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Pídeme lo que quieras Cap. 63, 64


La baja dura tres semanas y la aprovecho para hacer una última limpieza en casa y comenzar a guardar en cajas las cosas que me quiero llevar a Alemania. Eric quiere comprarme un coche más seguro y resistente pero yo me niego. Mi Seat León me encanta. Mi seguro lo arregla en un tiempo récord, y supongo que ha sido Eric quien les ha metido caña. Queda como nuevo.
Eric me cuida con mimo y me ayuda con las cajas. No me voy a llevar muchas cosas, excepto ropa, fotos, libros y mi música. El resto quiero que se quede todo aquí y, a medida que pase el tiempo, me lo iré llevando poco a poco.
El día que aparezco en la oficina todos me miran. Me observan con curiosidad. Saben que soy la novia del jefazo y hacen eso que tanto odio: ¡cuchichear!
Miguel se acerca a mí nada más verme.
—Ahora que eres la novia del jefe, ¿desayunas conmigo? —pregunta con guasa.
Lo miro divertida.
—Anda, petardo… vamos.
En el camino se preocupa por mi estado de salud. Le explico mi accidente y él me escucha horrorizado. En la cafetería, cuando voy a pagar, los empleados no me dejan. Tienen orden del señor Zimmerman de no cobrar nada de lo que yo consuma. Todo se pone a su cuenta.
Cuando regreso a mi puesto de trabajo, mi jefa sale a saludarme. Su tono de voz ahora es suave e incluso intenta ser agradable conmigo. Menuda perraca es ésta. Ahora que sabe que soy la novia de Eric me lleva entre algodones.
A los diez minutos de llegar, veo que entra una chica al despacho y se sienta a la mesa que era de Miguel. Me mira y pregunta:
—¿Eres Judith?
Asiento y añade.
—Soy Claudia, la nueva secretaria del señor Zimmerman mientras esté en España.
Sorprendida, la miro. Eric no me ha comentado nada en el tiempo que he estado de baja, pero no me extraña, Eric no ha querido hablar absolutamente nada del trabajo en mi convalecencia. Incluso quería que el médico me ampliara la baja, pero yo no lo permití. Eso lo hizo enfadar, pero a mí me dio igual. Mi baja se finaliza y yo comienzo a trabajar.
Cuando Eric entra por la puerta, me mira. Yo también lo miro.
—Buenos días, señor Zimmerman.
Suelta el maletín sobre mi mesa, se acerca a mí y me da un beso en los labios que deja a mi jefa y a la nueva secretaria tiesas. Tras aquel más que deseado beso, murmura:
—Buenos días, Jud. ¿Te encuentras bien?
Aturdida por aquel recibimiento, no sé adónde mirar mientras veo que Eric retiene sus ganas de reír. Finalmente sonrío.
—Buenos días, Eric. Me encuentro bien y dispuesta para trabajar.
Mi jefa, encantada de haberse conocido, dice:
—Pero qué bonita parejita hacéis los dos.
¡Falsa! La conozco y veo la falsedad en sus ojos y en cómo me mira.
—Gracias —responde Eric.
Mi jefa me repasa de arriba abajo. Sigue sin creer lo que ve.
—¡Oh, qué anillo más bonito llevas! ¿Es lo que imagino?
Eric coge mi mano, me besa los nudillos y añade con posesión:
—Un diamante para mi precioso diamante.
Sus palabras me acaloran, sobre todo al ver cómo me miran esas dos. Finalmente, tras un incómodo silencio, mi jefa se vuelve hacia mí.
—Judith, ella es la nueva secretaria de Eric. Se llama Claudia Sánchez y es mi hermana pequeña. Ella ocupará tu puesto cuando tú te traslades a Alemania.
Me quedo pasmada… ¿Por qué no me lo ha dicho ella al presentarse? Y, especialmente, ¿por qué ya están haciendo planes sin hablar antes conmigo?
—Una secretaria muy eficiente, por cierto —añade Eric.
Ese halago me molesta, pero disimulo.
—Gracias, señor Zimmerman —responde la joven, encantada—. Para mí es un placer oírlo decir eso. Estoy encantada de que esté satisfecho con mi trabajo.
Esa sonrisita de zorra me la conozco. Es igualita a la de su hermana y sé que no va a deparar nada bueno. Con disimulo, observo cómo se humedece los labios para mirar a Eric y eso me molesta.
—Claudia es un cerebrito, además de listísima y monísima —dice mi jefa—. Por cierto, Claudia, dile a Judith los idiomas que hablas.
La joven pestañea y se toca el cabello.
—Alemán, francés, inglés, ruso y algo de chino.
—Impresionante —comenta Eric.
¡Vaya! La tía es un portento… pero como siga humedeciéndose los labios, se los va a tragar de un puñetazo.
