Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

01 Seduccion - Mi hombre Capítulo 36


Volver a capítulos

Capítulo 36
Salimos al sol de la tarde del domingo, pero no veo a Margo Junior. Busco
la furgoneta rosa en el aparcamiento, a pesar de que no es fácil que el
enorme montón de metal pase desapercibido.
—Espero que no te importe. —Kate suelta una risita nerviosa justo
cuando veo mi Mini aparcado en una de las plazas de Jesse con la capota
bajada.—
¡Serás zorra!
Pasa de mi insulto
—No me mires así, Ava O’Shea. Si no lo sacara yo, se pasaría la
eternidad aparcado en la puerta de casa. Qué desperdicio.
Las luces parpadean y extiendo la mano para que me dé las llaves,
cosa que hace de mala gana y con un bufido.
Conducimos hacia Surrey Hills debatiendo sobre las ventajas de los
hombres dominantes. Ambas llegamos a la misma conclusión: sí al sexo y
no a los demás aspectos de la relación.
El problema es que Jesse se las ingenia para meter el sexo en todos los
aspectos de nuestra relación y lo usa, en general, para salirse con la suya. Y
da la sensación de que yo no soy capaz de decir que no, así que estoy
condenada. Puede que dentro de una hora todo haya terminado. Sólo de
pensarlo me duele el estómago como nunca, pero tengo que ser sensata. Ya
estoy metida hasta el cuello.
Salgo de la carretera principal y cojo el desvío hacia las puertas de
hierro. Se abren de inmediato para dejarme pasar.
—¡Madre mía! —exclama Kate cuando avanzamos por el camino de
grava flanqueado de árboles.
Ya está boquiabierta y ni siquiera ha visto la casa todavía. Llegamos
al patio. Hay mucha gente.
—¡La madre que me parió! —La mandíbula le llega al suelo al
descubrir la imponente casa. Se inclina hacia adelante en el asiento—.
¿Jesse es el dueño de esto?
—Sí. Ahí está el coche de Sam. —Aparco junto al Porsche.
—No me puedo creer que venga a comer aquí —farfulla, y se acerca a
mi lado del coche—. ¡La madre que me parió!
Me río ante el asombro de Kate, que no suele sorprenderse fácilmente.
La llevo hacia los escalones de la entrada, donde me imagino que John
saldrá a recibirnos, pero no es así. Las puertas están entreabiertas y las
franqueo. Me vuelvo hacia Kate, que lo mira todo boquiabierta y pasmada.
Los ojos se le salen de las órbitas ante lo espléndido del lugar.
—Kate, te va a entrar una mosca en la boca —la regaño de broma.
—Lo siento. —La cierra—. Este lugar es muy elegante.
—Ya lo sé.
—Quiero que me lo enseñes —dice, y alza la cabeza para mirar a lo
alto de la escalera.
—Que te lo enseñe Sam —le contesto—, yo necesito ver a Jesse.
Dejo atrás el restaurante y me dirijo hacia el bar, donde me encuentro
a Sam y a Drew.
El primero de ellos me lanza una gran sonrisa picarona y le da un
trago a su cerveza, pero la escupe al ver a Kate detrás de mí.
—¡Joder! ¿Qué estás haciendo aquí?
Drew se vuelve, ve a Kate y se echa a reír a carcajadas. Frunzo el
ceño.
A Kate no parece hacerle gracia.
—Yo también me alegro de verte, ¡capullo! —le escupe indignada a
un Sam estupefacto.
El chico deja de inmediato la cerveza en la barra y coge un taburete.
—Siéntate. —Da palmaditas sobre el asiento y mira a Drew con
preocupación.
—¡No me des órdenes, Samuel! —Su cara de enfado da miedo.
Nunca he visto a Sam tan nervioso. ¿Estará ocultando algo? ¿A la
chica del Starbucks, tal vez?
Vuelve a darle golpecitos al asiento del taburete y sonríe a Kate con
nerviosismo.
—Por favor.
Mi amiga se acerca y pone el culo en el taburete. Sam se lo acerca aún
más. Pronto estará sentada en sus rodillas.
—Invítame a una copa —le ordena con una media sonrisa.
—Sólo una. —Hace un gesto a Mario. Jesús, si está sudando—. ¿Ava?
—No, gracias. Voy a buscar a Jesse. —Miro por encima del hombro y
empiezo a caminar hacia atrás.
—¿Sabe que estás aquí? —pregunta Sam estupefacto.
¿Qué le pasa?
—Le he enviado un mensaje. —Miro en torno al bar y veo muchas
caras que me suenan de mi última visita a La Mansión. Me alegro de no
ver a Sarah, aunque eso no significa nada. Podría estar en cualquier rincón
del complejo—. Pero no me ha contestado —añado.
Sólo ahora me doy cuenta de que es muy raro.
Sam le dirige a Drew una mirada muy inquieta, y él se ríe todavía
más.
—Esperad aquí. Iré a buscarlo.
—Sé dónde está su despacho —digo con el ceño fruncido.
—Ava, tú espera aquí, ¿vale? —La expresión de Sam es de puro
pánico. Algo me huele muy mal. Lanza a Kate una mirada muy seria
cuando se levanta—. No te muevas.
—¿Cuánto has bebido? —le pregunta Kate mirando el botellín de
cerveza
¿Kate también ha notado lo incómodo que parece?
—Ésta es la primera, créeme. Voy a buscar a Jesse y luego nos vamos.
—Estudia el bar con inquietud. Vale, ahora estoy convencida de que está
ocultando algo o a alguien. Empiezo a desear que Sarah estuviera aquí,
porque entonces sabría con total seguridad que no está con Jesse. Se me
han puesto los pelos como escarpias.
Se va corriendo y nos deja a Kate y a mí intercambiando miradas de
perplejidad.
—Disculpen, señoritas. —Drew se levanta—. La llamada de la
naturaleza.
Nos deja en el bar como si le sobrásemos.
—A la mierda —exclama Kate, y me coge de la mano—. Enséñame la
mansión.
Tira de mí en dirección a la entrada.
—Pero rápido. —Me adelanto y la llevo hacia la enorme escalinata—.
Te enseñaré las habitaciones en las que estoy trabajando.
Llegamos al descansillo y las exclamaciones de Kate se hacen más
frecuentes a medida que va asimilando la opulencia y el esplendor de La
Mansión.
—Esto es el no va más —masculla mirando a todas partes admirada.
—Lo sé. La heredó de su tío a los veintiún años.
—¿A los veintiuno?
—Ajá.
—¡Guau! —suelta Kate. Miró hacia atrás y la veo embobada con la
vidriera que hay al pie del segundo tramo de escalera.
—Por aquí —le indico. Atravieso el arco que lleva a las habitaciones
de la nueva ala y Kate corre tras de mí—. Hay diez en total.
Me sigue hasta el centro de la habitación sin dejar de mirar a todas
partes. No puedo negar que son realmente impresionantes, incluso vacías.
Cuando estén terminadas serán dignas de la realeza. ¿Conseguiré
acabarlas? Después de «aclarar esta mierda» puede que no vuelva a ver
este lugar. Tampoco es que me apene la idea. No me gusta venir aquí.
Me adentro más en la habitación y sigo la mirada de Kate hacia la
pared que hay detrás de la puerta. «Pero ¿qué diablos...?»
—¿Qué es eso? —Kate hace la pregunta que me ronda la cabeza.
—No lo sé, antes no estaba ahí. —Recorro con la mirada la enorme
cruz de madera que se apoya contra la pared. Tiene unos tornillos gigantes
de hierro forjado negro en las esquinas. Es un poco imponente, pero sigue
siendo una obra de arte—. Debe de ser uno de los apliques de buen tamaño
de los que hablaba Jesse. —Me acerco a la pieza y paso la mano por la
madera pulida. Es espectacular, aunque un poco intimidante.
—Huy, perdón, señoritas. —Las dos nos volvemos a la vez y vemos a
un hombre de mediana edad con una lijadora en una mano y un café en la
otra—. Ha quedado bien, ¿verdad? —Señala la cruz con la lijadora y bebe
un sorbo de café—. Estoy comprobando el tamaño antes de hacer las
demás.—¿Lo ha hecho usted? —pregunto con incredulidad.
—Sí. —Se ríe y se coloca junto a la cruz, a mi lado.
—Es impresionante —musito. Encajará a la perfección con la cama
que he diseñado y que tanto le gustó a Jesse.
—Gracias, señorita —dice con orgullo. Me doy la vuelta y veo a Kate
observando la obra de arte con el ceño fruncido.
—Lo dejamos en paz. —Hago a Kate una señal con la cabeza para que
me siga y ella dedica una sonrisa al trabajador antes de salir de la
habitación.
Caminamos de nuevo por el descansillo.
—No lo pillo —refunfuña.
