Vivir sin Eric se me hace difícil. Duro e insoportable.
Me he acostumbrado a verlo pulular por la oficina y por mi casa y
estar sola me descompone.
Antes de marcharse, quiso decirle a mi jefa la verdad sobre
nuestra relación, pero yo se lo prohibí. Odio los cuchicheos, y aunque sé que
los habrá cuando todo el mundo se entere, cuanto más tarde mejor.
El mismo día que se marcha, me llama veinte veces. Necesita hablar
conmigo y me recuerda que piense en su proposición sobre vivir en Alemania. Me
necesita y me necesita ya.
El día de la operación, Sonia me llama y me indica que todo ha
salido bien, pero que el humor de Eric es pésimo. Es un mal enfermo. Pasan los
días y le comento a Sonia la posibilidad de ir yo a Alemania. Ella lo consulta
con Eric y su respuesta es no.
Eric se niega. No quiere que lo vea mal. Intento convencerla, pero
ella me recuerda que ya me avisó de que su hijo era un mal enfermo y que en un
momento así era mejor no llevarle la contraria.
Desesperada, llamo a mi padre y le explico lo que ocurre.
Como puede, el hombre me tranquiliza y me ordena que me vaya a la
cama a descansar. Al día siguiente, cuando llego de trabajar me encuentro a mi
padre y a mi hermana esperándome en mi casa. Entre lágrimas e hipos les explico
lo que le ocurre a Eric.
Veo la tristeza en sus ojos. Soy testigo de cómo se miran sin
saber qué decirme. Pero, como siempre, no me fallan. Me animan y me aseguran
que Eric es un hombre fuerte y que, pase lo que pase, regresará a mi lado. Yo
quiero creer en ello. Necesito creer en ello.
De madrugada, mi padre y yo hablamos. Le comento la posibilidad de
marcharme a vivir a Alemania con Eric y Flyn y él parece aceptarlo. Entiende y
me anima a vivir mi vida junto a la persona que quiero y me ama. Papá es el ser
más comprensivo del mundo y, a pesar del dolor que siente por saber que me
marcho lejos de él, cree en el amor y en la necesidad de vivir el momento.
Una semana después, mi padre regresa a Jerez. Tiene que atender su
negocio, pero mi hermana continúa pendiente de mí. Es maravillosa. La quiero
con toda mi alma y, a pesar de que a veces me saque de mis casillas, es la
mejor hermana del mundo.
De: Eric Zimmerman
Fecha: 17 de octubre de 2012 20.38
Para: Judith Flores
Asunto: Te echo de menos.
Odio el tratamiento y a mi hermana. Me pone de muy mala leche.
En cuanto a Flyn, no sé qué hacer con él.
Te echo de menos.
Te quiero.
Eric
De: Judith Flores
Fecha: 17 de octubre de 2012 20.50
Para: Eric
Zimmerman
Asunto: Re: Te echo de menos.
¿Tú de mala leche?
¿Seguro?
No te creo… ¡imposible!
Un hombre como tú no conoce lo que es eso.
Sobre Flyn, dale tiempo. Es un niño demasiado pequeño.
Te quiero… te quiero… te quiero…
Jud
De: Judith Flores
Fecha: 18 de octubre de 2012 23.12
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Holaaaaaaaaaa
Hola, ¡¡¡soy tu novia!!!
¿Cómo está hoy mi cariño?
Espero que un poquito mejor. Venga, sonríe, que seguro que tienes
el ceño fruncido. Y vaaaaaaaale, ya he entendido la indirecta de que no quieres
que vaya a verte. Me aguantaré.
Aquí en Madrid comienza a hacer frío. Hoy en la oficina ha sido un
día de locos y he llegado hace poquito a casa. Tengo tanto trabajo que casi no
tengo tiempo ni para respirar.
Espero que Flyn te lo esté poniendo fácil.
Besos, cariño, que pases una buena noche. Te quiero. ¿Me
contestarás mañana?
Tu morenita
De: Eric Zimmerman
Fecha: 19 de octubre de 2012 08.19
Para: Judith Flores
Asunto: Hola
Odio que trabajes tanto.
¿Qué horas son ésas de llegar a casa? Cuando regrese a Madrid,
hablaré muy seriamente con la idiota de tu jefa.
Te quiero, morenita.
Eric
De: Judith Flores
Fecha: 19 de octubre de 2012 20.21
Para: Eric Zimmerman
Asunto: No te metas en mi trabajo
Como te he puesto en el asunto, ¡no te metas en mi trabajo! El que
sea tu novia no te da derecho a inmiscuirte en mis temas laborales.
¡Ah!, y por cierto… Yo te quiero más.
Judith
De: Eric
Zimmerman
Fecha: 19 de octubre de 2012 22.16
Para: Judith Flores
Asunto: Soy tu jefe
No vuelvas a decirme que no me meta en tu trabajo. SOY TU JEFE.
Y en referencia a quién quiere más al otro, ¡ya te lo demostraré
yo!
Eric
De: Judith Flores
Fecha: 19 de octubre de 2012 22.19
Para: Eric Zimmerman
Asunto: Mmmmm
Y digo yo, ¿por qué no me llamas por teléfono en vez de
escribirme? ¿No tienes ganas de oír mi voz? Yo me muero por escuchar aunque
sean tus gruñidos. Anda…venga… sé bueno y llámame, JEFE.
Y en cuanto a lo de querer… ¡demuéstramelo!
Jud
Le doy a enviar y espero… espero y espero y, como dice el refrán,
¡desespero!
Ni llama. Ni me escribe. Nada.
A las once de la noche opto por hacerme algo de cenar. No tengo
mucha hambre, por lo que me hago una tortilla francesa pero, cuando la veo tan
desangelada en el plato, decido echarle un ingrediente secreto que a mi sobrina
luz le encanta: ¡lacasitos! Tortilla con lacasitos.
¡Buena cena!
Cojo el plato y, junto a una Coca-Cola, lo llevo hasta la mesita.
Enciendo la televisión y, para variar, aparece un programa de cotilleo. Lo
observo durante unos minutos y al final cambio. Cuando llego al canal Divinity
veo que dan la serie Cinco hermanos y lo dejo aquí, porque esta serie me
gusta mucho. Abro la Coca-Cola, doy un trago y suena la puerta.
Me extraño y miro el reloj. Las once y veintiuno. Me levanto, miro
por la mirilla y de pronto grito: «¡Eric!». Abro la puerta y sin decir nada me
lanzo a sus brazos.
—¡Ehhh, cuidadoooooooo!
Pero ¡ni cuidado ni leches!
Eric está allí. ¡No me lo puedo creer!
Me lo como a besos mientras él ríe y me mantiene entre sus brazos.
Cuando me deja en el suelo, pletórica de felicidad, saludo sin aliento.
—Hola.
—Hola, cariño.
Vuelve a abrazarme y yo cierro los ojos. Aún no me puedo creer que
él esté delante de mí. En mi casa. En mi salón. Entre mis brazos.
Cuando consigo separarme de él, lo miro y veo su cara cansada y
sus ojos enrojecidos. Entonces me arrepiento de mi efusividad.
—¡Ay, cariño…! Qué bruta soy, ¡lo siento!
Eric sonríe y se acerca de nuevo a
mí.
—No lo sientas. Es lo que necesitaba de ti, tu naturalidad.
Con cariño y deleite le agarro la cara con mis manos.
—¿Cómo estás?
—Bien… mucho mejor ahora que estoy contigo.
—¿Qué tal Flyn?
Tuerce el gesto.
—Bien, lo dejé bien. Veamos cuánto dura.
Sonrío. No me imagino a Eric bregando con un niño de nueve años.
—¿Por qué no me has dicho que venías?
—Era una sorpresa. Además, ¿no me has dicho hace unos minutos que
te llamara aunque fuera para escuchar mis gruñidos? Pues aquí me tienes en
carne y hueso.
Ambos reímos.
—¿Qué tal si me invitas a pasar a tu casa?
Cierro la puerta, le quito el pesado abrigo azul que trae y lo
llevo hasta el sofá. Al sentarme frente a él, me percato de que está más
delgado, pero su aspecto en general es bueno. Deseo achucharlo pero caigo en la
cuenta de que no es el momento de demasiados achuchones. No quiero agobiarlo.
—¿Quieres beber algo?
—Un poco de agua.
Rápidamente me levanto, cojo una jarra, la lleno y voy hasta el
comedor. Cuando me siento a su lado, me mira y señala el plato.
—¿Qué es eso?
—Mi cena, ¿quieres?
—¿Y qué sé supone que es?
Divertida por cómo mira el plato respondo:
—Tortilla con lacasitos.
—¿Tortilla con lacasitos?
Yo me río. Debe de pensar que estoy como una regadera.
—Cuando me quedo con mi sobrina Luz a veces no quiere cenar. Y
descubrí hace tiempo que si le pongo lacasitos en vez de patatas fritas o arroz
se come la tortilla. Y hoy, como no tenía muchas ganas de cocinar, decidí
imitarla. Fin del cuento.
—Dios, nena —murmura, sonriendo—, ¡cuánto te he echado de menos!
—Y yo a ti… y yo a ti…
Eric me mira, yo no puedo apartar mis ojos de él.
—¿Por qué no me abrazas?
—No quiero agobiarte.
—Ven aquí. Estoy bien, tonta… muy bien.
Me hace sentar sobre él y comienza a repartir cientos de besos
sobre mi cuello.
—Agóbiame y bésame. ¡Eres mi mejor medicina!
Minutos después, desnudos sobre mi sofá, Eric me muestra las
ansias que tiene de mí y lo mucho que me ha echado de menos haciéndome dos
veces el amor, con su posesión habitual.
58
De vuelta a la oficina, mi mundo regresa a una relativa
normalidad.
La diferencia es que ahora Eric está a mi lado y me alegra su
compañía y sus mimos. Sigue alojado en el hotel a pesar de que hay noches que
se queda en mi casa. Tener cada uno un lugar de referencia nos resulta
necesario a pesar de lo mucho que nos gusta estar juntos. Cada día se empeña en
querer decir a los cuatro vientos que soy su novia, pero me niego. No sé por
qué pero no quiero que nadie lo sepa. Del tema de Alemania hablamos mucho. En
sus ojos observo la necesidad de que le dé una contestación, pero aún no sé qué
hacer. Él no me presiona y yo se lo agradezco.
Han pasado varios días desde que Eric regresó. Cada mañana le
pregunto cómo está y su respuesta siempre es la misma: «Bien». No ha vuelto a
tener dolores de cabeza y no he visto que tenga náuseas y eso me relaja.
Una mañana, cuando estoy en la cafetería desayunando con Miguel,
veo a Eric entrar. Su mirada me indica que no aprueba que desayune con mi
amigo.
Se sienta al fondo de la cafetería y pide un café. Yo sigo
hablando con Miguel cuando suena mi móvil. Eric.
—¿Se puede saber qué haces? —pregunta molesto.
No lo miro, ya que, si no, me dará la risa.
—Desayunando.
—¿Por qué tienes que desayunar todas las mañanas con ese tipo?
Miguel que está sentado frente a mí, me mira y me pregunta con
señas quién es.
—Es mi padre —y con disimulo murmuro—: Vamos, papá, estoy
desayunando, ¿qué quieres?
—¿Tu padre? ¿Cómo que tu padre? —gruñe Eric.
Divertida, sonrío mientras oigo a mi amor resoplar.
—Mira, papá, no te preocupes, te aseguro que desayuno en
condiciones, ¿vale?
—Jud… —musita con los dientes apretados.
En ese instante llegan hasta nosotros Raúl y Paco. Como siempre
que me ven, me dan un beso en la mejilla y se sientan con nosotros. La reacción
de Eric no tarda en llegar.
—¿Besos? ¿Quién les ha dado permiso para que te besen?
No sé qué responder. Me río. Paco y Raúl son pareja de hecho y
cuando voy a decir lo primero que se me pasa por la mente, Miguel, en
confianza, me retira un mechón del pelo y lo pone tras la oreja.
—Maldita sea —gruñe Eric—. ¿Por qué te toca ahora ese tío?
—Papá, ¿qué tal si te llamo cuando llegue a casa? —Para no darle
opción a que me responda, digo antes de colgar—: Un besito, papá. Te quiero.
Cierro el móvil y lo dejo sobre la mesa. Con curiosidad miro hacia
donde se encuentra Eric y lo veo parado con el móvil aún en la oreja. Su mirada
lo dice todo. Está muy… muy cabreado. No le gusta que le cuelgue el teléfono y
lo acabo de hacer. Inmediatamente se levanta. Pasa por nuestro lado, mientras
Miguel, ajeno a lo que pasa, desayuna tranquilamente y a mí, en cambio, se me
cierra el estómago.
Veo entrar a mi jefa acompañada por Gerardo, el jefe de personal,
e, incómoda, diez minutos después me escabullo de la cafetería y me dirijo
hacia el despacho. Sé que Eric está allí. Me siento en mi mesa y suena mi
teléfono. Es él. Me ordena entrar.
Cuando entro, cierro la puerta y posa su fría mirada en mí.
Sonrío. Él no. Sé que
desea maldecir y gruñir pero se contiene.
No es sitio ni lugar para montarme un pollo.
Me mira… me mira y me mira y finalmente se levanta con unos
papeles en la mano. Se acerca a mí.
—¡¿Papá?!
Encojo los hombros. Voy a contestarle, pero él comienza a gruñir.
—Estoy muy cabreado.
Consciente de dónde estamos, murmuro:
—Pues ya sabes… una limpieza general, te relajaría.
Mi contestación lo enfurece más y rápidamente me arrepiento de
haber sido tan natural, aunque la parte masoquista que hay en mí se alegra de
ver su furia… ¡Me gusta!
—¿Por qué esos tipos te tienen que tocar y besar? ¿Por qué?
Intento encontrar una respuesta que no lo cabree más pero no se me
ocurre ninguna. Todo me parece terriblemente absurdo.
—Pero, por favorrrrrrrrrrr… Si Miguel sólo me ha retirado el pelo
de la cara y Paco y Raúl me han saludado con un besito en la mejilla.
—Yo no les he dado permiso para que te toquen.
Sus palabras me dejan estupefacta, y frunzo el ceño antes de
responder:
—Pero ¿de qué hablas?
Iceman, en su versión gruñona, me mira. Me escudriña con sus
encendidos y furiosos ojos y, sin levantar la voz, susurra:
—No quiero que vuelvan a tocarte ni a besarte, ¿me has oído?
—Sí… te he oído.
—¡Perfecto!
—Otra cosa es que te haga caso o no. —Siento la frustración en su
mirada—. Pero, vamos a ver, ¿qué te ocurre? ¿De verdad tienes celos por lo que
has visto y… y… y luego no te importa que… que… juguemos con otros y…?
—No es lo mismo, Jud. Parece mentira que no lo entiendas.
—Es que no lo puedo entender —resoplo.
—¡Se acabó! Ahora mismo voy a salir y voy a decirles a todos que
eres mi novia. Que tú eres la novia del jefe.
Eso me alarma.
—Eric Zimmerman, como se te ocurra hacer eso te las vas a cargar.
—¿Me amenazas?
—Por supuesto.
—¿Por qué no quieres que lo diga?
—Porque no.
—No me vale esa contestación. ¿Por qué no?
Lo miro y resoplo.
—Vamos a ver… no quiero que la gente cuchichee y piense que soy
una cazafortunas que se ha enrollado con el jefe. Si lo nuestro sigue adelante,
ya habrá tiempo de explicarlo. ¿Por qué precipitarnos?
En ese momento se abre la puerta y aparece mi jefa. Sorprendida
por verme pregunta:
—¿Qué ocurre?
Yo no sé que responder. Me quedo en blanco. Pero Eric reacciona
con rapidez.
—Le estaba pidiendo a la señorita Flores que envíe estos faxes.
Me entrega los papeles que lleva en la mano.
—Cuando tenga los informes, me los
hace llegar, por favor.
—Descuide, señor.
En cuanto salgo del despacho, respiro aliviada.
Discutir con Eric me agota. Nunca llegamos a un entendimiento.
Durante el resto del día, Eric no sale del despacho. Sigue
taciturno. A la hora de la comida me marcho y me quedo sorprendida cuando mi
jefa me informa de que Eric se ha marchado y ha dicho que no regresará por la
tarde.
No lo llamo. No le envío ningún mensaje. Le dejo su espacio.
Me voy al gimnasio. Tengo que desahogarme y allí me vuelvo a
encontrar con Marisa, que me saluda con familiaridad. Me presenta a dos amigas
que van con ella, Rebeca y Lorena. Las cuatro hacemos una clase de aeróbic y
cuando acabamos, sudorosas, nos vamos a las duchas.
—¿Os apetece un jacuzzi? —propone Rebeca y todas aceptamos.
Las cuatro nos metemos en el jacuzzi y comenzamos a hablar. Marisa
resulta ser una mujer, además de divertida, muy culta y pronto comienza a
hablarnos de su último viaje a la India. Viajar siempre me encantó, aunque es
algo que apenas me puedo permitir con el sueldo que gano.
Cuando salimos del jacuzzi, entre risas por las anécdotas que
Marisa nos ha explicado, nos duchamos y Rebeca ve mi tatuaje y lo menciona. Yo
le quito importancia y desvío el tema.
Al salir del gimnasio, vamos a un pub que hay al lado y nos
tomamos algo fresquito. Allí intercambiamos móviles y quedamos en llamarnos
para salir a cenar otra noche con nuestras parejas. Después, Lorena nos anima a
acompañarla a una tienda a recoger unas prendas que ha encargado. Al llegar,
veo que se trata de una casa privada donde venden lencería. Mientras esperamos,
observo las prendas que me rodean y la dueña nos anima a que nos probemos
cosas. Acepto sin dudarlo, todas aceptamos. Me pruebo un par de conjuntos de
braga y sujetador muy sexies que estoy segura de que a Eric le encantarán.
—Te queda precioso —dice Rebeca, que entra en el espacioso
probador.
—¿Tú crees?
Ella asiente, se acerca por detrás y deja un par de conjuntos
sobre la banqueta.
—Llévatelo. Estoy segura de que a tu chico le encantará.
—Sí, seguro que sí. —Sonrío al imaginar la cara de Eric.
De pronto, Rebeca me coge la mano.
—Precioso anillo.
Lo miro encantada.
—Me lo regalo mi chico. Vamos, mi novio.
—Pues tiene muy buen gusto.
—Gracias.
Me miro al espejo mientras ella vuelve a desnudarse para probarse
otro conjunto.
—Toma. Pruébate este —dice y me entrega un corsé de cuero negro.
Divertida, me quito el que llevo y me quedo desnuda, como ella, en
el probador. Me agacho para sacarme las bragas y noto que ella se agacha
también. Cuando me incorporo, está frente a mi tatuaje. No me muevo,
simplemente la miro. Ella pasa un dedo por la hendidura de mi vagina y le da un
beso a mi monte de Venus. Me retiro rápidamente.
—¿Qué haces?
Ella se levanta y se acerca a mí.
—Me ha dicho Marisa que te vio
jugar en una fiestecita en Zahara, ¿es cierto?
La observo, incómoda.
—Sí. Pero yo sólo juego en presencia de mi pareja.
—¿Es vuestra norma?
—Sí.
Ella asiente y se detiene. Deja de tocarme.
—Tu «chico» no tiene por qué enterarse. Será nuestro secreto.
—No —respondo con rotundidad.
Rebeca abre la cortinilla del probador y veo a Marisa, Lorena y la
dueña del local desnudas sobre un sillón, jugando. Me quedo sin habla. Rebeca
se me acerca por detrás y me coge los pechos.
—Ellas lo están pasando bien en este instante. Vamos, déjate
llevar.
Suelto el corsé y me deshago de sus manos. Me alejo de ella. Voy
hasta mi ropa, me agacho para coger los pantalones y me comienzo a vestir. No
quiero mirar y me quiero ir de allí cuanto antes. De pronto, me agarra por las
caderas, acerca su monte de Venus a mi trasero y lo restriega.
—Vamos, Judith… lo estás deseando. Estás deseando abrirte de
piernas para mí. No lo niegues.
—He dicho que no y ¡suéltame!
Mis palabras hacen que las otras mujeres nos miren. Rebeca se
aleja de mí. No vuelve a tocarme, pero su mirada no me gusta. Parece pasarlo
bien con mi incomodidad. Cuando termino de vestirme salgo de allí como alma que
lleva el diablo y sin decir nada.
Cuando llego a mi casa, estoy histérica. ¿Cómo he podido ser tan
tonta? Me ducho, nerviosa. Pienso en Eric y siento unas irrefrenables ganas de
hablar con él y explicarle lo que me ha pasado. Lo llamo y oigo su fría voz al
otro lado del teléfono.
—Dime, Jud.
—¿Estás bien?
—Sí.
Preocupada por que se encuentre mal, pregunto:
—¿Te duele la cabeza o algo?
—No.
—¿Te has mareado o has tenido vómitos?
—No.
—Vale, entonces, ¿por qué no has regresado esta tarde a la
oficina?
No responde. Su silencio me molesta.
—Vamos a ver… Si físicamente te encuentras bien, ¿qué te ocurre?
Si es por lo de hoy en la oficina, por favorrrrrrr, ¡es una tontería!
—Será una tontería para ti, para mí no.
—Te recuerdo que soy una persona adulta, no un niño, como tu
sobrino, a quien puedas regañar.
—Eso… tú enfádame más —gruñe.
Su desconfianza me toca el alma. Y yo necesito explicarle lo que
me ha sucedido.
—Eric…
Pero él está enfadado y me corta.
—Sabes que ese tal Miguel no es objeto de mi devoción. Lo sabes,
¿verdad?
—Sí… pero.
—No. Escúchame, Jud. ¿Qué te parece si mañana dejo que tu amada
jefa me toque
el pelo mientras desayuno con
ella? Estoy segura de que a ella le gustaría. ¡Oh…!, y quizá también esté
encantada de darme un besito, ¿lo probamos?
No… no… no.
Sólo de pensarlo me pongo enferma. Conozco a mi jefa y sé que está
deseosa de que Eric le dé cancha para llegar con él a algo más. Cierro los ojos
y con ese ejemplo acabo de entender su frustración.
—Vale… mensaje captado.
—Exacto, Jud… Me alegra saber que por fin me entiendes. Una cosa
es que tú permitas que otra mujer me toque, y otra muy distinta es que una
mujer, que sabes que me desea, me toque sin tu permiso, ¿lo comprendes ahora?
—Sí.
—Piensa en ello, porque no estoy dispuesto a repetirlo ni una sola
vez más —añade tras un silencio sepulcral—. No me importa que desayunes con
Miguel o con quien tú quieras, pero no acepto que nadie, hombre o mujer, sin mi
consentimiento te toque ni te bese… Buenas noches, Jud. Mañana te veré en la
oficina.
Dicho esto cuelga y me quedo desconcertada.
¿Cómo le digo lo que ha pasado sin que eso le ocasione más
desconfianza?
Con la cabeza como un bombo, me siento sobre el sofá con la
sensación de que, sin querer, acabo de hacer algo que lo va a enfadar mucho si
se entera. Me pica el cuello y me rasco. No hay nadie que me lo impida.
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