Capítulo
3
—Te quiero.
Soy vagamente consciente de que su palma me
sostiene la nuca y de
que me está pasando los dedos por el pelo. Es
una sensación muy
reconfortante... y maravillosa. Abro los ojos
y me encuentro con una
versión algo apagada de los ojos verdes que
tan bien conozco.
Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la
mesita de café.
—¡Mierda! —maldigo.
—¡Esa boca! —me reprende con voz ronca.
Me agarro el tobillo, pero entonces me
despierto del todo y recuerdo
dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada
hacia el sofá, donde encuentro
a Jesse semiincorporado y con un aspecto
espantoso; pero al menos está
consciente.
—¡Te has despertado! —exclamo.
Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza
con la mano buena.
«Ay, mierda.»
Debe de tener una resaca monumental, y aquí
estoy yo, dando gritos.
Reculo unos pocos pasos hasta dar con la silla
que tengo detrás y me
siento. No sé qué decirle. No voy a
preguntarle cómo se encuentra, es
bastante evidente, y no voy a darle una charla
sobre seguridad personal ni
sobre cuestiones de salud. Lo que realmente
quiero preguntarle es si
recuerda nuestra discusión. ¿Qué debería
hacer?
No lo sé, así que decido sentarme con las
manos sobre el regazo y
mantener la boca cerrada.
Observo cómo me mira y mi mente se inunda de
cosas que anhelo
expresar pero no puedo. Deseo decirle que lo
quiero, para empezar. Y
quiero preguntarle por qué no me había contado
que regenta un club de
sexo, o que tiene un problema con la bebida.
¿Se estará preguntando qué
hago aquí? ¿Querrá que me marche? Joder,
¿necesita un trago? El silencio
me está matando.
—¿Cómo te encuentras? —suelto, deseando al
instante haber
mantenido la boca cerrada.
Él suspira y se inspecciona la mano herida.
—Fatal —sentencia.
Ah, vale. ¿Y ahora qué digo? No parece en
absoluto contento de
verme, así que quizá debería irme antes de
empujarlo a abrir otra botella.
Aunque en ese caso tendrá que salir a
comprarla, y eso probablemente le dé
aún más motivos para cabrearse conmigo.
Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos,
así que me levanto y
me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de
agua y me marcharé.
—¿Adónde vas? —pregunta algo nervioso,
incorporándose en el sofá.
—He pensado que necesitas beber agua —lo
tranquilizo, un poco más
animada.
No quiere que me vaya. He visto esa expresión
en su rostro muchas
veces. Normalmente tras ella suele aparecer el
controlador dominante,
después de inmovilizarme en alguna parte, pero
no voy a emocionarme en
exceso. No tiene fuerzas para perseguirme,
inmovilizarme o dominarme en
estos momentos. Ese pensamiento me decepciona.
Mi respuesta lo tranquiliza. Sigo hacia la
cocina y miro el reloj del
horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en
punto. He dormido diez horas
seguidas. No lo había hecho desde..., bueno,
desde la última vez que estuve
con Jesse.
Saco la botella de agua de la nevera y lleno
el vaso antes de regresar
al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro
a Jesse sentado en el sofá
con la cabeza entre las manos y la manta
arrugada sobre su regazo.
Cuando llego donde está él, levanta los ojos y
nuestras miradas se
encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con
la mano sana y me roza con
los dedos. Retiro los míos rápidamente y el
agua se derrama del vaso. No
sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su
rostro me parte el alma al
instante. Está temblando violentamente, y me
pregunto si será el síndrome
de abstinencia. Estoy convencida de haber
leído que los temblores son un
síntoma, junto con una larga lista de otros
indicios.
Sigue mi mirada hasta su mano y niega con la
cabeza. Es extraño.
Nunca nos había pasado esto. Ninguno de los
dos sabe qué decir.
—¿Cuándo fue la última vez que bebiste?
—pregunto. Sé que estoy
entrando en un terreno pantanoso, pero tengo
que decir algo.
Bebe un trago de agua y se deja caer de nuevo
en el sofá. Sus
abdominales se ven más perfilados con la
ligera pérdida de peso.
—No lo sé; ¿qué día es hoy?
—Sábado.
—¿Sábado? —pregunta, claramente estupefacto—.
Mierda.
Imagino que eso significa que ha perdido mucho
tiempo, pero no es
posible que haya estado encerrado en este
ático bebiendo durante cinco
días seguidos. Habría acabado muerto, ¿no?
Y entonces vuelve a hacerse el silencio y yo
me siento de nuevo en el
sillón que está justo enfrente de él, buscando
algo adecuado que decir.
Detesto esto. Normalmente me abalanzaría sobre
él, lo rodearía con mis
brazos y dejaría que me ahogara a besos sin
pensarlo dos veces, pero se
encuentra muy débil (cosa difícil de asumir,
teniendo en cuenta su
constitución alta y atlética). Mi hombre
fuerte y duro está hecho un
despojo tembloroso, y eso me está matando. Y,
para colmo de males, ni
siquiera sé si querría que lo hiciera. Ni si
quiero hacerlo yo. Este hombre
no es el tipo del que me enamoré. ¿Es éste el
auténtico Jesse?
Se sienta y juguetea con el vaso
pensativamente; la sensación familiar
de verlo cavilar me resulta reconfortante, es
una pequeña parte de él que
reconozco, pero no soporto este silencio.
—Jesse, ¿puedo hacer algo? —pregunto,
desesperada, rogando para
mis adentros que me diga algo, lo que sea.
Suspira.
—Hay muchas cosas que puedes hacer, Ava. Pero
no voy a pedirte que
hagas ninguna de ellas —dice sin mirarme.
Quiero gritarle, decirle todo lo que me ha
hecho. Verlo ahí, desaliñado
y pasando el dedo por el borde del vaso, no
hace sino reforzar la parte
sensata de mi cerebro que me insta a huir.
—¿Quieres ducharte? —pregunto. No puedo seguir
aquí sentada en
silencio o acabaré tirándome de los pelos.
Se inclina hacia adelante y hace una mueca de
dolor.
—Claro —masculla.
Le cuesta ponerse de pie y me siento como una
auténtica zorra por no
ayudarlo, pero no sé si quiere que lo haga ni
tampoco si soy capaz de
hacerlo. El ambiente entre nosotros es muy
tenso.
Al levantarse, las frazadas le caen a los
pies; mira hacia abajo y ve
que está desnudo.
—Mierda —maldice, y se agacha para coger una
de las mantas. Se la
envuelve alrededor de la cintura y se vuelve
hacia mí—. Lo siento —dice
encogiéndose de hombros.
¿Lo siente?
Como si no lo hubiera visto desnudo antes. De
hecho, lo he visto
muchas veces. Según sus propias palabras, no
hay ni un solo milímetro de
mi cuerpo que no lo haya tenido dentro o
encima.
Dejo caer los hombros y suspiro mientras
empiezo a subir con él la
escalera hasta la suite principal. Nos lleva
un tiempo, y lo pasamos en un
incómodo silencio, pero lo conseguimos. No sé
cuánto más puedo
permanecer aquí. Esto es muy diferente de lo
que estoy acostumbrada con
este hombre.
—¿Te apetece más un baño? —pregunto
adelantándome de camino al
lavabo. Parece exhausto tras el esfuerzo, así
que no creo que consiga
mantenerse de pie en la ducha. Un buen baño le
relajará los músculos y le
hará bien.
Él se encoge de hombros de nuevo.
—Bueno.
Vale, le doy un baño y me marcho. No puedo
hacer esto. Éste es el
hombre al que empezaba a creer que conocía, a
quien deseaba
desesperadamente conocer, pero me tortura
haber descubierto que no lo
conozco en absoluto, ni siquiera un poco.
Llamaré a John para ver qué me
aconseja que haga. No estoy hecha para esto.
Está callado, encerrado en sí
mismo, y todas las cosas dolorosas que me
gritó durante nuestra discusión
parecen más altas y más claras cuanto más
tiempo paso aquí. ¿Por qué me
metí en ese ascensor?
Abro el enorme grifo y coloco la mano debajo
hasta que el agua sale a
la temperatura adecuada mientras hago todo lo
posible por no pensar en
conversaciones de bañera y en el hecho de que
el propio Jesse proclamó
que ahora era un hombre de baño (pero sólo
cuando yo estoy con él). Pongo
el tapón y dejo que corra el agua, consciente
de que la inmensa tina tardará
una eternidad en llenarse.
