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No te escondo nada - Sylvia Day - Cap.12



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Gideon me encontró en la ducha a la mañana siguiente. Entró con determinación en
el baño principal con su gloriosa desnudez y con el andar elegante y seguro que admiré en
él desde el principio. Observando la flexión de sus músculos mientras se movía, ni siquiera
fingí no mirar el magnífico bulto que había entre sus piernas.
A pesar de lo caliente del agua, los pezones se me endurecieron y por todo el cuerpo
se me puso la carne de gallina.
Su sonrisa cómplice mientras se acercaba me indicaba que sabía exactamente qué
tipo de efecto producía en mí. Yo respondí pasando las manos enjabonadas por todo su
cuerpo divino. A continuación, me senté y empecé a chupársela con tal entusiasmo que
tuvo que apoyarse fuertemente y con las dos manos sobre los azulejos.
Su voz ronca y rasgada dándome instrucciones resonaba todo el rato en mi mente
mientras me vestía para ir a trabajar, lo cual hice rápido, antes de darle la oportunidad de
que terminara de ducharse y me follara bien fuerte, tal y como había amenazado justo antes
de correrse a chorros y con fuerza dentro de mi garganta.
No había tenido pesadillas durante la noche. El sexo parecía funcionar como
sedante y yo me sentí enormemente agradecida por ello.
—Espero que no creas que te vas a escapar —me dijo cuando entró después en la
cocina. Inmaculadamente vestido con un traje negro de raya diplomática, aceptó la taza de
café que le pasé y me lanzó una mirada que prometía todo tipo de perversidades. Lo vi con
su atuendo sumamente civilizado y pensé en el hombre insaciable que se había deslizado
con sigilo en el interior de mi cama durante la noche. El pulso se me aceleró. Estaba
dolorida. Los músculos me vibraban de placer al recordarlo y aún seguía deseando más.
—Sigue mirándome así y verás lo que pasa —me advirtió, apoyándose con
indiferencia sobre la barra mientras daba sorbos a su café.
—Voy a perder mi trabajo por tu culpa.
—Yo te conseguiré otro.
Solté un resoplido.
—¿De qué? ¿De esclava sexual tuya?
—Una sugerencia muy provocadora. Hablémoslo.
—Malo —murmuré mientras enjuagaba mi taza en el fregadero y la metía en el
lavavajillas—. ¿Listo? ¿Para ir a trabajar?
Se terminó el café y yo alargué la mano para cogerle la taza, pero él la eludió y
enjuagó él mismo la taza. Otra tarea mortal que lo convertía en más asequible y menos en
una fantasía a la que yo nunca tendría la oportunidad de aferrarme.
Él me miró.
—Quiero invitarte a cenar por ahí esta noche y, después, llevarte a mi casa y
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meterte en mi cama.
—No quiero que te canses de mí, Gideon. —Era un hombre acostumbrado a estar
solo, un hombre que no había tenido una relación física importante en mucho tiempo, si es
que la había tenido alguna vez. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que aparecieran sus
instintos de huida? Además, teníamos que permanecer ocultos ante la gente como pareja.
—No me pongas excusas. —Sus rasgos se endurecieron—. No eres tú quien decide
si puedo hacer esto.
Me di de cabezazos contra la pared por haberle ofendido. Se estaba esforzando y yo
tenía que asegurarme de reconocérselo, no desanimarle.
—No me refería a eso. Simplemente, no quiero agobiarte. Además, todavía tenemos
que...
—Eva —dijo con un suspiro mientras la fuerte tensión desaparecía de él con aquella
exhalación de frustración—. Tienes que confiar en mí. Yo confío en ti. De no ser así no
estaríamos aquí.
—Vale —asentí tragando saliva—. Cenamos y, después, a tu casa. Lo estoy
deseando.
Aquellas palabras de Gideon sobre la confianza permanecieron en mi mente durante
toda la mañana, lo cual me vino bien cuando sonó la alerta de Google en mi bandeja de
entrada.
Esta vez había más de una foto. Cada artículo y entrada del blog tenía varias
instantáneas de Cary y yo despidiéndonos con un abrazo en la puerta del restaurante donde
habíamos almorzado el día anterior. Los pies de foto especulaban sobre la naturaleza de
nuestra relación y en algunas decían que vivíamos juntos. Otras sugerían que yo había
pescado al «playboy multimillonario, Gideon Cross» mientras continuaba con mi novio, el
prometedor modelo.
El motivo de la publicidad se hizo patente cuando vi la foto de Gideon mezclada
con las que nos sacaron a Cary y a mí. La habían sacado la noche anterior mientras yo
estaba viendo películas con Cary y Trey y mientras se suponía que Gideon se encontraba en
una cena de negocios. En la foto, Gideon y Magdalene Perez se sonreían de una forma
íntima mientras ella apoyaba la mano en el brazo de él en la puerta de un restaurante. Los
pies de foto iban desde los elogios por «el grupo de guapas famosas» de Gideon hasta la
especulación de que él estuviera ocultando su mal de amores, provocado por mi infidelidad,
saliendo con otras mujeres.
Tienes que confiar en mí.
Cerré mi correo electrónico, respirando con rapidez y con el corazón acelerado.
Aquella confusión de los celos me retorcía las entrañas. Yo sabía que era imposible que
hubiese tenido una relación íntima con otra mujer y sabía que yo le importaba. Pero odiaba
a Magdalene con todas mis fuerzas —lo cierto es que ella me había dado buenas razones
para ello durante nuestra conversación en el baño— y no soportaba verla con Gideon. No
podía soportar ver cómo él le sonreía de una forma tan tierna, sobre todo después del modo
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en que ella me había tratado.
Pero aparté todo aquello. Lo metí en un cajón de mi mente y me concentré en el
trabajo. Mark se iba a reunir al día siguiente con Gideon para repasar la solicitud de
propuestas para la campaña de Kingsman y yo estaba organizando el flujo de información
entre Mark y los departamentos que participaban.
Mark asomó la cabeza por la puerta de su despacho.
—Oye, Eva, vamos a comer juntos Steve y yo en el Asador de Bryant Park. Me ha
preguntado si quieres venir. Quiere volver a verte.
—Me encantaría. —La tarde se me arregló ante la idea de disfrutar de un almuerzo
en uno de mis restaurantes favoritos con dos chicos realmente encantadores. Harían que no
pensara en la conversación que en pocas horas iba a tener con Gideon sobre mi pasado.
Claramente, mi intimidad había desaparecido. Tendría que echarle pelotas y hablar
con Gideon antes de que saliéramos a cenar. Antes de que siguieran viéndolo conmigo en
público. Tenía que saber el riesgo que corría por relacionarse conmigo.
Cuando recibí un sobre interno poco después, supuse que se trataba del bosquejo de
uno de los anuncios de Kingman, pero en lugar de ello, me encontré con una tarjeta de
Gideon.
A MEDIODÍA. EN MI DESPACHO.
—¿De verdad? —murmuré, enfadada por la ausencia de un saludo y una despedida.
Por no mencionar la falta de ninguna fórmula de petición. ¿Y cómo olvidar el hecho de que
Gideon ni siquiera hubiese mencionado haberse encontrado con Magdalene en la cena?
¿La había invitado a ella como sustituta mía? Al fin y al cabo, para eso estaba, para
ser una de las mujeres con las que él alternaba fuera de su habitación de hotel.
Le di la vuelta a la tarjeta de Gideon y le escribí el mismo número de palabras sin
firmar.
LO SIENTO. YA TENGO PLANES.
Una contestación irritante, pero se la merecía. Cuando dieron las doce menos
cuarto, Mark y yo nos dirigimos a la planta baja. Cuando me detuvieron los de seguridad y
el guardia llamó a Gideon para decirle que yo estaba en el vestíbulo, mi irritación pasó al
enfado.
—Vámonos —le dije a Mark mientras daba zancadas hacia la puerta giratoria sin
hacer caso a las súplicas del guardia de seguridad para que esperara un momento. Me sentí
mal por meterle en esto.
Vi a Angus y al Bentley parados en el bordillo en el mismo momento en que
escuché a Gideon gritar mi nombre detrás de mí como el golpe de una fusta. Lo miré
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mientras se unía a nosotros en la acera con rostro impasible y una mirada gélida.
—Voy a comer con mi jefe —le dije desafiante.
—¿Adónde vais, Garrity? —preguntó Gideon sin apartar los ojos de mí.
—Al Asador de Bryant Park.
—Me aseguraré de que ella va. —Dicho lo cual, me agarró del brazo y me condujo
con firmeza hacia el Bentley y hacia la puerta trasera que Angus mantenía abierta para mí.
Gideon entró detrás de mí obligándome a arrastrarme por el asiento. La puerta se cerró y
salimos de allí.
Tiré de la falda de mi vestido de tubo para colocármela bien.
—¿Qué haces, además de avergonzarme delante de mi jefe?
Pasó un brazo por encima del respaldo del asiento y se inclinó hacia mí.
—¿Cary está enamorado de ti?
—¿Qué? ¡No!
—¿Te lo has follado?
—¿Has perdido la cabeza? —Avergonzada, miré a Angus y vi que actuaba como si
estuviera sordo—. Que te follen, conquistador millonario con tu grupito de famosas guapas.
—Así que has visto las fotos.
Estaba tan enfadada que resollaba. Los nervios. Aparté la cabeza haciendo caso
omiso de él y de sus estúpidas acusaciones.
—Cary es como un hermano para mí. Ya lo sabes.
—Sí, pero, ¿qué eres tú para él? Las fotos son increíblemente claras, Eva. Sé
reconocer el amor cuando lo veo.
Angus aminoró la marcha para que una multitud de peatones cruzara la calle. Yo
abrí la puerta y giré la cabeza hacia atrás mirando a Gideon para que pudiera ver bien mi
cara.
—Está claro que no es así.
Cerré la puerta de golpe y empecé a andar con paso enérgico dejando claro mi
enfado. Había reprimido mis dudas y mis celos con un esfuerzo hercúleo, ¿y qué obtenía a
cambio? Un Gideon con un cabreo irracional.
—Eva, párate ahora mismo.
Le hice una peineta con el dedo sin girar la cabeza y subí corriendo los escalones de
la puerta de Bryant Park, un exuberante oasis verde y tranquilo en medio de la ciudad. El
simple hecho de cruzar la calle y subir desde la acera era como transportarte a un mundo
completamente distinto. Achaparrado bajo los imponentes rascacielos que lo rodeaban,
Bryant Park era una zona ajardinada que quedaba tras una hermosa y antigua biblioteca. Un
lugar donde el tiempo se detenía, los niños reían con la alegría inocente de unas vueltas en
el tiovivo y los libros constituían unos preciados compañeros.
Por desgracia para mí, el guapísimo ogro de un mundo me siguió al otro. Gideon me
agarró de la muñeca.
—No corras —me siseó al oído.
—Actúas como un demente.
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—Quizá sea porque me estás volviendo loco, joder. —Sus brazos se endurecieron
hasta convertirse en cintas de acero—. Eres mía. Dime que Cary lo sabe.
—Claro, igual que Magdalene sabe que tú eres mío. —Deseé que pusiera algo cerca
de mi boca para poder morderlo—. Estás llamando la atención.
—Podríamos haber hecho esto en mi despacho si no hubieses sido tan
condenadamente cabezota.
—Tenía planes, idiota. Y me los estás arruinando. —La voz se me rompió y las
lágrimas empezaron a salir mientras notaba que había muchos ojos puestos sobre nosotros.
Me iban a despedir por dar aquel espectáculo tan vergonzoso—. Lo estás jodiendo todo.
Gideon me soltó en ese instante y me dio la vuelta para que lo mirara. Con sus
manos sobre mis hombros se aseguró de que aún no pudiera escaparme de allí.
—Dios mío. —Me aplastó contra él colocando los labios sobre mi cabello—. No
llores. Lo siento.
Golpeé el puño contra su pecho, lo cual tuvo el mismo efecto que si hubiese
golpeado una roca.
—¿Qué pasa contigo? ¿Puedes salir con una mala zorra que me llama puta y que
cree que va a casarse contigo y yo no puedo ir a comer con un buen amigo que ha estado
apoyándote desde el principio?
Colocó la palma de la mano sobre la parte de atrás de mi cabeza y apretó su mejilla
contra mi sien.
—Eva, Maggie estaba por casualidad en el mismo restaurante donde yo cenaba con
mis socios.
—No me importa. Quieres hablar sobre cómo me mira una persona. Y tú... ¿Cómo
puedes mirarla así después de lo que me dijo?
—Cielo... —Sus labios se movían fervientemente por mi rostro—. Esa mirada era
por ti. Maggie me alcanzó en la puerta y le dije que me iba a casa contigo. No puedo evitar
la mirada que pongo al pensar en nosotros estando a solas y juntos.
—¿Y esperas que me crea que ella sonrió al escuchar aquello?
—Me dijo que te saludara de su parte, pero supuse que eso no te sentaría bien y no
estaba dispuesto a fastidiar nuestra noche por ella.
Mis brazos se deslizaron alrededor de su cintura por debajo de su chaqueta.
—Tenemos que hablar. Esta noche, Gideon. Hay cosas que tengo que contarte. Si
un periodista busca bien y tiene suerte... Tenemos que mantener nuestra relación en privado
o terminar con ella. Cualquiera de las dos cosas será lo mejor para ti.
Gideon colocó las manos sobre mi cara y apretó su frente contra la mía.
—Ninguna de las dos es una opción válida. Sea lo que sea, lo solucionaremos.
Me puse de puntillas y apreté la boca contra la de él. Nuestras lenguas se acariciaron
y se sumieron en un beso muy apasionado. Tomé algo de conciencia de la multitud de
personas que pululaban a nuestro alrededor, el murmullo de numerosas conversaciones y el
continuo ruido del incesante tráfico del centro de la ciudad, pero nada de aquello importaba
estando al abrigo de Gideon, mientras él me acariciaba. Me producía tanta tortura como
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placer. Era un hombre cuyos cambios de humor y pasiones volubles rivalizaban con los
míos.
—Venga —susurró recorriendo mi mejilla con la yema de los dedos—. Vámonos
para seguir con esto.
—No me escuchas, loco cabezota. Tengo que irme.
—Vámonos juntos a casa después del trabajo. —Fue apartándose, agarrándome de
la mano hasta que la distancia hizo que los dedos se separaran.
Cuando me giré hacia el restaurante cubierto de hiedra vi que Mark y Steven me
esperaban en la entrada. Formaban una pareja extraña, Mark vestido con su traje y Steven
con sus vaqueros gastados y sus botas viejas.
Steven estaba con las manos en los bolsillos y una enorme sonrisa en su atractivo
rostro.
—Creo que tengo ganas de aplaudir. Ha sido mejor que ver una película romántica.
Me ruboricé mientras cambiaba mi peso de un pie a otro.
Mark abrió la puerta y me hizo una señal para que pasara.
—Creo que puedes olvidar lo que te he dicho antes tan sabiamente sobre que Cross
es un mujeriego.
—Gracias por no despedirme —contesté irónicamente mientras esperábamos a que
el encargado comprobaba nuestra reserva—. O al menos, por darme de comer antes.
Steven me dio un golpecito en el hombro.
—Mark no puede permitirse el perderte.
Mientras apartaba la silla para que me sentara, Mark sonrió.
—¿Cómo si no voy a informar a Steven con regularidad de tu vida amorosa? Es
adicto a los culebrones, ¿sabes? Le encantan los dramas románticos.
—Estás de broma —dije soltando un bufido.
Steven se pasó una mano por el mentón y sonrió.
—Nunca admitiría ni una cosa ni la otra. Los hombres deben mantener sus secretos
ocultos.
Sonreí, pero fui dolorosamente consciente de mis propios secretos. Y de lo rápido
que pasaba el tiempo antes de tener que revelarlos.
A las cinco de la tarde me estaba armando de valor para contar mis secretos. Estaba
tensa y triste cuando Gideon entró en el Bentley y mi intranquilidad no hizo más que
empeorar cuando vi cómo estudiaba mi rostro, que yo trataba de apartar. Cuando me cogió
la mano y se la llevó a los labios, me dieron ganas de llorar. Aún me estaba recuperando de
nuestra discusión en el parque y aquél era el menor de los problemas que debíamos tratar.
No hablamos hasta que llegamos a su apartamento.
Cuando entramos en su casa, me condujo a través de su preciosa y cara sala de estar
y a lo largo del pasillo hasta su dormitorio. Allí, extendido sobre la cama, había un fabuloso
vestido de cóctel del color de los ojos de Gideon y una bata de seda negra que llegaba hasta
los tobillos.
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—Tuve un poco de tiempo para ir de compras antes de la cena de anoche —me
explicó.
Mi temor se desvaneció un poco, suavizado por el placer que me produjo su
consideración.
—Gracias.
Colocó mi bolso en una silla junto al vestidor.
—Quiero que te pongas cómoda. Puedes ponerte la bata o algo mío. Voy a abrir una
botella de vino y nos sentiremos mejor. Cuando estés lista, podremos hablar.
—Me gustaría darme una ducha rápida. —Deseé que pudiéramos separar lo que
había ocurrido en el parque de lo que tenía que contarle para así poder tratar cada asunto
como se merecía, pero no tuve otra opción. Cada día que pasaba suponía una oportunidad
más para que alguien le contara a Gideon lo que tenía que escuchar de mis labios.
—Como quieras, cielo. Estás en tu casa.
Cuando me quité los tacones y me metí en el baño, sentí el peso de su preocupación,
pero mi revelación tendría que esperar hasta que yo me sintiera mejor. En un esfuerzo por
hacerme con ese control, me tomé mi tiempo bajo la ducha. Por desgracia, eso hizo que me
acordara de la que nos habíamos dado juntos esa misma mañana. ¿Había sido nuestra
primera y última ducha como pareja?
Cuando estuve preparada, encontré a Gideon de pie junto al sofá de la sala de estar.
Él se había puesto los pantalones de un pijama de seda negro que le quedaba por debajo de
la cintura. Nada más. Una pequeña llama parpadeaba en la chimenea y en una cuba llena de
hielo colocada sobre la mesita había una botella de vino. En el centro, había dispuesto
varias velas de color marfil y su resplandor dorado era la única iluminación aparte de la del
fuego.
—Perdone —dije desde la puerta de la habitación—. Estoy buscando a Gideon
Cross, el hombre que no cuenta con ningún romanticismo en su repertorio.
Sonrió tímidamente, una sonrisa infantil que contrastaba enormemente con la
sexualidad madura de su torso desnudo.
—No creo que sea así. Simplemente intento adivinar lo que te puede complacer y
luego pruebo, con la esperanza de acertar.
me complaces. —Crucé la habitación hasta él y la bata negra osciló alrededor
de mis piernas. Me gustó ver que él se había puesto algo que encajaba con lo que me había
regalado.
—Eso quiero —dijo serio—. Me estoy esforzando.
Me detuve delante de él y bebí ante la belleza de su rostro y la forma tan erótica con
que su pelo le acariciaba la parte superior de los hombros. Pasé las manos por sus bíceps y
estrujé con suavidad el fuerte músculo antes de dar un paso más hacia él y apretar mi rostro
contra su pecho.
—Oye —murmuró envolviéndome con sus brazos—, ¿esto es por haber sido un
estúpido a la hora del almuerzo? ¿O qué es lo que tienes que decirme? Háblame, Eva, para
que yo pueda decirte que no va a pasar nada malo.
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Acaricié sus pectorales con mi nariz sintiendo el cosquilleo del pelo de su pecho
contra mi mejilla y respirando el olor tranquilizador y familiar de su piel.
—Deberías sentarte. Tengo que contarte algunas cosas sobre mí. Cosas feas.
Gideon me soltó a regañadientes cuando me aparté de él. Me acurruqué en su sofá
con las piernas encogidas por debajo de mi cuerpo y él nos sirvió unas copas de vino
dorado antes de sentarse. Inclinándose hacia mí, pasó un brazo por detrás del respaldo del
sofá mientras sostenía la copa con la otra mano, prestándome toda su atención.
—Bien. Allá va. —Respiré hondo antes de empezar, sintiéndome aturdida por el
elevado ritmo de mi pulso. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había
estado tan nerviosa ni tan mal—. Mi madre y mi padre nunca se casaron. La verdad es que
no sé mucho sobre cómo se conocieron porque ninguno de los dos habla de ello. Sí sé que
mi madre procedía de una familia adinerada. No tanto como el que consiguió al casarse
después, pero más del que la mayoría de la gente tiene. Se estaba presentando en sociedad.
Con toda la parafernalia del vestido blanco y la presentación. El quedarse embarazada de
mí fue un error que hizo que la repudiaran, pero se quedó conmigo. —Bajé la mirada hacia
mi copa—. De verdad que la admiro por ello. Tuvo muchas presiones para deshacerse del
bebé... de , pero siguió adelante con el embarazo. Claro está.
Él pasaba los dedos por mi cabello mojado tras la ducha.
—Por suerte para mí —dijo.
Agarré sus dedos y le besé los nudillos y, a continuación, él colocó la mano sobre
mi regazo.
—Incluso con un bebé, pudo conseguir pescar un millonario. Él era un viudo con un
hijo dos años mayor que yo, así que creo que los dos pensaron que se trataba de un acuerdo
perfecto. Él viajaba mucho y apenas estaba en casa y mi madre se gastaba su dinero y se
ocupaba de criar a su hijo.
—Comprendo la necesidad de dinero, Eva —murmuró—. Yo también necesito
tenerlo. Necesito el poder que te da. La seguridad.
Nuestros ojos se miraron. Algo ocurrió entre los dos tras aquella pequeña confesión.
Hizo que me resultara más fácil contar lo que venía después.
—Yo tenía diez años la primera vez que mi hermanastro me violó...
El pie de su copa se rompió en su mano. Se movía con tanta rapidez que su rostro se
desdibujó mientras agarraba el cuenco de su copa contra su muslo para que no se
derramara.
Me puse de pie cuando él lo hizo.
—¿Te has cortado? ¿Estás bien?
—Estoy bien —contestó con voz cortante. Fue a la cocina para tirar la copa rota
haciéndola añicos. Yo dejé la mía con cuidado. Las manos me temblaban. Oí armarios
abriéndose y cerrándose. Un momento después, Gideon volvió con un vaso de algo más
oscuro en la mano.
—Siéntate, Eva. —Me quedé mirándole. Su cuerpo estaba tenso y su mirada, gélida.
Se pasó una mano por la cara y dijo con más suavidad—: Siéntate... por favor.
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Mis flaqueantes piernas cedieron y me senté en el filo del sofá, apretándome la bata
alrededor del cuerpo.
Gideon se quedó de pie, dando un largo trago a lo que fuera que tenía en la mano.
—Has dicho la primera vez. ¿Cuántas veces fueron?
Respiré varias veces tratando de calmarme.
—No lo sé. Perdí la cuenta.
—¿Se lo contaste a alguien? ¿Se lo contaste a tu madre?
—No. Por Dios, si lo llega a saber me habría sacado de allí. Pero Nathan se aseguró
de que yo estuviera demasiado asustada como para contárselo. —Traté de tragar saliva para
humedecerme la garganta e hice una mueca al sentir el dolor y la quemazón como si fuera
de papel de lija. Cuando volvió a salirme la voz, apenas fue en forma de susurro—. Hubo
una vez que me sentí tan mal que casi se lo conté, pero él se dio cuenta. Nathan sabía que
yo estaba a punto de hacerlo. Así que le rompió el cuello a mi gata y la dejó sobre mi cama.
—¡Dios mío! —El pecho se le movía con fuerza—. No es sólo que fuera un hijo de
puta, es que estaba loco. Y estaba abusando de ti.... Eva.
—Los criados tuvieron que saberlo. —Continué aturdida mientras miraba mis
manos retorcerse. Sólo quería terminar con aquello, sacarlo todo para poder volver a
guardarlo en el cajón de mi mente donde poder olvidar aquello durante mi vida diaria—. El
hecho de que tampoco dijeran nada me hizo pensar que también estaban asustados. Eran
adultos y no dijeron anda. Yo era una niña. ¿Qué podía hacer si ellos no hacían nada?
—¿Cómo saliste de aquello? —preguntó con la voz quebrada—. ¿Cuándo acabó?
—Cuando cumplí catorce años. Creía que estaba teniendo el periodo, pero había
demasiada sangre. Mi madre se asustó y me llevó a urgencias. Tuve un aborto. Mientras me
examinaban encontraron pruebas de... otros traumatismos. Desgarros vaginales y anales...
Gideon dejó el vaso en la mesa con un ruido sordo y fuerte.
—Lo siento —susurré, sintiéndome como si estuviera enferma—. Te ahorraría los
detalles, pero tienes que saber lo que alguien podría descubrir. El hospital denunció los
abusos ante los servicios sociales para menores. Todo está en los registros públicos y han
sido precintados, pero hay gente que conoce la historia. Cuando mi madre se casó con
Stanton, él reforzó aquellos precintos, pagó dinero a cambio de acuerdos de
confidencialidad... cosas así. Pero tú tienes derecho a saber que esto puede volver a salir a
la luz y hacer que te avergüences.
¿Avergonzarme? —preguntó bruscamente lleno de rabia—. La vergüenza no está
incluida en la lista de cosas que sentiría.
—Gideon...
—Destruiría la carrera de cualquier periodista que escribiera sobre esto y luego
desmantelaría la publicación que sacara el artículo. —Su voz sonaba tan fría y llena de furia
que era glacial—. Encontraré a ese monstruo que te hizo daño, Eva, dondequiera que esté y
voy a hacer que desee estar muerto.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo porque le creí. Lo vi en su rostro. En su voz. En la
energía que irradiaba y en su mirada afilada. No sólo era una mirada oscura y peligrosa.
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Gideon era un hombre que conseguía lo que quería, no importa lo que costara.
Me puse de pie.
—No merece la pena el esfuerzo. Él no merece que pierdas el tiempo.
sí. Tú lo mereces. ¡Maldita sea! ¡Joder!
Me acerqué a la chimenea en busca de calor.
—También hay una estela de dinero. Los policías y los periodistas siempre siguen el
dinero. Alguien puede preguntarse por qué mi madre dejó su primer matrimonio por dos
millones de dólares, pero su hija, de una relación anterior, se quedó con cinco. —Sin
mirarle, sentí su repentina quietud—. Por supuesto —continué—, es probable que ese
puñetero dinero ahora haya aumentado considerablemente, yo no lo toco, pero Stanton
administra la cuenta donde lo deposité y todo el mundo sabe que tiene la habilidad de ser
un Midas. Si alguna vez te preocupa que yo quiera tu dinero...
—No sigas hablando.
Giré la cara hacia él. Vi su cara, sus ojos. Vi la pena y el horror. Pero lo que más me
dolió fue lo que no vi.
Mi mayor pesadilla se había hecho realidad. Había temido que mi pasado pudiera
afectar negativamente a la atracción que él sentía por mí. Le había dicho a Cary que Gideon
quizá se quedara conmigo por los motivos equivocados. Que podría quedarse a mi lado,
pero que aun así —a todos los efectos—, lo perdería de todos modos.

Y parecía que así era.

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