Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Grey - (6) Sábado, 21 de Mayo de 2011

Volver a Capítulos

Sábado, 21 de Mayo de 2011

Casi dos horas más tarde, llego a la cama. Es solopoco más de la una cuarenta y cinco de la madrugada. Ella está profundamente dormida y no se ha movido de donde la dejé. Me desnudo, me pongo mis pantalones del pijama y una camiseta, y subo a su lado. Ella está en coma; es poco probable que vaya a retorcerse y tocarme. Dudo por un momento mientras la oscuridad aumenta dentro de mí, pero no sale a la superficie y sé que es porque estoy viendo la hipnótica subida y bajada de su pecho y estoy respirando en sintonía con ella. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Por segundos, minutos, horas, no lo sé, la observo. Y mientras ella duerme, contemplo cada hermoso centímetro de su hermoso rostro. Sus oscuras pestañas revoloteando mientras duerme, sus labios entreabiertos por lo que incluso vislumbro sus blancos dientes. Murmura algo ininteligible y su lengua sale y lame sus labios. Es excitante, muy excitante. Finalmente caigo en un sueño profundo y sin sueños.
~ * ~
Está silencioso cuando abro los ojos, y estoy momentáneamente desorientado. Oh, sí. Estoy en el Heathman. El reloj junto a mi cama marca las siete cuarenta y tres de la mañana.
¿Cuándo fue la última vez que dormí hasta tan tarde?
Ana.
Poco a poco vuelvo la cabeza, y ella está dormida, frente a mí. Su hermoso rostro tranquilo en reposo.
Nunca he dormido con una mujer. He follado a muchas, pero despertarme al lado de una mujer joven y atractiva es una experiencia nueva y estimulante. Mi polla está de acuerdo.
Esto no va a funcionar.
C
Página 76
De mala gana, me bajo de la cama y me cambio a mi ropa de correr. Tengo que quemar este... exceso de energía. Mientras me cambio a mi ropa deportiva no puedo recordar la última vez que he dormido tan bien.
En el salón, enciendo mi computadora portátil, reviso mi correo electrónico, y respondo a dos de Ros y otro de Andrea. Me toma un poco más de lo habitual, ya que estoy distraído sabiendo que Ana está dormida en la habitación contigua. Me pregunto cómo se sentirá cuando se despierte.
Con resaca. Oh.
En el mini bar, encuentro una botella de zumo de naranja y vacío el contenido en un vaso. Todavía está dormida cuando entro, su cabello un derroche caoba esparcido en su almohada, y las colchas se han deslizado por debajo de su cintura. Su camiseta se ha subido, dejando al descubierto su vientre y ombligo. La vista agita mi cuerpo una vez más.
Deje de estar parado aquí comiéndote con los ojos a la chica, por el amor de Dios, Grey.
Tengo que salir de aquí antes de que haga algo de lo que me arrepentiré. Colocando el vaso en la mesita de noche, entro al baño, encuentro dos Advil en mi kit de viaje, y las dejo junto al vaso de zumo de naranja.
Con una última mirada persistente en Anastasia Steel, la primera mujer con la que he dormido en toda mi vida, salgo a correr.
~ * ~
Cuando regreso de mi ejercicio, hay una bolsa en la sala de estar de una tienda que no reconozco. Doy un vistazo y veo que contiene ropa para Ana. Por lo que puedo ver, Taylor lo ha hecho bien… y todo antes de las nueve de la mañana.
El hombre es una maravilla.
Su bolso está en el sofá, donde lo dejé caer anoche, y la puerta de la habitación está cerrada, así que supongo que no se ha ido y todavía está dormida.
Es un alivio. Estudiando detenidamente el menú del servicio de habitaciones, decido pedir comida. Va a tener hambre cuando
Página 77
despierte, pero no tengo ni idea de lo que va a comer, por lo que en un raro momento de indulgencia ordeno un poco de todo del menú de desayuno. Me informan que tomará media hora.
Hora de despertar a la deliciosa señorita Steele; ha dormido suficiente.
Agarrando mi toalla de entrenamiento y la bolsa de compras, llamo a la puerta y entro. Para mi deleite, está sentada en la cama. Las pastillas se han ido y también el zumo.
Buena chica.
Ella palidece mientras entro en la habitación.
Mantenlo casual Grey. No quieres ser acusado de secuestro.
Cierra los ojos, y supongo que es porque está avergonzada.
—Buenos días, Anastasia. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco —murmura, mientras pongo la bolsa en la silla. Cuando vuelve su mirada hacia mí sus ojos son increíblemente grandes y azules, y aunque su cabello es un enredado desastre… se ve impresionante.
—¿Cómo llegué hasta aquí? —pregunta, como si tuviera miedo de la respuesta.
Tranquilízala, Grey.
Me siento en el borde de la cama y me apego a los hechos.
—Después de que te desmayaras, no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi auto llevándote a tu casa, así que te traje aquí.
—¿Tú me metiste en la cama?
—Sí.
—¿Volví a vomitar?
—No. —Gracias a Dios.
—¿Me quitaste la ropa?
—Sí. —¿Quién más te la habría quitado?
Página 78
Se ruboriza, y al fin ella tiene un poco de color en las mejillas. Dientes perfectos muerden su labio. Suprimo un gemido.
—¿No habremos…? —susurra, mirando sus manos.
Cristo, ¿qué tipo de animal cree que soy?
—Anastasia, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. —Mi tono es seco—. Me gusta que mis mujeres estén conscientes y sean receptivas. —Se relaja con alivio, lo que hace que me pregunte si esto le ha ocurrido antes, que se haya desmayado y despertado en la cama de un extraño y descubierto que él la ha follado sin su consentimiento. Tal vez ese es el modus operandi del fotógrafo. El pensamiento es inquietante. Pero recuerdo su confesión de anoche… que nunca antes había estado borracha. Gracias a Dios que no ha hecho un hábito de esto.
—Lo siento mucho —dice, su voz llena de vergüenza.
Demonios. Tal vez debería tomarlo con calma con ella.
—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla. —Espero que suene conciliador, pero sufrente se frunce.
—No tenías por qué seguirme la pista con algún artilugio a lo James Bond que estés desarrollando para vendérselo al mejor postor.
¡Caray! Ahora está molesta. ¿Por qué?
—En primer lugar, la tecnología para rastrear teléfonos celulares está disponible a través de Internet.
Bueno, la Internet Invisible…
—En segundo lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica.
Mi temperamento está crispándose, pero tengo que terminar.
—Y en tercer lugar, si no hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la cama del fotógrafo y, si no recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos para cortejarte.
Parpadea un par de veces, entonces comienza a reírse.
Se está riendo de mí otra vez.
Página 79
—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces un caballero andante.
Ella es seductora. Me está llamando... otra vez, y su irreverencia es refrescante, muy refrescante. Sin embargo, no estoy bajo ninguna ilusión de que soy un caballero de brillante armadura. Chico, tiene una idea equivocada. Y aunque puede que no sea a mi favor, estoy obligado a advertirle que no hay nada caballeroso o cortés de mí.
—No lo creo, Anastasia. Un caballero oscuro, quizá. —Si solo ella supiera…¿y por qué estamos hablando de mí? Cambio de tema—. ¿Cenaste anoche?
Niega con la cabeza.
¡Lo sabía!
—Tienes que comer. Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando bebes.
—¿Vas a seguir riñéndome?
—¿Es lo que estoy haciendo?
—Creo que sí.
—Tienes suerte de que solo te riña.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.—El miedo en mis entrañas me sorprende; tal conducta irresponsable y de riesgo—. No quiero ni pensar en lo que podría haberte pasado.
Frunce el ceño.
—Hubiera estado bien. Estaba con Kate.
¡Necesitaba un poco de ayuda!
—¿Y el fotógrafo? —replico.
—José simplemente se pasó de la raya —dice, rechazando mi preocupación y sacudiendo su enredado cabello por encima de su hombro.
Página 80
—Bueno, la próxima vez que se pase de la raya, quizá alguien debería enseñarle modales.
—Eres muy partidario de la disciplina —dice entre dientes.
—Oh, Anastasia, no sabes cuánto.
Una imagen de ella encadenada a mi banca, una raíz de jengibre pelada insertada en su culo para que no pueda apretar sus nalgas, viene a mi mente, seguida por el juicioso uso de un cinturón o correa. Sí... Eso le enseñaría a no ser tan irresponsable. El pensamiento es enormemente atractivo.
Me está mirando con los ojos abiertos y aturdidos, y eso me pone incómodo. ¿Puede leer mi mente? ¿O está simplemente mirando una cara bonita?
—Voy a ducharme. ¿Sino prefieres hacerlo primero? —le digo, pero sigue boquiabierta. Incluso con la boca abierta es bastante bonita. Es difícil resistirse a ella, y me concedo permiso para tocarla, trazando la línea de su mejilla con mi pulgar. Su respiración se queda atrapada en su garganta mientras acaricio su suave labio inferior.
—Respira, Anastasia —murmuro, antes de levantarme e informarle que el desayuno estará aquí dentro de quince minutos. No dice nada, su boca inteligente en silencio por una vez.
En el baño tomo una respiración profunda, me desvisto, y salto a la ducha. Estoy medio tentado a masturbarme, pero el familiar miedo del descubrimiento y revelación, de una época anterior en mi vida, me detiene.
Elena no estaría contenta.
Los viejos hábitos.
Mientras el agua cae como cascada sobre mi cabeza pienso en mi última interacción con la desafiante señorita Steele. Ella todavía está aquí, en mi cama, así que no puede encontrarme totalmente repulsivo. Me di cuenta por la forma en que su aliento se quedó atrapado en su garganta, y cómo su mirada me siguió alrededor de la habitación.
Sí. Hay esperanza.
¿Pero sería una buena sumisa?
Página 81
Es obvio que no sabe nada de ese estilo de vida. Ni siquiera podría decir "follar" o "sexo" o lo que sea que los estudiantes universitarios librescos utilizan como eufemismo para follar en estos días. Es bastante inocente. Probablemente ha estado sometida a un par de torpes encuentros con chicos como el fotógrafo.
El pensamiento de su torpeza con alguien más me molesta.
Podría solo preguntarle si está interesada.
No. Tengo que mostrarle lo que estaría tomando en caso de que estuviera de acuerdo en una relación conmigo.
Vamos a ver cómo nos va, para bien o para mal, durante el desayuno.
Enjaguándome el jabón, estoy por debajo del agua caliente y me mantengo enfocado para la segunda ronda con Anastasia Steele. Cierro el agua y, saliendo de la ducha, agarro una toalla. Una revisión rápida en el espejo manchado de vapor y decido saltarme el afeitado hoy. El desayuno estará aquí dentro de poco, y tengo hambre. Rápidamente me lavo los dientes.
Cuando abro la puerta del baño, ella está fuera de la cama y buscando sus jeans. Levanta la vista como el arquetipo de un cervatillo asustado, toda piernas largas y ojos grandes.
—Si estás buscando tus jeans, los he mandado a la lavandería. —Ella realmente tiene unas lindas piernas. No debería ocultarlas con pantalones. Sus ojos se entrecierran y creo que va a discutir conmigo, así que le digo por qué—. Estaban salpicados de vómito.
—Ah —dice.
Sí. "Ah." Ahora, ¿qué tienes que decir a eso, señorita Steele?
—He mandado a Taylor a comprar otros y unas zapatillas de deporte. Están en esa bolsa.—Asiento con la cabeza hacia la bolsa de la compra.
Ella levanta las cejas… con sorpresa, creo.
—Bueno… Voy a ducharme—murmura, y luego en el último momento, añade—: Gracias.
Página 82
Agarrando la bolsa, me esquiva, disparada hacia el baño, y cierra la puerta.
Hmm... No podía entrar en el baño lo suficientemente rápido.
Lejos de mí.
Tal vez estoy siendo demasiado optimista.
Descorazonado, me seco enérgicamente y me visto. En la sala de estar, verifico mi correo electrónico, pero no hay nada urgente. Soy interrumpido por un golpe en la puerta. Dos jovencitas han llegado con el servicio de habitaciones.
—¿Dónde quiere el desayuno, señor?
—Pónganlo sobre la mesa del comedor.
Caminando de regreso a la habitación, atrapo sus miradas furtivas, pero las ignoro y reprimo el sentimiento de culpa que siento sobre la cantidad de comida que he ordenado. Nunca nos comeremos todo.
—El desayuno está aquí —le digo y toco la puerta del baño.
—De a…acuerdo. —La voz de Ana suena un poco apagada.
De vuelta en la sala de estar, el desayuno está en la mesa. Una de las mujeres, que tiene ojos oscuros, muy oscuros, me entrega la cuenta para firmarla, y de mi cartera saco un par de billetes de veinte para ellas.
—Gracias, señoras.
—Solo tiene que llamar al servicio de habitación cuando deseé que limpiemos la mesa, señor —dice la señorita Ojos Oscuros con una mirada coqueta, como si estuviera ofreciendo más.
Mi fría sonrisa le advierte que se detenga.
Sentado a la mesa con el periódico, me sirvo un café y comienzo con mí tortilla. Mi teléfono zumba… un texto de Elliot.
Kate quiere saber si Ana sigue viva.
Página 83
Me río, algo apaciguadocon que la llamada amiga de Ana esté pensando en ella. Es obvio que Elliot no le ha dado a su polla un descanso después de todas sus protestas de ayer. Le contesto en respuesta.
Vivita y coleando ;)
Ana aparece unos momentos más tarde: el cabello mojado, con la bonita blusa azul que coincide con sus ojos. Taylor lo ha hecho bien; se ve hermosa. Escaneando la habitación, ve su bolso.
—¡Mierda, Kate! —exclama.
—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Elliot.
Ella me da una sonrisa insegura mientras camina hacia la mesa.
—Siéntate —le digo, señalando el lugar que se ha colocado para ella. Frunce el ceño ante la cantidad de comida en la mesa, lo que solo acentúa mi culpa.
—No sabía qué te gustaba, así que pedí un poco de todo del menú de desayuno —murmuro a modo de disculpa.
—Eso es muy despilfarrador de tu parte —dice.
—Sí, lo es. —Mi culpa florece. Pero a medida que se decanta por las tortitas, sirope de arce, huevos revueltos y tocino, me perdono a mí mismo. Es bueno verla comer.
—¿Té? —pregunto.
—Sí, por favor —dice entre bocado y bocado. Obviamente está hambrienta. Le paso la pequeña tetera de agua. Me da una dulce sonrisa cuando ve el té Twinings English Breakfast.
Tengo que contener el aliento ante su expresión. Y eso me pone incómodo.
Me da esperanza.
—Tu cabello está muy húmedo —observo.
Página 84
—No pudeencontrar el secador de cabello —dice, avergonzada.
Se va a enfermar.
—Gracias por la ropa —añade.
—Es un placer, Anastasia. Este color te sienta muy bien.
Ella mira hacia abajo a sus dedos.
—¿Sabes?, realmente deberías aprender a tomar un cumplido.
Tal vez ella no consigue muchos... pero ¿por qué? Es hermosa de una manera discreta.
—Debería darte algo de dinero por la ropa.
¿Qué?
Le doy un vistazo y ella continúa rápidamente
—Ya me has regalado los libros, que no puedo aceptar, por supuesto. Pero la ropa… Por favor, déjame que te la pague.
Dulzura.
—Anastasia, confía en mí, me lo puedo permitir.
—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.—Soy un hombre muy rico, Ana.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas. —Su voz es suave, pero de repente me pregunto si miró a través de mí y ha visto mis deseos más oscuros—. ¿Por qué me mandaste los libros, Christian?
Porque quería verte de nuevo, y aquí estás...
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y me mirabas diciéndome: ―Bésame, bésame, Christian‖…—Me detengo, recordando ese momento, su cuerpo presionado contra el mío. Mierda. Rápidamente hago caso omiso del recuerdo—. Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. Anastasia, no soy un hombre de flores y corazones. No me interesan las
Página 85
historias de amor. Mis gustos son muy peculiares. Deberías mantenerte alejada de mí. Pero sin embargo hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo habías imaginado.
—Pues no te apartes —susurra.
¿Qué?
—No sabes lo que estás diciendo.
—Ilumíname, entonces.
Sus palabras viajan directamente a mi polla.
Joder.
—¿No eres célibe? —pregunta.
—No, Anastasia, no soy célibe. —Y si me dejaras atartete lo probaría justo ahora.
Sus ojos se abren y sus mejillas se ruborizan.
Ah, Ana.
Tengo que mostrárselo. Es la única manera en que lo sabré.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —pegunto.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclama asustada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
—Kate y yo vamos a empezar a empacar. Nos mudamos a Seattle el próximo fin de semana, y yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tienen casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa —¡Bien!—. ¿Y en qué vas a trabajar en Seattle?
Página 86
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que responderme.
—¿Y has mandado solicitud a mi compañía, como te sugerí?
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi compañía?
—¿Tu compañía o tu compañía? —Arquea una ceja.
—¿Está riéndose de mí, señorita Steele?—No puedo ocultar mi diversión.
Oh, sería un placer entrenar... a esta desafiante y enloquecedora mujer.
Examina su plato, mordiendo su labio.
—Me gustaría morder ese labio —susurro, porque es verdad.
Su rostro vuela al mío y se remueve en su asiento. Inclina la barbilla hacia mí, con los ojos llenos de confianza.
—¿Por qué no lo haces? —dice en voz baja.
Oh. No me tientes, nena. No puedo. Todavía no.
—Porque no voy a tocarte, Anastasia… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito.
—¿Qué significa eso? —pregunta.
—Exactamente lo que he dicho. Tengo que mostrártelo, Anastasia. —Así ya sabes en quéte estás metiendo—. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y entonces te lo explicaría para que te familiarices con los hechos. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas, seguramente no querrás volver a verme.
Frunce el ceño mientras procesa lo que he dicho.
Página 87
—Esta noche —dice.
Caray. No tomó mucho tiempo.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes del árbol del fruto prohibido —me burlo de ella.
—¿Está riéndose de mí, señor Grey? —pregunta.
La miro con los ojos entrecerrados.
Está bien, nena, tú lo pediste.
Agarro mi teléfono y pulso el número de Taylor sobre la marcación rápida. Responde casi inmediatamente.
—Sr. Grey.
—Taylor, voy a necesitar el Charlie Tango.
Me mira de cerca mientras hago los arreglos para traer a mi EC135 a Portland.
Voy a mostrarle lo que tengo en mente... y el resto dependerá de ella. Es posible que quiera volver a casa una vez que lo sepa. Necesitaré que Stephan, mi piloto, esté disponible para que pueda llevarla de vuelta a Portland si decide no tener nada más que ver conmigo. Espero que ese no sea el caso.
Y me doy cuenta de que estoy emocionado de que pueda llevarla a Seattle en Charlie Tango.
Será una primera vez.
—Piloto disponible desde las diez y media —confirmo con Taylor y cuelgo.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?—pregunta, y la desaprobación en su voz es obvia. ¿Me está riñendo ahora? Su desafío es molesto.
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo. —No cuestiones cómo trato a mi personal.
—¿Y si no trabajan para ti?—añade.
Página 88
—Bueno, puedo ser muy convincente, Anastasia. Deberías terminarte el desayuno. Luego te llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Su boca se abre, formando una pequeña o. Es un momento agradable.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?—susurra.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque puedo. —Sonrío. A veces es solo jodidamente genial ser yo—. Termina tu desayuno.
Parece aturdida.
—¡Come! —Mi voz es más contundente—. Anastasia, no soporto tirar la comida. Come.
—No puedo comerme todo esto. —Estudia toda la comida en la mesa y me siento culpable una vez más. Sí, hay demasiada comida aquí.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí y yo no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Demonios. Esto podría ser un gran error.
Me da una mirada de reojo mientras persigue su comida alrededor del plato con un tenedor, y su boca hace una mueca.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Niega con la cabeza y mete el último pedazo de tortita en su boca, y trato de no reírme. Como siempre, me sorprende. Es torpe, inesperada, y encantadora. Realmente me hace querer reír, y lo que es más, de mí mismo.
—Buena chica —le digo—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el cabello. No quiero que te pongas enferma.
Página 89
Necesitarás todas tus fuerzas para esta noche, para lo que tengo que mostrarte. De repente, se levanta de la mesa y tengo que detenerme para no decirle que no tiene permiso. Ella no es tu sumisa... aún, Grey. En el camino de regreso a la habitación, se detiene junto al sofá. —¿Dónde dormiste anoche?—pregunta. —En mi cama. —Contigo. —Oh. —Sí, para mí también ha sido toda una novedad. —No tener… sexo. Dijo la palabra con s... y aparece el revelador sonrojo en sus mejillas. —No. ¿Cómo puedo decirle esto, sin que suene raro? Simplemente díselo, Grey. —Dormir con alguien. —Despreocupadamente, dirijo mi atención a la sección de deportes y la descripción del partido de anoche, y luego veo como desaparece en el dormitorio. No, eso no sonó extraño en absoluto. Bueno, tengo otra cita con la señorita Steele. No, no es una cita. Necesita saber acerca de mí. Dejo escapar un largo suspiro y bebo lo que queda de mi zumo de naranja. Esto se perfila a ser un día muy interesante. Estoy contento cuando escucho el zumbido del secador de cabello y sorprendido de que esté haciendo lo que se le ha dicho.
Mientras la espero, llamo por teléfono alvalet para que saque mi auto del garaje y compruebo su dirección una vez más en Google Maps. A continuación, le envío un texto a Andrea para que me envíe un
Página 90
ADC6 por correo electrónico; si Ana quiere que la ilumine, necesitará mantener la boca cerrada. Mi teléfono vibra. Es Ros. Mientras estoy al teléfono, Ana emerge de la habitación y agarra su bolso. Ros está hablando sobre Darfur, pero mi atención está en la señorita Steele. Rebusca en su bolso y está contenta cuando encuentra una liga para cabello. Su cabello es hermoso. Lozano. Largo. Grueso. Ociosamente, me pregunto cómo sería trenzado. Se lo ata hacia atrás y se pone su chaqueta, luego se sienta en el sofá, esperando a que termine mi llamada. —De acuerdo, adelante. Mantenme informado de cómo van las cosas. —Concluyo mi conversación con Ros. Ella ha estado haciendo milagros y parece que nuestro envío de alimentos a Darfur sucederá. —¿Estás lista? —le pregunto a Ana. Ella asiente. Agarro mi chaqueta y las llaves del agua y la sigo a la salida. Me mira a través de unas largas pestañas mientras caminamos hacia el ascensor y sus labios se curvan en una tímida sonrisa. Mis labios se retuercen en respuesta. ¿Qué diablos me está haciendo? El ascensor llega y le permito entrar primera. Presiona el botón del primer piso y las puertas se cierran. En los confines del ascensor, estoy completamente consiente de ella. Un rastro de su dulce fragancia invade mis sentidos… su respiración cambia, acelerándose un poco y ella me muestra una brillante miradita. Mierda. Se muerde el labio. Está haciendo esto a propósito. Y por un segundo, estoy perdido en su sensual y fascinante mirada. No retrocede. Estoy duro. Instantáneamente. . La deseo. Aquí.
6ADC: Acuerdo de Confidencialidad.
Página 91
Ahora.
En el ascensor.
—A la mierda el papeleo. —Las palabras salen de la nada y por instinto la agarro y la empujo contra la pared. Agarrando ambas manos, las sujeto por encima de su cabeza para que no pueda tocarme y, una vez que está asegurada, retuerzo mi otra mano en su cabello mientras mis labios buscan y encuentran los suyos.
Ella gime en mi boca como el llamado de una sirena y finalmente puedo saborearla: menta, té y suaves cerezas. Sabe tan bien como se ve. Me recuerda a una época de abundancia. Dios mío. Estoy anhelándola. Agarro su barbilla, profundizando el beso, y su lengua toca tentativamente la mía… explorando. Considerando. Sintiendo. Besándome de vuelta.
Oh, Dios de los cielos.
—Eres… tan… dulce —murmuro contra sus labios, completamente intoxicado, embriagado por su sabor y aroma.
El ascensor se detiene y las puertas empiezan a abrirse.
Maldita sea, tranquilízate, Grey.
Me aparto de ella y me alejo de su alcance.
Está respirando con dificultad.
Igual que yo.
¿Cuándo fue la última vez que perdí el control?
Tres hombres con trajes de negocios nos muestran miradas cómplices mientras se nos unen.
Y yo miro fijamente el cartel que está por encima de los botones del ascensor, advirtiendo sobre un sensual fin de semana en el Heathman. Miro a Ana y exhalo.
Ella sonríe.
Y mis labios se retuercen una vez más.
¿Qué mierda me ha hecho?
Página 92
El ascensor se detiene en el segundo piso y los tipos salen, dejándome solo con la señorita Steele.
