12
Por primera
vez en mi vida salgo a correr voluntariamente. Busco mis asquerosas zapatillas,
que nunca uso, unos pantalones de chándal y una camiseta. Me hago dos trenzas,
me ruborizo con los recuerdos que vuelven a mi mente y enciendo el iPod. No
puedo sentarme frente a esa maravilla de la tecnología y seguir viendo o
leyendo más material inquietante. Necesito quemar parte de esta excesiva y
enervante energía. La verdad es que me apetece correr hasta el hotel Heathman y
pedirle al obseso del control que me eche un polvo. Pero está a ocho
kilómetros, y dudo que pueda llegar a correr dos, no digamos ya ocho, y por
supuesto podría rechazarme, lo que sería muy humillante.
Cuando abro la
puerta, Kate está saliendo de su coche. Casi se le caen las bolsas al verme.
Ana Steele con zapatillas de deporte. La saludo con la mano y no me paro para
que no me pregunte. De verdad necesito estar un rato sola. Con Snow Patrol
sonando en mis oídos, me introduzco en el anochecer ópalo y aguamarina.
Cruzo el
parque. ¿Qué voy a hacer? Lo deseo, pero ¿en esos términos? La verdad es que no
lo sé. Quizá debería negociar lo que quiero. Revisar ese ridículo contrato
línea a línea y decir lo que me parece aceptable y lo que no. He descubierto en
internet que legalmente no tiene ningún valor. Seguro que él lo sabe. Supongo
que solo sirve para sentar las bases de la relación. Detalla lo que puedo
esperar de él y lo que él espera de mí: mi sumisión total. ¿Estoy preparada
para ofrecérsela? ¿Y estoy capacitada?
Una pregunta
me reconcome: ¿por qué es él así? ¿Porque lo sedujeron cuando era muy joven? No
lo sé. Sigue siendo todo un misterio.
Me paro junto
a un gran abeto, apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me lleno de
aire los pulmones. Me siento bien, es catártico. Siento que mi determinación se
fortalece. Sí. Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. Tengo que
mandarle por e-mail lo que pienso y ya lo discutiremos el miércoles. Respiro
hondo, como para limpiarme por dentro, y doy la vuelta hacia casa.
Kate ha ido a
comprar ropa, cómo no, para sus vacaciones en Barbados. Sobre todo bikinis y
pareos a juego. Estará fantástica con todos esos modelitos, pero aun así se los
prueba todos y me obliga a sentarme y a comentarle qué me parecen. No hay
muchas maneras de decir: «Estás fantástica, Kate». Aunque está delgada, tiene
unas curvas para perder el sentido. No lo hace a propósito, lo sé, pero al
final arrastro mi penoso culo cubierto de sudor hasta la habitación con la
excusa de ir a empaquetar más cajas. ¿Podría sentirme menos a la altura? Me
llevo conmigo la alucianante tecnología inalámbrica, enciendo el portátil y
escribo a Christian.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 23 de
mayo de 2011 20:33
Para:
Christian Grey
Asunto:
Universitaria escandalizada
Bien, ya he
visto bastante.
Ha sido
agradable conocerte.
Ana
Pulso «Enviar»
riéndome de mi travesura. ¿Le va a parecer a él tan divertida? Oh, mierda…
seguramente no. Christian Grey no es famoso por su sentido del humor. Aunque sé
que lo tiene, porque lo he vivido. Quizá me he pasado. Espero su respuesta.
Espero y
espero. Miro el despertador. Han pasado diez minutos.
Para olvidarme
de la angustia que se abre camino en mi estómago, me pongo a hacer lo que le he
dicho a Kate que haría: empaquetar las cosas de mi habitación. Empiezo metiendo
mis libros en una caja. Hacia las nueve sigo sin noticias. Quizá ha salido.
Malhumorada, hago un puchero, me pongo los auriculares del iPod, escucho a los
Snow Patrol y me siento a mi mesa a releer el contrato y a anotar mis
observaciones y comentarios.
No sé por qué
levanto la mirada, quizá capto de reojo un ligero movimiento, no lo sé, pero
cuando la levanto, Christian está en la puerta de mi habitación mirándome
fijamente. Lleva sus pantalones grises de franela y una camisa blanca de lino,
y agita suavemente las llaves del coche. Me quito los auriculares y me quedo
helada. ¡Joder!
—Buenas
noches, Anastasia —me dice en tono frío y expresión cauta e impenetrable.
La capacidad
de hablar me abandona. Maldita Kate, lo ha dejado entrar sin avisarme. Por un
segundo soy consciente de que yo estoy hecha un asco, toda sudada y sin duchar,
y él está guapísimo, con los pantalones un poco caídos, y para colmo, en mi
habitación.
—He pensado
que tu e-mail merecía una respuesta en persona —me explica en tono seco.
Abro la boca y
vuelvo a cerrarla, dos veces. Esto sí que es una broma. Por nada del mundo se
me había ocurrido que pudiera dejarlo todo para pasarse por aquí.
—¿Puedo
sentarme? —me pregunta, ahora con ojos divertidos.
Gracias, Dios
mío… Quizá la broma le ha parecido graciosa.
Asiento. Mi
capacidad de hablar sigue sin hacer acto de presencia. Christian Grey está sentado
en mi cama…
—Me preguntaba
cómo sería tu habitación —me dice.
Miro a mi
alrededor pensando por dónde escapar. No, sigue sin haber nada más que la
puerta y la ventana. Mi habitación es funcional, pero acogedora: pocos muebles
blancos de mimbre y una cama doble blanca, de hierro, con una colcha de
patchwork que hizo mi madre cuando estaba en su etapa de labores hogareñas. Es
azul cielo y crema.
—Es muy serena
y tranquila —murmura.
No en este
momento… no contigo aquí.
Al final mi
bulbo raquídeo recupera la determinación. Respiro.
—¿Cómo…?
Me sonríe.
—Todavía estoy
en el Heathman.
Eso ya lo
sabía.
—¿Quieres
tomar algo?
Tengo que
decir que la educación siempre se impone.
—No, gracias,
Anastasia.
Esboza una
deslumbrante media sonrisa con la cabeza ligeramente ladeada.
Bueno,
seguramente sea yo quien necesita una copa.
—Así que ha
sido agradable conocerme…
Maldita sea,
¿se ha ofendido? Me miro los dedos. A ver cómo salgo de esta. Si le digo que
solo era una broma, no creo que le guste mucho.
—Pensaba que
me contestarías por e-mail —le digo en voz muy baja, patética.
—¿Estás
mordiéndote el labio a propósito? —me pregunta muy serio.
Pestañeo, abro
la boca y suelto el labio.
—No era
consciente de que me lo estaba mordiendo —murmuro.
El corazón me
late muy deprisa. Siento la tensión, esa exquisita electricidad estática que
invade el espacio. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos grises
impenetrables, los codos apoyados en las rodillas y las piernas separadas. Se
inclina, me deshace una trenza muy despacio y me separa el pelo con los dedos.
Se me corta la respiración y no puedo moverme. Observo hipnotizada su mano
moviéndose hacia la otra trenza, tirando de la goma y deshaciendo la trenza con
sus largos y hábiles dedos.
—Veo que has
decidido hacer un poco de ejercicio —me dice en voz baja y melodiosa,
colocándome el pelo detrás de la oreja—. ¿Por qué, Anastasia?
Me rodea la
oreja con los dedos y muy suavemente, rítmicamente, tira del lóbulo. Es muy
excitante.
—Necesitaba
tiempo para pensar —susurro.
Me siento como
un ciervo ante los faros de un coche, como una polilla junto a una llama, como
un pájaro frente a una serpiente… y él sabe exactamente lo que está haciendo.
—¿Pensar en
qué, Anastasia?
—En ti.
—¿Y has
decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido
bíblico?
Mierda. Me
ruborizo.
—No pensaba
que fueras un experto en la Biblia.
—Iba a
catequesis los domingos, Anastasia. Aprendí mucho.
—No recuerdo
haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la
catequesis con una traducción moderna.
Sus labios se
arquean dibujando una ligera sonrisa y dirijo la mirada a su boca.
—Bueno, he
pensado que debía venir a recordarte lo agradable que ha sido conocerme.
Dios mío. Lo
miro boquiabierta, y sus dedos se desplazan de mi oreja a mi barbilla.
—¿Qué le
parece, señorita Steele?
Sus ojos
brillantes destilan una expresión de desafío. Tiene los labios entreabiertos.
Está esperando, alerta para atacar. El deseo —agudo, líquido y provocativo—
arde en lo más profundo de mi vientre. Me adelanto y me lanzo hacia él. De
repente se mueve, no tengo ni idea de cómo, y en un abrir y cerrar de ojos
estoy en la cama, inmovilizada debajo de él, con las manos extendidas y sujetas
por encima de la cabeza, con su mano libre agarrándome la cara y su boca
buscando la mía.
Me mete la
lengua, me reclama y me posee, y yo me deleito en su fuerza. Lo siento por todo
mi cuerpo. Me desea, y eso provoca extrañas y exquisitas sensaciones dentro de
mí. No a Kate, con sus minúsculos bikinis, ni a una de las quince, ni a la
malvada señora Robinson. A mí. Este hermoso hombre me desea a mí. La diosa que
llevo dentro brilla tanto que podría iluminar todo Portland. Deja de besarme.
Abro los ojos y lo veo mirándome fijamente.
—¿Confías en
mí? —me pregunta.
Asiento con
los ojos muy abiertos, con el corazón rebotándome en las costillas y la sangre
tronando por todo mi cuerpo.
Estira el
brazo y del bolsillo del pantalón saca su corbata de seda gris… la corbata gris
que deja pequeñas marcas del tejido en mi piel. Se sienta rápidamente a
horcajadas sobre mí y me ata las muñecas, pero esta vez anuda el otro extremo
de la corbata a un barrote del cabezal blanco de hierro. Tira del nudo para
comprobar que es seguro. No voy a ir a ninguna parte. Estoy atada a mi cama, y
muy excitada.
Se levanta y
se queda de pie junto a la cama, mirándome con ojos turbios de deseo. Su mirada
es de triunfo y a la vez de alivio.
—Mejor así
—murmura.
Esboza una
maliciosa sonrisa de superioridad. Se inclina y empieza a desatarme una
zapatilla. Oh, no… no… los pies no. Acabo de correr.
—No —protesto
y doy patadas para que me suelte.
Se detiene.
—Si forcejeas,
te ataré también los pies, Anastasia. Si haces el menor ruido, te amordazaré.
No abras la boca. Seguramente ahora mismo Katherine está ahí fuera escuchando.
¡Amordazarme!
¡Kate! Me callo.
Me quita las
zapatillas y los calcetines, y me baja muy despacio el pantalón de chándal. Oh…
¿qué bragas llevo? Me levanta, retira la colcha y el edredón de debajo de mí y
me coloca boca arriba sobre las sábanas.
—Veamos. —Se
pasa la lengua lentamente por el labio inferior—. Estás mordiéndote el labio,
Anastasia. Sabes el efecto que tiene sobre mí.
Me presiona la
boca con su largo dedo índice a modo de advertencia.
Dios mío.
Apenas puedo contenerme, estoy indefensa, tumbada, viendo cómo se mueve
tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita sin
prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la
camisa.
—Creo que has
visto demasiado.
Se ríe
maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me levanta la
camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello y
luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me
cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.
—Mmm —susurra
satisfecho—. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.
Se inclina, me
besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el leve chirrido
de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En Portland? ¿En
Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está hablando con Kate…
Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Kate? Oigo un golpe seco.
¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus pasos por la
habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está bebiendo?
Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que caen al
suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.
—¿Tienes sed,
Anastasia? —me pregunta en tono burlón.
—Sí —le digo,
porque de repente se me ha quedado la boca seca.
Oigo el
tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la boca
un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy
excitante, aunque está helado, y los labios de Christian también están fríos.
—¿Más? —me
pregunta en un susurro.
Asiento. Sabe
todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro trago de sus
labios… Madre mía.
—No nos
pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.
No puedo
evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se mueve, se
coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro de mí.
—¿Te parece
esto agradable? —me pregunta, y noto cierto tono amenazante en su voz.
Me pongo
tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta un
trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios
desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete
un trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy
frío que provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi
vientre. Uau.
—Ahora tienes
que quedarte quieta —susurra—. Si te mueves, llenarás la cama de vino,
Anastasia.
Mis caderas se
flexionan automáticamente.
—Oh, no. Si
derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.
Gimo, intento
controlarme y lucho desesperadamente contra la necesidad de mover las caderas.
Oh, no… por favor.
Me baja con un
dedo las copas del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos y
vulnerables. Se inclina, besa y tira de mis pezones con los labios fríos,
helados. Lucho contra mi cuerpo, que intenta responder arqueándose.
—¿Te gusta
esto? —me pregunta tirándome de un pezón.
Vuelvo a oír
el tintineo del hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón derecho,
mientras tira a la vez del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no
moverme. Una desesperante y dulce tortura.
—Si derramas
el vino, no dejaré que te corras.
—Oh… por
favor… Christian… señor… por favor.
Está volviéndome
loca. Puedo oírlo sonreír.
El hielo de mi
pezón está derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y muerta de
deseo. Lo quiero dentro de mí. Ahora.
Me desliza muy
despacio los dedos helados por el vientre. Como tengo la piel hipersensible,
mis caderas se flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, me gotea
por la barriga. Christian se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me muerde
suavemente, me chupa.
—Querida
Anastasia, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeo en voz
alta. En lo único que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. Nada más es
real. Nada más importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los dedos por
dentro de mis bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo suspiro.
—Oh, nena
—murmura.
Y me introduce
dos dedos.
Sofoco un
grito.
—Estás lista
para mí tan pronto… —me dice.
Mueve sus
tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia él alzando las
caderas.
—Eres una
glotona —me regaña suavemente.
Traza círculos
alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego lo presiona.
Jadeo y mi
cuerpo da sacudidas bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me retira la
camiseta de los ojos para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me hace
parpadear. Deseo tocarlo.
—Quiero
tocarte —le digo.
—Lo sé
—murmura.
Se inclina y
me besa sin dejar de mover los dedos rítmicamente dentro de mi cuerpo, trazando
círculos y presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge el pelo hacia
arriba y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la lengua el
movimiento de sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto empujar
hacia su mano. La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una y otra
vez. Es tan frustrante… Oh, por favor, Christian, grito por dentro.
—Este es tu
castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? —me
susurra al oído.
Agotada,
gimoteo y tiro de mis brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una tortura
erótica.
—Por favor —le
suplico.
Al final se
apiada de mí.
—¿Cómo quieres
que te folle, Anastasia?
Oh… mi cuerpo
empieza a temblar y vuelve a quedarse inmóvil.
—Por favor.
—¿Qué quieres,
Anastasia?
—A ti… ahora
—grito.
—Dime cómo
quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras —me susurra al oído.
Alarga la mano
hacia el paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla entre mis
piernas y, muy despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con ojos
brillantes. Se pone el condón. Lo miro fascinada, anonadada.
—¿Te parece
esto agradable? —me dice acariciándose.
—Era una broma
—gimoteo.
Por favor,
fóllame, Christian.
Alza las cejas
deslizando la mano arriba y abajo por su impresionante miembro.
—¿Una broma?
—me pregunta en voz amenazadoramente baja.
—Sí. Por
favor, Christian —le ruego.
—¿Y ahora te
ríes?
—No —gimoteo.
La tensión
sexual está a punto de hacerme estallar. Me mira un momento, evaluando mi
deseo, y de pronto me agarra y me da la vuelta. Me pilla por sorpresa, y como
tengo las manos atadas, tengo que apoyarme en los codos. Me empuja las rodillas
para alzarme el trasero y me da un fuerte azote. Antes de que pueda reaccionar,
me penetra. Grito, por el azote y por su repentina embestida, y me corro
inmediatamente, me desmorono debajo de él, que sigue embistiéndome
exquisitamente. No se detiene. Estoy destrozada. No puedo más… y él empuja una
y otra vez… y siento que vuelve a inundarme otra vez… no puede ser… no…
—Vamos,
Anastasia, otra vez —ruge entre dientes.
Y por increíble
que parezca, mi cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a alcanzar el clímax
gritando su nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y Christian se para, se
deja ir por fin y se libera en silencio. Cae encima de mí jadeando.
—¿Te ha
gustado? —me pregunta con los dientes apretados.
Madre mía.
Estoy tumbada
en la cama, devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando se aparta de mí
muy despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha acabado, vuelve a la
cama, me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y me froto las
muñecas, sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. Me ajusto
el sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo miro
aturdida y él me devuelve la sonrisa.
—Ha sido
realmente agradable —susurro sonriendo tímidamente.
—Ya estamos
otra vez con la palabrita.
—¿No te gusta
que lo diga?
—No, no tiene
nada que ver conmigo.
—Vaya… No sé…
parece tener un efecto beneficioso sobre ti.
—¿Soy un
efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi amor propio,
señorita Steele?
—No creo que
tengas ningún problema de amor propio.
Pero soy
consciente de que lo digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente por la
cabeza, una idea fugaz, pero se me escapa antes de que pueda atraparla.
—¿Tú crees?
—me pregunta en tono amable.
Está tumbado a
mi lado, vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo llevo puesto el
sujetador.
—¿Por qué no
te gusta que te toquen?
—Porque no.
—Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la frente—. Así que ese e-mail era
lo que tú llamas una broma.
Sonrío a modo
de disculpa y me encojo de hombros.
—Ya veo.
Entonces todavía estás planteándote mi proposición…
—Tu
proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que
comentar.
Me sonríe
aliviado.
—Me
decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.
Iba a
mandártelas por correo, pero me has interrumpido.
—Coitus
interruptus.
—¿Lo ves?,
sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí —le digo
sonriendo.
—No es tan
divertido, Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera
querías comentarlo.
Se queda en
silencio.
—Todavía no lo
sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?
Alza las
cejas.
—Has estado
investigando. No lo sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a nadie.
Oh… ¿Debería
sorprenderme? Sé tan poco sobre las sesiones… No sé.
—¿A ti te han
puesto un collar? —le pregunto en un susurro.
—Sí.
—¿La señora
Robinson?
—¡La señora
Robinson!
Se ríe a
carcajadas, y parece joven y despreocupado, con la cabeza echada hacia atrás.
Su risa es contagiosa.
Le sonrío.
—Le diré cómo
la llamas. Le encantará.
—¿Sigues en
contacto con ella? —le pregunto sin poder disimular mi temor.
—Sí —me
contesta muy serio.
Oh… De pronto
una parte de mí se vuelve loca de celos. El sentimiento es tan fuerte que me
perturba.
—Ya veo —le
digo en tono tenso—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo
estilo de vida, pero yo no puedo.
Frunce el
ceño.
—Creo que
nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte
de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo
presentarte a una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.
¿Qué? ¿Lo dice
a propósito para que me enfade?
—¿Esto es lo
que tú llamas una broma?
—No, Anastasia
—me contesta perplejo.
No… me las
arreglaré yo sola, muchas gracias —le contesto bruscamente, tirando de la
colcha hasta mi barbilla.
Me observa
perdido, sorprendido.
—Anastasia,
no… —No sabe qué decir. Una novedad, creo—. No quería ofenderte.
—No estoy
ofendida. Estoy consternada.
—¿Consternada?
—No quiero
hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.
—Anastasia
Steele, ¿estás celosa?
Me pongo
colorada.
—¿Vas a
quedarte?
—Mañana a
primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además ya te dije que no duermo
con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el sábado
fueron una excepción. No volverá a pasar.
Oigo la firme
determinación detrás de su dulce voz ronca.
Frunzo los
labios.
—Bueno, estoy
cansada.
¿Estás
echándome?
Alza las cejas
perplejo y algo afligido.
—Sí.
—Bueno, otra novedad.
—Me mira interrogante—. ¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato.
—No —le
contesto de mal humor.
—Ay, cuánto me
gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también.
—No puedes
decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.
—Pero soñar es
humano, Anastasia. —Se inclina y me agarra de la barbilla—. ¿Hasta el
miércoles? —murmura.
Me besa
rápidamente en los labios.
—Hasta el
miércoles —le contesto—. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.
Me siento,
cojo la camiseta y lo empujo para que se levante de la cama. Lo hace de mala
gana.
—Pásame los
pantalones de chándal, por favor.
Los recoge del
suelo y me los tiende.
Sí, señora.
Intenta
ocultar su sonrisa, pero no lo consigue.
Lo miro con
mala cara mientras me pongo los pantalones. Tengo el pelo hecho un desastre y
sé que después de que se marche voy a tener que enfrentarme a la santa
inquisidora Katherine Kavanagh. Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la
puerta y la abro para ver si está Kate. No está en el comedor. Creo que la oigo
hablando por teléfono en su habitación. Christian me sigue. Durante el breve
recorrido entre mi habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis
sentimientos fluyen y se transforman. Ya no estoy enfadada con él. De pronto me
siento insoportablemente tímida. No quiero que se marche. Por primera vez me
gustaría que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no
exigiera un acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su
cuarto de juegos.
Le abro la
puerta y me miro las manos. Es la primera vez que me traigo un chico a mi casa,
y creo que ha estado genial. Pero ahora me siento como un recipiente, como un
vaso vacío que se llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza. Querías
correr al Heathman en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los
brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo.
Christian se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a
mirarlo. Arruga la frente.
—¿Estás bien?
—me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.
—Sí —le
contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.
Siento un
cambio de paradigma. Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no le
interesa o no quiere ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El
ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por
él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.
—Nos vemos el
miércoles —me dice.
Se inclina y
me besa con ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia. Sus labios me
presionan imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta un lado de la
cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera. Se
inclina hacia mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero
deslizar las manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría.
Pega su frente a la mía con los ojos cerrados.
—Anastasia
—susurra con voz quebrada—, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Lo mismo
podría decirte yo —le susurro a mi vez.
Respira hondo,
me besa en la frente y se marcha. Avanza con paso decidido hacia el coche
pasándose la mano por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la mirada y me
lanza una sonrisa arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo una leve
sonrisa y vuelvo a pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la
puerta de la calle mientras se mete en su coche deportivo. Siento una
irresistible necesidad de llorar. Una triste y solitaria melancolía me oprime
el corazón. Vuelvo a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella
intentando racionalizar mis sentimientos, pero no puedo. Me dejo caer al suelo,
me cubro la cara con las manos y empiezan a saltárseme las lágrimas.
Kate llama a
la puerta suavemente.
—¿Ana? —susurra.
Abro la
puerta. Me mira y me abraza.
—¿Qué pasa?
¿Qué te ha hecho ese repulsivo cabrón guaperas?
—Nada que no
quisiera que me hiciera, Kate.
Me lleva hasta
la cama y nos sentamos.
—Tienes el
pelo de haber echado un polvo espantoso.
Aunque estoy
desconsolada, me río.
—Ha sido un
buen polvo, para nada espantoso.
Kate sonríe.
—Mejor. ¿Por
qué lloras? Tú nunca lloras.
Coge el
cepillo de la mesita de noche, se sienta a mi lado y empieza a desenredarme los
nudos muy despacio.
—¿No me
dijiste que habías quedado con él el miércoles?
—Sí, en eso
habíamos quedado.
—¿Y por qué se
ha pasado hoy por aquí?
—Porque le he
mandado un e-mail.
—¿Pidiéndole
que se pasara?
—No,
diciéndole que no quería volver a verlo.
—¿Y se
presenta aquí? Ana, es genial.
—La verdad es
que era una broma.
—Vaya, ahora
sí que no entiendo nada.
Me armo de
paciencia y le explico de qué iba mi e-mail sin entrar en detalles.
—Pensaste que
te respondería por correo.
—Sí.
—Pero lo que
ha hecho ha sido presentarse aquí.
—Sí.
—Te habrá
dicho que está loco por ti.
Frunzo el
ceño. ¿Christian loco por mí? Difícilmente. Solo está buscando un nuevo
juguete, un nuevo y adecuado juguete con el que acostarse y al que hacerle
cosas indescriptibles. Se me encoge el corazón y me duele. Esa es la verdad.
—Ha venido a
follarme, eso es todo.
—¿Quién dijo
que el romanticismo había muerto? —murmura horrorizada.
He dejado
impresionada a Kate. No pensaba que eso fuera posible. Me encojo de hombros a
modo de disculpa.
—Utiliza el
sexo como un arma.
—¿Te echa un
polvo para someterte?
Mueve la
cabeza contrariada. Pestañeo y siento que estoy poniéndome colorada. Oh… has
dado en el clavo, Katherine Kavanagh, vas a ganar el Pulitzer.
—Ana, no lo
entiendo. ¿Y le dejas que te haga el amor?
—No, Kate, no
hacemos el amor… follamos… como dice Christian. No le interesa el amor.
—Sabía que
había algo raro en él. Tiene problemas con el compromiso.
Asiento, como
si estuviera de acuerdo, pero por dentro suspiro. Ay, Kate… Ojalá pudiera
contártelo todo sobre este tipo extraño, triste y perverso, y ojalá tú pudieras
decirme que lo olvidara, que dejara de ser una idiota.
—Me temo que
la situación es bastante abrumadora —murmuro.
Me quedo muy,
muy corta.
Como no quiero
seguir hablando de Christian, le pregunto por Elliot. Con solo mencionar su
nombre, la actitud de Katherine cambia radicalmente. Se le ilumina la cara y me
sonríe.
—El sábado
vendrá temprano para ayudarnos a cargar.
Estrecha el
cepillo con fuerza contra su pecho —vaya, le ha pillado fuerte—, y siento una
vaga y familiar punzada de envidia. Kate ha encontrado a un hombre normal y
parece muy feliz.
Me giro hacia
ella y la abrazo.
—Ah, casi me
olvido. Tu padre ha llamado cuando estabas… bueno, ocupada. Parece que Bob ha
tenido un pequeño accidente, así que tu madre y él no podrán venir a la entrega
de títulos. Pero tu padre estará aquí el jueves. Quiere que lo llames.
—Vaya… Mi
madre no me ha llamado para decírmelo. ¿Está bien Bob?
—Sí. Llámala
mañana. Ahora es tarde.
—Gracias,
Kate. Ya estoy bien. Mañana llamaré también a Ray. Creo que me voy a acostar.
Sonríe, pero
arruga los ojos preocupada.
Cuando ya se
ha marchado, me siento, vuelvo a leer el contrato y voy tomando notas. Una vez
que he terminado, enciendo el ordenador dispuesta a responderle.
En mi bandeja
de entrada hay un e-mail de Christian.
De: Christian
Grey
Fecha: 23 de
mayo de 2011 23:16
Para: Anastasia
Steele
Asunto: Esta
noche
Señorita
Steele:
Espero
impaciente sus notas sobre el contrato.
Entretanto,
que duermas bien, nena.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 24 de
mayo de 2011 00:02
Para:
Christian Grey
Asunto:
Objeciones
Querido señor
Grey:
Aquí está mi
lista de objeciones. Espero que el miércoles las discutamos con calma en
nuestra cena.
Los números
remiten a las cláusulas:
2: No tengo
nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que explore
mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no necesitaría un
contrato de diez páginas. Seguramente es para TU beneficio.
4: Como sabes,
solo he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han hecho una
transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?
8: Puedo
dejarlo en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites acordados.
De acuerdo, eso me parece muy bien.
9: ¿Obedecerte
en todo? ¿Aceptar tu disciplina sin dudar? Tenemos que hablarlo.
11: Periodo de
prueba de un mes, no de tres.
12: No puedo
comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida propia, y seguiré
teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?
15.2: Utilizar
mi cuerpo de la manera que consideres oportuna, en el sexo o en cualquier otro
ámbito… Por favor, define «en cualquier otro ámbito».
15.5: Toda la
cláusula sobre la disciplina en general. No estoy segura de que quiera ser
azotada, zurrada o castigada físicamente. Estoy segura de que esto infringe las
cláusulas 2-5. Y además eso de «por cualquier otra razón» es sencillamente
mezquino… y me dijiste que no eras un sádico.
15.10: Como si
prestarme a alguien pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo dejes tan
claro.
15.14: Sobre
las normas comento más adelante.
15.19: ¿Qué
problema hay en que me toque sin tu permiso? En cualquier caso, sabes que no lo
hago.
15.21:
Disciplina: véase arriba cláusula 15.5.
15.22: ¿No
puedo mirarte a los ojos? ¿Por qué?
15.24: ¿Por
qué no puedo tocarte?
Normas:
Dormir:
aceptaré seis horas.
Comida: no voy
a comer lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos se elimina, o
rompo el contrato.
Ropa: de
acuerdo, siempre y cuando solo tenga que llevar tu ropa cuando esté contigo.
Ejercicio:
habíamos quedado en tres horas, pero sigue poniendo cuatro.
Límites
tolerables:
¿Tenemos que
pasar por todo esto? No quiero fisting de ningún tipo. ¿Qué es la suspensión?
Pinzas genitales… debes de estar de broma.
¿Podrías
decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo trabajo hasta las cinco de
la tarde.
Buenas noches.
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 24 de
mayo de 2011 00:07
Para: Anastasia
Steele
Asunto:
Objeciones
Señorita
Steele:
Es una lista
muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc.
De: Anastasia
Steele
Fecha: 24 de mayo
de 2011 00:10
Para:
Christian Grey
Asunto:
Quemándome las cejas
Señor:
Si no recuerdo
mal, estaba con esta lista cuando un obseso del control me interrumpió y me
llevó a la cama.
Buenas noches.
Ana
De: Christian
Grey
Fecha: 24 de
mayo de 2011 00:12
Para:
Anastasia Steele
Asunto: Deja
de quemarte las cejas
ANASTASIA,
VETE A LA CAMA.
Christian Grey
Obseso del
control y presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… en
mayúsculas, como si me gritara. Apago el ordenador. ¿Cómo puede intimidarme
estando a ocho kilómetros? Todavía triste, me meto en la cama e inmediatamente
caigo en un sueño profundo, aunque intranquilo.
Son la 1 de la madrugada y yo no puedo parar de leer.... Que adicción
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