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Unos días más
tarde, Paul recibió un correo electrónico de Julia anunciándole su compromiso.
Fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Leerlo una y otra vez
no mejoró la situación, pero de todos modos lo hizo. No era que quisiera
torturarse, pero necesitaba que su nuevo estatus le quedara indeleblemente
grabado en la mente.
Querido Paul:
Espero que
estés bien. Siento haber tardado tanto en responder a tu último mensaje. El
doctorado es más puñetero de lo que pensaba y siempre pienso que no estoy al
nivel de lo que me piden, pero me encanta. (Por cierto, gracias por
recomendarme los libros de Ross King. No tengo mucho tiempo para leer estos
días, pero lo sacaré de donde sea para leer La cúpula de Brunelleschi.)
Una de las
razones por las que tengo poco tiempo para leer o hacer cualquier otra cosa es
porque estoy prometida. Gabriel me pidió que me casara con él y le he dicho que
sí. Queríamos casarnos cuanto antes, pero no hemos conseguido que nos hicieran
hueco en la basílica de Asís hasta el veintiuno de enero. Gabriel tiene
contactos entre los franciscanos; por eso hemos conseguido que nos dejen la
basílica tan pronto.
Soy muy feliz.
Me gustaría que fueras feliz por mí.
Enviaré la
invitación a tu apartamento de Toronto. También invitaremos a Katherine Picton.
Si no puedes o
no te apetece venir, lo entenderé, pero para mí es importante invitar a la
gente que quiero. Gabriel ha alquilado una casa en Umbría para que los
invitados puedan alojarse antes y después de la boda. Nos encantaría que
vinieras. Sé que a mi padre le gustaría volver a verte.
Has sido el
mejor de los amigos. Espero poder pagarte todo lo que has hecho por mí algún
día.
Con afecto,
Julia
Posdata:
Gabriel no quería que te lo mencionara, pero fue él quien convenció a la
profesora Picton para que supervisara tu tesis. Gabriel no es tan malo como
pensabas, ¿no crees?
La gratitud de
Paul ante la generosidad de Gabriel no borró el dolor que sentía al saber que
había perdido a Julia. Otra vez.
Sí, ya la
había perdido anteriormente, pero antes del retorno de Gabriel había mantenido
la esperanza de que ella cambiara de opinión, por muy remota que fuera esa
posibilidad. Y saber que iba a casarse con él le dolía mucho más que si le
hubiera dicho que se casaba con cualquier otro tipo llamado Gabriel. Como
Gabriel el fontanero o Gabriel el instalador de cable.
Pocos días
después, Julia recibió un paquete en su casillero de Harvard. Al ver que se lo
enviaban desde Essex Junction, Vermont, lo abrió en seguida.
Paul le
enviaba una edición especial de El conejo de terciopelo. Además de una
dedicatoria en la guarda delantera que le llegó al corazón, había una carta en
su interior.
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Querida Julia:
Tus
noticias me han dejado de piedra. Felicidades.
Gracias por
invitarme a la boda, pero no podré ir. Mi padre sufrió un ataque al corazón
hace unos días y está en el hospital. Yo estoy ayudando en la granja. (Por
cierto, mi madre dice que te dé recuerdos. Te está haciendo algo como regalo de
bodas. ¿Adónde quieres que lo envíe cuando esté terminado? No seguirás viviendo
en el campus después de la boda, ¿no?)
Desde la
primera vez que te vi, quise que fueras feliz. Que tuvieras más confianza en ti
misma. Que tuvieras una buena vida. Te lo mereces y odiaría verte tirar esas
cosas a la basura.
No me
consideraría un buen amigo si no te preguntara si Emerson es lo que quieres en
la vida. No deberías conformarte con nada que no sea lo mejor para ti. Si
tienes la más mínima duda, no deberías casarte con él.
Te prometo
que estoy tratando de actuar como un amigo y no como un gilipollas resentido.
Tuyo,
Paul
Julia dobló la
carta con tristeza y la guardó dentro del libro.
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A pesar de que
Tom había dado su bendición al enlace (a regañadientes, por supuesto), el
conflicto surgió cuando la feliz pareja anunció dónde habían decidido casarse.
Los Clark
estaban encantados de pasar una semana de vacaciones en Italia, pero Tom, que
nunca había salido de Norteamérica, no estaba tan entusiasmado. Como padre de
la novia, había pensado pagar el enlace de su única hija, aunque tuviera que
hipotecar su nueva casa para hacerlo, pero Julia no quería ni oír hablar del
tema.
Aunque la
ceremonia sería íntima, los costes eran demasiado elevados para la economía de
Tom. Y, para mayor humillación de éste, Gabriel estaba encantado de pagarlo
todo. Para él era más importante que Julia tuviera la boda de sus sueños que
tener al suegro contento.
Ella trató de
mediar entre ambos hombres, señalando que había cosas que su padre podía pagar,
como el vestido de novia o las flores.
A finales de
noviembre, Julia vio el vestido perfecto en el escaparate de una elegante
boutique de la calle Newbury de Boston. Era un vestido de seda de organza color
marfil, con escote de pico y unas mangas minúsculas, que apenas cubrían los
hombros. El talle estaba rodeado de encaje, y la falda, con mucho vuelo, formaba
capas recordando a una nube.
Sin pensarlo,
entró y pidió probárselo. La dependienta le alabó el gusto, diciéndole que los
diseños de Monique Lhuillier eran muy populares.
Julia no había
oído hablar nunca de la diseñadora. No miró el precio, porque el vestido no
tenía etiqueta, pero al verse en el espejo, lo supo. Aquél era su vestido. Era
precioso, clásico, y haría destacar su color de piel y su silueta. Sabía que a
Gabriel le encantaría que dejara tanto trozo de espalda al descubierto. Sin
caer en el mal gusto, por supuesto.
Se hizo una
foto con el iPhone con él puesto y se la envió a su padre preguntándole qué le
parecía. Éste respondió inmediatamente diciéndole que nunca había visto a una
novia más hermosa.
Tom le pidió
que le pasara el teléfono a la dependienta y, sin que Julia llegara a enterarse
en ningún momento del precio del vestido, se puso de acuerdo con la mujer para
el modo de pago. Saber que le estaba comprando a su hija el vestido de boda de
sus sueños lo ayudó a superar el hecho de no poder pagar el resto.
Tras
despedirse de su padre, Julia pasó varias horas más en la tienda, comprando
hasta completar el traje. Entre otras cosas, eligió un velo que le llegaba casi
hasta los tobillos, unos zapatos de raso, de tacón pero con los que pudiera
caminar sin caerse, y una capa de terciopelo blanco para protegerse del frío de
Asís en enero. Con todo bien empaquetado, se fue a casa.
Dos semanas
antes de la boda, Tom llamó a Julia para hacerle una pregunta importante.
—Sé que
enviasteis las invitaciones hace tiempo, pero ¿habría sitio para una persona
más?
—Por supuesto
—respondió ella, sorprendida—. ¿Me he olvidado de invitar a algún primo lejano?
—No
exactamente.
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—Entonces, ¿de quién se trata?
Él respiró
hondo y contuvo el aliento.
—Papá,
suéltalo de una vez. ¿A quién quieres que invite? —Julia cerró los ojos y rezó
a los dioses de las hijas de padres sin pareja para que intercedieran por ella
y no permitieran que Deb Lundy asistiera a su boda. O, peor aún, que volviera a
salir con su padre.
—A Diane.
Ella abrió
mucho los ojos.
—¿Qué Diane?
—Diane
Stewart.
—¿La del
restaurante Kinfolks?
—Exacto.
La concisa
respuesta de su padre le dio a Julia toda la información que necesitaba.
Permaneció
unos momentos en silencio, mientras se recuperaba de la impresión.
—Jules,
¿sigues ahí?
—Sí, estoy
aquí. Claro... sí... por supuesto. La añado a la lista de invitados. ¿Podría
decirse que es... esto... tu amiga especial?
Tom respondió
al cabo de unos segundos...
—Sí, podría
decirse.
—Ajá.
Su padre cortó
la conversación en seguida y Julia se quedó mirando el teléfono, preguntándose
qué plato combinado especial sería el responsable de aquel nuevo romance.
«El de pastel
de carne seguro que no», pensó.
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El 21 de
enero, Tom paseaba nervioso justo a la entrada de la basílica de Asís. Que su
hija y sus damas de honor llegaran tarde no lo ayudaba a tranquilizarse. Se
tiró una vez más de la pajarita para arreglársela y siguió esperando. En ese
momento, una visión vestida de organza y cubierta de terciopelo blanco hizo su
aparición como una nube radiante.
Tom se quedó
sin habla.
—Papá —musitó
Julia, acercándose a él con una sonrisa nerviosa.
Tammy y Rachel
la ayudaron a quitarse la capa y a recolocarse la falda, desplegando la cola a
su espalda. Luego, Christina, la organizadora de bodas que nunca se alejaba
demasiado, les entregó a Rachel y a Tammy sus ramos, que eran una mezcla de
lirios y rosas blancas, a conjunto con el color de los vestidos, de un lila intenso.
—Estás muy
guapa —le dijo Tom finalmente, dándole un tímido beso a través del velo.
—Gracias.
—Ruborizándose, Julia bajó la vista hasta su ramo, que consistía en dos docenas
de rosas blancas y unas ramitas de acebo.
—¿Podéis
darnos un minuto? —les preguntó Tom a las damas de honor.
—Por supuesto.
Christina se
llevó a Rachel y a Tammy y las situó a la entrada de la basílica. Luego le
indicó al organista que estaban a punto de hacer su entrada.
—Me gusta tu
collar —dijo Tom, nervioso.
Julia se llevó
la mano a las perlas que le adornaban el cuello.
—Era de Grace.
Tras tocarse
los pendientes de diamantes, decidió que no hacía falta explicarle su origen.
—Me pregunto
qué opinaría de que te casaras con su hijo.
—Quiero pensar
que la haría feliz. Me gusta imaginarme que nos está mirando desde arriba,
sonriendo.
Su padre
asintió y se metió las manos en los bolsillos del esmoquin.
—Me alegro de
que me pidieras que te llevara al altar.
Julia lo miró
sorprendida.
—No iba a
casarme sin ti, papá.
Él carraspeó,
arrastrando los zapatos alquilados a un lado y a otro.
—No debí
haberte hecho volver con Sharon. Tendrías que haberte quedado conmigo —dijo,
con la voz rota.
—Papá —susurró
Julia, empezando a llorar.
Él la abrazó
con fuerza, tratando de decirle con su abrazo lo que no sabía decir con
palabras.
—Te perdoné
hace mucho tiempo. No hace falta que volvamos a hablar del tema. —Ella se
separó para mirarlo a los ojos—. Me alegro de que estés aquí. Y me alegro de
que seas mi padre.
—Jules. —Tom
carraspeó otra vez para aclararse la voz—. Eres una buena chica.
Al volverse
hacia el largo pasillo que llevaba al altar, Tom vio que Gabriel esperaba junto
a su hermano y su cuñado. Los tres hombres iban vestidos con esmoquin de Armani
negro y camisa blanca inmaculada. Aunque Gabriel quería que llevaran
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pajarita, Scott y Aaron habían preferido ir con corbata, ya
que, según ellos, las pajaritas eran cosa de viejos, miembros de las juventudes
del Partido Republicano o profesores universitarios.
—¿Estás
segura? Si tienes dudas, paro un taxi y nos volvemos a casa —preguntó.
Julia le
apretó la mano.
—Estoy segura.
Gabriel no es perfecto, pero es perfecto para mí. Somos el uno para el otro.
—Le dije que
esperaba que cuidara de mi niña. Que si no estaba dispuesto a hacerlo,
tendríamos un problema. Me contestó que si algún día dejaba de tratarte como a
una reina, fuera a buscarlo y le pegara un tiro. —Tom sonrió—. Le dije que me
parecía buena idea. ¿Estás lista?
Ella respiró
hondo.
—Sí.
—Pues vamos
allá. —Ofreciéndole el brazo, asintió con la cabeza para indicarles a las damas
de honor que podían abrir la comitiva al sonido de la música de Johann
Sebastian Bach.
Cuando Julia y
Tom echaron a andar, la música cambió y empezó a sonar otra pieza del mismo compositor.
Gabriel captó
la mirada de Julia desde la distancia y el rostro se le iluminó con una amplia
sonrisa. El sol de enero se colaba por las puertas de la basílica, iluminando a
la novia desde atrás. Parecía como si un halo de luz la rodeara.
Gabriel no
podía parar de sonreír. Sonrió durante toda la ceremonia, incluso mientras
juraba respetar a su esposa y durante la actuación de la soprano que interpretó
Despertad, la voz nos llama, de Bach y Exultate, jubilate, de
Mozart.
Tras la
ceremonia, sujetó el velo de Julia con dedos temblorosos y se lo levantó
despacio. Con los pulgares, le secó las lágrimas de felicidad que le rodaban
por las mejillas, y la besó. Fue un beso suave y casto, pero lleno de promesas.
Luego fueron a la parte inferior de la basílica para visitar la cripta.
No lo habían
previsto, pero sin ponerse de acuerdo, se dieron la mano y se encontraron
dirigiéndose a la tumba de san Francisco.
En aquel lugar
tranquilo y oscuro donde Gabriel había tenido su inefable experiencia meses
atrás, se arrodillaron y rezaron. Ambos dieron gracias, cada uno por tener al
otro en su vida y por las numerosas bendiciones que habían recibido. Gabriel
dio también las gracias por Maia y por Grace, por su padre y sus hermanos.
Cuando se
levantó para encender una vela, ambos pidieron una última bendición. Un último
pequeño milagro. Al acabar sus oraciones, una extraña paz se había adueñado de
sus almas, envolviéndolas como una manta.
—No llores,
dulce niña. —Gabriel le ofreció la mano a Julia para ayudarla a levantarse. Le
secó las lágrimas antes de besarla—. Por favor, no llores.
—No puedo
evitarlo. Soy tan feliz... —dijo ella, con los ojos brillantes y una sonrisa
temblorosa—. Te quiero tanto...
—Yo siento lo
mismo. No dejo de preguntarme cómo ha podido pasar. Cómo es posible que te
reencontrara y te convenciera de que fueras mi esposa.
—El cielo nos
sonrió.
Se puso de
puntillas para besar a su esposo junto a la tumba de san Francisco sin ninguna
vergüenza, porque sabía que las palabras que acababa de pronunciar eran verdad.
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Esa misma
noche, vestidos ya con la ropa que habían elegido para emprender su luna de
miel —un traje oscuro para Gabriel y un vestido lila para Julia—, viajaban en
el coche con chófer que habían alquilado.
Cuando el
vehículo se detuvo frente a una casa cercana a Todi, Julia vio que se trataba
de la misma casa que Gabriel había alquilado cuando viajaron a Italia hacía
poco más de un año.
—Nuestra casa
—susurró ella, al darse cuenta.
—Sí. —Él le
besó el dorso de la mano antes de ayudarla a bajar del coche. Y luego,
levantándola del suelo, cruzó el umbral con ella en brazos.
»¿Te gusta que
hayamos venido aquí? Pensé que te apetecería que pasáramos unos días
tranquilos, pero si lo prefieres podemos ir a Venecia o a Roma. Iremos a donde
tú quieras —dijo, dejándola en el suelo.
—Es perfecto.
Me encanta que hayas pensado en este lugar.
Julia le rodeó
el cuello con los brazos.
Un rato más
tarde, Gabriel se separó un poco de ella.
—Voy a subir
el equipaje. ¿Tienes hambre?
Ella se echó a
reír.
—Si me ponen
algo delante, me lo comeré.
—¿Por qué no
vas a echar un vistazo a la cocina, a ver si encuentras algo tentador? En
seguida me reuniré contigo.
—Lo único que
podría tentarme —comentó Julia con una sonrisa traviesa— sería verte a ti
sentado a la mesa de la cocina.
Sus sensuales
palabras hicieron que Gabriel recordara su anterior visita a la casa, cuando
habían usado aquella mesa varias veces y no precisamente para amasar pan. Con
un gruñido ronco, subió el equipaje a toda prisa, como si alguien lo estuviera
persiguiendo.
En la cocina,
Julia comprobó que la despensa estaba totalmente equipada, igual que la nevera.
Se echó a reír al ver varias botellas de zumo de arándanos alineadas sobre la
encimera, como si la estuvieran esperando. Acababa de abrir una botella de
Perrier y de preparar un plato con trozos de queso, cuando Gabriel regresó. Al
entrar corriendo en la cocina, le pareció mucho más joven, casi un niño, con
los ojos brillantes y una expresión radiante.
—Tiene un aspecto
delicioso. Gracias —dijo, sentándose a su lado y echando una insinuante mirada
hacia la mesa—. Aunque creo que prefiero usar la cama las primeras veces.
Julia se
ruborizó.
—Esta mesa me
trae muy buenos recuerdos.
—A mí también,
pero tenemos todo el tiempo del mundo para fabricar nuevos recuerdos. Algunos
incluso mejores. —La miró con deseo.
Ella sintió un
cosquilleo en el vientre.
—¿La boda ha
sido tal como te la imaginabas? —preguntó él, ansioso, mientras llenaba dos
vasos de agua.
—Mucho mejor.
La misa, la música... casarnos en la basílica ha sido increíble. Se siente una
paz tan especial allí...
Gabriel
asintió. Sabía a qué se refería.
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—Me alegro de que sólo invitáramos a la familia y a los
amigos más íntimos. Siento no haber podido hablar más rato con Katherine
Picton, pero he visto que tú bailabas con ella. ¡Dos veces! —Julia se hizo la
ofendida.
Él le siguió
la broma, alzando las cejas.
—¿De verdad he
bailado con ella dos veces? Es impresionante para una septuagenaria. ¿Cómo habrá
podido seguirme el ritmo?
Julia puso los
ojos en blanco. Gabriel era único usando palabras que nadie más usaba.
—Tú has
bailado dos veces con Richard, señora Emerson. Supongo que estamos empatados.
—Ahora es mi
padre también. Y es un excelente bailarín. Muy elegante.
—¿Mejor que
yo? —Gabriel fingió estar celoso.
—Nadie es
mejor que tú, querido. —Julia se inclinó sobre él para borrarle el falso enfado
con un beso—. ¿Crees que volverá a casarse alguna vez?
—No.
—¿Por qué no?
Él le cogió la
mano y le acarició los nudillos uno a uno.
—Porque Grace
era su Beatriz. Cuando has conocido un amor como ése, cualquier otro parece una
sombra del original. —Sonrió con melancolía—. Curiosamente, en el libro
favorito de Grace, A Severe Mercy, aparecía la misma idea. Sheldon
Vanauken no volvió a casarse tras la muerte de su esposa.
»Dante perdió
a Beatriz cuando ella tenía veinticuatro años y pasó el resto de su existencia
llorando su muerte. Si yo te perdiera, me pasaría lo mismo. Nunca habrá nadie que
ocupe tu lugar. Nunca —recalcó Gabriel, con una mirada fiera pero cariñosa al
mismo tiempo.
—Me pregunto
si mi padre volverá a casarse.
—¿Te
molestaría que lo hiciera?
Ella se
encogió de hombros.
—No. Tardaría
un poco en acostumbrarme, supongo, pero no. Me alegro de que esté saliendo con
alguien amable. Quiero que sea feliz. Me gustaría que pudiera envejecer al lado
de alguien que lo trate bien.
—Yo quiero
envejecer a tu lado —dijo Gabriel—. No cabe duda de que eres amable.
—Yo también
quiero envejecer a tu lado.
Marido y mujer
intercambiaron una mirada y siguieron comiendo en silencio. Cuando acabaron,
Gabriel le tendió la mano.
—Todavía no te
he dado los regalos de boda.
Al tomarle la
mano, Julia le tocó el anillo.
—Pensaba que
los regalos eran los anillos y las inscripciones que llevan: «Yo soy de mi
Amado y mi Amado es mío».
—Hay más
cosas. —Gabriel la llevó hasta la chimenea y se detuvo delante.
Al entrar en
la casa, Julia no se había fijado en que habían cambiado el cuadro que colgaba
sobre la repisa. Su lugar lo ocupaba ahora una impresionante pintura al óleo de
un hombre y una mujer unidos en un abrazo apasionado.
Dio un paso
adelante con la vista clavada en el cuadro, como hipnotizada.
La figura
masculina y la femenina se estaban abrazando. El hombre estaba desnudo hasta la
cintura y se lo veía ligeramente más abajo que la mujer, como si estuviera de
rodillas, con la cabeza apoyada en el regazo de ella, que estaba inclinada
hacia adelante, desnuda, a excepción de lo que parecía ser una sábana arrugada,
agarrando con fuerza la espalda y el costado del hombre y apoyando la cabeza
entre sus
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omóplatos. Lo cierto era que costaba distinguir dónde
empezaba el uno y terminaba el otro. Estaban tan unidos que formaban una
especie de círculo. La necesidad y la desesperación eran tan evidentes que casi
saltaban del lienzo. Parecía que la pareja acabara de reencontrarse tras una
larga ausencia o como si acabaran de reconciliarse tras una discusión.
—Somos
nosotros —susurró Julia, parpadeando sorprendida.
La cara del
hombre quedaba parcialmente oculta, apoyada en el regazo de ella, la boca
apretada contra su muslo, pero no cabía duda: era la cara de Gabriel. Igual que
la cara de la mujer era la cara de Julia, vuelta hacia el espectador con los
ojos cerrados de felicidad y una sonrisa tímida en los labios. Parecía feliz.
—¿Cómo lo has
hecho?
Él se le
acercó por detrás y le rodeó los hombros con los brazos.
—Yo posé para
el cuadro y para tu parte, le di fotografías al artista.
—¿Fotografías?
Él la besó en
el cuello.
—¿No reconoces
esa postura? ¿Recuerdas las fotos que hicimos en Belice? Las de la mañana
siguiente a la noche en que te pusiste el corsé por primera vez... Estabas
tumbada en la cama y...
Ella abrió
mucho los ojos al recordar el momento.
—¿Te gusta?
—Gabriel sonaba extrañamente inseguro—. Quería algo... personal para celebrar
nuestra boda.
—Me encanta.
Sólo me ha sorprendido.
Él se relajó.
—Gracias.
—Julia le cogió la mano y le dio un beso en la palma—. Es un regalo precioso.
—Me alegro de
que te guste. Aún queda otra cosilla. —Acercándose a la repisa de la chimenea,
cogió una manzana dorada que no era la primera vez que ella veía.
—¿Cómo ha
llegado hasta aquí? —preguntó Julia con una sonrisa.
—Ábrela,
señora Emerson.
Ella levantó
la parte de arriba y dentro encontró una llave antigua.
—¿Una llave
mágica? —preguntó, mirando a Gabriel sin comprender—. ¿Es la llave de algún
jardín secreto? ¿Del armario que lleva a Narnia?
—Muy graciosa.
Ven conmigo. —La agarró por la muñeca y no pudo resistir darle un largo beso en
la parte interna, como si le costara separarse.
—¿Adónde
vamos?
—Ya lo verás.
Salieron por
la puerta principal y Gabriel la cerró tras ellos. Entonces se quedaron quietos
en el porche, sumidos en la oscuridad que sólo rompían las luces de la fachada.
—Prueba la
llave.
—¿Qué? ¿Aquí?
—Pruébala.
—Gabriel se balanceó sobre los talones, sin poder ocultar su nerviosismo.
Julia metió la
llave en la cerradura y la hizo girar. Oyó el clic y un segundo después la
puerta se abrió.
—Gracias por
aceptar ser mi esposa —susurró él—. Bienvenida a tu casa.
Ella lo miró,
incrédula.
—Aquí fuimos
felices —dijo Gabriel en voz baja—. Quería que tuviéramos un lugar donde poder
refugiarnos de vez en cuando. Un lugar lleno de buenos recuerdos.
—Acariciándole el brazo con suavidad, añadió—: Podemos venir a pasar las
vacaciones
278
cuando no vayamos a Selinsgrove. Incluso podrías venir aquí a
escribir tu tesis si quisieras. Aunque no creo que pueda soportar estar
apartado de ti ni un día más.
Julia lo besó,
dándole las gracias una y otra vez por sus generosos regalos. Y allí
permanecieron varios minutos, disfrutando del tacto del otro, con el pulso cada
vez más acelerado.
279
57
Sin parar de
besarla en ningún momento, Gabriel la cogió en brazos y la llevó al dormitorio,
en el piso de arriba. Una vez allí, la dejó en el suelo y le hizo dar varias
vueltas, admirando el vuelo de la falda del vestido lila, que giraba a su
alrededor.
—Creo que te
debo algo.
—¿Ah, sí?
—preguntó Julia entre risas—. ¿De qué se trata?
Él la abrazó
desde atrás.
—Sexo de
reconciliación —le musitó al oído.
El sugerente
susurro la hizo estremecer.
Gabriel le
acarició los brazos.
—¿Tienes frío?
—No, no es
frío. Es excitación.
—Excelente.
—Le echó el pelo a un lado y empezó a cubrirle el cuello de besos—. Para tu
información, tengo que hacerme perdonar un montón de cosas. Me temo que me va a
llevar toda la noche.
—¿Toda la
noche? —repitió ella, con voz ronca.
—Eso me temo.
Y a lo mejor me ocupa también parte de la mañana.
Julia empezó a
derretirse entre sus brazos. Gabriel siguió besándole el cuello y descendiendo
hasta el hombro antes de apartarse.
—Mientras te
preparas para acostarte, quiero que pienses en todas las maneras en las que voy
a darte placer esta noche. —Le guiñó un ojo, acariciándole el cuello de arriba
abajo con un dedo antes de soltarla.
Julia sacó sus
cosas de la maleta y desapareció en el cuarto de baño. Cuando había ido a
comprar lo que se iba a poner en su noche de bodas, se había sentido insegura.
¿Qué podía comprar que él no hubiera visto ya?
En una
diminuta tienda de la calle Newbury, encontró exactamente lo que buscaba. Un
camisón largo de seda, muy escotado y de color rojo intenso, como el Merlot. Lo
que la acabó de decidir fue la espalda, adornada con cintas que se
entrecruzaban, dejándosela al descubierto hasta niveles casi indecentes. Lo
eligió sabiendo que a Gabriel le encantaría deshacer las cintas. Le gustaba
desarmarla, en todos los sentidos.
Se dejó el
pelo recogido y se puso una pizca de brillo en los labios antes de calzarse los
zapatos de tacón negros que había comprado para la luna de miel.
Al abrir la
puerta del baño, se encontró a Gabriel esperándola.
El dormitorio
estaba iluminado por la suave luz de las velas, olía a sándalo y no faltaba la
música. La canción que sonaba no formaba parte de la lista de reproducción que
habían escuchado durante su anterior visita, pero también le gustaba.
Él se acercó.
Seguía llevando los pantalones y la camisa blanca, pero se la había
desabrochado casi hasta la cintura y se había quitado los zapatos y los
calcetines. Le ofreció la mano y ella la aceptó, uniéndose a él en un abrazo.
—Eres
exquisita —susurró, acariciándole la espalda con las manos temblorosas de
deseo—. Casi me había olvidado de lo preciosa que eres a la luz de las velas.
Casi, pero no del todo.
Ella sonrió,
con la cara pegada a su pecho.
—¿Puedo?
—preguntó Gabriel, señalando su pelo recogido y ella asintió.
Un hombre
corriente le habría quitado todas las horquillas a la vez,
280
apresuradamente, siempre y cuando hubiera sido capaz de
encontrarlas, pero él no era un hombre corriente.
Muy
lentamente, le pasó sus largos dedos por el pelo hasta que encontró una horquilla.
Se la quitó con delicadeza, liberando un mechón. Y luego repitió el proceso
hasta que toda su cabellera cayó como olas del mar sobre sus hombros pálidos. A
esas alturas, el cuerpo de Julia vibraba de deseo.
Sujetándole la
cara entre las manos, Gabriel la miró fijamente a los ojos.
—Dime lo que
deseas. La noche es tuya. Puedes ordenarme lo que quieras.
—No quiero
ordenarte nada —respondió ella, besándolo en los labios—. Sólo quiero que me
demuestres que me amas.
—Julianne, te
quiero con los cuatro tipos de amor. Pero esta noche es una celebración del
eros.
Le cubrió los
hombros de ardientes besos antes de ponerse a su espalda y acariciarle la piel
entre las cintas.
—Gracias por
tu regalo.
—¿Mi regalo?
—Tu cuerpo,
seductoramente envuelto, sólo para mis ojos. —La miró de arriba abajo hasta
llegar a sus pies—. Y gracias por los zapatos. Después de un día tan largo,
deben de dolerte los pies.
—No me había
dado cuenta.
—¿Cómo es
posible?
—Porque en lo
único que puedo pensar es en hacerte el amor.
—Llevo días
sin pensar en nada más. Meses. —Inspirando hondo, le acarició los brazos arriba
y abajo—. Soy el único hombre que te ha visto desnuda en toda tu gloria y que
conoce los sonidos que haces cuando el placer se apodera de ti. Tu cuerpo me
reconoce, Julianne. Conoce mi tacto.
Deshizo el
primer lazo, empezando por la parte de abajo. Las cintas de raso se deslizaban
por sus dedos temblorosos.
—¿Estás
nerviosa? —La sujetó por la barbilla y le hizo volver la cara de perfil.
—Ha pasado
mucho tiempo.
—Nos lo
tomaremos con calma. Las actividades más... vigorosas ya vendrán luego, cuando
nuestros cuerpos hayan tenido tiempo para reconocerse.
Gabriel señaló
una pared desnuda con la nariz y Julia sintió que le aumentaba la temperatura.
Lentamente, él
acabó de desatar todas las cintas, dejándole la espalda al descubierto.
Apoyándole las manos en los hombros, se la acarició de arriba abajo varias
veces con las manos abiertas.
—Ardo de deseo
por ti. Llevo meses esperando para llevarte a la cama.
Agarrándola
por los hombros, la volvió y, sin previo aviso, le quitó el camisón, dejando
caer los tirantes a lado y lado. Con la vista, Gabriel siguió la caída de la
prenda, hasta que quedó convertida en un charco de seda color vino a sus pies.
Julia estaba
desnuda ante él, con los brazos a los costados.
—Magnífica
—murmuró, devorando con los ojos cada centímetro de su piel.
Demasiada
lentitud para ella, que harta de ser el centro de atención, acabó de
desabrocharle los botones de la camisa y se la quitó. Tras besarle el tatuaje,
le mordisqueó los pectorales antes de despojarlo de los pantalones.
Pronto Gabriel
estuvo tan desnudo como ella, sin ninguna prenda de ropa tras la que ocultar su
erección. Se inclinó hacia Julia para besarla, pero ella lo detuvo.
Con manos
ávidas, le acarició el pelo antes de descender por la cara y explorarle el
cuerpo con dedos y los labios. Nada se libró de su exploración: la cara, la
boca, la
281
mandíbula, los hombros, el pecho, los abdominales, los
brazos, las piernas y...
Gabriel le
sujetó la muñeca un instante antes de que Julia pudiera rodearle el miembro con
la mano. Tiró de ella, pegándola a su cuerpo y empezó a susurrar palabras
dulces contra sus labios. Eran palabras de devoción en italiano, que Julia
pronto reconoció, ya que habían salido de la pluma de Dante.
Cogiéndola en
brazos, la depositó sentada sobre la cama, grande, con dosel. Una vez Julia
estuvo en el borde de la misma, Gabriel se arrodilló ante ella.
—¿Por dónde
empiezo? —preguntó, con los ojos turbios de pasión, mientras le acariciaba el
vientre y los muslos—. Dímelo.
Julia inspiró
hondo y negó con la cabeza.
—¿Empiezo por
aquí?
Gabriel se
inclinó y le rozó los labios suavemente con la lengua.
—¿O por aquí?
Le acarició
los pechos antes de llevárselos a la boca, lamiéndolos y torturándolos con sus
caricias.
Cerrando los
ojos, Julia contuvo la respiración.
—¿Preferirías
que empezara por aquí? —Le resiguió el ombligo con un dedo antes de cubrirle el
vientre de besos.
Ella gimió y
lo agarró con fuerza del pelo.
—Sólo te
quiero a ti.
—Entonces,
tómame.
Julia lo besó
y Gabriel respondió disfrutando de su boca lánguidamente. Cuando notó que el
pulso de ella se aceleraba, le cogió un pie y le quitó el zapato.
—¿No quieres
que me los deje puestos? Los compré especialmente para esta noche.
—Dejémoslos
para luego, para cuando estrenemos la pared —respondió él, con voz ronca.
Tras quitarle
los zapatos, dedicó unos instantes a masajearle cada pie, dedicando especial
atención a los arcos. Luego la empujó hacia el centro de la cama y se tumbó a
su lado.
—¿Confías en
mí?
—Sí.
La besó
dulcemente en los labios.
—Llevo mucho
tiempo esperando oírte decir eso, sabiendo que es cierto.
—Claro que es
cierto. El pasado, pasado está.
—En ese caso,
recuperemos el tiempo perdido.
Con infinita
ternura, Gabriel usó las manos para acariciarla y excitarla con caricias
expertas y apasionadas. Su boca se unió al sensual asalto, mordisqueando y
succionando al ritmo de sus suspiros. Se sentía el corazón henchido de
satisfacción al oír sus exclamaciones de placer y ver cómo se sacudía de un
lado a otro por efecto de sus caricias.
Cuando ella le
acarició la espalda y le apretó las nalgas con las manos, Gabriel la cubrió con
su cuerpo.
Mirándola a
los ojos, le susurró versos del Cantar de los Cantares:
—¡Amada mía,
qué hermosa eres! Palomas son tus ojos... tus labios, un hilo escarlata, tu
boca es tan bella...
Julia lo
interrumpió con un beso.
—No me hagas
esperar.
—¿Me estás
invitando a entrar en tu cuerpo?
Sintiendo que
la recorría una oleada de calor, ella asintió.
282
—Mi esposo.
—Mi ángel de
ojos castaños.
La lengua de
Gabriel se entrelazó con la de ella mientras sus cuerpos se convertían en uno,
fundiéndose, ahogando sus suspiros y gemidos en la boca del otro.
Gabriel fue
despacio al principio, como olas rompiendo contra la orilla en un día
tranquilo. No tenía prisa. Quería que aquella experiencia durara para siempre,
ya que, mientras miraba los ojos llenos de amor de su esposa, se dio cuenta de
que sus anteriores experiencias, por muy excitantes que hubieran sido,
palidecían comparadas con la sublime conexión que estaban viviendo.
Julia era
carne de su carne. Era su esposa y su alma gemela y lo único que Gabriel
deseaba en la vida era hacerla feliz. La adoración que sentía por ella lo
consumía.
Con un dedo,
Julia le acarició las cejas, que se le habían fruncido de concentración.
—Me encanta
esa expresión —comentó ella.
—¿Qué
expresión?
—Los ojos
cerrados, el cejo fruncido, los labios apretados... Sólo la tienes cuando estás
a punto de... llegar.
Él abrió los
ojos y ella vio que le brillaban, traviesos.
—¿Ah, sí,
señora Emerson?
—La echaba de
menos. Es una expresión muy sexy.
—Me halagas.
—Gabriel sonaba tímido.
—Me gustaría
tener un cuadro o una fotografía de tu cara en esos momentos.
Él frunció el
cejo, juguetón.
—Una
fotografía como ésa sería un escándalo.
Julia se echó
a reír.
—Dice el
hombre que tenía su dormitorio decorado con fotografías de sí mismo, desnudo.
—Los únicos
desnudos que me interesan a partir de ahora son los de mi exquisita esposa.
Incrementó el
ritmo de las embestidas, tomándola por sorpresa.
Julia gimió de
placer y él enterró la cara en su cuello.
—Eres tan
tentadora... Tu pelo, tu piel... son irresistibles.
—Tu amor me
hace hermosa.
—Pues déjame
que te ame siempre.
Ella arqueó la
espalda.
—Sí, ámame
siempre. Por favor.
Gabriel
aceleró el ritmo, besándole el cuello y succionándoselo con delicadeza.
Julia
respondió agarrándolo con fuerza por las caderas, apretándolo contra su cuerpo.
—Abre los ojos
—jadeó él, moviéndose aún más de prisa.
Al hacerlo,
Julia vio que los de su esposo la miraban con pasión, pero también con amor
sincero.
—Te quiero —dijo
ella, antes de cerrar los ojos de nuevo, cuando las sensaciones fueron
demasiado intensas.
Gabriel volvió
a fruncir las cejas, pero esta vez logró mantener los ojos abiertos.
—Te quiero
—susurró, repitiendo las palabras con cada movimiento, con cada roce de la piel
sobre la piel, hasta que ambos estuvieron quietos y saciados.
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58
Justo antes
del amanecer, Julia se despertó sobresaltada.
Su guapo
esposo estaba a su lado, con expresión relajada mientras dormía. Parecía más
joven. Le recordó al Gabriel que había conocido en el porche de Grace. Le
resiguió con el dedo las cejas y la barba de un día, sintiendo un gran amor y
una gran satisfacción en su interior.
Se levantó, ya
que no quería molestarlo. Encontró la camisa de él en el suelo y se la puso
antes de salir a la terraza.
Se adivinaba
un atisbo de luz en el horizonte, sobre las colinas ondulantes del paisaje de
Umbría. El aire era frío, demasiado frío para estar en la terraza, a no ser que
se estuviera dentro del jacuzzi, pero la vista era espectacular y Julia no
podía apartarse. Necesitaba beber de su belleza. Igual que necesitaba un
momento de intimidad. A solas.
Mientras
crecía, Julia se había sentido siempre indigna. Consideraba que no merecía ver
sus deseos satisfechos ni tampoco ser amada. Pero ya no se sentía así. Una
oración de gratitud brotó de su alma, elevándose hacia el cielo.
Gabriel alargó
la mano hacia Julia, pero encontró la cama vacía. Exhausto por la agotadora
actividad de las últimas horas, tardó unos instantes en despertarse del todo.
Habían hecho el amor varias veces y se habían turnado adorándose mutuamente con
la boca y las manos.
Sonrió. Todos
los miedos y ansiedades de Julia parecían haberse desvanecido. ¿Sería porque
ahora estaban casados? ¿O porque habían pasado juntos el tiempo suficiente y se
había convencido de que no volvería a hacerle daño?
No lo sabía.
Pero estaba satisfecho porque ella estaba satisfecha. Se había entregado a él
con una seguridad y una confianza que antes habrían sido impensables y él valoraba
su entrega como lo que era: un regalo nacido del amor y la confianza absoluta.
Sin embargo,
despertarse y encontrar la cama vacía lo ponía nervioso. Así que, en vez de
quedarse allí tumbado, dándole vueltas al asunto, se levantó en busca de su
amada. No le costó mucho encontrarla.
—¿Estás bien?
—le preguntó, saliendo a la terraza.
—Maravillosamente.
Soy feliz.
—Pillarás una
pulmonía —la reprendió Gabriel, quitándose el albornoz y cubriéndola con él.
Cuando se
volvió para darle las gracias, vio que estaba desnudo.
—Tú también.
Él se echó a
reír y, abriendo el albornoz, la abrazó para que los abrigara a los dos. Julia
suspiró. Sentir sus cuerpos pegados y desnudos era algo muy agradable.
—¿Fue todo de
tu agrado anoche? —preguntó Gabriel, frotándole la espalda por encima de la
tela.
—¿No lo
notaste?
—No hablamos
demasiado, como recordarás. Tal vez querrías haber podido irte a dormir antes.
Ya sé que teníamos que ponernos al día, pero...
—Me falta un
poco de práctica, y estoy agotada, pero me encanta —lo interrumpió ella,
ruborizándose—. Anoche fue aún mejor que nuestra primera noche juntos. Y,
ciertamente, tal como dijiste, todo fue más vigoroso.
Él se echó a
reír.
284
—Estoy de acuerdo.
—Hemos vivido
muchas cosas. Siento que nuestra conexión es más profunda —dijo ella,
acariciándole el hombro con la nariz—. Y ya no tengo miedo de que desaparezcas.
—Soy tuyo
—susurró Gabriel—. Y yo también siento la conexión. La necesitaba. Y te la
mereces. Cuando te toco, cuando te miro a los ojos, veo nuestro pasado y
nuestro futuro. —Hizo una pausa y le alzó la barbilla para verla mejor—. Es
impresionante.
Julia le dio
un beso en los labios antes de acurrucarse contra su pecho.
—Pasé
demasiado tiempo en las sombras. —La voz de él temblaba de emoción—. Tengo
tantas ganas de vivir en la luz. A tu lado.
Ella le sujetó
la cara entre ambas manos, obligándolo a mirarla.
—Ya estamos en
la luz. Y te quiero.
—Y yo te
quiero a ti, Julianne. Soy tuyo en esta vida y en la siguiente.
Besándola en
los labios una vez más, Gabriel la llevó de vuelta al dormitorio.
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Buenass!! Aqui termina la historia o hay un 3 libro??
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