—Es arte, Kate. —Me río. No es rosa ni cursi, así que no me
sorprende que no le guste. Nuestros gustos son muy distintos.
—¿Qué hay ahí arriba?
Sigo su mirada hacia el tercer piso y me detengo junto a ella. Las
puertas intimidantes están entornadas.
—No lo sé. Puede que sea un salón para eventos.
Kate sube la escalera.
—Vamos a verlo.
—¡Kate! —Corro detrás de ella. Quiero encontrar a Jesse. Cuanto más
tiempo tarde en hablar con él, más tiempo tendré para convencerme de no
hacerlo—. Vamos, Kate.
—Sólo quiero echar un vistazo —dice, y abre las puertas—. ¡Joder!
—chilla—. Ava, mira esto.
Vale, me ha picado la curiosidad con ganas. Subo corriendo los
peldaños que me quedan y entro en el salón para eventos, derrapo y me
paro en seco junto a Kate. «Joder.»
—¡Perdonen!
Nos volvemos en dirección a una mujer con acento extranjero. Una
señora regordeta que lleva trapos y espray antibacterias en las manos se
bambolea hacia nosotras.
—No, no, no. Yo limpio. El salón comunitario está cerrado para
limpieza. —Nos empuja hacia la puerta.
—Relájese, señora. —Kate se ríe—. Su novio es el dueño.
La pobre mujer retrocede ante la brusquedad de Kate y me mira de
arriba abajo antes de hacerme una venia con la cabeza.
—Lo siento. —Se guarda el espray en el delantal y me coge las manos
entre los dedos arrugados y morenos—. El señor Ward no dijo que usted
venir.Me muevo con nerviosismo al ver el pánico que invade a la mujer y
lanzo a Kate una mirada de enfado, pero no se da cuenta. Está muy ocupada
curioseando la colosal habitación. Sonrío para tranquilizar a la limpiadora
española, a la que nuestra presencia ha puesto en un compromiso.
—No pasa nada —le aseguro. Me hace otra reverencia y se aparta a un
lado para que Kate y yo nos hagamos una idea de dónde estamos.
Lo primero que me llama la atención es lo hermoso que es el salón. Al
igual que el resto de la casa, los materiales y los muebles son una belleza.
El espacio es inmenso, más de la mitad de la planta y, cuando me fijo con
atención, veo que da la vuelta sobre sí mismo y rodea la escalera. Hemos
entrado por el centro del salón, así que es aún más grande de lo que
pensaba. El techo es alto y abovedado, con vigas de madera que lo cruzan
de principio a fin y elaborados candelabros de oro, que ofrecen una luz
difusa, entre ellas. Tres ventanas georgianas de guillotina dominan el
salón. Están vestidas de carmesí y tienen contraventanas austriacas
ribeteadas en yute dorado trenzado. Son kilómetros y kilómetros de seda
dorada envuelta en trenzas carmesí sujetas a los lados por degradados
dorados. Las paredes rojo profundo ofrecen un marcado contraste para las
camas vestidas con extravagancia que rodean el salón.
¿Camas?
—Ava, algo me dice que esto no es un salón para eventos —susurra
Kate.
Se mueve hacia la derecha, pero yo me quedo helada en el sitio
intentando comprender qué estoy viendo. Es un dormitorio inmenso y
superlujoso, el salón comunitario.
En las paredes no hay cuadros, por eso hay espacio para varios marcos
de metal, ganchos y estantes. Todos parecen objetos inocentes, como los
tapices extravagantes, pero, a medida que mi mente empieza a recuperarse
de la sorpresa, el significado del salón y sus contenidos empiezan a
filtrarse en mi cerebro. Un millón de razones intentan distraerme de la
conclusión a la que estoy llegando poco a poco, pero no hay otra
explicación para los artefactos y artilugios que me rodean.
La reacción llega con retraso, pero llega.
—Me cago en la puta —musito.
—Cuidado con esa boca. —Su voz suave me envuelve.
Me vuelvo y lo veo de pie detrás de mí, observándome en silencio con
las manos en los bolsillos de los vaqueros y el rostro inexpresivo. Tengo la
lengua bloqueada y busco en mi cerebro. ¿Qué puedo decir? Me invaden un
millón de recuerdos de las últimas semanas, de todas las veces que he
pasado cosas por alto, que he ignorado detalles o, para ser exactos, que me
han distraído de ellos. Cosas que ha dicho, cosas que otros han dicho, cosas
que me parecieron raras pero sobre las que no indagué porque él me
distraía. Ha hecho todo lo posible por ocultarme esto. ¿Qué más me oculta?
Kate aparece en mi visión periférica. No me hace falta mirarla para
saber que probablemente la expresión de su rostro es parecida a la mía,
pero no puedo apartar la mirada de Jesse para comprobarlo.
Mira un instante a Kate y le sonríe, nervioso.
Sam entra corriendo en el salón.
—¡Mierda! ¡Te dije que no te movieras! —le grita a Kate con mirada
furibunda—. ¡Maldita seas, mujer!
—Creo que será mejor que nos vayamos —dice Kate con calma, se
acerca a Sam, lo coge de la mano y se lo lleva del salón.
—Gracias. —Jesse les hace un gesto de agradecimiento con la cabeza
antes de volver a mirarme a mí. Tiene los hombros encogidos, señal de que
está tenso. Parece muy preocupado. Debería estarlo.
Oigo los susurros ahogados y enfadados de Kate y de Sam mientras
bajan la escalera. Nos dejan solos en el salón comunitario.
El salón comunitario. Ahora todo tiene sentido. El crucifijo que hay
abajo no es arte para colgar en la pared. Esa cosa que parece una cuadrícula
no es una antigüedad. Las mujeres que se contonean por el lugar como si
vivieran aquí no son mujeres de negocios. Bueno, tal vez lo sean, pero no
mientras están aquí.
«Ay, Dios, ayúdame.»
Los dientes de Jesse empiezan a hacer de las suyas en su labio
inferior. El pulso se me acelera a cada segundo que pasa. Esto explica esos
ratos de humor pensativo que ha pasado estos últimos días. Debía de
imaginarse que iba a descubrirlo. ¿Pensaba contármelo alguna vez?
Baja la mirada al suelo.
—Ava, ¿por qué no me has esperado en casa?
La sorpresa empieza a convertirse en ira cuando todas las piezas
encajan. ¡Soy una idiota!
—Tú querías que viniera —le recuerdo.
—Pero no así.
—Te he enviado un mensaje. Te decía que estaba de camino.
Frunce el ceño.
—Ava, no he recibido ningún mensaje tuyo.
—¿Dónde está tú móvil?
—En mi despacho.
Voy a sacar mi móvil, pero entonces sus palabras de esta mañana
regresan a mi cerebro.
—¿De esto era de lo que querías hablar? —pregunto.
No quería hablar de nosotros. Quería hablar de esta mierda.
Levanta la mirada del suelo y la clava en mí. Está llena de
arrepentimiento.
—Era hora de que lo supieras.
Abro aún más los ojos.
—No, hace mucho tiempo que debía saberlo.
Hago un giro de trescientos sesenta grados parar recordar dónde estoy.
Sigo aquí, no cabe duda, y no estoy soñando.
—¡Joder!
—Cuidado con esa boca, Ava —me riñe con dulzura.
Me vuelvo otra vez para mirarlo a la cara, alucinada.
—¡No te atrevas! —grito, y me golpeo la frente con la palma de la
mano—. ¡Joder, joder, joder!
—Cuidado...
—¡No! —Lo paralizo con una mirada feroz—. ¡Jesse, no te atrevas a
decirme que tenga cuidado con lo que digo! —Señalo el salón con un gesto
—. ¡Mira!
—Ya lo veo, Ava. —Su voz es suave y tranquilizadora, pero no va a
calmarme. Estoy demasiado atónita.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Dios mío, es un chulo venido a más.
—Pensé que habrías comprendido el tipo de operaciones que se
realizan en La Mansión en nuestra primera reunión, Ava. Cuando resultó
evidente que no era así, se me hizo cada vez más difícil decírtelo.
Me duele la cabeza. Esto es como un puzle de mil piezas: cada una va
encajando en su sitio, muy despacio. Yo le dije que tenía un hotel
encantador. Debe de pensar que soy medio tonta. Dejó caer bastantes pistas
con su lista de especificaciones, pero, como estaba tan distraída con él, no
pillé ni una. ¿Es el dueño de un club de sexo privado? Es horrible. ¿Y el
sexo? Dios, el dichoso sexo. Es todo un experto fuera de serie, y no es por
sus relaciones anteriores. Él mismo me dijo que no tenía tiempo para
relaciones. Ahora ya sé por qué.
—Voy a marcharme ahora mismo y vas a dejar que me vaya —digo
con toda la determinación que siento. Está claro que he sido un juguete
para él. Estoy más que espesa, he perdido por completo la razón.
Se muerde el labio con furia cuando paso junto a él y bajo la escalera
como una exhalación.
—Ava, espera —me suplica pisándome los talones.
Recuerdo la última vez que salí huyendo de aquí. No debería haber
dejado de correr. Bloqueo su voz y me concentro en llegar a la entrada y en
no caerme y romperme una pierna. Paso por los dormitorios del segundo
piso y me doy otra bofetada mental.
—Ava, por favor.
Llego al pie de la escalera y me doy la vuelta para mirarlo a la cara.
—¡Ni se te ocurra! —le grito. Retrocede, sorprendido—. Vas a dejar
que me vaya.
—Ni siquiera me has dado ocasión de explicarme. —Tiene los ojos
abiertos de par en par y llenos de miedo. No es una expresión que haya
visto nunca en él—. Por favor, deja que te lo explique.
—¿Explicarme el qué? ¡He visto todo lo que necesito ver! —grito—.
¡No es necesaria ninguna explicación! ¡Esto lo dice todo bien claro!
Se acerca a mí con la mano tendida.
—No tendrías que haberlo descubierto así.
De repente me doy cuenta de que hay público presenciando nuestra
pequeña pelea. Sam, Drew, Kate y todos los que están en la entrada del bar
nos miran incómodos, incluso con cara de pena. John está muy serio y no
deja de mirar a Jesse. Sarah está claramente satisfecha de sí misma. Ahora
sé que debe de haber interceptado mi mensaje en el teléfono de Jesse. Ella
ha abierto las puertas de entrada y la puerta de La Mansión. Se ha salido
con la suya. Que se lo quede.
No reconozco al hombre con aspecto de chulo insidioso que hay a su
lado, pero me mira con cara de pocos amigos. Me doy cuenta de que se
vuelve hacia Jesse con gesto de desdén.
—Eres un gilipollas —le escupe a Jesse por la espalda y con tono de
verdadero odio. ¿Quién diablos es?
John lo coge del pescuezo y lo sacude un poco.
—Ya no eres miembro, hijo de puta. Te acompañaré a la salida.
La criatura altanera suelta una carcajada siniestra.
—Adelante. Parece que tu fulana ha visto la luz, Ward —sisea.
Los ojos de Jesse se tornan negros en un nanosegundo.
—Cierra la puta boca —ruge John.
—Anulamos su carnet de socio —musito—. A alguien se le ha ido de
las manos.
El hombre dirige su mirada fría de nuevo hacia mí.
—Coge lo que quiere y deja un reguero de mierda a su paso —gruñe.
Sus palabras me golpean hasta dejarme sin aliento. Jesse se tensa de pies a
cabeza—. Folla con todas y las deja bien jodidas.
Vuelvo a mirar a Jesse. Sus ojos siguen negros y parece que le pesa la
arruga de la frente.
—¿Por qué? —le pregunto.
No sé por qué se lo pregunto. No va a suponer ninguna diferencia.
Pero siento que me merezco una explicación. Folla con todas, una sola vez,
y las deja bien jodidas.
—No lo escuches, Ava. —Jesse da un paso al frente. Tiene la
mandíbula tan apretada que se la va a romper.
—Pregúntale cómo está mi mujer —escupe el desgraciado—. Le hizo
lo mismo que les hace a todas. Los maridos y la conciencia no se
interponen en su camino.
Y eso basta para que Jesse pierda la paciencia. Se da la vuelta y se
lanza contra el hombre como una bala, se lo quita a John de entre las
manos y lo tira contra el suelo de parquet con gran estrépito. Sam aparta a
Kate y se oyen unos cuantos gritos ahogados, mientras todo el mundo ve a
Jesse pegarle al tipo la paliza de su vida.
No me siento inclinada a gritarle que pare, a pesar de que parece que
podría matarlo. Salgo de La Mansión y me meto en el coche. Kate vuela
por los escalones y corre hacia mí. Se mete en el coche pero no dice nada.
Cuando llegamos a las puertas, se abren sin que tenga que pararme. Me
sorprende, estaba preparada para pisar el acelerador y echarlas abajo.
—Sam —dice Kate cuando la miro—. Dice que lo mejor será que nos
larguemos de aquí.
No me había parado a pensar, hasta ahora, que Kate tampoco sabía
nada de todo esto. Parece la Kate tranquila de siempre, la que se toma las
cosas como vienen.

Yo, sin embargo, voy en barrena hacia el infierno.

Volver a capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros