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Grey - (3) Domingo, 15 de Mayo de 2011

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Domingo, 15 de Mayo de 2011
Con Moby explotando en mis oídos, bajo a toda velocidad por la calle Southwest Salmon hacia el río Willamette. Son las seis y media de la mañana y estoy tratando de aclarar mi mente. Anoche soñé con ella. Ojos azules, voz entrecortada… sus frases terminando con "señor" mientras se arrodilla delante de mí. Desde que la conocí, mis sueños han sido un bienvenido cambio de la ocasional pesadilla. Me pregunto qué interpretaría Flynn de eso. El pensamiento es desconcertante, así que lo ignoro y me concentro en empujar mi cuerpo a sus límites a lo largo de la orilla del Willamette. Mientras mis pies resuenan en el camino, el sol traspasa a través de las nubes y eso me da esperanza.
~ * ~
Dos horas más tarde, mientras corro de vuelta al hotel, paso por una cafetería. Tal vez debería llevarla a tomar un café.
¿Cómo una cita?
Bueno. No. No una cita. Me río ante la ridícula idea. Solo una charla… un tipo de entrevista. Entonces puedo averiguar un poco más acerca de esta enigmática mujer y si está interesada o si estoy en una inútil persecución. Estoy solo en el ascensor mientras me estiro. Terminando mis estiramientos en mi suite del hotel, estoy centrado y tranquilo por primera vez desde que llegué a Portland. El desayuno ha sido entregado y estoy hambriento. No es un sentimiento que tolere, nunca. Sentándome a desayunar en mi ropa de deporte, decido comer antes de ducharme.
~ * ~
Hay un enérgico toque en la puerta. La abro y Taylor se encuentra en el umbral.
—Buenos días, Sr. Grey.
C
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—Buenos días. ¿Están listos para mí?
—Sí, señor. Están ubicados en la habitación 601.
—Ya bajo. —Cierro la puerta y meto mi camisa en mis pantalones grises. Mi cabello está mojado por la ducha, pero me importa una mierda. Una mirada al jodido sombrío en el espejo y salgo para seguir a Taylor hasta el ascensor.
La habitación 601 está llena de gente, luces y cámaras profesionales, pero la encuentro inmediatamente. Ella está de pie a un lado. Su cabello está suelto: una exuberante melena brillante que cae por debajo de sus pechos. Está usando jeans ajustados y converse con una chaqueta azul marino de manga corta y debajo una camiseta blanca. ¿Los jeans y converse son su firma en cuanto a forma de vestir? Aunque no es muy conveniente, favorecen sus bien torneadas piernas. Sus ojos, encantadores como siempre, se ensanchan mientras me acerco.
—Señorita Steele, volvemos a vernos.—Ella toma mi mano extendida y por un momento quiero apretar la suya y alzarla hasta mis labios.
No seas absurdo, Grey.
Vuelve a ruborizarse deliciosamente y señala en dirección a su amiga, que está de pie demasiado cerca, esperandomi atención.
—Sr. Grey, le presento a Katherine Kavanagh —dice. De mala gana la libero y me giro hacia la persistente señorita Kavanagh. Es alta, llamativa y meticulosamente pulcra como su padre, pero tiene los ojos de su madre y tengo que agradecerle por presentarme a la encantadora señorita Steele. Ese pensamiento me hace sentir un poco más benévolo con ella.
—La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? Espero que se encuentre mejor. Anastasia dijo que la semana pasada estuvo enferma.
—Estoy bien, gracias, Sr. Grey.
Tiene un firme y confiado apretón de manos y dudo que alguna vez se enfrentara a un día de dificultades en su privilegiada vida. Me pregunto por qué son amigas estas mujeres. No tienen nada en común.
—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión—dice Katherine.
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—Es un placer —le respondo y echo un vistazo a Anastasia, quien me recompensa con su delator rubor.
¿Soy solo yo quien la hace ruborizarse? La idea me complace.
—Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo —dice Anastasia y su rostro se ilumina mientras me lo presenta.
Mierda. ¿Este es el novio?
Rodríguez florece bajo la dulce sonrisa de Ana.
¿Están follando?
—Señor Grey. —Rodríguez me da una mirada oscura mientras nos damos la mano. Es una advertencia. Me está diciendo que retroceda. Ella le gusta. Le gusta mucho.
Bueno, que empiece el juego, niño.
—Sr. Rodriguez, ¿dónde quiere que me coloque? —Mi tono es un desafío y él lo escucha, pero Katherine interviene y me indica una silla. Oh. Le gusta estar a cargo. El pensamiento me divierte mientras me siento. Otra joven que parece estar trabajando con Rodríguez enciende las luces y, por un momento, soy cegado.
¡Demonios!
A medida que el deslumbramiento desaparece, busco a la encantadora señorita Steele. Está de pie al fondo de la habitación, observando el procedimiento. ¿Siempre rehúye de esta manera? Tal vez por eso son amigas ella y Kavanagh; ella está contenta con estar en el fondo y dejar que Katherine tome el centro del escenario.
Mmm… una sumisa natural.
El fotógrafo parece suficientemente profesional y absorbido en el trabajo que se le ha asignado. Observo a la señorita Steele mientras nos observa a los dos. Nuestros ojos se encuentran; los suyos son honestos e inocentes, y por un momento reconsidero mi plan. Pero entonces se muerde el labio y mi aliento se atrapa en mi garganta.
Retrocede, Anastasia. Le ordeno que deje de mirar y, como si me pudiera oír, es la primera en apartar la mirada.
Buena chica.
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Katherine me pide que me ponga de pie mientras Rodríguez sigue tomando fotografías. Entonces, hemos terminado y esta es mi oportunidad.
—Gracias de nuevo, Sr. Grey. —Katherine avanza hacia adelante y me estrecha la mano, seguida por el fotógrafo, que me mira con mal y disimulada desaprobación. Su antagonismo me hace sonreír.
Ah, hombre… no tienes ni idea.
—Estoy ansioso por leer su artículo, señorita Kavanagh —digo, dándole un breve asentimiento educado. Es con Ana con quien quiero hablar—. ¿Vendría conmigo, señorita Steele?—pregunto, cuando la alcanzo en la puerta.
—Claro —dice con sorpresa.
Aprovecha el día, Grey.
Murmuro alguna trivialidad a aquellos que siguen en la habitación y la hago pasar por la puerta, queriendo poner algo de distancia entre ella y Rodríguez. En el pasillo,se detiene jugando con su cabello, luego sus dedos, mientras Taylor me sigue afuera.
—En seguida le aviso, Taylor —le digo y, cuando está casi fuera del alcance del oído, le pido a Ana que me acompañe por un café, mi aliento contenido por su respuesta.
Sus largas pestañas parpadean sobre sus ojos.
—Tengo que llevar a todos a casa —dice con consternación.
—Taylor —grito en su dirección, haciéndola saltar. Debo ponerla nerviosa y no sé si esto es bueno o malo. Y ella no puede dejar de estar inquieta. Pensar en todas las formas en que podría hacerla detenerse es una distracción.
—¿Van a la universidad? —Ella asiente y le pido a Taylor que lleve a sus amigos a casa.
—Arreglado. ¿Puedo ahora venir conmigoa tomar un café?
—Verá… Sr. Grey… esto… la verdad… —Se detiene.
Mierda. Es un "no". Voy a perder esta cita. Me mira directamente, con los ojos brillantes.
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—Mire, no es necesario que Taylor los lleve a casa. Puedo intercambiar vehículos con Kate, si me espera un momento.
Mi alivio es tangible y sonrío.
¡Tengo una cita!
Abriendo la puerta, la dejo volver a la habitación mientras Taylor oculta su mirada perpleja.
—¿Puedes tomar mi chaqueta, Taylor?
—Ciertamente, señor.
Se gira sobre sus talones, con los labios curvándose mientras se dirige por el pasillo. Lo observo con los ojos entrecerrados mientras desaparece en el ascensor mientras me apoyo contra la pared y espero a la señorita Steele.
¿Qué demonios voy a decirle?
“¿Qué tanto te gustaría ser mi sumisa?”
No. Tranquilízate, Grey. Tomemos esto una etapa a la vez.
Taylor está de vuelta en un par de minutos sosteniendo mi chaqueta.
—¿Eso será todo, señor?
—Sí. Gracias.
Me la da y me deja como un idiota de pie en el pasillo.
¿Cuánto tiempo más le va a tomar a Anastasia? Reviso mi reloj. Debe estar negociando el cambio de auto con Katherine. O está hablando con Rodríguez, explicándole que solo va a tomar un café conmigo para aplacarme y mantenerme dulce para el artículo. Mis pensamientos se oscurecen. Tal vez le está dando un beso de despedida.
Maldición.
Emerge un momento después y estoy complacido. No se ve como si acabara de ser besada.
—Está bien —dice con decisión—. Vamos por el café. —Pero sus mejillas enrojecidas socavan algo de su esfuerzo por lucir confiada.
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—Después de usted, señorita Steele. —Oculto mi deleite mientras ella da un paso delante de mí. Mientras la alcanzo, despierta mi curiosidad sobre su relación con Katherine, específicamente su compatibilidad. Le pregunto por cuánto tiempo se han conocido.
—Desde nuestro primer año. Es una buena amiga. —Su voz está llena de calidez. Ana es claramente devota. Hizo todo el camino a Seattle para hacerme una entrevista cuando Katherine estuvo enferma y me encuentro esperando que la señorita Kavanagh la trate con la misma lealtad y respeto.
En los ascensores, presiono el botón de llamada y casi de inmediato las puertas se abren. Una pareja en un apasionado abrazo se separa a toda prisa, avergonzados por ser atrapados. Ignorándolos, entramos en el ascensor, pero atrapó la sonrisa pícara de Anastasia.
Mientras viajamos a la primera planta, la atmósfera está espesa de deseo sin cumplir. Y no sé si es que emana de la pareja detrás de nosotros o de mí.
Sí. La deseo ¿Querrá lo que tengo para ofrecer?
Me siento aliviado cuando las puertas se abren de nuevo y tomo su mano, que está fresca y no pegajosa como esperaba. Tal vez no la afecto tanto como me gustaría. El pensamiento es desalentador.
En nuestro camino,escuchamos la risa avergonzada de la pareja.
—¿Qué pasa con los ascensores? —murmuro. Y tengo que admitir que hay algo sano e ingenuo acerca de sus risitas que es totalmente encantador. La señorita Steele parece tan inocente, al igual que ellos, y mientras caminamos hacia la calle me cuestiono mis motivos de nuevo.
Es demasiado joven. Demasiado inexperta, pero, maldita sea, me gusta la sensación de su mano en la mía.
En la cafetería la dirijo para encontrar una mesa y le pregunto qué quiere beber. Tartamudea a través de su orden: Té negro… agua caliente, con la bolsita al lado. Eso es nuevo para mí.
—¿No quiere un café?
—No me gusta demasiado el café.
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—Bien, té negro. ¿Azúcar?
—No, gracias —dice, mirando hacia abajo a sus dedos.
—¿Algo para comer?
—No, gracias. —Niega con la cabeza y sacude su cabello sobre su hombro, destacando destellos de color caoba.
Tengo que esperar en la fila mientras las dos mujeres detrás de la barra intercambian estúpidas bromas con todos sus clientes. Es frustrante y me apartan de mi objetivo: Anastasia.
—Hola, guapo, ¿qué puedo hacer por ti? —pregunta la mujer mayor con un brillo en sus ojos. Es solo una cara bonita, cariño.
—Quiero un café con leche evaporada. Té negro. La bolsita de té a un lado. Y una magdalena de arándanos.
Anastasia podría cambiar de opinión y comer.
—¿Estás visitando Portland?
—Sí.
—¿El fin de semana?
—Sí.
—El clima seguro ha mejorado hoy.
—Sí.
—Espero que salga a disfrutar de un poco de sol.
Por favor, deja de hablarme y date prisa de una jodida vez.
—Sí —siseo entre dientes y echo un vistazo a Ana, quien rápidamente mira hacia otro lado.
Me está mirando. ¿Me está comprobando?
Una burbuja de esperanza se hincha en mi pecho.
—Aquí tienes. —La mujer me da un guiño y coloca las bebidas en mi bandeja—. Pagaen la caja, cariño, y que tengas un buen día.
Me las arreglo para dar una respuesta cordial.
—Gracias.
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En la mesa, Anastasia está mirando fijamente sus dedos, reflexionando en quien sabe qué demonios.
¿Sobre mí?
—¿Un dólar por sus pensamientos? —pregunto.
Salta y se pone roja mientras dejo el té y el café. Está sentada muda y mortificada. ¿Por qué? ¿Realmente no quiere estar aquí?
—¿Sus pensamientos? —pregunto de nuevo y mueve en exceso la bolsa de té.
—Este es mi té favorito —dicey tomo nota mental de que es elTwinings English Breakfast el té que le gusta. La veo meter la bolsita de té en la tetera. Es un elaborado y desordenadoespectáculo. La saca casi de inmediato y coloca la bolsita de té usada en su platillo. Mi boca está torciéndose con mi diversión. Mientras me dice que le gusta flojo su té negro, por un momento creo que está describiendo lo que le gusta en un hombre.
Contrólate, Grey. Está hablando de té.
Basta ya de este preámbulo; es el momento para un poco de rapidez en este asunto.
—¿Es su novio?
Sus cejas se juntan, formando una pequeña v por encima de su nariz.
—¿Quién?
Esta es una buena respuesta.
—El fotógrafo. José Rodríguez.
Ella se ríe. De mí.
¡De mí!
Y no sé si es de alivio o si piensa que soy gracioso. Es molesto. No puedo conseguir medirla. ¿Le gusto o no? Me dice que es solo un amigo.
Oh, cariño, quiere ser más que un amigo.
—¿Por qué pensó que era mi novio? —pregunta.
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—Por la forma en que le sonrió y él a usted. —No tienes ni idea, ¿verdad? El chico está herido.
—Es más como de la familia —dice.
De acuerdo, entonces la lujuria es unilateral y por un momento me pregunto si se da cuenta de lo hermosa que es. Mira la magdalena de arándanos mientras le quito el papel y por un momento la imagino sobre sus rodillas a mi lado mientras la alimento, un bocado a la vez. El pensamiento es divertido… y excitante.
—¿Quiere un poco? —pregunto.
Niega con la cabeza.
—No, gracias. —Su voz es vacilante y mira una vez más sus manos. ¿Por qué está tan nerviosa? ¿Tal vez por mi culpa?
—Y el chico al que me presentó ayer, en la tienda. ¿No es su novio?
—No. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer. —Frunce el ceño de nuevo como si estuviera confundida y se cruza de brazos en defensa. No le gusta ser interrogada acerca de estos chicos. Recuerdo lo incómoda que parecía cuando el chico en la tienda puso su brazo alrededor de ella, reclamándola—. ¿Por qué me lo pregunta? —añade.
—Parece nerviosa cuando está con hombres.
Sus ojos se ensanchan. Realmente son hermosos, del color del océano en Cabo, el más azul de los mares azules. Debería llevarla allí.
¿Qué? ¿De dónde vino eso?
—Usted me resulta intimidante —dice y baja la mirada, contemplando una vez más sus dedos. Por un lado es tan sumisa, pero por el otro es… desafiante.
—Debería resultarle intimidante.
Sí. Debería. No hay muchas personas lo suficientemente valientes como para decirme que los intimido. Ella es honesta, y así se lo digo… pero cuando aparta la mirada, no sé lo que está pensando. Es frustrante. ¿Le gusto? ¿O está tolerando este encuentro para mantener en camino la entrevista de Kavanagh? ¿Cuál es?
—Es un misterio, señorita Steele.
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—No hay nada misterioso en mí.
—Creo que es muy contenida. —Como cualquier buena sumisa—. Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace menudo. Me gustaría saber por qué se ha ruborizado. —Ahí. Eso provocará una respuesta suya. Lanzando un pequeño trozo de la magdalena de arándanos en mi boca, espero su respuesta.
—¿Siempre hace comentarios tan personales?
Eso no es tan personal, ¿verdad?
—No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido?
—No.
—Bien.
—Pero es usted un poco arrogante.
—Suelo hacer las cosas a mi manera, Anastasia. En todo.
—No lo dudo —murmura y entonces quiere saber por qué no le he pedido que me llame por mi nombre de pila.
¿Qué?
Y la recuerdo saliendo de mi oficina en el ascensor… y cómo sonó mi nombre saliendo de su boca inteligente. ¿Ha visto a través de mí? ¿Está siendo deliberadamente antagonista conmigo? Le digo que nadie me llama Christian, excepto mi familia…
Ni siquiera sé si ese es mi verdadero nombre.
No vayas allí, Grey.
Cambio el tema. Quiero saber acerca de ella.
—¿Es usted hija única?
Sus pestañas revolotean varias veces antes de que me diga que lo es.
—Hábleme de sus padres.
Pone los ojos en blanco y tengo que luchar contra la compulsión de regañarla.
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—Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Bob. Mi padrastro vive en Montesano.
Por supuesto que sé todo esto por la verificación de antecedentes de Welch, pero es importante escucharlo de ella. Sus labios se suavizan con una sonrisa afectuosa cuando menciona a su padrastro.
—¿Y su padre?
—Mi padre murió cuando yo era una niña.
Por un momento soy catapultado a mis pesadillas, mirando un cuerpo postrado en un piso sucio.
—Lo siento —murmuro.
—No me acuerdo de él —dice, arrastrándome de vuelta al ahora. Su expresión es clara y brillante y sé que Raymond Steele ha sido un buen padre para esta chica. Su relación con su madre, por otra parte… aún está por verse.
—¿Y su madre volvió a casarse?
Su risa es amarga.
—Ni que lo jure.—Pero no entra en detalles. Es una de las pocas mujeres que he conocido que pueden sentarse en silencio. Lo que es genial, pero no lo que quiero en este momento.
—No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad?
—Usted tampoco —esquiva.
Oh, señorita Steele. El juego ha comenzado.
Y es con gran placer y una sonrisa que le recuerdo que ya me ha entrevistado.
—Recuerdo algunas preguntas bastante personales.
Sí. Me preguntaste si era gay.
Mi declaración tiene el efecto deseado y está avergonzada. Comienza a balbucear sobre sí misma y algunos detalles dan en el punto. Su madre es una romántica empedernida. Supongo que alguien en su cuarto matrimonio está abrazando la esperanza sobre la experiencia. ¿Es como su madre? No me atrevo a preguntarle. Si dice
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que lo es… entonces no tengo ninguna esperanza. Y no quiero que esta entrevista termine. Me estoy divirtiendo demasiado.
Pregunto por su padrastro y confirma mi corazonada. Es obvio que lo ama. Su rostro se ilumina cuando habla de él: su trabajo (es un carpintero), sus aficiones (le gusta el fútbol europeo y la pesca). Prefirió vivir con él cuando su madre se casó por tercera vez.
Interesante.
Endereza sus hombros.
—Cuénteme cosas sobre sus padres —exige en un intento de desviar la conversación de su familia. No me gusta hablar de la mía, así que le doy detalles vagos.
—Mi padre es abogado y mi madre pediatra. Viven en Seattle.
—¿A qué se dedican sus hermanos?
¿Quiere ir allí? Le doy la respuesta corta, que Elliot trabaja en la construcción y Mia está en la escuela de cocina en París.
Ella escucha, embelesada.
—Me han dicho que París es preciosa —dice con una expresión soñadora.
—Es bonita. ¿Ha estado ahí?
—Nunca he salido de Estados Unidos.—La cadencia de su voz cae, teñida de pesar. Podría llevarla allí.
—¿Le gustaría ir?
¿Primero Cabo, ahora París? Contrólate, Grey.
—¿A París? Por supuesto. Pero adonde de verdad me gustaría ir es a Inglaterra.
Su rostro se ilumina con entusiasmo. La señorita Steele quiere viajar. Pero, ¿por qué Inglaterra?,le pregunto.
—Porque allí nacieron Shakespeare, Austen, las hermanas Brontë, Thomas Hardy… Me gustaría ver los lugares que los inspiraron para escribir libros tan maravillosos.
Libros.
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Lo dijo ayer en Clayton’s. Eso significa que estoy compitiendo con Darcy, Rochester y Angel Clare: imposibles héroes románticos. Aquí está la prueba que necesitaba. Es una romántica empedernida, como su madre… y esto no va a funcionar. Para colmo de males, ella mira su reloj. Ha terminado.
He estropeado este acuerdo.
—Será mejor que me vaya. Tengo que estudiar —dice.
Ofrezco acompañarla de regreso al auto de su amiga, lo que significa que tendré que caminar de regreso al hotel para hacer mi maleta.
Pero,¿debería hacerlo?
—Gracias por el té, señor Grey —dice.
—No hay de qué, Anastasia. Es un placer. —Mientras digo las palabras me doy cuenta que los últimos veinte minutos han sido… agradables. Dándole mi sonrisa más deslumbrante, garantizada para desarmar, le ofrezco mi mano—. Vamos —le digo. Toma mi mano y, mientras caminamos de regreso al Heathman, no puedo sacudirme cuán agradable se siente su mano en la mía.
Tal vez esto podría funcionar.
—¿Siempre lleva jeans? —pregunto.
—Casi siempre —dice y es el segundo golpe en su contra: romántica empedernida, que solo usa jeans… me gustan las faldas en mis mujeres. Me gustan accesibles.
—¿Tiene novia? —pregunta de la nada y es el tercer golpe. Estoy fuera de este acuerdo en ciernes. Quiere romance y yo no puedo ofrecerle eso.
—No, Anastasia. Yo no tengo novias.
Afligida con el ceño fruncido, se vuelve bruscamente y tropieza en la carretera.
—¡Mierda, Ana! —grito, tirando de ella hacia mí para detener su caída en el camino de un ciclista idiota que pasa volando por el lado equivocado de la calle. De repente, está en mis brazos, agarrando mis bíceps, mirándome. Sus ojos están asustados y por primera vez noto un
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anillo azul más oscuro que circunda sus irises; son hermosos, más hermosos de cerca. Sus pupilas se dilatan y sé que podría caer dentro de esa mirada y no regresar jamás. Toma una respiración profunda.
—¿Está bien? —Mi voz suena extraña y distante y me doy cuenta que me está tocando y no me importa. Mis dedos acarician su mejilla. Su piel es suave y lisa y, mientras cepillo mi pulgar contra su labio inferior, se me corta la respiración. Su cuerpo está presionado contra el mío y la sensación de sus pechos y su calor a través de mi camisa es excitante. Tiene una fragancia fresca y sana que me recuerda al huerto de manzanas de mi abuelo. Cerrando mis ojos, inhalo, grabando su aroma en mi memoria. Cuando los abro, ella todavía está mirándome, suplicándome, rogándome, sus ojos en mi boca.
Mierda.Quiere que la bese.
Y quiero hacerlo. Solo una vez. Sus labios están separados, listos, esperando. Su boca sintiéndose acogedora debajo de mi pulgar.
No. No. No. No hagas esto, Grey.
Ella no es el tipo de chica para ti.
Ella quiere corazones y flores y tú no haces esa mierda.
Cierro mis ojos para no verla y luchar contra la tentación, y cuando los abro de nuevo, mi decisión está tomada.
—Anastasia —le susurro—, deberías mantenerte alejada de mí. No soy un hombre para ti.
La pequeña v se forma entre sus cejas y creo que ha dejado de respirar.
—Respira, Anastasia, respira. —Tengo que dejarla ir antes de que haga algo estúpido, pero estoy sorprendido por mi reticencia. Quiero sostenerla por más tiempo—. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar. —Doy un paso atrás y ella libera su agarre sobre mí, pero extrañamente, no siento ningún alivio. Deslizo mis manos sobre sus hombros para asegurarme que puede estar de pie. Su expresión se nubla con humillación. Está mortificada por mi rechazo.
Demonios. No quise hacerte daño.
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—Ya estoy bien —dice, la decepción zumbando en su tono cortante. Ella es formal y distante, pero no se mueve fuera de mi agarre—. Gracias —añade.
—¿Por qué?
—Por salvarme.
Y quiero decirle que la estoy salvando de mí… que es un gesto noble, pero eso no es lo que quiere oír.
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. —Ahora soy yo el que está balbuceando, y todavía no puedo dejarla ir. Me ofrezcoa sentarme con ella en el hotel, sabiendo que es una estratagema para prolongar mi tiempo con ella y solo entonces liberarla.
Niega con su cabeza, la espalda tiesa y envuelve sus brazos a su alrededor en un gesto protector. Un momento después, huye al otro lado de la calle y tengo que darme prisa para mantenerme a su ritmo.
Cuando llegamos al hotel, se da la vuelta y me enfrenta, una vez más, serena.
—Gracias porel té y por la sesión de fotos. —Me mira desapasionadamente y el arrepentimiento se enciende en mis entrañas.
—Anastasia… Yo…—No puedo pensar en qué decir, excepto que lo siento.
—¿Qué, Christian? —pregunta bruscamente,
Caray. Está enojada conmigo, vertiendo todo el desprecio que puede en cada sílaba de mi nombre. Es insólito. Y se está yendo. Y no quiero que se vaya.
—Buena suerte en los exámenes.
Sus ojos parpadean con dolor e indignación.
—Gracias —murmura, el desdén en su voz—. Adiós, Sr. Grey. —Se da la vuelta y da zancadas por la calle hacia el garaje subterráneo. La observo irse con la esperanza de que me vaya a dar una segunda mirada, pero no lo hace. Desaparece en el edificio, dejando a su paso un rastro de arrepentimiento, el recuerdo de sus hermosos ojos azules y el aroma de un huerto de manzanas en el otoño.


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