—Te has lavado los dientes —observo con irónica diversión.
—utilicé tu cepillo —dice, sus ojos brillando.
Por supuesto que sí… y, por alguna razón, encuentro esto placentero, demasiado placentero. Reprimo mi sonrisa.
—Ay, Anastasia Steele, ¿qué voy a hacer contigo? —Tomo su mano cuando las puertas del ascensor se abren en el primer piso y murmuro bajo mi aliento—. ¿Qué tendrán los ascensores? —Ella me muestra una cómplice sonrisa mientras caminamos por el pulido mármol del vestíbulo.
El auto está esperando en una de las bahías frente al hotel; el valet está caminando impacientemente. Le doy una obscena propina y abro la puerta del pasajero para Ana, quien está callada y pensativa.
Pero no ha huido.
Incluso aunque me lancé sobre ella en el ascensor.
Debería decir algo sobre lo que pasó ahí pero, ¿qué?
¿Lo siento?
¿Cómo estuvo para ti?
¿Qué diablos estás haciendo conmigo?
Enciendo el auto y decido que entre menos diga, mejor. El sonido tranquilizador de el ―Dúo de las flores‖ de Delibes llena el auto y empiezo a relajarme.
—¿Qué es lo que suena? —pregunta Ana mientras yo giro hacia la calle Jefferson Southwest. Le digo y le pregunto si le gusta.
—Christian, es precioso.
Escuchar mi nombre en sus labios es un placer extraño. Lo ha dicho cerca de media docena de veces ya y cada vez es diferente. Hoy, es con maravilla, por la música. Es genial que le guste la canción: es una de mis favoritas. Me encuentro a mí mismo sonriendo; obviamente me ha disculpado por el ataque en el ascensor.
—¿Puedes volver a ponerlo?
Página 93
—Claro. —Presiono la pantalla táctil para repetir la música.
—¿Te gusta la música clásica? —pregunta mientras cruzamos el Puente Freemont, y caemos en una relajada conversación sobre mis gustos musicales. Mientras hablamos, recibo una llamada por el manos libres.
—Grey —respondo.
—Sr. Grey, soy Welch. Tengo la información que pidió. —Oh, sí, detalles sobre el fotógrafo.
—Bien. Mándemela por correo electrónico. ¿Algo más?
—Nada más, señor.
Presiono el botón y la música regresa. Ambos escuchamos, ahora perdidos en el crudo sonido de Kings of Leon. Pero no dura mucho, nuestro placer de escucha es trastornado una vez más por el manos libres.
¿Qué demonios?
—Grey —espeto.
—Le han mandado por correo electrónico el acuerdo de confidencialidad, Sr. Grey.
—Bien. Eso es todo, Andrea.
—Que tenga un buen día, señor.
Disparo una mirada a Ana, para ver si ha prestado atención a esa conversación, pero está estudiando el escenario de Portland. Sospecho que está siendo cortés. Es difícil mantener mis ojos sobre el camino. Quiero mirarla a ella. A pesar de su torpeza, tiene un hermoso cuello, uno que quiero besar desde la parte baja de su oreja hacia su hombro.
Infiernos. Me muevo en mi asiento. Espero que esté de acuerdo en firmar el acuerdo de confidencialidad y aceptar lo que tengo para ofrecer.
Cuando llegamos a la quinta interestatal, recibo otra llamada.
Es Elliot.
—Hola, Christian. ¿Has echado un polvo?
Página 94
Oh… genial, amigo, genial.
—Hola, Elliot… estoy con el manos libres y no voy solo en el auto.
—¿Quién va contigo?
—Anastasia Steele.
—¡Hola, Ana!
—Hola, Elliot —dice, animada.
—Me han hablado mucho de ti —dice Elliot.
Mierda. ¿Qué le han dicho?
—No te creas una palabra de lo que te cuente Kate —responde ella con naturalidad.
Elliot se ríe.
—Estoy llevando a Anastasia a su casa. ¿Quieres que te recoja? —interrumpo.
No hay duda de que Elliot querrá hacer una salida rápida.
—Claro.
—Hasta ahora. —Cuelgo.
—¿Por qué te empeñas en llamarme Anastasia? —pregunta.
—Porque es tu nombre.
—Prefiero Ana.
—¿De verdad?
―Ana‖ es demasiado común y ordinario para ella. Y demasiado familiar. Aquellas tres palabras tienen el poder de herir…
Y, en ese momento, sé que su rechazo, cuando llegue, será difícil de soportar. Ha sucedido antes, pero nunca me he sentido tan... empeñado. Ni siquiera conozco a esta chica, pero quiero conocerla, a toda ella. Tal vez es porque nunca he estado tras una mujer.
Grey, contrólate y sigue las reglas, de lo contrario todo esto se irá a la mierda.
Página 95
—Anastasia —digo, ignorando su mirada desaprobadora—. Lo que ha pasado en el ascensor… no volverá a pasar. Bueno, a menos que sea premeditado.
Eso la mantiene quieta mientras estaciono fuera de su apartamento. Antes de que pueda responderme, me bajo del auto, lo rodeo y le abro la puerta.
Mientras pone un pie en la acera, me muestra una fugaz mirada.
—A mí me ha gustado lo que ha pasado en el ascensor —dice.
¿De verdad? Su confesión me detiene en seco. Estoy placenteramente sorprendido de nuevo por la pequeña señorita Steele. Mientras sube los escalones hacia la puerta principal, tengo apresurarme para alcanzarla.
Elliot y Kate levantan la mirada cuando entramos. Están sentados en la mesa del comedor en una habitación escasamente amoblada, adecuada para un par de estudiantes. Hay unas cuantas cajas de empacar junto a un estante. Elliot parece relajado y sin prisa por irse, lo que me sorprende.
Kavanagh salta y me muestra nuevamente una crítica mirada mientras abraza a Ana.
¿Qué imaginó que le iba a hacer a la chica?
Sé lo que me gustaría hacerle…
Mientras Kavanagh la sostiene a con un brazo, estoy apaciguado; quizá sí se preocupa por Ana también.
—Buenos días, Christian —dice ella, su tono frío y condescendiente.
—Señorita Kavanagh. —Y lo que quiero decir es algo sarcástico sobre cómo finalmente está mostrando algo de interés en su amiga, pero reprimo mi lengua.
—Christian, se llama Kate —dice Eliot con ligera irritación.
—Kate —murmuro, para ser cortés. Elliot abraza a Ana, sosteniéndola por un momento demasiado largo.
—Hola, Ana —dice, sonriendo como un idiota.
Página 96
—Hola, Elliot. —Ella sonríe ampliamente.
De acuerdo, esto se está volviendo insoportable.
—Elliot, tenemos que irnos. —Y aparta tus manos de ella.
—Claro —dice, liberando a Ana, pero agarrando a Kavanagh y haciendo un indecoroso espectáculo al besarla.
Oh, por el amor de Dios.
Ana está incomoda al observarlos. No la culpo, pero, cuando se gira hacia mí, tiene una especulativa mirada entrecerrando sus ojos.
¿Qué está pensando?
—Nos vemos luego, nena —murmura Elliot, babeando por Kavanagh.
Amigo, muestra algo de dignidad, por el amor de Dios.
Los ojos reprochadores de Ana están sobre mí y, por un momento, no sé si es por el lascivo despliegue de Elliot y Kate o…
¡¡Infiernos!! Esto es lo que ella quiere. Ser cortejada y enamorada.
Yo no soy romántico, cariño.
Un mechón de su cabello ha quedado libre y, sin pensarlo, lo pongo tras su oreja. Ella inclina su cabeza hacia mis dedos, el tierno gesto sorprendiéndome. Mi pulgar roza su suave labio inferior, que me gustaría besar de nuevo. Pero, no puedo. No hasta que tenga su consentimiento.
—Nos vemos luego, nena —susurro, y su rostro se suaviza con una sonrisa—. Pasaré a buscarte a las ocho. —Sin ganas, me doy vuelta y abro la puerta, Elliot viene detrás de mí.
—Hombre, necesito dormir un poco —dice Elliot, tan pronto como estamos en el auto—. Esa mujer es voraz.
—De verdad… —Mi voz gotea sarcasmo. La última cosa que quiero es un reporte paso a paso de su asignación.
—¿Qué hay de ti, pez gordo? ¿Te quitó la virginidad?
La muestro una mirada de ―jódete‖ de reojo.
Página 97
Elliot se ríe.
—Hombre, eres un hijo de perra muy estirado. —Se pone su gorra de los Sounders sobre la cara y se acomoda en su asiento para tomar una siesta.
Subo el volumen de la música.
¡Duerme con eso, Lelliot!
Sí. Envidio a mi hermano: su facilidad con las mujeres, su habilidad para dormir… y el hecho de que no es el hijo de una perra.
~ * ~
La revisión de antecedentes de José Luis Rodriguez revela una multa por posesión de marihuana. No hay nada en sus expedientes judiciales que tenga que ver con acoso sexual. Quizá la noche anterior habría obtenido el primero si yo no hubiera intervenido. ¿Y el pequeño capullo fuma hierba? Espero que no fume cerca de Ana y espero que ella tampoco fume, punto.
Al abrir el correo electrónico de Andrea, envío el acuerdo de confidencialidad a la impresora en mi estudio en casa, en el Escala. Ana necesitará firmarlo antes de que le muestre mi cuarto de juegos. Y, en un momento de debilidad, arrogancia, o quizá optimismo sin precedentes —no sé cuál de todas—, escribo su nombre y dirección en mi contrato estándar para Dominante/Sumisa y envío a imprimir eso también.
Hay un golpe en la puerta.
—Hola, pez gordo. Vamos de excursión —dice Elliot al otro lado.
Ah… el niño ha despertado de su siesta.
~ * ~
El aroma a pino, tierra húmeda y primavera tardía es como bálsamo para mis sentidos. El olor me recuerda a aquellos embriagadores días de mi infancia, corriendo por un bosque con Elliot y mi hermana Mia bajo los observadores ojos de nuestros padres adoptivos. La calma, el espacio, la liberad… el crujir de agujas de pino secas bajo nuestros pies.
Aquí en las grandiosas afueras yo podía olvidar.
Página 98
Este era un refugio para mis pesadillas.
Elliot parlotea, necesitando solo mi ocasional gruñido para seguir hablando. Mientras nos abrimos paso por el camino empedrado del Willamette, mi mente divaga hacia Anastasia. Por primera vez en un largo tiempo, tengo una dulce sensación de anticipación. Estoy emocionado.
¿Aceptará mi propuesta?
La imagino durmiendo a mi lado, suave y pequeña… y mi polla se retuerce con expectación. Podría haberla despertado y follado en ese momento…. Qué novedad habría sido.
La follaré cuando sea el momento.
La follaré atada y con su brillante boca tapada.
~ * ~
Clayton’s está en calma. El último cliente se fue hace cinco minutos. Y estoy esperando, de nuevo, golpeteando mis dedos contra mis muslos. La paciencia no es mi fuerte. Incluso la larga caminata con Elliot el día de hoy no ha podido amainar mi inquietud. Él está cenando con Kate está noche en el Heathman. Dos citas en noches consecutivas no son su estilo usual.
De repente, las luces fluorescentes dentro de la tienda destellan, la puerta se abre y Ana sale a la tranquila noche de Portland. Mi corazón empieza a martillear. Esto es: o el principio de una nueva relación, o el principio del final. Ella se despide con la mano de un joven que la acompaña. No es el mismo hombre que conocí la última vez que estuve aquí, es alguien nuevo. Él la observa caminar hacia el auto, sus ojos en su trasero. Taylor me distrae al hacer un movimiento para salir del auto, pero lo detengo. Esto es mío. Cuando salgo del auto sosteniendo la puerta abierta para ella, el nuevo tipo está cerrando la tienda y ya no se come con los ojos la señorita Steele.
Sus labios se curvan en una tímida sonrisa mientras se acerca, su cabello en una desenvuelta cola de caballo que danza con la brisa nocturna.
—Buenas noches, señorita Steele.
—Señor Grey —dice. Está vestida con jeans negros… Jeans, de nuevo. Saluda a Taylor cuando se sienta en el asiento trasero del auto.
Página 99
Una vez que estoy a su lado, agarro su mano, mientras Taylor conduce hacia el camino vacío y se dirige al helipuerto de Portland.
—¿Cómo ha ido el trabajo? —pregunto, disfrutando la sensación de su mano sobre la mía.
—Interminable —dice, su voz ronca.
—Sí, a mí también se me ha hecho muy largo.
¡Ha sido todo un infierno esperar el último par de horas!
