Me apreté el cinturón
de la bata.
—Voy a vestirme y me
voy.
—¡Qué? —Gideon me
miró enfurecido—. ¿Irte adónde?
—A casa —contesté
agotada—. Creo que necesitas asimilar todo esto.
Cruzó los brazos.
—Podemos hacerlo
juntos.
—No creo que podamos.
—Lo miré con determinación y una profunda pena inundó
mi vergüenza y mi
desgarradora decepción—. No mientras me mires como si sintieras pena
por mí.
—No soy de piedra,
Eva. No sería un ser humano si no me preocupara.
Las emociones que
había sentido desde el almuerzo se fusionaron en un dolor
abrasador en el pecho
y un depurador arrebato de rabia.
—No quiero tu maldita
compasión.
Se pasó las dos manos
por el pelo.
—Entonces, ¿qué
demonios quieres?
—¡A ti! Te quiero a
ti.
—Ya me tienes.
¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
—Tus palabras no
significan nada si no puedes corroborarlas. Desde el momento en
que nos conocimos, me
has deseado. No has sido capaz de mirarme sin dejar bien claro que
quieres follarme
hasta reventar. Y eso ha desaparecido, Gideon. —Me ardían los ojos—.
Esa mirada... ha
desaparecido.
—No lo estás diciendo
en serio. —Me miró como si me hubieran salido dos
cabezas.
—Creo que no sabes
cómo me hace sentir tu deseo. —Envolví mi cuerpo entre mis
brazos, cubriéndome
el pecho. De repente, me sentía desnuda en el peor de los sentidos—.
Hace que me vea
hermosa, que me sienta fuerte y viva. Yo... no puedo soportar estar
contigo si ya no
sientes eso por mí.
—Eva, yo... —Su voz
se desvaneció y quedó en silencio. Su rostro era severo y
distante y sus puños
apretados le caían a ambos lados.
Desaté el cinturón de
la bata y me la quité.
—Mírame, Gideon. Mira
mi cuerpo. Es el mismo del que anoche no te cansabas. El
mismo que querías
penetrar con tanta desesperación que me llevaste a esa habitación de
hotel. Si ya no lo
quieres... Si no se te pone dura mirándolo...
—¿Te parece esto lo
suficientemente dura? —Se rompió el cordón de los pantalones
y se los bajó para
mostrar la pesada y venosa longitud de su erección.
Los dos nos lanzamos
a la vez, colisionando. Nuestras bocas se deslizaron sobre el
137
cuerpo del otro
mientras él me levantaba para envolver sus labios con mis piernas. Tropezó
con el sofá y caímos,
y aguantó el peso de los dos con una sola mano extendida.
Me tumbé debajo de
él, jadeando y sollozando, mientras él se ponía de rodillas en el
suelo y me lamía la
barbilla. Se movía con brusquedad e impaciencia, sin la sutileza a la
que me tenía
acostumbrada, y me encantó. Me gustó más cuando se levantó por encima de
mí y me metió la
polla. Yo no estaba muy húmeda y aquel ardor me hizo ahogar un grito. Y
entonces, me puso el
pulgar en el clítoris, restregándolo en círculos y haciendo que mi
cadera se agitara.
—Sí —gemí, pasando
mis uñas por su espalda. Ya no estaba gélido. Estaba
ardiendo—. Fóllame,
Gideon. Fóllame fuerte.
—Eva. —Tapó mi
boca con la suya. Me agarró el pelo con el puño
inmovilizándome,
mientras me embestía una y otra vez, machacándome con fuerza y hasta
el fondo. Dio una
patada contra el brazo del sofá impulsándose contra mí, llevándome a su
orgasmo con decidida
furia—. Mía... mía... mía...
El rítmico golpeteo
de sus pesadas pelotas contra la curva de mis nalgas y la dureza
de su posesiva
letanía, me volvió loca de deseo. Sentí que me aceleraba con cada punzada
de dolor mientras mi
sexo se tensaba con una excitación cada vez mayor.
Con un largo gemido
gutural, empezó a correrse y su cuerpo flexionado tembló
mientras se vaciaba
dentro de mí.
Me agarré a él
mientras llegaba a su orgasmo, acariciándole la espalda y besándolo
con fuerza en el
hombro.
—Espera —dijo con
brusquedad apretando las manos por debajo de mí y aplastando
mis pechos contra él.
Gideon me levantó y
se sentó conmigo montada a horcajadas en su cintura. Mi sexo
resbalaba tras su
orgasmo, lo cual le hizo más fácil volver a introducirse en mí.
Sus manos me apartaron
el pelo de la cara y luego limpiaron mis lágrimas de alivio.
—Siempre me la pones
dura, siempre me pones caliente. Siempre me vuelvo medio
loco de tanto
desearte. De haber algo que pudiese cambiar esto, lo habría hecho antes de
que llegáramos tan
lejos. ¿Lo entiendes?
Mis manos rodearon
sus muñecas.
—Sí.
—Ahora, demuéstrame
que me deseas después de esto. —Tenía el rostro encendido
y humedecido y sus
ojos me miraban oscuros y turbulentos—. Necesito saber que haber
perdido el control no
significa que te haya perdido a ti.
Aparté sus manos de
mi cara y las bajé hasta mis pechos. Cuando él los cubrió con
la palma de sus
manos, extendí las mías sobre sus hombros y sacudí mi cadera. Él no estaba
duro del todo pero
enseguida se puso mientras yo empezaba a ondularme. Con sus dedos
sobre mis pezones,
moviéndolos y tirando de ellos, hacía que me invadieran oleadas de
placer y aquella
sutil estimulación llegaba a lo más profundo de mí ser. Cuando me acercó
a él y se metió uno
de mis duros pezones en la boca, yo grité y mi cuerpo se encendió
deseando aún más.
138
Agarrándome los
muslos, me levantó. Cerré los ojos para concentrarme en la forma
en que salía de mí.
Después, me mordí un labio por el modo en que me estiraba al volver a
entrar.
—Así —murmuró lamiéndome
todo el pecho hasta llegar al otro pezón, agitando la
lengua por la punta
dura y dolorida—. Córrete para mí. Quiero que te corras mientras
montas en mi polla.
Moviendo mis caderas,
sentí el placer de la exquisita sensación de que él entrara en
mí de una forma tan
perfecta. No sentí vergüenza ni remordimiento alguno mientras llegaba
al frenesí montada en
su pene duro, ajustando el ángulo de manera que su gruesa corona se
restregara justo
donde yo quería.
—Gideon —susurré—.
Ay, sí... Ah, por favor...
Me agarró la parte
posterior del cuello con una mano y la muñeca con la otra,
arqueando su cadera
para entrar un poco más hondo.
—Eres tan hermosa,
tan sensual... Voy a volver a correrme por ti otra vez. Eso es lo
que provocas en mí,
Eva. Nunca tengo suficiente.
Gemí cuando todo se
puso rígido, cuando llegó la dulce tensión después de los
golpes rítmicos y
profundos. Yo jadeaba con desesperación y movía con fuerza las caderas.
Metí la mano entre
las piernas y me masajeé el clítoris con la yema de los dedos para
acelerar el orgasmo.
Él ahogó un grito y
echó la cabeza hacia atrás sobre el cojín del sofá mientras se le
marcaban las venas
del cuello por la tensión.
—Noto que estás a
punto de correrte. El coño se te pone muy caliente y tenso, muy
goloso.
Sus palabras y su voz
me hicieron caer. Grité cuando sentí el primer temblor fuerte
y luego otra vez,
mientras el orgasmo se extendía por mi cuerpo y mi sexo se contraía
espasmódicamente
alrededor de la férrea erección de Gideon.
Los dientes le
rechinaron y él me apretó hasta que sus puños empezaron a aflojarse.
Después, me agarró la
cadera hacia arriba y se movió con fuerza dentro de mí. Una vez,
dos. Al tercer
empujón pronunció mi nombre con un gruñido y se vació con fuerza
haciendo que mis
últimos temores y dudas se echaran a dormir.
No sé cuánto tiempo
estuvimos tumbados en el sofá, conectados y juntos, con mi
cabeza sobre su
hombro y sus manos acariciando la curva de mi columna vertebral.
Gideon apretó los
labios contra mi sien y murmuró:
—Quédate.
—Sí.
Me abrazó.
—Eres muy valiente,
Eva. Muy fuerte y honesta. Eres un milagro. Mi milagro.
—Puede que un milagro
de la terapia moderna —me burlé, mientras mis dedos
jugaban con su
abundante pelo—. Y aun así, estuve realmente jodida durante un tiempo y
todavía quedan
algunos problemas que no creo que pueda superar nunca.
—Dios mío. La forma
en que te tiré los trastos al principio... Pude haber echado a
139
perder todo lo
nuestro antes incluso de empezar. Y la cena de beneficencia... —Se
estremeció y enterró
la cara en mi cuello—. Eva, no me permitas que eche a perder esto. No
permitas que te aleje
de mí.
Levanté la cabeza
para mirarlo a la cara. Era increíblemente guapo. A veces, me
costaba asimilarlo.
—No puedes criticar a
posteriori todo lo que hagas o lo que me digas por culpa de
Nathan y de lo que me
hizo. Eso nos terminará separando. Acabará con nosotros.
—No digas eso. Ni
siquiera lo pienses.
Le alisé el ceño con
unas caricias de mi dedo pulgar.
—Ojalá no hubiera
tenido que contártelo. Ojalá no tuvieras que saberlo.
Me agarró la mano y
apretó las yemas de mis dedos contra sus labios.
—Tengo que saberlo
todo, cada parte de ti, exterior e interior, cada detalle.
—Las mujeres deben
guardarse algún secreto —bromeé.
—Conmigo no tendrás
ninguno. —Me agarró del pelo y me rodeó la cadera con un
brazo apretándome
contra él, recordándome, como si pudiera olvidarlo, que seguía estando
dentro de mí—. Voy a
ser tu dueño, Eva. Es lo más justo, puesto que tú eres la mía.
—¿Y qué pasa con tus
secretos, Gideon?
Su rostro se
convirtió en una máscara inexpresiva, un acto tan fácilmente
conseguido que supe
que se había convertido en algo natural en él.
—Empecé desde cero
cuando te conocí. Todo lo que creía que era yo, todo lo que
pensaba que
necesitaba... —Negó con la cabeza—. Estamos descubriendo juntos quién soy.
Tú eres la única que
me conoce.
Pero no lo conocía.
No de verdad. Lo estaba llegando a entender, conociéndolo
poco a poco, pero
seguía siendo un misterio para mí en muchos aspectos.
—Eva... si
simplemente me dijeras qué es lo que quieres... —Se esforzó por tragar
saliva—. Puedo ser
mejor si me das la oportunidad. Pero no... No te des por vencida
conmigo.
Dios
mío. Podía triturarme con total facilidad. Unas cuantas palabras, una
mirada
desesperada, y yo me
abría en canal.
Le acaricié la cara,
el pelo, los hombros. Estaba tan destrozado como yo, de un
modo que todavía no
conocía.
—Necesito algo de ti,
Gideon.
—Lo que sea. Dime lo
que es.
—Necesito que cada
día me cuentes algo que no sepa de ti. Algo revelador, por muy
pequeño que sea.
Necesito que me prometas que lo vas a hacer.
Gideon me miró con
recelo.
—¿Lo que yo quiera?
Asentí, sin estar
segura de qué pensar ni de qué podía esperar sonsacarle.
Soltó un fuerte
suspiro.
—De acuerdo.
Le besé suavemente,
una muestra silenciosa de agradecimiento.
140
—Salgamos a cenar. ¿O
quieres que pidamos algo? —me preguntó acariciando mi
nariz con la suya.
—¿Estás seguro de que
debemos salir?
—Quiero tener una
cita contigo.
No había modo de que
pudiera negarme a aquello, no cuando era consciente del
gran paso que suponía
para él. Un gran paso para los dos, en realidad, puesto que la última
vez que habíamos
salido juntos había terminado en desastre.
—Suena romántico. E
irresistible.
Su alegre sonrisa fue
mi recompensa, al igual que la ducha que nos dimos para
limpiarnos. Me
encantaba la intimidad de lavar su cuerpo tanto como me gustaba la
sensación de las
palmas de sus manos deslizándose por el mío. Cuando le cogí la mano y la
puse entre mis
piernas, animándolo a que metiera dos de sus dedos dentro de mí, vi el
familiar y bienvenido
calor de sus ojos al tocar la esencia resbaladiza que había dejado
detrás.
—Mía —murmuró tras
besarme.
Aquello me hizo
deslizar las dos manos hasta su polla y susurrarle lo mismo a él.
En el dormitorio,
cogí de la cama mi vestido nuevo y me lo puse por encima.
—¿Lo has elegido tú,
Gideon?
—Sí, así es. ¿Te
gusta?
—Es bonito. —Sonreí—.
Mi madre dijo que tenías un gusto excelente... excepto por
tus preferencias por
las morenas.
Me miró justo antes de
que su magnífico culo desnudo desapareciera dentro de su
inmenso vestidor.
—¿Qué morenas?
—Ah, buena respuesta.
—Mira en el cajón de
arriba de la derecha —gritó.
¿Estaba intentando
evitar que pensara en todas las morenas con las que le habían
fotografiado,
Magdalene incluida?
Dejé el vestido sobre
la cama y abrí el cajón. Dentro había una docena de conjuntos
de lencería de Carine
Gilson, todos de mi talla, en una amplia variedad de colores. También
había ligas y medias
de seda aún dentro de sus embalajes.
Levanté la vista
hacia Gideon cuando volvió a aparecer con su ropa en la mano.
—¿Tengo un cajón?
—Tienes tres en el
vestidor y dos en el baño?
—Gideon —dije
sonriendo—, normalmente se tardan meses en reunir el valor para
dejar un cajón.
—¿Cómo lo sabes? —Dejó
su ropa sobre la cama—. ¿Has vivido con algún otro
hombre aparte de
Cary?
Lo fulminé con la
mirada.
—Tener un cajón no es
vivir con alguien.
—Ésa no es una
respuesta. —Se acercó y me apartó suavemente a un lado para
141
coger unos
calzoncillos.
Al notar su retirada
y que su humor se ensombrecía, contesté antes de que se
apartara.
—No, no he vivido con
ningún otro hombre.
Inclinándose sobre
mí, Gideon me dio un beso brusco y fuerte en la frente antes de
volver a la cama. Se
detuvo a los pies dándome la espalda.
—Quiero que esta
relación signifique más para ti que ninguna otra que hayas tenido.
—Así es. Hasta ahora.
—Apreté el nudo de la toalla entre mis pechos—. Aún me
cuesta un poco. Se ha
convertido en algo importante muy rápidamente. Quizá demasiado
rápido. No dejo de
pensar que es demasiado bueno para ser verdad.
Se dio la vuelta y me
miró.
—Puede que sea así.
Si lo es, lo merecemos.
Fui hacia él y dejé
que me estrechara entre sus brazos. Allí es donde quería estar
más que en ningún
otro sitio.
Me dio un beso en la
cabeza.
—No soporto la idea
de que estés esperando que esto se acabe. Eso es lo que estás
haciendo, ¿verdad?
Eso es lo que parece.
—Lo siento.
—Tenemos que
conseguir que te sientas segura. —Me pasó los dedos por el pelo—.
¿Cómo podemos hacerlo?
Vacilé un momento y,
a continuación, me decidí a contestar.
—¿Irías conmigo a una
terapia de pareja?
La caricia de sus
dedos se detuvo. Se quedó en silencio un momento, respirando con
fuerza.
—Piénsalo —le
sugerí—, quizá si lo examinamos podemos ver qué pasa.
—¿Lo estoy haciendo
mal? ¿Contigo y conmigo? ¿Tanto la estoy fastidiando?
Me retiré para poder
mirarlo.
—No, Gideon. Eres
perfecto. Perfecto para mí, al menos. Estoy loca por ti. Creo
que eres...
Me besó.
—Lo haré. Iré.
Lo amé en ese
momento. Con locura. Y al momento siguiente. Y durante todo el
camino de lo que
resultó ser una cena deslumbrante e íntima en el restaurante Masa.
Éramos una de las
tres únicas parejas del restaurante y a Gideon lo saludaron por su nombre
nada más verlo. La
comida que nos sirvieron estaba increíblemente buena y el vino
demasiado caro como
para pensar en ello. De lo contrario, no habría sido capaz de beberlo.
Gideon era
carismático y misterioso. Su encanto, relajado y seductor.
Me sentía guapa con
el vestido que había elegido para mí y estaba de buen humor.
Él conocía lo peor
que se podía saber de mí y, aun así, seguía conmigo.
Sus dedos me
acariciaron el hombro... dibujando círculos en mi nuca... bajando por
la espalda. Me besó
en la sien y me acarició bajo la oreja con la nariz, tocando ligeramente
142
con su lengua mi piel
sensible. Por debajo de la mesa, su mano me apretaba el muslo y me
tocaba la parte
posterior de la rodilla. Todo mi cuerpo vibró al sentirlo. Lo deseaba tanto
que dolía.
—¿Cómo conociste a
Cary? —me preguntó mirándome por encima del borde de su
copa de vino.
—Terapia de grupo.
—Apoyé mi mano sobre la suya para detener su movimiento
hacia la parte
superior de mi pierna, sonriendo ante el travieso brillo de sus ojos—. Mi
padre es policía y
había oído hablar de un terapeuta que supuestamente tenía una habilidad
tremenda con niños
salvajes, que es lo que yo era. Cary también estaba viendo al doctor
Travis.
—Habilidad tremenda,
¿eh? —Gideon sonrió.
—El doctor Travis no
es como los demás terapeutas a los que he ido. Su consulta es
un viejo gimnasio que
ha transformado. Tiene una política de puertas abiertas con «sus
chicos» y estar por
allí era para mí más real que tumbarme en un sofá. Además, no había
normas estúpidas.
Tenía que haber una verdadera honestidad en ambas direcciones o se
cabreaba. Siempre me
gustó eso de él, que se preocupara lo suficiente como para que le
afectara.
—¿Elegiste la
Universidad Estatal de San Diego porque tu padre está en el sur de
California?
Torcí la boca
irónicamente al ver que conocía algo más de mí que yo no le había
dicho.
—¿Cuánto has
descubierto sobre mí?
—Todo lo que he
podido encontrar.
—Me gustaría saber
hasta dónde has llegado.
Levantó mi mano hasta
sus labios y me la besó.
—Probablemente no.
Yo negué con la cabeza
exasperada.
—Sí, por eso asistí a
la Universidad Estatal de San Diego. No había pasado mucho
tiempo con mi padre
cuando era niña. Además, mi madre me estaba asfixiando.
—¿Y nunca le dijiste
a tu padre lo que te había pasado?
—No. —Giré el pie de
mi copa de vino entre los dedos—. Sabe que yo era una
chica rabiosa y
problemática, con problemas de autoestima, pero no sabe lo de Nathan.
—¿Por qué no?
—Porque no puede
cambiar lo que ocurrió. Nathan fue castigado legalmente. Su
padre pagó una gran
cantidad de dinero por daños. Se hizo justicia.
Gideon habló con
calma:
—No estoy de acuerdo.
—¿Qué más se puede
esperar?
Dio un largo sorbo
antes de contestar.
—No está bien decirlo
en plena cena.
—Ah. —Como aquello
sonaba siniestro, sobre todo cuando iba acompañado por su
143
mirada fría, volví a
centrar mi atención en la comida que tenía delante. No había menú en
Masa, solo omakase,
así que cada bocado era un placer sorprendente y la escasez de
clientes lo hacía
parecer como si tuviéramos todo el local para nosotros solos.
—Me encanta verte
comer —dijo un momento después.
Lo fulminé con la
mirada.
—¿Qué se supone que
significa eso?
—Comes con gusto. Y
tus pequeños gemidos de placer me la ponen dura.
Choqué mi hombro con
el suyo.
—Según tú mismo has
dicho, siempre la tienes dura.
—Por tu culpa
—contestó sonriendo, lo que hizo que yo también sonriera.
Gideon comía con más
calma que yo y no miró siquiera la astronómica cuenta.
Antes de salir, me
colocó su chaqueta sobre los hombros.
—Vamos mañana a tu
gimnasio —dijo.
Yo lo miré.
—El tuyo está mejor.
—Por supuesto que sí.
Pero yo iré adondequiera que tú prefieras ir.
—¿Algún lugar sin
entrenadores serviciales que se llamen Daniel? —le pregunté
con dulzura.
Me miró arqueando la
ceja y haciendo una mueca con los labios.
—Cuidadito, cielo, o
tendré que pensar en algún castigo apropiado por haberte
burlado de mi actitud
posesiva.
Me di cuenta de que
no me había vuelto a amenazar con unos azotes. ¿Era
consciente de que el
dolor infligido con el sexo era para mí una provocación? Aquello me
devolvió a un lugar
de mi mente al que nunca quise regresar.
Durante el camino de
vuelta a casa de Gideon, me acurruqué entre sus brazos en el
asiento trasero del
Bentley, con las piernas apoyadas en uno de sus muslos y la cabeza
sobre su hombro.
Pensé en el modo en que los abusos de Nathan seguían afectando a mi
vida, sobre todo a mi
vida sexual.
¿A cuántos de esos
fantasmas podríamos exorcizar Gideon y yo juntos? Tras aquel
breve atisbo de
juguetes que había visto en el cajón de la habitación del hotel, estaba claro
que él tenía más
experiencia y sexualmente era más atrevido que yo. Y el placer que yo
había obtenido antes
por la ferocidad de su forma de hacerme el amor en el sofá me
demostraba que podía
hacerme cosas que nadie más podía.
—Confío en ti
—susurré.
Apretó los brazos
alrededor de mi cuerpo.
—Vamos a ser buenos
el uno para el otro, Eva —murmuró con los labios sobre mi
pelo.
Cuando esa misma
noche me quedé dormida en sus brazos, lo hice con aquellas
palabras en mi
cabeza.
—No... ¡No! No...
¡Por favor!
144
Los gritos de Gideon
me levantaron de la cama y el corazón me latía con fuerza. Me
costaba respirar
mientras miraba asustada al hombre que se retorcía a mi lado.
Gruñía como una
bestia salvaje, dando puñetazos con las manos y patadas con los
pies sin parar. Yo me
aparté, con miedo de que me golpeara sin querer mientras dormía.
—Caliéntame —dijo
jadeando.
—¡Gideon! Despierta.
—Ca... lién... ta...
me... —Arqueó la cadera con un bufido de dolor. Se mantuvo así,
con los dientes apretados
y la espalda doblada, como si la cama ardiera debajo de él.
Después, se dejó caer
y el colchón se sacudió mientras él rebotaba.
—Gideon. —Alargué la
mano hacia la lámpara de la mesilla de noche con la
garganta ardiéndome.
No podía llegar a ella y tuve que apartarme las mantas enredadas
para poder acercarme.
Gideon se retorcía del dolor y se revolvía con tal fuerza que movía la
cama.
La habitación se
iluminó con un repentino destello de luz. Me giré hacia él...
Y lo encontré
masturbándose con espantosa fiereza. Con la mano derecha se
agarraba la polla con
tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y la bombeaba con una
rapidez despiadada.
Con la mano izquierda se agarraba a la sábana ajustable. Su rostro se
retorcía por el
suplicio y el dolor.
Temiendo por su
seguridad, le empujé en el hombro con las dos manos.
—Gideon, joder. ¡Despierta!
Mi grito atravesó su
pesadilla. Abrió los ojos y se incorporó, mirándome
frenéticamente.
—¡Qué? —gritó
mientras el pecho le palpitaba. Tenía la cara encendida y los labios
y las mejillas rojos
por la excitación—. ¿Qué pasa?
—Dios mío. —Me pasé
las manos por el pelo y me levanté, cogiendo la bata negra
que había dejado
colgada de los pies de la cama.
¿Qué
ocurría en su mente? ¿Qué podía hacer que alguien tuviera unos sueños
sexuales
tan violentos?
—Estabas teniendo una
pesadilla. Me has asustado —respondí con voz agitada.
—Eva. —Bajó la mirada
hacia su erección y su rubor se oscureció por la vergüenza.
Me quedé mirándolo
desde mi sitio seguro junto a la ventana, mientras me ataba el
cinturón de la bata
con fuertes tirones.
—¿Qué estabas
soñando?
Él negó con la cabeza
y bajó la mirada humillado, un gesto de vulnerabilidad que no
había visto ni
reconocía en él. Fue como si otra persona hubiera ocupado el cuerpo de
Gideon.
—No lo sé.
—Y una mierda. Hay
algo en ti, algo que te corroe por dentro. ¿Qué es?
Se recuperó
visiblemente mientras su cerebro se esforzaba por despertar del todo.
—Sólo ha sido un
sueño, Eva. Son cosas que le pasan a la gente.
Me quedé mirándole, dolida
porque utilizara ese tono conmigo, como si yo
145
estuviera siendo
irracional.
—Que te den.
Se puso derecho y
tiró de las sábanas para ponerlas sobre su regazo.
—¿Por qué te enfadas?
—Porque estás
mintiendo.
Su pecho se ensanchó
mientras tomaba aire. A continuación, lo dejó escapar
rápidamente.
—Siento haberte
despertado.
Me apreté el puente
de la nariz sintiendo que un dolor de cabeza iba cobrando
fuerza. Los ojos me
escocían por la necesidad de llorar por él, llorar por cualquiera que
fuese el tormento que
había sufrido. Y llorar por nosotros, porque si no me dejaba entrar
ahí, nuestra relación
no iría a ningún lado.
—Una vez más, Gideon:
¿qué estabas soñando?
—No me acuerdo. —Se
pasó una mano por el pelo y dejó caer las piernas por el
borde de la cama—.
Tengo algunas cosas en la cabeza y probablemente me van a mantener
despierto. Voy a
trabajar un rato en el despacho. Vuelve a la cama e intenta dormir.
—Había unas cuantas
respuestas correctas para esa pregunta, Gideon. «Hablemos
de ello mañana» habría
sido una de ellas. E incluso un «no estoy preparado para hablar de
ello» habría estado
bien. Pero tienes el valor de actuar como si no supiera lo que estoy
diciendo y me hablas
como si estuviese loca.
—Cielo...
—No. —Coloqué los
brazos alrededor de mi cintura—. ¿Crees que me ha resultado
fácil hablarte de mi
pasado? ¿Crees que no me ha dolido abrirme en canal para dejar que
saliera todo lo feo?
Habría sido más sencillo cortar contigo y salir con otra persona menos
importante. Quizá
algún día sientas lo mismo por mí.
Salí de la
habitación.
—¡Eva! Eva, maldita
sea, vuelve aquí. ¿Qué te pasa?
Aceleré el paso.
Sabía cómo se sentía: aquellas náuseas en su estómago que se
extendían como el
cáncer, la rabia, la impotencia y la necesidad de acurrucarse en privado y
buscar la fuerza para
volver a meter los recuerdos en aquel agujero profundo y oscuro
donde seguían
viviendo.
No era una excusa
para mentir ni desviar la culpa hacia mí.
Cogí el bolso de la
silla donde lo había dejado al llegar de cenar y me apresuré
rápidamente hacia la
puerta y hacia el vestíbulo que llevaba al ascensor. Las puertas del
ascensor se cerraban
conmigo dentro cuando, a través de la puerta de la calle, lo vi entrar en
la sala de estar. Al
verlo desnudo estuve segura de que no podría venir detrás de mí,
mientras que sus ojos
me aseguraban que yo no me iba a quedar. Se había puesto otra vez la
máscara, aquel rostro
increíblemente implacable que mantenía al mundo a una distancia de
seguridad.
Temblando, me incliné
sobre la barra de metal en busca de apoyo. Me debatía entre
mi preocupación por
él, que me empujaba a quedarme, y lo que había aprendido con mucho
146
esfuerzo y que me
aseguraba que esta forma de enfrentarse a los problemas no estaba hecha
para mí. Para mí, el
camino hacia la recuperación estaba pavimentado con verdades
difíciles, no con
negaciones y mentiras.
Dándome pequeños
toques en las mejillas húmedas al pasar por la tercera planta,
respiré hondo y me
recompuse antes de que se abrieran las puertas en la planta de abajo.
El portero llamó con
un silbido a un taxi que pasaba y actuó de manera tan
profesional que hizo
como si yo fuera vestida para trabajar en lugar de lucir unos pies
descalzos y una bata
negra. Le di las gracias sinceramente.
Y estaba tan
agradecida al taxista por llevarme a casa rápidamente que le di una
buena propina y no me
importaron las furtivas miradas que recibí de mi portero y del señor
de la recepción. Ni
siquiera me importó la mirada que me brindó la despampanante y
escultural rubia que
salió del ascensor mientras yo esperaba, hasta que olí en ella la colonia
de Cary y me di
cuenta de que la camiseta que llevaba puesta era de él.
Recibió mi estado a
medio vestir con una mirada divertida.
—Bonita bata.
La rubia se fue con
una sonrisita.
Cuando llegué a mi
planta, encontré a Cary esperando con la puerta abierta y
vestido con una bata
suya.
Se enderezó y abrió
los brazos hacia mí.
—Ven aquí, nena.
Fui directamente
hacia él y lo abracé con fuerza, mientras todo su cuerpo olía a
perfume de mujer y a
sexo fuerte.
—¿Quién es la chica
que acaba de marcharse?
—Otra modelo. No te
preocupes por ella. —Me condujo al interior del apartamento
y cerró la puerta con
llave—. Cross ha llamado. Ha dicho que venías para acá y que tiene
tus llaves. Quería
asegurarse de que yo estaba aquí y despierto para que pudieras entrar. Por
si te interesa
saberlo, parecía hecho polvo y preocupado. ¿Quieres que hablemos de ello?
Dejé el bolso sobre
la barra de la cocina al entrar.
—Ha tenido otra
pesadilla. Una realmente mala. Cuando le he preguntado por ella,
él lo ha negado, ha
mentido y después ha actuado como si estuviera loca.
—Ah, lo típico.
El teléfono empezó a
sonar. Rápidamente le di al interruptor de la base para apagar
timbre y Cary hizo lo
mismo con el auricular que había dejado sobre la barra. A
continuación, saqué
mi teléfono móvil, cerré el mensaje que me decía que tenía varias
llamadas perdidas de
Gideon y le envié un mensaje de texto: «En casa sana y salva. Espero
que duermas bien el
resto de la noche».
Apagué el teléfono y volví
a meterlo en el bolso; luego cogí una botella de agua del
frigorífico.
—Lo que me repatea es
que esta noche yo le había contado toda mi basura.
Cary me miró
asombrado.
—¡Lo has hecho! ¿Y
cómo se lo ha tomado?
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—Mejor de lo que me
podía esperar. Nathan va a desear no haberle conocido nunca.
—Me terminé la
botella—. Y Gideon aceptó ir a la terapia de parejas que me aconsejaste.
Creía que habíamos
superado los obstáculos. Puede que así fuera, pero aun así nos hemos
dado contra un muro.
—De todas formas,
parece que estás bien —dijo apoyándose sobre la barra—. Sin
lágrimas. Muy
tranquila. ¿Debo preocuparme?
Me froté el vientre
para liberar el miedo que se había arraigado en él.
—No. Me pondré bien.
Sólo... quiero que funcionen las cosas entre nosotros.
Quiero estar con él,
pero mentir sobre asuntos serios supone para mí un impedimento.
Dios. Ni siquiera
podía pensar que quizá no superaríamos aquello. Estaba nerviosa.
La necesidad de estar
con Gideon hacía que el pulso me bombeara con fuerza.
—Eres dura de pelar,
nena. Estoy orgulloso de ti. —Se acercó a mí, estrechamos los
brazos y apagamos las
luces de la cocina—. Vamos a dormir. Mañana será otro día.
—Creía que las cosas
entre Trey y tú iban bien.
Adoptó una espléndida
sonrisa.
—Cariño, creo que me
he enamorado.
—¿De quién? —Apoyé la
mejilla en su hombro—. ¿De Trey o de la rubia?
—De Trey, tonta. La
rubia sólo me ha servido para hacer un poco de ejercicio.
Tenía muchas cosas
que decir al respecto, pero no era el momento de entrar en el
historial de Cary
sobre sabotajes a su propia felicidad. Y quizá centrarse en lo bien que le
iban las cosas con
Trey fuera lo mejor en ese momento.
—Así que por fin te
has enamorado de una persona buena. Tenemos que celebrarlo.
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