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Reflejada en tí - Sillvia Day Capítulo 16




16
En cuanto el detective Michna terminó la frase, mi padre acabó con el interrogatorio.
—Esto se ha acabado —dijo con tono serio—. Si tienen más preguntas pidan una cita para que mi
hija acuda con un abogado.
—¿Y usted, señor Cross? —la mirada de Michna se dirigió a Gideon—. ¿Le importaría decirnos
dónde estuvo ayer?
Gideon se movió de su posición detrás del sofá.
—¿Por qué no hablamos mientras los acompaño a la puerta?
Yo me quedé mirándolo, pero él siguió sin prestarme atención.
¿Qué más no quería que yo supiera? ¿Cuántas cosas me estaba ocultando?
Ireland entrelazó sus dedos con los míos. Cary estaba sentado a un lado mío y Ireland al otro,
mientras que el hombre al que amaba estaba a varios metros de distancia y no me había mirado en casi
media hora. Sentí como si en el estómago se me hubiese instalado una roca fría.
Los detectives tomaron nota de mi número de teléfono y, a continuación, salieron con Gideon. Vi
cómo salían a los tres y también cómo mi padre observaba a Gideon con una mirada reflexiva.
—Puede que estuviese comprándote un anillo de compromiso y no quiere que le echen por tierra la
sorpresa —susurró Ireland.
Le apreté la mano por mostrarse tan dulce y por pensar tan bien de su hermano. Esperé que él nunca
la decepcionara ni la desilusionara del mismo modo que yo había perdido ahora la ilusión. Si era
sincera conmigo misma, Gideon y yo no éramos nada, no teníamos nada.
¿Por qué no me había hablado de Nathan?
Soltando a Cary y a Ireland, me puse de pie y fui a la cocina. Mi padre me siguió.
—¿Quieres explicarme qué está pasando? —me preguntó.
—No tengo ni idea. Me acabo de enterar.
Apoyó la cadera en el mostrador y me observó.
—¿Qué es lo que pasó entre tú y Nathan Barker? Al escuchar su nombre parecía que ibas a
desmayarte.
Empecé a enjuagar los platos y a meterlos en el lavavajillas.
—Era un matón, papá. Eso es todo. No le gustaba que su padre se hubiese vuelto a casar y, sobre
todo, no le gustaba que esa nueva madrastra tuviera una hija.
—¿Por qué iba Gideon a tener nada que ver con él?
—Ésa es una muy buena pregunta. —Agarrándome al filo del fregadero, bajé la cabeza y cerré los
ojos. Era eso lo que había abierto una brecha entre Gideon y yo. Nathan. Lo sabía.
—¿Eva? —Mi padre colocó las manos sobre mis hombros y masajeó los duros y doloridos
músculos—. ¿Estás bien?
—Yo... estoy cansada. No he dormido bien últimamente. —Corté el agua y dejé el resto de los
platos donde estaban. Fui al armario donde guardaba las vitaminas y los medicamentos sin receta y
saqué dos analgésicos para la noche. Quería dormir profundamente y sin sueños. Lo necesitaba, para
poder despertarme en un buen estado para decidir qué tenía que hacer.
Miré a mi padre.
—¿Puedes ocuparte de Ireland hasta que vuelva Gideon?
—Desde luego. —Me besó en la frente—. Hablaremos por la mañana.
Ireland me encontró antes de que yo la viera a ella.
—¿Estás bien? —me preguntó entrando en la cocina.
—Voy a acostarme, si no te importa. Sé que es una grosería.
—No, no te preocupes.
—De verdad, lo siento. —La acerqué para darle un abrazo—. Repetiremos esto. ¿Qué te parece un
día de chicas en un spa o de compras?
—Claro. ¿Me llamarás?
—Lo haré. —La solté y atravesé la sala de estar para ir hacia el pasillo.
Se abrió la puerta de la calle y entró Gideon. Nuestras miradas se cruzaron y se mantuvieron así
durante un rato. No podía leer nada en sus ojos. Aparté la mirada, fui a mi cuarto y cerré la puerta con
pestillo.
Me levanté a las nueve de la mañana siguiente, aturdida y de mal humor pero ya no tan
terriblemente cansada. Sabía que tenía que llamar a Stanton y a mi madre, pero primero necesitaba
cafeína.
Me lavé la cara, me cepillé los dientes y salí arrastrando los pies hacia la sala de estar. Casi había
llegado a la cocina —el origen del delicioso olor a café— cuando sonó el timbre de la puerta. El
corazón me dio un vuelco. No podía evitar esa reacción instintiva al pensar en Gideon, que era una de
las tres personas que tenían mi permiso en la recepción para pasar.
Pero cuando abrí la puerta, era mi madre. Esperé no parecer demasiado decepcionada aunque, de
todos modos, creo que no se dio cuenta. Pasó por mi lado con un vestido verde agua que parecía
pintado y que ella lucía como muy pocas mujeres podrían hacerlo, consiguiendo de algún modo que
pareciera seductor y elegante y también apropiado para su edad. Desde luego, parecía lo
suficientemente joven como para ser mi hermana.
Echó un vistazo a mi cómodo pantalón de chándal de la Universidad de San Diego y a la camiseta
que llevaba antes de decir:
—Dios mío, Eva, no tienes ni idea...
—Nathan ha muerto. —Cerré la puerta y miré nerviosa por el pasillo en dirección a la habitación de
invitados, rezando porque mi padre estuviera aún con el horario de la costa oeste y siguiera
durmiendo.
—Ah. —Se giró para mirarme y por primera vez me gustó su mirada. Tenía los labios apretados por
la preocupación y una mirada de angustia—. ¿Ha venido ya la policía? Acaban de salir de nuestra
casa.
—Estuvieron aquí anoche. —Fui hacia la cocina y directa a la cafetera.
—¿Por qué no nos llamaste? Deberíamos haber estado contigo. Debías haber avisado a un abogado,
al menos.
—Fue una visita muy rápida, mamá. ¿Quieres un poco? —dije sosteniendo la jarra.
—No, gracias. No deberías beber tanto de eso. No es bueno para ti.
Volví a soltarla y abrí el frigorífico.
—Dios santo, Eva —murmuró mi madre observándome—. ¿Te das cuenta de la cantidad de calorías
que tiene la leche con nata?
Dejé una botella de agua delante de ella y me di la vuelta para aclarar el café.
—Estuvieron aquí unos treinta minutos y después se fueron. No les dije nada aparte de que Nathan
había sido mi hermanastro y que no le había visto desde hacía ocho años.
—Gracias a Dios que no dijiste nada más. —Abrió la botella.
Yo cogí una taza.
—Vamos a la sala de estar de mi dormitorio.
—¿Qué? ¿Por qué? Tú nunca te sientas allí.
Tenía razón, pero yéndonos allí evitaríamos un encuentro sorpresa entre mis padres.
—Pero a ti te gusta —contesté. Entramos en la habitación y cerré la puerta, dejando escapar un
suspiro de alivio.
—Sí que me gusta —dijo mi madre girándose para mirarlo todo.
Claro que le gustaba. La había decorado ella. A mí también me gustaba, pero en realidad no la
utilizaba. Había pensado en convertirla en un dormitorio contiguo para Gideon, pero ahora todo podría
cambiar. Se había apartado de mí, me había ocultado lo de Nathan y la cena con Corinne. Yo quería
una explicación y, dependiendo de cuál fuera, volveríamos a comprometernos para continuar adelante
o daríamos los pasos dolorosos para separarnos.
Mi madre se acomodó elegantemente en el diván y me miró.
—Debes tener mucho cuidado con la policía, Eva. Si quieren volver a hablar contigo, díselo a
Richard para que sus abogados estén presentes.
—¿Por qué? No entiendo por qué debo preocuparme por lo que diga o no diga. Yo no he hecho nada
malo. Ni siquiera sabía que estaba en la ciudad. —Vi cómo apartaba rápidamente los ojos de mí, y
continué hablando con tono firme—. ¿Qué está pasando, mamá?
Bebió un poco antes de contestar.
—Nathan apareció en el despacho de Richard la semana pasada. Quería dos millones y medio de
dólares.
De repente, sentí un zumbido en los oídos.
—¿Qué?
—Quería dinero —dijo con frialdad—. Mucho dinero.
—¿Por qué demonios iba a pensar que se lo ibais a dar?
—Tiene... tenía fotos, Eva. —Su labio inferior empezó a temblar—. Y vídeos. Tuyos.
—Dios mío. —Dejé a un lado el café con manos temblorosas y me eché hacia delante colocando la
cabeza entre las rodillas—. Dios, voy a vomitar.
Y Gideon había visto a Nathan. Lo había confesado cuando respondió a las preguntas de la policía.
Si había visto las fotografías... se habría enfadado... y eso explicaría por qué se había distanciado de
mí, por qué estaba tan atormentado cuando vino a mi cama. Puede que aún me quisiera, pero quizá no
era capaz de vivir con las imágenes que ahora inundaban su cabeza.
Tiene que ser así, me había dicho.
Un sonido terrible salió de mí. Ni siquiera podía imaginar qué era lo que había grabado Nathan. No
quería saberlo.
Estaba claro que Gideon no podía soportar mirarme. Cuando me hizo el amor por última vez había
sido en una absoluta oscuridad, en la que podía oírme y olerme, pero no verme.
Reprimí un grito de dolor mordiéndome el brazo.
—¡Cariño, no! —Mi madre cayó de rodillas delante de mí, haciendo que me bajara de la silla al
suelo para que ella pudiera acunarme—. Ya ha acabado todo. Está muerto.
Me acurruqué en su regazo, sollozando y dándome cuenta de que realmente había acabado. Había
perdido a Gideon. Se odiaría a sí mismo por apartarse de mí, pero yo entendía que posiblemente no
pudiese evitarlo. Cuando me mirara ahora le recordaría a su propio pasado cruel, ¿cómo iba a soportar
eso Gideon? ¿Cómo iba a soportarlo yo?
Mi madre me acarició el pelo. Noté que ella también lloraba.
—Mi pequeña, estoy aquí. Yo cuidaré de ti. —Me calmaba con voz temblorosa.
Al final no me quedaron más lágrimas que llorar. Estaba vacía, pero con ese vacío llegó una nueva
lucidez. No podía cambiar lo que había sucedido, pero sí podía hacer lo que fuese necesario para
asegurarme de que ninguno de mis seres queridos sufriera por ello.
Me incorporé y me froté los ojos.
—No deberías hacer eso —me reprendió mi madre—. Si te frotas los ojos así te saldrán arrugas.
Por algún motivo, su preocupación por mis futuras patas de gallo me pareció graciosísimo. Traté de
contenerme, pero se me escapó una carcajada.
—¡Eva Lauren!
Su indignación me pareció igual de divertida. Me reí un poco más y, una vez que había empezado,
no podía parar. Me reí hasta que me dolió la cara y me caí.
—¡Basta! —exclamó dándome un empujón en el hombro—. No tiene gracia.
Me reí hasta que conseguí sacar unas cuantas lágrimas más.
—¡Eva, de verdad! —Pero estaba empezando a sonreír.
Seguí riéndome hasta que la risa empezó a convertirse de nuevo en sollozos, secos y silenciosos. Oí
que mi madre se reía tontamente y, de algún modo, eso se combinaba a la perfección con mi
incontrolable dolor. No podía explicarlo, pero al sentirme tan mal y desesperada, la presencia de mi
madre, con todas sus pequeñas rarezas y amonestaciones que me volvían loca, era justo lo que
necesitaba.
Llevándome la mano al estómago lleno de calambres, respiré hondo.
—¿Lo hizo él? —pregunté en voz baja. Su sonrisa se desvaneció. —¿Quién? ¿Richard? ¿Hacer qué?
¿Lo del dinero?
Ah...
Esperé.
—¡No! —exclamó enérgicamente—. Él no haría nunca algo así. Su mente no funciona así.
—Vale. Simplemente tenía que saberlo. —Yo tampoco me imaginaba a Stanton ordenando que
dieran una paliza. Pero Gideon...
Por sus pesadillas, yo sabía que su deseo de venganza estaba teñido de violencia. Y lo había visto
pelearse con Brett. Aquel recuerdo estaba marcado a fuego en mi mente. Gideon sí era capaz de
hacerlo y con su historial...
Tomé aire y, a continuación, lo expulsé.
—¿Qué es lo que sabe la policía?
—Todo. —Su mirada se había ablandado y humedecido, llena de culpa—. El precinto de los
antecedentes de Nathan se rompió al morir.
—¿Y cómo ha muerto?
—Eso no lo han dicho.
—Supongo que no es importante. Nosotros teníamos un móvil. —Me pasé la mano por el pelo—.
Probablemente no importe que no tuviésemos la ocasión de hacerlo en persona. Te han pedido que
justifiques lo que hacías en ese momento, ¿no? ¿Y a Stanton?
—Sí. ¿A ti también?
—Sí. —Pero no sabía si a Gideon. No es que importara. Nadie se esperaría que unas personas como
Gideon y Stanton se fueran a manchar las manos deshaciéndose de un problema como Nathan.
Teníamos más de un móvil. El soborno y la venganza por lo que me había hecho. Y también
medios. Y esos medios nos proporcionaban la oportunidad de hacerlo.
Volví a cepillarme el pelo y me eché agua en la cara mientras pensaba en cómo iba a sacar a mi madre
de mi apartamento sin que se diera cuenta. Cuando la vi hurgando en el vestidor de mi dormitorio,
preocupada como siempre por mi estilo y mi apariencia, supe qué tenía que hacer.
—¿Recuerdas esa falda que compré en Macy’s? —le pregunté—. ¿La verde?
—Ah, sí. Muy bonita.
—No he podido ponérmela porque no se me ocurre nada con lo que pueda ir bien. ¿Me ayudas a
buscar algo?
—Eva —dijo con exasperación—, ya deberías haberte decidido por un estilo personal... ¡Y que no
sea de sudaderas!
—Échame una mano, mamá. Vuelvo enseguida. —Cogí la taza de café para tener un motivo para
dejarla allí—. No te vayas a ningún sitio.
—¿Adónde iba a ir? —contestó con la voz amortiguada, pues se había adentrado aún más en el
vestidor.
Miré rápidamente en la sala de estar y en la cocina. No vi a mi padre por ningún sitio y la puerta de
su dormitorio estaba cerrada, al igual que la de Cary. Volví rápidamente a mi habitación.
—¿Qué tal esto? —preguntó sosteniendo una blusa de seda de color champán. La combinación
resultaba preciosa y elegante.
—¡Me encanta! Eres estupenda. Gracias. Pero seguro que tienes que irte ya, ¿no? No quiero
entretenerte.
Mi madre me miró frunciendo el ceño.
—No tengo ninguna prisa.
—¿Y Stanton? Tiene que estar preocupado con todo esto. Y es sábado. Él siempre se reserva los
fines de semana para ti. Tiene que dedicarte tiempo.
Dios mío, sí que me sentía fatal por la presión que le causábamos. Stanton había dedicado una gran
cantidad de tiempo y dinero a asuntos relacionados conmigo y con Nathan durante los cuatro años que
llevaba casado con mi madre. Aquello era mucho pedir, pero no nos había fallado. Durante el resto de
mi vida me sentiría en deuda con él por querer tanto a mi madre.
—Esto también está suponiendo una gran preocupación para ti —protestó—. Quiero estar a tu lado,
Eva. Quiero ayudarte.
Sentí un nudo en la garganta al darme cuenta de que estaba tratando de compensarme por lo que me
había pasado, porque era incapaz de perdonarse.
—No pasa nada —respondí con la voz quebrada—. Estaré bien. Y sinceramente, me sentiría fatal
alejándote de Stanton después de todo lo que ha hecho por nosotras. Tú eres su recompensa, su
pequeño paraíso al final de su infinita semana laboral.
En sus labios se formó una encantadora sonrisa.
—Qué cosa tan hermosa has dicho.
Sí, yo también había pensado lo mismo las veces en que Gideon me había dicho cosas parecidas.
Me parecía imposible que sólo una semana antes hubiéramos estado en la casa de la playa,
locamente enamorados y dando pasos firmes y seguros en nuestra relación.
Pero esa relación se había roto y ahora sabía por qué. Yo estaba enfadada y dolida por el hecho de
que Gideon me hubiese ocultado algo tan importante como que Nathan estaba en Nueva York. Me
enfurecía que no me hubiese hablado de lo que pensaba y sentía. Pero también lo comprendía. Era una
persona que durante años había evitado hablar de nada que fuese personal y nosotros no llevábamos
juntos el tiempo suficiente como para que cambiara esa costumbre de toda una vida. No podía culparle
por ser quien era, lo mismo que tampoco podía culparle por haber decidido que no podía vivir con lo
que yo era.
Con un suspiro, me acerqué a mi madre y la abracé.
—Tenerte aquí... es lo que necesitaba, mamá. Llorar, reír y simplemente sentarme contigo. Nada
podría haber sido mejor que eso. Gracias.
—¿De verdad? —Me abrazó con fuerza y la sentí pequeña y delicada entre mis brazos, pese a que
éramos de la misma estatura y sus tacones la hacían más alta—. Creía que te estabas volviendo loca.
Me separé de ella y sonreí.
—Creo que ha sido así durante un momento, pero tú has hecho que me recupere. Y Stanton es un
hombre bueno. Le agradezco todo lo que ha hecho por nosotras. Por favor, díselo de mi parte.
Pasando mi brazo bajo el suyo, hice que se levantara de la cama y la llevé hasta la puerta de la calle.
Ella me volvió a abrazar acariciándome la espalda arriba y abajo.
—Llámame esta noche y mañana. Quiero estar segura de que te encuentras bien.
—De acuerdo.
Me observó.
—Y planeemos un día de spa para la semana que viene. Si al médico no le parece bien que Cary
vaya, haremos que vengan aquí los masajistas. Creo que a todos nos vendrá bien un poco de mimos y
cuidados.
—Ésa es una forma agradable de decir que tengo un aspecto horrible. —Las dos necesitábamos un
buen repaso, aunque ella lo ocultaba mucho mejor que yo. Nathan seguía gravitando sobre nosotras
como una nube oscura, aún capaz de destrozar nuestras vidas y alterar nuestra paz. Pero fingiríamos
que nos encontrábamos mucho mejor de lo que estábamos. Así era como hacíamos las cosas—. Pero
tienes razón. Nos vendrá bien y hará que Cary se sienta mucho mejor, aunque sólo le puedan hacer una
manicura y una pedicura.
—Yo me encargo de organizarlo. ¡Qué ilusión! —Mi madre mostró su luminosa sonrisa tan propia
de ella...
...que fue lo que vio mi padre cuando abrí la puerta de la calle. Estaba en el umbral con las llaves de
Cary en la mano y le había sorprendido justo en el momento en que iba a meterlas por la cerradura.
Iba vestido con pantalones cortos para correr y zapatillas de deporte, con la camiseta sudada echada
despreocupadamente sobre el hombro. Aún tenía la respiración acelerada y el sudor le brillaba sobre la
piel bronceada y los músculos tensos. Victor Reyes era todo un monumento.
Y miraba a mi madre de un modo absolutamente indecente.
Aparté la mirada de mi atractivo padre para mirar a mi glamorosa madre y me sorprendió ver que
ella miraba a mi padre del mismo modo que él la miraba a ella.
Menudo día para darme cuenta de que mis padres estaban enamorados el uno del otro. Bueno, yo
había sospechado que mi madre le había roto el corazón a mi padre, pero creía que ella se avergonzaba
de él, como si se hubiese tratado de una gran equivocación, de un error del pasado.
—Monica —La voz de mi padre sonó más baja y profunda de lo que yo la había oído nunca y con
más acento.
—Victor. —Mi madre se había quedado sin aliento—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Él la miró sorprendido.