—¿Qué has hecho? —pregunta.
—Fui de excursión con Elliot. —Su mano es cálida y suave. Ella mira a nuestros dedos entrelazados y yo acaricio sus nudillos con mi pulgar una y otra vez. Su respiración se detiene y sus ojos encuentran los míos. En ellos, veo su anhelo y deseo… y su sensación de anticipación. Solo espero que acepte mi propuesta.
Afortunadamente, el camino al helipuerto es corto. Cuando salimos del auto, tomo su mano de nuevo. Parece un poco perpleja.
Ah. Debe estarse preguntando dónde estará el helicóptero.
—¿Preparada? —pregunto. Ella asiente y la conduzco al edificio, hacia el ascensor. Ella me muestra una rápida mirada cómplice.
Está recordando el beso de esta mañana, pero… yo también.
—Son solo tres pisos —murmuro.
Cuando entramos, tomo una nota mental de follarla en un ascensor algún día. Eso, si accede a mi trato.
En el techo, Charlie Tango, recién llegado de Boeing Field, está preparado y listo para volar, aunque no hay señal de Stephan, quien lo trajo aquí. Pero Joe, quien dirige el helipuerto de Portland, está en la oficina. Me saluda cuando lo veo. Es mayor que mi abuelo, y lo que no sabe sobre volar no vale la pena saberlo; voló Sikorskys en Corea para una evacuación de emergencia y, amigo, sí que tiene buenas historias que te ponen los pelos de punta.
—Aquí tiene su plan de vuelo, señor Grey —dice Joe, su voz grave revelando su edad—. Lo hemos revisado todo. Está listo, esperándole, señor. Puede despegar cuando quiera.
Página 100
—Gracias, Joe.
Una rápida mirada Ana me dice que está emocionada… y también yo. Esta es una novedad.
—Vamos. —Con su mano en la mía una vez más, conduzco a Ana sobre el helipuerto hacia Charlie Tango. El Eurocóptero más seguro en su clase y todo un deleite para volar. Es mi orgullo y alegría. Sostengo la puerta abierta para Ana; ella se sube y yo voy detrás de ella.
—Por aquí —ordeno, señalando hacia el asiento del pasajero en la parte de adelante—. Siéntate. Y no toques nada. —Estoy maravillado cuando hace lo que le he dicho.
Una vez en su asiento, examina el despliegue de instrumentos con una mezcla de asombro y entusiasmo. Inclinándome a su lado, la aseguro con el cinturón de seguridad, intentando no imaginarla desnuda mientras lo hago. Me tomo un poco más del tiempo necesario porque esta puede ser mi última oportunidad de estar así de cerca de ella, mi última oportunidad de inhalar su dulce y provocativo aroma. Una vez que sepa sobre mis predilecciones, puede que salga corriendo… por otro lado, puede que acoja el estilo de vida. Las posibilidades que esto acarrea en mi mente son casi abrumadoras. Ella me está observando atentamente, está tan cerca… tan adorable. Aprieto la última cinta. No irá a ningún lado. No por una hora, al menos.
Reprimiendo mi animosidad, susurro:
—Estás segura. No puedes escaparte. —Inhala fuertemente—. Respira, Anastasia —añado, y acaricio su mejilla. Sosteniendo su barbilla, me inclino y la beso rápidamente—. Me gusta este arnés —murmuro. Quiero decirle que tengo otros, en cuero, en los cuales me gustaría verla atada y suspendida en el techo. Pero, me comporto, me siento y me abrocho el cinturón.
—Ponte los cascos. —Señalo a los auriculares frente a Ana—. Estoy haciendo todas las comprobaciones previas al vuelo. —Todos los instrumentos lucen bien. Presiono el acelerador a 1500 rpm, el transponedor a estado de espera y enciendo las luces. Todo está listo y preparado para volar. .
—¿Sabes lo que haces? —pregunta maravillada. Le informo que he sido un piloto calificado por cuatro años. Su sonrisa es contagiosa.
Página 101
—Estás a salvo conmigo —la tranquilizo, y añado—: Bueno, mientras estemos volando. —Le guiño el ojo, ella sonríe y me encuentro deslumbrado.
—¿Lista? —pregunto, y no puedo creer realmente lo emocionado que estoy de tenerla aquí a mi lado.
Asiente con la cabeza.
Hablo a la torre, están despiertos, y acelero a 2000 rpm. Una vez que nos dan vía libre, hago las revisiones finales. La temperatura del aceite está a 104. Bien. Incremento la presión de la válvula de admisión a 14, el motor a 2500 rpm, y empujo el acelerador. Y como la elegante ave que es… Charlie Tango se eleva en el aire.
Anastasia jadea mientras el piso desaparece bajo nosotros, pero no habla, embelesada por las luces nocturnas de Portland. Pronto, estamos sumidos en la oscuridad; la única luz emana de los instrumentos frente a nosotros. El rostro de Ana está iluminado por el brillo rojo y verde mientras mira la noche.
—Inquietante, ¿verdad?
Aunque, no lo creo. Para mí, es un alivio. Nada puede hacerme daño aquí.
Estoy a salvo y escondido en la oscuridad.
—¿Cómo sabes que vas en la dirección correcta? —pregunta Ana.
—Aquí —señalo al panel. No quiero aburrirla hablando de reglas instrumentales de vuelo, pero el hecho es que todo el equipamiento frente a mí nos guía hacia nuestro destino: el indicador de inclinación, el altímetro, el VSI y, por supuesto, el GPS. Le cuento sobre Charlie Tango y cómo es que está equipado para volar de noche.
Ana me mira, maravillada.
—En mi edificio hay un helipuerto. Allí nos dirigimos.
Miro de vuelta al panel, revisando los datos. Esto es lo amo: el control, mi seguridad y bienestar recayendo en mi dominio de la tecnología frente a mí.
Página 102
—Cuando vuelas de noche, no ves nada. Tienes que confiar en los aparatos —le digo.
—¿Cuánto durará el vuelo? —pregunta, un poco jadeante.
—Menos de una hora… tenemos el viento a favor. —La miro de nuevo—. ¿Estás bien, Anastasia?
—Sí —dice, su voz raramente abrupta.
¿Está nerviosa? O quizá está lamentando su decisión de estar aquí conmigo. El pensamiento es desconcertante. No me ha dado una oportunidad. Me encuentro distraído por el control de tráfico aéreo por un momento. Luego, cuando despejamos, veo a Seattle en la distancia, un farol centellando en la oscuridad.
—Mira. Aquello es Seattle. —Dirijo la atención de Ana hacia las brillantes luces.
—¿Siempre impresionas así a las mujeres? ―¿Ven a dar una vuelta en mi helicóptero?‖
—Nunca he subido a una mujer al helicóptero, Anastasia. También esto es una novedad. ¿Estás impresionada?
—Me siento sobrecogida, Christian —susurra.
—¿Sobrecogida? —Mi sonrisa es espontánea. Y recuerdo a Grace, mi madre, acariciando mi cabello mientras yo leía en voz alta El una vez y futuro rey.
―Christian, eso es maravilloso. Estoy sobrecogida, cariño.”
Yo tenía siete años y apenas había comenzado a hablar.
—Lo haces todo… tan bien —continúa Ana.
—Gracias, señorita Steele. —Mi cara se calienta por el placer de su inesperado elogio. Espero que no lo note.
—Está claro que te divierte —dice un rato después.
—¿Qué cosa?
—Volar.
Página 103
—Exige control y concentración. —Dos cualidades que disfruto mucho—. ¿Cómo no iba a encantarme? Aunque lo que más me gusta es planear.
—¿Planear?
—Sí. Vuelo sin motor. Planeadores y helicópteros. Piloto las dos cosas.
¿Tal vez debería llevarla a planear?
Te estás adelantando, Grey.
¿Y desde cuando llevas a alguien a planear?
¿Desde cuándo traigo a alguien a volar en Charlie Tango?
El cuerpo de entrenamiento aéreo me reconcentra en el camino de vuelo, deteniendo mis pensamientos mientras nos acercamos a las afueras de Seattle. Estamos cerca. Y yo estoy más cerca de saber si esto es un sueño imposible o no. Ana está mirando por la ventana, embelesada.
No puedo apartar mis ojos de ella.
Por favor, di que sí.
—Es bonito, ¿verdad? —pregunto, para que se gire y pueda ver su rostro. Lo hace, con una enorme sonrisa que me endurece la polla—. Llegaremos en unos minutos —añado.
Repentinamente, la atmósfera en la cabina cambia y tengo una consciencia más aguda de ella. Respirando profundamente, inhalo su aroma y siento la anticipación. La de Ana. La mía.
Mientras descendemos, llevo a Charlie Tango a través del área del centro hacia el Escala, mi hogar, y el ritmo de mi corazón se acelera. Ana empieza a inquietarse. También está nerviosa. Espero que no salga corriendo.
Cuando el helipuerto aparece a la vista, tomo otro profundo aliento.
Aquí vamos.
Aterrizamos suavemente y apago, observando las hojas del rotor ralentizar y detenerse. Todo lo que podemos oír es el siseo de la estática
Página 104
en nuestros auriculares mientras estamos sentados en silencio. Me quito los cascos, luego le quito a Ana los suyos.
—Hemos llegado —digo silenciosamente. Su rostro es pálido al brillo de las luces de aterrizaje, sus ojos iluminados.
Buen Dios, es hermosa.
Me desabrocho el arnés y me estiro para hacerlo con el suyo.
Me mira de soslayo. Confiada. Joven. Dulce. Su delicioso aroma es casi mi ruina.
¿Puedo hacer esto con ella?
Es una adulta.
Puede tomar sus propias decisiones.
Y quiero que me mire de esta manera una vez que me conozca… que sepa de lo que soy capaz.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Lo sabes, ¿verdad? —Ella debe entender esto. Quiero su sumisión pero, más que eso, quiero su consentimiento.
—Nunca haría nada que no quisiera hacer, Christian. —Suena sincera y quiero creerle. Con aquellas tranquilizadoras palabras haciendo eco en mi cabeza, me bajo y abro la puerta, luego salto hacia el helipuerto. Tomo su mano mientras sale del helicóptero. El viento hace revolotear su cabello alrededor de su cara y luce ansiosa. No sé si es porque está aquí conmigo, sola, o porque estamos a treinta pisos de altura. Sé que es una sensación vertiginosa estar aquí arriba.
—Vamos. —Envolviendo mi brazo alrededor de ella para escudarla del viento, la guío hacia el ascensor.
Ambos estamos silenciosos mientras hacemos nuestro corto paseo hacia el pent-house. Ella usa una camisa verde pálido bajo su chaqueta negra. Le queda bien. Tomo una nota mental de incluir azules y verdes en la ropa que le daré si accede a mis términos. Debería estar mejor vestida. Sus ojos encuentran los míos en los espejos del ascensor cuando las puertas se abren en mi apartamento.
Me sigue a través del vestíbulo, por el corredor y hacia la sala.
Página 105
—¿Me das la chaqueta? —pregunta. Ana sacude la cabeza y aprieta las solapas para enfatizar que quiere quedarse con su chaqueta puesta.
De acuerdo.
—¿Quieres tomar una copa? —Intento un acercamiento diferente y decido que necesito beber para estabilizar mis nervios.
¿Por qué estoy tan nervioso?
Porque la deseo...
—Voy a tomar una copa de vino blanco. ¿Quieres una?
—Sí, por favor —dice ella.
En la cocina, me quito la chaqueta y abro el enfriador de vinos. Un sauvignon blanc sería un buen rompehielos. Sacando un útil Pouilly-Fumé, veo a Ana aparecer a través de las puertas del balcón a la vista. Cuando se da vuelta y camina hacia la cocina, me pregunto si estaría feliz con el vino que he seleccionado.
—No sé nada sobre vinos, Christian. Estoy segura de que será perfecto. —Ella suena tenue.
Mierda. Esto no va bien. ¿Está abrumada? ¿Eso es todo?
Vierto dos copas y camino hacia donde permanece de pie en medio de mi sala de estar, viéndose como un cordero directo a ser sacrificado. Se ha ido la mujer despampanante. Parece perdida.
Como yo...
—Toma. —Le entrego la copa, y ella inmediatamente toma un sorbo, cerrando los ojos ante la obvia apreciación del vino. Cuando baja la copa, sus labios están húmedos.
Buena elección, Grey.
—Estás muy callada, y ni siquiera te has puesto roja. De hecho, creo que nunca te había visto tan pálida, Anastasia. ¿Tienes hambre?
Ella niega con la cabeza y toma otro sorbo. Tal vez también está necesitada de un poco de coraje líquido.
—Qué casa tan grande —dice, con voz tímida.
Página 106
—¿Grande?
—Grande.
—Es grande. —No hay discusión con eso; es de más de diez mil pies cuadrados.
—¿Tocas? —Ella ve hacia el piano.
—Sí.
—¿Bien?
—Sí.
—Por supuesto que sí. ¿Hay algo que no puedas hacer bien?
—Sí... un par de cosas.
Cocinar.
Contar chistes.
Tener una conversación libre y fácil con una mujer que me atrae.
Ser tocado...
—¿Quieres sentarte? —Gesticulo hacia el sofá. Un enérgico asentimiento me dice que quiere. Tomando su mano, la llevo allí, y ella se sienta, dándome una mirada pícara.
—¿Qué es tan divertido? —pregunto, mientras tomo asiento a su lado.
—¿Por qué me regalaste precisamenteTess,la de los d'Urberville?
Oh. ¿A dónde está yendo esto?
—Bueno, me dijiste que te gustaba Thomas Hardy.
—¿Es esa la única razón?
No quiero decirle que tiene mi primera edición, y que esa era una mejor opción que Jude el Oscuro.
—Me pareció apropiado. Yo podría llevarte a alcanzar cierto ideal muy imposible de lograr como Angel Clare, o corromperte del todo como Alec d'Urberville. —Mi respuesta es lo suficientemente veraz y
Página 107
tiene una cierta ironía en la misma. Lo que voy a proponer, sospecho, será muy lejos de sus expectativas.
—Si solo hay dos opciones, elijo la corrupción —susurra.
Maldita Sea. ¿No es eso lo que quieres, Grey?
—Anastasia, deje de morderte el labio, por favor. Me estás distrayendo. No sabes lo que estás diciendo.
—Es por eso que estoy aquí —dice ella, sus dientes dejando pequeñas hendiduras en el labio inferior húmedo con vino.
Y ahí está ella: desarmada una vez más, sorprendiéndome a cada paso. Mi pene está de acuerdo.
Estamos cortando por lo sano en este acuerdo, pero antes de explorar los detalles, necesitamos que firme el ADC. Me excuso y me dirijo a mi estudio. El contrato y el ADC están listos en la impresora. Dejando el contrato sobre mi escritorio —no sé si alguna vez lleguemos a eso—, engrapo el ADC y regreso con Ana.
—Este es un acuerdo de confidencialidad. —Lo pongo en la mesa de café en frente de ella. Se ve confundida y sorprendida—. Mi abogado insiste en eso —agrego—. Si eliges la opción dos, corrupción, tendrás que firmar esto.
—¿Y si no quiero firmar nada?
—Entonces te quedas con los altos ideales de Ángel Clare, bien, la mayor parte del libro de todos modos. —Y no voy a ser capaz de tocarte. Te enviaré a casa con Stephan, y haré mi mejor esfuerzo para olvidarte. Mis hongos para la ansiedad; este acuerdo podría enviar todo a la mierda.
—¿Qué implica este acuerdo?
—Implica que no puedes revelar nada de lo que suceda entre nosotros. Nada a nadie.
Ella busca en mi cara y no sé si está confundida o disgustada.
Esto podría ir en cualquier dirección.
—De acuerdo. Firmaré —dice ella.
Página 108
Bueno, eso fue fácil. Le entrego mi Mont Blanc y coloca la pluma en la línea de la firma.
—¿Ni siquiera vas a leerlo? —pregunto, repentinamente molesto.
—No.
—Anastasia, debes leer siempre todo lo que firmes. —¿Cómo puede ser tan tonta? ¿Acaso sus padres no le enseñaron nada?
—Christian, lo que no puedes entender es que no hablaría de nosotros en ningún caso con nadie. Ni siquiera con Kate. Así que da lo mismo si firmo un acuerdo o no. Si significa tanto para ti, o tu abogado, con quien tú obviamente hablas de mí, entonces está bien. Firmaré.
Tiene una respuesta para todo. Es refrescante.
—Buena puntualización, señorita Steele —digo secamente.
Con una rápida mirada de desaprobación, firma.
Y antes de que pueda comenzar mi discurso, me pregunta:
—¿Quiere decir eso que vas a hacerme el amor esta noche, Christian?
¿Qué?
¿Yo?
¿Hacer el amor?
Oh, Grey, vamos a desengañarla inmediatamente.
—No, Anastasia, no quiere decir eso. En primer lugar, yo no hago el amor. Yo follo… duro.
Ella jadea. Eso la hizo pensar.
—En segundo lugar, tenemos mucho más papeleo que arreglar. Y en tercer lugar, todavía no sabes de lo que se trata. Todavía podrías salir corriendo.Ven, quiero mostrarte mi cuarto de juegos.
Está perpleja, una pequeña v formándose entre sus cejas.
—¿Quieres jugar con tu Xbox?
Me río a carcajadas.
Página 109
Oh, nena.
—No, Anastasia, ni con el Xbox, ni el PlayStation. Ven. —De pie, le ofrezco mi mano, que toma de buena gana. La dirijo al pasillo y hacia arriba por las escaleras, donde me detengo en la puerta de mi cuarto de juegos, mi corazón martillando en mi pecho.
Esto es. Matar o morir. ¿Alguna vez he estado tan nervioso? Al darme cuenta que mis deseos dependen de girar esta llave, abro la puerta, y en ese momento necesito tranquilizarla.
—Puedes irte en cualquier momento. El helicóptero está listo, esperando para llevarte a donde quieras ir; puedes pasar la noche aquí y volver a tú casa por la mañana. Lo que decidas, está bien.
—Abre la maldita puerta de una vez, Christian —dice con una expresión testaruda y con sus brazos cruzados.
Esta es una encrucijada. No quiero que corra. Pero nunca me he sentido así de expuesto. Incluso en manos de Elena... y sé que es porque ella no sabe nada sobre éste estilo de vida.
Abro la puerta y la sigo dentro mi cuarto de juegos.
Mi lugar seguro.
El único lugar en el que realmente soy yo mismo.
Ana se encuentra en medio del cuarto, estudiando toda la parafernalia que es una parte tan importante de mi vida: los látigos, los bastones, la cama, la banca... Está en silencio, observando todo, y todo lo que escucho es el latido ensordecedor de mi corazón mientas la sangre se precipita más allá de mis tímpanos.
Ahora ya lo sabes.
Este soy yo.
Ella se da vuelta y me muestra una mirada penetrante mientras espero a que diga algo, pero prolonga mi agonía y camina más en la habitación, obligándome a seguirla.
Sus dedos se arrastran sobre un látigo de gamuza, uno de mis favoritos. Le digo cómo se llama, pero ella no responde. Se acerca a la cama, con las manos explorando, sus dedos corriendo sobre uno de los pilares tallados.
Página 110
—Di algo —le pido. Su silencio es insoportable. Necesito saber si está de acuerdo.
—¿Haces esto a la gente o te lo hacen a ti?
¡Por fin!
—¿A la gente? —Quiero resoplar—. Hago esto a mujeres que quieren que se lo haga.
Está dispuesta a dialogar. Hay esperanza.
Ella frunce el ceño.
—Si tienes voluntarias dispuestas, ¿por qué estoy aquí?
—Porque quiero hacer esto contigo, lo deseo. —Visiones de ella atada en diversas posiciones alrededor del cuarto abruman a mi imaginación; en la cruz, en la cama, sobre la banca...
—Oh —dice, y se pasea por la banca. Mis ojos se sienten atraídos por sus dedos inquisitivos acariciando el cuero. Su toque es curioso, lento y sensual; ¿siquiera es consciente de eso?
—¿Eres un sádico? —dice, sobresaltándome.
Mierda. Ella me ve.
—Soy un Amo —digo rápidamente, esperando cambiar de conversación.
—¿Qué significa eso? —interroga, sorprendida, creo.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
—¿Por qué haría eso?
—Para complacerme —le susurro. Esto es lo que necesito de ti—. En términos muy simples, quiero que quieras complacerme.
—¿Cómo puedo hacer eso? —Suspira.
—Tengo reglas, y quiero que cumplas con ellas. Son para tu beneficio y para mi placer. Si sigues estas reglas para complacerme, te recompensaré. Si no lo haces, deberé castigarte, y aprenderás.
Y no puedo esperar para entrenarte. En todos los sentidos.
Página 111
Se queda mirando a los bastones detrás de la banca.
—Y, ¿en qué momento entra todo esto en juego? —Ondea con la mano a sus alrededores.
—Todo esto es parte del paquete de incentivos. Tanto la recompensa, como el castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
Al clavo, Señorita Steele.
—Se trata de ganar tu confianza y tu respeto, de esa manera me dejarás ejercer mi voluntad sobre ti. —Necesito tu permiso, nena—. Ganaré una gran cantidad de placer, incluso alegría, en tu sumisión. Cuanto más te sometas, mayor es mi alegría, es una ecuación muy simple.
—De acuerdo, ¿y que gano yo con todo esto?
—A mí. —Me encojo de hombros. Eso es, nena. Solo a mí. Todo de mí. Y tú también encontrarás placer...
Sus ojos se abren fraccionadamente mientas me mira fijamente, sin decir nada. Es exasperante.
—Anastasia, no hay manera de saber lo que piensas. Volvamos abajo, así podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.
Le extiendo mi mano y, por primera vez,ella ve de mi mano a mi cara, indecisa.
Mierda.
La he asustado.
—No voy a hacerte daño, Anastasia.
Tentativamente pone su mano en la mía. Estoy eufórico. Ella no ha huido.
Aliviado, decido mostrarle el dormitorio de la sumisa.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas. —La llevo por el pasillo—. Esta será tu habitación. Puedes decorarla como gustes, tener lo que quieras aquí.
Página 112
—¿Mi habitación? ¿Estás esperando que me mude aquí? —chirría con incredulidad.
Bueno. Tal vez debería haber dejado esto para más tarde.
—A vivir no —le aseguro—. Solo, digamos, de la noche del viernes a domingo. Tenemos que hablar de todo eso. Negociar. Si deseas hacer esto.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Te lo dije, no duermo con nadie, solo contigo te has emborrachado hasta perder el sentido
—¿Dónde duermes?
—Mi habitación está bajando las escaletas. Vamos, debes tener hambre.
—Extrañamente, me parece que he perdido el apetito —declara, con su obstinada expresión familiar.
—Anastasia, tienes que comer.
Sus hábitos alimenticios serán una de las primeras cuestiones que trabajaré si ella está de acuerdo en ser mía... eso, y su inquietud.
¡Deja de adelantarte a los hechos, Grey!
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, Anastasia, y por eso quiero de verdad que te lo pienses bien.
Ella me sigue abajo a la sala una vez más.
—Seguro que tienes cosas que preguntarme. Has firmado el acuerdo de confidencialidad, así que puedes preguntarme lo que quieras y te contestaré.
Si esto va a funcionar, ella va a tener que comunicarse. En la cocina, abro el refrigerador y encuentro un gran plato de queso y algunas uvas. Gail no esperaba que tuviera compañía, y esto no es suficiente... Me pregunto si debo pedir un poco de comida a domicilio. ¿O tal vez salir con ella?
Página 113
Como en una cita.
Otra cita.
No quiero generar altas expectativas como esas.
No tengo citas.
Solo con ella...
El pensamiento es irritante. Hay baguette en la canasta de pan. Pan y queso tendrán que ser. Además, ella dice que no tiene hambre.
—Siéntate. —Señalo uno de los taburetes y Ana se sienta y me da una mirada fija a los ojos.
—Has hablado de papeleo —dice ella.
—Sí.
—¿Que papeleo?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, un contrato estipulando lo que haremos y lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tútienes que saber cuáles son los míos. Se trata de un consenso, Anastasia.
—¿Y si no quiero hacer esto?
Mierda.
—Eso está bien —miento.
—Pero, ¿no tendríamos ningún tipo de relación?
—No.
—¿Por qué?
—Este es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
—Esta es la manera que soy.
—¿Cómo llegaste a ser de esta manera?
—¿Por qué cualquiera es de la manera en que es? Eso es un poco difícil de contestar. ¿Por qué a algunas personas les gusta el queso y otras personas lo odian? ¿Te gusta el queso? La Sra. Jones, mi ama de
Página 114
llaves, ha dejado esto para una cena tardía. —Pongo el plato delante de ella.
—¿Cuáles son las reglas que tengo que seguir?
—Las tengo por escrito. Las veremos una vez que hayamos comido.
—Realmente no tengo hambre —susurra.
—Comerás.
La mirada que me da es desafiante.
—¿Quieres otra copa de vino? —pregunto, como ofrenda de paz.
—Sí, por favor.
Vierto el vino en su copa y me siento a su lado.
—Te sentará bien alimentarte, Anastasia.
Toma unas cuantas uvas.
¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
—¿Hace mucho que estás metido en esto? —pregunta.
—Sí.
—¿Es fácil encontrar mujeres que quieran hacer esto?
Oh, si supieras.
—Te sorprenderías. —Mi tono es irónico.
—Entonces, ¿por qué yo? Realmente no entiendo. —Ella está totalmente desconcertada.
Nena, eres hermosa. ¿Por qué no iba a querer hacer esto contigo?
—Anastasia, te he dicho. Hay algo acerca de ti. No puedo dejarte en paz. Soy como una polilla atraída por la luz. Te deseo demasiado, sobre todo ahora, cuando te estás mordiendo el labio de nuevo.
Página 115
—Creo que tienes ese cliché al revés, del lado equivocado —dice en voz baja, y esa es una confesión inquietante.
—¡Come! —ordeno, para cambiar de tema.
—No. No he firmado nada todavía, así que creo que abusaré de mi libre albedrío por un tiempo más, si eso está bien contigo.
Oh... su boca inteligente.
—Como quiera, señorita Steele. —Y oculto mi sonrisa.
—¿Cuántas mujeres? —pregunta, y revienta una uva dentro de esa boca.
—Quince. —Tengo que mirar hacia otro lado.
—¿Durante largos períodos de tiempo?
—Algunas sí.
—¿Alguna vez has herido a alguna?
—Sí.
—¿Grave?
—No. —Dawn estaba bien, aunque un poco sacudida por la experiencia. Y, para ser honesto, yo también lo estaba.
—¿Me harás daño a mí?
—¿Qué quieres decir?
—Físicamente, ¿quieres hacerme daño?
Solo lo que puedas soportar.
—Te castigaré cuando lo necesites, y será doloroso.
Por ejemplo, cuando te emborraches y te pongas en riesgo.
—¿Alguna vez te han golpeado? —pregunta.
—Sí.
Muchas, muchas veces. Elena era diabólicamente hábil con un bastón. Es el único contacto que podía tolerar.
Página 116
Sus ojos se abren ampliamente y pone las uvas sin comer en su plato y toma otro sorbo de vino. Su falta de apetito es irritante y está afectando el mío. Tal vez debería hacerle frente y mostrarle las reglas.
—Vamos a discutir esto en mi estudio. Quiero mostrarte algo.
Ella me sigue y se sienta en la silla de cuero frente a mi escritorio mientras me apoyo contra él con los brazos cruzados.
Esto es lo que quiere saber. Es una bendición que esté curiosa, ella no ha corrido todavía. Dado que el contrato descansa sobre mi escritorio, tomo una de las páginas y se la doy.
—Estas son las normas. Podemos cambiarlas. Forman parte del contrato, que también te daré. Léelas y las comentamos.
Sus ojos escanean la página.
—¿Límites infranqueables? —pregunta.
—Sí. Lo que no harás, lo que no haré, tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte algo de ropa. Es posible que necesite que me acompañes a los eventos.
Grey, ¿qué estás diciendo? Esta sería una primera vez.
—Y quiero que vistas bien. Estoy seguro de que tu salario, cuando consigas un trabajo, no cubrirá el tipo de ropa que me gustaría que uses.
—¿No tengo que usarla cuando no esté contigo?
—No.
—De acuerdo. No quiero hacer ejercicio cuatro veces a la semana.
—Anastasia, te necesito flexible, fuerte y con resistencia. Confía en mí, tienes que ejercitarte.
—Pero seguramente no cuatro veces a la semana. ¿Qué tal tres?
—Quiero que sean cuatro.
Página 117
—¿Pensé que esto era una negociación?
Una vez más, ella está desarmándome, restregándome mi mierda.
—Muy bien, Señorita Steele, otro punto bien anotado. ¿Qué te parece una hora tres días por semana, y media hora otro día?
—Tres días, tres horas. Tengo la impresión de que vas a mantenerme ejercitada cuando esté aquí.
Oh, eso espero.
—Sí, lo haré. Bien, estoy de acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa? Eres buena negociando.
—No, no creo que esa sea una buena idea.
Por supuesto que tiene razón. Y esa es mi regla número uno: Nunca follar con el personal.
—Así que, los límites. Estos son los míos. —Le entrego la lista.
Esto es, todo o nada. Conozco mis límites de memoria, y mentalmente marco la casilla de la lista mientras la veo leer. Su cara se pone más y más pálida mientras se acerca al final.
Maldita sea, espero que esto no la asuste demasiado.
La deseo. Quiero su sumisión... demasiado. Ella traga, mirando nerviosamente hacia mí. ¿Cómo puedo convencerla de intentarlo? Debería tranquilizarla, demostrarle que soy capaz de cuidarla.
—¿Hay algo que te gustaría agregar?
En el fondo, espero que no agregue nada. Quiero carta abierta con ella. Me mira, todavía sin palabras. Es irritante. No estoy acostumbrado a esperar por respuestas.
—¿Hay algo que no quieras hacer? —La apresuro.
—No lo sé.
No es la respuesta que estaba esperando.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes?
Página 118
Ella se mueve en su asiento, luciendo incómoda, sus dientes jugando con su labio inferior. Una vez más.
—Nunca he hecho algo como esto.
Infiernos, por supuesto que no.
Paciencia, Grey. Por el amor de Dios. Le has lanzado una gran cantidad de información. Continúo con mi suave enfoque. Esto es nuevo.
—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?—Y me acuerdo del fotógrafo hurgando todo sobre ella ayer.
Ella destella y mi interés se despierta. ¿Qué ha hecho que no le gustó? ¿Es aventurera en la cama? Parece tan… inocente. Normalmente, eso no me parece atractivo.
—Puedes decírmelo, Anastasia. Si no somos sinceros, no va a funcionar.—Realmente tengo que animarla a relajarse, ni siquiera hablará acerca del sexo. Se retuerce de nuevo y mira fijamente a sus dedos.
Vamos, Ana.
—Dime —ordeno. Dulce Señor, ella es frustrante.
—Bueno… nunca he tenido relaciones sexuales, así que no sé —susurra.
La tierra deja de girar.
Maldita sea, no creo eso.
¿Cómo?
¿Por qué?
¡Mierda!
—¿Nunca? —Estoy incrédulo.
Ella niega con la cabeza, con los ojos muy abiertos.
—¿Eres virgen? —Yo no lo creo.
Asiente, avergonzada. Cierro los ojos. No puedo mirarla.
¿Cómo demonios se puso esto tan complicado?
Página 119
La ira se precipita a través de mí. ¿Qué puedo hacer con una virgen? Miro hacia ella mientras la furia surge a través de mi cuerpo.
—¿Por qué mierda no me lo dijiste? —gruño, y empiezo a pasear en mi estudio. ¿Qué quiero con una virgen? Ella se encoge de hombros como disculpándose, ante la pérdida de palabras.
—No entiendo por qué no me lo dijiste. —La desesperación es evidente en mi voz.
—El tema nunca se presentó —dice—. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además… apenas nos conocemos.
Como siempre, es un punto a su favor. No puedo creer que le haya dado el recorrido a mi cuarto de juegos, gracias al cielo por el ADC.
—Bueno, ahora sabes mucho más acerca de mí —resoplo—. Sabía que eras inexperta, pero, ¡una virgen! Diablos, Ana, acabo de mostrarte...
No solo el cuarto de juegos: mis reglas, mis límites infranqueables. Ella no sabe nada. ¿Cómo podría hacer esto?
—Que Dios me perdone —murmuro en voz baja. Estoy tan perdido.
Un pensamiento sorprendente se me ocurre, nuestro primer beso en el ascensor, donde podría haberla follado justo allí y entonces, ¿fue ese su primer beso?
—¿Alguna vez te han besado, aparte de por mí? —Por favor, di que sí.
—Por supuesto. —Se ve ofendida. Sí, ha sido besada, pero no a menudo. Y por alguna razón, el pensamiento es... placentero.
—Y, algún joven agradable, ¿no se ha tirado a tus pies? Es solo que no entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós años. Eres hermosa. —¿Por qué ningún tipo la ha llevado a la cama?
Mierda, tal vez es religiosa. No, Welch lo habría descubierto. Ella mira hacia abajo a sus dedos, y creo que está sonriendo. ¿Piensa que esto es gracioso? Podría patearme a mí mismo.
Página 120
—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia?
Me faltan las palabras. ¿Cómo puede ser esto posible?
—¿Cómo has evitado el sexo? Cuéntame, por favor. —Porque no lo entiendo. Está en la universidad, y de lo que recuerdo de la universidad, todos los chicos estaban follando como conejos.
Todos ellos. Excepto yo.
El pensamiento es uno oscuro, pero lo empujo a un lado por el momento.
Ana se encoge de hombros, sus pequeños hombros levantándose ligeramente.
—Nadie realmente, ya sabes... —Ella se apaga.
¿Nadie qué? ¿Ha visto cuán atractiva eres? Nadie estuvo altura de sus expectativas, ¿y yo sí?
¿Yo?
Ella realmente no sabe nada. ¿Cómo podría ser una sumisa si no tiene ni idea sobre el sexo? Esto no va a pasar... y todo el trabajo preliminar que he hecho ha sido en vano. No puedo cerrar este trato.
—¿Por qué estás tan enojado conmigo? —susurra.
Por supuesto, ella pensaría eso. Haz esto bien, Grey.
—No estoy enojado contigo, estoy enojado conmigo mismo. Simplemente asumí… —¿Por qué infiernos estaría enojado contigo? Esto es un desastre. Paso mis manos a través de mi cabello, tratando de refrenar mi temperamento.
—¿Quieres irte? —pregunto, preocupado.
—No a menos que quieras que me vaya —dice suavemente, su voz teñida con pesar.
—Por supuesto que no. Me gusta tenerte aquí.
La afirmación me sorprende mientras la digo. Me gusta tenerla aquí. Estar con ella. Es tan… diferente. Y quiero follarla, y azotarla, y ver su piel alabastro volverse color rosa bajo mis manos. Eso está fuera de discusión ahora ¿Verdad? Quizás no el follar… quizás podría. El
Página 121
pensamiento es una revelación. Puedo llevarla a la cama. Quebrarla. Sería una nueva experiencia para ambos. ¿Querría ella? Me había preguntado antes si iba a hacerle el amor. Podría tratar, sin atarla.
Pero ella podría tocarme.
Joder. Bajo la mirada a mi reloj y noto la hora. Es tarde. Cuando vuelvo a mirarla, la visión de ella jugando con su labio inferior me excita.
Aún la deseo, a pesar de su inocencia. ¿Podría llevarla a la cama? ¿Querría ella, sabiendo lo que sabe sobre mí ahora? Infiernos, no tengo idea. ¿Debería preguntarle? Pero me está excitando, mordiendo su labio otra vez. Lo señalo y se disculpa.
—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… duro.
Su respiración se engancha.
Oh. Quizás está interesada. Sí. Vamos a hacerlo. Mi decisión está tomada.
—Ven —ofrezco, tendiendo mi mano.
—¿Qué?
—Vamos a rectificar tu situación ahora.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?
—Tu situación, Ana. Voy a hacerte el amor, ahora.
—Oh.
—Eso si tú quieres. Quiero decir, no quiero presionar a mi suerte.
—Creí que tú no hacías el amor. Creí que follabas duro —dice, su voz ronca y tan malditamente seductora, sus ojos abiertos, pupilas dilatadas. Sonrojada con el deseo. Quiere esto también.
Y una emoción totalmente inesperada se despliega en mi interior.
—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que
Página 122
venga con flores y corazones. Es un medio para llegar a un fin,pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también.
Las palabras se precipitan en un torrente.
¡Grey! ¡Contrólate!
Sus mejillas se sonrojan.
Vamos, Ana, sí o no. Estoy muriendo aquí.
—Pero no he hecho todas las cosas que requieres en tu lista de normas. —Su voz es tímida. ¿Está asustada? Espero que no. No quiero que esté asustada.
—Olvídate de las reglas. Olvida todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado desde que caíste en mi oficina, y sé que también me deseas. No estarías sentada tranquilamente aquí, discutiendo sobre castigos y límites infranqueables si no lo hicieras. Por favor, Ana, quédate conmigo esta noche.
Ofrezco mi mano otra vez, y esta vez ella la toma. La jalo a mis brazos, sosteniéndola cerca de mi cuerpo. Jadea con sorpresa y la siento contra mí. La oscuridad está tranquila, quizás sometida por mi libido. La deseo. Es tan fascinante, esta chica me confunde, a cada paso del camino. Ya he revelado mi oscuro secreto, y aun así sigue aquí; no ha huido.
Mis dedos tiran de su cabello, acercando su rostro hasta el mío, y miro en sus cautivantes ojos.
—Eres una chica muy valiente —susurro—. Me tienes fascinado.
Me inclino y la beso suavemente, entonces pruebo su labio inferior con mis dientes.
—Quiero morder este labio. —Tiro fuerte y ella gimotea. Mi miembro se endurece en respuesta—. Por favor, Ana, déjame hacerte el amor —susurro contra su boca.
—Sí —responde; y mi cuerpo se ilumina como el Cuatro de Julio.
Contrólate, Grey. No he hecho arreglos en este lugar, no he dispuesto límites. Ella no es mía para hacer lo que quiera; y aun así estoy excitado. Deseoso. Es un sentimiento poco familiar y estimulante, el
Página 123
deseo por esta mujer atravesándome. Estoy en el mismo borde de una enorme montaña rusa.
¿Polvo Vainilla?
¿Puedo hacer esto?
Sin otra palabra, la conduzco fuera de mi estudio, a través de la sala y por el corredor hacia mi habitación. Ella me sigue, su mano apretada fuertemente en la mía.
Mierda. Anticoncepción. Estoy seguro de que no está tomando la píldora… Afortunadamente, tengo condones de reserva. Al menos no tengo que preocuparme por cada tipo con el que ha dormido. La suelto cerca de la cama, caminando directo a mi cómoda, me quito mi reloj, mis zapatos y medias.
—Asumo que no estás tomando la píldora.
Sacude su cabeza.
—Eso pensé.
De la cómoda, saco un paquete de condones, dejándola saber que estoy preparado. Ella me estudia, sus ojos imposiblemente grandes en su hermoso rostro, y tengo un momento de vacilación. Se supone que este es un asunto importante para ella ¿No? Recuerdo mi primera vez con Elena, cuán vergonzoso fue… Pero qué celestial alivio. Profundamente en mi interior, sé que debería enviarla a casa. Pero la simple verdad es que no quiero que se vaya, y la deseo. Lo que es más, puedo ver el deseo reflejado en su expresión, en el oscurecimiento de sus ojos.
—¿Quieres que cierre las cortinas? —pregunto.
—No importa —dice—. Creí que no dejabas que nadie durmiera en tu cama.
—¿Quién dice que vamos a dormir?
—Oh. —Sus labios forman una pequeña y perfecta o. Mi miembro se endurece más. Sí, me gustaría follar esa boca, esa o. La acecho como si fuera mi presa. Oh, nena, quiero enterrarme en ti. Su respiración es rápida y superficial. Sus mejillas están sonrosadas… es cautelosa, pero está excitada.
Página 124
Está a mi merced, y saber eso me hace sentir poderosa. No tiene idea de lo que voy a hacerle.
—Vamos a quitar esta chaqueta ¿de acuerdo? —murmuro, y sostengo su barbilla entre mi pulgar y mi índice. Bajándola, la beso firmemente, moldeando sus labios con los míos. Devolviendo mi beso, es suave, dulce y receptiva, y tengo una sobrecogedora necesidad de verla, a toda ella. Deshago rápidamente sus botones, lentamente sacando su blusa y dejándola caer en el piso. Retrocedo para mirarla. Está llevando el sujetador azul pálido que Taylor compró.
Es impresionante.
—Oh, Ana. Tienes la más hermosa piel, pálida y perfecta. Quiero besar cada centímetro de ella.
No hay marca sobre ella. El pensamiento es inquietante. Quiero verla marcada… rosa… con pequeñas y delgadas marcas de una fusta, quizás.
Su piel se tiñe de un delicioso rosa; está avergonzada, sin duda. Sin hacer más, le enseñaré a no ser tímida con su cuerpo. La alcanzo, sacando la liga de su cabello, liberándolo. Cae exuberante y castaño alrededor de su rostro y sobre sus pechos.
—Mmm, me gustan las morenas. —Ella es encantadora, excepcional, una joya.
Sosteniendo su cabeza, paso mis dedos a través de su cabello y la jalo hacia mí, besándola. Ella gime contra mí, separando sus labios, dándome acceso a su cálida y húmeda boca. Los dulces y apreciativos sonidos hacen eco a través de mí; hasta la punta de mi miembro. Su lengua tímidamente encuentra la mía, tentativamente probando mi boca, y por alguna razón, su torpe inexperiencia es… caliente.
Su sabor es exquisito. Vino, uvas e inocencia; una potente, embriagadora mezcla de sabores. Envuelvo mis brazos más cerca de ella, aliviado de que solo se sostenga a la parte superior de mis brazos. Con una mano en su cabello, manteniéndola en su lugar, paso la otra hacia abajo por su columna hasta su trasero y la empujo contra mí, contra mi erección. Ella gime otra vez. Continúo besándola, instando a su lengua inexperta a explorar mi boca como exploro la suya. Mi cuerpo se tensa cuando mueve sus manos a mis brazos; y por un momento, me preocupa dónde me tocará la siguiente vez. Ella acaricia mi mejilla,
Página 125
entonces mi cabello. Es un poco desconcertante. Pero cuando entierra sus dedos en mi cabello, tirando suavemente…
Demonios, se siente bien.
Gimo en respuesta, pero no puedo dejar que continúe. Antes de que pueda tocarme otra vez, la empujo hacia la cama y caigo sobre mis rodillas. La quiero fuera de esos jeans, quiero desnudarla, excitarla más, y… mantener sus manos fuera de mí. Agarrando sus caderas, paso mi lengua al norte de su la cinturilla de sus jeans hacia su ombligo. Se tensa e inhala afiladamente. Joder, huele y sabe bien, como un huerto en primavera y quiero llenarla. Sus manos agarran en puños mi cabello una vez más, esta vez no me importa, de hecho, me gusta. Mordisqueo su cadera, y su agarre se aprieta en mi cabello. Sus ojos están cerrados, su boca relajada y está jadeando. Mientras subo y deshago el botón de sus jeans, abre sus ojos y nos estudiamos el uno al otro. Lentamente, bajo el cierre y muevo mis manos por su trasero. Deslizando mis manos dentro de la cintura de sus jeans, mis palmas contra las suaves mejillas de su trasero, deslizo los jeans, sacándolos.
No puedo evitarlo. Quiero sacudirla… probar sus límites justo ahora. Sin quitar mis ojos de los suyos. Deliberadamente lamo mis labios, entonces me inclino hacia adelante y paso mi nariz por el centro de sus bragas, inhalando su excitación. Cerrando mis ojos, la saboreo.
Señor, es tentadora.
—Hueles bien.
Mi voz es ronca con deseo y mis jeans se están volviendo extremadamente incómodos. Necesito quitármelos ya. Suavemente, la empujo sobre la cama y, tomando su pie derecho, hago un rápido trabajo en remover su zapatilla y su media. Para probarla, paso la uña de mi pulgar por su empeine y ella se retuerce gratificantemente en la cama, su boca abierta, mirándome, fascinada. Inclinándome, trazo mi lengua a lo largo de su empeine, y mis dientes raspan la delgada línea que mi uña ha dejado a su paso. Ella se recuesta en la cama otra vez, sus ojos cerrados, gimiendo. Es tan receptiva, es deliciosa.
—Oh, Ana, lo que podría hacerte —susurro, mientras imágenes de ella, removiéndose debajo de mí en mi salón de juegos, destella a través de mi mente, encadenada a mi cama de cuatro postes, inclinada sobre la mesa; suspendida en la cruz. Podría probarla y
Página 126
torturarla hasta que rogara por alivio… las imágenes hacen mis jeans incluso más apretados.
Infiernos.
Rápidamente quito su otro zapato y media, y saco sus jeans. Está casi desnuda sobre mi cama, su cabello enmarcado su rostro perfectamente, sus largas y pálidas piernas extendidas como una invitación ante mí. Tengo que hacer concesiones por su inexperiencia, pero está jadeando. Deseando. Sus ojos fijos en los míos.
Nunca había follado a nadie en mi cama antes. Otra primera vez con la señorita Steele.
—Eres muy hermosa, Anastasia Steele. No puedo esperar para estar en tu interior.
Mi voz es suave, quiero probarla un poco más, descubrir qué es lo que sabe.
—Muéstrame cómo te das placer —pregunto, mirándola con intención.
Ella frunce el ceño.
—No seas tímida, Ana, muéstrame.
Parte de mí desea azotar la timidez fuera de ella.
Sacude su cabeza.
—No sé a qué te refieres.
¿Está jugando conmigo?
—¿Cómo te haces venir? Quiero ver.
Ella permanece en silencio, claramente la he sorprendido otra vez.
—No lo hago —murmura finalmente, su voz sin aliento. La miro con incredulidad. Incluso yo solía masturbarme. Antes de que Elena hundiera sus garras en mí.
Ella probablemente nunca ha tenido un orgasmo; sin embargo encuentro esto difícil de creer. Vaya. Soy responsable de su primera follada y su primer orgasmo. Mejor hago que sea bueno.
Página 127
—Bien, tendremos qué ver qué podemos hacer respecto a eso.
Voy a hacerte venir como un tren de carga, nena.
Infiernos; probablemente nunca ha visto un hombre desnudo, tampoco. Si quitar mis ojos de los suyos, deshago el botón de mis jeans y los dejo caer sobre el piso, sin embargo no puedo arriesgarme a quitarme la camisa, porque ella podría tocarme.
Pero si lo hiciera ella… no podría ser tan malo ¿O sí? ¿Ser tocado?
Desvanezco el pensamiento antes de que la oscuridad aparezca, y sujeto sus caderas, abro sus piernas. Sus ojos abiertos y sus manos agarrando mis sábanas.
Sí. Mantén tus manos ahí, nena.
Me subo lentamente a la cama, entre sus piernas. Ella se estremece debajo de mí.
—Quédate quieta —le digo, y me inclino para besar la delicada piel en la parte interna de su pierna. Trazo una línea de besos por su pierna, sobre sus bragas, sobre su vientre, mordiendo y lamiendo mientras paso. Ella se retuerce debajo de mí.
—Vamos a tener que trabajar en hacer que te quedes quieta, nena.
Si me dejas.
Te enseñaré a solo absorber el placer y no moverte, intensificando cada toque, cada beso, cada prueba. El solo pensamiento es suficiente para hacerme desear enterrarme en ella, pero antes de que lo haga, quiero saber cuán receptiva es. Cuánto puede soportar. Está dejándome reinar libremente sobre su cuerpo. No vacila en nada. Ella desea esto… realmente desea esto. Hundo mi lengua en su ombligo y continúo mi pausado viaje al norte, saboreándola. Cambio de posición, descansando junto a ella, una pierna aún entre las suyas. Mi mano pasa suavemente por su cuerpo, sobre su cadera, por su cintura, sobre su pecho. Gentilmente sosteniendo su pecho, tratando de medir su reacción. No vacila. No me detiene… confía en mí. ¿Puedo extender su confianza hasta dejarme tener completo dominio sobre su cuerpo… sobre ella? El pensamiento es excitante.
Página 128
—Encajas perfectamente en mi mano, Anastasia.
Hundiendo mi dedo en su sujetador, lo jalo hacia abajo, liberando su pecho. El pezón es pequeño, rosa, y ya está duro. Jalo la copa hacia abajo, de modo que la tela y su aro descansan bajo su pecho, forzándolo hacia arriba. Repito el proceso con la otra copa y miro, fascinado, mientras sus pezones crecen ante mi mirada fija. Vaya… Ni siquiera la he tocado aún.
—Muy lindo —susurro en apreciación, y soplo gentilmente sobre el pezón más cercano, mirando deleitado mientras se endurece y crece. Anastasia cierra sus ojos y arquea su espalda.
Quédate quieta, nena, solo absorbe el placer, se sentirá mucho más intenso.
Soplando el otro pezón, ruedo el otro, gentilmente entre mi pulgar y mi índice. Ella agarra las sábanas fuertemente mientras me inclino y succiono, duro. Su cuerpo se arquea otra vez y grita.
—Vamos a ver si podemos hacerte venir de esta forma —susurro, y no me detengo. Ella empieza a gimotear.
Oh, sí, nena… siente esto. Sus pezones crecen más y ella empieza a mecer sus caderas una y otra vez. Quédate quieta, nena. Te enseñaré a quedarte quieta.
—Oh, por favor —ruega. Sus piernas temblando. Está funcionando. Está cerca. Sigo mi lascivo asalto. Concentrado en cada pezón, observando su respuesta, sintiendo su placer, está distrayéndome. Dios, la deseo.
—Déjate ir, nena —murmuro, y tiro de su pezón con mis dientes. Ella grita mientras llega al clímax.
¡Sí!. Me muevo rápidamente para besarla, capturando sus gritos en mi boca. Está sin aliento y jadeando, perdida en su placer… mía. Poseo su primer orgasmo, y estoy ridículamente complacido ante la idea.
—Eres muy sensible. Vas a tener que aprender a controlar eso, y va a ser muy divertido enseñarte cómo.
No puedo esperar… pero, justo ahora, la deseo. Todo de ella. La beso una vez más y dejo mi mano viajar por su cuerpo, abajo hacia su vulva. La sostengo, sintiendo su calor. Deslizando mi dedo índice a
Página 129
través del raso de sus bragas, lentamente giro mi dedo… joder, está mojada.
—Estás tan deliciosamente húmeda. Dios, te deseo —introduzco mi dedo en ella y grita. Está caliente, apretada y húmeda, y la deseo. Introduzco mi dedo en ella otra vez, tomando sus gritos en mi boca. Presiono mi palma contra su clítoris… empujando… girando. Grita y se retuerce debajo de mí. Joder, la deseo… ahora. Está lista.
Sentándome, bajo sus bragas, luego mis bóxer y alcanzo un condón. Me arrodillo entre sus piernas, empujándolas más abiertas. Anastasia me mira con… ¿Qué? ¿Vacilación? Probablemente nunca ha visto un pene erecto antes.
—No te preocupes. También te dilatas —murmuro. Estirándome sobre ella, pongo mis manos a cada lado de su cabeza, soportando mi peso en mis codos. Dios, la deseo… pero compruebo si todavía está interesada—. ¿Realmente quieres hacer esto? —pregunto.
Por el amor de Dios, por favor no digas no.
—Por favor —ruega.
—Levanta tus rodillas —la instruyo. Así será más fácil. ¿Alguna vez he estado tan excitado? A penas puedo contenerme a mí mismo. No lo entiendo… debe ser por ella.
¿Por qué?
Grey ¡Enfócate!
Me posiciono de modo que pueda tomarla a mi antojo. Sus ojos están muy abiertos, implorándome. Realmente desea esto… tanto como yo. ¿Debería ser gentil y prolongar la agonía? ¿O debería ir por todo?
Voy por todo. Necesito poseerla.
—Voy a follarla ahora, señorita Steele. Duro.
Una arremetida y estoy dentro de ella.
J. O. D. E. R.
Está tan jodidamente apretada. Ella grita.
Página 130
¡Mierda! Debo haberla herido. Quiero moverme, perderme a mí mismo en su interior, y me toma toda mi contención detenerme.
—Estás tan apretada. ¿Estás bien? —pregunto, mi voz un ronco y ansioso suspiro, y asiente, sus ojos amplios. Ella es como el cielo en la tierra, tan apretada a mí alrededor. E incluso a pesar que sus manos están en mis antebrazos, no me importa. La oscuridad es adormecedora, quizás porque la he deseado por mucho tiempo. Nunca he sentido este deseo, esta… hambre antes. Es una nueva sensación, nueva y brillante. Deseo tanto de ella: su confianza, su obediencia, su sumisión. Deseo que sea mía, pero justo ahora… soy suyo.
—Voy a moverme, nena. —Mi voz es contenida mientras me retiro lentamente. Es una sensación tan extraordinaria y exquisita: su cuerpo acunando mi miembro. Empujo en ella otra vez y la reclamo, sabiendo que nunca nadie lo ha hecho antes. Gimotea.
Me detengo.
—¿Más?
—Sí —exhala después de un momento.
Esta vez, me introduzco más profundamente.
—¿Otra vez? —ruego, mientras el sudor corre por mi cuerpo.
—Sí.
Su confianza en mí, es repentinamente sobrecogedora, y empiezo a moverme, realmente moverme. Quiero que se venga. No me detendré hasta que se venga. Deseo poseer a esta mujer, cuerpo y alma. Quiero que se apriete a mí alrededor.
Joder. Ella empieza a encontrar mis arremetidas, imitando mi ritmo. ¿Ves cuán bien encajamos, Ana? Agarro su cabeza, sosteniéndola en su lugar mientras reclamo su cuerpo, y la beso fuertemente, reclamando su boca. Ella se retuerce debajo de mí… joder, sí. Su orgasmo está cerca.
—Córrete para mí, Ana —demando. Y ella grita mientras es consumida, echando la cabeza hacia atrás, su boca abierta, ojos cerrados… y solo la vista de su éxtasis es suficiente. Exploto en su interior, perdiendo todo sentido y la razón, mientras grito su nombre y me vengo violentamente dentro de ella.
Página 131
Cuando abro mis ojos, estoy jadeando, tratando de recuperar el aliento y estamos frente contra frente. Está mirándome.
Joder. Estoy deshecho.
Planto un suave beso en su frente y me retiro de ella y me acuesto a su lado.
Ella hace una mueca cuando me retiro, pero aparte de eso, luce bien.
—¿Te hice daño? —pregunto, y acomodo su cabello detrás de su oreja porque no quiero dejar de tocarla.
Ana sonríe con incredulidad.
—¿Me estás preguntando si me hiciste daño?
Y por un momento, no sé por qué está sonriendo.
Oh. Mi cuarto de juegos.
—No me vengas con ironías —murmuro. Incluso ahora me confunde—. En serio ¿Estás bien?
Se estira a mi lado, probando su cuerpo y probándome con una divertida pero tranquila expresión.
—No me has respondido —gruño. Necesito saber si ella lo encontró placentero. Toda la evidencia apunta a un ―Sí‖, pero necesito oírlo de ella. Mientras espero por su respuesta, remuevo el condón. Dios, odio estas cosas. Lo descarto discretamente sobre el piso.
Ella me mira.
—Me gustaría hacerlo otra vez —dice con una tímida risita.
¿Qué?
¿Otra vez?
¿Ya?
—¿Sabe, señorita Steele? —Beso la comisura de su boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.
De esa forma sabré que no vas a tocarme.
Página 132
Ella me da una breve y dulce sonrisa, entonces rueda sobre su estómago. Mi miembro se agita con aprobación. Desabrocho su sujetador y paso mi mano por su espalda y sobre su insolente trasero.
—Realmente tienes la piel más hermosa —digo, mientras aparto su cabello de su rostro y separo sus piernas. Suavemente, planto besos sobre su hombro.
—¿Por qué aun llevas tu camisa? —pregunta.
Es tan malditamente inquisitiva. Mientras está de espalda, sé que no puede tocarme, así que me aparto y tiro la camisa por encima de mi cabeza, y la dejo caer sobre el piso. Totalmente desnudo, descanso sobre ella. Su piel es cálida, y se derrite contra mía.
Hmm… podría acostumbrarme a esto.
—¿Así que quieres que te folle otra vez? —susurro en su oído, besándola. Se remueve deliciosamente contra mí.
Oh, eso no va a pasar. Quédate quieta, nena.
Paso mi mano por su cuerpo hasta la parte trasera de su rodilla, entonces la engancho y tiro alto, separando sus piernas ampliamente de modo que está abierta debajo de mí. Su aliento se traba y espero que sea con anticipación. Aún está quieta debajo de mí.
¡Finalmente!
Palmeo su trasero mientras descanso mi peso sobre ella.
—Voy a follarte desde atrás, Anastasia.
Con mi otra mano, agarro su cabello en su nuca y tiro gentilmente, sosteniéndola en su lugar. No puede moverse. Sus manos están impotentemente descansando y extendidas en las sábanas, fuera de peligro.
—Eres mía —susurro—. Solo mía, no lo olvides.
Con mi mano libre, me muevo de su trasero a su clítoris y empiezo a circularla lentamente. Sus músculos se flexionan debajo de mí mientras trata de moverse, pero mi peso la mantiene en su lugar. Paso mis dientes por la línea de su mandíbula. Su dulce fragancia vaga sobre la esencia de nuestra unión.
Página 133
—Hueles divino —susurro, mientras acaricio detrás de su oreja. Ella empieza a circular sus caderas contra mi mano en movimiento.
—Quédate quieta —advierto.
O me detendré…
Lentamente inserto mi pulgar dentro de ella y lo hago circular una y otra vez, teniendo particular cuidado en acariciar la pared frontal de su vagina.
Ella gime y se tensa debajo de mí, tratando de moverse otra vez.
—¿Te gusta esto? —bromeo, y mis dientes trazan la parte externa de su oreja. No detengo mis dedos de atormentar su clítoris pero empiezo a mover mi pulgar dentro y fuera de ella. Tiembla, pero no puede moverse.
Gime audiblemente, sus ojos cerrándose fuertemente.
—Estás tan húmeda tan rápidamente. Tan sensible. Oh, Anastasia, me gusta eso. Me gusta mucho.
Correcto. Vamos a ver cuán lejos puedes llegar.
Quito mi pulgar de su vagina.
—Abre la boca —ordeno, y cuando lo hace, meto mi pulgar entre sus labios—. Prueba cómo sabes. Chúpame, nena.
Succiona mi pulgar… duro.
Joder.
Y por un momento imagino que es mi pene en su boca.
—Quiero follarte la boca, Anastasia, y lo haré pronto.
Estoy sin aliento.
Cierra sus dientes alrededor de mí, mordiéndome fuerte.
¡Ow! Joder.
Sujeto su cabello apretadamente y me suelta.
—Traviesa, dulce niña.
Página 134
Mi mente vuela a través del número de castigos merecidos por tal movimiento atrevido. Si ella fuera mi sumisa, podría infringírselos. Mi pene se expande al máximo con ese pensamiento. La suelto y me siento sobre mis rodillas.
—Quédate quieta, no te muevas.
Agarro otro condón de mi mesita de al lado, abro el paquete y ruedo el látex sobre mi erección.
Mirándola, veo que está quieta, excepto por la elevación y el bajar de su espalda mientras jadea con anticipación.
Es maravillosa.
Inclinándome sobre ella otra vez, agarro su cabello y la sostengo, de manera que no puede mover su cabeza.
—Vamos a hacer esto realmente lento esta vez, Anastasia.
Jadea, y gentilmente me introduzco en ella hasta que no puedo avanzar más.
Joder. Se siente bien.
Mientras me retiro, acomodo mi cadera y lentamente me deslizo en ella otra vez. Se queja y sus miembros se tensan debajo de mí mientras trata de moverse.
Oh, no, nena.
Te quiero quieta.
Quiero que sientas esto.
Toma todo el placer.
—Te sientes tan bien —le digo y repito el movimiento otra vez, circulando mis caderas mientras avanzo. Lentamente. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Su interior empieza a estremecerse.
—Oh, no, nena, todavía no.
No hay forma de que te deje venirte.
No cuando estoy disfrutando esto tanto.
—Oh, por favor —grita.
Página 135
—Te quiero adolorida, nena —me retiro y me introduzco en ella otra vez—. Cada vez que te muevas mañana, quiero que recuerdes que he estado aquí. Solo yo. Eres mía.
—Por favor, Christian —ruega.
—¿Qué quieres, Anastasia? Dime.
Continúo la lenta tortura.
—Dime.
—A ti, por favor. —Está desesperada.
Me desea.
Buena chica.
Acelero el ritmo y su interior empieza a estremecerse, respondiendo inmediatamente.
Entre cada arremetida, pronuncio una palabra.
—Eres. Tan... Dulce... Te... Deseo... Tanto... Eres... Mía...
Sus extremidades tiemblan con el esfuerzo de quedarse quietas. Está en el borde.
—Vente para mí, nena —gruño.
Y ante la orden, se estremece a mí alrededor mientras su orgasmo rasga a través de ella y grita mi nombre contra el colchón.
Mi nombre en sus labios es mi perdición, y llego al clímax, colapsando sobre ella.
—Joder, Ana —susurro, drenado y aun así eufórico. Me retiro de ella casi inmediatamente y ruedo sobre mi espalda. Se acurruca a mi lado, y mientras me quito el condón, cierra sus ojos y cae dormida.


Volver a Capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros