Christian está
frente a mí con una fusta de cuero trenzado. Solo lleva puestos unos Levi’s
viejos, gastados y rotos. Golpea despacio la fusta contra la palma de su mano
sin dejar de mirarme. Esboza una sonrisa triunfante. No puedo moverme. Estoy
desnuda y atada con grilletes, despatarrada en una enorme cama de cuatro
postes. Se acerca a mí y me desliza la punta de la fusta desde la frente hasta
la nariz, de manera que percibo el olor del cuero, y luego sigue hasta mis
labios entreabiertos, que jadean. Me mete la punta en la boca y siento el sabor
intenso del cuero.
—Chupa —me
ordena en voz baja.
Obedezco y
cierro los labios alrededor de la punta.
—Basta —me
dice bruscamente.
Vuelvo a
jadear mientras me saca la fusta de la boca y me la desliza desde la barbilla
hasta el final del cuello. Le da vueltas despacio y sigue arrastrando la punta
de la fusta por mi cuerpo, por el esternón, entre los pechos y por el torso,
hasta el ombligo. Jadeo, me retuerzo y tiro de los grilletes, que me destrozan
las muñecas y los tobillos. Me rodea el ombligo con la punta de cuero y sigue
deslizándola por mi vello púbico hasta el clítoris. Sacude la fusta y me golpea
con fuerza en el clítoris, y me corro gloriosamente gritando que me desate.
De pronto me
despierto jadeando, bañada en sudor y sintiendo los espasmos posteriores al
orgasmo. Dios mío. Estoy totalmente desorientada. ¿Qué demonios ha pasado?
Estoy en mi cama sola. ¿Cómo? ¿Por qué? Me incorporo de un salto, conmocionada…
Uau. Es de día. Miro el despertador: las ocho. Me cubro la cara con las manos.
No sabía que yo pudiera tener sueños sexuales. ¿Ha sido por algo que comí?
Quizá las ostras y la investigación, que han acabado manifestándose en mi
primer sueño erótico. Es desconcertante. No tenía ni idea de que pudiera
correrme en sueños.
Kate se acerca
a mí corriendo cuando entro tambaleándome en la cocina.
—Ana, ¿estás
bien? Te veo rara. ¿Llevas puesta la americana de Christian?
—Estoy bien.
Maldita sea.
Debería haberme mirado en el espejo. Evito sus ojos verdes, que me atraviesan.
Todavía no me he recuperado del sueño.
—Sí, es la
americana de Christian.
Frunce el
ceño.
—¿Has dormido?
—No muy bien.
Cojo la
tetera. Necesito un té.
—¿Qué tal la
cena?
Ya empieza…
—Comimos
ostras. Y luego bacalao, así que diría que hubo bastante pescado.
—Uf… Odio las
ostras, pero no estoy preguntándote por la comida. ¿Qué tal con Christian? ¿De
qué hablasteis?
—Se mostró muy
atento.
Me callo. ¿Qué
puedo decirle? No tiene VIH, le interesa la interpretación, quiere que obedezca
todas sus órdenes, hizo daño a una mujer a la que colgó del techo de su cuarto
de juegos y quería follarme en el comedor privado. ¿Sería un buen resumen?
Intento desesperadamente recordar algo de mi cita con Christian que pueda
comentar con Kate.
—No le gusta
Wanda.
—¿A quién le
gusta, Ana? No es nada nuevo. ¿Por qué estás tan evasiva? Suéltalo, amiga mía.
—Kate,
hablamos de un montón de cosas. Ya sabes… de lo quisquilloso que es con la
comida. Por cierto, le gustó mucho tu vestido.
La tetera ya
está hirviendo, así que me preparo una taza.
—¿Te apetece
un té? ¿Quieres leerme tu discurso de hoy?
—Sí, por
favor. Anoche estuve preparándolo en el Becca’s. Voy a buscarlo. Y sí, me apetece
mucho un té.
Kate sale
corriendo de la cocina.
Uf, he
conseguido darle esquinazo a Katherine Kavanagh. Abro un panecillo y lo meto en
la tostadora. Me ruborizo pensando en mi intenso sueño. ¿Qué demonios ha
pasado?
Anoche me
costó dormirme. Estuve dando vueltas a diversas opciones. Estoy muy confundida.
La idea que tiene Christian de una relación se parece mucho a una oferta de
empleo, con sus horarios, la descripción del trabajo y un procedimiento de
resolución de conflictos bastante riguroso. No imaginaba así mi primera
historia de amor… pero, claro, a Christian no le interesan las historias de
amor. Si le dijera que quiero algo más, seguramente me diría que no… y me
arriesgaría a perder lo que me ha ofrecido. Es lo que más me preocupa, porque
no quiero perderlo. Pero no estoy segura de tener estómago para ser su sumisa…
En el fondo, lo que me tira para atrás son las varas y los látigos. Como soy
débil físicamente, haría lo que fuera por evitar el dolor. Pienso en mi sueño…
¿Sería así? La diosa que llevo dentro da saltos con pompones de animadora
gritándome que sí.
Kate vuelve a
la cocina con su portátil. Me concentro en mi panecillo. Empieza a leer su
dicurso, y yo la escucho pacientemente.
Estoy vestida
y lista cuando llega Ray. Abro la puerta de la calle y lo veo en el porche con
un traje que no le queda nada bien. Siento una cálida oleada de gratitud y de
amor hacia este hombre sencillo y me lanzo a sus brazos, una muestra de cariño
poco habitual en mí. Se queda desconcertado, perplejo.
—Hola, Annie,
yo también me alegro de verte —murmura abrazándome.
Me aparta un
poco, y con las manos en mis hombros me mira de arriba abajo con el ceño
fruncido.
—¿Estás bien,
hija?
—Claro, papá.
¿No puedo alegrarme de ver a mi padre?
Sonríe
arrugando las comisuras de sus ojos oscuros y me sigue hasta el comedor.
—Estás muy
guapa —me dice.
—El vestido es
de Kate —le digo bajando la mirada hacia el vestido gris de seda con la espalda
descubierta.
Frunce el
ceño.
—¿Dónde está Kate?
—Ha ido al
campus. Va a pronunciar un discurso, así que tiene que estar allí antes.
—¿Vamos
tirando?
—Papá, tenemos
media hora. ¿Quieres un té? Cuéntame cómo está todo el mundo en Montesano.
¿Cómo te ha ido el viaje?
Ray deja el
coche en el aparcamiento del campus y seguimos a la multitud con birretes
negros y rojos hasta el gimnasio.
—Suerte,
Annie. Pareces muy nerviosa. ¿Tienes que hacer algo?
Dios mío… ¿Por
qué le ha dado hoy a Ray por ser observador?
—No, papá. Es
un gran día.
Y voy a ver a
Christian Grey.
—Sí, mi niña
se ha graduado. Estoy orgulloso de ti, Annie.
—Gracias,
papá.
Cuánto quiero
a este hombre…
El gimnasio
está lleno de gente. Ray va a sentarse a las gradas con los demás padres y
asistentes, y yo me dirijo a mi asiento. Llevo mi toga negra y mi birrete, y
siento que me protegen, que me permiten ser anónima. Todavía no hay nadie en el
estrado, pero parece que no consigo calmarme. Me late el corazón a toda prisa y
me cuesta respirar. Está por aquí, en algún sitio. Me pregunto si Kate está
hablando con él, quizá interrogándolo. Me dirijo hacia mi asiento entre
compañeros cuyos apellidos también empiezan por S. Estoy en la segunda fila, lo
que me ofrece cierto anonimato. Miro hacia atrás y veo a Ray en las gradas,
arriba del todo. Lo saludo con un gesto. Me contesta agitando tímidamente la
mano. Me siento y espero.
El auditorio
no tarda en llenarse y el rumor de voces nerviosas aumenta progresivamente. La
primera fila de asientos ya está ocupada. Yo estoy sentada entre dos chicas de
otro departamento a las que no conozco. Es evidente que son muy amigas, y
hablan muy nerviosas conmigo en medio.
A las once en
punto aparece el rector desde detrás del estrado, seguido por los tres
vicerrectores y los profesores, todos ataviados en negro y rojo. Nos levantamos
y aplaudimos a nuestro personal docente. Algunos profesores asienten y saludan
con la mano, y otros parecen aburridos. El profesor Collins, mi tutor y mi
profesor preferido, tiene pinta de acabar de levantarse, como siempre. Al fondo
del escenario están Kate y Christian. Christian lleva un traje gris a medida, y
a las luces del auditorio brillan en su pelo mechones cobrizos. Parece muy
serio y autosuficiente. Al sentarse, se desabrocha la americana y veo su
corbata. Oh, Dios… ¡esa corbata! Me froto las muñecas en un gesto reflejo. No
puedo apartar los ojos de él. Sin duda se ha puesto esa corbata a propósito.
Aprieto los labios. El público se sienta y cesan los aplausos.
—¡Mira a aquel
tipo! —cuchichea entusiasmada una de las chicas sentadas a mi lado.
—¡Está
buenísimo! —le contesta la otra.
Me pongo
tensa. Estoy segura de que no hablan del profesor Collins.
—Tiene que ser
Christian Grey.
—¿Está libre?
Se me ponen
los pelos de punta.
—Creo que no
—murmuro.
—Oh —exclaman
las chicas mirándome sorprendidas.
—Creo que es
gay —mascullo.
—Qué lástima
—se lamenta una de las chicas.
Mientras el
rector se levanta y da comienzo al acto con su discurso, veo que Christian
recorre disimuladamente la sala con la mirada. Me hundo en mi asiento y encojo
los hombros para que no me vea. Fracaso estrepitosamente, porque un segundo
después sus ojos encuentran los míos. Me mira con rostro impasible, totalmente
inescrutable. Me remuevo incómoda en mi asiento, hipnotizada por su mirada, y
me ruborizo ligeramente. De pronto recuerdo mi sueño de esta mañana y se me
contraen los músculos del vientre. Respiro hondo. Sus labios esbozan una leve y
efímera sonrisa. Cierra un instante los ojos y al abrirlos recupera su
expresión indiferente. Lanza una rápida mirada al rector y luego fija la vista
al frente, en el emblema de la universidad colgado en la entrada. No vuelve a
dirigir sus ojos hacia mí. El rector continúa con su monótono discurso, y
Christian sigue sin mirarme. Mira fijamente hacia delante.
¿Por qué no me
mira? ¿Habrá cambiado de idea? Me inunda una oleada de inquietud. Quizá el
hecho de que me marchara anoche fue el final también para él. Se ha aburrido de
esperar a que me decida. Oh, no, quizá lo he fastidiado todo. Recuerdo su
e-mail de anoche. Quizá esté enfadado porque no le he contestado.
De pronto la
señorita Katherine Kavanagh avanza por el estrado y la sala irrumpe en
aplausos.
El rector se
sienta y Kate se echa la bonita melena hacia atrás y coloca sus papeles en el
atril. Se toma su tiempo y no se siente intimidada por el millar de personas
que están mirándola. Cuando está lista, sonríe, levanta la mirada hacia la
multitud fascinada y empieza su discurso con elocuencia. Está tranquila y se
muestra divertida. Las chicas sentadas a mi lado se ríen a carcajadas con su
primera broma. Oh, Katherine Kavanagh, tú si que sabes pronunciar un discurso.
En esos momentos estoy tan orgullosa de ella que mis dispersos pensamientos
sobre Christian quedan a un lado. Aunque ya he oído su discurso, lo escucho
atentamente. Domina la sala y se mete al público en el bolsillo.
Su tema es
«¿Qué esperar después de la facultad?». Sí, ¿qué esperar? Christian mira a Kate
alzando las cejas, creo que sorprendido. Podría haber ido a entrevistarlo Kate,
y ahora podría estar haciéndole proposiciones indecentes a ella. La guapa Kate
y el guapo Christian juntos. Y yo podría estar como las dos chicas sentadas a
mi lado, admirándolo desde la distancia. Pero sé que Kate no le habría dado ni
la hora. ¿Cómo lo llamó el otro día? Repulsivo. La idea de que Kate y Christian
se enfrenten me incomoda. Tengo que decir que no sé por quién de los dos
apostaría.
Kate termina
su discurso con una floritura, y espontáneamente todo el mundo se levanta, la
aplaude y la vitorea. Su primera ovación con el público en pie. Le sonrío y la
aclamo, y ella me devuelve una sonrisa. Buen trabajo, Kate. Se sienta, el
público también, y el rector se levanta y presenta a Christian… Oh, Dios,
Christian va a dar un discurso. El rector hace un breve resumen de los logros
de Christian: presidente de su extraordinariamente próspera empresa, un hombre
que ha llegado donde está por sus propios méritos…
—… y también
un importante benefactor de nuestra universidad. Por favor, demos la bienvenida
al señor Christian Grey.
El rector
estrecha la mano a Christian, y la gente empieza a aplaudir. Se me hace un nudo
en la garganta. Se acerca al atril y recorre la sala con la mirada. Parece tan
seguro de sí mismo frente a nosotros como Kate hace un momento. Las dos chicas
sentadas a mi lado se inclinan hacia delante embelesadas. De hecho, creo que la
mayoría de las mujeres del público, y algunos hombres, se inclinan un poco en
sus asientos. Christian empieza a hablar en tono suave, mesurado y cautivador.
—Estoy
profundamente agradecido y emocionado por el gran honor que me han concedido
hoy las autoridades de la Universidad Estatal de Washington, honor que me
ofrece la excepcional posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva
a cabo el departamento de ciencias medioambientales de la universidad. Nuestro
propósito es desarrollar métodos de cultivo viables y ecológicamente
sostenibles para países del tercer mundo. Nuestro objetivo último es ayudar a
erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Más de mil millones de personas,
principalmente en el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven
en la más absoluta miseria. El mal funcionamiento de la agricultura es
generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción ecológica y
social. Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy
personal…
Se me
desencaja la mandíbula. ¿Qué? Christian ha pasado hambre. Maldita sea. Bueno,
eso explica muchas cosas. Y recuerdo la entrevista. De verdad quiere alimentar
al mundo. Me devano los sesos desesperadamente intentando recordar el artículo
de Kate. Fue adoptado a los cuatro años, creo. No me imagino que Grace lo
matara de hambre, así que debió de ser antes, cuando era muy pequeño. Trago
saliva y se me encoge el corazón pensando en un niñito de ojos grises
hambriento. Oh, no. ¿Qué vida tuvo antes de que los Grey lo adoptaran y lo
rescataran?
Me invade una
indignación salvaje. El filantrópico Christian pobre, jodido y pervertido.
Aunque estoy segura de que él no se vería así a sí mismo y rechazaría todo
sentimiento de lástima o piedad. De repente estalla un aplauso general y todo
el mundo se levanta. Yo hago lo mismo, aunque no he escuchado la mitad de su
discurso. Se dedica a esa gran labor, a dirigir una empresa enorme y al mismo
tiempo a perseguirme. Resulta abrumador. Recuerdo los breves retazos de las
conversaciones que le he oído sobre Darfur… Ahora encaja todo. Comida.
Sonríe
brevemente ante el cálido aplauso —incluso Kate está aplaudiendo— y vuelve a su
asiento. No mira en dirección a mí, y yo estoy descentrada intentando asimilar
toda esta nueva información sobre él.
Un vicerrector
se levanta y empieza el largo y tedioso proceso de entrega de títulos. Hay que
repartir más de cuatrocientos, así que pasa más de una hora hasta que oigo mi
nombre. Avanzo hacia el estrado entre las dos chicas, que se ríen tontamente.
Christian me lanza una mirada cálida, aunque comedida.
—Felicidades,
señorita Steele —me dice estrechándome la mano. Siento la descarga de su carne
en la mía—. ¿Tienes problemas con el ordenador?
Frunzo el ceño
mientras me entrega el título.
—No.
—Entonces, ¿no
haces caso de mis e-mails?
—Solo vi el de
las fusiones y adquisiciones.
Me mira con
curiosidad.
—Luego —me
dice.
Y tengo que
avanzar, porque estoy obstruyendo la cola.
Vuelvo a mi
asiento. ¿E-mails? Debe de haber mandado otro. ¿Qué decía?
La ceremonia
concluye una hora después. Es interminable. Al final, el rector conduce a los
miembros del cuerpo docente fuera del estrado, precedidos por Christian y Kate,
y todo el mundo vuelve a aplaudir calurosamente. Christian no me mira, aunque
me gustaría que lo hiciera. La diosa que llevo dentro no está nada contenta.
Mientras
espero de pie para poder salir de nuestra fila de asientos, Kate me llama. Se
acerca hacia mí desde detrás del estrado.
—Christian
quiere hablar contigo —me grita.
Las dos
chicas, que ahora están de pie a mi lado, se giran y me miran.
—Me ha mandado
a que te lo diga —sigue diciendo.
Oh…
—Tu discurso
ha sido genial, Kate.
—Sí, ¿verdad?
—Sonríe—. ¿Vienes? Puede ser muy insistente.
Pone los ojos
en blanco y me río.
—Ni te lo
imaginas. Pero no puedo dejar a Ray solo mucho rato.
Levanto la
mirada hacia Ray y le indico abriendo la palma que me espere cinco minutos.
Asiente, me
hace un gesto con la mano y sigo a Kate hasta el pasillo de detrás del estrado.
Christian está hablando con el rector y con dos profesores. Levanta los ojos al
verme.
—Discúlpenme,
señores —le oigo murmurar.
Viene hacia mí
y sonríe brevemente a Kate.
—Gracias —le
dice.
Y antes de que
Kate pueda responder, me coge del brazo y me lleva hacia lo que parece un
vestuario de hombres. Comprueba que está vacío y cierra la puerta con pestillo.
Maldita sea,
¿qué se propone? Parpadeo cuando se gira hacia mí.
—¿Por qué no
me has mandado un e-mail? ¿O un mensaje al móvil?
Me mira
furioso. Yo estoy desconcertada.
—Hoy no he
mirado ni el ordenador ni el teléfono.
Mierda, ¿ha
estado llamándome? Pruebo con la técnica de distracción que tan bien me
funciona con Kate.
—Tu discurso
ha estado muy bien.
—Gracias.
—Ahora
entiendo tus problemas con la comida.
Se pasa una
mano por el pelo, muy nervioso.
—Anastasia, no
quiero hablar de eso ahora. —Cierra los ojos y parece afligido—. Estaba
preocupado por ti.
—¿Preocupado?
¿Por qué?
—Porque
volviste a casa en esa trampa mortal a la que tú llamas coche.
—¿Qué? No es
ninguna trampa mortal. Está perfectamente. José suele hacerle la revisión.
—¿José, el
fotógrafo?
Christian
arruga la frente y se le hiela la expresión. Mierda.
—Sí, el
Escarabajo era de su madre.
—Sí, y
seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un coche seguro.
—Lo tengo
desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has
llamado?
Está
exagerando demasiado.
Respira hondo.
—Anastasia,
necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco.
—Christian…
Mira, he dejado a mi padrastro solo.
—Mañana.
Quiero una respuesta mañana.
—De acuerdo,
mañana. Ya te diré algo.
Retrocede y me
mira más calmado, con los hombros relajados.
—¿Te quedas a
tomar algo? —me pregunta.
—No sé lo que
quiere hacer Ray.
—¿Tu
padrastro? Me gustaría conocerlo.
Oh, no… ¿por
qué?
—Creo que no
es buena idea.
Christian abre
el pestillo de la puerta muy serio.
—¿Te
avergüenzas de mí?
—¡No! —Ahora
me toca a mí desesperarme—. ¿Y cómo te presento a mi padre? ¿«Este es el hombre
que me ha desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación
sadomasoquista»? No llevas puestas las zapatillas de deporte.
Christian me
mira y sus labios esbozan una sonrisa. Y aunque estoy enfadada con él,
involuntariamente mi cara se la devuelve.
—Para que lo
sepas, corro muy deprisa. Dile que soy un amigo, Anastasia.
Abre la puerta
y sale. La cabeza me da vueltas. El rector, los tres vicerrectores, cuatro
profesores y Kate se me quedan mirando cuando paso a toda prisa por delante de ellos.
Mierda. Dejo a Christian con los profesores y voy a buscar a Ray.
«Dile que soy
un amigo.»
Amigo con
derecho a roce, me dice mi subconsciente con mala cara. Lo sé, lo sé. Me quito
de encima el desagradable pensamiento. ¿Cómo voy a presentárselo a Ray? La sala
sigue todavía medio llena, y Ray no se ha movido de su sitio. Me ve, me hace un
gesto con la mano y empieza a bajar.
—Annie,
felicidades —me dice pasándome el brazo por los hombros.
—¿Te apetece
venir a tomar algo al entoldado?
—Claro. Hoy es
tu día. Vamos.
—No tenemos
que ir si no quieres.
Por favor, di
que no…
—Annie, he
estado dos horas y media sentado, escuchando todo tipo de parloteos. Necesito
una copa.
Le cojo del
brazo y avanzamos entre la multitud a través de la cálida tarde. Pasamos junto
a la cola del fotógrafo oficial.
—Ah, lo
olvidaba… —Ray se saca una cámara digital del bolsillo—. Una foto para el
álbum, Annie.
Pongo los ojos
en blanco mientras me saca una foto.
—¿Puedo
quitarme ya la toga y el birrete? Me siento medio tonta.
Eres medio
tonta… Mi subconsciente está de lo más sarcástico. Así que vas a presentar a
Ray al hombre con el que follas… Estará muy orgulloso. Mi subconsciente me
observa por encima de sus gafas de media luna. A veces la odio.
El entoldado
es inmenso y está lleno de gente: alumnos, padres, profesores y amigos, todos
charlando alegremente. Ray me pasa una copa de champán, o de vino espumoso
barato, me temo. No está frío y es dulzón. Pienso en Christian… No va a
gustarle.
—¡Ana!
Al girarme,
Ethan Kavanagh me coge de improviso entre sus brazos. Me levanta y me da
vueltas en el aire sin que se me derrame el vino. Toda una proeza.
—¡Felicidades!
—exclama sonriéndome, con sus ojos verdes brillantes.
Qué sorpresa.
Su pelo rubio está alborotado y sexy. Es tan guapo como Kate. El parecido es
asombroso.
—¡Uau, Ethan!
Qué alegría verte. Papá, este es Ethan, el hermano de Kate. Ethan, te presento
a mi padre, Ray Steele.
Se dan la
mano. Mi padre evalúa fríamente al señor Kavanagh.
—¿Cuándo has
llegado de Europa? —le pregunto.
—Hace una
semana, pero quería darle una sorpresa a mi hermanita —me dice en tono de
complicidad.
—Qué detalle
—le digo sonriendo.
—Era la que
iba a pronunciar el discurso de graduación. No podía perdérmelo.
Parece
inmensamente orgulloso de su hermana.
—Su discurso
ha sido genial.
—Es verdad
—confirma Ray.
Ethan me tiene
cogida por la cintura cuando levanto la mirada y me encuentro con los gélidos
ojos grises de Christian Grey. Kate está a su lado.
—Hola, Ray.
—Kate besa en las mejillas a mi padre, que se ruboriza—. ¿Conoces al novio de
Ana? Christian Grey.
Maldita sea…
¡Kate! ¡Mierda! Me arden las mejillas.
—Señor Steele,
encantado de conocerlo —dice Christian tranquilamente, con calidez, sin que le
haya alterado la presentación de Kate.
Tiende la mano
a Ray, que se la estrecha sin dar la menor muestra de sorprenderse por lo que
acaba de enterarse.
Muchas
gracias, Katherine Kavanagh, pienso echando chispas. Creo que mi subconsciente
se ha desmayado.
—Señor Grey
—murmura Ray.
Su expresión
es indescifrable. Solo abre un poco sus grandes ojos castaños, que se giran
hacia mí como preguntándome cuándo pensaba darle la noticia. Me muerdo el
labio.
—Y este es mi hermano,
Ethan Kavanagh —dice Kate a Christian.
Este dirige su
gélida mirada a Ethan, que sigue cogiéndome por la cintura.
—Señor
Kavanagh.
Se saludan.
Christian me tiende la mano.
—Ana, cariño
—murmura.
Casi me muero
al oírlo.
Me aparto de
Ethan, al que Christian dedica una sonrisa glacial, y me coloco a su lado. Kate
me sonríe. La muy zorra sabe perfectamente lo que está haciendo.
—Ethan, mamá y
papá quieren hablar con nosotros —dice Kate llevándose a su hermano.
—¿Desde cuándo
os conocéis, chicos? —pregunta Ray mirando impasible primero a Christian y
luego a mí.
He perdido la
capacidad de hablar. Quiero que me trague la tierra. Christian me roza la
espalda desnuda con el pulgar y luego deja la mano apoyada en mi hombro.
—Unas dos
semanas —dice en tono tranquilo—. Nos conocimos cuando Anastasia vino a
entrevistarme para la revista de la facultad.
—No sabía que
trabajabas para la revista de la facultad, Ana.
El tono de Ray
es de ligero reproche. Es evidente que está molesto. Mierda.
—Kate estaba
enferma —murmuro.
No logro decir
nada más.
—Su discurso
ha estado muy bien, señor Grey.
—Gracias.
Tengo entendido que es usted un entusiasta de la pesca.
Ray alza las
cejas y esboza una sonrisa poco habitual, auténtica. Y de pronto se ponen a
hablar de pesca. De hecho, enseguida siento que sobro. Se ha metido a mi padre
en el bolsillo… Como hizo contigo, me reprocha mi subconsciente. Su poder no
tiene límites. Me disculpo y voy a buscar a Kate.
Kate está
hablando con sus padres, que están encantados de verme, como siempre, y me
saludan cariñosamente. Intercambiamos varias frases de cortesía, sobre todo
acerca de sus próximas vacaciones a Barbados y nuestro traslado.
—Kate, ¿cómo
has podido soltar eso delante de Ray? —le pregunto entre dientes en la primera
ocasión en que nadie puede oírnos.
—Porque sabía
que tú no lo harías, y quiero echar una mano con los problemas de compromiso de
Christian —me contesta sonriendo dulcemente.
Frunzo el
ceño. ¡Soy yo la que no va a comprometerse con él, estúpida!
—Y el tío se
ha quedado tan tranquilo, Ana. No te preocupes. Míralo… Christian no aparta la
mirada de ti.
Me giro y veo
que Ray y Christian están mirándome.
—No te ha
quitado los ojos de encima.
—Será mejor que
vaya a rescatar a Ray, o a Christian. No sé a cuál de los dos. Esto no va a
quedar así, Katherine Kavanagh.
—Ana, te he
hecho un favor —me dice cuando ya me he dado la vuelta.
—Hola —les
saludo a los dos con una sonrisa.
Parece que
todo va bien. Christian está sonriendo por alguna broma entre ellos, y mi padre
parece increíblemente relajado, teniendo en cuenta que se trata de socializar.
¿De qué han hablado, aparte de pesca?
—Ana, ¿dónde
está el cuarto de baño? —me pregunta Ray.
—Al fondo a la
izquierda.
—Vuelvo
enseguida. Divertíos, chicos.
Ray se aleja.
Miro nerviosa a Christian. Nos quedamos un momento quietos mientras un
fotógrafo nos hace una foto.
—Gracias,
señor Grey.
El fotógrafo
se escabulle a toda prisa. El flash me ha dejado parpadeando.
—Así que
también has cautivado a mi padre…
—¿También?
Le arden los
ojos y alza una ceja interrogante. Me ruborizo. Levanta una mano y desliza los
dedos por mi mejilla.
—Ojalá supiera
lo que estás pensando, Anastasia —susurra en tono turbador.
Me coloca la
mano en la barbilla y me levanta la cara. Nos miramos fijamente a los ojos.
Se me dispara
el corazón. ¿Cómo puede tener este efecto sobre mí, incluso en este entoldado
lleno de gente?
—Ahora mismo
estoy pensando: Bonita corbata —le digo.
Se ríe.
—Últimamente
es mi favorita.
Me arden las
mejillas.
—Estás muy
guapa, Anastasia. Este vestido con la espalda descubierta te sienta muy bien.
Me apetece acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.
De pronto es
como si estuviéramos solos. Solos él y yo. Se me altera todo el cuerpo, me
hormiguean todas las terminaciones nerviosas, y la electricidad que se crea
entre nosotros me empuja hacia él.
—Sabes que irá
bien, ¿verdad, nena? —me susurra.
Cierro los ojos
y me derrito por dentro.
—Pero quiero
más —le contesto en voz baja.
—¿Más?
Me mira
desconcertado y sus ojos se vuelven impenetrables. Asiento y trago saliva.
Ahora ya lo sabe.
—Más —repite
en voz baja, como si estuviera sopesando la palabra, una palabra corta y
sencilla, pero demasiado cargada de promesas. Me pasa el pulgar por el labio
inferior—. Quieres flores y corazones.
Vuelvo a
asentir. Pestañea y observo en sus ojos su lucha interna.
—Anastasia —me
dice en tono dulce—, no sé mucho de ese tema.
—Yo tampoco.
Sonríe
ligeramente.
—Tú no sabes
mucho de nada —murmura.
—Tú sabes todo
lo malo.
—¿Lo malo?
Para mí no lo es —me contesta moviendo la cabeza, y parece sincero—. Pruébalo
—me susurra.
Me desafía.
Ladea la cabeza y esboza su deslumbrante sonrisa de medio lado.
Respiro hondo.
Soy Eva en el Edén, y él es la serpiente. No puedo resistirme.
—De acuerdo
—susurro.
—¿Qué?
Me observa muy
atento. Trago saliva.
—De acuerdo.
Lo intentaré.
—¿Estás de
acuerdo?
Es evidente
que no termina de creérselo.
—Dentro de los
límites tolerables, sí. Lo intentaré.
Hablo en voz
muy baja. Christian cierra los ojos y me abraza.
—Ana, eres
imprevisible. Me dejas sin aliento.
Da un paso
atrás y de pronto Ray ya está de vuelta. El ruido en el interior del entoldado
aumenta progresivamente y me invade los oídos. No estamos solos. Dios mío,
acabo de aceptar ser su sumisa. Christian sonríe a Ray con la alegría danzando
en sus ojos.
—Annie, ¿vamos
a comer algo?
—Vamos.
Guiño un ojo a
Ray intentando recuperar la serenidad. ¿Qué has hecho?, me grita mi
subconsciente. La diosa que llevo dentro da volteretas dignas de una gimnasta
olímpica rusa.
—Christian,
¿quieres venir con nosotros? —le pregunta Ray.
¡Christian! Lo
miro suplicándole que no venga. Necesito espacio para pensar… ¿Qué deminios he
hecho?
—Gracias,
señor Steele, pero tengo planes. Encantado de conocerlo.
—Lo mismo digo
—le contesta Ray—. Cuídame a mi niña.
—Esa es mi
intención.
Se estrechan
la mano. Estoy mareada. Ray no tiene ni idea de cómo va a cuidarme Christian.
Este me coge de la mano, se la lleva a los labios y me besa los nudillos con
ternura sin apartar sus abrasadores ojos de los míos.
—Nos vemos
luego, señorita Steele —me dice en un tono lleno de promesas.
Se me encoge
el estómago al pensarlo. ¿Podré esperar?
Ray me coge
del brazo y nos dirigimos a la salida del entoldado.
—Parece un
chico muy formal. Y adinerado. No lo has hecho tan mal, Annie. Aunque no
entiendo por qué he tenido que enterarme por Katherine… —me reprende.
Me encojo de
hombros a modo de disculpa.
—Bueno —dice—,
cualquier hombre al que le guste pescar a mí me parece bien.
Vaya, a Ray le
parece bien. Si él supiera…
Al anochecer
Ray me lleva a casa.
—Llama a tu
madre —me dice.
—Lo haré.
Gracias por venir, papá.
—No me lo
habría perdido por nada del mundo, Annie. Estoy muy orgulloso de ti.
Oh, no. No voy
a emocionarme ahora… Se me hace un nudo en la garganta y lo abrazo muy fuerte.
Me rodea con sus brazos, perplejo, y entonces no puedo evitarlo. Se me saltan
las lágrimas.
—Hey, Annie,
cariño —me dice Ray—. Ha sido un gran día, ¿verdad? ¿Quieres que entre y te
prepare un té?
Aunque tengo
los ojos llenos de lágrimas, me río. Para Ray, el té siempre es la solución.
Recuerdo a mi madre quejándose de él, diciendo que cuando se trataba de
consolar a alguien con un té, el té siempre se le daba muy bien, pero el
consuelo no tanto.
—No, papá,
estoy bien. Me he alegrado mucho de verte. En cuanto me instale en Seattle, iré
a verte.
—Suerte con
las entrevistas. Ya me contarás cómo te van.
—Claro, papá.
—Te quiero,
Annie.
—Yo también te
quiero, papá.
Me sonríe con
ojos cálidos y brillantes, y se mete en el coche. Le digo adiós con la mano
mientras se adentra en la oscuridad, y luego entro lánguidamente en casa.
Lo primero que
hago es mirar el móvil. No tiene batería, así que tengo que ir a buscar el
cargador y enchufarlo antes de ver los mensajes. Cuatro llamadas perdidas, dos
mensajes en el contestador y dos mensajes de texto. Tres llamadas perdidas de
Christian… sin mensajes en el contestador. Una llamada perdida de José, y su
voz deseándome lo mejor en la ceremonia de graduación.
Abro los
mensajes de texto.
*Has llegado
bien?*
*Llamame*
Los dos son de
Christian. ¿Por qué no me llamó a casa? Voy a mi habitación y enciendo el
cacharro infernal.
De: Christian
Grey
Fecha: 25 de
mayo de 2011 23:58
Para:
Anastasia Steele
Asunto: Esta
noche
Espero que
hayas llegado bien a casa en ese coche tuyo.
Dime si estás
bien.
Christian Grey
Presidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dios… ¿Por qué
le preocupa tanto mi Escarabajo? Me ha servido lealmente durante tres años, y
José siempre me ha ayudado a ponerlo a punto. El siguiente e-mail de Christian
es de hoy.
De: Christian
Grey
Fecha: 26 de
mayo de 2011 17:22
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Límites tolerables
¿Qué puedo
decir que no haya dicho ya?
Encantado de
comentarlo contigo cuando quieras.
Hoy estabas
muy guapa.
Christian Grey
Presidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc.
Quiero verlo,
así que pulso «Responder».
De: Anastasia
Steele
Fecha: 26 de
mayo de 2011 19:23
Para:
Christian Grey
Asunto:
Límites tolerables
Si quieres,
puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 26 de
mayo de 2011 19:27
Para:
Anastasia Steele
Asunto:
Límites tolerables
Voy yo a tu
casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese coche, lo decía en
serio.
Nos vemos
enseguida.
Christian Grey
Presidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc.
Maldita sea…
Viene hacia aquí. Tengo que prepararle una cosa. Las primeras ediciones de los
libros de Thomas Hardy siguen en las estanterías del comedor. No puedo
aceptarlas. Envuelvo los libros en papel de embalar y escribo una cita de Tess:
Acepto las
condiciones, Angel, porque tú sabes mejor cuál tiene que ser mi castigo. Lo
único que te pido es… que no sea más duro de lo que pueda soportar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario