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Capítulo 5
Llevo una semana sin ser yo misma. Todo el mundo se ha dado cuenta y me
lo ha comentado, pero mi estado abatido ha hecho que dejen de preguntarme, todos
menos Gregory, que estoy segura de que ha hablado con mi abuela, porque pasó de
estar curioso y pesado a preocupado y empático. Ella también me ha preparado una
tarta tatín de limón todos los días.
Me encuentro limpiando la última mesa, con la mente ausente, pasando la
bayeta de un lado a otro, cuando la puerta de la cafetería se abre y me encuentro
frente a don Ojos Como Platos.
Sonríe incómodo y cierra la puerta con cuidado al entrar.
—¿Es muy tarde para pedir un café para llevar? —pregunta.
—En absoluto. —Cojo la bandeja y la dejo sobre el mostrador antes de cargar
el filtro—.
¿Un capuchino?
—Por favor —responde cortésmente mientras se acerca.
Me pongo a la faena y hago caso omiso de Sylvie, que pasa con la basura y se
detiene en cuanto reconoce a mi cliente.
—Qué mono —se limita a decir antes de seguir su camino.
Es verdad, es mono, pero estoy demasiado ocupada intentando quitarme a
otro tipo de la cabeza como para apreciarlo. Don Ojos Como Platos es la clase de
hombre a la que debería prestar más atención, si es que voy a prestársela a algún tío.
No a los taciturnos, oscuros y enigmáticos que sólo quieren pasar veinticuatro horas
contigo y, después, si te he visto no me acuerdo.
Empiezo a calentar la leche meneando la jarra en el chorro del vapor con ese
sonido silbante que está tan en sintonía con mi mente. Vierto la leche, espolvoreo el
cacao, coloco la taza y me vuelvo para entregar el café perfecto.
—Son dos con ochenta, por favor. —Extiendo la mano.
El cliente me coloca delicadamente tres libras en la palma y yo tecleo la orden
en la caja con la otra mano.
—Me llamo Luke —dice lentamente—. ¿Puedo preguntarte tu nombre?
—Livy —contesto, y tiro las monedas en el cajón sin ningún cuidado.
—¿Estás saliendo con alguien? —pregunta con precaución.
Frunzo el ceño.
—Ya te lo dije. —Por primera vez, dejo que su aspecto encantador atraviese
mi barrera de protección mental y las imágenes de Miller. Tiene el pelo castaño
claro y lacio, pero no está mal, y sus ojos marrones son cálidos y cordiales—. Así
que, ¿por qué me lo preg...? —Me detengo sin terminar la frase y dirijo la vista hacia
Sylvie, que acaba de volver a entrar por la puerta de la cafetería, sin las dos bolsas
de basura.
Le lanzo una mirada de reproche, sabiendo perfectamente que ha sido ella la
que le ha dicho a don Ojos Como Platos que estoy totalmente disponible.
En lugar de quedarse a aguantar mi resentimiento, Sylvie huye hacia la
seguridad de la cocina. Don Ojos Como Platos, o Luke, está algo nervioso y ni
siquiera mira a la culpable de mi amiga cuando ésta desaparece.
—Mi amiga es una bocazas. —Le entrego el cambio—. Que disfrutes el café.
—¿Por qué me mentiste?
—Porque no estoy disponible. —Y me lo repito a mí misma, porque es
verdad, aunque ahora sea por un motivo totalmente diferente. Puede que haya
rechazado la oferta de Miller, pero eso no ha hecho que olvidarlo sea fácil. Me llevo
la mano a los labios y siento todavía los suyos, besándome, mordiéndome.
Suspiro—. Es hora de cerrar.
Luke desliza una tarjeta por el mostrador y le da unos golpecitos con el dedo
antes de soltarla.
—Me gustaría salir contigo, así que, si al final decides que estás disponible,
me encantaría que me llamaras.
Levanto la vista. Él me guiña un ojo, y una sonrisa de descaro se dibuja en su
cara.
Le devuelvo la sonrisa y observo cómo se marcha de la cafetería silbando
alegremente.
—¿Es seguro? —Oigo a Sylvie con voz ansiosa desde la cocina.
Al volverme, veo su cabeza morena asomándose por la puerta de vaivén.
—¡Ya te vale, traidora!
Me dispongo a quitarme el delantal.
—Se me escapó. —Todavía no se atreve a salir y permanece tras el amparo de
la puerta—.
Venga, Livy. Dale una oportunidad.
Ahora toda su atención está puesta en Luke, después de que le hiciera caso y
la llamara antes de la medianoche el día que Miller me secuestró. No hizo falta que
le diera detalles. Mi estado de abatimiento a través de la línea telefónica le dijo todo
lo que tenía que saber, sin que la informara de la desconcertante proposición que
me hizo.
—Sylvie, no me interesa —le contesto mientras me quito el delantal y lo
cuelgo en el gancho.
—No dijiste lo mismo con el imbécil del flamante Mercedes. —Sabe que no
debería mencionarlo, pero tiene razón, y todo el derecho del mundo a decirlo—. Por
si se te ha olvidado.
Niego con la cabeza, exasperada, y paso por detrás de ella en dirección a la
cocina para recoger mi chaqueta y mi mochila. Todas estas emociones: el enfado, la
irritación, la pesadumbre, son a causa de una única cosa...
Un hombre.
—¡Nos vemos por la mañana! —grito, y dejo que Sylvie cierre sola el
establecimiento.
Me dispongo a pasear tranquilamente hasta la parada del autobús, pero la
tranquilidad no dura mucho. Gregory me llama por detrás. Suspiro con desgana y
me vuelvo despacio sin molestarme en esbozar una sonrisa falsa en mi rostro
cansado.
Lleva puesta su ropa de jardinería y tiene el pelo revuelto y lleno de hojas de
césped.
Cuando llega a mi altura, me rodea el hombro con el brazo y me atrae hacia
sí.
—¿Vas a casa?
—Sí, ¿tú qué haces?
—He venido a recogerte. —Parece sincero, pero no me lo trago.
—¿Has venido para llevarme a casa o para sacarme información? —pregunto
secamente, con lo que me gano un empujón de su cadera contra mi cintura.
—¿Cómo estás?
Pienso detenidamente qué palabra usar para evitar que siga interrogándome.
Ya sabe suficiente, y ha puesto a mi abuela al corriente. No voy a contarle lo de la
proposición de las veinticuatro horas tampoco, sobre la que ahora tengo
sentimientos encontrados. La rechacé y ahora estoy hecha polvo, así que tal vez
debería ceder y estar hecha polvo después igualmente.
Pero al menos tendría una experiencia que recordar cuando me sintiera mal,
algo que rememorar.
—Bien —contesto finalmente, y dejo que Gregory me guíe hasta su
furgoneta.
—Livy, si te ha dicho que emocionalmente no está disponible, será por algo.
Has hecho bien en decidir no volver a verlo.
—Ya lo sé —coincido—. Pero ¿por qué no puedo dejar de pensar en él?
—Porque siempre nos enamoramos de los hombres que no nos convienen.
—Se inclina y me besa la frente—. De los que nos marean y nos pisotean el corazón.
Te lo digo por experiencia, y me alegro de que hayas cortado por lo sano antes de
que la cosa fuese demasiado lejos. Estoy orgulloso de ti. Te mereces algo mejor.
Sonrío y recuerdo la cantidad de veces que he tenido que consolar a Gregory
tras ser víctima del encanto de un hombre. Pero Miller no es encantador en absoluto.
No sé muy bien qué es lo que tiene, aparte de su magnífico aspecto, pero es una
sensación..., joder, qué sensación. Y lo que Gregory acaba de decir es muy cierto. He
crecido sin mi madre a causa de las malas decisiones que tomó en relación con los
hombres. Eso debería ser razón suficiente para alejarme de él, pero me siento cada
vez más atraída. Todavía noto sus labios suaves sobre los míos, aún me arde la piel
al recordar su tacto, y todas las noches, al acostarme en la cama, he revivido ese
beso. Nunca nadie me hará sentir nada igual.
Abro la puerta, entramos en casa y nos dirigimos a la cocina. Oigo las voces
de mi abuela y de George y el sonido de una cuchara de madera que golpea contra
las paredes de una inmensa olla de metal: una olla para guisar. Esta noche toca
estofado. Arrugo la nariz y me planteo escaparme a la tienda de fish and chips del
barrio. No soporto el estofado, pero a George le encanta y ha venido a cenar, así que
eso es lo que hay.
—¡Gregory! —Mi abuela se abalanza contra mi amigo gay y lo asfixia con sus
labios rosa pálido—. Quédate a cenar. —Le señala una silla, se dirige hacia mí, me
ataca también con sus blandos labios y me coloca en una silla al lado de George—.
Me encanta cuando estamos todos —dice alegremente—. ¿Quién quiere estofado?
Todo el mundo levanta la mano, incluida yo, aunque no soporto esa comida.
—Siéntate, Gregory —ordena mi abuela.
Mi amigo obedece sin atreverse a rechistar, y tuerce el morro al vernos a
George y a mí con una sonrisa burlona tras apreciar su temor.
—Cualquiera se atreve a llevarle la contraria —susurra.
—¿Cómo? —Mi abuela se vuelve, y todos nos ponemos serios y tiesos, como
buenos chicos.
—¡Nada! —respondemos al unísono.
Mi querida abuela nos lanza a cada uno de nosotros una mirada de sospecha.
—Hum. —Coloca la olla en el centro de la mesa—. Servíos.
George prácticamente se abalanza dentro del recipiente. Yo picoteo unos
trocitos de pan y lo mastico despacio mientras los demás charlan alegremente.
Miller me viene a la cabeza, y su recuerdo me obliga a cerrar los ojos. Me
parece olerlo, y contengo el aliento. Siento el calor de su tacto y me estremezco en la
silla. Me reprendo a mí misma y me esfuerzo en borrar su imagen, su olor, su tacto
y el suave sonido de su voz.
No lo consigo. Enamorarme de ese hombre sería un desastre. Todo indica
que lo será, y eso debería bastarme, pero no es así. Me siento débil y vulnerable, y lo
detesto. Tampoco me gusta la idea de no volver a verlo más.
—Livy, ni siquiera has probado la cena.
Mi abuela me saca de mi ensueño golpeando mi plato con la cuchara.
—No tengo hambre. —Aparto el plato y me levanto—. Disculpadme, pero
me voy a la cama.
Siento sus miradas de preocupación clavadas en mi espalda mientras salgo
de la cocina, pero me da igual. Sí, Livy Taylor, la chica que no necesita a ningún
hombre, se ha enamorado, y se ha enamorado de alguien a quien no puede, y
probablemente no debe, tener.
Arrastro mi pesado cuerpo al piso superior por la escalera y me desplomo
sobre la cama, sin molestarme en desvestirme ni desmaquillarme. Fuera todavía no
ha oscurecido, pero me tapo con mi grueso edredón para remediarlo. Necesito
silencio y oscuridad para poder seguir torturándome un poco más.
El viernes se me hace eterno. Decido no desayunar para escapar de mi abuela.
Prefiero enfrentarme a su inevitable llamada de preocupación de camino al trabajo.
Estaba enfadada, pero no puede obligarme a tragarme los cereales a kilómetro y
medio de distancia. Del, Paul y Sylvie han intentado sin éxito sacarme una sonrisa
auténtica, y Luke ha vuelto a pasarse a buscar un café, por si había cambiado de
parecer respecto a mi estado sentimental. Es persistente, eso tengo que concedérselo,
y es mono y bastante gracioso, pero sigue sin interesarme.
Llevo todo el día dándole vueltas a una cosa y, cuando estoy a punto de
pedírselo, me callo, porque sé qué reacción voy a obtener. Y no la culpo. Pero Sylvie
tiene su número, y lo quiero. Estamos cerrando la cafetería. Me queda poco tiempo.
—Sylvie... —digo lentamente dándole vueltas a la bayeta en el aire
inocentemente. No tiene sentido intentar hacerme la buena sabiendo lo que le voy a
pedir.
—Livy... —responde con recelo imitando mi tono cauteloso.
—¿Aún tienes el teléfono de Miller?
—¡No! —Niega con la cabeza con furia y corre a la cocina—. Lo tiré a la
basura.
Decido seguirla. No pienso rendirme.
—Pero lo llamaste desde tu teléfono —le recuerdo, y me estampo contra su
espalda cuando se detiene.
—Lo he borrado —suelta poco convencida. Me va a obligar a rogarle o a
forzarla a que le robe el móvil.
—Por favor, Sylvie. Me estoy volviendo loca. —Uno las manos delante de mi
rostro suplicante, como si rezara.
—No. —Me separa las manos y me las baja—. Te oí la voz cuando te fuiste de
su apartamento, y también te vi la cara al día siguiente, Livy. Alguien tan dulce
como tú no necesita relacionarse con un hombre como ése.
—No puedo dejar de pensar en él —digo con los dientes apretados, como si
me diese rabia admitirlo.
Estoy furiosa. Estoy furiosa por parecer tan desesperada, y más furiosa
todavía por estarlo de verdad.
Sylvie me aparta y vuelve al salón de la cafetería. Su moño negro se menea de
un lado a otro.
—No, no, no, Livy. Las cosas suceden por un motivo, y si tienes que estar
con...
Me estampo contra su espalda de nuevo cuando vuelve a detenerse de golpe.
—¡Deja de detenerte! —grito sintiendo que la frustración se está apoderando
de mí—.
Pero ¿qué coño...?
Esta vez soy yo la que se detiene cuando miro más allá de Sylvie y veo a
Miller de pie en la entrada de la cafetería, con un aspecto increíble con su traje de
tres piezas gris, sus rizos negros revueltos y esos ojos azules como el cristal
clavados en mí.
Se acerca ninguneando por completo a mi compañera de trabajo y sigue con
la mirada fija en mí.
—¿Has terminado de trabajar?
—¡No! —estalla Sylvie, retrocediendo y empujándome con ella—. ¡No ha
terminado!
—¡Sylvie! —La esquivo con decisión y ahora soy yo la que la empuja a ella
hasta la cocina—. Sé lo que me hago —le susurro. Aunque no es del todo cierto. No
tengo ni la menor idea de qué estoy haciendo.
Ella me coge del brazo y se acerca.
—¿Cómo puede alguien pasar de ser tan sensata a tan imprudente en tan
poco tiempo? — pregunta asomándose por encima de mi hombro—. Vas a tener
problemas, Livy.
—Eso es cosa mía.
Veo que está abatida, pero al final cede, no sin antes lanzarle a Miller una
mirada de advertencia.
—Estás loca —gruñe, da media vuelta sobre sus botas de motera, se marcha
pisando el suelo indignada y nos deja solos.
Respiro hondo y me vuelvo hacia el hombre que ha invadido cada segundo
de mis pensamientos desde el lunes.
—¿Te apetece un café? —pregunto señalando la cafetera gigante que tengo
detrás.
—No —contesta él tranquilamente, y se acerca hasta que lo tengo a tan sólo
unos centímetros de distancia—. Vamos a dar un paseo.
«¿Un paseo?»
—¿Por qué?
Mira un momento hacia la cocina. Es evidente que se siente incómodo.
—Recoge tu bolsa y tu chaqueta.
Lo obedezco sin pensar mucho. Hago como que no veo la cara de
estupefacción de Sylvie cuando entro en la cocina y recojo mis cosas.
—Me voy —digo, y salgo corriendo mientras la dejo despotricando con Del y
Paul. Oigo cómo me llama idiota y cómo Del me llama adulta. Ambos tienen razón.
Me cuelgo la mochila, me aproximo a él y cierro los ojos cuando apoya su
mano en mi cuello y me dirige fuera de la cafetería. Me guía por la calle hasta la
pequeña plaza, donde me sienta en un banco. Él se acomoda a mi lado y vuelve el
cuerpo hacia mí.
—¿Has pensado en mí? —pregunta.
—Todo el tiempo —admito. No voy a andarme con rodeos. Lo he hecho, y
quiero que lo sepa.
—Entonces ¿pasarás la noche conmigo?
—¿La condición sigue siendo sólo veinticuatro horas? —pregunto, y él
asiente.
El corazón me da un vuelco, aunque eso no evita que acepte. Es imposible
que me sienta peor de cómo me siento ya.
Me apoya la mano en la rodilla y la aprieta con delicadeza.
—Veinticuatro horas, sin ataduras, sin compromisos, y sin ningún
sentimiento más allá del placer. —Me suelta la rodilla, desplaza la mano hasta mi
mentón y acerca mi rostro al suyo—.
Y te aseguro que habrá mucho placer, Livy. Te lo prometo.
No lo dudo ni por un instante.
—¿Por qué quieres hacer esto? —pregunto.
Sé que las mujeres suelen ser bastante más profundas en este sentido que los
hombres, pero me está pidiendo que haga algo que me resulta imposible cumplir.
Yo no siento sólo pasión, o al menos eso creo. Estoy confundida. Ni siquiera sé lo
que siento.
Por primera vez desde que lo conozco, sonríe. Es una sonrisa auténtica, una
sonrisa preciosa... y me enamoro un poco más.
—Porque quiero besarte otra vez. —Se inclina y apoya los labios sobre los
míos—. Esto es nuevo para mí. Necesito saborearte un poco más.
¿Nuevo? ¿Que esto es nuevo para él? ¿A qué se refiere? ¿A que no soy la
típica pija cubierta de diamantes a la que suele tirarse?
—Y porque no debemos dejar pasar lo que podemos crear juntos, Livy.
—¿El mejor polvo salvaje de mi vida? —murmuro contra sus labios, y
percibo su sonrisa de nuevo.
—Y mucho más. —Se aparta y me deja necesitada. Creo que podría
acostumbrarme a esta sensación—. ¿Dónde vives?
—Vivo con mi anciana abuela. —No sé por qué he dicho lo de anciana, quizá
para justificar que aún viva con ella—. En Camden.
Una expresión de sorpresa se dibuja en su frente perfecta.
—Te recogeré a las siete. Dile a tu abuela que volverás mañana por la noche.
Dame la dirección.
—Y ¿qué le digo? —pregunto presa del pánico de repente. Nunca he pasado
toda una noche fuera de casa, y no sé qué razón darle.
—Seguro que se te ocurre algo.
Se pone de pie y me ofrece la mano. La acepto y dejo que tire de mí para
levantarme.
—No, es que no lo entiendes. —Mi abuela no se va a tragar una excusa—.
Nunca paso la noche fuera, no me creerá si intento colarle alguna cosa que no sea la
verdad, y no puedo hablarle de ti.
Se quedaría muerta. O igual no. A lo mejor se pone a dar brincos de alegría y
a dar gracias a todos los santos. Conociendo a mi abuela, probablemente sería lo
segundo.
—¿Nunca sales por ahí? —dice extrañado.
—No —respondo con fingida despreocupación.
—Y ¿nunca te has quedado a dormir fuera de casa? ¿Ni siquiera en casa de
una amiga?
Nunca me había avergonzado de mi estilo de vida... hasta ahora. De repente,
me siento infantil, ingenua e inexperta, lo cual es absurdo. Tengo que encontrar mi
antiguo descaro. Él me ha ofrecido un sexo fantástico, pero ¿qué va a obtener a
cambio? Porque yo no soy ninguna gatita en celo que vaya a hacer temblar su cama.
Un hombre como éste debe de tener mujeres haciendo cola en la puerta de su casa,
todas vestidas de raso o encaje, con tacones de aguja y dispuestas a volverlo loco de
deseo.
Niego con la cabeza y miro al suelo.
—Recuérdame por qué quieres hacer esto.
—Si estás hablando conmigo, no seas maleducada y mírame a la cara. —Me
levanta la barbilla—. No me pareces una persona insegura.
—No suelo serlo.
—¿Qué ha cambiado?
—Tú.
Esa palabra hace que se estremezca incómodo, y me arrepiento al instante de
haberla dicho.
—¿Yo?
Agacho de nuevo la cabeza.
—No pretendía que te sintieras incómodo.
—No estoy incómodo —responde tranquilamente—, pero ahora me
pregunto si esto es buena idea.
Levanto la mirada al instante, asustada de que pueda retirar la oferta.
—No, quiero hacerlo. —No sé lo que digo, pero continúo hablando sin
pensar—: Quiero pasar veinticuatro horas contigo. —Me pego a su pecho y lo miro
a los ojos, a esos ojos en los que voy a perderme dentro de poco, si es que no lo he
hecho ya—. Lo necesito.
—¿Por qué lo necesitas, Livy?
—Para demostrarme a mí misma que llevo haciendo las cosas mal demasiado
tiempo.
Me aventuro a besarlo y me pongo de puntillas para pegar mis labios contra
los suyos con la esperanza de recordarle las sensaciones de la última vez, con la
esperanza de que sienta de nuevo la descarga de energía.
Antes de que me dé tiempo a introducir mi lengua en su boca, me envuelve
con sus brazos y me estrecha contra su pecho, nuestras bocas se funden, nuestros
cuerpos se unen y mi corazón se detiene. Notar sus labios sobre los míos y su
cuerpo cubriéndome por completo hace que me sienta... bien.
—¿Estás segura? —Me suelta, me sostiene a la distancia de sus brazos y se
agacha para comprobar que lo miro a los ojos y lo escucho—. Te he dejado muy
claro cómo va a ser, Livy.
Si crees que podrás hacerlo, las próximas veinticuatro horas serán sólo
nuestras. Mi cuerpo y tu cuerpo experimentando cosas increíbles.
Asiento convincentemente, aunque no estoy del todo segura. Todavía
percibo la duda en su magnífico rostro, lo que me obliga a esbozar una sonrisa
forzada, por miedo a que rompa nuestro acuerdo. Puede que no sepa lo que estoy
haciendo, pero lo que no sé es qué haría si se alejara de mí ahora.
—De acuerdo —dice. Desliza la mano por mi nuca y me atrae hacia sí—. Te
llevo a casa.
Dirige el camino con la mano fija en mi nuca y me empuja hacia adelante.
Levanto la vista un momento, sólo para comprobar que sigue ahí, que no estoy
soñando.
Está ahí. Y me está mirando, evaluándome, seguramente analizando mi
estado mental.
¿Debería preguntarle qué conclusiones está sacando, puesto que no tengo ni
idea? Lo único que sé es que será mío durante las próximas veinticuatro horas, y yo
seré suya. Sólo espero no encontrarme en una situación de desolación peor una vez
que se agote el tiempo. Hago caso omiso de esa vocecilla que me grita en la cabeza
que no siga con esto. Sé cómo va a acabar, y no va a ser agradable.
Pero no puedo negárselo. Ni tampoco negármelo a mí misma.
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Capítulo 5
Llevo una semana sin ser yo misma. Todo el mundo se ha dado cuenta y me
lo ha comentado, pero mi estado abatido ha hecho que dejen de preguntarme, todos
menos Gregory, que estoy segura de que ha hablado con mi abuela, porque pasó de
estar curioso y pesado a preocupado y empático. Ella también me ha preparado una
tarta tatín de limón todos los días.
Me encuentro limpiando la última mesa, con la mente ausente, pasando la
bayeta de un lado a otro, cuando la puerta de la cafetería se abre y me encuentro
frente a don Ojos Como Platos.
Sonríe incómodo y cierra la puerta con cuidado al entrar.
—¿Es muy tarde para pedir un café para llevar? —pregunta.
—En absoluto. —Cojo la bandeja y la dejo sobre el mostrador antes de cargar
el filtro—.
¿Un capuchino?
—Por favor —responde cortésmente mientras se acerca.
Me pongo a la faena y hago caso omiso de Sylvie, que pasa con la basura y se
detiene en cuanto reconoce a mi cliente.
—Qué mono —se limita a decir antes de seguir su camino.
Es verdad, es mono, pero estoy demasiado ocupada intentando quitarme a
otro tipo de la cabeza como para apreciarlo. Don Ojos Como Platos es la clase de
hombre a la que debería prestar más atención, si es que voy a prestársela a algún tío.
No a los taciturnos, oscuros y enigmáticos que sólo quieren pasar veinticuatro horas
contigo y, después, si te he visto no me acuerdo.
Empiezo a calentar la leche meneando la jarra en el chorro del vapor con ese
sonido silbante que está tan en sintonía con mi mente. Vierto la leche, espolvoreo el
cacao, coloco la taza y me vuelvo para entregar el café perfecto.
—Son dos con ochenta, por favor. —Extiendo la mano.
El cliente me coloca delicadamente tres libras en la palma y yo tecleo la orden
en la caja con la otra mano.
—Me llamo Luke —dice lentamente—. ¿Puedo preguntarte tu nombre?
—Livy —contesto, y tiro las monedas en el cajón sin ningún cuidado.
—¿Estás saliendo con alguien? —pregunta con precaución.
Frunzo el ceño.
—Ya te lo dije. —Por primera vez, dejo que su aspecto encantador atraviese
mi barrera de protección mental y las imágenes de Miller. Tiene el pelo castaño
claro y lacio, pero no está mal, y sus ojos marrones son cálidos y cordiales—. Así
que, ¿por qué me lo preg...? —Me detengo sin terminar la frase y dirijo la vista hacia
Sylvie, que acaba de volver a entrar por la puerta de la cafetería, sin las dos bolsas
de basura.
Le lanzo una mirada de reproche, sabiendo perfectamente que ha sido ella la
que le ha dicho a don Ojos Como Platos que estoy totalmente disponible.
En lugar de quedarse a aguantar mi resentimiento, Sylvie huye hacia la
seguridad de la cocina. Don Ojos Como Platos, o Luke, está algo nervioso y ni
siquiera mira a la culpable de mi amiga cuando ésta desaparece.
—Mi amiga es una bocazas. —Le entrego el cambio—. Que disfrutes el café.
—¿Por qué me mentiste?
—Porque no estoy disponible. —Y me lo repito a mí misma, porque es
verdad, aunque ahora sea por un motivo totalmente diferente. Puede que haya
rechazado la oferta de Miller, pero eso no ha hecho que olvidarlo sea fácil. Me llevo
la mano a los labios y siento todavía los suyos, besándome, mordiéndome.
Suspiro—. Es hora de cerrar.
Luke desliza una tarjeta por el mostrador y le da unos golpecitos con el dedo
antes de soltarla.
—Me gustaría salir contigo, así que, si al final decides que estás disponible,
me encantaría que me llamaras.
Levanto la vista. Él me guiña un ojo, y una sonrisa de descaro se dibuja en su
cara.
Le devuelvo la sonrisa y observo cómo se marcha de la cafetería silbando
alegremente.
—¿Es seguro? —Oigo a Sylvie con voz ansiosa desde la cocina.
Al volverme, veo su cabeza morena asomándose por la puerta de vaivén.
—¡Ya te vale, traidora!
Me dispongo a quitarme el delantal.
—Se me escapó. —Todavía no se atreve a salir y permanece tras el amparo de
la puerta—.
Venga, Livy. Dale una oportunidad.
Ahora toda su atención está puesta en Luke, después de que le hiciera caso y
la llamara antes de la medianoche el día que Miller me secuestró. No hizo falta que
le diera detalles. Mi estado de abatimiento a través de la línea telefónica le dijo todo
lo que tenía que saber, sin que la informara de la desconcertante proposición que
me hizo.
—Sylvie, no me interesa —le contesto mientras me quito el delantal y lo
cuelgo en el gancho.
—No dijiste lo mismo con el imbécil del flamante Mercedes. —Sabe que no
debería mencionarlo, pero tiene razón, y todo el derecho del mundo a decirlo—. Por
si se te ha olvidado.
Niego con la cabeza, exasperada, y paso por detrás de ella en dirección a la
cocina para recoger mi chaqueta y mi mochila. Todas estas emociones: el enfado, la
irritación, la pesadumbre, son a causa de una única cosa...
Un hombre.
—¡Nos vemos por la mañana! —grito, y dejo que Sylvie cierre sola el
establecimiento.
Me dispongo a pasear tranquilamente hasta la parada del autobús, pero la
tranquilidad no dura mucho. Gregory me llama por detrás. Suspiro con desgana y
me vuelvo despacio sin molestarme en esbozar una sonrisa falsa en mi rostro
cansado.
Lleva puesta su ropa de jardinería y tiene el pelo revuelto y lleno de hojas de
césped.
Cuando llega a mi altura, me rodea el hombro con el brazo y me atrae hacia
sí.
—¿Vas a casa?
—Sí, ¿tú qué haces?
—He venido a recogerte. —Parece sincero, pero no me lo trago.
—¿Has venido para llevarme a casa o para sacarme información? —pregunto
secamente, con lo que me gano un empujón de su cadera contra mi cintura.
—¿Cómo estás?
Pienso detenidamente qué palabra usar para evitar que siga interrogándome.
Ya sabe suficiente, y ha puesto a mi abuela al corriente. No voy a contarle lo de la
proposición de las veinticuatro horas tampoco, sobre la que ahora tengo
sentimientos encontrados. La rechacé y ahora estoy hecha polvo, así que tal vez
debería ceder y estar hecha polvo después igualmente.
Pero al menos tendría una experiencia que recordar cuando me sintiera mal,
algo que rememorar.
—Bien —contesto finalmente, y dejo que Gregory me guíe hasta su
furgoneta.
—Livy, si te ha dicho que emocionalmente no está disponible, será por algo.
Has hecho bien en decidir no volver a verlo.
—Ya lo sé —coincido—. Pero ¿por qué no puedo dejar de pensar en él?
—Porque siempre nos enamoramos de los hombres que no nos convienen.
—Se inclina y me besa la frente—. De los que nos marean y nos pisotean el corazón.
Te lo digo por experiencia, y me alegro de que hayas cortado por lo sano antes de
que la cosa fuese demasiado lejos. Estoy orgulloso de ti. Te mereces algo mejor.
Sonrío y recuerdo la cantidad de veces que he tenido que consolar a Gregory
tras ser víctima del encanto de un hombre. Pero Miller no es encantador en absoluto.
No sé muy bien qué es lo que tiene, aparte de su magnífico aspecto, pero es una
sensación..., joder, qué sensación. Y lo que Gregory acaba de decir es muy cierto. He
crecido sin mi madre a causa de las malas decisiones que tomó en relación con los
hombres. Eso debería ser razón suficiente para alejarme de él, pero me siento cada
vez más atraída. Todavía noto sus labios suaves sobre los míos, aún me arde la piel
al recordar su tacto, y todas las noches, al acostarme en la cama, he revivido ese
beso. Nunca nadie me hará sentir nada igual.
Abro la puerta, entramos en casa y nos dirigimos a la cocina. Oigo las voces
de mi abuela y de George y el sonido de una cuchara de madera que golpea contra
las paredes de una inmensa olla de metal: una olla para guisar. Esta noche toca
estofado. Arrugo la nariz y me planteo escaparme a la tienda de fish and chips del
barrio. No soporto el estofado, pero a George le encanta y ha venido a cenar, así que
eso es lo que hay.
—¡Gregory! —Mi abuela se abalanza contra mi amigo gay y lo asfixia con sus
labios rosa pálido—. Quédate a cenar. —Le señala una silla, se dirige hacia mí, me
ataca también con sus blandos labios y me coloca en una silla al lado de George—.
Me encanta cuando estamos todos —dice alegremente—. ¿Quién quiere estofado?
Todo el mundo levanta la mano, incluida yo, aunque no soporto esa comida.
—Siéntate, Gregory —ordena mi abuela.
Mi amigo obedece sin atreverse a rechistar, y tuerce el morro al vernos a
George y a mí con una sonrisa burlona tras apreciar su temor.
—Cualquiera se atreve a llevarle la contraria —susurra.
—¿Cómo? —Mi abuela se vuelve, y todos nos ponemos serios y tiesos, como
buenos chicos.
—¡Nada! —respondemos al unísono.
Mi querida abuela nos lanza a cada uno de nosotros una mirada de sospecha.
—Hum. —Coloca la olla en el centro de la mesa—. Servíos.
George prácticamente se abalanza dentro del recipiente. Yo picoteo unos
trocitos de pan y lo mastico despacio mientras los demás charlan alegremente.
Miller me viene a la cabeza, y su recuerdo me obliga a cerrar los ojos. Me
parece olerlo, y contengo el aliento. Siento el calor de su tacto y me estremezco en la
silla. Me reprendo a mí misma y me esfuerzo en borrar su imagen, su olor, su tacto
y el suave sonido de su voz.
No lo consigo. Enamorarme de ese hombre sería un desastre. Todo indica
que lo será, y eso debería bastarme, pero no es así. Me siento débil y vulnerable, y lo
detesto. Tampoco me gusta la idea de no volver a verlo más.
—Livy, ni siquiera has probado la cena.
Mi abuela me saca de mi ensueño golpeando mi plato con la cuchara.
—No tengo hambre. —Aparto el plato y me levanto—. Disculpadme, pero
me voy a la cama.
Siento sus miradas de preocupación clavadas en mi espalda mientras salgo
de la cocina, pero me da igual. Sí, Livy Taylor, la chica que no necesita a ningún
hombre, se ha enamorado, y se ha enamorado de alguien a quien no puede, y
probablemente no debe, tener.
Arrastro mi pesado cuerpo al piso superior por la escalera y me desplomo
sobre la cama, sin molestarme en desvestirme ni desmaquillarme. Fuera todavía no
ha oscurecido, pero me tapo con mi grueso edredón para remediarlo. Necesito
silencio y oscuridad para poder seguir torturándome un poco más.
El viernes se me hace eterno. Decido no desayunar para escapar de mi abuela.
Prefiero enfrentarme a su inevitable llamada de preocupación de camino al trabajo.
Estaba enfadada, pero no puede obligarme a tragarme los cereales a kilómetro y
medio de distancia. Del, Paul y Sylvie han intentado sin éxito sacarme una sonrisa
auténtica, y Luke ha vuelto a pasarse a buscar un café, por si había cambiado de
parecer respecto a mi estado sentimental. Es persistente, eso tengo que concedérselo,
y es mono y bastante gracioso, pero sigue sin interesarme.
Llevo todo el día dándole vueltas a una cosa y, cuando estoy a punto de
pedírselo, me callo, porque sé qué reacción voy a obtener. Y no la culpo. Pero Sylvie
tiene su número, y lo quiero. Estamos cerrando la cafetería. Me queda poco tiempo.
—Sylvie... —digo lentamente dándole vueltas a la bayeta en el aire
inocentemente. No tiene sentido intentar hacerme la buena sabiendo lo que le voy a
pedir.
—Livy... —responde con recelo imitando mi tono cauteloso.
—¿Aún tienes el teléfono de Miller?
—¡No! —Niega con la cabeza con furia y corre a la cocina—. Lo tiré a la
basura.
Decido seguirla. No pienso rendirme.
—Pero lo llamaste desde tu teléfono —le recuerdo, y me estampo contra su
espalda cuando se detiene.
—Lo he borrado —suelta poco convencida. Me va a obligar a rogarle o a
forzarla a que le robe el móvil.
—Por favor, Sylvie. Me estoy volviendo loca. —Uno las manos delante de mi
rostro suplicante, como si rezara.
—No. —Me separa las manos y me las baja—. Te oí la voz cuando te fuiste de
su apartamento, y también te vi la cara al día siguiente, Livy. Alguien tan dulce
como tú no necesita relacionarse con un hombre como ése.
—No puedo dejar de pensar en él —digo con los dientes apretados, como si
me diese rabia admitirlo.
Estoy furiosa. Estoy furiosa por parecer tan desesperada, y más furiosa
todavía por estarlo de verdad.
Sylvie me aparta y vuelve al salón de la cafetería. Su moño negro se menea de
un lado a otro.
—No, no, no, Livy. Las cosas suceden por un motivo, y si tienes que estar
con...
Me estampo contra su espalda de nuevo cuando vuelve a detenerse de golpe.
—¡Deja de detenerte! —grito sintiendo que la frustración se está apoderando
de mí—.
Pero ¿qué coño...?
Esta vez soy yo la que se detiene cuando miro más allá de Sylvie y veo a
Miller de pie en la entrada de la cafetería, con un aspecto increíble con su traje de
tres piezas gris, sus rizos negros revueltos y esos ojos azules como el cristal
clavados en mí.
Se acerca ninguneando por completo a mi compañera de trabajo y sigue con
la mirada fija en mí.
—¿Has terminado de trabajar?
—¡No! —estalla Sylvie, retrocediendo y empujándome con ella—. ¡No ha
terminado!
—¡Sylvie! —La esquivo con decisión y ahora soy yo la que la empuja a ella
hasta la cocina—. Sé lo que me hago —le susurro. Aunque no es del todo cierto. No
tengo ni la menor idea de qué estoy haciendo.
Ella me coge del brazo y se acerca.
—¿Cómo puede alguien pasar de ser tan sensata a tan imprudente en tan
poco tiempo? — pregunta asomándose por encima de mi hombro—. Vas a tener
problemas, Livy.
—Eso es cosa mía.
Veo que está abatida, pero al final cede, no sin antes lanzarle a Miller una
mirada de advertencia.
—Estás loca —gruñe, da media vuelta sobre sus botas de motera, se marcha
pisando el suelo indignada y nos deja solos.
Respiro hondo y me vuelvo hacia el hombre que ha invadido cada segundo
de mis pensamientos desde el lunes.
—¿Te apetece un café? —pregunto señalando la cafetera gigante que tengo
detrás.
—No —contesta él tranquilamente, y se acerca hasta que lo tengo a tan sólo
unos centímetros de distancia—. Vamos a dar un paseo.
«¿Un paseo?»
—¿Por qué?
Mira un momento hacia la cocina. Es evidente que se siente incómodo.
—Recoge tu bolsa y tu chaqueta.
Lo obedezco sin pensar mucho. Hago como que no veo la cara de
estupefacción de Sylvie cuando entro en la cocina y recojo mis cosas.
—Me voy —digo, y salgo corriendo mientras la dejo despotricando con Del y
Paul. Oigo cómo me llama idiota y cómo Del me llama adulta. Ambos tienen razón.
Me cuelgo la mochila, me aproximo a él y cierro los ojos cuando apoya su
mano en mi cuello y me dirige fuera de la cafetería. Me guía por la calle hasta la
pequeña plaza, donde me sienta en un banco. Él se acomoda a mi lado y vuelve el
cuerpo hacia mí.
—¿Has pensado en mí? —pregunta.
—Todo el tiempo —admito. No voy a andarme con rodeos. Lo he hecho, y
quiero que lo sepa.
—Entonces ¿pasarás la noche conmigo?
—¿La condición sigue siendo sólo veinticuatro horas? —pregunto, y él
asiente.
El corazón me da un vuelco, aunque eso no evita que acepte. Es imposible
que me sienta peor de cómo me siento ya.
Me apoya la mano en la rodilla y la aprieta con delicadeza.
—Veinticuatro horas, sin ataduras, sin compromisos, y sin ningún
sentimiento más allá del placer. —Me suelta la rodilla, desplaza la mano hasta mi
mentón y acerca mi rostro al suyo—.
Y te aseguro que habrá mucho placer, Livy. Te lo prometo.
No lo dudo ni por un instante.
—¿Por qué quieres hacer esto? —pregunto.
Sé que las mujeres suelen ser bastante más profundas en este sentido que los
hombres, pero me está pidiendo que haga algo que me resulta imposible cumplir.
Yo no siento sólo pasión, o al menos eso creo. Estoy confundida. Ni siquiera sé lo
que siento.
Por primera vez desde que lo conozco, sonríe. Es una sonrisa auténtica, una
sonrisa preciosa... y me enamoro un poco más.
—Porque quiero besarte otra vez. —Se inclina y apoya los labios sobre los
míos—. Esto es nuevo para mí. Necesito saborearte un poco más.
¿Nuevo? ¿Que esto es nuevo para él? ¿A qué se refiere? ¿A que no soy la
típica pija cubierta de diamantes a la que suele tirarse?
—Y porque no debemos dejar pasar lo que podemos crear juntos, Livy.
—¿El mejor polvo salvaje de mi vida? —murmuro contra sus labios, y
percibo su sonrisa de nuevo.
—Y mucho más. —Se aparta y me deja necesitada. Creo que podría
acostumbrarme a esta sensación—. ¿Dónde vives?
—Vivo con mi anciana abuela. —No sé por qué he dicho lo de anciana, quizá
para justificar que aún viva con ella—. En Camden.
Una expresión de sorpresa se dibuja en su frente perfecta.
—Te recogeré a las siete. Dile a tu abuela que volverás mañana por la noche.
Dame la dirección.
—Y ¿qué le digo? —pregunto presa del pánico de repente. Nunca he pasado
toda una noche fuera de casa, y no sé qué razón darle.
—Seguro que se te ocurre algo.
Se pone de pie y me ofrece la mano. La acepto y dejo que tire de mí para
levantarme.
—No, es que no lo entiendes. —Mi abuela no se va a tragar una excusa—.
Nunca paso la noche fuera, no me creerá si intento colarle alguna cosa que no sea la
verdad, y no puedo hablarle de ti.
Se quedaría muerta. O igual no. A lo mejor se pone a dar brincos de alegría y
a dar gracias a todos los santos. Conociendo a mi abuela, probablemente sería lo
segundo.
—¿Nunca sales por ahí? —dice extrañado.
—No —respondo con fingida despreocupación.
—Y ¿nunca te has quedado a dormir fuera de casa? ¿Ni siquiera en casa de
una amiga?
Nunca me había avergonzado de mi estilo de vida... hasta ahora. De repente,
me siento infantil, ingenua e inexperta, lo cual es absurdo. Tengo que encontrar mi
antiguo descaro. Él me ha ofrecido un sexo fantástico, pero ¿qué va a obtener a
cambio? Porque yo no soy ninguna gatita en celo que vaya a hacer temblar su cama.
Un hombre como éste debe de tener mujeres haciendo cola en la puerta de su casa,
todas vestidas de raso o encaje, con tacones de aguja y dispuestas a volverlo loco de
deseo.
Niego con la cabeza y miro al suelo.
—Recuérdame por qué quieres hacer esto.
—Si estás hablando conmigo, no seas maleducada y mírame a la cara. —Me
levanta la barbilla—. No me pareces una persona insegura.
—No suelo serlo.
—¿Qué ha cambiado?
—Tú.
Esa palabra hace que se estremezca incómodo, y me arrepiento al instante de
haberla dicho.
—¿Yo?
Agacho de nuevo la cabeza.
—No pretendía que te sintieras incómodo.
—No estoy incómodo —responde tranquilamente—, pero ahora me
pregunto si esto es buena idea.
Levanto la mirada al instante, asustada de que pueda retirar la oferta.
—No, quiero hacerlo. —No sé lo que digo, pero continúo hablando sin
pensar—: Quiero pasar veinticuatro horas contigo. —Me pego a su pecho y lo miro
a los ojos, a esos ojos en los que voy a perderme dentro de poco, si es que no lo he
hecho ya—. Lo necesito.
—¿Por qué lo necesitas, Livy?
—Para demostrarme a mí misma que llevo haciendo las cosas mal demasiado
tiempo.
Me aventuro a besarlo y me pongo de puntillas para pegar mis labios contra
los suyos con la esperanza de recordarle las sensaciones de la última vez, con la
esperanza de que sienta de nuevo la descarga de energía.
Antes de que me dé tiempo a introducir mi lengua en su boca, me envuelve
con sus brazos y me estrecha contra su pecho, nuestras bocas se funden, nuestros
cuerpos se unen y mi corazón se detiene. Notar sus labios sobre los míos y su
cuerpo cubriéndome por completo hace que me sienta... bien.
—¿Estás segura? —Me suelta, me sostiene a la distancia de sus brazos y se
agacha para comprobar que lo miro a los ojos y lo escucho—. Te he dejado muy
claro cómo va a ser, Livy.
Si crees que podrás hacerlo, las próximas veinticuatro horas serán sólo
nuestras. Mi cuerpo y tu cuerpo experimentando cosas increíbles.
Asiento convincentemente, aunque no estoy del todo segura. Todavía
percibo la duda en su magnífico rostro, lo que me obliga a esbozar una sonrisa
forzada, por miedo a que rompa nuestro acuerdo. Puede que no sepa lo que estoy
haciendo, pero lo que no sé es qué haría si se alejara de mí ahora.
—De acuerdo —dice. Desliza la mano por mi nuca y me atrae hacia sí—. Te
llevo a casa.
Dirige el camino con la mano fija en mi nuca y me empuja hacia adelante.
Levanto la vista un momento, sólo para comprobar que sigue ahí, que no estoy
soñando.
Está ahí. Y me está mirando, evaluándome, seguramente analizando mi
estado mental.
¿Debería preguntarle qué conclusiones está sacando, puesto que no tengo ni
idea? Lo único que sé es que será mío durante las próximas veinticuatro horas, y yo
seré suya. Sólo espero no encontrarme en una situación de desolación peor una vez
que se agote el tiempo. Hago caso omiso de esa vocecilla que me grita en la cabeza
que no siga con esto. Sé cómo va a acabar, y no va a ser agradable.
Pero no puedo negárselo. Ni tampoco negármelo a mí misma.
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