mi madre, con Corinne, con el maldito doctor Lucas.
¿Qué cojones estás haciendo, Eva?
—No es asunto tuyo —contesté desafiante—. Hemos roto, ¿recuerdas?
Apretó la mandíbula. Estaba allí con su traje, con un aspecto tan pulcro y urbano, mientras irradiaba
una energía salvaje y febril. El contraste entre lo que veía cuando lo miraba y lo que sentía provocaba
mi deseo. Me gustaba que me hubiese tocado a mí el hombre que había dentro de ese traje. Cada
delicioso e indomable centímetro de su cuerpo.
El ascensor llegó y entramos en él. La excitación me recorría de arriba abajo. Había venido a por
mí. Eso lo volvía muy atractivo. Introdujo una llave en el tablero de botones del ascensor.
—¿Hay algo en Nueva York que no te pertenezca? —refunfuñé.
Se echó sobre mí al instante, haciendo que me pusiera de puntillas para que el contacto fuera mayor.
Hundió los dientes en mi labio inferior con la suficiente fuerza como para hacerme daño.
—¿Crees que diciendo unas cuantas palabras vas a terminar con lo nuestro? No vamos a terminar,
Eva.Me empujó contra un lado de la cabina. Estaba clavada por un hombre de un metro noventa muy
excitado.
—Te echo de menos —susurré agarrándole el culo y atrayéndolo a mí con más fuerza.
—Cielo —respondió con un gemido.
Me estaba besando. Besos profundos y descaradamente desesperados que hicieron que apretara los
dedos de los pies dentro de mis zapatos.
—¿Qué estás haciendo? —susurró—. Vas por ahí revolviéndolo todo.
—Me sobra tiempo desde que dejé al estúpido de mi novio —contesté jadeando también.
Él soltó un gruñido de intensa pasión y me tiraba del pelo con tanta fuerza que me dolía.
—No puedes arreglar esto con un beso o un polvo, Gideon. Esta vez no. —Me costaba dejarlo
marchar, era casi imposible tras varias semanas en las que se me había negado el derecho y la
oportunidad de tocarle. Lo necesitaba.
Apretó la frente contra la mía.
—Tienes que confiar en mí.
Coloqué las manos sobre su pecho y le empujé. Él me dejó, buscando mis ojos con los suyos.
—No si no me hablas. —Levanté la mano, saqué la llave del panel y se la di. El ascensor empezó a
descender—. Me has sometido a un infierno. A posta. Me has hecho sufrir. Y no veo un final a la
vista. No sé qué coño haces, campeón, pero esta mierda del doctor Jekyll y Mister Hyde no va
conmigo.
Se metió la mano en el bolsillo con movimientos lentos y contenidos, que era cuando se volvía más
peligroso.
—Eres imposible de controlar.
—Cuando estoy vestida. Vete acostumbrando. —Las puertas del ascensor se abrieron y salí. Me
puso la mano en la espalda y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Aquella caricia inofensiva por encima
de varias capas de tejido me incitaba a la lujuria desde el principio—. Si vuelves a poner la mano en la
espalda de Corinne como haces ahora, te rompo los dedos.
—Sabes que no quiero a ninguna otra —murmuró—. No puedo. Me consume el deseo que tengo de
ti.
Tanto el Bentley como el Mercedes esperaban en la calle. El cielo se había oscurecido mientras
estuve dentro, como si estuviera pensativo, como el hombre que estaba a mi lado. Había en el aire una
fuerte expectación, como una señal de que se avecinaba una tormenta de verano.
Me detuve bajo la marquesina de la puerta y miré a Gideon.
—Diles que vayan juntos. Tenemos que hablar.
—Ése era el plan.
Angus se tocó la visera de su gorra y se colocó tras el volante. El otro conductor se acercó a Gideon
y le dio unas llaves.
—Señorita Tramell —dijo a modo de saludo.
—Eva, éste es Raúl.
—Ya nos conocemos —dije—. ¿Le diste el mensaje que te dejé la última vez?
Los dedos de Gideon se apretaron contra mi espalda.
—Lo hizo.
Sonreí.
—Gracias, Raúl.
Raúl pasó al asiento del pasajero del Bentley mientras Gideon me acompañaba al Mercedes y me
abría la puerta. Sentí un pequeño estremecimiento cuando él se sentó tras el volante y ajustó el asiento
para adecuarlo a sus largas piernas. Puso en marcha el motor y se unió al tráfico, conduciendo con
destreza y confianza el potente coche a través de la locura de las calles de la ciudad de Nueva York.
—Verte conducir hace que te desee —le dije, notando cómo sus manos se aferraban con más fuerza
al volante.
—Dios mío. —Me miró—. Tienes un fetiche relacionado con los coches.
—Tengo un fetiche relacionado con Gideon. —Bajé la voz—. Han pasado semanas.
—Y he odiado cada segundo de ellas. Esto supone un tormento para mí, Eva. No puedo
concentrarme. No puedo dormir. Pierdo los estribos con el más mínimo fastidio. Mi vida es un
infierno sin ti.
Yo nunca quise que sufriera, pero mentiría si dijera que mi tristeza no se aliviaba al saber que me
echaba de menos tanto como yo a él.
Me giré en mi asiento para mirarle.
—¿Por qué nos estás haciendo esto?
—Tuve una oportunidad y la aproveché. —Su mandíbula se endureció—. Esta separación es el
precio. No será para siempre. Necesito que seas paciente.
Negué con la cabeza.
—No, Gideon. No puedo. No más.
No me vas a dejar. No voy a permitírtelo.
—Ya lo he hecho. ¿No te das cuenta? Estoy haciendo mi vida y tú no estás en ella.
—Estoy en todos los aspectos que puedo estar ahora mismo.
—¿Diciéndole a Angus que mi siga por ahí? Venga ya. Eso no es una relación. —Apoyé la mejilla
en el asiento—. Al menos, no la que yo quiero.
—Eva. —Dejó escapar el aire con fuerza—. Mi silencio es el menor de dos males. Tengo la
sensación de que tanto si te lo cuento como si no, te estoy apartando de mí, pero las explicaciones
acarrean un riesgo mayor. Crees que quieres que te las dé, pero si lo hago, te arrepentirás. Confía en
mí cuando te digo que hay ciertos aspectos de mi vida que no quieres conocer.
—Tienes que darme algo con lo que aguantar. —Coloqué la mano sobre su muslo y sentí cómo se le
tensaba el músculo y, a continuación, se retorcía respondiendo a mi caricia—. Ahora mismo no tengo
nada. Estoy vacía.
Puso su mano sobre la mía.
—Confía en mí. A pesar de que creas lo contrario, has llegado a confiar en lo que sabes. Eso es
mucho, Eva. Para los dos. Para nosotros.
—No existe un nosotros.
—Deja de decir eso.
—Querías mi confianza ciega y la tienes, pero eso es todo lo que puedo darte. Has compartido
conmigo una parte muy pequeña de ti y yo lo he aceptado porque te tenía. Y ahora no...
—Me tienes —protestó.
—No de la forma en que te necesito. —Levanté un hombro encogiéndolo de una forma torpe—. Me
has dado tu cuerpo y yo he estado ávida de él porque era el único modo en que te abrías ante mí. Y
ahora no lo tengo. Y cuando miro lo que sí tengo, son sólo promesas. No es suficiente para mí. En tu
ausencia, lo único que tengo es un montón de cosas que no me quieres contar.
Él miraba fijamente hacia delante, manteniendo el perfil rígido. Retiré la mano de debajo de la suya
y me giré hacia el otro lado, dándole la espalda mientras miraba por la ventanilla la pululante ciudad.
—Eva, si te pierdo me quedaré sin nada —dijo con voz quebrada—. Todo lo que he hecho ha sido
para no perderte.
—Necesito más. —Apoyé la frente en el cristal—. Si no puedo tener tu exterior, necesito tu interior,
pero no me dejas entrar.
Avanzamos en silencio, arrastrándonos por el tráfico de la mañana. Una gruesa gota de lluvia
golpeó el parabrisas seguida de otra más.
—Después de que mi padre muriera lo pasé mal teniendo que enfrentarme a los cambios —dijo en
voz baja—. Recuerdo que la gente lo apreciaba, que le gustaba estar cerca de él. Los estaba haciendo
ricos a todos. Y luego, de repente, el mundo se puso boca abajo y todo el mundo le odió. Mi madre,
que había sido muy feliz durante toda aquella época, lloraba sin parar. Y ella y mi padre se peleaban
todos los días. Eso es lo que más recuerdo, los gritos y los chillidos constantes.
Lo miré, estudiando su pétreo perfil, pero no dije nada, temerosa de echar a perder aquel momento.
—Ella se volvió a casar enseguida. Nos fuimos de la ciudad. Se quedó embarazada. Yo nunca sabía
cuándo me cruzaba con alguien a quien mi padre había jodido y tragué mucha mierda de otros niños.
De sus padres. De profesores. Era la gran noticia. Incluso hoy la gente sigue hablando de mi padre y de
lo que hizo. Yo estaba furioso. Con todos. Tenía pataletas constantemente. Rompía cosas.
Se detuvo en un semáforo respirando con dificultad.
—Cuando llegó Christopher, fui a peor, y cuando cumplió cinco años, me imitaba, con berrinches
en la cena y empujando su plato en la mesa para tirarlo al suelo. Mi madre estaba embarazada de
Ireland en aquel entonces y ella y Vidal decidieron que había llegado el momento de llevarme a
terapia.
Las lágrimas caían por mi rostro al imaginar aquella escena que había descrito del niño que había
sido, asustado, sufriendo y sintiéndose como un extraño en la nueva vida de su madre.
—Vinieron a casa, la psiquiatra y el estudiante de doctorado al que ella supervisaba. Empezaron
enseguida. Los dos eran agradables, atractivos y pacientes. Pero pronto la psiquiatra empezó a pasar
más tiempo tratando a mi madre, que estaba teniendo un embarazo difícil, además de dos hijos
pequeños que estaban fuera de control. Me dejaban solo con él cada vez con mayor frecuencia.
Gideon se detuvo y aparcó. Sus manos agarraban el volante con enorme fuerza y la garganta se le
movía. El continuo tamborileo de la lluvia se calmó para dejarnos a solas con nuestras dolorosas
verdades.
—No tienes por qué contarme nada más —susurré, desabrochándome el cinturón de seguridad y
extendiendo los brazos hacia él. Le acaricié la cara con los dedos húmedos por las lágrimas.
Sus fosas nasales se ensancharon al inhalar aire con fuerza.
—Me obligaba a que me corriera. Cada maldita vez, no paraba hasta que me corría, y de ese modo
podía decir que me había gustado.
Me quité los zapatos y retiré su mano del volante para así poder montarme a horcajadas en su
regazo y abrazarlo. Me agarró con una fuerza terrible, pero no me quejé. Estábamos en una calle muy
concurrida, con multitud de coches que pasaban con gran estruendo por un lado y con montones de
peatones por el otro, pero a ninguno de los dos nos importó. Él temblaba con gran violencia, como si
estuviese llorando de forma descontrolada, pero no emitía ningún ruido ni derramaba ninguna lágrima.
El cielo lloraba por él y la lluvia caía con fuerza y rabia, convirtiéndose en vapor al llegar al suelo.
Agarrando su cabeza entre mis manos, apreté mi cara húmeda contra la suya.
—Ya está, cariño. Te entiendo. Sé lo que se siente, el modo en que se regodean después. Y la
vergüenza, la confusión y la sensación de culpa. No es culpa tuya. Tú no querías. No disfrutabas.
—Al principio, dejé que me tocara —susurró—. Decía que era mi edad... las hormonas... que
necesitaba masturbarme y así me tranquilizaría. Que estaría menos enfadado. Me tocaba, decía que me
iba a enseñar a hacerlo bien. Que yo lo hacía mal...
—Gideon, no. —Me retiré para mirarle, imaginándome cómo seguiría a partir de ahí, las cosas que
le debió decir para que pareciera que era Gideon el instigador de su propia violación—. Eras un niño
en manos de un adulto que conocía los botones adecuados que debía pulsar. Quieren que sea culpa
nuestra para así no ser culpables de su delito, pero no es verdad.
Sus ojos me miraban enormes y oscuros en su pálido rostro. Acerqué suavemente mis labios a los
suyos saboreando mis lágrimas.
—Te quiero. Y te creo. Y nada de esto ha sido culpa tuya.
Las manos de Gideon estaban en mi pelo, agarrándome mientras él saqueaba mi boca con besos
desesperados.
—No me dejes.
—¿Dejarte? Voy a casarme contigo.
Inspiró bruscamente. Después, me atrajo más a él y sus manos se deslizaron por mi cuerpo de forma
despreocupada y violenta.
Un golpeteo impaciente contra la ventana hizo que diera un brinco de sorpresa. Un policía con
chubasquero y chaleco reflectante nos miraba a través del cristal sin tintar del asiento delantero,
frunciendo el ceño bajo la visera de su gorra.
—Tienen treinta segundos para marcharse o les denunciaré a los dos por escándalo público.
Avergonzada y con el rostro encendido bajé hasta mi asiento y caí sobre él de una forma poco
elegante. Gideon esperó a que me abrochara el cinturón y, a continuación, puso el coche en marcha. Se
dio un toque en la frente a modo de saludo al oficial y volvió a unirse al tráfico.
Me cogió la mano y se la llevó a los labios, besándome las yemas de los dedos.
—Te quiero.
Me quedé inmóvil y el corazón se me aceleró.
Entrelazando los dedos, los puso sobre su muslo. Los limpiaparabrisas se movían a uno y otro lado,
y su ritmo cadencioso imitaba los latidos de mi corazón.
—Dilo otra vez —susurré tragando saliva.
Él se detuvo en un semáforo. Girando la cabeza, Gideon me miró. Parecía agotado, como si toda su
habitual y vibrante energía se hubiese acabado y estuviese echando humo. Pero sus ojos eran cálidos y
brillantes y la sonrisa de su boca encantadora y esperanzada.
—Te quiero. Sigue sin ser la expresión correcta, pero sé que quieres oírla.
—Necesito oírla —confirmé en voz baja.
—Mientras entiendas la diferencia. —El semáforo cambió y el coche siguió avanzando—. La gente
se olvida del amor. Pueden vivir sin él, pueden seguir adelante. El amor se puede perder y volver a
encontrarse. Pero a mí no me pasará eso. Yo no podré sobrevivirte, Eva.
Se me cortó la respiración cuando vi su cara y cómo me miraba.
—Estoy obsesionado contigo, cielo. Soy adicto a ti. Eres todo lo que he querido y he necesitado
siempre, todo lo que he soñado. Lo eres todo. Vivo y respiro por ti. Por ti.
Coloqué mi otra mano sobre las nuestras ya unidas.
—Hay muchas otras cosas ahí afuera para ti, sólo que no lo sabes todavía.
—No necesito nada más. Me levanto de la cama todas las mañanas y me enfrento al mundo porque
tú estás en él. —Giró por una calle y se detuvo en la puerta del Crossfire detrás del Bentley. Paró el
motor, soltó su cinturón de seguridad y respiró hondo.
—Por ti, el mundo cobra un sentido para mí que no tenía antes. Ahora ocupo un lugar, contigo.
De repente, comprendí por qué había trabajado tan duro, por qué había tenido un éxito tan enorme
siendo tan joven. Había luchado por buscar su lugar en el mundo, para ser algo más que un intruso.
Pasó los dedos por mi mejilla. Había echado tanto de menos aquel tacto que mi corazón se desangró
al volver a sentirlo.
—¿Cuándo vas a volver conmigo? —pregunté con tono suave.

—En cuanto pueda. —Se inclinó hacia delante y apretó sus labios contra los míos—. Espérame.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros