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Gideon me encontró en
la ducha a la mañana siguiente. Entró con determinación en
el baño principal con
su gloriosa desnudez y con el andar elegante y seguro que admiré en
él desde el
principio. Observando la flexión de sus músculos mientras se movía, ni siquiera
fingí no mirar el
magnífico bulto que había entre sus piernas.
A pesar de lo
caliente del agua, los pezones se me endurecieron y por todo el cuerpo
se me puso la carne
de gallina.
Su sonrisa cómplice
mientras se acercaba me indicaba que sabía exactamente qué
tipo de efecto
producía en mí. Yo respondí pasando las manos enjabonadas por todo su
cuerpo divino. A
continuación, me senté y empecé a chupársela con tal entusiasmo que
tuvo que apoyarse
fuertemente y con las dos manos sobre los azulejos.
Su voz ronca y
rasgada dándome instrucciones resonaba todo el rato en mi mente
mientras me vestía
para ir a trabajar, lo cual hice rápido, antes de darle la oportunidad de
que terminara de
ducharse y me follara bien fuerte, tal y como había amenazado justo antes
de correrse a chorros
y con fuerza dentro de mi garganta.
No había tenido
pesadillas durante la noche. El sexo parecía funcionar como
sedante y yo me sentí
enormemente agradecida por ello.
—Espero que no creas
que te vas a escapar —me dijo cuando entró después en la
cocina.
Inmaculadamente vestido con un traje negro de raya diplomática, aceptó la taza
de
café que le pasé y me
lanzó una mirada que prometía todo tipo de perversidades. Lo vi con
su atuendo sumamente
civilizado y pensé en el hombre insaciable que se había deslizado
con sigilo en el
interior de mi cama durante la noche. El pulso se me aceleró. Estaba
dolorida. Los
músculos me vibraban de placer al recordarlo y aún seguía deseando más.
—Sigue mirándome así
y verás lo que pasa —me advirtió, apoyándose con
indiferencia sobre la
barra mientras daba sorbos a su café.
—Voy a perder mi
trabajo por tu culpa.
—Yo te conseguiré
otro.
Solté un resoplido.
—¿De qué? ¿De esclava
sexual tuya?
—Una sugerencia muy
provocadora. Hablémoslo.
—Malo —murmuré
mientras enjuagaba mi taza en el fregadero y la metía en el
lavavajillas—. ¿Listo?
¿Para ir a trabajar?
Se terminó el café y
yo alargué la mano para cogerle la taza, pero él la eludió y
enjuagó él mismo la
taza. Otra tarea mortal que lo convertía en más asequible y menos en
una fantasía a la que
yo nunca tendría la oportunidad de aferrarme.
Él me miró.
—Quiero invitarte a
cenar por ahí esta noche y, después, llevarte a mi casa y
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meterte en mi cama.
—No quiero que te
canses de mí, Gideon. —Era un hombre acostumbrado a estar
solo, un hombre que
no había tenido una relación física importante en mucho tiempo, si es
que la había tenido
alguna vez. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que aparecieran sus
instintos de huida?
Además, teníamos que permanecer ocultos ante la gente como pareja.
—No me pongas
excusas. —Sus rasgos se endurecieron—. No eres tú quien decide
si puedo hacer esto.
Me di de cabezazos
contra la pared por haberle ofendido. Se estaba esforzando y yo
tenía que asegurarme
de reconocérselo, no desanimarle.
—No me refería a eso.
Simplemente, no quiero agobiarte. Además, todavía tenemos
que...
—Eva —dijo con un
suspiro mientras la fuerte tensión desaparecía de él con aquella
exhalación de
frustración—. Tienes que confiar en mí. Yo confío en ti. De no ser así no
estaríamos aquí.
—Vale —asentí
tragando saliva—. Cenamos y, después, a tu casa. Lo estoy
deseando.
Aquellas palabras de
Gideon sobre la confianza permanecieron en mi mente durante
toda la mañana, lo
cual me vino bien cuando sonó la alerta de Google en mi bandeja de
entrada.
Esta vez había más de
una foto. Cada artículo y entrada del blog tenía varias
instantáneas de Cary
y yo despidiéndonos con un abrazo en la puerta del restaurante donde
habíamos almorzado el
día anterior. Los pies de foto especulaban sobre la naturaleza de
nuestra relación y en
algunas decían que vivíamos juntos. Otras sugerían que yo había
pescado al «playboy
multimillonario, Gideon Cross» mientras continuaba con mi novio, el
prometedor modelo.
El motivo de la
publicidad se hizo patente cuando vi la foto de Gideon mezclada
con las que nos
sacaron a Cary y a mí. La habían sacado la noche anterior mientras yo
estaba viendo
películas con Cary y Trey y mientras se suponía que Gideon se encontraba en
una cena de negocios.
En la foto, Gideon y Magdalene Perez se sonreían de una forma
íntima mientras ella
apoyaba la mano en el brazo de él en la puerta de un restaurante. Los
pies de foto iban
desde los elogios por «el grupo de guapas famosas» de Gideon hasta la
especulación de que
él estuviera ocultando su mal de amores, provocado por mi infidelidad,
saliendo con otras
mujeres.
Tienes
que confiar en mí.
Cerré mi correo
electrónico, respirando con rapidez y con el corazón acelerado.
Aquella confusión de
los celos me retorcía las entrañas. Yo sabía que era imposible que
hubiese tenido una
relación íntima con otra mujer y sabía que yo le importaba. Pero odiaba
a Magdalene con todas
mis fuerzas —lo cierto es que ella me había dado buenas razones
para ello durante
nuestra conversación en el baño— y no soportaba verla con Gideon. No
podía soportar ver
cómo él le sonreía de una forma tan tierna, sobre todo después del modo
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en que ella me había
tratado.
Pero aparté todo
aquello. Lo metí en un cajón de mi mente y me concentré en el
trabajo. Mark se iba
a reunir al día siguiente con Gideon para repasar la solicitud de
propuestas para la
campaña de Kingsman y yo estaba organizando el flujo de información
entre Mark y los
departamentos que participaban.
Mark asomó la cabeza
por la puerta de su despacho.
—Oye, Eva, vamos a
comer juntos Steve y yo en el Asador de Bryant Park. Me ha
preguntado si quieres
venir. Quiere volver a verte.
—Me encantaría. —La
tarde se me arregló ante la idea de disfrutar de un almuerzo
en uno de mis
restaurantes favoritos con dos chicos realmente encantadores. Harían que no
pensara en la
conversación que en pocas horas iba a tener con Gideon sobre mi pasado.
Claramente, mi intimidad
había desaparecido. Tendría que echarle pelotas y hablar
con Gideon antes de
que saliéramos a cenar. Antes de que siguieran viéndolo conmigo en
público. Tenía que
saber el riesgo que corría por relacionarse conmigo.
Cuando recibí un
sobre interno poco después, supuse que se trataba del bosquejo de
uno de los anuncios
de Kingman, pero en lugar de ello, me encontré con una tarjeta de
Gideon.
A MEDIODÍA. EN MI
DESPACHO.
—¿De verdad?
—murmuré, enfadada por la ausencia de un saludo y una despedida.
Por no mencionar la
falta de ninguna fórmula de petición. ¿Y cómo olvidar el hecho de que
Gideon ni siquiera
hubiese mencionado haberse encontrado con Magdalene en la cena?
¿La había invitado a
ella como sustituta mía? Al fin y al cabo, para eso estaba, para
ser una de las
mujeres con las que él alternaba fuera de su habitación de hotel.
Le di la vuelta a la
tarjeta de Gideon y le escribí el mismo número de palabras sin
firmar.
LO SIENTO. YA TENGO
PLANES.
Una contestación
irritante, pero se la merecía. Cuando dieron las doce menos
cuarto, Mark y yo nos
dirigimos a la planta baja. Cuando me detuvieron los de seguridad y
el guardia llamó a
Gideon para decirle que yo estaba en el vestíbulo, mi irritación pasó al
enfado.
—Vámonos —le dije a
Mark mientras daba zancadas hacia la puerta giratoria sin
hacer caso a las
súplicas del guardia de seguridad para que esperara un momento. Me sentí
mal por meterle en
esto.
Vi a Angus y al
Bentley parados en el bordillo en el mismo momento en que
escuché a Gideon
gritar mi nombre detrás de mí como el golpe de una fusta. Lo miré
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mientras se unía a
nosotros en la acera con rostro impasible y una mirada gélida.
—Voy a comer con mi
jefe —le dije desafiante.
—¿Adónde vais,
Garrity? —preguntó Gideon sin apartar los ojos de mí.
—Al Asador de Bryant
Park.
—Me aseguraré de que
ella va. —Dicho lo cual, me agarró del brazo y me condujo
con firmeza hacia el
Bentley y hacia la puerta trasera que Angus mantenía abierta para mí.
Gideon entró detrás
de mí obligándome a arrastrarme por el asiento. La puerta se cerró y
salimos de allí.
Tiré de la falda de
mi vestido de tubo para colocármela bien.
—¿Qué haces, además
de avergonzarme delante de mi jefe?
Pasó un brazo por
encima del respaldo del asiento y se inclinó hacia mí.
—¿Cary está enamorado
de ti?
—¿Qué? ¡No!
—¿Te lo has follado?
—¿Has perdido la
cabeza? —Avergonzada, miré a Angus y vi que actuaba como si
estuviera sordo—. Que
te follen, conquistador millonario con tu grupito de famosas guapas.
—Así que has visto
las fotos.
Estaba tan enfadada
que resollaba. Los nervios. Aparté la cabeza haciendo caso
omiso de él y de sus
estúpidas acusaciones.
—Cary es como un
hermano para mí. Ya lo sabes.
—Sí, pero, ¿qué eres
tú para él? Las fotos son increíblemente claras, Eva. Sé
reconocer el amor
cuando lo veo.
Angus aminoró la
marcha para que una multitud de peatones cruzara la calle. Yo
abrí la puerta y giré
la cabeza hacia atrás mirando a Gideon para que pudiera ver bien mi
cara.
—Está claro que no es
así.
Cerré la puerta de
golpe y empecé a andar con paso enérgico dejando claro mi
enfado. Había
reprimido mis dudas y mis celos con un esfuerzo hercúleo, ¿y qué obtenía a
cambio? Un Gideon con
un cabreo irracional.
—Eva, párate ahora
mismo.
Le hice una peineta
con el dedo sin girar la cabeza y subí corriendo los escalones de
la puerta de Bryant
Park, un exuberante oasis verde y tranquilo en medio de la ciudad. El
simple hecho de
cruzar la calle y subir desde la acera era como transportarte a un mundo
completamente
distinto. Achaparrado bajo los imponentes rascacielos que lo rodeaban,
Bryant Park era una
zona ajardinada que quedaba tras una hermosa y antigua biblioteca. Un
lugar donde el tiempo
se detenía, los niños reían con la alegría inocente de unas vueltas en
el tiovivo y los
libros constituían unos preciados compañeros.
Por desgracia para
mí, el guapísimo ogro de un mundo me siguió al otro. Gideon me
agarró de la muñeca.
—No corras —me siseó
al oído.
—Actúas como un
demente.
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—Quizá sea porque me
estás volviendo loco, joder. —Sus brazos se endurecieron
hasta convertirse en
cintas de acero—. Eres mía. Dime que Cary lo sabe.
—Claro, igual que
Magdalene sabe que tú eres mío. —Deseé que pusiera algo cerca
de mi boca para poder
morderlo—. Estás llamando la atención.
—Podríamos haber
hecho esto en mi despacho si no hubieses sido tan
condenadamente
cabezota.
—Tenía planes,
idiota. Y me los estás arruinando. —La voz se me rompió y las
lágrimas empezaron a
salir mientras notaba que había muchos ojos puestos sobre nosotros.
Me iban a despedir
por dar aquel espectáculo tan vergonzoso—. Lo estás jodiendo todo.
Gideon me soltó en
ese instante y me dio la vuelta para que lo mirara. Con sus
manos sobre mis
hombros se aseguró de que aún no pudiera escaparme de allí.
—Dios mío. —Me
aplastó contra él colocando los labios sobre mi cabello—. No
llores. Lo siento.
Golpeé el puño contra
su pecho, lo cual tuvo el mismo efecto que si hubiese
golpeado una roca.
—¿Qué pasa contigo?
¿Puedes salir con una mala zorra que me llama puta y que
cree que va a casarse
contigo y yo no puedo ir a comer con un buen amigo que ha estado
apoyándote desde el
principio?
Colocó la palma de la
mano sobre la parte de atrás de mi cabeza y apretó su mejilla
contra mi sien.
—Eva, Maggie estaba
por casualidad en el mismo restaurante donde yo cenaba con
mis socios.
—No me importa.
Quieres hablar sobre cómo me mira una persona. Y tú... ¿Cómo
puedes mirarla así
después de lo que me dijo?
—Cielo... —Sus labios
se movían fervientemente por mi rostro—. Esa mirada era
por ti. Maggie me
alcanzó en la puerta y le dije que me iba a casa contigo. No puedo evitar
la mirada que pongo
al pensar en nosotros estando a solas y juntos.
—¿Y esperas que me
crea que ella sonrió al escuchar aquello?
—Me dijo que te
saludara de su parte, pero supuse que eso no te sentaría bien y no
estaba dispuesto a
fastidiar nuestra noche por ella.
Mis brazos se
deslizaron alrededor de su cintura por debajo de su chaqueta.
—Tenemos que hablar.
Esta noche, Gideon. Hay cosas que tengo que contarte. Si
un periodista busca
bien y tiene suerte... Tenemos que mantener nuestra relación en privado
o terminar con ella.
Cualquiera de las dos cosas será lo mejor para ti.
Gideon colocó las
manos sobre mi cara y apretó su frente contra la mía.
—Ninguna de las dos
es una opción válida. Sea lo que sea, lo solucionaremos.
Me puse de puntillas
y apreté la boca contra la de él. Nuestras lenguas se acariciaron
y se sumieron en un
beso muy apasionado. Tomé algo de conciencia de la multitud de
personas que
pululaban a nuestro alrededor, el murmullo de numerosas conversaciones y el
continuo ruido del
incesante tráfico del centro de la ciudad, pero nada de aquello importaba
estando al abrigo de
Gideon, mientras él me acariciaba. Me producía tanta tortura como
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placer. Era un hombre
cuyos cambios de humor y pasiones volubles rivalizaban con los
míos.
—Venga —susurró
recorriendo mi mejilla con la yema de los dedos—. Vámonos
para seguir con esto.
—No me escuchas, loco
cabezota. Tengo que irme.
—Vámonos juntos a
casa después del trabajo. —Fue apartándose, agarrándome de
la mano hasta que la
distancia hizo que los dedos se separaran.
Cuando me giré hacia el
restaurante cubierto de hiedra vi que Mark y Steven me
esperaban en la
entrada. Formaban una pareja extraña, Mark vestido con su traje y Steven
con sus vaqueros
gastados y sus botas viejas.
Steven estaba con las
manos en los bolsillos y una enorme sonrisa en su atractivo
rostro.
—Creo que tengo ganas
de aplaudir. Ha sido mejor que ver una película romántica.
Me ruboricé mientras
cambiaba mi peso de un pie a otro.
Mark abrió la puerta
y me hizo una señal para que pasara.
—Creo que puedes
olvidar lo que te he dicho antes tan sabiamente sobre que Cross
es un mujeriego.
—Gracias por no
despedirme —contesté irónicamente mientras esperábamos a que
el encargado
comprobaba nuestra reserva—. O al menos, por darme de comer antes.
Steven me dio un
golpecito en el hombro.
—Mark no puede
permitirse el perderte.
Mientras apartaba la
silla para que me sentara, Mark sonrió.
—¿Cómo si no voy a
informar a Steven con regularidad de tu vida amorosa? Es
adicto a los
culebrones, ¿sabes? Le encantan los dramas románticos.
—Estás de broma —dije
soltando un bufido.
Steven se pasó una
mano por el mentón y sonrió.
—Nunca admitiría ni
una cosa ni la otra. Los hombres deben mantener sus secretos
ocultos.
Sonreí, pero fui
dolorosamente consciente de mis propios secretos. Y de lo rápido
que pasaba el tiempo
antes de tener que revelarlos.
A las cinco de la
tarde me estaba armando de valor para contar mis secretos. Estaba
tensa y triste cuando
Gideon entró en el Bentley y mi intranquilidad no hizo más que
empeorar cuando vi
cómo estudiaba mi rostro, que yo trataba de apartar. Cuando me cogió
la mano y se la llevó
a los labios, me dieron ganas de llorar. Aún me estaba recuperando de
nuestra discusión en
el parque y aquél era el menor de los problemas que debíamos tratar.
No hablamos hasta que
llegamos a su apartamento.
Cuando entramos en su
casa, me condujo a través de su preciosa y cara sala de estar
y a lo largo del
pasillo hasta su dormitorio. Allí, extendido sobre la cama, había un fabuloso
vestido de cóctel del
color de los ojos de Gideon y una bata de seda negra que llegaba hasta
los tobillos.
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—Tuve un poco de
tiempo para ir de compras antes de la cena de anoche —me
explicó.
Mi temor se
desvaneció un poco, suavizado por el placer que me produjo su
consideración.
—Gracias.
Colocó mi bolso en
una silla junto al vestidor.
—Quiero que te pongas
cómoda. Puedes ponerte la bata o algo mío. Voy a abrir una
botella de vino y nos
sentiremos mejor. Cuando estés lista, podremos hablar.
—Me gustaría darme
una ducha rápida. —Deseé que pudiéramos separar lo que
había ocurrido en el
parque de lo que tenía que contarle para así poder tratar cada asunto
como se merecía, pero
no tuve otra opción. Cada día que pasaba suponía una oportunidad
más para que alguien
le contara a Gideon lo que tenía que escuchar de mis labios.
—Como quieras, cielo.
Estás en tu casa.
Cuando me quité los
tacones y me metí en el baño, sentí el peso de su preocupación,
pero mi revelación
tendría que esperar hasta que yo me sintiera mejor. En un esfuerzo por
hacerme con ese
control, me tomé mi tiempo bajo la ducha. Por desgracia, eso hizo que me
acordara de la que
nos habíamos dado juntos esa misma mañana. ¿Había sido nuestra
primera y última
ducha como pareja?
Cuando estuve
preparada, encontré a Gideon de pie junto al sofá de la sala de estar.
Él se había puesto
los pantalones de un pijama de seda negro que le quedaba por debajo de
la cintura. Nada más.
Una pequeña llama parpadeaba en la chimenea y en una cuba llena de
hielo colocada sobre
la mesita había una botella de vino. En el centro, había dispuesto
varias velas de color
marfil y su resplandor dorado era la única iluminación aparte de la del
fuego.
—Perdone —dije desde
la puerta de la habitación—. Estoy buscando a Gideon
Cross, el hombre que
no cuenta con ningún romanticismo en su repertorio.
Sonrió tímidamente,
una sonrisa infantil que contrastaba enormemente con la
sexualidad madura de
su torso desnudo.
—No creo que sea así.
Simplemente intento adivinar lo que te puede complacer y
luego pruebo, con la
esperanza de acertar.
—Tú me
complaces. —Crucé la habitación hasta él y la bata negra osciló alrededor
de mis piernas. Me
gustó ver que él se había puesto algo que encajaba con lo que me había
regalado.
—Eso quiero —dijo
serio—. Me estoy esforzando.
Me detuve delante de
él y bebí ante la belleza de su rostro y la forma tan erótica con
que su pelo le
acariciaba la parte superior de los hombros. Pasé las manos por sus bíceps y
estrujé con suavidad
el fuerte músculo antes de dar un paso más hacia él y apretar mi rostro
contra su pecho.
—Oye —murmuró
envolviéndome con sus brazos—, ¿esto es por haber sido un
estúpido a la hora
del almuerzo? ¿O qué es lo que tienes que decirme? Háblame, Eva, para
que yo pueda decirte
que no va a pasar nada malo.
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Acaricié sus
pectorales con mi nariz sintiendo el cosquilleo del pelo de su pecho
contra mi mejilla y
respirando el olor tranquilizador y familiar de su piel.
—Deberías sentarte.
Tengo que contarte algunas cosas sobre mí. Cosas feas.
Gideon me soltó a
regañadientes cuando me aparté de él. Me acurruqué en su sofá
con las piernas
encogidas por debajo de mi cuerpo y él nos sirvió unas copas de vino
dorado antes de
sentarse. Inclinándose hacia mí, pasó un brazo por detrás del respaldo del
sofá mientras
sostenía la copa con la otra mano, prestándome toda su atención.
—Bien. Allá va.
—Respiré hondo antes de empezar, sintiéndome aturdida por el
elevado ritmo de mi
pulso. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había
estado tan nerviosa
ni tan mal—. Mi madre y mi padre nunca se casaron. La verdad es que
no sé mucho sobre
cómo se conocieron porque ninguno de los dos habla de ello. Sí sé que
mi madre procedía de
una familia adinerada. No tanto como el que consiguió al casarse
después, pero más del
que la mayoría de la gente tiene. Se estaba presentando en sociedad.
Con toda la
parafernalia del vestido blanco y la presentación. El quedarse embarazada de
mí fue un error que
hizo que la repudiaran, pero se quedó conmigo. —Bajé la mirada hacia
mi copa—. De verdad
que la admiro por ello. Tuvo muchas presiones para deshacerse del
bebé... de mí,
pero siguió adelante con el embarazo. Claro está.
Él pasaba los dedos
por mi cabello mojado tras la ducha.
—Por suerte para mí
—dijo.
Agarré sus dedos y le
besé los nudillos y, a continuación, él colocó la mano sobre
mi regazo.
—Incluso con un bebé,
pudo conseguir pescar un millonario. Él era un viudo con un
hijo dos años mayor
que yo, así que creo que los dos pensaron que se trataba de un acuerdo
perfecto. Él viajaba
mucho y apenas estaba en casa y mi madre se gastaba su dinero y se
ocupaba de criar a su
hijo.
—Comprendo la
necesidad de dinero, Eva —murmuró—. Yo también necesito
tenerlo. Necesito el
poder que te da. La seguridad.
Nuestros ojos se
miraron. Algo ocurrió entre los dos tras aquella pequeña confesión.
Hizo que me resultara
más fácil contar lo que venía después.
—Yo tenía diez años
la primera vez que mi hermanastro me violó...
El pie de su copa se
rompió en su mano. Se movía con tanta rapidez que su rostro se
desdibujó mientras
agarraba el cuenco de su copa contra su muslo para que no se
derramara.
Me puse de pie cuando
él lo hizo.
—¿Te has cortado?
¿Estás bien?
—Estoy bien —contestó
con voz cortante. Fue a la cocina para tirar la copa rota
haciéndola añicos. Yo
dejé la mía con cuidado. Las manos me temblaban. Oí armarios
abriéndose y
cerrándose. Un momento después, Gideon volvió con un vaso de algo más
oscuro en la mano.
—Siéntate, Eva. —Me
quedé mirándole. Su cuerpo estaba tenso y su mirada, gélida.
Se pasó una mano por
la cara y dijo con más suavidad—: Siéntate... por favor.
134
Mis flaqueantes
piernas cedieron y me senté en el filo del sofá, apretándome la bata
alrededor del cuerpo.
Gideon se quedó de
pie, dando un largo trago a lo que fuera que tenía en la mano.
—Has dicho la primera
vez. ¿Cuántas veces fueron?
Respiré varias veces
tratando de calmarme.
—No lo sé. Perdí la
cuenta.
—¿Se lo contaste a
alguien? ¿Se lo contaste a tu madre?
—No. Por Dios, si lo
llega a saber me habría sacado de allí. Pero Nathan se aseguró
de que yo estuviera
demasiado asustada como para contárselo. —Traté de tragar saliva para
humedecerme la
garganta e hice una mueca al sentir el dolor y la quemazón como si fuera
de papel de lija.
Cuando volvió a salirme la voz, apenas fue en forma de susurro—. Hubo
una vez que me sentí
tan mal que casi se lo conté, pero él se dio cuenta. Nathan sabía que
yo estaba a punto de
hacerlo. Así que le rompió el cuello a mi gata y la dejó sobre mi cama.
—¡Dios mío! —El pecho
se le movía con fuerza—. No es sólo que fuera un hijo de
puta, es que estaba
loco. Y estaba abusando de ti.... Eva.
—Los criados tuvieron
que saberlo. —Continué aturdida mientras miraba mis
manos retorcerse.
Sólo quería terminar con aquello, sacarlo todo para poder volver a
guardarlo en el cajón
de mi mente donde poder olvidar aquello durante mi vida diaria—. El
hecho de que tampoco dijeran
nada me hizo pensar que también estaban asustados. Eran
adultos y no dijeron
anda. Yo era una niña. ¿Qué podía hacer si ellos no hacían nada?
—¿Cómo saliste de
aquello? —preguntó con la voz quebrada—. ¿Cuándo acabó?
—Cuando cumplí
catorce años. Creía que estaba teniendo el periodo, pero había
demasiada sangre. Mi
madre se asustó y me llevó a urgencias. Tuve un aborto. Mientras me
examinaban
encontraron pruebas de... otros traumatismos. Desgarros vaginales y anales...
Gideon dejó el vaso
en la mesa con un ruido sordo y fuerte.
—Lo siento —susurré,
sintiéndome como si estuviera enferma—. Te ahorraría los
detalles, pero tienes
que saber lo que alguien podría descubrir. El hospital denunció los
abusos ante los
servicios sociales para menores. Todo está en los registros públicos y han
sido precintados,
pero hay gente que conoce la historia. Cuando mi madre se casó con
Stanton, él reforzó
aquellos precintos, pagó dinero a cambio de acuerdos de
confidencialidad...
cosas así. Pero tú tienes derecho a saber que esto puede volver a salir a
la luz y hacer que te
avergüences.
—¿Avergonzarme? —preguntó
bruscamente lleno de rabia—. La vergüenza no está
incluida en la lista
de cosas que sentiría.
—Gideon...
—Destruiría la
carrera de cualquier periodista que escribiera sobre esto y luego
desmantelaría la
publicación que sacara el artículo. —Su voz sonaba tan fría y llena de furia
que era glacial—.
Encontraré a ese monstruo que te hizo daño, Eva, dondequiera que esté y
voy a hacer que desee
estar muerto.
Un escalofrío
recorrió mi cuerpo porque le creí. Lo vi en su rostro. En su voz. En la
energía que irradiaba
y en su mirada afilada. No sólo era una mirada oscura y peligrosa.
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Gideon era un hombre
que conseguía lo que quería, no importa lo que costara.
Me puse de pie.
—No merece la pena el
esfuerzo. Él no merece que pierdas el tiempo.
—Tú sí. Tú lo
mereces. ¡Maldita sea! ¡Joder!
Me acerqué a la
chimenea en busca de calor.
—También hay una
estela de dinero. Los policías y los periodistas siempre siguen el
dinero. Alguien puede
preguntarse por qué mi madre dejó su primer matrimonio por dos
millones de dólares,
pero su hija, de una relación anterior, se quedó con cinco. —Sin
mirarle, sentí su
repentina quietud—. Por supuesto —continué—, es probable que ese
puñetero dinero ahora
haya aumentado considerablemente, yo no lo toco, pero Stanton
administra la cuenta
donde lo deposité y todo el mundo sabe que tiene la habilidad de ser
un Midas. Si alguna
vez te preocupa que yo quiera tu dinero...
—No sigas hablando.
Giré la cara hacia
él. Vi su cara, sus ojos. Vi la pena y el horror. Pero lo que más me
dolió fue lo que no
vi.
Mi mayor pesadilla se
había hecho realidad. Había temido que mi pasado pudiera
afectar negativamente
a la atracción que él sentía por mí. Le había dicho a Cary que Gideon
quizá se quedara
conmigo por los motivos equivocados. Que podría quedarse a mi lado,
pero que aun así —a
todos los efectos—, lo perdería de todos modos.
Y parecía que así
era.
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