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Una noche deseada - Cap. 7

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Capítulo 7

Me repongo de mi asombro y examino la estancia. Veo la enorme cama con la
cabecera de piel, la lámpara de araña que pende del techo y unos ventanales desde
el suelo hasta el techo que ofrecen unas magníficas vistas de la ciudad. No debería
estar tan sorprendida. Imaginaba que este lugar sería palaciego, pero no sabía hasta
qué punto. Hay dos puertas al otro extremo de la habitación, y decido que una de
ellas debe de dar a un cuarto de baño. Recorro la mullida moqueta de color crema y
abro la primera puerta a la que llego, intentando con todas mis fuerzas evitar mirar
la inmensa cama. No es un baño, sino un ropero, si es que a un espacio de tal
tamaño puede considerárselo así. El recinto cuadrado tiene armarios de madera de
caoba que ocupan todo lo alto de la pared y estanterías ordenadas en tres paredes
con un mueble independiente en el centro y un sofá al lado. Sobre la superficie del
mueble hay decenas de cajitas pequeñas abiertas que exponen gemelos, relojes y
alfileres de corbata. Tengo la sensación de que, si moviese una sola de esas cajas, él
lo notaría. Cierro la puerta rápidamente, me apresuro hasta la siguiente y me
encuentro con el cuarto de baño más majestuoso que he visto en toda mi vida. Dejo
escapar un grito ahogado de asombro y los ojos se me salen de las órbitas. Una
bañera gigante con patas de tipo garra descansa, soberbia, junto a la inmensa
ventana. Los grifos y los escalones que permiten entrar en ella son de oro. Las
paredes de la ducha están adornadas con un mosaico de baldosas de color crema y
dorado. Intento asimilarlo todo, pero no puedo. Es demasiado. Es como una casa de
exposición.
Tras lavarme las manos, me las seco con cuidado y estiro la toalla para no
dejar nada fuera de su sitio.
Al salir de la habitación, me detengo al encontrarme cara a cara con Miller.
Tiene el ceño fruncido otra vez.
—¿Estabas fisgoneando? —pregunta.
—¡No! Estaba usando el baño.
—Eso no es el baño, es mi dormitorio.
Miro hacia el pasillo y cuento dos puertas delante de la que estoy.
—Me has dicho la tercera puerta a la derecha.
—Sí, y ésa es la siguiente. —Señala la puerta contigua y yo la miro
completamente confundida.
—No. —Me vuelvo y señalo en la otra dirección—. Una, dos y tres —digo
señalando la puerta que tengo detrás de mí—. La tercera puerta a mi derecha.
—La primera puerta es un armario.
Siento que la ira me invade de nuevo.
—Pero es una puerta —señalo—. Y no estaba fisgoneando.
—Vale. —Encoge sus hombros perfectos y entorna lentamente sus ojos
perfectos antes de desplazar su perfecta figura por el pasillo—. Por aquí —dice por
encima del hombro.
Estoy enfadada. ¿Quién se ha creído que es? Mis Converse empiezan a
recorrer el pasillo tras sus pasos, pero cuando llego al salón, ha desaparecido. Miro
por todas partes y hacia todas las puertas, que quién sabe adónde dan, pero no lo
veo. Todas estas sensaciones extrañas me están volviendo loca.
Ira, confusión..., deseo, pasión, lujuria.
Me dirijo hacia el recibidor dando fuertes pisadas, cojo mi bolsa de la mesa y
camino en dirección a la puerta de entrada.
—¿Adónde vas? —El suave tono de su voz me eriza el vello. Me vuelvo y lo
veo rellenándose el vaso.
—Me voy. Esto no ha sido una buena idea.
Se acerca algo sorprendido.
—¿Que hayas cometido un pequeño error y te hayas equivocado de puerta es
motivo suficiente para marcharte?
—No, tú haces que quiera marcharme —lo increpo—. La puerta no tiene
nada que ver.
—¿Te hago sentir incómoda? —pregunta. Detecto un aire de preocupación en
su voz.
—Sí —confirmo.
Hace que me sienta muy incómoda, y a muchos niveles, y por eso me planteo
qué hago aquí.
Se acerca más todavía y me coge de la mano. Tira suavemente de mí hasta
que dejo que me arrastre de nuevo hacia el salón.
—Siéntate —me pide, y me empuja hacia el sofá. Coge mi mochila y mi
teléfono y los coloca ordenados sobre la mesa antes de acuclillarse delante de mí.
Sus ojos me atrapan de nuevo—. Siento hacerte sentir incómoda.
—Vale —susurro, y desvío la mirada hacia sus labios entreabiertos.
—Voy a hacer que te sientas menos incómoda.
Asiento porque el lento movimiento de sus labios me tiene demasiado
embelesada, pero entonces se levanta y deja el vaso sobre la mesa. Lo recoloca
girándolo ligeramente. Después, recoge su chaqueta y sale de la habitación. Sigo su
espalda, con un gesto de extrañeza, y oigo que una puerta se abre y se cierra. ¿Qué
está haciendo? Empiezo a observar toda la estancia, admiro las obras de arte
brevemente y pienso que su apartamento está demasiado ordenado y perfecto
como para que viva en él de verdad. Entonces me maravillo de nuevo. Oigo que la
puerta se abre y se cierra otra vez y casi me atraganto con mi propia lengua cuando
regresa al salón llevando puestos sólo un par de shorts deportivos negros. Nada
más. Únicamente los shorts. Sí, vestido de traje me intimida un poco, pero, joder,
esto no ayuda. Ahora me siento todavía más poca cosa y estoy aún más cachonda.
Mis manos recorren mentalmente su pecho y su estómago perfectamente definidos,
mis labios siguen la bronceada tersura de sus hombros esculpidos, y mis brazos
rodean su firme cintura.
Vuelvo a tenerlo delante. Se agacha en dirección a la mesa y recoge su bebida.
—¿Mejor? —pregunta.
Estoy convencida de que si fuese capaz de apartar los ojos de su torso me
enfrentaría a una mirada de superioridad por su parte, pero no puedo
reprochárselo. Es un ser superior.
—No. —Repaso su cuerpo con la vista hasta que veo que se lleva el vaso a los
labios y bebe. Muy despacio—. ¿Cómo pretendes que me sienta más cómoda así?
—inquiero.
—Porque ahora voy de sport.
—No, estás medio desnudo. —Echo otro vistazo. Mis ojos ansían mirarlo.
—¿Sigo haciendo que te sientas incómoda?
—Sí.
Suspira y se levanta. Se marcha de la habitación de nuevo, pero esta vez no se
dirige a su dormitorio, sino a la cocina. Oigo puertas que se abren y se cierran y al
cabo de unos momentos está de nuevo conmigo, sentado sobre la mesa que tengo
delante y con una bandeja en la mano. La coloca a su lado y veo que está llena de
piedras y hielo.
—¿Qué es eso? —pregunto, y me inclino hacia adelante para observarlo.
Hace girar la bandeja, selecciona una de las rocas, se vuelve hacia mí y me la
ofrece.
—A ver si conseguimos que te relajes, Livy.
—¿Cómo? ¿Qué son? —digo señalando la piedra que tiene en la mano. Ahora
me doy cuenta de que es cóncava por un lado y que tiene una especie de resplandor
gelatinoso en la concha perlada.
—Ostras. Abre la boca.
Se inclina ligeramente hacia adelante. Yo retrocedo al mismo tiempo y pongo
cara de asco.
—No, gracias —digo educadamente.
No sé mucho sobre esos moluscos, pero sé que son tremendamente caros y
que, supuestamente, tienen propiedades afrodisíacas. Sin embargo, no tengo
intención de comprobarlo, pues su aspecto es asqueroso.
—¿Las has probado? —pregunta.
—No.
—Pues deberías. —Se acerca más y ya no tengo espacio para retroceder—.
Abre la boca.
—Tú primero —sugiero, intentando ganar algo de tiempo.
Niega con la cabeza un poco exasperado.
—Como prefieras.
—Muy bien.
Me observa mientras deja caer lentamente la ostra en su boca, con la cabeza
inclinada hacia atrás pero la vista fija en mí. Estira el cuello y su garganta es firme y
absolutamente besable. Empieza a tragar dolorosamente despacio y de repente
siento un extraño latigazo entre las piernas que hace que me revuelva. Joder, qué
bueno está. Estoy cachonda.
Entonces deja la concha, me agarra de la camiseta y tira de mí hacia su boca,
cogiéndome totalmente por sorpresa, aunque no hay nada que pueda ni quiera
hacer para detenerlo. Recibo su ansiosa invasión con la misma intensidad. Acaricio
sus hombros desnudos y me deleito sintiendo por primera vez su piel bajo mis
manos. Es mejor de lo que había imaginado. Su lengua penetra en mi boca con
fervor, y no me queda más remedio que aceptarla, paladeando el sabor a sal de la
ostra, hasta que interrumpe nuestro beso y me aparta las manos de los hombros, él
jadeando y yo boqueando.
—Eso no ha sido cosa de la ostra —dice intentando respirar. Se limpia la boca
con el dorso de la mano y tira de mí hacia adelante hasta que nuestras narices están
pegadas—. Eso ha sido el efecto de tenerte aquí sentada delante de mí con esa
mirada exquisita de puro deseo que tienes.
Quiero decirle que en sus ojos se refleja lo mismo, pero no lo hago, pensando
que tal vez mire de la misma manera a todas las mujeres, o quizá sea la mirada que
tiene y punto. No sé qué decir, de modo que no digo nada y decido continuar
tomando aire mientras él me sostiene.
—Acabo de hacerte un cumplido.
—Gracias —murmuro.
—De nada. ¿Estás preparada para que te venere, Olivia Taylor?
Asiento y él empieza a desplazarse despacio hacia adelante. Sus ojos azules
oscilan entre mi boca y mis ojos constantemente, hasta que sus labios rozan
ligeramente los míos, pero esta vez lo hace con ternura, seduciendo con delicadeza
mi boca mientras se levanta. Me invita a ponerme también de pie. Me coloca la
mano sobre la nuca, por encima del pelo, y comienza a caminar hacia adelante,
obligándome a mí a hacerlo de espaldas. Dejo que me guíe hasta que llegamos a su
dormitorio y noto su cama detrás de mis rodillas. Durante el desplazamiento no
suelta mi boca ni por un segundo. Besa de maravilla, es tremendamente bueno,
nunca me habían besado así. Si esto es una muestra de lo que está por llegar, espero
que las próximas veinticuatro horas duren eternamente. Ardo de deseo, al igual que
él. El sentido común me ha abandonado de nuevo.
Me suelta del cuello y agarra el dobladillo de mi camiseta, lo levanta hacia
arriba y separa nuestras bocas para quitármela por la cabeza, de modo que me veo
obligada a soltar sus hombros y a levantar los brazos. Hace rato que he olvidado mi
preocupación ante mi falta de ropa interior sexy. No puedo concentrarme en nada
que no sea él, su pasión y su ímpetu. Es algo incontrolable, y no deja espacio para la
ansiedad o la duda. Ni para ese gen sensato que parece haberse esfumado en el aire
con sus atenciones.
—¿Te sientes mejor? —pregunta con la entrepierna pegada a mi vientre.
—Sí —suspiro, y cierro los ojos con fuerza para intentar asimilar qué está
pasando.
—No me prives de tus ojos, Livy. —Me cubre las mejillas con las manos—.
Ábrelos.
Obedezco y me encuentro frente a sus dos ardientes esferas azules.
Él se inclina y me besa con dulzura.
—Tengo que recordarme a mí mismo que debo tomármelo con calma.
—Estoy bien —le aseguro.
Alargo los brazos y apoyo las palmas de las manos en su torso. Está siendo
todo un caballero, y se lo agradezco, pero no estoy segura de querer que se lo tome
con calma. El deseo que me invade está alcanzando límites incontrolables.
Entonces se aparta y sonríe, y yo me muero por dentro.
—Estoy deseando hundirme en ti lentamente. —Baja la mano y comienza a
bajarme la cremallera de los vaqueros—. Muy lentamente.
—¿Por qué? —pregunto, no sé a cuento de qué.
—Porque algo tan delicioso como tú hay que saborearlo despacio. Quítate las
zapatillas.
Hago lo que me dice y veo cómo se pone de rodillas y me desliza el pantalón
ajustado por las piernas. Después lo tira al suelo e introduce los dedos por la parte
superior de mis bragas.
Observo cómo me las baja poco a poco y levanto una pierna para que pueda
librarme de mi prenda de algodón blanco. Acerca la boca y empieza a besarme
lentamente, justo en lo alto del vértice de mis muslos, y me pongo tensa, pero no
porque esté nerviosa. No estoy en absoluto preocupada. Está siendo muy
cuidadoso, pero la fuerte punzada que siento en la parte baja del estómago se
intensifica a cada segundo que pasa.
Se levanta y alarga las manos por detrás de mi espalda, coge el corchete de mi
sujetador y pega la boca a mi oreja: —¿Tomas la píldora?
Niego con la cabeza esperando que eso no lo detenga. Tengo la regla muy
regular y ligera, y no es que haya estado muy activa sexualmente que digamos.
—Vale —susurra, y me desabrocha el sujetador—. Quítame los shorts.
Su orden me hace vacilar, la idea de verlo totalmente desnudo hace que me
sienta algo nerviosa de nuevo, lo cual es absurdo, ya que yo estoy totalmente
desnuda.
Me agarra de las manos de repente y me las coloca sobre la goma de sus
pantalones.
—Sigue conmigo, Livy.
Sus palabras me ponen en marcha y, lenta y cuidadosamente, deslizo los
shorts por sus definidos muslos, sin atreverme a mirar más abajo. Mantengo la vista
fija en su magnífico rostro y lo encuentro reconfortante. Sin embargo, no puedo
evitar notarlo cuando lo libero del encierro de sus pantalones y empieza a rozarme
el vientre. Dejo escapar un grito ahogado y me aparto involuntariamente de él, pero
Miller me sigue, desliza la mano alrededor de mi cintura y me agarra del trasero.
—Tranquila —murmura—. Relájate, Livy.
—Lo siento —digo bajando la cabeza.
Me siento idiota y frustrada conmigo misma. Las dudas me asaltan de nuevo,
y él también debe de notarlo, porque me coge en brazos y me lleva hasta la cama.
Me deposita sobre ella con cuidado, saca algo del cajón de la mesilla de noche
y se coloca encima de mí, a horcajadas sobre mi cintura, con su pene duro y ansioso
en mi línea de visión.
Lo miro fijamente, y más fijamente todavía cuando se pone de rodillas y se lo
agarra. Desvío la mirada un instante hacia su rostro y veo cómo mira hacia abajo,
con los labios entreabiertos y su mechón rebelde sobre la frente. Es algo digno de
ver, pero observar cómo abre el envoltorio del condón con los dientes y lo desliza
lentamente por su miembro con total facilidad es algo tremendamente glorioso, y
no puedo dejar de pensar en lo que está por venir.
—¿Estás bien? —pregunta. Me coloca las palmas de las manos a ambos lados
de la cabeza y me insta a separar los muslos con la rodilla.
—Sí —digo asintiendo con la cabeza sin saber muy bien qué hacer con las
manos, que descansan a ambos lados de mi cuerpo, pero entonces lo siento en mi
hendidura y vuelan hasta su pecho al tiempo que lanzo un grito ahogado.
Me está mirando y mis ojos se niegan a apartarse de él, aunque deseo
desesperadamente cerrarlos y contener la respiración.
—¿Preparada?
Asiento de nuevo y él empuja hacia adelante suavemente. Cruza despacio mi
entrada y se desliza dentro de mí con una sonora exhalación. Siento un intenso
dolor que me hace gemir en silencio y le clavo las uñas en los hombros. Sé que mi
rostro refleja mi malestar, y no puedo hacer nada por evitarlo. Me duele.
—Joder —exclama entre jadeos—. Joder, Livy, estás muy tensa. —La
expresión de su rostro me indica que a él también le duele—. ¿Te estoy haciendo
daño?
—¡No! —aúllo.
—Livy, dímelo para que pueda hacer algo. No quiero hacerte daño —dice
sosteniéndose sobre los brazos, quieto, esperando a que le responda.
—Me duele un poco —admito liberando el aire que había estado
conteniendo.
—Lo he notado. —Retrocede lentamente, pero no llega a salirse del todo—. Y
las heridas que me has hecho en los hombros son una clara muestra de ello.
—Lo siento.
Lo suelto inmediatamente y él vuelve a empujar, pero sólo hasta la mitad esta
vez.
—No lo sientas. Reserva los mordiscos y los arañazos para cuando te folle de
verdad. — Sonríe socarronamente y abro los ojos como platos—. Vamos, Livy. —Se
retira lentamente y vuelve a deslizarse hacia adentro—. No seas tímida. Estamos
compartiendo el acto más íntimo que existe.
De repente elevo las caderas, deseando que se hunda más profundamente
ahora que el dolor ha menguado un poco.
—Me estás provocando. —Se apoya sobre los codos y acerca la boca a la mía.
Retrocede y vuelve a hundirse un poco más al tiempo que traza círculos con la
cadera—. ¿Te gusta?
—¡Sí! —jadeo, y lo incito a acelerar el ritmo con otro golpe de la pelvis.
—Coincido. —Pega los labios a los míos y tienta mi boca con un breve
lametón. No puedo más. Intento atrapar sus labios, pero se aparta—. Despacio
—murmura entrando y saliendo de mí con movimientos perfectos mientras me
mira y entorna los ojos al ritmo de sus embestidas.
Es un acto muy íntimo, y está penetrándome lentamente, tal y como había
prometido. Sólo nuestros jadeos irregulares interrumpen el silencio que nos rodea.
Ahora mismo me pregunto por qué me he estado privando de esta sensación. Es
completamente diferente de como lo recordaba. Así es como tiene que ser el sexo:
dos personas que comparten el placer mutuo, no con prisas por terminar y sin tener
la menor consideración por el otro, que es como recuerdo mis ebrios encuentros.
Esto es muy distinto. Es especial. Es lo que quiero. Y sé que no debería pensar así,
puesto que hemos acordado que sólo serán veinticuatro horas, y nada más, pero si
al menos me queda este recuerdo, el de él mirándome, sintiéndome y venerándome,
creo que podré soportar lo que venga después.
Noto cómo unos músculos internos que no sabía que tenía se contraen a su
alrededor, y siento cada una de sus deliciosas entradas, que me acercan a marchas
forzadas hacia... algo.
No sé qué, pero sé que va a ser bueno.
Se inclina y me besa la nariz, entonces desciende hasta mis labios.
—Te estás tensando por dentro. ¿Vas a correrte?
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes? —pregunta con sorpresa—. ¿No te has corrido
nunca?
Niego con la cabeza sin despegarme de su boca ni sentir la menor vergüenza.
La ansiosa dureza que entra y sale de entre mis piernas me tiene demasiado
distraída. Nunca me he corrido follando con un hombre. Todos mis encuentros
previos me dieron asco, y hacían que me preguntara por qué a mi madre le costaba
tanto resistirse a ellos. No entendía qué placer le encontraba, jamás imaginé que
podría ser de esta manera. Siento que he perdido completamente la razón.
—¡Joder! —Aparta su rostro del mío y empuja las caderas hacia adelante, de
una manera algo menos controlada—. ¿Nunca has tenido un orgasmo?
—¡No! —Me agarro a sus hombros y sacudo la cabeza con desesperación. El
dolor ha desaparecido por completo. Joder, ha desaparecido y lo ha sustituido algo...
algo...—. ¡Miller!
—Joder, joder. —Sus movimientos vuelven a ser controlados de nuevo,
aunque más firmes, más precisos y consistentes—. Livy, acabas de hacerme un
hombre muy feliz.
Le clavo las uñas de nuevo. No puedo evitarlo. Una oleada de chispas
ardientes bombardea mi epicentro.
—¡Ah!
Acerca el rostro al mío y me besa suavemente. Pero yo estoy sedienta, y los
frenéticos movimientos de mi boca lo demuestran.
—Despacio —murmura sonando desesperado; intenta guiarme, besándome
deliberadamente despacio.
Comienzo a marearme, me cuesta fijar la vista y mis manos se aferran con
fuerza a su pelo. Pero no me relajo. No puedo. Siento una urgente necesidad
conforme la presión se acumula más y más con cada maravilloso golpe de sus
caderas.
—Allá va. —Se aparta de mi boca, vuelve a apoyarse en los brazos y
comienza a bombearme firmemente, dejándome sin una boca que devorar y sin un
pelo que agarrar—. ¿Te gusta, Livy? Dímelo. —Su mandíbula se tensa, y su mirada
se torna muy seria.
—¡Sí!
—¿Cuánto? —Me premia con más y más embestidas.
—¡Demasiado!
—¿Estás a punto de correrte?
—¡No lo sé! —¿Es esto lo que se siente? Estoy fuera de control, casi fuera de
mí.
—Ay, pequeña, qué poco has vivido.
Acelera el ritmo, aumentando con él la presión en mi sexo. Me aferro a sus
antebrazos, empujo para elevarme un poco más en la cama y empiezo a agitar la
cabeza de un lado a otro con desesperación.
—¡Dios mío! —aúllo—. ¡Joder!
—¡Eso es, Livy! —La cosa se está poniendo frenética: nuestra respiración, los
gritos, el sudor, la tensión y nuestra manera de agarrarnos. Pero él mantiene su
ritmo constante—.
Déjate llevar.
No tengo ni idea de qué sucede. La habitación empieza a dar vueltas. Una
bomba nuclear estalla entre mis muslos y grito. No puedo evitarlo. Echo los brazos
por encima de mi cabeza y Miller se deja caer encima de mí, bramando su clímax
contra mi pelo, jadeando y deslizándose sobre mi piel húmeda. El palpitar, el suyo
dentro de mí y el mío alrededor de él, es agradable, al igual que su laboriosa
respiración junto a mi oído.
—Gracias —jadeo sin sentirme ridícula por mostrarle mi gratitud.
Él siempre me recuerda que hay que ser educado, y lo que acaba de hacerme
merece un agradecimiento. Joder, ha superado mis mejores expectativas.
—No, gracias a ti —resuella mordisqueándome la oreja—. El placer ha sido
mío.
—Créeme, ha sido mío —insisto, y sonrío al sentir su sonrisa en mi oreja.
Necesito verla desesperadamente, de modo que vuelvo la cara hacia él y me
encuentro con la más maravillosa de las imágenes: una sonrisa completa y pueril
que hace que sus ojos brillen de una manera increíble y que revela un hoyuelo que
no había advertido antes. Lo que estoy viendo en estos momentos dista mucho del
hombre estirado y refinado que detesta mi café y que me ha cautivado por
completo—. Estás muy mono cuando sonríes.
La sonrisa desaparece de su rostro de inmediato y es reemplazada por una
expresión de extrañeza.
—¿Mono?
Puede que no haya elegido la palabra más adecuada para un hombre tan masculino,
pero es que estaba muy mono. Ahora no, porque ya no está sonriendo, pero esos
labios curvados hacia arriba, ese hoyuelo y el brillo de sus ojos azules me
mostraban a un hombre completamente diferente, un hombre que no se encuentra
muy a menudo.
—No sonríes mucho —digo algo envalentonada—. Deberías esforzarte más.
Intimidas menos cuando sonríes.
—Entonces ¿he pasado de ser mono a ser intimidante?
Se apoya en los antebrazos y acerca su cara a la mía. Nos quedamos pegados
nariz con nariz y frente con frente.
Asiento y hago que él asienta también.
—Resultas un poco intimidante.
—Es que tú eres demasiado dulce.
—No, tú eres demasiado intimidante —me reafirmo, y noto cómo palpita
dentro de mí.
Mis nervios han desaparecido, y estoy tranquila y serena. Es una sensación
magnífica, y se la debo a él.
—Coincidiremos en que discrepamos. —Vuelve a su modo intimidante, pero
mi serenidad sigue intacta. No será fácil sacarme de este estado de relajación.
Sale de mí, mira entre mis muslos y saca el condón.
—Considérate penetrada, Livy.
Tuerzo el gesto ante su falta de tacto.
—Gracias.
—De nada. —Desciende por la cama y se acurruca entre mis piernas,
mirándome—.
¿Cómo te sientes?
—Bien —contesto con vacilación—. ¿Por qué?
—Sólo compruebo si necesitas un descanso. Si es así, dímelo y paro, ¿vale?
—Apoya los labios en el vértice de mis muslos y reaviva mi orgasmo ya apagado.
Doy una sacudida. Necesito un poco más de tiempo para recuperarme.
—Vale —susurro. Dejo caer la cabeza sobre la almohada y miro al techo.
Jamás le diría que parase—. ¡Joder! —exclamo al sentir algo caliente y húmedo en la
punta de mi excitado clítoris.
Levanto la cabeza al instante, los músculos de mi estómago se tensan y mis
manos se aferran a las sábanas a ambos lados de mi cuerpo. Él no hace caso de mi
reacción. Se sienta, me coge la pierna y me la dobla antes de levantarla para
besarme la planta del pie. Quiero echar la cabeza atrás, maldecir y gritar, pero sus
malditos ojos claros me inmovilizan mientras observa cómo me esfuerzo por resistir
su lengua recorriéndome el tobillo y la pantorrilla.
—Es agradable —confieso conforme asciende hasta que encuentra mi vientre
y empieza a rodear mi ombligo con los labios para volver a descender.
—¿Quieres que siga?
—Sí —resuello. Mi pierna da un espasmo y mis músculos se contraen.
—De acuerdo. —Mordisquea la parte interior de mi muslo—. Mi boca pronto
llegará aquí —dice tranquilamente mientras hunde un dedo en mi sexo, sólo un
poco—. ¿Quieres que lo haga?
Asiento y él mueve el dedo en círculos, lo que provoca que un largo gemido
escape de mis labios.
—Joder —exhalo agarrándome a la sábana y tirando de un lado hasta
taparme la cara con ella.
Casi se echa a reír cuando me quita la tela de la cara, pero mis ojos
permanecen firmemente cerrados, incluso cuando siento que asciende por la cama
hasta colocarse medio encima de mí, con el dedo todavía dentro.
—Abre.
Sacudo la cabeza frenéticamente. Mi mente sólo está concentrada en la
sensación de su dedo dentro de mí. No se mueve, aunque sigo palpitando
incesantemente a su alrededor, pero entonces siento sus labios en la comisura de mi
boca, y mi rostro se vuelve hacia la fuente del calor. Abriéndose a él, mis muslos se
separan, invitándolo. Gimo. Es un gemido grave y entrecortado, un claro signo de
placer, pero quiero que lo sepa. Quiero que oiga cómo me siento.
—Me encanta ese sonido —susurra. Saca el dedo y se dispone a introducirme
dos. Vuelvo a gemir—. Ahí está otra vez.
—Me gusta —digo con un hilo de voz contra sus labios—. Me gusta mucho.
—Coincido. —Aparta los labios de mi boca y comienza a descender entre mis
modestos pechos y por mi vientre, penetrándome todavía con los dedos con gran
delicadeza—. Habría sido un crimen que hubieses rechazado esto, Livy.
—¡Lo sé! —exclamo. Mi estómago se retuerce y mis movimientos corporales
se vuelven erráticos.
—Y pensar que podría haberme perdido esta experiencia.
De repente retira los dedos y desciende rápidamente.
—¡Mmm! —La parte superior de mi cuerpo se eleva como un resorte cuando
separa mis pliegues y roza mi clítoris con un leve lametón de su lengua—. ¡Joderrrrr!
—Vuelvo a dejarme caer sobre la cama, cubriéndome el rostro con las manos y
rodeándolo con las piernas.
Se aprieta más contra mí y el calor de su boca me envuelve el sexo al
completo mientras me lame delicadamente. Esta vez sí reconozco los síntomas.
Reconozco la presión entre mis piernas, el latido regular de mi clítoris y la
necesidad de tensar todo mi cuerpo. Voy a correrme otra vez.
—¡Miller! —grito llevándome las manos al pelo y tirando con fuerza.
Él aparta la boca y empieza a lamerme frenéticamente en el centro de mi
hendidura.
—¿Te gusta?
—¡Sí!
De repente se pone de rodillas y desliza las manos por debajo de mí,
agarrándome el culo con las palmas y, de un tirón, toda la parte inferior de mi
cuerpo se eleva del colchón.
—Apoya las piernas sobre mis hombros —ordena, y me ayuda a levantarlas
hasta que las enrosco alrededor de su cuerpo. Me sostiene con facilidad y tira de mí
hasta que me tiene a la altura de los labios—. Sabes de un modo increíble. —Su boca
inicia una insoportable danza entre mis labios sensibles, hundiéndose en mi sexo y
lamiéndome el clítoris—. Es exquisito, Livy.
No puedo agradecerle el cumplido. He sido sometida a un exceso sensorial, y
mi cuerpo está demasiado ocupado resistiendo contra un ataque de placer. Esto es
desconocido para mí, va más allá de todo lo que pudiera haber imaginado. Me
siento como si estuviera viviendo una experiencia extracorporal.
Presiono su espalda con los gemelos para pegarlo más a mí. Él desliza las
manos por todo mi cuerpo, masajeándolo suavemente. Abro los ojos y lo veo
postrado de rodillas, sosteniéndome contra su boca y mirándome con esos
magníficos ojos azules. Su mirada me lleva al límite. Arqueo la espalda y golpeo
con los puños el colchón a ambos lados de mi cuerpo. Quiero gritar.
—Déjate llevar, Livy —masculla contra mí.
Y lo hago. Dejo de intentar contener la presión en los pulmones y la libero
gritando sonoramente su nombre. Tenso los muslos alrededor de su rostro y echo la
cabeza atrás.
—¡Joder, joder, joder! —jadeo intentando pensar con claridad.
Pero no puedo. Estoy demasiado aturdida. Mi cuerpo se relaja y mi mente se
queda en blanco. He perdido el control de todo. De mi mente. De mi cuerpo. De mi
corazón. Miller se está apropiando de todas las partes de mi ser. Estoy a su merced.
Y me gusta.
Me baja de nuevo hasta la cama y no hago nada para ayudarlo mientras me
coloca de costado y se tumba detrás de mí, pegándome contra la firmeza de su
pecho.
—Y ¿tú qué? —exhalo al sentirlo duro contra mi espalda.
—Dejaré que te recuperes primero. Yo aún tardaré un poco. Vamos a
abrazarnos.
—Ah —susurro, preguntándome cuánto es «un poco»—. ¿Quieres que nos
quedemos abrazados? —Jamás en un millón de años habría esperado que los
abrazos estuviesen incluidos en mis veinticuatro horas.
—Abrazarte es lo que más me gusta hacer contigo, Olivia Taylor. Sólo quiero
estrecharte contra mí. Cierra los ojos y disfruta del silencio.
Recoge mi pelo dorado y lo aparta para tener acceso a mi espalda; entonces
comienza una serie lenta e hipnotizante de besos suaves sobre mi piel. Los
párpados me pesan. Sus atenciones y su calor cubriendo por completo mi espalda
mientras hace «lo que más le gusta hacer conmigo» resultan tremendamente
reconfortantes.
Entonces me doy cuenta de que he estado subsistiendo en solitario.



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