Me vuelvo y me encuentro frente al mueble del
lavabo. Ahí es donde
tuvimos nuestro primer encuentro sexual. En
este baño nos hemos duchado
juntos, nos hemos bañado juntos y hemos tenido
muchas sesiones de sexo
vaporoso juntos. Y también aquí es donde lo vi
por última vez.
«¡Basta!»
Bloqueo esos pensamientos y me mantengo
ocupada buscando sales
de baño y entreteniéndome con otras tonterías
mientras Jesse permanece
apoyado contra la pared en silencio.
Efectivamente, la bañera tarda una
vida en llenarse, y empiezo a desear haberme
limitado a meterlo en la
ducha.
Por fin parece que se ha llenado lo
suficiente.
—Ya puedes entrar —digo brevemente mientras
salgo del baño.
Nunca me había sentido tan obligada a huir de
su presencia. Me he largado
con pataletas y he evitado que me tocara por
miedo a perder la cabeza, pero
jamás había querido marcharme realmente. Ahora
sí.
—Actúas como una extraña —apunta con voz suave
cuando llego a la
puerta.Me detengo en seco. Esta situación me
resulta muy dolorosa.
—Me siento como una extraña —respondo sin
volverme, tragando
saliva e intentando evitar los temblores que
amenazan con invadir mi
cuerpo.
Vuelve a hacerse el silencio y mi cerebro es
un caos de instrucciones
contradictorias. La verdad es que no sé qué
hacer. Pensaba que el dolor ya
no podía empeorar más. Creía que ya me
encontraba en el peor de los
infiernos. Pero me equivocaba. Verlo así me
está matando. Tengo que irme
y continuar con mi lucha por superar esta
relación. Siento que ahora que lo
he visto de nuevo he retrocedido varios pasos,
pero la verdad es que no
había hecho ningún avance en mi recuperación.
En todo caso, esto hará que
todo el doloroso proceso resulte más sencillo.
—Por favor, mírame, Ava.
Sus palabras, más una súplica que sus típicas
órdenes, hacen que el
corazón se me desboque. Incluso su voz suena
diferente. No es el rugido
grave, ronco y sexy al que estoy acostumbrada.
Ahora es afónica.
Me vuelvo lentamente para mirar a ese hombre
extraño y veo que se
está mordiendo el labio inferior y me observa
a través de unos ojos verdes
hundidos.
—No puedo hacer esto. —Doy media vuelta y me
marcho. Mi corazón
palpita con fuerza, aunque cada vez más
despacio. Sin duda, no tardará en
detenerse.
—¡Ava!
Oigo que viene tras de mí, pero no me doy la
vuelta. Apenas tiene
fuerzas, así que quizá esta vez consiga
escapar de él. ¿Cómo se me ocurrió
venir aquí? Las imágenes del domingo pasado
inundan mi cabeza mientras
desciendo a toda prisa, con la vista borrosa y
las piernas entumecidas.
Cuando llego al pie de la escalera, siento el
tacto familiar de su mano
agarrándome de la muñeca. Presa del pánico, me
vuelvo y lo aparto de un
empujón.
—¡No! —grito frenéticamente intentando
liberarme de su firme
sujeción—. ¡No me toques!
—Ava, no hagas esto —me ruega, y me agarra de
la otra muñeca
sosteniéndome delante de él—. ¡Para!
Me desmorono en el suelo, sintiéndome frágil e
impotente. Ya estoy
herida, pero puede asestarme el golpe mortal
que acabará conmigo.
—Por favor, no —gimoteo—. No me hagas esto más
difícil.
Él se deja caer al suelo conmigo, me coloca
sobre su regazo y me
aprieta contra su pecho. Yo sollozo sin parar
contra su torso. No puedo
evitarlo.
Hunde su rostro en mi pelo.
—Lo siento —susurra—. Lo siento muchísimo. No
me lo merezco,
pero dame una oportunidad. —Me aprieta con
fuerza—. Necesito otra
oportunidad.
—No sé qué hacer —digo con sinceridad.
De verdad que no sé qué hacer. Siento la
necesidad de escapar de él,
aunque al mismo tiempo siento la necesidad de
quedarme y dejar que haga
mejor las cosas. Pero si me quedo, ¿me
asestará ese golpe de gracia? Y si
me marcho, ¿estaré dándonos yo el golpe de
gracia a ambos?
Lo único que sé es que éste no es el Jesse
asertivo, firme y fuerte, el
Jesse que cavila cuando lo desafío, y el que
me agarra con fuerza cuando
amenazo con dejarlo y me folla hasta que
pierdo el sentido. Éste no es ese
hombre.
—No vuelvas a alejarte de mí —me suplica
abrazándome con
firmeza, y noto que ha aflojado los grilletes.
Me aparto, me seco el rostro empapado de
lágrimas con el dorso de la
mano y la mirada fija en su estómago. Su
enorme cicatriz resalta ahora
más que nunca. No puedo mirarlo a los ojos. Ya
no me resultan familiares.
No están oscuros de ira ni brillantes de
placer; ni entornados con furia, ni
cargados de deseo por mí. Son fosas vacías que
no me ofrecen ningún
consuelo. No obstante, a pesar de ello, sé que
si salgo por esa puerta será
mi fin. Mi única esperanza es quedarme aquí y
hallar las respuestas que
necesito, y rezar para que no acaben conmigo.
Él tiene el poder de
destruirme.
Desliza su mano fría bajo mi barbilla y
levanta mi cara hacia la suya.
—Voy a hacer esto bien. Voy a conseguir que lo
recuerdes, Ava.
Lo miro a los ojos y veo determinación reflejada
en la bruma verde de
sus ojos. La determinación es buena, pero
¿borra el dolor y la locura que la
preceden?
—¿Puedes hacer que lo recuerde de una manera
convencional? —le
pregunto en serio. No es ninguna broma, pero
él sonríe ligeramente.
—Desde ahora ése será mi objetivo. Haré lo que
haga falta.
Pronuncia esas palabras, las mismas que dijo
la noche de la
inauguración del Lusso, con idéntica
convicción que entonces. Cumplió su
promesa de demostrar que yo lo deseaba. Una
pequeña chispa de esperanza
ilumina mi apesadumbrado corazón. Vuelvo a
hundir el rostro en su pecho
y me aferro a él. Lo creo.
Un suspiro silencioso escapa de sus labios
mientras me estrecha con
fuerza y permanece así como si su vida
dependiera de ello.
Seguramente así sea. Y la mía también.
—Se te va a enfriar el agua —murmuro contra su
pecho desnudo.
Un rato después, todavía seguimos tirados en
el suelo abrazados con
fuerza. —Estoy a gusto —protesta, y percibo
algo de familiaridad en su tono.
—También necesitas comer —le informo. Se me
hace raro darle
órdenes—. Y deberían verte esa mano. ¿Te
duele?
—Mucho —confirma.
No me extraña. Tiene un aspecto horrible.
Espero que no se la haya
roto, porque después de cinco días sin
tratamiento médico los huesos
podrían habérsele soldado mal.
—Vamos. —Me despego de su abrazo. Él gruñe,
pero finalmente me
suelta. Una vez de pie, le tiendo la mano, y
él me mira con una leve sonrisa
antes de aceptarla y levantarse también.
Subimos en silencio y nos dirigimos de nuevo a
la suite principal.
—Adentro —lo insto señalando la bañera.
—¿Ahora eres tú quien da las órdenes? —dice
arqueando las cejas. Él
también encuentra extraña esta vuelta de
tuerca.
—Eso parece —respondo haciendo un gesto con la
cabeza hacia la
tina.
Él empieza a morderse el labio, sin hacer
ademán de meterse en el
agua.
—¿Te metes conmigo? —pregunta con voz
tranquila.
De repente me siento incómoda y fuera de
lugar.
—No puedo. —Niego con la cabeza y retrocedo
ligeramente. Esto va
en contra de todos mis impulsos, pero sé que
en cuanto me rinda a sus
afectos y a su tacto, me desviaré de mi
objetivo de aclararme las ideas y
obtener respuestas.
—Ava, me estás pidiendo que no te toque. Eso
va en contra de todos
mis instintos.
—Jesse, por favor. Necesito tiempo.
—Ava, no tocarte es antinatural. No está bien.
Tiene razón, pero no debo dejarme absorber por
él. He de mantener la
cabeza fría, porque en cuanto me pone las
manos encima olvido mi
propósito.
