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01 Seduccion - Mi hombre Capítulo 35


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Capítulo 35
Me despierto de golpe y me incorporo en la cama. Me siento renovada,
revitalizada y descansada. Esta cama es tremendamente cómoda. Volver a
la mía después de haber dormido aquí varias noches va a suponer un bajón.
Lo único que falta es Jesse.
Miro bajo las sábanas y veo que sigo en ropa interior, pero la camiseta
ha desaparecido. No recuerdo cómo he llegado a la cama. Me siento en
silencio un momento y oigo un zumbido constante acompañado de unos
golpes sordos a lo lejos.
¿Qué es eso?
Recorro el largo camino hasta los pies de la cama y salgo al
descansillo, donde los ruidos son un poco más fuertes, aunque siguen
sonando amortiguados. Miro a mi alrededor. No hay ninguna señal de
Jesse. Deduzco que debe de estar en la cocina, así que bajo la escalera. Pero
al acercarme a la cocina, me paro y doy marcha atrás. Miro a través de la
puerta de cristal del gimnasio, situada en ángulo antes de entrar en la
cocina, y veo a Jesse con unos pantalones cortos esprintando a toda pastilla
en la cinta de correr. Eso explica el extraño golpeteo distante. Está
corriendo de espaldas a mí. La firme piel de su espalda resplandece gracias
a las gotas de sudor mientras ve las noticias deportivas en un televisor
colgado frente a él.
Le dejo hacer. Ya le he fastidiado una carrera. Voy a la cocina a llenar
la cafetera y a prepararme un café. No es Starbucks, pero me servirá.
El sonido familiar del tono de mi móvil invade la habitación y lo
busco por la cocina. Está cargándose en la encimera. Lo cojo y lo
desconecto del cargador. Es mi madre. De repente me acuerdo de su
llamada de ayer, esa que no le he devuelto aún... y que no tengo ningunas
ganas, pero ningunas, de devolver. Mi buen humor se desvanece al
instante.
—Hola, mamá —saludo alegremente pero con una mueca de
aprensión en la cara. Aquí viene el interrogatorio.
—¡Estás viva! Joseph, cancela la partida de búsqueda. ¡La he
encontrado!
La idea de chiste de mi madre hace que ponga los ojos en blanco.
Obviamente, esperaba que ya le hubiera devuelto la llamada.
—Vale, mamá. ¿Qué quería Matt?
—No tengo ni idea. No nos llamó ni una sola vez mientras estuvisteis
juntos. Me preguntó cómo estábamos y habló sobre el tiempo, ya sabes.
Todo muy raro. ¿Por qué nos llamó, Ava?
—No lo sé, mamá. —Bostezo de aburrimiento. Sospecho que sí lo sé.
Está intentando ganárselos.
—Mencionó que estabas con otro.
—¿Ah, sí? —Mi tono agudo deja claro que me ha pillado por
sorpresa, y también que soy culpable. Maldito seas, Jesse Ward, por
interceptar mi móvil. Habría sido más fácil restar importancia a los
chismes de Matt si no tuviera que justificar también lo del hombre
misterioso que cogió mi móvil ayer.
—Sí, dijo que estabas saliendo con alguien. Es muy pronto, Ava.
—No estoy saliendo con nadie, mamá. —Miro por encima del hombro
para asegurarme de que todavía estoy sola. Estoy haciendo algo más que
salir con alguien. Estoy enamorada.
—¿Quién era el hombre que contestó al móvil?
—Ya te lo dije: es sólo un amigo.
«¡Déjalo estar, por favor!»
—Mejor. Eres joven, estás en Londres y recién salida de una relación
de mierda. No caigas en los brazos del primero que te preste un poco de
atención.
Me pongo roja hasta la coronilla aunque no puede verme. No creo que
lo que me da este hombre pueda describirse como «un poco de atención».
Con tan sólo cuarenta y siete años y habiendo tenido a Dan a los dieciocho
y a mí a los veintiuno, mi madre se perdió todas las ventajas de ser joven
en Londres. Aún no ha cumplido los cincuenta y ya está jubilada y
viviendo en Newquay. Sé que no le gustaría saber que me están atrapando
por medio de la lujuria.
—No lo haré, mamá. Sólo me estoy divirtiendo un montón —la
tranquilizo. Me lo estoy pasando bomba, aunque que no como ella se
imagina—. ¿Qué tal está papá?
—Ya sabes, loco por el golf, loco por el bádminton, loco por el
cricket. Tiene que estar siempre haciendo mil cosas para no subirse por las
paredes.
—Es mejor que pasarse el día con el culo pegado al sillón sin dar ni
golpe —digo, y cojo una taza del armario. Me acerco al frigorífico.
—Montó un escándalo por tener que dejar la ciudad, pero yo sabía que
se moriría al cabo de unos años si no lo sacaba de allí. Ahora no para
quieto. Siempre está metido en algo.
Abro el frigorífico. No hay leche.
—Es bueno que se mantenga activo, ¿no? —Me siento en el taburete
sin ese café que tanta falta me hace.
—No me quejo. También ha perdido unos kilos.
—¿Cuántos?
Son buenas noticias. Todo el mundo decía que papá tenía todas las
papeletas para sufrir un infarto: obeso, aficionado a la cerveza y con un
trabajo estresante. Resultó que todo el mundo tenía razón.
—Casi siete kilos.
—Vaya, estoy impresionada.
—No más que yo, Ava. Entonces ¿hay novedades?
«¡A manta!»
—Pocas. Estoy hasta arriba de trabajo. He conseguido el siguiente
proyecto del promotor del Lusso. —Tengo que hablar de trabajo. Se me va
a caer el pelo si empieza a cotillear en mi vida social.
—¡Genial! Le enseñé a Sue las fotos en internet. ¡El ático! —suspira.
«Sí, ahí estoy en este momento.»
—Ya. —Necesito vino.
—¿Te imaginas vivir con tanto lujo? Tu padre y yo no estamos mal,
pero no tiene nada que ver con esos niveles de riqueza.
—Es verdad. —De acuerdo, lo de hablar de trabajo no ha ido como yo
planeaba—. ¿A qué hora llega Dan mañana? —Tengo que cambiar de
tema.
—A las nueve de la mañana. ¿Vendrás con él?
Me desplomo sobre la encimera. Casi ni me acordaba de la llegada de
Dan. No he tenido oportunidad con la movida que tengo encima. Me siento
culpable. Llevo seis meses sin verlo.
—No creo, mamá. Estoy muy ocupada —lloriqueo mientras le suplico
mentalmente que lo entienda.
—Es una pena, pero lo comprendo. A lo mejor papá y yo vamos a
verte cuando ya tengas piso. —Me están dando a entender que tengo que
mover el culo. No he hecho nada al respecto.
—Eso sería genial —lo digo de corazón. Me encantaría que mis
padres volvieran a Londres a visitarme. No se han acercado desde que se
mudaron, y sé que es porque en el fondo los dos tienen miedo de querer
volver a vivir en el ajetreo y el bullicio de la ciudad.
—Estupendo. Se lo comentaré a tu padre. He de dejarte. Dale
recuerdos a Kate.
—Lo haré, llamaré la semana que viene cuando Dan esté allí —añado
rápidamente antes de que cuelgue.
—Perfecto. Cuídate mucho, cariño.
—Adiós, mamá. —Doy un empujón al móvil por la encimera y hundo
la cabeza entre las manos.
Si ella supiera. A mi padre le daría otro infarto si se enterase del
estado actual de mis asuntos, y mi madre me obligaría a mudarme a
Newquay. La única razón por la que mi padre no vino conduciendo hasta
Londres cuando Matt y yo rompimos fue porque mamá llamó a Kate para
averiguar si era verdad que yo estaba bien. ¿Qué pensarían si supieran que
estoy liada con un hombre controlador, arrogante y neurótico que, según
sus propias palabras, me está follando hasta hacerme perder el sentido? El
hecho de que sea superrico y el dueño del ático del Lusso no amortiguaría
el golpe. Por Dios, si mi madre tiene una edad más cercana a la de Jesse
que yo.
Me doy la vuelta sobre el taburete cuando oigo un alboroto fuera de la
cocina. Me levanto a investigar y doy un salto del susto que me llevo al ver
el pecho desnudo de Jesse volando hacia mí.
«¡Guau!»
—Joder, estás aquí. —Me levanta del suelo y me pega a su pecho
bañado en sudor—. No estabas en la cama.
—No, estaba en la cocina —farfullo aturdida. Me está abrazando tan
fuerte que me cuesta respirar—. He visto que estabas corriendo y no he
querido molestarte. —Me revuelvo un poco para indicarle que me está
ahogando. Me suelta y me deposita sobre mis pies. Con el rostro brillante y
sin afeitar, me da un repaso y el pánico desaparece un poco de su mirada.
Me coge de los hombros y me mira a la cara—. Sólo estaba en la cocina —
repito. Me mira como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Pero
¿qué le pasa?
Sacude un poco la cabeza, como si estuviera intentando borrar un
pensamiento horrible, me coge en brazos, me lleva a la encimera y me
sienta sobre el frío granito. Se abre camino entre mis muslos.
—¿Has dormido bien?
—Genial.
¿Por qué tiene cara de haber recibido muy malas noticias?
—¿Te encuentras bien?
Me regala una sonrisa de las que detienen el corazón. Me tranquilizo
al instante.
—Me he despertado en mi cama contigo vestida de encaje. Es
domingo, son las diez y media de la mañana y estás conmigo en mi cocina
—me mira de arriba abajo—... vestida de encaje. Estoy genial.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto. —Me levanta la barbilla y me planta un pico en los
labios—. Podría despertarme así todos los días. Eres preciosa, señorita.
—Tú también.
Me aparta el pelo de la cara y me mira con cariño.
—Bésame.
Satisfago su petición de inmediato. Tomo sus labios con calma y sigo
las caricias lentas y delicadas de su lengua. Los dos gemimos de gusto a la
vez. Esto es la gloria. Pero el estridente chirrido del móvil de Jesse pone
fin a nuestro momento íntimo.
Gruñe y alarga el brazo por detrás de mí para cogerlo, sin dejar de
besarme. Lo sujeta por encima de mi cabeza y mira la pantalla.
—No, ahora no... —protesta contra mis labios—. Nena, tengo que
cogerlo.
Se aparta de mí y contesta entre mis muslos. Deja la mano que le
queda libre en mi cintura.
—¿Qué pasa, John? —Empieza a morderse el labio—. ¿Y qué hace
ahí?
Me da un beso casto en los labios.
—No, voy para allá... sí... te veo dentro de un rato. —Cuelga y me
estudia con atención unos segundos—. Tengo que ir a La Mansión. Te
vienes conmigo.
Retrocedo.
—¡No! —protesto. ¡No voy a dejar que sea ella quien me baje del
séptimo cielo de Jesse!
Frunce el ceño.
—Quiero que vengas.
¡De ninguna manera! Es domingo, no tengo que ir a trabajar y no voy
a ir a La Mansión.
—Pero vas a estar trabajando. —Busco una buena excusa en mi
cerebro para no tener que ir—. Haz lo que tengas que hacer y nos vemos
luego. —Intento que entre en razón.
—No. Te vienes —insiste con firmeza.
—No, no voy. —Trato de soltarme de su abrazo, pero no consigo ir a
ninguna parte.
—¿Por qué no?
—Porque no —le espeto, y me gano una mirada furibunda. No voy a
empezar a despotricar contra Sarah y a aburrirlo con celos triviales.
Rebusca en mi mirada.
—Ava, por favor. ¿Vas a hacer lo que te digo?
—¡No! —grito.
Cierra los ojos con el objetivo de no perder la paciencia, pero me da
igual. Puede obligarme a muchas cosas, pero no pienso ir a La Mansión.
Sigo sentada en la encimera, esperando a que Jesse se desintegre ante mi
desobediencia.
—Ava, ¿por qué te empeñas en complicar las cosas?
—¿Que yo complico las cosas? —Lo miro boquiabierta.
Es él quien necesita un polvo para hacerlo entrar en razón. El tío
alucina.
—Sí. Yo lo estoy intentando con todas mis fuerzas.
—¿Qué es lo que estás intentando? ¿Volverme loca? ¡Pues lo estás
consiguiendo! —Le doy un empellón y me voy como un rayo de la cocina
mientras él maldice y me sigue escaleras arriba.
—¡Está bien! —grita desde atrás—. Me esperarás aquí. Volveré en
cuanto pueda.
—¡Me voy a casa! —grito sin dejar de andar.
Me encierro en el cuarto de baño. No voy a quedarme aquí esperando
a que vuelva. Ha sido razonable y ha aceptado mi negativa a acompañarlo,
pero sólo para rematarlo con un «Me esperarás aquí» y punto. ¡No pienso
esperarlo! Me echo agua fría en la cara para intentar calmarme. Estoy de
muy mal humor. ¿Por qué no me ha hecho la cuenta atrás? Es lo que suele
hacer cuando no me someto a sus órdenes. Lo oigo hablar por teléfono en
el dormitorio. Me pregunto a quién habrá llamado. Abro la puerta.
—Hasta ahora. —Cuelga y tira el móvil encima de la cama.
¿A quién le ha dicho «Hasta ahora»? Se queda de pie dándome la
espalda un buen rato, con la cabeza sobre el pecho. Está pensando, y de
repente me siento una impostora.
Al cabo de un rato, respira hondo y se vuelve hacia mí. Me observa un
instante y se mete en el baño para darse una ducha. Me quedo en mitad de
la habitación sin saber qué hacer. Está actuando de un modo muy extraño.
No hay cuenta atrás ni manipulación. ¿Qué está pasando? Ayer fue un día
perfecto y ahora ha regresado la confusión. Parece que a fin de cuentas no
ha hecho falta que apareciera Sarah para bajarme del séptimo cielo de
Jesse. Me las he apañado yo solita.
Diez minutos después sigo jugueteando con los pulgares mientras
intento decidir qué debo hacer ahora. Oigo que cierra el grifo de la ducha.
Sale del baño y se mete en el vestidor sin dirigirme la palabra. Me
preocupa su expresión de derrota, que también arrastra una nota de tristeza.
Creo que quiero que explote o que inicie una cuenta atrás. No tengo ni idea
de lo que le pasa por la cabeza, y es la sensación más frustrante del mundo.
Aparece en la puerta del vestidor.
—Tengo que irme —se lamenta. Parece muy atormentado—. Kate
viene para acá.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué?
—Para que no te vayas.
Vuelve al vestidor y yo lo sigo a toda prisa.
Se pone unos vaqueros y me mira un segundo, pero no me aclara nada.
Descuelga una camiseta negra, se la pone en un abrir y cerrar de ojos y a
continuación se calza unas Converse.
—Me voy a casa —le digo, pero no me mira.
¿Qué le pasa? Noto que mi mal genio se desinfla ante su pasotismo y,
como no sé qué otra cosa hacer, empiezo a descolgar mi ropa de las
perchas y a colocármela entre los brazos.
—¿Qué estás haciendo? —Me quita la ropa y vuelve a colgarla—. ¡No
vas a marcharte! —ruge.
—¡Claro que me marcho! —le grito, y vuelvo a descolgar las prendas
de un tirón.
—¡Pon la puta ropa en su sitio, Ava! —me grita.
Oigo el sonido de la tela al rasgarse cuando lucho por quitármelo de
encima. Unos segundos después ya no tengo ropa en los brazos y me han
echado del vestidor. Estoy sobre la cama, inmovilizada, resistiéndome a él,
desafiándolo abiertamente, pero no consigo soltarme. ¡Como intente
follarme gritaré!
—¡Cálmate, joder! —me grita, y me coge de la barbilla para
obligarme a mirarlo. Cierro los ojos con fuerza; jadeo y resoplo como un
galgo de carreras. No voy a dejar que se sirva del sexo para manipularme
—. Abre los ojos, Ava.
—¡No! —Me comporto de manera infantil, pero sé que si lo obedezco
me consumirá la lujuria.
—¡Que los abras! —Me sacude la barbilla.
—¡No!
—¡Vale! —grita mientras sigo intentando soltarme—. Escúchame,
señorita. No vas a ir a ninguna parte. Te lo he dicho una y otra vez, ¡así que
empieza a metértelo en la cabeza!
Cambia de postura para poder sujetarme con más fuerza.
—Me voy a La Mansión y, cuando vuelva, vamos a sentarnos y a
hablar sobre nosotros. —Dejo de resistirme. ¿Hablar sobre nosotros?
¿Qué? ¿Una conversación como Dios manda sobre qué tipo de relación hay
entre nosotros? Me muero por saberlo—. Las cartas sobre la mesa, Ava. Se
acabaron las estupideces, las confesiones de borracha y el guardarte cosas
para ti. ¿Lo has entendido? —Tiene la respiración pesada y habla con
decisión.
Es lo que he querido desde el principio: las cosas claras, poder
entender nuestra relación. Joder, estoy muy confusa. Necesito saber qué es
esto y luego, tal vez, pueda decidir si necesito poner distancia.
¿Y qué es eso de las confesiones de borracha y lo de que me guardo
cosas? Abro los ojos, y me recibe su mirada verde parduzca. Me aprieta un
poco menos la barbilla.
—Ven conmigo, te necesito conmigo. —Casi me lo suplica.
—¿Por qué?
—Porque sí. ¿Por qué no quieres venir?
Respiro hondo.
—No me siento cómoda en La Mansión. —Ahí la tiene, es la verdad.
Debería ser capaz de adivinar el porqué. No puede ser tan tonto.
—¿Por qué no te sientes cómoda?
Vale. Es así de tonto.
—Porque no —respondo.
Frunce el entrecejo y se mordisquea el labio.
—Por favor, Ava.
Niego con la cabeza.
—No voy a ir.
Suspira.
—Prométeme que estarás aquí cuando vuelva. Necesitamos aclarar
esta mierda.
—Estaré aquí —le aseguro.
Estoy desesperada por aclarar esta mierda. No voy a irme a ninguna
parte.—
Gracias —susurra y apoya la frente en la mía y cierra los ojos.
La esperanza florece en mi interior. Quiere «aclarar esta mierda». Se
levanta y, sin besarme siquiera, sale del dormitorio.
Me quedo en la cama recuperándome de mi ridícula batalla física,
preguntándome qué resultará de poner las cartas sobre la mesa y aclarar
esta mierda. No me decido. No sé si confesarle lo que siento o esperar a ver
qué tiene que decirme él. ¿Qué dirá? Hay tanto que aclarar... ¿Qué es
«nosotros»? ¿Una aventura de alto voltaje o algo más? Necesito que sea
algo más, pero no puedo soportar sus exigencias y su manía de
comportarse irracionalmente y pasar por encima de quien sea. Es agotador.
La mirada de puro tormento que oscurecía su hermoso rostro es
innegable. ¿Qué le rondará por esa mente tan compleja? ¿Por qué me
necesita? Tengo tantas preguntas...
Cierro los ojos e intento recobrar el aliento. Entro en una especie de
coma por agotamiento.
El teléfono que hay junto a la cama empieza a sonar y abro los ojos de
golpe. «¡Kate!» Me arrastro hasta el cabezal y contesto:
—Déjala subir, Clive.
Me pongo una camiseta y corro escaleras abajo. Abro la puerta justo
cuando Kate sale del ascensor. Me alegro mucho de verla, pero no entiendo
por qué Jesse piensa que necesito una niñera. Corro hacia ella y la abrazo
con desesperación.
—¡Vaya! ¿Alguien se alegra de verme? —Me devuelve el efusivo
abrazo y hundo la cara entre sus rizos rojos. No me había dado cuenta de lo
mucho que necesitaba verla—. ¿Vas a invitarme a entrar en el torreón o
nos quedamos aquí plantadas?
La suelto.
—Perdona. —Me aparto el pelo de la cara—. Estoy fatal, Kate. Y tú
has vuelto a dejar que un tío rebusque entre mis cosas —añado con mala
cara.
—Ava, apareció a las seis de la mañana y estuvo llamando a la puerta
hasta que Sam le abrió. Le he dejado hacer porque no había forma de
impedírselo. Ese hombre es un rinoceronte.
—Es aún peor.
Me mira con cara de pena, me da la mano y me lleva al ático.
—No puedo creerme que viva aquí —masculla mirando hacia la
cocina—. Siéntate. —Señala un taburete.
Tomo asiento y observo a Kate mientras refresca el recuerdo que tiene
de la impresionante cocina.
—No puedo ofrecerte té porque no tiene leche. La asistenta tiene el
día libre.
—¿Tiene asistenta? —musita—. Era de esperar.
Sacude la cabeza, va a la nevera y saca dos botellas de agua. Se sienta
a mi lado.
—¿Qué pasa?
—¿Qué voy a hacer, Kate? —Apoyo la cabeza entre las manos—. No
puedo creer que te haya hecho venir sólo para que no me marche.
—¿Y eso no te dice nada?
—¡Que es un controlador! ¡Es demasiado intenso! —Miro a Kate, que
sonríe un poco. ¿Qué tiene de gracioso? Estoy hecha un lío—. No sé qué
hago con él, en qué punto estamos.
—¿Se lo has dicho? —me pregunta, y arquea una ceja perfectamente
depilada.
—No, no puedo.
—¿Por qué? —me suelta totalmente sorprendida.
—Kate, no sé qué soy para él. Puede ser amable y cariñoso, decir
cosas que no entiendo y, al minuto, ser brutal y fiero, dominante y
exigente. ¡Intenta controlarme! —Abro la botella de agua y le doy un trago
para humedecerme la boca seca—. Me manipula con sexo cuando no
cumplo sus órdenes sin replicar, pasa por encima de quien sea, incluso de
mí, para salirse con la suya. Raya en lo imposible. No, ¡es imposible!
Kate me mira con los ojos azules y brillantes llenos de compasión.
—Sam me ha dicho que nunca había visto así a Jesse. Por lo visto, es
famoso por su carácter despreocupado.
Me echo a reír. Podría describir a Jesse de muchas maneras, pero
despreocupado no es una de ellas.
—Kate, no es así para nada, créeme.
—Está claro que sacas lo peor de él. —Sonríe.
—Está claro —repito. ¿Despreocupado? ¡Qué chiste!—. Él también
saca lo peor de mí. No le gusta nada que diga tacos, así que suelto más. Le
supone un problema que muestre mis encantos a alguien que no sea él, así
que me pongo vestidos más cortos de lo normal. Me dice que no me
emborrache, y yo voy y lo hago. No es sano, Kate. Tan pronto me dice que
le encanta tenerme aquí como que soy el polvo del día. ¿Qué debo pensar?
—Pero sigues aquí —dice pensativa—. Y no vas a conseguir
respuestas si no haces las preguntas.
—Hago preguntas.
—¿Las correctas?
¿Cuáles son las preguntas correctas? Miro a mi mejor amiga y me
pregunto por qué no me saca del torreón y me esconde de Jesse. Lo ha visto
en acción... No hay duda de que eso es más que suficiente para que
cualquier mejor amiga tome cartas en el asunto.
—¿Por qué no me dices que lo mande a la mierda? —pregunto
recelosa—. ¿Es porque te ha comprado una furgoneta?
—No seas idiota, Ava. Le devolvería la furgoneta con gusto si me lo
pidieras. Tú eres mucho más importante para mí. No te digo que lo mandes
a la mierda porque sé que no quieres hacerlo. Lo que tienes que hacer es
decirle cómo te sientes y negociar niveles aceptables de «intensidad». —
Sonríe—. Pero en la cama bien, ¿verdad?
Sonrío.
—Dijo que iba a asegurarse de que lo necesitara siempre. Y lo ha
hecho. Lo necesito de verdad, Kate.
—Habla con él, Ava. —Me da un empujoncito en el hombro—. No
puedes seguir así. —Sacude la cabeza.
Es cierto que no puedo seguir así. Me meterán en un manicomio
dentro de un mes. Mi corazón y mi cerebro se arrastran de un extremo al
otro a cada hora. Ya no sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo el culo.
Si tengo que servirle mi corazón en bandeja para que lo haga trizas, que así
sea. Al menos sabré a qué atenerme. Lo superaré... algún día... creo.
Me levanto.
—¿Me llevas a La Mansión? —le pregunto. Necesito hacerlo ahora,
antes de que me raje. Tengo que decirle cómo me siento.
Kate salta del taburete.
—¡Sí! —exclama con entusiasmo—. ¡Me muero por ver ese sitio!
—Es un hotel, Kate. —Pongo los ojos en blanco pero la dejo disfrutar
de su entusiasmo. Mi coche está en su casa, así que no puedo moverme sin
ella—. Dame cinco minutos. —Corro escaleras arriba para cambiarme y
ponerme unos vaqueros y unas bailarinas, y estoy con Kate en la puerta
principal en tiempo récord. Envío a Jesse un mensaje de texto rápido para
decirle que voy para allá.

Es hora de poner las cartas sobre la mesa.

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