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No te escondo nada - Sylvia Day - Cap.2


2
Llevaba una corbata gris plateada y una camisa extraordinariamente blanca; la
austeridad en los colores hacía resaltar sus increíbles iris azules. Verle allí, de pie, con la
chaqueta desabrochada y las manos en los bolsillos del pantalón, en plan informal, fue
como darme de bruces contra una pared imprevista.
Me detuve, sobresaltada, y miré atónita a aquel hombre que llamaba la atención más
de lo que yo recordaba. Nunca había visto un pelo tan negro. Lo tenía brillante y un poco
largo, de modo que las puntas le llegaban al cuello de la camisa; un corte muy sexy, que
añadía un atractivo toque de picardía al próspero hombre de negocios, igual que la nata
montada corona un brownie con helado y salsa de chocolate. Como diría mi madre, sólo los
granujas y los aventureros tienen el pelo así.
Apreté las manos para reprimir el impulso de tocarlo y averiguar si era tan sedoso
como parecía.
Las puertas empezaron a cerrarse. Inmediatamente se adelantó un poco y presionó
un botón del panel para mantenerlas abiertas.
—Hay sitio para los dos, Eva.
El sonido de su voz, firme y sensual, me sacó de mi momentáneo aturdimiento.
¿Cómo podía saber mi nombre?
Entonces me vino a la memoria que había recogido mi tarjeta de identificación
cuando se me cayó al suelo en el vestíbulo.
Durante un segundo titubeé pensando en decirle que estaba esperando a alguien y
así coger otro ascensor, pero mi cerebro pasó a la acción.
¿Qué diablos me pasaba? Estaba claro que él trabajaba en el Crossfire y que no
podría evitarle siempre; además, ¿por qué habría de hacerlo? Si quería que llegase el
momento de poder mirarle sin que me perturbasen sus encantos, tendría que verle con la
suficiente frecuencia como para que no significara más que un mueble.
Ya, ¡ojalá!
Entré en el ascensor.
—Gracias.
Soltó el botón y retrocedió. Se cerraron las puertas y el ascensor comenzó a bajar.
Inmediatamente lamenté mi decisión de compartir cabina con él.
Su presencia me producía un hormigueo en la piel. Era una fuerza demasiado
poderosa para un espacio tan reducido; irradiaba una energía palpable y un magnetismo
sexual que no me permitía dejar de moverme nerviosamente. La respiración se me alteró,
igual que el pulso. Sentí de nuevo aquella inexplicable atracción, como si él emitiera un
silencioso reclamo al que yo, instintivamente, estaba predispuesta a responder.
—¿Te ha ido bien en tu primer día? —me preguntó, sorprendiéndome.

Sus palabras fluyeron hasta mis oídos con una seductora cadencia. ¿Cómo demonios
sabía que era mi primer día?
—Pues sí —respondí con serenidad—, ¿y a usted?
Noté su mirada recorriéndome el perfil, pero mantuve la atención fija en las puertas
de aluminio cepillado del ascensor. Notaba el corazón acelerado dentro del pecho y el
estómago agitado. Me sentía torpe y hecha un lío.
—Bueno, no ha sido mi primer día —contestó con una cierta ironía—, pero ha
estado bien. Y mejora a medida que avanza.
Hice un gesto de comprensión con la cabeza y sonreí, pero no tenía ni idea de qué
quería decir. El ascensor se detuvo en el piso duodécimo y entró un simpático grupo de tres
personas que hablaban animadamente entre ellas. Me moví hasta el otro rincón para
hacerles sitio, separándome así de Oscuro y Peligroso. Sólo que él se hizo a un lado
conmigo. De repente estábamos más cerca el uno del otro que antes.
Se arregló el ya perfecto nudo de la corbata y, al hacerlo, me rozó un brazo con el
suyo.
Inspiré profundamente e intenté que no me importara su proximidad,
concentrándome en la conversación que tenía lugar delante de nosotros. Pero era imposible.
¡Estaba tan ahí! Tan ahí mismo. Todo él perfecto, guapísimo y oliendo divinamente. Mis
pensamientos se desmandaron y comencé a fantasear sobre lo macizo que resultaría su
cuerpo debajo del traje, sobre cómo sería sentirlo contra el mío, sobre lo bien dotado, o no,
que estaría...
Cuando el ascensor llegó al vestíbulo, casi gemí de alivio. Esperé impacientemente
a que se vaciara y, a la primera oportunidad, di un paso adelante. Me puso una mano con
firmeza en la franja dorsal y salió a mi lado, dirigiéndome. La impresión del contacto con
semejante zona, tan vulnerable, se extendió por todo mi cuerpo.
Llegamos a los torniquetes y él retiró la mano, dejándome con una extraña
sensación de pérdida. Le miré, en un intento por adivinar su actitud, pero, aunque él
también me miró a mí, su cara no me reveló nada.
—¡Eva!
La aparición de Cary, apoyado tranquilamente contra una columna de mármol en el
vestíbulo, lo cambió todo. Llevaba unos vaqueros que exhibían sus larguísimas piernas y un
jersey muy grande de color verde suave que le realzaba los ojos. No era raro que atrajese la
atención de todos los presentes. Aflojé el paso a medida que me aproximaba, y el dios del
sexo nos adelantó para salir por las puertas giratorias y subir ágilmente al asiento trasero de
un todoterreno Bentley con chófer que yo había visto aparcado la tarde anterior.
Cary dio un silbido cuando el coche arrancó.
—¡Vaya! ¡Vaya! Por la forma en que le miras, deduzco que ése es el tipo del que
me hablaste, ¿no?
—Sí, sí, era él, con toda seguridad.
—¿Trabajáis juntos? —Me agarró del brazo y me llevó hasta la calle por la puerta
fija.

Me paré en la acera para ponerme los zapatos planos, apoyada en él, en medio de
los peatones que circulaban a nuestro alrededor.
—No sé quién es, pero me ha preguntado que si había estado bien mi primer día, así
que supongo que sí.
—Bueno... —sonrió y me sujetó por el codo mientras yo saltaba torpemente de un
pie a otro—, no me explico cómo se puede hacer algo bien cerca de él. A mí se me han
medio fundido los plomos durante un minuto.
—Estoy convencida de que produce ese efecto generalmente. —Me enderecé—.
Vamos, necesito beber algo.
A la mañana siguiente, llegué con un ligero dolor en la parte de atrás del cráneo, que
se burlaba de mí por haber tomado más vino de la cuenta. A pesar de eso, mientras subía en
el ascensor hasta el piso vigésimo, no iba lamentando la resaca todo lo que debía. Mis
alternativas habían sido: o bien demasiado alcohol, o bien una sesión de vibrador, y no me
daba la gana de tener un orgasmo a pilas con Oscuro y Peligroso como protagonista. No es
que él supiera, o que le importase en alguna medida, que me excitaba hasta la obnubilación,
pero lo sabría yo, y no quería dar esa satisfacción a su ser imaginario.
Puse mis cosas en el último cajón del escritorio y al ver que Mark todavía no había
llegado, fui a buscar una taza de café y volví a mi cubículo para ponerme al día con mis
blogs favoritos del mundo de la publicidad.
—¡Eva!
Me levanté de un salto cuando apareció a mi lado, con su blanquísima sonrisa
destellando sobre el fondo oscuro de la piel.
—Buenos días, Mark.
—Y tan buenos. Creo que eres mi talismán. Ven a mi despacho y tráete tu tableta.
¿Puedes quedarte hoy hasta tarde?
Le seguí, dándome cuenta de su entusiasmo.
—Pues claro.
—Esperaba que dijeras eso —se dejó caer en la silla.
Yo me senté en la misma del día anterior y rápidamente abrí un bloc de notas.
—Bueno... —empezó—, hemos recibido una SDP de Kingsman Vodka y
mencionan mi nombre. Es la primera vez que eso sucede.
—¡Enhorabuena!
—Gracias, pero mejor esperemos a conseguir el contrato. Todavía tenemos que
presentar la oferta si conseguimos pasar la fase de solicitud de propuesta, y quieren reunirse
conmigo mañana por la tarde.
—¡Vaya!, ¿son corrientes esos plazos de tiempo?
—No. Generalmente esperan hasta que la SDP haya terminado para entrevistarse
con nosotros, pero Kingsman ha sido comprada recientemente por Cross Industries y esta
empresa tiene decenas de filiales. Será un buen negocio si podemos conseguir el contrato.
Ellos lo saben y nos hacen pasar por el aro, para empezar con la reunión que tienen
conmigo.
—Lo habitual es que se trabaje en equipo, ¿no?
—Sí, somos un grupo, pero ellos conocen bien todo el procedimiento: saben que un
alto ejecutivo les soltará el discursito y que terminarán por tratar con un secundario como
yo, por eso me eligieron a mí y ahora van a evaluarme. Pero, para ser justos, la SDP
proporciona más información de la que pide. Es tan buena como un brief, así que no se les
puede acusar de ser demasiado exigentes, sólo son meticulosos. Lo normal cuando se
negocia con Cross Industries.
Se pasó una mano por los apretados rizos de su pelo, en un gesto que revelaba la
presión que sentía.
—¿Qué opinión tienes de Kingsman Vodka?
—Esto... bueno... Sinceramente, no me suena de nada.
Mark se reclinó en su asiento y soltó una carcajada.
—¡Gracias a Dios! Creía que era yo el único. Bueno, la ventaja que tiene eso es que
tampoco sabemos nada negativo. La ausencia de noticias puede significar buenas noticias.
—¿Qué puedo hacer yo para ayudarte, aparte de investigar sobre el vodka y
quedarme hasta tarde?
Frunció la boca mientras pensaba.
—Toma nota...
No hicimos pausa para comer y seguíamos en la oficina mucho después de que se
hubiera quedado vacía, revisando algunos datos preliminares de los encargados de las
estrategias de comunicación. Eran un poco más de las siete cuando sonó el smartphone de
Mark, asustándome por la brusca alteración del silencio reinante.
Mark activó la opción de manos libres y siguió con la tarea.
—Hola, cielo.
—¿Ha comido ya esa pobre chica? —preguntó una cálida voz masculina por la línea
telefónica.
Mark me miró a través del tabique de cristal de su despacho y respondió.
—Huy... se me había olvidado.
Yo aparté la vista, mordiéndome el labio inferior para disimular la risa.
A través del teléfono se oyó claramente un resoplido.
—Sólo lleva dos días en el puesto y ya la explotas y la matas de hambre. Se va a
marchar.
—¡Mierda! Tienes razón. Steve, cariño...
—Déjate de cariños, anda. ¿Le gusta la comida china?
Le indiqué a Mark que sí levantando un pulgar.
Él sonrió.
—Sí, le gusta.
—Vale. Estaré ahí dentro de veinte minutos. Avisa a los de seguridad de que voy a
entrar.
Casi exactamente veinte minutos después, recibía a Steven Ellison en la puerta de la
sala de espera. Era un tío gigantesco, con vaqueros oscuros, botas desgastadas y camisa
muy bien planchada. De pelo rojo y risueños ojos azules, resultaba tan guapo como su
compañero, sólo que de un modo distinto. Nos sentamos los tres a la mesa de Mark,
servimos pollo kung pao, ternera y brécol en platos de papel, añadimos unas porciones de
espeso arroz blanco y nos lanzamos al ataque con los palillos.
Me enteré de que Steven era contratista y de que él y Mark estaban juntos desde la
universidad. Me impresionó ver cómo se trataban el uno al otro y sentí un poquito de
envidia. Su relación funcionaba tan bien que era un verdadero placer pasar el tiempo con
ellos.
—Caramba, chica —dijo Steven con un silbido cuando yo me iba a servir por
tercera vez—, vaya cómo zampas, ¿dónde lo metes?
Me encogí de hombros.
—En el gimnasio, supongo. Eso siempre ayuda...
—No le hagas caso —replicó Mark, sonriendo—. Es que tiene pelusa. Él tiene que
cuidar ese cuerpo afeminado.
—¡Joder! —Steven le dirigió a su compañero una mirada irónica—. Podría llevarla
a comer con la panda y ganar dinero apostando a ver cuánto es capaz de engullir.
Yo me reí.
—Sería divertido.
—Ajá, ya sabía yo que tenías una veta insensata. Se te ve en la sonrisa.
Me quedé mirando la comida, tratando de que mi mente no vagase por el recuerdo
de lo insensata que quizás había sido en mi época rebelde y autodestructiva.
Mark me salvó.
—No agobies a mi ayudante. Además, qué sabrás tú de mujeres insensatas.
—Sé que a algunas les gusta salir con hombres gays, que les interesa nuestra
perspectiva. —Su sonrisa se dilató por un momento—. Y sé algunas cosas más... Eh, no os
escandalicéis, vosotros dos. Yo quería averiguar si el sexo hetero era para tanto.
Estaba claro que Mark se había llevado una sorpresa, pero, por el gesto que hizo con
la boca, se le veía lo suficientemente seguro de su relación como para encontrar divertida la
conversación.
—¿Oh?
—¿Y qué te pareció? —me atreví a preguntarle.
Steven se encogió de hombros.
—No quiero decir que esté sobrevalorado, porque, ciertamente, no soy el más
adecuado para opinar y mis experiencias fueron muy limitadas, pero yo puedo pasar de él.
Pensé que era muy revelador que Steven pudiera relatar su historia utilizando el
mismo lenguaje que Mark. Conversaban sobre sus trabajos y se escuchaban el uno al otro,
aun cuando los ámbitos respectivos estuviesen a años luz el uno del otro.
—Teniendo en cuenta tu forma de vida actual —le dijo Mark, cogiendo un trozo de
brécol con los palillos—, yo diría que eso es bueno.
Cuando terminamos de cenar, eran las ocho y el personal de limpieza ya había
llegado. Mark insistió en pedirme un taxi.
—¿Tengo que venir mañana temprano? —le pregunté.
Steven le dio unos golpecitos a Mark en el hombro.
—Tú debes de haber hecho algo grande en el pasado para tener ahora a esta chica.
—Creo que aguantarte a ti me da méritos —respondió Mark con sarcasmo.
—Pero si yo estoy muy bien enseñado —protestó Steven—; siempre bajo la tapa del
váter.
Mark me dirigió una mirada de exasperación cargada de ternura hacia su
compañero.
—¿Y eso de qué sirve?
Mark y yo pasamos el jueves bregando para estar listos a las cuatro, la hora de la
reunión con el grupo de Kingsman. —Tomamos un almuerzo rápido con los dos creativos
que iban a participar en la negociación cuando se llegara a esa fase del proceso; después,
repasamos las notas sobre la presencia de Kingsman en la Web y el alcance de los medios
sociales existentes.
Me puse un poco nerviosa cuando llegaron las tres y media porque sabía que el
tráfico sería un asco, pero Mark siguió trabajando aun después de señalarle la hora. Eran
más de las cuatro menos cuarto cuando Mark salió de su oficina dando saltitos, con una
abierta sonrisa, y colocándose la chaqueta.
—Eva, ven conmigo.
Le miré desde mi escritorio parpadeando por la sorpresa.
—¿Hablas en serio?
—Claro, has trabajado mucho ayudándome con los preparativos. ¿No quieres ver
cómo salen las cosas?
—¡Por supuesto que sí!
Me levanté inmediatamente. Consciente de que mi apariencia contribuiría a la
impresión que causara mi jefe, me alisé la falda negra de tubo y estiré los puños de mi blusa
de seda. Por una rara casualidad, el rojo de la blusa combinaba perfectamente con la
corbata de Mark.
—Gracias.
Cogimos el ascensor y por un momento me sorprendió que fuéramos hacia arriba en
vez de hacia abajo. Cuando llegamos al último piso, vi que la sala de espera era bastante
más grande y estaba mejor decorada que la del vigésimo piso. Unas cestas colgantes con
helechos y lirios perfumaban el ambiente. En el cristal ahumado de seguridad que había a la
entrada, se veían grabadas con chorro de arena las palabras CROSS INDUSTRIES con un
tipo de letra enérgico y masculino.
Nos permitieron la entrada y nos dijeron que esperásemos un poco. Ni Mark ni yo
quisimos agua ni café, que nos ofrecieron, y menos de cinco minutos después de llegar nos
condujeron a la sala de juntas.
Mark me miró con un brillo en los ojos al tiempo que la recepcionista tocaba el
picaporte.
—¿Preparada?
—Preparada —contesté, con una sonrisa.
Se abrió la puerta y me indicaron que pasara yo primero. Me aseguré de entrar con
una sonrisa radiante, sonrisa que se congeló cuando vi al hombre que se puso en pie a mi
llegada.
Como me detuve de repente, nos atascamos en el umbral y Mark se chocó contra mi
espalda, lanzándome hacia delante. Oscuro y Peligroso me agarró por la cintura y me
levantó en vilo directamente hasta el pecho. El aire de mis pulmones se escapó todo de un
golpe y, con él, hasta la última pizca de mi sentido común. A pesar de las capas de ropa que
nos separaban, notaba con las manos aquellos bíceps como piedras, aquel estómago
musculoso en contacto con el mío. Al inspirar profundamente, se me irguieron los pezones,
estimulados por la expansión de su tórax.
Oh, no. Me había caído una maldición. En mi cerebro se desplegó una veloz serie de
imágenes que me mostraban las mil maneras en que podría tropezar, caer, dar traspiés,
resbalar o estrellarme delante del dios del sexo durante los días, semanas y meses
venideros.
—Hola, otra vez —murmuró, y la vibración de su voz hizo que me doliera todo el
cuerpo—; siempre es un placer toparse contigo, Eva.
Me puse roja de vergüenza y de deseo, incapaz de separarme de él pese a la
presencia de las otras personas que había en la sala. Que toda su atención estuviera puesta
en mí no me ayudó precisamente, además de estar paralizada por la impresión de poderosa
exigencia que emanaba de aquel macizo cuerpo. De nuevo llevaba un traje negro, y tanto la
corbata como la camisa eran de color gris pálido. Como siempre, estaba irresistible.
¿Qué se sentiría siendo tan extraordinariamente guapo? No habría manera de ir a
ningún sitio sin provocar alboroto.
Mark me ayudó a recuperar el equilibrio sujetándome delicadamente por la espalda.
La mirada de Cross se quedó fija en la mano que Mark tenía en mi brazo hasta que
me soltó.
—Bueno —dijo Mark, ya con calma—, les presento a mi ayudante, Eva Tramell.
—Ya nos conocemos. —Cross me ofreció la silla que estaba junto a la suya.
Le pedí ayuda a Mark con la mirada, todavía sin haberme recobrado del rato que
había pasado pegada al superconductor sexual en Fioravanti.
Cross se inclinó hacia mí y me pidió en voz baja:
—Siéntate, Eva.
Mark me hizo una leve señal afirmativa con la cabeza, pero yo ya estaba a punto de
sentarme. Mi cuerpo obedecía instintivamente a Cross antes de que la mente tuviera tiempo
de oponerse.
Traté de quedarme quieta las dos horas siguientes mientras a Mark lo acribillaban a
preguntas Cross y sus acompañantes de Kingsman, que resultaron ser dos atractivas
morenas con traje de pantalón. La que iba vestida de color frambuesa ponía especial

empeño en llamar la atención de Cross, mientras que la del traje color crema estaba muy
pendiente de mi jefe. Los tres parecían impresionados por la habilidad de Mark para
exponer cómo el trabajo de la empresa —y su propia mediación con el cliente— eran un
valor seguro demostrable para el producto del cliente.
Me parecía admirable la serenidad de Mark con toda aquella presión a que le
sometían, principalmente Cross, quien dominaba claramente la situación.
—Muy bien, señor Garrity —le elogió Cross discretamente al dar por terminada la
entrevista—. Estoy deseando examinar la SDP cuando llegue el momento.
—Eva, ¿qué te tentaría a ti para probar Kingsman?
Me pilló desprevenida.
—¿Perdón?
La intensidad de su mirada era punzante. Era como si lo único que viera fuera yo, lo
cual me hizo respetar aún más a Mark, que había tenido que trabajar con aquel peso durante
una hora.
La silla de Cross estaba alineada perpendicularmente respecto al largo de la mesa, y
me miraba a mí de frente. Tenía el brazo derecho sobre la pulida superficie de madera, y
golpeaba suave y rítmicamente el tablero con los dedos, largos y elegantes. Pude verle la
muñeca, un pequeño fragmento de piel dorada con finas hebras de vello oscuro y, por
alguna extraña razón, mi clítoris me palpitaba requiriendo atención. Sencillamente, ¡era
tan... masculino!
—¿Qué sugerencias de Mark te gustan más? —me preguntó—. Despejaremos la
sala, si es necesario, para que nos des una opinión sincera —me dijo, con el gesto impasible
en su rostro perfecto.
Cerré las manos en torno a los reposabrazos.
—Ya le he dado mi sincera opinión, señor Cross, pero, si insiste en que se lo diga,
creo que lujo y erotismo a precios razonables atraen a un sector muy amplio de la
población. Yo carezco...
—Estoy de acuerdo. —Se levantó y se abrochó la chaqueta—. Señor Garrity, ya
tiene una pauta. Nos veremos la próxima semana.
Seguí sentada todavía unos segundos, atónita ante el ritmo vertiginoso de los
acontecimientos, y miré a Mark, que parecía debatirse entre la perplejidad y la alegría.
Me puse en pie y me dirigí hacia la puerta, dándome perfecta cuenta de que Cross
caminaba junto a mí. El modo en que se movía, con elegancia animal y arrogante
compostura, era terriblemente excitante. No podía imaginar que no follara bien y resultara
agresivo, tomando lo que quisiera de tal forma que volviera a una mujer loca por dárselo.
Me acompañó todo el rato hasta los ascensores. Habló un poco con Mark sobre
deportes, creo, pero yo estaba demasiado concentrada en mis propias reacciones como para
ocuparme de charlas triviales. Cuando llegó nuestro ascensor, suspiré de alivio y me
dispuse a entrar rápidamente con Mark.
—Un momento, Eva —dijo Cross calmadamente, reteniéndome por el brazo—.
Bajará enseguida —esta vez se dirigió a Mark, al tiempo que las puertas se cerraban con mi

jefe dentro, completamente pasmado.
Cross no volvió a hablar hasta que el ascensor empezó a bajar; después, apretó el
botón de llamada y me preguntó:
—¿Te acuestas con alguien?
Hizo la pregunta con tanta naturalidad, que me costó un poco procesarla.
Inspiré bruscamente.
—¿Por qué quiere saberlo?
Se quedó mirándome y yo percibí lo mismo que había percibido la primera vez que
nos vimos: una fuerza arrolladora y un dominio férreo de sí mismo, atributos que me
hicieron dar un involuntario paso atrás. Otra vez. Por lo menos, en esta ocasión no me había
caído; estaba progresando.
—Porque quiero follar contigo, Eva, y necesito saber si hay algún obstáculo.
Sentí un repentino dolor entre los muslos y busqué la pared para conservar el
equilibrio. Intentó sujetarme, pero le mantuve a raya con la mano.
—A lo mejor yo no estoy interesada, señor Cross.
Un esbozo de sonrisa se asomó a su boca. No podía estar más guapo. Ay, Dios mío...
El sonido que precedía al ascensor me sobresaltó; estaba tan tensa... Y tan excitada
como nunca en mi vida. Nunca antes había experimentado una atracción tan tórrida por
nadie. Nunca antes me había sentido tan ofendida por alguien a quien deseaba tanto.
Entré en el ascensor y me volví hacia él.
—Hasta otra vez, Eva —me dijo, sonriente.
Se cerraron las puertas y yo me apoyé en el pasamanos de metal, intentando
recuperar el control de mí misma. Apenas lo había conseguido cuando las puertas se
abrieron y vi a Mark, que paseaba por la zona de espera de nuestra planta.
—¡Por Dios, Eva! —refunfuñó Mark, parándose bruscamente— ¿Pero qué
demonios pasa?
—No tengo ni puta idea —me desahogué, queriendo compartir el incidente, confuso
e irritante, que había tenido lugar entre Cross y yo, a sabiendas de que mi jefe no era el
oyente más adecuado—. ¿A quién le importa? Ya sabes que te va a dar el contrato.
Desapareció el frunce de su entrecejo.
—Creo que es posible.
—Como dice mi compañero de piso, deberías celebrarlo. ¿Quieres que te reserve
una mesa para cenar con Steven?
—¿Por qué no? A las siete, en Pure Food and Wine, si pueden hacernos un hueco; si
no, sorpréndenos.
Acabábamos de volver al despacho de Mark cuando se le echaron encima los
ejecutivos: Michael Waters, director ejecutivo y presidente, Christine Field y Walter
Leaman, el presidente ejecutivo y vicepresidente ejecutivo, respectivamente.
Yo escurrí el bulto lo más discretamente que pude y me metí en mi cubículo.
Llamé a Pure Food and Wine y pedí una mesa para dos. Después de mucho rogar y
suplicar, la encargada por fin cedió.

Le dejé a Mark un mensaje de voz: «Decididamente, hoy es tu día de suerte. Tienes
mesa reservada para las siete. ¡Que te diviertas!».
Después, fiché la salida, ansiosa por llegar a casa.
—¿Que te dijo qué?
Sentado al otro extremo de nuestro sofá modular blanco, Cary movió la cabeza en
señal de reproche.
—Ya lo sé, ¿vale? —Bebí con fruición otro sorbo de vino; era un refrescante
sauvignon blanc, enfriado a la temperatura ideal, que yo había comprado en el camino de
vuelta—. Ésa fue mi reacción también. Todavía no estoy segura de no haber sufrido
alucinaciones y de que la conversación no haya sido producto de una sobredosis de sus
feromonas.
—¿Entonces?
Me senté encima de las piernas y me acomodé en el rincón del sofá.
—¿Enconces, qué?
—Sabes a qué me refiero, Eva. —Cogió el netbook que tenía sobre la mesa de
centro y se lo puso sobre las piernas cruzadas—. ¿Te lo vas a tirar?
—Pero si no le conozco. Ni siquiera sé su nombre de pila y va y me suelta ésa.
—Él sí que sabe el tuyo. —Se puso a teclear—. ¿Y qué me dices del asunto del
vodka? ¿Y eso de que pidiera a tu jefe en particular?
Estaba pasándome una mano por el pelo y me quedé inmóvil.
—Mark tiene mucho talento. Y si Cross tiene un poco de olfato para los negocios,
se dará cuenta y lo aprovechará.
—Se diría que sabe de negocios. —Cary le dio la vuelta al netbook y me enseñó la
página inicial de Cross Industries, que contaba con una imponente foto del Crossfire—.
Aquí está su edificio, Eva. Gideon Cross es el dueño.
¡Mierda! Cerré los ojos. Gideon Cross. El nombre le iba muy bien. Era tan sexy,
elegante y masculino como él.
—Tiene gente que se encarga del marketing de sus filiales. Probablemente decenas
de personas.
—Calla ya, Cary.
—Es guapo, rico y quiere echarte un polvo. ¿Qué problema hay?
Me quedé mirándolo.
—Va a ser muy violento encontrarme con él a todas horas. Espero conservar mi
empleo durante mucho tiempo, porque realmente me gusta mi trabajo y me gusta Mark.
Gracias a él participo de lleno en todo el proceso y ya he aprendido un montón.
—¿Recuerdas lo que dice el doctor Travis de los riesgos calculados? Cuando tu
loquero te dice que te arriesgues un poco, pues tienes que hacerlo. Puedes afrontarlo. Los
dos sois adultos —devolvió la atención a la búsqueda en Internet—. ¡Hala!, ¿sabes que le
faltan dos años para cumplir los treinta? Piensa en su resistencia.
—Piensa en su grosería. Estoy ofendida por el modo en que lo soltó. No me gusta
sentirme como una vagina con piernas.
Cary hizo una pausa y me miró con lástima.
—Lo siento, nena. Eres muy fuerte, mucho más fuerte que yo, pero no quiero verte
cargando con el mismo equipaje.
—No creo que normalmente sea así. —Aparté la mirada porque no quería hablar de
lo que habíamos sufrido en el pasado—. Y no se trata de que me pida una cita para salir,
pero tiene que haber una manera mejor de decirle a una mujer que quieres llevártela a la
cama.
—Tienes razón. Es un gilipollas engreído. Déjale que suspire por ti hasta que se le
pongan moradas las pelotas. Se lo tiene merecido.
Eso me hizo sonreír. Cary siempre lo conseguía.
—Dudo mucho de que ese hombre haya tenido alguna vez las pelotas moradas en
toda su vida, pero es una fantasía muy graciosa.
Cerró el netbook con un enérgico golpecito.
—¿Qué hacemos esta noche?
—Estaba pensando que me gustaría ir a ver ese gimnasio de Krav Maga, en
Brooklyn. —Desde que me encontré a Parker Smith en Equinox, me parecía cada vez mejor
la idea de ese tipo de actividad puramente física para luchar contra el estrés.
Estaba segura de que no sería lo mismo que darle de hostias a Gideon Cross, pero sí

que resultaría menos perjudicial para mi salud.

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