—Visitando a mi hija.
—Y ahora mamá tiene que irse —dije dándole a ella un codazo, dividida entre la novedad de ver a
mis padres juntos y la lealtad hacia Stanton, que era exactamente lo que mi madre necesitaba—. Te
llamo luego, mamá.
Mi padre se quedó inmóvil un momento, deslizando la mirada por el cuerpo de mi madre desde la
cabeza hasta los pies y, a continuación, subiéndola otra vez. Respiró hondo y se hizo a un lado.
Mi madre salió al pasillo y se dirigió hacia el ascensor y, después, en el último momento, se dio la
vuelta. Colocó la mano sobre el pecho de mi padre y se puso de puntillas, dándole dos besos en las
mejillas.
—Adiós —susurró.
La vi caminar con paso inseguro hacia el ascensor y pulsar el botón con la espalda vuelta hacia
nosotros. Mi padre no apartó la mirada hasta que las puertas del ascensor se cerraron cuando ella
entró.
Dejó escapar un suspiro y entró en el apartamento.
Cerré la puerta.
—¿Cómo es que yo no sabía que vosotros dos estáis locamente enamorados el uno del otro?
Resultaba doloroso ver la mirada en sus ojos, el verdadero dolor como en una herida abierta.
—Porque eso no significa nada.
—No lo creo. El amor lo es todo.
—No lo conquista todo, como suelen decir —contestó con un bufido—. ¿Ves a tu madre siendo la
esposa de un policía?
Hice una mueca.
—Pues eso —dijo secamente, secándose la frente con la camiseta—. A veces, el amor no es
suficiente. Y si no lo es, ¿qué tiene de bueno?
El resentimiento que escuché en sus palabras era algo que yo conocía muy bien por mí misma. Pasé
por su lado y fui a la cocina.
Mi padre me siguió.
—¿Estás enamorada de Gideon Cross?
—¿No es evidente?
—¿Él está enamorado de ti?
Como no tenía fuerzas, dejé la taza en el fregadero y saqué otras limpias para mí y para mi padre.
—No lo sé. Sé que me quiere y que, a veces, me necesita. Creo que haría lo que fuese por mí si se lo
pidiera, porque he entrado en su corazón.
Pero no podía decirme que me quería. No me hablaba de su pasado. Y, al parecer, no podía vivir con
las pruebas del mío.
—Tienes la cabeza sobre los hombros.
Saqué café en grano del frigorífico para preparar una nueva cafetera.
—Eso es muy debatible, papá.
—Eres sincera contigo misma. Eso es una virtud. —Me sonrió cuando yo giré la cabeza para
mirarle—. He utilizado antes tu tableta electrónica para ver mi correo. Estaba en la mesita. Espero que
no te importe.
Negué con la cabeza.
—Úsala cuando quieras.
—He buscado en internet cuando la he cogido. Quería ver qué salía sobre Cross.
Sentí un pequeño vacío en el estómago.
—No te gusta.
—Me reservo mi opinión. —La voz de mi padre fue desvaneciéndose a medida que entraba en la
sala de estar y, a continuación, volvió a sonar con fuerza cuando volvió con la tableta en la mano.
Mientras yo molía el café, él abrió la funda protectora de la tableta y empezó a dar toques en la
pantalla.
—Anoche pasé un mal rato mientras le echaba un vistazo. Sólo quería un poco más de información.
Encontré algunas fotos de vosotros dos juntos que parecían prometedoras. —Tenía los ojos sobre la
pantalla—. Después vi otra cosa.
Le dio la vuelta a la pantalla para que yo la viera.
—¿Puedes explicarme esto? ¿Es otra hermana suya?
Dejé de moler café para sentarme, me acerqué con la vista puesta en el artículo que mi padre había
encontrado en la web de la revista Page Six. La foto era de Gideon y Corinne en una especie de fiesta.
Había puesto el brazo alrededor de la cintura de ella y la actitud de los dos era de familiaridad e
intimidad. Estaban muy cerca y los labios de él casi rozaban la sien de ella, que tenía una copa en la
mano y se reía.
Cogí la tableta y leí el pie de foto: «Gideon Cross, director general de Cross Industries, y Corinne
Giroux en la fiesta de promoción de Vodka Kingsman».
Los dedos me temblaron mientras subía a la parte superior de la página y leía el breve artículo
buscando más información. Me quedé muda cuando vi que la fiesta se había celebrado el jueves, de
seis a nueve, en uno de los locales de Gideon, uno que yo conocía demasiado bien. Me había follado
allí, tal y como había hecho con docenas de mujeres.
Gideon me había dado plantón en nuestra cita con el doctor Petersen para llevar a Corinne al hotel
que le servía de picadero.
Era eso lo que había querido contarle a los policías y que no quería que yo escuchara: su coartada
era una velada, quizá toda la noche, en compañía de otra mujer.
Solté la tableta con más cuidado del necesario y dejé escapar la respiración que había estado
conteniendo.
—Ésa no es ninguna hermana suya.
—Eso pensaba yo.
Lo miré.
—¿Me haces el favor de terminar de preparar el café? Tengo que hacer una llamada.
—Claro. Luego me daré una ducha. —Extendió una mano y la puso sobre la mía—. Vamos a salir a
olvidarnos de esta mañana. ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto.
Cogí el teléfono de la base y volví a mi dormitorio. Pulsé la marcación rápida del móvil de Gideon
y esperé a que contestara. Cuando sonó la tercera llamada descolgó.
—¿Diga? —contestó, aunque en la pantalla ya habría visto que era yo—. No puedo hablar ahora.
—Entonces, simplemente escúchame. Seré breve. Un minuto. Un maldito minuto de tu tiempo. ¿Me
concedes eso?
—La verdad es que...
—¿Acudió Nathan a ti con unas fotografías mías?
—No es...
—¿Lo hizo? —insistí con brusquedad.
—Sí —espetó.
—¿Las viste?
Hubo una larga pausa.
—Sí.
Solté un suspiro.
—Muy bien. Creo que eres un completo gilipollas por haber dejado que fuera a la consulta del
doctor Petersen cuando sabías que no ibas a ir porque pensabas salir con otra mujer. Es despreciable,
Gideon. Y lo que es peor, fuisteis a la fiesta de Kingsman, lo cual debía tener algún valor sentimental
para ti, considerando que fue así como...
Se oyó el fuerte chirrido de una silla arrastrándose. Yo me apresuré a seguir hablando, desesperada
por soltar lo que necesitaba decir antes de que él colgara.
—Creo que eres un cobarde por no venir directamente y decirme que hemos terminado, sobre todo
antes de empezar a follarte a otra.
—Eva. Maldita sea.
—Pero quiero que sepas que pese a que el modo en que has actuado en esto ha sido jodidamente
malo y que me has roto el corazón en mil pedazos y que te he perdido el respeto, no te culpo por lo que
sientes después de haber visto esas fotografías mías. Lo comprendo.
—Basta. —Su voz era poco más que un susurro, lo cual hizo que me preguntara si Corinne estaba
con él incluso en ese momento.
—No quiero que te culpes, ¿de acuerdo? Después de lo que tú y yo hemos pasado, aunque no es que
yo sepa qué es lo que tú has sufrido puesto que nunca me lo has contado. Pero de todos modos... —
Suspiré y en mi rostro apareció una mueca de dolor al ver lo temblorosa que me salía la voz. Y lo que
es peor, cuando volví a abrir la boca, mis palabras estaban inundadas en lágrimas—. No te culpes. Yo
no lo hago. Sólo quiero que lo sepas.
—Dios mío —dijo en voz baja—. Por favor, no sigas, Eva.
—Ya he terminado. Espero que encuentres... —Apreté la mano en mi regazo—. Da igual, Adiós.
Colgué y dejé caer el teléfono en la cama. Me desnudé de camino a la ducha y dejé en el mueble el
anillo que Gideon me había regalado. Abrí el grifo poniendo el agua todo lo caliente que mi cuerpo
podía aguantar y me hundí aturdida en el suelo de la ducha.

No me quedaba nada.


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