Durante un rato hablan delante de mis narices, mientras observo cómo ésa sonríe. En sus ojos puedo ver que le encanta su jefe y, en cierto modo, la entiendo. ¿A quién no le gusta Eric? Finalmente, él da por finalizada la charla y se mete en su despacho. Pero, cuando suena el teléfono de Claudia y ésta entra en él, me inquieto como nunca lo había hecho.
Apenas puedo mirar mi ordenador. Sólo puedo mirar con disimulo hacia el despacho de Eric. Dos minutos después, Claudia sale.
—Voy a por un café para mi jefe.
Cuando ésta se marcha, me levanto y entro como un miura en el despacho de mi novio. Él me mira y yo, con los celos instalados en mi cara, pregunto:
—¿Qué es eso de ofrecerle a otra mi puesto sin contar conmigo? —Al ver que no contesta, insisto—: ¿Cuándo me ibas a decir que tienes nueva secretaria?
Eric suelta el bolígrafo que tiene en las manos.
—¿Algún problema, Jud?
—No… yo no tengo ningún problema, pero por lo que veo tú sí lo has tenido para no explicármelo.
Divertido, Eric, frunce los ojos.
—¿Estás celosa de Claudia?
—No.
—¿Entonces?
Malhumorada, me retiro el flequillo de la cara.
—Deja de mirarme con esa sonrisita tonta o te juro que te abro la cabeza con el macetero.
Eric suelta una carcajada que retumba en el despacho. Se levanta, da la vuelta a su mesa y cuando llega a mi lado, sin tocarme, cuchichea:
—Mmmm… sabes que ese carácter tuyo tan español me enloquece.
Al verlo tan cerca de mí, levanto el mentón y cierro los ojos con fuerza.
—¡Diosssssssss…! ¿Por qué no me has dicho nada? Se supone que es mi trabajo y ya se lo has dado a otra.
—Cariño. Ella se ocupará de mis asuntos el tiempo que me queda en España y al mismo tiempo se va enterando de lo que tú haces. Así, cuando no estés, todo funcionará como hasta el momento. Tengo que pensar en el buen funcionamiento de la empresa.
Sin prestar atención a lo que me ha dicho, respondo enfadada:
—Pero ¿tú has visto cómo te mira? Sólo me han hecho falta cinco minutos con ella para saber que le gustas y…
—Pero a mí quien me gusta eres tú… cuchufleta —me corta—. Y el resto de las mujeres, incluida Claudia, no son absolutamente nada para mí. Sólo tú. Métetelo en esa preciosa cabecita, ¿vale? Y si no te había dicho nada es por evitarte quebraderos de cabeza, ¿y sabes por qué? Porque en Alemania quiero que descanses de horarios y vivas como una reina. Quiero que seas feliz haciendo lo que te gusta y te des todos los caprichos del mundo. Pero si quieres trabajar, no te preocupes. Te prometo que habrá un puesto de trabajo allí para ti.
De pronto me doy cuenta de lo ridícula que debo de parecer y cierro los ojos.
—¡Diossssssssssss, qué vergüenza! ¿Qué estoy haciendo?
Eric sonríe pero, cuando va a responder, la puerta se abre y aparece Claudia con el café. El teléfono suena, ella lo coge y, tras decirle que es una llamada desde Alemania, yo salgo y cada uno continúa con su trabajo.
A la una, Eric sale de la oficina. Tiene una comida y yo decido ir al Vips a comer. Cuando regreso, al pasar por una floristería, se me ocurre algo. Sonrío y me dejo llevar por mi impulso. Encargo un bonito ramo de rosas para Eric que me cuesta un pastón y en la tarjeta escribo:
Yo no sé hablar, ni francés, ni ruso, ni chino ¿me renovarás el contrato? TQ. Cuchufleta.
Dos horas después, cuando estoy tecleando en mi ordenador oigo que suena el teléfono de mi nueva compañera. Segundos después, ella se levanta y veo entrar a un muchacho con un bonito ramo de rosas. Claudia se sorprende y se las lleva a Eric. Con disimulo, observo cómo ésta se las entrega y sale del despacho. Él, sorprendido, las mira. ¿Rosas para él? Pero cuando abre la tarjetita y lo veo sonreír y mirarme, no lo puedo evitar y sonrío. Instantes después, suena mi móvil. Un mensaje de Eric: «Tu contrato está renovado de por vida en mi corazón. Te quiero».
64
A primeros de diciembre, la madre de Eric aparece por Madrid para ver con sus propios ojos qué tal está su hijo. El pequeño Flyn, según me dijo, iba a venir con ella, pero, al final, una de sus trastadas se lo impidió y lo dejó en Alemania con la tata. Su felicidad al ver tan feliz a Eric es plena y más cuando habla de nuestro próximo traslado a Alemania.
Sonia se emociona. Saber que su hijo regresa a su hogar la llena de alegría y yo lo veo en su mirada.
Aquella noche, cuando llego al restaurante y veo a mi padre y a mi hermana con mi cuñado Jesús esperándonos, salto de felicidad. Eric lo ha organizado todo sin decirme nada. Desea que nuestras familias se conozcan y que lo nuestro sea totalmente oficial. Esa sorpresa me gusta y más cuando mi padre me da un beso y me murmura:
—Tú vales mucho, morenita, y él lo sabe.
La felicidad que siento al escuchar a mi padre y ver su cara de orgullo es indescriptible. Él quiere lo mejor para mí y sabe que Eric es mi felicidad. A la cena se suman Andrés y Frida y, cuando creo que ya no va a llegar nadie más, aparece Marta con un amigo.
Todos brindan por nosotros, mientras Eric y yo nos miramos embobados. Apenas puedo creer que todo esto me esté pasando a mí. He encontrado el amor cuando menos lo buscaba y con la persona que menos esperaba. Eric es mi mundo y mi vida y nada, absolutamente nada, puede empañar mi felicidad y mi alegría.
Mi maravilloso novio está guapísimo con su traje oscuro y su camisa azul. Es tan elegante vistiendo que a veces temo no estar a su altura. Su mirada me tiene loca. Se lo que piensa. Lo que desea y acercándome a él murmuro:
—Estoy deseando llegar al hotel.
—Mmmm, te estás volviendo una depravada, cariño —cuchichea, mientras me besa el hombro.
Sonrío, mientras todos cenan tranquilamente a nuestro alrededor.
—Tan depravada como tú. No hago más que pensar en…
—¿Sexo?
Asiento y él sonríe.
—¿Qué te parece si esta noche jugamos?
Clava sus impresionantes ojos claros en mí.
—¿Quieres que juguemos esta noche?
Abro los ojos y sonrío.
—Sí.
Eric se mete un trozo de carne en la boca y, tras masticarla, me pregunta al oído:
—¿Algún juego en especial?
Me rasco la mejilla y me encojo de hombros.
—Algo que sea para los dos.
Eric asiente.
—De acuerdo. Haré una llamada.
Saber eso me altera y, debe de ser tan escandalosa la cara que tengo, que murmura entre risas.
—Cambia ese gesto, viciosilla.
Ambos sonreímos y ya no puedo dejar de pensar en qué nos esperará en el hotel.
Cuando la cena se acaba, mi hermana y mi cuñado se llevan a mi padre a su casa y
Sonia regresa al hotel. Frida y Andrés se marchan a su casa, el pequeño Glen tiene un poco de fiebre y ella está preocupada. Yo le pido a Eric regresar al hotel pero él, divertido, me anima a ir a tomar una copa con su hermana y su amigo. Acepto a regañadientes. Pero para incitarlo no paro de susurrarle al oído que estoy lista para lo que él quiera. Y consigo mi propósito. Lo veo en su mirada, pero decide hacerme sufrir un ratito más.
Como yo soy la que vive en Madrid y conoce los locales de moda los llevo al Toopsie, lejos de donde podría encontrarme con mis amigos. Si vieran a Eric se quedarían de piedra. Vestido con su traje oscuro no tiene nada que ver con los tatuajes y los piercings de mis amigos. Eso me divierte. Y creo que, en cierto modo, eso, unido a su fuerte personalidad es lo que me enamoró de él.
En el Toopsie, Marta y yo bailamos divertidas. Marta es una alocada como yo y pronto me doy cuenta de que hacemos buena camarilla. Durante un par de horas, los cuatro nos divertimos de lo lindo y, cuando ponen música más íntima y suena Blanco y negro, Eric me mira y dice:
—Señorita Flores, ¿sería tan amable de bailar conmigo esta canción?
—Por supuesto, señor Zimmerman.
Cuando llegamos a la pista, Eric me abraza y por primera vez bailo con él. Nunca había hecho aquello y sentirme abrazada a él mientras suena nuestra canción me parece lo más bonito que he hecho en mi vida.
No hablamos. Sólo nos abrazamos mientras la voz de Malú canta:
Te regalo mi amor, te regalo mi vida,
Te regalaré el sol siempre que me lo pidas.
No somos perfectos, sólo polos opuestos.
Mientras sea junto a ti, siempre lo intentaría.
¿Y que no daría?
Eric me mira y, cuando acaba la canción, murmura:
—Creo que ya ha llegado el momento de llevarte al hotel.
—¡Por fin! —susurro, haciéndolo reír.
Mi felicidad es tan completa que creo que voy a explotar de un momento a otro. Eric me lleva hasta donde está su hermana y su amigo y nos despedimos. Ellos se ríen al ver nuestras prisas por marcharnos.
Al salir del local, aparece Tomás. Una vez dentro del coche, Eric sube el cristal que nos separa de él y dice, mientras se desabrocha los pantalones y deja a mi vista su enorme erección:
—Jud… móntate a horcajadas sobre mí. ¡Ya!
Sorprendida por esa urgencia sonrío y lo hago encantada.
—Dios, nena… voy a explotar.
Me río y siento sus manos subir por mis muslos hasta llegar a mi bonito tanga. Es nuevo. Pero de un tirón seco me lo arranca.
—¡Eric!
—Te compraré cientos de tangas… no te preocupes por eso. Ahora ábrete para mí.
—Muy bien, señor Zimmerman —susurro, mientras él pone ante mí el tanga roto—. Una vez roto mi tanga, ahora sólo espero que se comporte y me folle como usted sabe.
—Oh, sí… pequeña, no lo dudes.
Mis palabras lo avivan y me penetra de un solo movimiento. Mi boca se abre, sale
un jadeo y escucho su bronco gemido. Sí… su posesión me aviva. Me aprieta contra él, jadeo.
—Así… ¿te gusta?
La sensación que me provoca me hace gemir con fuerza mientras él se introduce más y más en mí.
—Vamos, señorita Flores —musita en mi oído—. Responda.
—Me gusta… sssí… sigue.
Jadeo. Mi cuerpo, electrizado y poseído por él, se mueve ante un nuevo embiste más profundo. Más implacable. Mi respuesta le ha gustado, me sujeta con fuerza las caderas y se hunde una y otra vez en mí hasta que yo grito. Agarrada a sus hombros, me hace entrar y salir una y otra vez de él. Un… dos… tres… y me aprieta con fuerza con su erección y yo grito otra vez. Una… dos… tres… y vuelve a hacerlo hasta que finalmente nuestro baile me hace correrme y él eyacula dentro de mí.
Durante unos segundos, sigo a horcajadas sobre él. Siento sus besos en mi cuello y murmura:
—Esta noche vas a ser toda mía. Toda.
—Lo estoy deseando.
Sonríe. Su cara, su gesto, me demuestra su felicidad.
—Levanta tu precioso cuerpo de mí con cuidado, pero no te apartes.
Divertida, hago lo que pide. Aprieta una trampilla de la limusina y aparecen pañuelos de papel. Coge uno y lo mete entre mis piernas, me limpia. Eso me excita más y, cuando veo que su glande vuelve a latir, sonrío y él me advierte:
—Señorita Flores… relájese y espere a llegar al hotel donde continuaremos el juego.
Se limpia, se abrocha el pantalón y murmuro, sentándome de nuevo sobre él:
—Te deseo… deseo morbo… que me compartas… deseo lo que quieras.
—Mmmmm… —Sonríe y, acercándose a mi boca, pregunta—: ¿Algún juego en especial?
—Tienes carta libre. Elige tú. Sólo deseo ser totalmente tuya.
Se ríe y me besa. Dos minutos después el coche se detiene. Bajo sin tanga y sigo a Eric hasta el ascensor. Cuando entramos en la suite nos quedamos en el salón. Allí nos espera una cubitera fría con champán. Sabe lo que quiero y yo sé lo que él quiere. Me mira de arriba abajo.
—Despampanante.
Con coquetería me doy una vuelta ante él. Voy con un vestido negro que me llega hasta las rodillas, con un gran escote delantero y otro en la espalda.
—Gracias —asiento divertida mientras miro a mi alrededor y veo que no hay nadie.
Abre una botella de champán rosado, me entrega una copa y le da un trago.
—Ven… sígueme.
Pasamos al dormitorio y, al entrar, veo que sobre la cama hay varios juguetes. Calor. Mis pezones se ponen tiesos y mi vagina se contrae.
Eric sube la música, después me abraza y me besa en los labios.
—¿Preparada para jugar?
Asiento, respondo a su caliente beso.
Me agarra por la cintura, me eleva para ponerme a su altura y me besa de nuevo.
—Precioso vestido… pero desnúdate.
Me suelta en el suelo y se sienta en la cama a la espera de que cumpla lo que pide.
Sin dilación, me quito el ancho cinturón que marca mis caderas y después suelto los corchetes que hay bajo mi pecho. El vestido cae a mis pies y quedo sólo vestida con un bonito sujetador negro. No llevo tanga, él me lo arrancó en el coche.
En ese momento, la puerta de la habitación se abre y veo que entra una mujer pelirroja. No la conozco. No sé quién es, pero sé a lo que ha venido.
Camina hacia nosotros y Eric me informa:
—Se llama Helga. Es una colega de Björn que curiosamente se aloja en el hotel y está de paso en España.
Helga y yo nos saludamos y Eric añade:
—De entrada, quiero observaros, ¿te parece bien, cariño?
Sé lo que disfruta él observándonos y sonrío.
Eric se desnuda y se sienta al borde de la cama. La pelirroja pasea sus manos por todo mi cuerpo. Sus dedos se paran en mi trasero y lo aprieta. Eric sonríe y yo hago un mohín.
De pronto se me ocurre algo:
—¿Y si soy yo quien te ofrece?
Eric me mira sorprendido. Yo levanto una ceja y camino hacia la cama. Saco un preservativo de la caja, se lo doy y le doy un beso en los labios.
—Póntelo.
Vuelvo a mi sitio inicial y Helga vuelve a tocarme mientras Eric rasga con los dientes el preservativo y se lo pone. Una vez está colocado, me desplazo hacia un lado, cojo a Helga de las manos y le susurro al oído bajo la enloquecida mirada de Eric.
—Súbete a él y fóllatelo para que yo lo vea.
Helga se sienta sobre Eric, coge su erección y poco a poco se clava en ella. Su cara lo dice todo. Disfruta siendo penetrada. Me subo a la cama, me pongo detrás de Eric y pido en su oído mientras le toco el cuello.
—… chúpale los pezones.
Sin un atisbo de celos, veo cómo el hombre que me vuelve loca hace lo que le pido. Le lame los pezones, se los mete en la boca y los chupa mientras aquella mujer mueve sus caderas y lo hace estremecer.
La respiración de Eric se acelera y la coge de las caderas para penetrarla con más profundidad. Eso me incita. Ver a Eric en acción me aviva y deseo ser yo la que ocupe el lugar de Helga.
Jadeos… calor…
Helga gime, se echa hacia atrás y sus pechos regresan a la boca de Eric, mientras él la penetra. Fuerza. Posesión. Me gusta sentirlo así. Mi vagina se contrae y le reparto cientos de besos por los hombros.
—Disfruta, cariño… —le murmuro de nuevo al oído—. Ahora quien te observa soy yo.
Eric echa la cabeza hacia atrás para que lo bese y yo lo poseo con la boca, mientras el baile sexual de ellos continúa durante varios minutos más. Al final, Helga se arquea y grita. Eric se deja ir mientras me besa. Abre la boca para soltar un ronco gruñido y yo le muerdo los labios.
A diferencia de cuando soy yo la que está entre sus brazos, Eric se quita de encima a Helga en cuanto termina. La joven, sin decir nada, va al baño y escucho el agua correr. La respiración de Eric comienza a serenarse, se tumba en la cama y yo me pongo a su lado.
—Nunca me había ofrecido una mujer.
—Me alegra ser la primera y te aseguro que no será la última.
Eric cuchichea.
—Es usted muy peligrosa, señorita Flores. Nunca me deja de sorprender.
—Me gusta serlo y hacerlo, señor Zimmerman.
Lo beso y me responde con ardor.
Me abraza y, cuando Helga sale del baño, me suelta.
—Voy a ducharme, cariño.
Eric desaparece y Helga se acerca a mí y me acaricia la cintura.
—Ahora te quiero a ti.
Excitada, me acerco a ella. Me toca los pechos y, con delicadeza, se agacha para metérselos en la boca. Me toca la cintura y yo cierro los ojos mientras me dejo llevar por el placer de la lujuria.
Vuelvo a estar parada en el centro de la habitación y ella se pone a mi espalda.
Sigue su recorrido y sube lentamente por mi columna, cuando, de pronto, siento que me está desabrochando el sujetador. Un corchete… otro… otro… y la fina tela cae a mis pies. Sus hábiles dedos pasean ahora por mis costillas, hacen circulitos y, cuando me cogen los pechos, jadeo al notar cómo me aprisiona los pezones.
Eric sale del baño y nos observa mientras se sienta mojado en la cama. Helga me hace andar hasta él y, agarrándome los dos pechos, se los ofrece. Gustoso, los toma. Primero chupa uno. Después el otro y, cuando los pezones erectos están duros como piedras, los mordisquea como sabe que me gusta.
Calor… calor… mucho calor.
Las manos de Helga vuelven a mi trasero y Eric, al ver aquello, me agarra de las caderas y me atrae hacia él. Pone sus labios sobre mi monte de Venus y lo besa con mimo.
—Ah… —Sale de mi boca.
Eric sonríe, se sienta al fondo de la cama y vuelve a mover la cabeza. Helga me agarra de la mano y me hace subir a ella. Me lleva hasta la altura de Eric y me indica que me ponga boca abajo. Quedo entre las piernas de Eric y ella se sienta sobre mi trasero. Bambolea sus caderas sobre mí y percibo la humedad de su entrepierna justo en el momento en que su aliento está en mi cuello. Pasea sus manos por mi cabeza y enreda sus dedos en mi pelo.
Tira de él y me hace subir la cabeza. La erección de Eric queda frente a mí. Me la mete en la boca y yo la chupo. La succiono y la degusto. Lujuria. Tener su enorme erección en mi boca me enloquece. Lo miro y veo sus ojos brillantes. Excitados. Helga bambolea otra vez sus caderas sobre mí y hace como si me montara mientras siento que con su mano libre me separa las piernas y me toca los labios mayores.
Más calor… mucho…
Me suelta el pelo y se escurre por mi espalda. Eric saca su pene de mi boca.
—Tranquila, pequeña… hay tiempo.
Helga me hace ponerme a cuatro patas sobre la cama. Me muerde las cachas del culo y mete uno de sus dedos en mi interior. Curvo mi espalda en busca de más.
Mete otro dedo y comienza a moverlos dentro de mí. Inconscientemente, gimo mientras Eric murmura:
—Así… déjate llevar.
Durante varios minutos, aquella mujer toca mi cuerpo mientras Eric besa mi boca. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando Eric me toma por las axilas y me da la vuelta. Me apoya contra su pecho, me coge las piernas y me abre para Helga.
Su boca me saquea mientras Eric me ofrece a ella y me susurra palabras cariñosas al oído. Helga juega con mi sexo. Me chupa golosa… me succiona. Juega con mi clítoris con mimo. Lo hincha. Lo endurece. Lo sopla. Lo degusta como a un bombón en su boca experta. Yo jadeo y me abro para ella.
De pronto, pasa una pierna por debajo de mi cuerpo. Eric me ladea y noto su vagina contra la mía. Su calor me hace gemir mientras siento una especie de corriente eléctrica al notar que me aprieta hacia ella. Su clítoris y el mío se encuentran. Ambos están calientes y húmedos. Hinchados y juguetones. Mil sensaciones atraviesan mi cuerpo mientras Helga se mueve y se restriega contra mí. Quiero que siga. Quiero que no pare. Y cuando suelto un grito y noto la humedad entre nosotras dos, se separa de mí, se pone de rodillas y coge un vibrador rojo. Lo unta de lubricante y lo mete centímetro a centímetro en la vagina.
Calor… gemidos… calor. Eric, en mi oído, me pide:
—Córrete… dámelo… córrete.
El vibrador de pronto se pone a rotar en mi interior. Chillo y me retuerzo. Helga sonríe. Su perversa sonrisa me hace ver que disfruta con lo que hace, y murmura:
—Ahora voy a por tu apretado culito.
El vibrador sigue en el interior de mi vagina dando vueltas cuando coge otro más pequeño y con forma de chupete. Lo impregna en lubricante, lo lleva hasta mi ano y, animada por Eric, poco a poco lo introduce. Entra en su totalidad.
—Así… cariño… así… quiero tu culo… lo necesito.
Eric de pronto me suelta las piernas y me las junta.
—No te muevas. No separes las piernas. No quiero que nada salga de ti a excepción de jadeos y gemidos.
El vibrador sigue girando en mi interior y oleadas de placer recorren mi cuerpo. Eric y Helga me observan mientras cada uno me chupa un pezón y los vibradores continúan con su función en mi interior. Arqueo la espalda y abro la boca. Grito de placer. Voy a abrir las piernas y entonces Helga se sienta sobre ellas y no me puedo mover.
Eric se pone de pie sobre la cama y mete su hinchada erección en la boca de Helga. Le coge la cabeza y comienza a entrar y salir de ella con rapidez mientras ella lo agarra del culo para facilitarle la tarea. Extasiada, los miro mientras Helga se mueve sobre mí por las embestidas de Eric y hace que los vibradores choquen en mi interior el uno con el otro.
Me excita ver lo que veo. Me excita ver la cara de Eric mientras le folla la boca y me excita que Helga se mueva sobre mí. Ardo… grito y jadeo cuando siento que me voy a correr. Calor… mucho calor. Eric me mira y se corre sobre la boca de Helga mientras yo me dejo llevar por el increíble orgasmo que surge de mi interior.
Pero Helga quiere más. Busca más.
Y en cuanto se limpia la boca y se quita de encima de mí, me abre las piernas y me saca primero el vibrador de la vagina y después el del ano. Sorprendida, veo que se pone algo y Eric murmura:
—Es un arnés con un consolador de dieciséis centímetros. Helga te va a follar.
La miro sorprendida. Nunca había visto aquel aparato en vivo y en directo. Se termina de ajustar el arnés a la cadera y Eric me tumba en la cama. Helga se pone sobre mí y me mete la punta del consolador en la boca. Me hace chuparlo mientras veo que mueve sus caderas dentro y fuera de mi boca.
Excitada, me muevo y Eric me habla:
—Ahora soy yo quien te ofrece a ella. Te va a follar, cariño, y después te vamos a follar los dos.
Estoy caliente. Muy caliente.
Helga se tumba sobre mí. Me chupa los pechos y siento aquel consolador duro entre las dos. Mi vagina se contrae. Mueve el consolador y lo restriega por la parte interna de mis muslos y yo jadeo.
—Ábrete para recibirla, Jud —susurra Eric.
Centímetro a centímetro, Helga mete el consolador en mi vagina y, cuando lo tiene totalmente dentro, lo saca. Disfruta con sus movimientos. Entra… sale… entra… sale y finalmente me hunde el consolador de nuevo.
Me agarra por la cintura y me folla como si fuera un hombre. Dios, ¡me gusta! Me da un azote en el culo y vuelve a penetrarme. Un… dos… tres… cuatro… cinco hasta seis penetraciones seguidas y yo grito. Me arqueo enloquecida y Eric me besa.
El orgasmo me llega cuando ella me sube las piernas, me coge del culo y me aprieta contra el arnés. Me sacudo enardecida. Helga se queda quieta y deja el consolador en mi interior mientras yo me relajo.
Cierro los ojos, mientras mi resuello se normaliza.
Helga se quita de encima de mí y Eric me besa con pasión. Busca mis labios y se deleita con ellos.
—Eres preciosa… perfecta…
Sonrío. Estoy aún extasiada y Eric, al verme los labios resecos, se levanta y llena varias copas de champán. Le da una Helga y me ofrece otra a mí.
—Bebe… te refrescará.
Sedienta, me siento en la cama, me bebo la copa entera de champán y mi garganta agradece la frescura. Dejo la copa y voy al baño. Necesito refrescarme. Eric me sigue, se mete conmigo en la enorme ducha y murmura mientras el agua cae sobre nosotros:
—Ahora te vamos a follar los dos.
—¿Los dos?
Me observa con su ardiente mirada desde su altura.
—Sí
—Eric…
—Tranquila… pequeña… tu culito ya está preparado. Helga se pondrá un arnés con un consolador más pequeño e ira dilatando poco a poco tu precioso trasero. Ese consolador se irá agrandando si Helga bombea sobre ti. Ella me allanará el camino. No te dolerá y yo tomaré luego su lugar.
—Eric…
—¿Tienes miedo?
—Sí…
—¿Confías en mí?
El agua cae entre los dos y murmuro:
—Siempre, ya lo sabes.
Sonríe y me da un dulce beso en los labios.
—Me gusta saberlo.
Un espasmo me recorre el cuerpo. Eric cierra el agua y me seca con la toalla.
—Todo irá bien. Te prometo que cuando te penetremos los dos lo disfrutarás.
Asiento y regresamos a la habitación. Allí veo a Helga sentada en una silla con una copa de champán en la mano. Miro su arnés. Esta vez es rojo y el consolador que cuelga es mucho más fino y pequeño. No se acerca a nosotros. Sólo nos observa.
Nada más llegar a la cama, Eric se sube en ella y se sienta en el centro, me guiña un
ojo, me hace sonreír y dice mientras indica que me siente a horcajadas sobre él:
—Vamos, señorita Flores. Acceda a mis caprichos. Móntese sobre mí.
Excitada, hago lo que pide. En décimas de segundos da una vuelta sobre la cama y se queda sobre mí. Me besa. Me acaricia. Dice maravillosas y dulces palabras de amor y se ocupa de satisfacer todos y cada uno de mis deseos. Su boca reparte cientos de besos en mi cuello, lame mis pechos, chupa mi ombligo y, cuando llega a mi monte de Venus, lo besa y susurra:
—Pídeme lo que quieras.
Su voz. Su ronca voz junto a esas palabras me vuelven loca. Abro mis piernas y él sabe lo que quiero. Me chupa, restriega su barbilla por mi vagina y finalmente abre mis labios internos y busca mi clítoris. Lo rodea con su lengua, lo aviva, lo revoluciona y, con sus maravillosos labios, tira de él. Mis jadeos no tardan en llegar, mientras me dejo llevar por mil sensaciones.
—Eric…
Sus grandes manos recorren mi cuerpo y, mientras su boca juega entre mis piernas llenándome de oleadas de placer, sus dedos me agarran los pezones. Los estrujan y tiran de ellos para hincharlos. Enloquecida, subo mis piernas a sus hombros y me aprieto contra él. Me agarra los muslos y aprieta mi sexo sobre su boca. La posesión de Eric es total. Magnífica. Única.
Saciado de mis jugos vaginales, vuelve a mi boca. Su sabor, que es mi sabor, es dulzón. Nos besamos y su lengua viva y caprichosa recorre mi boca. Mientras me besa noto su dura erección darme entre las piernas. La deseo y antes de que yo se la pida me la da. Se yergue contra mí y me ensarta todo su pene como a mí me gusta. Mi grito gustoso lo hace sonreír.
—Mírame —le exijo.
Una… dos… tres… cuatro veces bombea sobre mí y yo, encantada, me abro para él. Eric es tan grande, ocupa tanto espacio dentro de mí que me incita a jadear y gemir. De pronto, me agarra por las caderas y aparezco sentada sobre él a horcajadas. Ahora soy yo la que marco el ritmo. Soy yo la que cimbreo mimosa mis caderas sobre él, mientras me mira con los ojos llenos de amor.
La cama se hunde, miro hacia atrás y Helga está detrás de mí. Eric me coge la barbilla y, sin sacar su erección de mi interior, susurra:
—Túmbate sobre mí, pequeña… y relájate.
Lo hago y siento que Helga me restriega algo húmedo y caliente sobre el ano. Lubricante. Eric me abre las cachas del culo para que ella lo haga mejor y, al ver mi cara de susto, mueve sus caderas, me penetra y murmura.
—Toda mía… hoy vas a ser toda mía.
Noto que Helga pone el consolador en el agujero de mi ano y hace rotaciones con él. Una y otra vez… una y otra vez hasta que me doy cuenta de que éste ha comenzado a entrar en mí. Eric me besa. Me mordisquea los labios, la barbilla, mientras un «¡Ah!» se me escapa al sentir cómo Helga me penetra.
La intrusión que siento en mi trasero me hace moverme y eso aviva a Eric, que continúa en mi interior. Su enorme pene bombea despacio y con cuidado mientras Helga, centímetro a centímetro, se mete dentro de mí. De pronto, un movimiento brusco de Helga me hace gritar. Dolor… siento dolor… pero el dolor desaparece ante los movimientos de Eric y lo oigo decir:
—Ya esta… ya pasó, cariño… así… entrégate… relájate y te dilatarás para
recibirme.
En ese instante, noto el cuerpo de Helga totalmente pegado a mi trasero, ésta me da un azote en el culo y murmura:
—Estás totalmente penetrada, Judith. Muévete.
Tengo los ojos tan abiertos que Eric sonríe.
—Cariño… no me asustes, ¿estás bien?
Asiento y respondo:
—Sí… pero tengo tanto miedo a romperme que no me puedo mover.
Eric lo hace por mí. Se mueve y yo jadeo.
La sensación que siento en ese instante siendo penetrada por el ano y la vagina es alucinante. Helga, ante los movimientos de Eric, comienza a bombear dentro y fuera de mí. Pronto siento que mi ano por dentro se llena más y más al crecer el consolador por los bombeos. Estoy tan lubricada que oigo cómo el lubricante chapotea mientras aquella mujer agarrada a mi cintura me penetra una y otra vez.
Eric se mueve. No puede continuar parado.
Cuatro manos me agarran por la cintura y me manejan a su antojo. Delante… detrás… fuerte… flojo… suave… duro. Veo la cara de Eric y siento que va a estallar. Pero, de pronto, ambos salen de mí. Eric se levanta, me da la vuelta y me penetra lentamente por el mismo sitio por donde Helga acaba de salir. A cuatro patas grito. La erección de Eric nada tiene que ver con el consolador, pero, lo que en un principio me hizo gritar, de pronto se acopla a mi interior y jadeo mientras oigo a Eric murmurar en mi oreja.
—Ahora sí eres toda mía… toda mía…
—Sí…
—Oh, nena… estás tan prieta… tan cerrada…
Aprieta de nuevo sus caderas contra mí y yo bufo de placer. Dios… me gusta lo que hace, lo que me dice. Me turba que por fin me penetre el ano y me vuelve loca sentir cómo tiembla mientras lo hace. Se contiene. Sé que contiene las ganas que siente por darme un par de buenos empellones. Mi ano está dilatado. Lo noto cuando todo su pene entra y sale de mí. Muevo mis caderas y me clavo en Eric. Oigo cómo aprieta los dientes y pido:
—Fuerte… penétrame fuerte.
—No… no quiero hacerte daño.
Pero mis ganas son salvajes y soy yo la que lanza el culo hacia atrás y grito al sentir absolutamente toda su erección. Me quedo quieta. No me puedo mover. Dolor. Resoplo y él musita:
—No seas bruta, cariño… te vas a hacer daño.
Sin sacar su erección de mi ano, sus manos bajan hasta mi vagina, la abre y en cuanto me aprieta el clítoris me muevo… gimo… y busco más penetración. Eric me la da. Cada vez entra y sale con más holgura de mí. Su dedo vuelve a apretarme el clítoris y yo vuelvo a chillar. Los minutos pasan y ambos seguimos unidos por mi ano. No quiero que termine. Sólo quiero que siga apretándose contra mí y ese placer no acabe. Pero, al final, acelera las penetraciones y, aunque no son tan fuertes ni profundas como las que me da en mi vagina, un salvaje orgasmo me hace gritar mientras me aprieto contra él. Eric se corre también y, para no caer sobre mí, saca su pene y rueda a un lado. En su camino, me agarra y mientras mis convulsiones por lo que acaba de ocurrir siguen, me abraza y dice:

—Te quiero, Jud, te quiero como nunca pensé que podría querer. 

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