No le contesto. Vuelvo a mirar la bañera y
después a él, que sacude la
cabeza, se quita la manta de la cintura, se
mete en el agua y se sienta a
regañadientes. Cojo un recipiente del mueble
del lavabo y me agacho a su
lado para lavarle el pelo.
—No es lo mismo si no te metes dentro conmigo
—gruñe. Se inclina
hacia atrás y cierra los ojos.
Hago caso omiso de sus protestas y empiezo a
lavarle el pelo y a
enjabonar su cuerpo esbelto de la cabeza a los
pies, luchando contra las
inevitables chispas que saltan en mi interior
al contacto con su piel.
Me entretengo un poco más alrededor de la
cicatriz de su abdomen
esperando para mis adentros que esto lo invite
a explicarme cómo se la
hizo, pero no me lo dice. Mantiene los ojos y
la boca cerrados. Tengo la
sensación de que va a ser una ardua tarea.
Nunca me cuenta nada, y evita
mis preguntas con una advertencia severa o
usando tácticas de distracción.
No puedo dejar que vuelva a pasar, y para ello
necesitaré toda mi
determinación y mi fuerza de voluntad. No me
sale de manera natural
resistirme a él.
Le paso la mano por el rostro hirsuto.
—Tienes que afeitarte.
Abre los ojos, se lleva la mano buena a la
barbilla y se acaricia la
barba.—
¿No te gusta?
—Tú me gustas de todas formas.
«¡Excepto borracho!»
Por la expresión que cruza su rostro, estoy
casi convencida de que me
ha leído la mente, aunque lo más probable es
que él haya pensado
exactamente lo mismo.
—No pienso beber ni una gota más —afirma con
rotundidad
mirándome directamente a los ojos mientras
pronuncia su voto.
—Pareces muy seguro —respondo tranquilamente.
—Lo estoy. —Se incorpora en el baño y se
vuelve para mirarme.
Levanta la mano maltrecha para cogerme la cara
y compone una mueca de
dolor al ver que no puede hacerlo—. Lo digo en
serio, nunca jamás. Te lo
prometo. —Parece sincero—. No soy un
alcohólico empedernido, Ava.
Admito que se me va un poco de las manos
cuando me tomo un trago, y
que me cuesta parar, pero puedo elegir si bebo
o no. Me encontraba muy
mal cuando me dejaste. Sólo quería aliviar mi
dolor.
Se me encoge el corazón y siento una mezcla de
alivio y duda. Todo el
mundo se descontrola cuando bebe, ¿no?
—Pero volví —digo apartando la mirada e
intentando dar forma a lo
que necesito decir. Miles de palabras han
estado oprimiéndome la mente
desde hace días, pero ahora no me viene
ninguna a la cabeza—. ¿Por qué
no me lo habías contado? ¿Es a eso a lo que te
referías cuando dijiste que
el daño sería mayor si te dejaba?
Agacha la cabeza.
—No debería haber dicho eso.
—No, no deberías.
Vuelve a mirarme a los ojos.
—Sólo quería que te quedaras. Me quedé
sorprendido cuando me
dijiste que tenía un hotel encantador. —Sonríe
ligeramente y yo me siento
idiota—. Todo fue muy intenso y muy de prisa.
No sabía cómo contártelo.
No quería que salieras corriendo de nuevo. No
parabas de huir. —Se
detiene en cada una de estas últimas palabras
como deletreándolas.
Todavía se siente frustrado por mis constantes
evasiones. Aunque tenía
motivos. Todo ese tiempo sabía que debía
escapar de él.
—Pero no iba muy lejos, ¿verdad? No me
dejabas.
—Iba a contártelo. No esperaba que vinieras a
La Mansión así. No
estaba preparado, Ava.
No hace falta que lo jure. Todas las demás
veces que había visitado el
supuesto hotel, me escoltaban o me encerraban
en el despacho de Jesse.
Estoy segura de que el personal estaba
advertido de que no debía hablar
conmigo y de que nadie debía acercarse a Jesse
cuando yo estaba con él. Y,
es verdad, todo fue muy intenso y muy de
prisa, pero yo no tuve nada que
ver con eso. Joder, tenemos mucho de que
hablar. Necesito que me cuente
algunas cosas. Aquel ser pequeño y
despreciable al que Jesse golpeó en La
Mansión tenía cosas muy interesantes que
decir. ¿Tenía Jesse una aventura
con su mujer?
Son tantas las preguntas...
Suspiro.
—Venga, te estás arrugando. —Le paso una
toalla y él también
suspira antes de impulsarse hacia arriba
agarrándose a un lado de la bañera
con la mano sana. Sale de la tina y le paso la
toalla por todo el cuerpo
mientras me observa detenidamente.
Sus labios se curvan hacia arriba formando lo
que parece ser una
sonrisa cuando le seco el cuello.
—Hace algunas semanas era yo el que aliviaba
tu resaca —dice
tranquilamente.
—Seguro que a ti te duele la cabeza bastante
más que a mí entonces
—replico restándole importancia a aquel
recuerdo y colocándole la toalla
alrededor de la cintura—. Ahora, a comer, y
después al hospital.
—¿Al hospital? —espeta, azorado—. No necesito
ningún hospital,
Ava.
—Tu mano, sí —le aclaro. Probablemente crea
que quiero ingresarlo
en una clínica de desintoxicación.
Al ver a lo que me refería, levanta la mano y
se la inspecciona. La
sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo
mal aspecto.
—Está bien —gruñe.
—Yo creo que no —protesto con ternura.
—Ava, no necesito ir al hospital.
—Pues no vayas. —Doy media vuelta y me dirijo
a la habitación.
Él me sigue, se sienta a los pies de la cama y
observa cómo
desaparezco en el inmenso vestidor. Rebusco
entre su ropa y cojo un
pantalón de chándal gris y una camiseta
blanca. Necesita estar cómodo.
Saco unos bóxeres de la cómoda y, al volver al
cuarto, me lo encuentro
tirado de nuevo sobre la cama. Subir la
escalera y darse un baño lo han
dejado molido. Me resulta difícil imaginar lo
que debe de ser sufrir una
resaca de semejante magnitud.
—Ponte esto. —Dejo la ropa en la cama a su
lado, él se vuelve para
inspeccionar lo que he seleccionado y exhala
un suspiro de cansancio.
Al ver que no tiene intención de vestirse,
cojo los calzoncillos, me
arrodillo delante de él y los sostengo ante
sus pies. Me ha hecho esto
muchas veces. Le doy un golpecito en el
tobillo y él se incorpora en la
cama, me mira, y un pequeño brillo se enciende
en sus ojos. Otro rasgo
familiar.
Sin decir nada, mete los pies por las perneras
y se levanta para que
pueda subirle la prenda interior pero, cuando
estoy a medio camino, la
toalla se le cae y me encuentro ante su enorme
erección.
Suelto los calzoncillos y me alejo de él como
si fuera a quemarme o
algo así. Parece ser que algunas partes de su
cuerpo siguen siendo
funcionales, pienso para mis adentros mientras
intento fingir que esa
prolongación dura como el acero que se
encuentra al alcance de mi mano
no está ahí. Lo miro a la cara y, por primera
vez, sus ojos brillan
plenamente, pero no es buena señal. He visto
esa mirada en más de una
ocasión, muchas, de hecho, y no es lo que
necesito en estos momentos,
aunque mi cuerpo no está en absoluto de
acuerdo con mi cerebro. Me
esfuerzo por controlar el impulso de empujarlo
encima de la cama y
montarme a horcajadas sobre él. No pienso permitir
que nos desviemos del
objetivo con el sexo. Tenemos mucho de que
hablar.
Se agacha y se sube los calzoncillos del todo.
—Iré al hospital —dice finalmente—. Si quieres
que vaya, iré.
Lo miro con el ceño fruncido.
—El hecho de que accedas a que te miren la
mano no va a hacer que
caiga rendida a tus pies de gratitud —respondo
con sequedad.
Él también frunce el ceño ante mi tono brusco.
—Voy a dejar pasar eso.
—Tienes que comer algo —murmuro. Doy media
vuelta y salgo de la
habitación, dejando que Jesse termine de
ponerse los pantalones y la
camiseta.
Necesito que quiera estar bien, no que lo haga
únicamente porque crea
que eso lo acercará más a mí. Eso no
funcionará. Sólo sería otra forma de
manipulación, y he de evitar todo lo que
influya en esa pequeña parte de mi
cerebro que funciona correctamente.
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