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Grey - (18) Jueves, 2 de Junio de 2011

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Jueves, 2 de Junio de 2011

No. No me dejes. —Las palabras susurradas penetran mi sueño, me revuelven y despiertan.
¿Qué fue eso?
Miro alrededor de la habitación. ¿Dónde diablos estoy?
Ah, sí, Savannah.
—No. Por Favor. No me dejes.
¿Qué? Es Ana.
—No voy a ninguna parte —murmuro, perplejo. Dando una vuelta, me apoyo en mi codo. Ella se acurruca a mi lado y se ve como si estuviera dormida.
—Yo no te dejaré —murmura.
Mi cuero cabelludo se eriza.
—Estoy muy contento de escuchar eso.
Ella suspira.
—¿Ana? —susurro. Pero ella no reacciona. Sus ojos están cerrados. Está profundamente dormida. Debe estar soñando... ¿qué está soñando?
—Christian —dice ella.
—Sí —le respondo automáticamente.
Pero ella no dice nada; está definitivamente dormida, pero nunca la he oído hablar en sueños antes.
La veo, fascinado. Su rostro se ilumina con luz ambiental de la sala. Su frente se arruga por un momento, como si un pensamiento desagradable le inundara, luego vuelve a estar terso de nuevo. Con los labios entreabiertos mientras respira, su rostro suave por el sueño, ella es hermosa.
—N
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Y no quiere que me vaya, y no me dejará. La franqueza de su admisión subconsciente barre a través de mí como una brisa de verano, dejando calidez y esperanza a su paso.
Ella no va a dejarme.
Bueno, ahí tienes tú respuesta, Grey.
Le sonrío. Parece haberse tranquilizado y deja de hablar. Puedo comprobar la hora en el despertador de radio: cuatro y cincuenta y siete a.m.
Es hora de levantarse de todos modos, y estoy eufórico. Voy a volar. Con Ana. Me encanta volar. Pongo un rápido beso en su sien, me levanto, y me dirijo a la sala principal de la suite, donde he pedido el desayuno y reviso el reporte del clima local.
Otro día de calor con alta humedad. Sin lluvia.
Me ducho rápidamente, me seco, luego recojo la ropa de Ana del baño y las dejo en una silla cerca de la cama. Mientras recojo sus bragas recuerdo cómo fracasó mi plan retorcido de confiscar su ropa interior.
Oh, señorita Steele.
Y después de nuestra primera noche juntos...
—Oh, por cierto, estoy usando tu ropa interior. —Jala la cintura hacia arriba, para que pueda ver las palabras “Polo” y “Ralph” sobresalir de sus pantalones vaqueros.
Niego con la cabeza, y tomo del armario un par de mis bóxers y los dejo en la silla. Me gusta cuando ella usa mi ropa.
Murmura de nuevo, y creo que dice ―jaula‖, pero no estoy seguro.
¿De qué carajos está hablando?
Ella no se mueve, sino que permanece felizmente dormida mientras me visto. Mientras me pongo mi camiseta hay un golpe en la puerta. El desayuno ha llegado: pasteles, un café para mí, y el té English
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Breakfast de marca Twinings para Ana. Afortunadamente, el hotel abastece su mezcla favorita.
Es hora de despertar a la señorita Steele.
—Fresa—murmura, cuando me siento a su lado en la cama.
¿Qué pasa con la fruta?
—Anastasia —la convoco suavemente.
—Quiero más.
Sé que sí, y yo también.
—Vamos, nena. —La persuado para despertarla.
Ella se queja.
—No. Quiero tocarte.
Mierda.
—Despierta. —Me inclino y tiro suavemente de su lóbulo de la oreja con los dientes.
—No. —Ella cierra sus ojos con fuerza.
—Despierta, cariño.
—Ay, no —protesta.
—Es hora de levantarse, nena. Voy a encender la lamparita. —Me estiro hacia el otro lado y la enciendo, bañándola en una piscina de luz suave. Ella entrecierra los ojos.
—No—se queja. Su renuencia a despertar es divertida y diferente. En mis relaciones anteriores una sumisa somnolienta podía esperar ser disciplinada.
Yo acaricio su oreja con mi nariz y susurro:
—Quiero perseguir el amanecer contigo. —Le beso la mejilla, cada párpado, la punta de su nariz, y por último beso sus labios.
Sus ojos parpadean y se abren.
—Buenos días, preciosa.
Y se cierran de nuevo. Ella se queja, y sonrío hacia ella.
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—No eres muy madrugadora.
Ella abre un ojo fuera de foco, estudiándome.
—Pensé que querías sexo —dice con evidente alivio.
Suprimo mi risa.
—Anastasia, yo siempre quiero sexo contigo. Reconforta saber que a ti te pasa lo mismo.
—Pues claro que sí, solo que no tan tarde. —Abraza su almohada.
—No es tarde, es temprano. Vamos, levanta. Vamos a salir. Te tomo la palabra con lo del sexo.
—Estaba teniendo un sueño tan bonito —suspira, mirando hacia mí.
—¿Con qué soñabas?
—Contigo. —Su cara se calienta.
—¿Qué hacía esta vez?
—Intentabas darme de comer fresas —dice con un hilo de voz.
Eso explica su balbuceo.
—El Dr. Flynn tendría para rato con eso. Levanta, vístete. No te molestes en ducharte, ya lo haremos luego.
Ella protesta, pero se sienta, haciendo caso omiso de la sábana que se desliza hasta su cintura y expone su cuerpo. Mi pene se mueve. Con el cabello revuelto, en cascada sobre sus hombros y encrespado alrededor de sus tetas desnudas, ella se ve hermosa. Haciendo caso omiso de mi excitación, me pongo de pie para darle un poco de espacio.
—¿Qué hora es? —pregunta con voz soñolienta.
—Las cinco y media de la mañana.
—Pues parece que son las tres.
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—No tenemos mucho tiempo. Te he dejado dormir todo lo posible. Vamos. —Quiero arrastrarla fuera de la cama y vestirla yo mismo. No puedo esperar a llevarla por el aire.
—¿No puedo ducharme?
—Si te duchas, voy a querer ducharme contigo, y tú y yo sabemos lo que pasará, que se nos irá el día. Vamos.
Ella me da una mirada paciente.
—¿Qué vamos a hacer?
—Es una sorpresa. Ya te dije.
Niega con la cabeza y se queja, muy divertido.
—Está bien. —Sale de la cama, inconsciente de su desnudez, y se da cuenta de su ropa en la silla. Estoy encantado de que no es su ser tímido habitual; tal vez es porque tiene sueño. Se desliza sobre mi ropa interior y me da una amplia sonrisa.
—Te dejo tranquila un rato ahora que ya te has levantado.
La dejo vistiéndose, deambulo de nuevo por la sala principal, me siento en la pequeña mesa de comedor, y me sirvo un poco de café. Me acompaña a los pocos minutos.
—Come —ordeno, haciendo un gesto para que ella tome asiento. Me mira fijamente, paralizada, con los ojos vidriosos—. Anastasia —digo, interrumpiendo su sueño. Sus pestañas revolotean cuando regresa de donde sea que estaba.
—Tomaré un poco de té. ¿Puedo dejar el croissant para más tarde? —pregunta esperanzada. Ella no va a comer.
—No me amargues el día, Anastasia.
—Voy a comer más tarde, cuando mi estómago haya despertado. Alrededor de las siete y media, ¿sí?
—Está bien. —No puedo obligarla.
Ella se ve desafiante y obstinada.
—Me dan ganas de ponerte los ojos en blanco —dice.
Oh, Ana, dale con todas tus fuerzas.
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—Por favor, hazlo, y me alegrarás el día.
Ella mira a la de rociadores contra incendios en el techo.
—Bueno, unos azotes me despertarían, supongo —dice ella, como si estuviera sopesando la opción.
¿Ella lo está considerando? ¡Así no funcionan las cosas, Anastasia!
—Por otra parte, no quiero que estés todo caliente e incómodo; el clima ya es lo suficientemente caliente. —Me da una sonrisa empalagosa.
—Como de costumbre, es usted muy difícil, señorita Steele —mi voz tiene un tono de gracia—. Bebe tu té.
Se sienta y toma un par de sorbos.
—Bébetelo todo. Nos tenemos que ir. —Estoy ansioso porque nos vayamos pronto—. El camino es largo.
—¿A dónde vamos?
—Ya verás.
Para ya con las sonrisitas idiotas, Grey.
Ella hace mala cara por la frustración. La señorita Steele, como siempre, está intrigada. Pero todo lo que lleva puesto es su camisola y pantalones vaqueros; ella tendrá frío una vez que estemos en el aire
—Termina tu té —ordeno y me alejo de la mesa. En el dormitorio revuelvo el armario y saco una sudadera. Esto debería servir. Llamo al valet y le digo que lleve el auto al frente.
—Estoy lista—dice mientras vuelvo a la sala principal.
—La vas a necesitar. —Le lanzo la sudadera mientras ella me mira desconcertada—. Confía en mí. —Le doy un beso rápido en sus labios. Tomando su mano, abro la puerta de la suite y nos dirigimos a los ascensores. Allí, se encuentra un empleado del hotel de pie, Brian, según el nombre de su etiqueta, quien también espera el ascensor.
—Buenos días —dice, saludando alegre mientras las puertas se abren. Echo un vistazo a Ana y sonrío al entrar.
No habrá travesuras en el ascensor esta mañana.
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Ella esconde su sonrisa y mira al suelo, sus mejillas se sonrojan. Sabe exactamente lo que está cruzando mi mente. Brian nos desea un buen día cundo salimos. En el exterior, el vale está esperando con el Mustang. Ana arquea una ceja, impresionada por el GT500. Sí, es un auto divertido, incluso si es solo un Mustang.
—A veces, es genial que sea quien soy, ¿eh? —le tomo el pelo, y con una cortés inclinación abro la puerta.
—¿A dónde vamos?
—Ya lo verás. —Me pongo al volante y llevo el auto hacia la carretera. En el semáforo programo rápidamente la dirección del campo de aviación en el GPS. Nos dirige fuera de Savannah hacia la I-95. Enciendo mi iPod a través del volante y el auto se llena con una melodía sublime.
—¿Qué es? —preguntaAna.
—Es de La Traviata. Una ópera de Verdi.
—¿La Traviata? He oído hablar de ella, pero no sé dónde. ¿Qué significa?
Le doy una mirada de complicidad.
—Bueno, literalmente, ―la descarriada‖. Está basada en el libro de Alejandro Dumas: La Dama de las Camelias.
—Ah. Lo he leído.
—Lo suponía.
—La desgraciada cortesana —relata, con la voz teñida de melancolía—. Mmm, es una historia deprimente —dice.
—¿Demasiado deprimente? —No podemos dejar que eso suceda, señorita Steele, especialmente cuando estoy de tan de buen humor—. ¿Quieres poner otra cosa? Está sonando en el iPod.
Toco la pantalla de navegación y aparece la lista de reproducción.
—Elige tú —ofrezco, preguntándome si le gustará algo de lo que tengo en iTunes. Estudia la lista y se desplaza a través de ella, concentrándose duro. Escoge una canción, y las cuerdas dulces de Verdi son remplazadas por un tono estremecedor y Britney Spears.
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—Conque Toxic, ¿no? —observo, con humor irónico.
¿Está tratando de decirme algo? ¿Se está refiriendo a mí?
—No sé lo que quieres decir —dice inocentemente.
¿Cree que debería llevar una advertencia?
La señorita Steele quiere jugar.
Que así sea.
Bajo la música un poco. Es un poco temprano para este remix, y para el recordatorio.
—Señor, esta sumisa solicita respetuosamente el iPod del Amo.
Echo un vistazo lejos de la hoja de cálculo que estoy leyendo y la estudio mientras ella se arrodilla a mi lado, con los ojos hacia abajo. Ha sido excepcional este fin de semana. ¿Cómo puedo negarme?
—Claro, Leila, tómalo. Creo que está en el banquillo.
—Gracias, Amo —dice, y se pone de pie con su gracia habitual, sin mirarme.
Buena chica.
Y, llevando únicamente zapatos de tacón alto de color rojo, se tambalea hacia el soporte del iPod y recoge su recompensa.
—Yo no he puesto esa canción en mi iPod —digo alegremente, y piso el acelerador, lanzándonos a los dos contra nuestros asientos, pero oyendo el pequeño resoplido exasperado de Ana, a pesar del rugido del motor.
Mientras Britney continúa con su mejor sensualidad, Ana tamborea con los dedos sobre su muslo, irradiando inquietud mientras mira por la ventana del auto. El Mustang se come las millas en la autopista; no hay tráfico, y la primera luz del amanecer nos está persiguiendo por la I-95.
Ana suspira mientras comienza Damien Rice.
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Sácala de su miseria, Grey.
Y no sé si es mi buen humor, nuestra conversación de anoche, o el hecho de que estoy a punto de ir a volar, pero quiero decirle quien puso la canción en el iPod.
—Fue Leila.
—¿Leila?
—Una ex, ella puso la canción en mi iPod.
—¿Una de las quince? —Vuelve su atención completamente a mí, hambrienta por información.
—Sí.
—¿Qué le pasó?
—Terminamos.
—¿Por qué?
—Quería más.
—¿Y tú no?
Echo un vistazo a ella y sacudo la cabeza.
—Yo nunca he querido más, hasta que te conocí a ti. —Ella me recompensa con su sonrisa tímida.
Sí, Ana. No eres solo tú quien quiere más.
—¿Qué pasó con las otras catorce? —pregunta.
—¿Quieres una lista? ¿Divorciada, decapitada, muerta?
—No eres Enrique VIII —me regaña.
—Bueno. Sin seguir ningún orden en particular, solo he tenido relaciones largas con cuatro mujeres, aparte de Elena.
—¿Elena?
—Para ti, la Señora Robinson.
Hace una pausa por un momento, y sé que ella me está examinando. Mantengo mis ojos en la carretera.
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—¿Qué fue de esas cuatro? —pregunta.
—Qué inquisitiva, qué ávida de información, señorita Steele —bromeo.
—Mira quién habla, don ―Cuándo te llega el período‖.
—Anastasia, un hombre debe saber esas cosas.
—¿Ah, sí?
—Yo sí.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que te quedes embarazada.
—¡Ni yo quiero quedarme! Bueno, al menos hasta dentro de unos años —dice con un poco de nostalgia.
Por supuesto, eso sería con alguien más... la idea es inquietante... Ella es mía.
—Bueno, ¿qué pasó entonces con las otras cuatro? —persiste.
—Una conoció a otro. Las otras tres querían… más. A mí entonces no me apetecía más. —¿Por qué abrí esta caja de Pandora?
—¿Y las demás?
—No salió bien.
Ella asiente y mira por la ventana mientras Aaron Neville canta Tell It Like It Is.
—¿A dónde vamos? —pregunta de nuevo.
Estamos cerca ahora.
—Vamos a un campo de aviación.
—No iremos a volver a Seattle, ¿verdad? —suena alarmada.
—No, Anastasia. —Me río ante su reacción—. Vamos a disfrutar de mi segundo pasatiempo favorito.
—¿Segundo?
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—Sí. Esta mañana te he dicho cuál era mi favorito. —Su expresión me dice que está completamente perpleja—. Disfrutar de ti, señorita Steele. Eso es lo primero de mi lista. De todas las formas posibles.
Ella mira hacia abajo a su regazo, sus labios se curvan.
—Sí, también yo lo tengo en mi lista de perversiones favoritas —dice.
—Me complace saberlo.
—¿A un campo de aviación, dices?
Le sonrío.
—Vamos a planear. Vamos a perseguir el amanecer, Anastasia. —Tomo la salida hacia el campo de aviación y conduzco hasta el hangar de la Asociación Brusnwick Soaring; donde detengo el auto.
—¿Estás preparada para esto? —pregunto.
—¿Pilotas tú?
—Sí.
Su rostro se ilumina con entusiasmo.
—¡Sí, por favor! —Me encanta cuán valiente es y cuán entusiasmada está con cada nueva experiencia. Inclinándome, la beso rápidamente.
—Otra primera vez, señorita Steele.
Afuera está fresco pero no hace frío y el cielo está más claro ahora, perlado y brillante en el horizonte. Camino alrededor del auto y abro la puerta de Ana. Con su mano en la mía hacemos nuestro camino hacia el frente del hangar.
Taylor está esperando allí con un joven hombre barbudo en pantalones cortos y sandalias.
—Señor Grey, este es su piloto de remolque, el señor Mark Benson —dice Taylor. Suelto la mano de Ana para poder darle la mano a Benson, quien tiene un brillo salvaje en sus ojos.
—Tiene una gran mañana para esto, Sr. Grey —dice Benson—. El viento está a diez nudos del noreste, lo que significa que la convergencia a lo largo de la costa debe mantenerse por poco tiempo.
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Benson es británico, con un firme apretón de manos.
—Suena muy bien —respondo, y observo a Ana mientras comparte una broma privada con Taylor—. Anastasia. Ven.
—Hasta luego —le dice a Taylor.
Haciendo caso omiso de su familiaridad con mi personal, le presento a Benson.
—Sr. Benson, esta es mi novia, Anastasia Steele.
—Encantada de conocerlo —dice ella, y Benson le da una sonrisa brillante, mientras se dan la mano.
—Igualmente —dice—. Si gustan seguirme.
—Dirige el camino. —Tomo la mano de Ana mientras caminamos junto a Benson.
—Tengo una Blaník L23 preparado y listo. Es de la vieja escuela. Pero se maneja bien.
—Genial. Aprendí a pilotar en una Blaník. Una L13 —le digo a Benson.
—No te puedes equivocar con una Blaník. Soy un gran fan. —Me da un pulgar hacia arriba—. Aunque prefiero la L23 por las acrobacias aéreas.
Asiento con la cabeza en acuerdo.
—Estás enganchado a mi Piper Pawnee —continúa—. La llevaré hasta mil metros, entonces los soltaré. Eso debería darte algo de tiempo de vuelo.
—Eso espero. La cobertura de nubes parece prometedora.
—Es un poco temprano en el día para gran ascenso. Pero nunca se sabe. Dave, mi compañero, apuntalará el ala. Está en el jakes.
—Está bien. —Creo que "jakes" significa baño—. ¿Ha estado volando por mucho tiempo?
—Desde mis días en la Real Fuerza Aérea. Pero he estado volando estos aeroplanos tail-draggers durante cinco años. Estamos en la frecuencia CTAF 122.3, para que sepa.
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—Entendido.
La L23 parece estar en buena forma, y tomo una nota de su registro de la RFA: Noviembre. Papa. Tres. Alfa.
—Primero hay que ponerse los paracaídas. —Benson mete la mano en la cabina de mando y saca un paracaídas para Ana.
—Yo lo hago —ofrezco, tomando el paquete de Benson antes de que tenga la oportunidad de ponérselo o sus manos en Ana.
—Voy por el lastre —dice Benson con una sonrisa alegre, y se dirige hacia el avión.
—Te gusta atarme a cosas —dice Ana con una ceja levantada.
—Señorita Steele, no tiene usted ni idea. Toma, mete brazos y piernas por las correas. —Sostengo abiertas las cerraduras de las piernas para ella. Inclinándose, ponesu mano en mi hombro. Me pongo rígido instintivamente, esperando que la oscuridad despierte y me ahogue, pero no lo hace. Es raro. No sé cómo voy a reaccionar en lo que a su toque concierne. Deja ir una vez las cuerdas alrededor de sus muslos, y yo alzo las correas de sus hombros por encima de sus brazos y fijo el paracaídas.
Chico, se ve bien en un arnés.
Brevemente, me pregunto cómo se vería despatarrada y colgada de los mosquetones en la sala de juegos, su boca y su sexo a mi disposición. Pero, por desgracia, marcó la suspensión como un límite duro.
—Hala, ya estás —murmuro, tratando de desterrar esa imagen de mi mente—. ¿Llevas la cinta de cabello de ayer?
—¿Quieres que me recoja el cabello? —pregunta.
—Sí.
Hace lo que se le dijo. Para variar.
—Vamos, adentro —le ordeno con la mano y ella empieza a subir en la parte posterior.
—No, adelante. El piloto va detrás.
—Pero no serás capaz de ver nada.
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—Veré lo suficiente. —La veré disfrutando, espero.
Ella sube y me inclino sobre ella en el plexiglás para sujetarla en su asiento, cerrando el arnés y ajustando las correas.
—Mmm, dos veces en la misma mañana; soy un hombre con suerte —le susurro, y la beso. Se inclina hacia mí, su anticipación palpable—. No va a durar mucho: veinte, treinta minutos a lo sumo. Las masas de aire no son muy buenas a esta hora de la mañana, pero las vistas desde allá arriba son impresionantes. Espero que no estés nerviosa.
—Emocionada —dice, sin dejar de sonreír.
—Bien. —Acaricio su mejilla con mí dedo índice, entonces, me pongo mi propio paracaídas y subo al asiento del piloto.
Benson regresa cargando el lastre para Ana, y comprueba sus correas.
—Muy bien, todo en orden. ¿Es la primera vez? —le pregunta.
—Sí.
—Te va a encantar.
—Gracias, señor Benson —dice Ana.
—Llámame Mark —responde, dándole un jodido guiño. Entrecierro mis ojos en él—. ¿Todo bien? —me pregunta.
—Sí. Vamos —le digo, impaciente por estar en el aire y alejarlo de mi chica. Benson asiente, cierra el plexiglás, y deambula hacia la Piper. A la derecha, noto que Dave, el compañero de Benson, ha aparecido, apuntalando la punta del ala. Rápidamente pruebo el equipo: pedales (Oigo el movimiento del timón detrás de mí); el control de barra… de lado a lado (un rápido vistazo a las alas y puedo ver los alerones en movimiento); y el control de barra… de adelante hacia atrás (oigo que el timón de profundidad responde).
Correcto. Estamos listos.
Benson se sube a la Piper y casi de inmediato la única hélice arranca, fuerte y gutural en la tranquila mañana. Unos momentos más tarde, su avión está rodando hacia adelante, tomando la parte floja de la cuerda de remolque, y estamos fuera. Equilibro los alerones y el timón
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mientras la Piper toma velocidad, entonces libero la palanca de control, y volamos en el aire antes de que Benson lo haga.
—¡Allá vamos, nena! —le grito a Ana a medida que ganamos altura.
—Tráfico de Brunswick, Delta Victor, dirigiéndose dos siete cero. —Es Benson en la radio. Lo ignoro mientras subimos más y más alto. La L23 se maneja bien, y estoy viendo a Ana; su cabeza se azota de lado a lado mientras trata tomar en la vista. Ojalá pudiera ver su sonrisa.
Nos dirigimos al oeste, el sol recién salido detrás de nosotros, y tomo nota cuando cruzamos la I-95. Me encanta la serenidad aquí arriba, lejos de todo y de todos, solo yo y el parapente en busca del ascenso... y pensar que nunca antes he compartido esta experiencia con nadie. La luz es hermosa, ondulante, todo lo que había esperado que sería... para Ana y para mí.
Cuando compruebo el altímetro, estamos cerca de los mil metros y rodeando la costa a ciento cinco nudos. La voz de Benson crepita en la radio, informándome que estamos a mil metros y podemos soltarnos.
—Afirmativo. Suéltanos —contesto a la radio, y tiro de la perilla de liberación. La Piper desaparece y nos hago girar en una lenta inclinación, hasta que nos estamos dirigiendo al suroeste y montando el viento. Ana se ríe a carcajadas. Animado por su reacción, sigo en espiral, con la esperanza de que podamos encontrar una cierta elevación de convergencia cerca de la costa o las corrientes de aire caliente por debajo pálida nubes rosadas… los someros cúmulos podrían significar el ascenso, incluso tan temprano.
De repente lleno con una embriagadora combinación de picardía y alegría, le grito a Ana:
—¡Agárrate fuerte! —Y nos llevo a un giro completo. Ella chilla, sus manos alzándose y agarrándose del plexiglás. Cuando nos dirijo una vez más se está riendo. Es la respuesta más gratificante que un hombre podría querer, y me hace reír, también.
—¡Menos mal que no he desayunado! —grita.
—Sí, pensándolo bien, menos mal, porque voy a volver a hacerlo.
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Esta vez, se aferra al arnés y mira directamente hacia el suelo mientras está suspendido sobre él. Se ríe, el ruido mezclado con el silbido del viento.
—¿A que es precioso? —grito.
—Sí.
Sé que no tenemos mucho tiempo, ya que no hay mucho que levantar aquí… pero no me importa. Ana está disfrutando… y yo también
—¿Ves la palanca de mando que tienes delante? Agárrala.
Trata de volver la cabeza, pero ella está atada demasiado apretada.
—Vamos, Anastasia, agárrala —la insto.
Mi palanca de mando se mueve en mis manos, y sé que la está sosteniendo.
—Agárrala fuerte… mantenla firme. ¿Ves el dial de en medio, delante de ti? Que la aguja no se mueva del centro.
Seguimos volando en línea recta, el transmisor permaneciendo perpendicular al plexiglás
—Buena chica.
Mi Ana. Nunca retrocede ante un desafío. Y por alguna extraña razón me siento inmensamente orgulloso de ella.
—Me extraña que me dejes tomar el control —grita.
—Te extrañaría saber las cosas que te dejaría hacer, señorita Steele. Ya sigo yo.
Al mando de la palanca de mando, una vez más, nos dirijo hacia la pista de aterrizaje mientras empezamos a perder altura. Creo que puedo hacernos aterrizar allí. Llamo por la radio para informar a Benson y el que podría estar escuchando que vamos a aterrizar, y luego ejecuto otro círculo para llevarnos más cerca del suelo.
—Agárrate nena, que vienen baches.
Me sumerjo de nuevo y llevo la L23 en línea con la pista a medida que descendemos hacia la hierba. Aterrizamos con un golpe, y
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me las arreglo para mantener ambas alas hacia arriba hasta llegar a una parada discordante cerca del final de la pista. Suelto el plexiglás, lo abro, suelto mi arnés, y trepo.
Estiro mis extremidades, me deshago de mi paracaídas, y sonrío hacia abajo a las mejillas rosadas de la señorita Steele.
—¿Qué tal?—pregunto, estirándome para desabrocharla de su asiento y el paracaídas.
—Ha sido fantástico. Gracias —dice, con los ojos brillantes de alegría.
—¿Ha sido más? —Ruego para que no puede oír la esperanza en mi voz.
—Mucho más —Sonríe con alegría y me siento tres metros más alto.
—Vamos. —Le extiendo mi mano y la ayudo a salir de la cabina. Mientras ella salta la envuelvo en mis brazos, tirando de ella contra mí. Lleno de adrenalina, mi cuerpo responde inmediatamente a su suavidad. En un nanosegundo mis manos están en su cabello, y estoy inclinando su cabeza hacia atrás para poder darle un beso. Mi mano roza la base de su columna, apretándola contra mi creciente erección, y mi boca toma la suya en un largo y persistente, beso posesivo.
La deseo.
Aquí.
Ahora.
En la hierba.
Ella responde en especie, sus dedos retorciéndose en mi cabello, tirando, pidiendo más, mientras se abre para mí como una gloriosa mañana.
Me aparto por aire y racionalidad.
¡No en un campo!
Benson y Taylor están cerca.
Sus ojos están luminosos, suplicando por más.
No me mires de esa manera, Ana.
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—Desayuno —le susurro, antes de que haga algo de lo que me arrepentiré. Girándome, la tomo de la mano y caminamos de regreso hacia el auto.
—¿Y el planeador? —pregunta mientras trata de mantener mi ritmo.
—Ya se ocuparán de él. —Es para lo que le pago a Taylor—. Ahora vamos a comer algo. Vamos.
Ella salta a mi lado, rebosante de felicidad; No sé si alguna vez la visto tan optimista. Su estado de ánimo es contagioso y no recuerdo si alguna vez me he sentido optimista, tampoco. No puedo evitar que mi gran sonrisa se extienda mientras le sostengo abierta la puerta del auto.
Con Kings of Leon sonando en el sistema de sonido saco con facilidad el Mustang fuera de la pista de aterrizaje hacia la I-95.
Mientras avanzamos a lo largo de la autopista, la BlackBerry de Ana comienza a sonar.
—¿Qué es eso? —le pregunto.
—Una alarma para tomarme la píldora —murmura.
—Bien hecho. Odio los condones.
Desde la mirada de reojo que le doy, creo que está poniendo los ojos en blanco, pero no estoy seguro.
—Me gustó que me presentaras a Mark como tu novia —dice, cambiando de tema.
—¿No es eso lo que eres?
—¿Lo soy? Pensé que tú querías una sumisa.
—Quería, Anastasia, y quiero. Pero ya te lo he dicho: yo también quiero más.
—Me alegra mucho que quieras más —dice.
—Nos proponemos complacer, señorita Steele —bromeo mientras nos dirijo al International House of Pancakes… el placer culposo de mi padre.
—Un IHOP —dice con incredulidad.
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El Mustang retumba hasta detenerse.
—Espero que tengas hambre.
—Jamás te habría imaginado en un sitio como este.
—Mi papá solía llevarnos a uno de ellos cada vez que mi mamá se iba a una conferencia médica. —Nos deslizamos en una cabina, uno frente al otro—. Era nuestro secreto. —Tomo el menú, mirando a Ana mientras mete su cabello detrás de sus orejas y examina lo que IHOP tiene para ofrecer para el desayuno. Lame sus labios en anticipación. Y me veo obligado a suprimir mi reacción física—. Sé lo que quiero —susurra y me pregunto cómo se sentiría visitando el baño conmigo. Sus ojos se encuentran con los míos y sus pupilas se expanden.
—Quiero lo que quieras —murmura. Como siempre, la Señorita Steele no se aleja de un desafío.
—¿Aquí? —¿Estás segura, Ana? Sus ojos miran alrededor del tranquilo restaurante, luego vienen a posarse sobre mí, oscuros y llenos de promesa carnal—. No muerdas tus labios —le advierto. Tanto como me gustaría, no voy a follarla en el baño de IHOP. Ella merece algo mejor que eso y francamente, también yo—. No aquí, no ahora. Si no puedo tenerte aquí, no me tientes.
Somos interrumpidos.
—Hola, mi nombre es Leandra. ¿Qué puedo conseguir para ustedes... er... amigos... er... hoy, esta mañana?
¡Oh, Dios! Ignoro a la camarera pelirroja.
—¿Anastasia? —la provoco.
—Te dije, quiero lo que tú quieras.
Demonios. Así ella podría estar dirigiéndose a mi ingle.
—¿Les doy otro minuto para decidir? —pregunta la camarera.
—No. Sabemos lo que queremos. —No puedo apartar mi mirada de Ana—. Tendremos dos porciones de los panqueques originales con jarabe de arce y tocino a un costado, dos vasos de jugo de naranja, un café con leche descremada y un té English Breakfast, si lo tienen.
Ana sonríe.
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—Gracias, Señor. ¿Eso será todo? —exclama la camarera, todo avergonzada y entrecortada. Aparto mi atención de Ana, despido a la camarera con una mirada y se escabulle.
—Sabes, realmente no es justo —dice Ana con voz tranquila mientras su dedo traza la figura de un ocho en la mesa.
—¿Qué no es justo?
—Cómo desarmas a la gente. Mujeres. A mí.
—¿Te desarmo? —Estoy impactado.
—Todo el tiempo.
—Es solo apariencia, Anastasia.
—No, Christian, es mucho más que eso.
Ella tiene esto de la manera equivocada, y una vez más le digo cuán desarmadora la encuentro.
Frunce el ceño.
—¿Es eso por qué cambiaste de opinión?
—¿Cambiar mi opinión?
—Sí, ¿sobre... emm... nosotros?
¿He cambiado de opinión? Creo que solo he relajado mis límites un poco, eso es todo.
—Creo que no he cambiado mi opinión per se. Solo tenemos que redefinir nuestros parámetros, dibujar nuestras líneas de batalla, si quieres. Podemos hacer esto, estoy seguro. Te quiero sumisa en mi sala de juegos. Te castigaré si te desvías de las reglas. Aparte de eso... bueno, creo que está todo abierto a la discusión. Esos son mis requisitos, señorita Steele. ¿Qué le dices a eso?
—¿Así puedo dormir contigo? ¿En tu cama?
—¿Es lo que quieres?
—Sí.
—Estoy de acuerdo, entonces. Además, duermo muy bien cuando estás en mi cama. No tenía ni idea.
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—Estaba asustada de que me dejarías si no estaba de acuerdo en todo —dice, su rostro un poco pálido.
—No voy a ninguna parte, Anastasia. Además —¿cómo puede pensar eso? Necesito tranquilizarla—, estamos siguiendo tus consejos, tu definición: compromiso. Tú me enviaste un correo electrónico a mí. Y hasta el momento, está funcionando para mí.
—Me encanta que quieres más.
—Lo sé. —Mi tono es cálido.
—¿Cómo lo sabes?
—Confía en mí. Solo lo sé. —Me lo dijiste en tu sueño.
La camarera vuelve con nuestro desayuno y veo a Ana devorarlo. ―Más‖ parece estar funcionando para ella.
—Esto es delicioso —dice.
—Me gusta que tengas hambre.
—Debe haber sido todo el ejercicio ayer por la noche y la emoción esta mañana.
—Fue una emoción, ¿no fue así?
—Estuvo maravillosamente bien, Sr. Grey —dice mientras mete el ultimo bocado de su panqueque en su boca—. ¿Te puedo invitar? —agrega.
—Invitar ¿a qué?
—Pagarte el desayuno.
Resoplo.
—Me parece que no.
—Por favor. Quiero hacerlo.
—¿Quieres castrarme del todo? —levanto una ceja en advertencia.
—Este es probablemente el único sitio en el que puedo permitirme pagar.
—Anastasia, te agradezco la intención. De verdad. Pero no.
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Muerde sus labios con irritación cuando le pregunto a la pelirroja por la cuenta.
—No te enfurruñes —le advierto, y reviso la hora; son las ocho treinta. Tengo una reunión a las once quince con la Autoridad de Reconstrucción de Savannah Brownfield, así que por desgracia tenemos que regresar a la ciudad. Contemplo cancelar la reunión, porque me gustaría pasar el día con Ana, pero no, eso es demasiado. Estoy corriendo detrás de esta chica cuando debo concentrarme en mi negocio.
Prioridades, Grey.
Con su mano en la mía, nos dirigimos hacia el auto como cualquier otra pareja. Ella está inundada en mi sudadera, con mirada casual, relajada, hermosa, y sí, está conmigo. Tres chicos entrando en IHOP la miran, está ajena incluso cuando pongo mi brazo alrededor de ella para reclamarla. Realmente no tiene idea cuán hermosa es. Abro la puerta del auto y me da una sonrisa resplandeciente.
Podría acostumbrarme a esto.
Programo la dirección de su madre en el GPS y partimos al norte por la I-95, escuchando a los Foo Fighters. Los pies de Ana marcan el ritmo. Este es el tipo de música que le gusta, rock tipo americano. El tráfico en la autopista es más pesado, con viajeros dirigiéndose a la ciudad. Pero no me importa; me gusta estar aquí con ella, pasando el tiempo. Con su mano, tocando su rodilla, verla sonreír. Me habla de visitas anteriores a Savannah; tampoco es fanática del calor, pero sus ojos se iluminan cuando habla de su madre. Sería interesante ver su interacción con su madre y su padrastro esta noche.
Estaciono fuera de casa de su madre con cierto pesar. Ojalá que nos pudiéramos hacer novillos durante todo el día; las últimas doce horas han sido... agradables.
Más que agradables, Grey. Sublimes.
—¿Quieres entrar? —pregunta.
—Tengo que trabajar, Anastasia, pero esta noche vengo. ¿A qué hora?
Sugiere a las siete, luego mira de sus manos hacia mis ojos, sus ojos brillantes y alegres.
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—Gracias… por el más.
—Un placer, Anastasia. —Me inclino y la beso, inhalando su dulce, dulce esencia.
—Te veo luego.
—Intenta impedírmelo —susurro.
Sale del auto, todavía con mi sudadera puesta y dice adiós. Me dirijo hacia el hotel, sintiendo un poco más vacío ahora que no está conmigo.
~ * ~
En mi cuarto, llamo a Taylor.
—Sr. Grey.
—Sí... gracias por organizar esta mañana.
—De nada, señor. —Suena sorprendido.
—Estaré listo para salir a las diez cuarenta y cinco rumbo a la reunión.
—Voy a tener la camioneta esperando fuera.
—Gracias.
Me cambio mis jeans y me pongo mi traje, pero dejo mi corbata favorita al lado de mi portátil y ordeno café al servicio de habitaciones.
Trabajo a través de mi correo electrónico, tomando café y considerando llamar a Ros; sin embargo, es demasiado temprano para ella. He leído todos los documentos que Bill envío: Savannah resulta una buena ubicación para colocar la planta. Reviso mi bandeja de entrada, y hay un nuevo mensaje de Ana.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:20 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Planear mejor que apalear.
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A veces sabes cómo hacer pasar un buen rato a una chica.
Gracias.
Ana x
El titulo me hace reír y ese beso me hace sentir tres metros más alto. Escribo mi respuesta.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:24 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Planear mejor que apalear
Prefiero cualquiera de las dos cosas a tus ronquidos.
Yo también lo he pasado bien.
Pero siempre lo paso bien cuando estoy contigo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Su respuesta es casi inmediata.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:26 EST
Para: Christian Grey
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Asunto: RONQUIDOS
YO NO RONCO. Y si lo hiciera, no es muy galante por tu parte comentarlo.
¡Qué poco caballeroso, señor Grey!
Además, que sepas que estás en el Profundo Sur.
Ana.
Me rio.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:28 EST
Para: Anastasia Steele.
Asunto: Somniloquia.
Yo nunca dije que fuera un caballero, Anastasia, y creo que te lo he demostrado en numerosas ocasiones. No me intimidan tus mayúsculas GRITONAS. Pero reconozco que era una mentirilla piadosa: no, no roncas, pero sí hablas dormida. Y es fascinante.
¿Qué hay de mi beso?
Christian Grey
Sinvergüenza y Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Esto la volverá loca.
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De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:32 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Desembucha
Eres un sinvergüenza y un canalla; de caballero, nada, desde luego.
A ver, ¿qué dije? ¡No hay besos hasta que me lo cuentes!
Esto podría seguir y seguir.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:35 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Bella durmiente parlante
Sería una descortesía por mi parte contártelo; además, ya he recibido mi castigo. Pero, si te portas bien, a lo mejor te lo cuento esta noche. Tengo que irme a una reunión.
Hasta luego, nena.
Christian Grey
Sinvergüenza, Canalla y Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Con una amplia sonrisa hago el nudo de mi corbata, tomo mi chaqueta y me dirijo abajo para encontrar a Taylor.
~ * ~
Página 541
A poco más de una hora más tarde, estoy terminando mi reunión con la Autoridad de Reconstrucción de Savannah Brownfield. Georgia tiene mucho que ofrecer, y el equipo ha prometido a GEH algunos incentivos fiscales serios. Hay una llamada en la puerta y Taylor entra en la pequeña sala de conferencias. Su rostro parece triste, pero lo que es más preocupante es que él nunca, nunca interrumpe mis reuniones. Mi cuero cabelludo se eriza.
¿Ana? ¿Está bien?
—Disculpen, damas y caballeros —nos dice a todos.
—Sí, Taylor —pregunto, se acerca y habla discretamente en mi oído.
—Tenemos una situación en el hogar referente a la señorita Leila Williams.
¿Leila? ¿Qué demonios? Y parte de mí está aliviada de que no es Ana.
—¿Podrían disculparme, por favor? —pido a los dos hombres y dos mujeres de la ARSB.
En el pasillo, el tono de Taylor es grave mientras se disculpa una vez más por interrumpir mi reunión.
—No te preocupes. Dime lo que pasó.
—La señorita Williams está en una ambulancia camino a la sala de emergencias del Seattle Free Hope.
—¿Ambulancia?
—Sí, Señor. Ella irrumpió en el apartamento e hizo un intento de suicidio frente a señora Jones.
Mierda.
—¿Suicidio? —¿Leila? ¿En mi apartamento?
—Se cortó la muñeca. Gail fue con ella en la ambulancia. Me ha informado de que los paramédicos llegaron a tiempo y la señorita Williams no está en ningún peligro inmediato.
—¿Por qué el Escala? ¿Por qué frente a Gail? —Estoy impactado.
Taylor niega con la cabeza.
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—No lo sé, Señor. Tampoco Gail. Ella no puede meter algo de sentido a la señorita Williams. Al parecer, solo quiere hablar con usted.
—Joder.
—Exactamente, señor —dice Taylor sin juzgar. Paso mis manos por mi cabello, tratando de comprender la magnitud de lo que ha hecho Leila. ¿Qué demonios debo hacer? ¿Por qué vino a mí? ¿Estaba esperando para verme? ¿Dónde está su marido? ¿Qué ha pasado con él?
—¿Cómo está Gail?
—Un poco nerviosa.
—No estoy sorprendido.
—Pensé que usted debería saber, señor.
—Sí. Seguro. Gracias —murmuro, distraído. No puedo creerlo; Leila parecía feliz cuando ella me escribió su ultimo correo electrónico, lo que, fue hace seis o siete meses. Pero no hay respuestas para mí aquí en Georgia, tengo que volver y hablar con ella. Averiguar por qué—. Dile a Stephan que tenga listo el jet. Necesito ir a casa.
—Lo haré.
—Vamos a salir tan pronto como podamos.
—Estaré en el auto.
—Gracias.
Taylor se dirige a la salida, levantando el teléfono a su oído.
Estoy dando vueltas al asunto.
Leila. ¿Qué demonios?
Ella ha estado fuera de mi vida por un par de años. Hemos compartido un correo electrónico ocasional. Se casó. Parecía feliz. ¿Qué ha pasado?
Vuelvo a la sala de conferencias y doy mis disculpas antes de salir al calor sofocante, donde Taylor está esperando en la camioneta.
—El avión estará listo en cuarenta y cinco minutos. Podemos volver al hotel, empacar e irnos —me informa.
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—Bien —respondo, agradecido para el aire acondicionado del auto—. Debo llamar a Gail.
—Lo he intentado, pero su teléfono va a correo de voz. Creo que todavía está en el hospital.
—Bueno, voy a llamarla más tarde. —Esto es no lo que Gail necesita en la mañana de un jueves—. ¿Cómo hizo Leila para entrar al apartamento?
—No lo sé, Señor. —Taylor hace contacto visual conmigo en el espejo retrovisor, su cara sombría y disculpándose una vez más—. Voy a hacer es una prioridad averiguarlo.
~ * ~
Nuestras maletas están empacadas y estamos en nuestro camino a Savannah/Hilton Head International cuando llamo a Ana, pero frustrantemente, no contesta. Me sumerjo en los pensamientos, mirando por la ventana mientras vamos hacia el aeropuerto. No tengo que esperar mucho tiempo para que ella devuelva mi llamada.
—Anastasia.
—Hola —dice su voz entrecortada, y es un poco placentero escucharla.
—Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino de Hilton Head. Pídele disculpas a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.
—Nada serio, espero.
—Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Taylor a recogerte al aeropuerto si no puedo ir yo.
—De acuerdo. —Suspira—. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen vuelo.
Desearía no tener que ir.
—Tú también, nena —susurro, y cuelgo antes de cambiar de idea y quedarme.
~ * ~
Llamo a Ros mientras nos dirigimos por la autopista.
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—Christian, ¿cómo va Savannah?
—Estoy en el avión de vuelta a casa. Tengo un problema con el que tengo que lidiar.
—¿Algo en el GEH? —pregunta Ros alarmada.
—No. Es personal.
—¿Cualquier cosa que pueda hacer?
—No. Nos vemos mañana.
—¿Cómo fue tu reunión?
—Positiva. Pero tuve que interrumpirla. Vamos a ver lo que ponen por escrito. Quizás prefiero Detroit solo porque es más fresco.
—¿El calor es malo?
—Sofocante. Me tengo que ir. Voy a llamar para ponernos al día más tarde.
—Ten un buen viaje, Christian.
~ * ~
En el vuelo, me sumerjo en trabajo para distraerme del problema esperando en casa. Para el momento que hemos aterrizado, he leído tres informes y he escrito quince correos electrónicos. Nuestro auto está esperando, y Taylor conduce a través de la incesante lluvia directamente al Seattle Free Hope. Tengo que ver a Leila y averiguar qué diablos está pasando. Cuando estamos cerca del hospital mi enojo sale a flote.
¿Por qué me haría esto?
La lluvia está cayendo a cántaros cuando salgo del auto; el día es tan sombrío como mi estado de ánimo. Tomo una respiración profunda para controlar mi furia y me dirijo a través de las puertas delanteras. En la recepción pregunto por Leila Reed.
—¿Es usted familiar? —La enfermera de guardia me fulmina con la mirada, su boca apretada y amarga.
—No. —Suspiro. Esto va a ser difícil.
—Bueno, lo siento, no puedo ayudarte.
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—Se intentó abrir una vena en mi apartamento. Creo que tengo derecho a saber dónde diablos que está —susurro a través de mis dientes.
—¡No use ese tono conmigo! —espeta. La miro fijamente. No voy a llegar a ninguna parte con esta mujer.
—¿Dónde está su departamento de sala de emergencias?
—Señor, no hay nada que podemos hacer si no es familia.
—No se preocupe, encontraré la manera —gruño y me dirijo estrepitosamente a través de las puertas dobles. Sé que pude llamar a mi madre, quien aceleraría esto para mí, pero entonces tendría que explicar lo que ha sucedido.
La sala de emergencias está llena de médicos y enfermeras, y cubículos llenos de pacientes. Abordo a una joven enfermera y le regalo mi sonrisa más brillante.
—Hola, estoy buscando Leila Reed, fue admitida el día de hoy. ¿Me puede decir donde podría estar?
—¿Y usted es? —pregunta, un sonrojo arrastrándose sobre su cara.
—Soy su hermano —miento, ignorando su reacción.
—Por aquí, Sr. Reed. —Se mueve afanadamente a la estación de las enfermeras y comprueba su computadora—. Está en el segundo piso; sala de salud conductual. Toma el ascensor al final del corredor.
—Gracias. —Le premio con un guiño y ella coloca un mechón de cabello detrás de su oreja, me da una sonrisa coqueta que me recuerda a cierta chica dejé en Georgia.
Cuando salgo del ascensor en el segundo piso, sé que algo está mal. En el otro lado de lo que parecen como puertas cerradas, dos guardias de seguridad y una enfermera están peinando el corredor, comprobando cada habitación. Mi cuero cabelludo se eriza, pero camino a la zona de recepción, fingiendo no notar el alboroto.
—¿Puedo ayudarle? —pregunta un joven con un anillo a través de su nariz.
—Estoy buscando Leila Reed. Soy su hermano.
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Él palidece.
—Oh. El Sr. Reed. ¿Pueden venir conmigo?
Le sigo a una sala de espera y me siento en la silla plástica que señala; observo que está atornillada al suelo.
—El doctor estará con usted pronto.
—¿Por qué no puedo verla? —pregunto.
—El médico le explicará —dice, su expresión resguardada, y sale antes de que pueda hacer cualquier otra pregunta.
Mierda. Tal vez llegué demasiado tarde.
El pensamiento me repugna. Me levanto y paso la pequeña habitación, contemplando hacer una llamada a Gail, pero no tengo que esperar mucho tiempo. Entra un joven con rastas cortas y ojos oscuros e inteligentes. ¿Es su médico?
—¿El Sr. Reed? —pregunta.
—¿Dónde está Leila?
Me evalúa por un momento, luego suspira y se prepara a sí mismo.
—Me temo que no lo sé —dice—. Ella se las arregló para escaparse.
—¿Qué?
—Se ha ido. Cómo salió, no lo sé.
—¿Se escapó? —exclamo con la incredulidad y me hundo en una de las sillas. Él se sienta frente a mí.
—Sí. Ha desaparecido. Estamos haciendo una búsqueda por ella en este momento.
—¿Está todavía aquí?
—No lo sabemos.
—¿Y quién es usted? —pregunto.
—Soy el Dr. Azikiwe, el psiquiatra de guardia.
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Parece demasiado joven para ser un psiquiatra.
—¿Qué puede decirme sobre Leila? —pregunto.
—Bueno, fue admitida después de un intento de suicidio fallido. Trató de cortar una de sus muñecas en la casa de un ex novio. Su ama de llaves la trajo aquí.
Siento que la sangre se drena de mi cara.
—¿Y? —pregunto. Necesito más información.
—Eso es todo lo que sabemos. Ella dijo que era un error de juicio, que estaba bien, pero nosotros queríamos mantenerla aquí bajo observación y hacerle más preguntas.
—¿Habló con ella?
—Lo hice.
—¿Por qué hizo esto?
—Ella dijo que era un grito de ayuda. Nada más. Y, habiendo hecho tal espectáculo de sí misma, estaba avergonzada y quería irse a casa. Dijo que no quería suicidarse. Le creí. Sospecho que fue solo una idea suicida por su parte.
—¿Cómo pudo dejarla escapar? —Paso la mano por mi cabello, tratando de contener mi frustración.
—No sé cómo salió. Habrá una investigación interna. Si se pone en contacto con usted, le sugiero que la anime a volver. Necesita ayuda. ¿Puedo hacer algunas preguntas?
—Por supuesto. —Estoy de acuerdo, distraído.
—¿Hay antecedentes de enfermedades mentales en su familia? —Frunzo el ceño, entonces recuerdo que él está hablando de la familia de Leila.
—No lo sé. Mi familia es muy privada sobre esos asuntos.
Luce preocupado.
—¿Sabe usted algo sobre este ex novio?
—No —digo, un poco demasiado rápido—. ¿Ha contactado a su esposo?
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Los ojos del doctor se ensanchan.
—¿Está casada?
—Sí.
—Eso es no lo que nos dijo.
—Oh. Bueno, le llamaré. No lo haré perder más su tiempo.
—Pero tengo más preguntas para usted.
—Preferiría pasar mi tiempo buscándola. Obviamente está mal. —Me pongo de pie.
—Pero, este esposo...
—Voy a ponerme en contacto con él. —Esto no está llevándome a ninguna parte.
—Pero deberíamos hacer eso… —El Dr. Azikiwe se levanta.
—No puedo ayudarle. Necesito encontrarla. —Me dirijo a la puerta.
—Sr. Reed...
—Adiós —murmuro, apresurándome fuera de la sala de espera y no molestándome en subir al elevador. Tomo las escaleras de emergencias, de dos en dos. Aborrezco los hospitales. Una memoria de mi infancia sale a la superficie: soy pequeño y asustado y mudo, y el olor del desinfectante y la sangre nubla mis fosas nasales.
Me estremezco.
Cuando salgo del hospital, me detengo un momento y dejo que la lluvia torrencial lave esa memoria. Ha sido una tarde estresante, pero al menos la lluvia es un refrescante alivio del calor en Savannah. Taylor gira para recogerme en la camioneta.
—Casa —le ordeno mientras vuelvo al auto. Una vez he abrochado cinturón de seguridad llamo a Welch desde mi celular.
—Sr. Grey —gruñe.
—Welch, tengo un problema. Necesito que localice a Leila Reed, de soltera Williams.
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~ * ~
Gail está pálida y tranquila mientras me estudia con preocupación.
—¿No va a terminar, señor? —pregunta.
Niego con mi cabeza.
—¿La comida estaba bien?
—Sí, por supuesto. —Le doy una pequeña sonrisa—. Después de los acontecimientos de hoy, no tengo hambre. ¿Cómo lo lleva usted?
—Estoy bien, Sr. Grey. Fue un shock total. Solo quiero mantenerme ocupada.
—La escucho. Gracias por hacer la cena. Si recuerda cualquier cosa, me avisa.
—Por supuesto. Pero como dije, ella solo quería hablar con usted.
¿Por qué? ¿Qué esperaba que hiciera?
—Gracias por no involucrar a la policía.
—La policía no es lo que esa niña necesita. Ella necesita ayuda.
—La necesita. Desearía saber dónde está.
—La encontrará —me dice con tranquila confianza, sorprendiéndome.
—¿Necesita algo? —pregunto.
—No, Sr. Grey. Estoy bien. —Lleva mi plato con mi comida a medio comer al fregadero.
Las noticias de Welch sobre Leila son frustrantes. El camino se pone frío. Ella no está en el hospital, y todavía están perplejos en cuanto a cómo escapó. Una pequeña parte de mí admira eso, ella siempre fue ingeniosa. Pero, ¿qué podría haberla hecho tan infeliz? Descanso mi cabeza en mis manos. Un día, de lo sublime a lo ridículo. Volando con Ana y ahora este lío con el que lidiar. Taylor está perdido en cuanto a cómo Leila se metió en el apartamento, y Gail no tiene ni idea, tampoco. Al parecer, Leila marchó a la cocina exigiendo saber
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dónde estaba. Y cuando Gail dijo que no estaba allí, ella gritó: ―Se ha ido‖, y luego cortó su muñeca con una navaja. Afortunadamente, el corte no fue profundo.
Miro a Gail limpiando en la cocina. Mi sangre corre fría. Leila podría haberla lastimado. Tal vez el objetivo de Leila era lastimarme. ¿Pero por qué? Cierro mis ojos, tratando de recordar si algo en nuestra última correspondencia podría darme una pista sobre por qué ha perdido su rumbo. Estoy en blanco, exasperado, y con un suspiro me dirijo a mi estudio.
Cuando me siento mi teléfono vibra con un mensaje de texto.
¿Ana?
Es Elliot.
E: Oye, pez gordo. ¿Quieres algunos tragos en la piscina?
Tragos en la piscina con Elliot significan venir aquí y beber toda mi cerveza.
Francamente, no estoy de humor.
C: Trabajando. ¿La próxima semana?
E: Seguro. Antes de que me vaya a la playa.
Te voy a destrozar.
Hasta luego.
Lanzo mi teléfono sobre la mesa y estudio minuciosamente el expediente de Leila, en busca de cualquier cosa que pudiera darme una pista acerca de dónde está. Encuentro la dirección de sus padres y el número de teléfono, pero nada de su esposo. ¿Dónde está? ¿Por qué no está con él?
No quiero llamar a sus padres y alarmarlos. Llamo a Welch y le doy su número; él puede averiguar si ha estado en contacto con ellos.
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Cuando enciendo mi iMac hay un correo de Ana.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Has llegado bien?
Fecha: 2 de junio de 2011 22:32 EST
Para: Christian Grey
Querido señor:
Por favor, hazme saber si has llegado bien. Empiezo a preocuparme. Pienso en ti.
Tu Ana x
Antes de darme cuenta, mi dedo está en el pequeño beso que me ha enviado.
Ana.
Tonto, Grey. Tonto. Contrólate.
De: Christian Grey
Asunto: Lo siento
Fecha: 2 de junio de 2011 19:36
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Llegué bien; por favor, discúlpeme por no haberle dicho nada. No quiero causarle preocupaciones; me reconforta saber que le importo. Yo también pienso en usted y, como siempre, estoy deseando volver a verla mañana.
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Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Presiono enviar y deseo que estuviera aquí conmigo. Ella ilumina mi casa, mi vida... a mí. Niego con la cabeza a mis pensamientos fantasiosos y miro a través del resto de mis correos electrónicos.
Un pitido me dice que hay uno nuevo de Ana.
De: Anastasia Steele
Asunto: El problema
Fecha: 2 de junio de 2011 22:40 EST
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Me parece que es más que evidente que me importas mucho. ¿Cómo puedes dudarlo? Espero que tengas controlado ―el problema‖.
Tu Ana x
P.D.: ¿Me vas a contar lo que dije en sueños?
¿Ella se preocupa por mí profundamente? Eso es bueno. De repente toda esa sensación extraña, ausente durante todo el día, despierta y se expande en mi pecho. Debajo de ella, hay un pozo de dolor que no quiero reconocer o tratar. Tirar de la memoria perdida de una mujer joven cepillando su largo, cabello oscuro...
Mierda.
No vayas allí, Grey.
Respondo el correo de Ana, y como una distracción decido molestarla.
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De: Christian Grey
Asunto: Me acojo a la Quinta Enmienda
Fecha: 2 de junio de 2011 19:45
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Me encanta saber que le importo tanto. ―El problema‖ aún no se ha resuelto. En cuanto a su posdata, la respuesta es no.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Alego locura transitoria
Fecha: 2 de junio de 2011 22:48 EST
Para: Christian Grey
Espero que fuera divertido, pero que sepas que no me responsabilizo de lo que pueda salir por mi boca mientras estoy inconsciente. De hecho, probablemente me oyeras mal.
A un hombre de tu avanzada edad, sin duda le falla un poco el oído.
Por primera vez desde que regresé a Seattle, me río. Que distracción bienvenida es ella.
De: Christian Grey
Página 554
Asunto: Me declaro culpable
Fecha: 2 de junio de 2011 19:52
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Perdone, ¿podría hablarme más alto? No la oigo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Su respuesta es rápida.
De: Anastasia Steele
Asunto: Alego de nuevo locura transitoria
Fecha: 2 de junio de 2011 22:54 EST
Para: Christian Grey
Me estás volviendo loca.
De: Christian Grey
Asunto: Eso espero…
Fecha: 2 de junio de 2011 19:59
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Página 555
Eso es precisamente lo que me proponía hacer el viernes por la noche. Lo estoy deseando. ;)
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Tendré que pensar en algo muy especial para mi pequeña loca.
De: Anastasia Steele
Asunto: Grrrrrr
Fecha: 2 de junio de 2011 23:02 EST
Para: Christian Grey
Para que sepas, estoy furiosa contigo.
Buenas noches.
Señorita A. R. Steele
Vaya. ¿Toleraría esto de alguien más?
De: Christian Grey
Asunto: Gata salvaje
Fecha: 2 de junio de 2011 20:05
Para: Anastasia Steele
Página 556
¿Me está sacando las uñas, señorita Steele? Yo también tengo gato para defenderme.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Ella no responde. Cinco minutos pasan y nada. Seis Siete.
Maldición. Ella hablaba en serio. ¿Cómo puedo decirle que mientras dormía ella dijo que no me iba a dejar? Va a pensar que estoy loco.
De: Christian Grey
Asunto: Lo que dijiste en sueños
Fecha: 2 de junio de 2011 20:20
Para: Anastasia Steele
Anastasia:
Preferiría oírte decir en persona lo que te oí decir cuando dormías, por eso no quiero contártelo. Vete a la cama. Más vale que mañana estés descansada para lo que te tengo preparado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
No responde; espero que por una vez que esté haciendo lo que le dice y esté dormida.
Brevemente, pienso en lo que podríamos hacer mañana, pero es demasiado excitante, así que empujo el pensamiento a un lado y me concentro en mi correo electrónico.
Página 557
Pero tengo que confesar que me siento un poco más ligero después de algunas bromas por correo con la señorita Steele.
Ella es buena para mi oscura, oscura


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