Pasamos junto a los porteros del Baroque muertas de la risa. No
estamos
borrachas, pero esta noche nos ha dado por reírnos.
—¿Qué vas a tomar? —pregunta Kate cuando se nos acerca un
camarero.
—Vino —contesto, y me río para mis adentros. Ha sido fácil.
Kate coge las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del
viernes
por la noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me
siento con
cuidado en el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es
un tabú.
—Bueno, cuéntame cosas. ¿Qué tal Sam? —pregunto como si nada.
Sé que es más que sexo. Creo que los dos han encontrado la horma
de su
zapato. No conozco a Sam, pero sí a Kate, y para que dedique tanto
tiempo
a un hombre tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Sam es
que
tiene una sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio
desnudo. Kate no
ha pasado tanto tiempo con un hombre desde que estuvo con mi
hermano.
Sonrío ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo,
pero no
me apetece hablar de Dan esta noche, no con Kate.
Se encoge de hombros.
—Divertido.
—¡Venga ya! Te he contado mucho más sobre Jesse, ¡dame más!
Da un sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con
tranquilidad.
—Ava, no es la clase de hombre con la que una sienta la cabeza. Lo
pasaré bien mientras dure, pero no voy a pillarme.
Por dentro, miro mal a Kate por recordarme lo me que dijo Sarah
acerca de plantearse un futuro con Jesse.
—¿Cómo lo sabes? —Intento poner orden en mis pensamientos
dispersos.
—Lo sé —me dice con media carcajada.
Si soy sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la
vida
con calma y no tiene inhibiciones... Todo lo que Sam parece ser.
Al menos,
por lo que yo he visto, y he visto bastante. ¿Qué problema hay?
—Me cae bien —admito. Es posible que sea un exhibicionista y un
pesado, pero es adorable.
—Bueno, a mí también me cae bien Jesse.
Me río. Claro que sí: le ha comprador una furgoneta. Pero me
callo.
—Pero te gusta en plan amigo, ¿no? —Ay Dios, no se me había
ocurrido pensar que Kate pudiera sentirse atraída por él. Aunque
todo el
mundo se siente atraído por él. Me han mirado mal infinidad de
admiradoras, pero jamás pensé, ni por un instante, que Kate
pudiera sentir
algo por él.
—¡Claro! —Me mira toda ofendida—. Me gusta porque es evidente lo
mucho que te quiere.
—¿Qué? Kate, no me quiere. Lo que le gusta es follarme. —Doy un
buen trago de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de
decirme
Kate. ¿O es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo?
¿Lo
mucho que me quiere o lo mucho que quiere controlarme?
—Ava, eres la reina de la negación.
—¿Cuántos años crees que tiene? —pregunto.
Kate se encoge de hombros.
—Unos treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo. —Se baja del
taburete y coge el paquete de tabaco del bolso—. Espérame aquí, no
quiero
que nos quiten la mesa.
Se va a la zona de fumadores y me deja meditando sobre mi
endiablada situación. Estoy enamorada de un hombre que pisotea,
que es
controlador y exigente más allá de lo razonable. Sabía que debía
mantenerme lejos de él. No puedo evitar pensar que podría haber
rechazado con facilidad a cualquier otro hombre, haberlo evitado y
huido.
Pero Jesse es otra historia. Soy adicta, estoy enganchada a él y
no sé si es
sano.
—¿Ava?
Una voz muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones.
Además, es una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el
vestido de seda.
—Hola, Matt. —Suena como si de verdad tuviera ganas de verlo.
—Joder, Ava. Estás estupenda. —Me da un repaso con una mirada
obscena, cosa que me hace sentir muy incómoda. ¿Cómo puede darme
tanto repelús ahora? Lo quise durante cuatro años. O eso creo. Lo
que
sentía por Matt palidece hasta la insignificancia en comparación
con lo que
siento por cierto don Controlador de edad desconocida.
—Gracias; ¿cómo estás? —pregunto educadamente, y reparo en su
camisa y sus vaqueros negros. Odio esos vaqueros, y la camisa
parece mala
y barata.
—Muy bien, gracias. ¿Qué es de tu vida?
«Sexo ¡Sexo del bueno y en abundancia!»
—No gran cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso.
—Es mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia
inmobiliaria. Matt no se percata de que me estoy retorciendo el
pelo.
Nunca se dio cuenta de lo que significa ese tic. ¿Una señal, tal
vez?
—¿Qué tal el trabajo?
Apoya los codos en el borde de la mesa e invade por completo mi
espacio personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de él
mientras
rezo para que Kate vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella
aparezca.
—Muy bien, gracias. —Medito sobre si debo preguntarle lo mismo.
Después de que me llamara y me comentase que iban a reducir
plantilla en
su empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar
mucho
la conversación.
Sonríe radiante, es su sonrisa falsa.
—Genial. Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te
culparía si me mandaras a la mierda.
«¡Vete a la mierda!»
—Tranquilo, Matt. No te preocupes.
—Genial.
Vomito para mis adentros cuando James se acerca para unirse a
nosotros y me mira con el mismo desprecio que yo siento hacia él.
¡Que se
vaya a tomar viento! Sonrío con dulzura y me recoloco en la
banqueta con
cuidado. Este vestido es ridículo, y aunque me sentía
perfectamente
cómoda antes de ver a Matt, ahora creo que enseño demasiado y me
siento
expuesta y vulnerable bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de
su
amigo.
—James. —Lo saludo con una inclinación de cabeza.
—Ava —replica. La frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de
haberle contado a Matt que me vio con un tipo alto, rubio y
agresivo, así
que ¿por qué se está comportando Matt de una forma tan agradable?
—¿Puedo invitarte a una copa por los viejos tiempos? —se ofrece mi
ex.
—No, de veras, no hace falta.
Levanto mi copa de vino medio llena. ¿Por los viejos tiempos?
¿Cómo? ¿Para celebrar lo estúpido que era? ¡Por favor!
No la veo, pero sé que está cerca. La corriente helada que de
repente
emana del cuerpo de Matt es muy poderosa. James no le da una
bienvenida
mejor. Kate y él tampoco se entienden.
—¿Qué coño haces tú aquí? —le grita al aproximarse.
Se me tensan los hombros.
—No pasa nada, Kate —apaciguo a la fiera de mi amiga pelirroja.
—Ya me iba —sisea Matt.
—¡Pues ya estás tardando!
Él se vuelve hacia mí.
—Me alegro de verte, Ava.
—Igualmente, Matt. —Sonrío. ¿Qué gano siendo hostil? El tipo está
arrepentido, o eso creo. Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi
vida y no
puedo continuar con el drama para siempre. Me río para mis
adentros. Mi
vida es una gran obra dramática en estos momentos.
Matt y James me dejan en paz, pero la calma sólo dura hasta que
Kate
se desata.
—¿Qué haces hablando con esa serpiente? —me suelta desde el otro
lado de la mesa mientras se encarama a su taburete.
—Ha venido a saludar, sólo estaba siendo educado. —Mi tono de
aburrimiento la irritará aún más. ¡Está como una moto!
—¡Me importa una mierda!
Arrugo la cara.
—Hablas igual que Jesse.
Dios, no necesito que la fiera de mi mejor amiga se parezca a la
fiera
de mi hombre. Resopla un poco antes de beberse el vino de un
trago. Hago
lo mismo y me termino la copa.
—¿Otra? —Saco dinero de la cartera—. Vigílame el bolso.
Me dirijo a la barra para pedir otra ronda de bebidas y espero
pacientemente a que el camarero me atienda.
—¿Todo bien, preciosa?
Pongo los ojos en blanco y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido,
baboso y creído mirándome de arriba abajo.
—Hola —digo cortésmente, y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El
camarero trae nuestras copas—. Gracias. —Le doy un billete de
veinte y
echo un trago. El baboso no me quita los ojos de encima, sigue a
mi lado,
salivando sobre su pinta. Se me ponen los pelos como escarpias.
Suplico
mentalmente al camarero que se dé prisa con el cambio e incluso
considero
la posibilidad de renunciar a mi dinero y huir de aquí.
—¿Bailamos?
—No, gracias. —Sonrío, cojo el cambio de la mano del camarero y
hago una maniobra de fuga veloz. Me mira decepcionado, pero no
vuelve a
probar suerte.
Ésta es mi tercera copa de vino. Soy una rebelde. Al diablo.
Después
del numerito que me ha montado Jesse en casa, estoy en una misión
secreta
de resistencia: tener la última palabra.
Unas cuantas horas después ya no hay tanta gente en el bar y
vamos,
probablemente, por la tercera botella de vino. Nos ha entrado la
risa floja
como a un par de adolescentes y mis preguntas se vuelven más
atrevidas.
—¿De verdad estabas atada a la cama? —pregunto descaradamente.
La sonrisa que se dibuja en su cara me dice que Sam no me estaba
tomando
el pelo. Ni siquiera me sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o
quizá sea
consecuencia del sexo ardiente del que he estado disfrutando
últimamente
—. Lo sabía. —Me echo a reír—. Tienes que decirle que se ponga
algo
encima cuando se pasea por el piso. No sé adónde mirar.
—¿Estás loca? —Me mira escandalizada—. ¡Qué desperdicio de
cuerpo!
Su mirada se pierde en la distancia, obviamente está pensando en
el
cuerpo de Sam. Sí, es bastante atractivo, pero eso no significa
que me
interese verlo. Yo ya tengo otro cuerpazo que admirar. Hablando
del
cuerpazo, estoy borracha y tengo ganas de verlo. Puede que lo
llame.
Entonces me acuerdo... Se supone que no debería estar bebiendo.
¡Bah! Me
tomo otro trago de vino.
—Entonces ¿a qué se dedica? —pregunto.
Conduce un Porsche y no parece que vaya nunca a trabajar.
Se encoge de hombros.
—Es un huérfano rico.
—¿Huérfano?
—Al parecer —dice pensativa—, sus padres murieron en un accidente
de coche cuando él tenía diecinueve años. No tiene hermanos, ni
familia, ni
nada. Vive de su herencia y le va la marcha. —Sonríe de
satisfacción otra
vez.
Dios, ¿Sam es huérfano? No me puedo imaginar perder a mis padres a
esa edad. A ninguna edad, de hecho. Tuvo que ser horrible. ¿Y
nadie se
hizo cargo de él? De repente ya no veo a ese chico descarado de la
misma
manera. Nadie se imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso;
siempre
está sonriendo y bromeando.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta —responde casi de mala gana, como si se sintiera culpable
por saber la edad del hombre al que se está tirando.
Lo dejo estar. No es culpa de Kate que a mí me tengan a oscuras.
—¿Qué opinas de Drew?
Levanta las cejas.
—Es un poco frío y cuadriculado, ¿no crees?
—¡Sí! —Me alegra no ser la única que lo piensa—. No es para nada
el
tipo de Victoria.
—Dos citas, como mucho. —Kate me apunta con su copa y derrama
un poco de vino sobre la mesa—. Lo aburrirá hasta la muerte con un
informe detallado de su última visita al salón de bronceado.
—Cada semana está más naranja. —Me río.
—Eso no es naranja, tía. —Otro salpicón de vino sobre la mesa—.
Eso
es caoba. Jamás podrá encontrarla en la oscuridad. Y sí, ella sólo
lo hace a
oscuras.
—¡No!
—Sí. Es por no sé qué rollo de la celulitis y el pelo de recién
follada.
Un coñazo. Con el último tío con el que estuvo decía que se
levantaba una
hora antes que él para ducharse, peinarse y maquillarse para estar
presentable cuando él se despertara.
—¡Eso es ridículo!
Asiente.
—Oye, ¿te ha mencionado Jesse algo sobre una fiesta en La Mansión?
—¡Sí! —Me planteo seriamente si decirle que me ha sobornado para
que vaya. Por favor, que Sam haya pedido a Kate que lo acompañe.
Eso
haría mucho más soportable la velada—. ¿Tú vas a ir?
—¡Pues claro que sí! Me muero por ver el sitio. —Le brillan los
ojos
de emoción—. Creo que se avecina una sesión de compras.
—Probablemente yo me las apañe con lo que ya tengo en el armario.
—Me encojo de hombros. Me he gastado quinientas libras en este
estúpido
y minúsculo vestido. Me reclino en el taburete y en seguida me doy
cuenta
de que no tiene respaldo, así que tengo que agarrarme al borde de
la mesa.
El vino sale volando por los aires.
—¡Mierda! —grito mientras intento no caerme al suelo de culo.
Me uno a las inevitables carcajadas de Kate, y nuestras copas se
tambalean peligrosamente mientras nos reímos a mandíbula batiente
como
un par de adolescentes borrachas que se han pasado con la sidra.
Necesito
parar de beber ya. Estoy a punto de sobrepasar el umbral de la
diversión
para caer en el terreno de hablar arrastrando las palabras y hacer
eses como
una borracha. Mi señor de La Mansión, exigente y nada razonable,
aparecerá mañana a las ocho de la mañana y debo asegurarme de no
tener
resaca.—
Creo que va siendo hora de retirarse —dejo caer con toda la
diplomacia posible.
Kate asiente con la copa de vino en los labios.
—Sí, yo ya estoy. —Se escurre de la banqueta y se me acerca a
trompicones. Vale, parece que Kate ya está en el territorio de las
eses—.
Huy, me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar! —chilla, y me
empuja
hacia la pista de baile.
—¡Kate, no hay nadie en la pista! —protesto. Tampoco hay casi
nadie
en el bar.
—¿Y qué más da? —responde al tiempo que avanza dando tumbos
hacia la música. Me arrastra con ella—. Nos iremos después de
es... ¡Ay!
—Se precipita al suelo y tira de mí con un aullido—. ¡Perdón! —Se
echa a
reír.
Estamos las dos despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y
mirando las tenues luces del local. Me avergonzaría... si no
estuviera tan
pedo. ¿Cómo se nos verá desde fuera? Ninguna de las dos hace
siquiera un
intento rápido de ponerse en pie.
—¿Crees que los de seguridad vendrán a ayudarnos? —balbuceo entre
carcajadas.
Kate se enjuga una lágrima.
—No lo sé. ¿Gritamos? —Busca mi brazo para apoyarse en él y poder
sentarse—. ¡Mierda! —exclama con un tono que ha pasado del
cachondeo
a la seriedad.
—¿Qué? —Yo también me incorporo para averiguar a qué ha venido
eso, y resulta que tenemos a Jesse mirándonos desde arriba, con
los brazos
cruzados y una expresión de cabreo extremo en su bonito rostro.
Mierda, eso digo yo. Aprieto los labios por temor a echarme a reír
y
hacerlo enfadar aún más.
—Ay, no. Me va a tener un mes castigada —susurro para que sólo
Kate pueda oírme. Mi amiga escupe a diestro y siniestro al
intentar
contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía.
Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas
borrachas. La cara de Jesse se pone más roja a cada segundo que
pasa. Kate
se ríe todavía más cuando Sam aparece junto a Jesse, con la
desaprobación
reflejada en la cara. ¿Por qué mi chico no puede mirarme con cara
de
desaprobación en vez de quedarse ahí plantado como si fuera a
entrar en
combustión espontánea? Tampoco voy tan mal. Mi ubicación actual es
sólo
cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el
mal
camino.
Un portero cachas con la cabeza rapada se acerca a nosotros. Tiene
cara de malo. Doy un codazo a Kate para indicarle que van a
echarnos del
bar.
—Kate, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a
la
bebida. —Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del
Baroque.
—Pero si ya lo has hecho —resopla mientras intenta levantarse otra
vez apoyándose en mí.
—Jesse, encárgate de tu chica —gruñe el portero, que lo saluda con
un
apretón de manos.
—Descuida. —Me lanza su mirada más amenazadora—. Yo me
encargo. Gracias por la llamada, Jay.
«¿Qué?»
—Vamos, pesada —le dice Sam a Kate en tono de burla mientras la
levanta.
Kate le echa los brazos al cuello y se ríe en su cara.
—Llévame a la cama, Samuel. Dejaré que me ates otra vez. —Se
desploma sobre él como un saco de patatas.
Sam intenta reprimir una carcajada ante el numerito de Kate, pero
no
lo hace porque esté enfadado con ella. En absoluto. Se contiene
por Jesse,
que ha vuelto a fastidiarme la noche. No esperaba verlo hasta las
ocho de la
mañana, así que no iba a enterarse nunca de que me había
emborrachado un
poco. ¿Y qué es todo ese rollo de que el portero lo ha llamado?
Vuelvo a dirigir mi mirada achispada hacia don Exigente y pongo mi
mejor cara de ofendida. Se le van a salir los ojos de las órbitas.
Se ha fijado
en el vestido tabú. Ay, madre, he desobedecido dos órdenes. Va a
castigarme de verdad. Y me vuelve a entrar la risa floja.
—Vamos, levanta —gruñe con los dientes apretados.
—¡Relájate, plasta! —lo riño con más seguridad de la que siento.
Le
tiendo la mano para que me ayude, sé que no me va a dejar tirada.
Suspira y sacude la cabeza en señal de exasperación. Luego se
agacha
para levantarme. Abre aún más los ojos cuando recibe de pleno el
impacto
frontal del vestido tabú. Otra vez la risa floja. Va a necesitar
que lo lleve al
tinte después de haberme revolcado con él por el suelo sucio del
bar.
Me tranquilizo.
—¿Estás enfadado conmigo? —Lo miro, achispada, sin dejar de
pestañear y aferrada a la solapa de su traje gris. ¿Es que no ha
pasado por
casa en todo el día?
—Muchísimo, Ava —dice amenazadoramente. Me agarra del codo y
me saca del bar. Localizo al portero que me ha delatado y lo miro
con
desdén cuando pasamos junto a él. Estrecha la mano a Jesse y me
muestra
su desaprobación sacudiendo la cabeza.
«Que te jodan.»
Sam está ayudando a Kate a meterse en el asiento delantero del
Porsche. Le sujeta la cabeza cuando se agacha para entrar. Mi
amiga sigue
con la risa floja y me la contagia otra vez.
—¡Samuel, hoy es tu noche de suerte! —canturrea mientras Sam
cierra la puerta del coche. Estaré pedo pero sé que esta noche no
habrá
acción en el dormitorio de Kate.
Jesse y Sam se despiden; el primero me tiene bien sujeta del codo.
—Hasta luego, bonita. —Sam me da un beso en la mejilla y me lanza
una sonrisa sólo para mis ojos. Se la devuelvo mientras me
concentro en no
echarme a reír y cabrear más de lo necesario a mi hombre exigente
e
irracional.
Jesse me lleva a su coche y me mete en el asiento delantero con
suavidad y firmeza, todo en el más absoluto silencio. Parece muy
cabreado,
pero estoy borracha y envalentonada, así que me da igual.
Se estira por encima de mí para ponerme el cinturón y lo rechazo
de
un manotazo.
—Puedo ponérmelo sola —gruño enfurruñada.
Me lanza una mirada para avisarme de que no me pase, así que —y
probablemente sea lo más sensato— me pongo las manos en el regazo
y
dejo que me abroche el cinturón. Le robo una bocanada de su
fragancia.
—Hueles a gloria —lo informo en voz baja.
Se aparta. Sigue con cara larga y los ojos le brillan de rabia.
Pero no
dice ni una palabra. No me habla. ¡Qué maduro! Cierra de un
portazo y se
coloca tras el volante, arranca y se incorpora al tráfico a lo
loco, sin la
menor consideración para con los demás usuarios.
—La casa de Kate está por ahí —señalo cuando el vehículo avanza
rugiendo en otra dirección.
—¿Y? —Es la única palabra tensa que me escupe.
Venga, hombre, por el amor de Dios.
—Y es donde vivo —digo con firmeza. No va a chafarme la noche por
completo. Kate y yo tenemos algunas de nuestras mejores
conversaciones
con una taza de té en la mano después de haber bebido hasta
hartarnos.
—Duermes en mi casa. —Ni siquiera me mira.
—No, eso no formaba parte del trato —le recuerdo—. Tengo hasta las
ocho de la mañana antes de que vuelvas a distraerme.
—He cambiado el trato.
—¡No puedes cambiarlo!
Se vuelve muy despacio para tenerme cara a cara.
—Tú lo has hecho.
Retrocedo y lo miro con enfado, pero no se me ocurre nada que
decir.
Tiene razón, he roto las condiciones del trato. ¡Pero sólo porque
eran
irracionales! Me reclino contra la tapicería de cuero suave. De
todas
formas, sólo faltan, más o menos, ocho horas para las ocho.
Llegamos al Lusso y lanzo un gemido de protesta. Parece que Clive
sólo me ve cuando estoy borracha o cuando estoy tan agotada que
tienen
que llevarme en brazos. Abro la portezuela y me muevo con cuidado
para
intentar ponerme de pie. Jesse me mira con atención, sin duda con
la
esperanza de que me caiga para poder recogerme y dar a Clive la
impresión
de que estoy pedo otra vez.
Pues se va a llevar una decepción. Cierro la puerta, con suavidad,
y
echo a andar hacia el vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme.
Llego
al vestíbulo, todavía en vertical, y saludo educadamente a Clive
con la
cabeza al pasar ante él, pero el conserje no dice nada. Me
devuelve el
saludo con la cabeza y mira a Jesse. Cuando vuelve a mirar hacia
abajo sin
haber dicho ni hola, sé que ha visto la cara de cabreo de Jesse.
Resoplo
para mis adentros, entro en el ascensor y espero cortésmente a que
Jesse
haga lo propio.
—Tienes que cambiar el código —murmuro mientras introduzco el
código del constructor. No tiene más que notificarlo a seguridad y
ellos se
encargarán en seguida.
No dice ni una palabra. Se está esforzando por no hablarme.
Levanto
la cabeza y veo que me mira fijamente, estudiándome con atención,
con
cara de póquer. Estoy segura de que está a punto de saltar sobre
mí y
echarme uno de los polvos de Jesse. ¿Me follará para hacerme
entrar en
razón o será un polvo de recordatorio? Ah, ¡seguro que me echa un
polvo
de disculpa! Mi cerebro ebrio se deleita con la idea, pero
entonces se abren
las puertas del ascensor y él sale antes que yo. Estoy
sorprendida. Habría
apostado la vida a que iba a follarme. En fin, aún no estamos en
su
apartamento.
Abre la puerta y entra sin siquiera mirarme. La cierro a mis
espaldas y
lo sigo a la cocina, donde lo veo sacar una botella de agua de la nevera.
Le
da un par de tragos y me la pasa bruscamente.
No me molesto en rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del
dolor de cabeza que tenía al despertar son motivo más que
suficiente para
aceptar su oferta. Bebo agua bajo su atenta mirada y dejo la botella
vacía
en la encimera.
—Date la vuelta —ordena.
¡Allá vamos! Un millón de fuegos artificiales entran en combustión
en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la
libido
gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos
cálidas
sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la
respiración.
Coge la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando
las
manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me
da un
golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir
de la maraña
de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado
delante de
mí.
Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre
mis
pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello.
¡Sí! Estoy
suplicando por él mentalmente, como siempre.
Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada
piel,
que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarlo, pero sé que es
él quien
pone las condiciones.
—¿Quieres que te coma, Ava? —me pregunta en voz baja. El aire se
me queda atrapado en la garganta cuando su voz vibra en mi oído.
Suelto
un largo e intenso suspiro—. Tienes que decir la palabra mágica.
—Me
roza la oreja con los labios. Me tiemblan las rodillas.
—Sí —jadeo.
—¿Quieres que te folle, nena?
—Jesse. —Me estremezco cuando me acaricia entre los muslos.
—Lo sé. Me deseas. —Me muerde el lóbulo de la oreja y el metal del
cierre de mis pendientes de plata tintinea contra sus dientes.
Tiemblo y jadeo, desesperada por él. Pero entonces se aparta y me
deja hecha un saco de hormonas y de deseo.
—Quédate ahí —me ordena con firmeza, y después se va.
Todavía lleva puesto el traje. Se acerca a un armario de la
cocina, lo
abre y saca algo. ¿Crema de cacao? Se me acelera el pulso.
Vuelve a mí con calma. Recorro su cuerpazo con la mirada y me
deleito con el bulto rígido que tiene en la entrepierna. Lo espero
sin
protestar, aceptando que se tome su tiempo. Cuando por fin llega a
mí, se
me acerca a la cara y exhala su aliento caliente y mentolado
contra mí
cuando me roza las mejillas, los ojos y la barbilla con los labios
antes de
posarlos suavemente sobre los míos.
Gimo de puro placer. Abro la boca pero él deshace el beso y
empieza
a descender por mi cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi
respiración, ya superficial y agitada, se torna entrecortada y
dificultosa.
Me mira y sigue bajando, toca con la nariz mis bragas de encaje y
eso hace
que mis manos se aferren a sus hombros en busca de un lugar donde
apoyarse. Me dedica una sonrisa de complicidad y empieza a
ascender
apretando el cuerpo al mío.
—Te pongo a mil —me susurra al oído.
—Sí —digo con un escalofrío y tratando de recobrar el aliento.
—Lo sé. Y eso me... pone... muchísimo..., joder. —Se aparta de mí.
Pero ¿qué hace? Levanta las manos y me doy cuenta de que lleva mi
vestido en una... Y unas tijeras en la otra.
No será capaz. Abre las tijeras y las acerca a mi vestido.
Entonces,
muy despacio, lo corta por la mitad mientras yo lo observo
boquiabierta.
Ha sido capaz. ¿Un vestido de quinientas libras? Ni siquiera tengo
capacidad para gritarle o detenerlo. Estoy estupefacta.
No contento con haber cortado en dos mi vestido tabú de quinientas
libras, procede a seccionarlo en trozos más pequeños antes de
depositar,
tranquilo y sin expresar emoción alguna, la tela mutilada en la
isla, junto
con las tijeras. Me mira.
Encuentro mi voz.
—No puedo creerme lo que acabas de hacer.
—No juegues conmigo, Ava —me avisa, sereno, controlado. Se mete
las manos en los bolsillos del pantalón y me observa con atención
mientras
yo sigo de pie delante de él, pasmada. La embriaguez ha
desaparecido.
Estoy despabilada, sobria y perpleja ante su demostración de eso
que él
llama poder.
—¡Tú! —Le planto el dedo en la cara—. ¡Estás loco!
Sus labios forman una línea recta.
—Así es como me siento. ¡Ahora lleva ese culo a la cama!
¿Cómo? ¿Que lleve mi culo a la cama? Este hombre es increíble: no
es exigente, es imposible del todo. Frunzo el ceño. Si me quedo un
minuto
más a su lado, necesitaré bótox antes de cumplir los veintisiete.
—¡No voy a meterme en la cama contigo!
Me quito los tacones de una patada, doy media vuelta, salgo de la
cocina y dejo a don Controlador allí, rabiando. Voy en ropa
interior y ha
hecho pedazos mi vestido, así que estoy jodida.
Subo los peldaños de la escalera con furia, pisando fuerte y
resoplando. ¡Quiero gritar! ¡Se le va la olla, está loco de atar!
Entro en el
dormitorio y veo mi bolsa del gimnasio en un extremo de la cama,
pero sé
que ahí no hay nada de ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me
dejó
encima de la cama el vestido que me tenía que poner. Pues no
pienso
quedarme aquí. ¡De ninguna manera!
Bajo la escalera a toda prisa, cruzo el descansillo y entro en el
dormitorio más lejano. Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es
mi
favorito y el que está más lejos de él! Cierro de un portazo y me
meto en la
cama. Las sábanas son maravillosas. Todavía está igual que la
noche de la
inauguración. Tiro todos los elegantes cojines al suelo y hundo mi
cabeza
frustrada en la almohada. No huele a agua fresca y a menta y no es
ni de
lejos tan cómoda como la de Jesse, pero servirá para esta noche.
Mañana
me marcharé. ¡Este hombre está trastornado! No tiene sentido que
intente
salirme con la mía: aunque tenga la gentileza de darme la razón, a
continuación pasa por encima de mí como una apisonadora.
«¡Gilipollas!»
La puerta se abre de par en par y la luz del descansillo entra en
la
habitación. Su silueta crece a medida que se acerca a mí. ¿Qué va
a hacer
ahora? ¿Lavarme el estómago?
Se agacha y me coge en brazos sin mediar palabra. Si pensara que
iba
a servir de algo, me resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me
lleve a su
dormitorio y me acueste en su cama.
Me pongo boca abajo y entierro la cara en una almohada. Cierro los
ojos y finjo no disfrutar del consuelo de su olor en las sábanas.
Estoy
mentalmente agotada y agradecida de que sea fin de semana. Podría
dormir
hasta el lunes. Escucho las idas y venidas de Jesse. Se está
desvistiendo.
¡Más le vale no moverse de su lado de la cama!
La cama se hunde, me coge de la cintura y tira de mí. Sin apenas
esfuerzo, estoy sobre su pecho. Intento apartarlo y hago caso
omiso del
gruñido que brota de su garganta.
—¡Suéltame! —grito mientras intento quitarme sus dedos de encima.
—Ava... —Su tono me dice que se le está agotando la paciencia. Eso
me cabrea aún más.
—Mañana... me largaré de aquí —le espeto, y me alejo de él.
—Ya veremos. —Casi se ríe cuando vuelve a atraerme hacia su pecho
y me aprieta contra su cuerpo.
Dejo de resistirme. Es un esfuerzo inútil. Además, no puedo evitar
la
inmensa alegría que siento cuando sus brazos me rodean con fuerza
y noto
su aliento tibio en el pelo.
Es una estúpida la mina. Menos poder de decisión que yo cuando tengo que elegir que desayunar.
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