Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Cautivada por ti - Sylvia Day - Cap.4

Volver a capítulos

4
—¿Por qué frunces el ceño, pequeña? —preguntó Cary con voz adormilada y baja por la
pastilla que se había tomado antes de despegar.
Mientras miraba las opciones del menú desplegable por el que movía el cursor, me debatía
sobre qué respuesta escoger. ¿«Prometida» o «Es complicado»? Como también cabía la opción
de «Casada», pensé que la mejor elección habría sido «Todas las anteriores».
¿No sería divertido de explicar?
Miré a través de la lujosa cabina del avión privado de Gideon y vi a mi mejor amigo
desparramado sobre el sofá de cuero blanco con las manos escondidas detrás de la cabeza.
Largo y esbelto, componía una bonita imagen con su camisa levantada y sus pantalones cargo,
dejando ver sus impresionantes abdominales que estaban ayudando a Grey Isles a vender
vaqueros, ropa interior y demás prendas de hombre.
Para Cary no suponía ningún problema acostumbrarse a las comodidades y al lujo de la
inmensa fortuna de Gideon. Se había acomodado de inmediato en el mobiliario de aquella
cabina ultramoderna. Y, en cierta manera, incluso vestido con ropa informal, se lo veía en su
salsa en medio del metal pulido y del roble gris.
—Estoy tratando de abrir unas cuentas en redes sociales —respondí.
—Vaya. —Se apresuró a incorporarse en su asiento sin esfuerzo y su gesto se tornó
sorprendente e instantáneamente alerta—. Un gran paso.
—Sí. —Nathan había hecho que me mantuviera oculta por temor a exponerme y a que eso
hiciera que le resultara más fácil encontrarme—. Pero ya va siendo hora. Creo que... No
importa. Ya va siendo hora.
—Muy bien. —Cary apoyó los codos sobre las rodillas y juntó las puntas de los dedos—.
Entonces ¿por qué tienes el ceño fruncido?
—Pues porque hay que tener en cuenta muchas cosas. Es decir, ¿cuánto voy a poder contar
ahí? Ya no debo preocuparme por Nathan, pero Gideon está sometido a un escrutinio
constante.
Con Gideon en mente, hice una búsqueda de su perfil. Apareció con la pequeña marca azul
que verificaba que era suyo. Al ver su imagen, una foto de él con un traje negro de tres piezas
y la corbata azul que tanto me gustaba, sentí una oleada de deseo por todo el cuerpo. Lo habían
fotografiado en una azotea con el horizonte de Manhattan desenfocado detrás de él mientras su
imagen había sido captada por la cámara de un modo nítido y vívido.
Era aún más nítido y vibrante en la realidad. Me quedé mirando los ojos de Gideon y me
perdí en aquel azul imposible. Su pelo negro enmarcaba aquel rostro perfecto de ángel con sus
mechones oscuros y brillantes.
¿Poético? Sí. Pero es que su mirada podía inspirar sonetos. Por no hablar de un matrimonio
improvisado.
¿Cuándo le habían hecho aquella fotografía? ¿Antes de conocernos? Tenía esa mirada
lejana e implacable que lo hacía parecer un sueño imposible.
—Me he casado —solté mientras apartaba la mirada del hombre más hermoso que había
visto nunca—. Con Gideon, claro. ¿Con quién, si no, iba a casarme?
Cary estaba patidifuso.
—¿Qué?
Froté las palmas de las manos en mis pantalones de yoga. Estaba eludiendo mi
responsabilidad al contarle la noticia mientras las pastillas para el mareo le nublaban el
cerebro, pero quería aprovecharme de cualquier ventaja que tuviera a mano.
—Cuando nos fuimos el fin de semana pasado. Nos casamos a escondidas.
Se quedó callado durante un largo minuto. Después, de pronto, se puso en pie.
—¿Te estás quedando conmigo?
La cabeza de Raúl se volvió hacia nosotros. El movimiento fue despreocupado y lento,
pero su mirada era atenta. Estaba sentado en el otro extremo, mostrándose sorprendentemente
discreto para tratarse de un hombre tan fácil de localizar.
—¿A qué vienen esas malditas prisas? —espetó Cary.
—Simplemente... pasó.
No sabía explicarlo. Había pensado que era demasiado pronto; de hecho, aún lo pensaba.
Pero Gideon era el único hombre al que iba a amar de una forma tan completa. Si
reflexionaba, sabía que él tenía razón. Sólo estábamos posponiendo lo inevitable. Y Gideon
necesitaba mi promesa de que yo sería suya para siempre. Mi increíble marido al que tanto le
costaba creer que podía ser amado.
—No me arrepiento —añadí.
—Todavía no. —Cary se pasó las dos manos por el pelo—. Dios mío, Eva. Uno no va y se
casa con el primer hombre con el que mantiene una relación seria.
—No es eso —protesté, evitando incómodamente mirar a Raúl—. Ya sabes lo que
sentimos el uno por el otro.
—Claro. Los dos estáis tarados por separado. Y juntos sois una maldita casa de locos.
Le hice una peineta.
—Lo solucionaremos. Que llevemos un anillo no significa que hayamos dejado de
intentarlo.
Se dejó caer en un sillón enfrente de mí.
—¿Qué estímulo va a tener para solucionar nada? Ya ha conseguido su premio. Te ha
encasquetado sus sueños psicóticos y sus terribles cambios de humor.
—Espera un momento —dije con firmeza sintiendo el escozor de la verdad que había en
sus palabras—. No te enfadaste cuando te dije que nos habíamos prometido.
—Porque supuse que haría falta un año, como poco, para que Monica preparara la boda.
Quizá un año y medio. Al menos, algo de tiempo para que probarais a vivir juntos.
Dejé que despotricara. Mejor que lo hiciera a nueve mil metros de altitud que en algún
lugar público en el que todo el mundo pudiera oírnos.
Se inclinó hacia adelante con sus ojos verdes llenos de furia.
—Yo voy a tener un bebé y no me voy a casar. ¿Sabes por qué? Porque estoy demasiado
jodido y lo sé. No soy quién para subir a un pasajero en este viaje salvaje. Si él te quisiera,
pensaría en ti y en lo que es mejor para ti.
—Me pone muy contenta ver cómo te alegras por mí, Cary. Significa mucho, de verdad.
Mis palabras estaban teñidas por el sarcasmo, pero eran sinceras. Tenía amigas a las que
podría llamar y que me dirían lo increíblemente afortunada que era. Cary era mi mejor amigo
porque siempre me hablaba sin ambages, incluso cuando estaba desesperada por quitarle
hierro al asunto.
Pero él sólo pensaba en el aspecto negativo. No era consciente de la luz que Gideon había
traído a mi vida. La aceptación y el amor. La seguridad. Me había devuelto la libertad, una
vida sin terror. Regalarle a cambio mis votos era un pago demasiado pequeño por todo eso.
Volví a dirigir la atención al perfil de Gideon y recorrí la pantalla para ver que la entrada
más reciente era un enlace a un artículo sobre nuestro compromiso. Dudaba que lo hubiese
puesto él mismo —estaba demasiado ocupado como para molestarse en algo así—, pero
imaginé que sí lo habría aprobado. Ya había dejado claro en cierto modo que yo era lo
suficientemente importante como para que me convirtiera en la única información personal
que le parecía bien compartir en un perfil que, en todo lo demás, era profesional.
Gideon estaba orgulloso de mí. Orgulloso de casarse conmigo, una mujer caótica con un
pasado lleno de malas decisiones. A pesar de lo que pensaran los demás, sabía que era yo la
que se había llevado el premio.
—Joder. —Cary se repantigó en su asiento—. Esto me hace sentir como un gilipollas.
—Quien se pica... —murmuré mientras hacía clic en el enlace para ver otras fotografías de
Gideon.
Fue un error.
Todas las imágenes que había publicado el administrador de sus redes sociales eran
profesionales, pero las no oficiales en las que lo habían etiquetado no lo eran. Allí, a todo
color, había fotografías de él con mujeres guapas. Y me sentaron como una patada. Los celos
se aferraron a mi estómago y comenzaron a retorcerlo.
Dios, estaba increíble con su frac. Oscuro y peligroso. Su rostro salvajemente hermoso, sus
mejillas y su boca cincelados a la perfección, su gesto seguro y un poco arrogante. Un macho
alfa de primera división.
Yo sabía que aquellas fotografías no eran recientes. Sabía que las mujeres que aparecían en
ellas no conocían de primera mano su increíble destreza en la cama. Él tenía una norma al
respecto. Pero eso no evitaba que aquellas imágenes me pusieran nerviosa.
—¿He sido el último en enterarme? —preguntó Cary.
—Eres el único. —Miré a Raúl—. Al menos, por mi parte. Gideon quiere decírselo a todo
el mundo, pero lo mantendremos en secreto.
Mi amigo me miró fijamente.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Para siempre. La siguiente boda que celebremos será la primera en lo que a los demás
respecta.
—¿Te lo estás replanteando?
Me fastidiaba que a Cary no le importara que tuviéramos público. Yo era plenamente
consciente de que cada movimiento que hacía, cada palabra que decía era presenciada por
otras personas.
No obstante, el hecho de saber que Raúl estaba allí no influyó en mi respuesta.
—No —aseguré—. Estoy contenta de que nos hayamos casado. Lo quiero, Cary.
—Sé que es así —contestó él con un suspiro.
Incapaz de contenerme, abrí la aplicación de mensajes de mi portátil y le envié un mensaje
a Gideon:
Te echo de menos.
Él me respondió casi al instante:
Dale la vuelta al avión.
Eso me hizo sonreír. Era muy propio de él. Y nada propio de mí. Hacer perder el tiempo a
los pilotos, el desperdicio de combustible... me parecía una frivolidad. Pero, más que eso, sería
la prueba de lo mucho que había llegado a depender de Gideon. Aquello sería la sentencia de
muerte de nuestra relación. Él podía tenerlo todo, a cualquier mujer, cuando quisiera. Si yo le
ponía las cosas demasiado fáciles, los dos perderíamos el respeto por mí. De ahí a perder su
amor no había mucho trecho.
Volví a mi perfil nuevo y cargué una foto que yo misma nos había hecho a Gideon y a mí y
que saqué de mi móvil. La convertí en la imagen principal. Después, la etiqueté y añadí una
descripción: «El amor de mi vida».
Al fin y al cabo, si en sus fotos iba a aparecer con otras mujeres, yo quería que al menos
tuviera una conmigo. Y la que había elegido era indiscutiblemente íntima. Estábamos
tumbados boca arriba, con las sienes tocándose, mi cara sin maquillar y la suya relajada y con
una sonrisa en los ojos. Aposté que, si cualquiera que la viera no comprendía que tenía un
vínculo íntimo con él, nunca nadie lo sabría.
De repente deseé llamarlo. Tanto que casi pude oír su voz increíblemente sensual, tan
embriagadora como el más fuerte de los licores, suave pero con un atisbo de dentellada.
Quería estar con él, con mi mano agarrada a la suya, mis labios sobre su cuello, donde el olor
de su piel despertaba en mí un instinto devorador y primitivo.
A veces me asustaba lo mucho que lo necesitaba. Excluyendo todo lo demás. No había
nadie con quien deseara más estar, ni siquiera mi mejor amigo, que en ese momento me
necesitaba casi con la misma fuerza.
—No pasa nada, Cary —lo tranquilicé—. No te preocupes.
—Me preocuparía más si pensara que de verdad lo crees así. —Se apartó el flequillo de la
frente con una mano impaciente—. Es demasiado pronto, Eva.
Asentí.
—Pero va a salir bien.
Tenía que salir bien. No podía imaginar mi vida sin Gideon en ella.
Cary echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Habría creído que había sucumbido a las
pastillas contra el mareo de no ser porque tenía los nudillos blancos de agarrarse con mucha
fuerza a los brazos del sillón. Le estaba costando asimilar la noticia, y yo no sabía qué decir
para tranquilizarlo. Gideon me escribió:
Sigues yendo en la dirección equivocada.
Estuve a punto de preguntarle cómo lo sabía, pero me contuve.
¿Lo estás pasando bien con los chicos?
Lo pasaría mejor contigo.
Sonreí.
Eso espero. —Mis dedos se detuvieron—. Se lo he contado a Cary.
Su respuesta no fue instantánea.
¿Seguís siendo amigos?
Aún no me ha repudiado.
Gideon no contestó, pero me dije que no debía tratar de interpretar su silencio. Había
salido con sus amigos. Ya había sido mucho pedir tener noticias suyas.
Aun así, me sentí muy feliz al recibir un mensaje suyo diez minutos después.
No dejes de echarme de menos.
Miré a Cary y vi que me estaba observando. ¿Se estaría enfrentando Gideon a un rechazo
parecido por parte de sus amigos? Le contesté:
No dejes de quererme.
Su respuesta fue sencilla y muy propia de él:
Trato hecho.
—Mi querida California, cómo te he echado de menos. —Cary bajaba los escalones del avión
en dirección al asfalto con la cabeza echada hacia atrás para admirar el cielo nocturno—. Dios,
qué bien sienta dejar atrás la humedad de la costa Este.
Yo bajé detrás de él, deseosa de llegar hasta la figura alta y oscura que esperaba junto a
una camioneta negra brillante. Victor Reyes formaba parte del tipo de hombres que llamaban
la atención. En parte era debido a que se trataba de un policía; el resto era debido a él mismo.
—¡Papá!
Corrí a toda velocidad hacia él y se apartó del todoterreno en el que estaba apoyado para
abrir los brazos hacia mí. Al recibir el golpe de mi cuerpo contra el suyo, me levantó del suelo
apretándome con tanta fuerza que me cortó la respiración.
—Cómo me alegra verte, pequeña —dijo con su voz ronca.
Cary se acercó a nosotros. Mi padre me dejó en el suelo.
—Cary. —Estrechó la mano de mi amigo y tiró de él para darle un rápido abrazo y una
palmada en la espalda—. Tienes buen aspecto, chico.
—Lo intento.
—¿Lo tenéis todo? —preguntó entonces mi padre. Miró a Raúl, que había bajado el
primero del avión y ahora estaba en silencio junto a un Mercedes negro que había aparcado
cerca.
Gideon me había dicho que me olvidara de que Raúl estaba allí, pero para mí no era fácil.
—Sí —respondió Cary al tiempo que se acomodaba la correa de su bolsa de viaje sobre el
hombro.
En la mano llevaba mi bolsa, que era mucho menos pesada que la suya. Incluso con todo
mi maquillaje y mis tres pares de zapatos, Cary había metido más cosas en su maleta que yo.
Eso me encantaba de él.
—¿Tenéis hambre? —Mi padre abrió la puerta del acompañante para que yo entrara.
Eran solamente las nueve en California, pero pasaba de medianoche en Nueva York.
Demasiado tarde para comer, aunque no habíamos cenado nada.
Cary respondió antes de subir al asiento de atrás.
—Nos morimos de hambre.
Me reí.
—Tú siempre tienes hambre.
—Y tú, mofletones —espetó desplazándose hacia el centro del asiento para poder echarse
hacia adelante y colocarse en medio—. Pero yo no me siento culpable por ello.
Nos alejamos del avión y vi cómo se iba haciendo más pequeño a medida que
avanzábamos por el asfalto en dirección a la salida. Miré el perfil de mi padre buscando algún
atisbo de lo que pensara sobre el estilo de vida que yo iba a llevar como esposa de Gideon. Los
aviones privados. Los guardaespaldas a todas horas. Sabía lo que pensaba sobre la fortuna de
Stanton, pero ése era mi padrastro. Esperaba que fuera más tolerante con un marido.
Aun así, supe que el cambio de rutina era evidente. Antes habríamos volado hasta el puerto
de San Diego, nos habríamos dirigido al distrito de Gaslamp, habríamos ocupado una mesa en
Dick’s Last Resort y habríamos pasado una hora o más riéndonos de tonterías mientras
disfrutábamos de una cerveza con la cena.
Ahora, en cambio, había una tensión que antes no existía. Nathan. Gideon. Mi madre. Todo
aquello flotaba entre nosotros.
Me fastidiaba. Y mucho.
—¿Y si vamos a ese sitio de Oceanside con la cerveza helada y las cáscaras de cacahuetes
en el suelo? —sugirió Cary.
—Sí. —Me volví en mi asiento para dedicarle una sonrisa de agradecimiento—. Puede ser
divertido.
Relajado y familiar. Perfecto.
Dejamos atrás el aeropuerto. Saqué mi móvil y lo encendí con la intención de conectarlo al
equipo de música del todoterreno para que pudiéramos escuchar música y transportarnos a
épocas menos complicadas.
Rápidamente aparecieron varios mensajes que llenaron la pantalla y que se fueron
desplazando.
El más reciente era de Brett:
Llámame cuando llegues a la ciudad.
Y, justo después, empezó a sonar Rubia en la radio.
Al día siguiente, estaba subiendo los escalones del diminuto porche de mi padre cuando mi
teléfono comenzó a vibrar. Lo saqué del bolsillo de mis pantalones cortos y sentí un cosquilleo
de felicidad al ver la imagen de Gideon en la pantalla.
—Buenos días —respondí acomodándome en una de las sillas de forja con cojín que había
junto a la puerta de la casa—. ¿Has dormido bien?
—Bastante bien. —El suave carraspeo de su voz que tanto me gustaba penetró en mi
cuerpo—. Raúl dice que el café de Victor despertaría incluso a un oso que estuviera
hibernando.
Miré hacia el Mercedes que estaba aparcado al otro lado de la estrecha calle. Los cristales
tintados de las ventanillas eran tan oscuros que no podía ver al hombre que estaba en su
interior. Resultaba un poco raro que Raúl hubiese podido hablar con Gideon del café que yo
acababa de llevarle antes incluso de que me diera tiempo de volver a la casa.
—¿Tratas de intimidarme haciéndome saber lo vigilada que me tienes? —inquirí.
—Si la intimidación fuese mi objetivo, no sería nada sutil.
Cogí la taza que había dejado sobre la mesilla antes de ir a llevarle el café a Raúl.
—Sabes que ese tono de voz hace que yo también quiera irritarte, ¿verdad?
—Porque te gusta ver cómo reacciono ante un desafío —contestó con un ronroneo que hizo
que se me pusiera la carne de gallina a pesar del calor que hacía.
Sonreí.
—Y ¿qué terminasteis haciendo exactamente anoche?
—Lo de siempre: beber y echarnos la bronca unos a otros.
—¿Salisteis?
—Un par de horas.
Apreté el móvil con más fuerza mientras me imaginaba a un grupo de hombres atractivos
saliendo de caza.
—Espero que lo pasaras bien.
—No estuvo mal. Cuéntame tus planes para hoy.
Noté en su voz el mismo tono de tensión que yo había empleado. Por desgracia, el
matrimonio no era la cura para los celos.
—Cuando Cary se despierte y levante su culo del sofá, comeremos algo rápido con mi
padre. Después, vamos a ir a San Diego a ver al doctor Travis.
—¿Y esta noche?
Di un sorbo a mi café, preparándome para una discusión. Sabía que Gideon estaba
pensando en Brett.
—El agente del grupo me ha enviado un correo para decirme dónde recoger los pases vip,
pero he decidido no ir al concierto. Supongo que Cary podrá llevar a algún amigo, si quiere.
Lo que yo tengo que decir no va a requerir mucho tiempo, así que o bien veo a Brett mañana
antes de irme o lo hablamos por teléfono.
Gideon dejó escapar un suave suspiro.
—Espero que tengas una idea de lo que vas a decirle.
—No voy a complicarme. Después de lo de Rubia y de mi compromiso, no creo que sea
apropiado que nos veamos en público. Espero que seamos amigos y sigamos en contacto,
aunque los correos electrónicos y los mensajes serán mejor, excepto cuando estés conmigo.
Permaneció en silencio tanto tiempo que llegué a pensar que se había cortado la llamada.
—¿Gideon?
—Necesito saber si tienes miedo de verlo.
Inquieta, di otro sorbo. El café se había enfriado, pero, de todos modos, apenas si lo
saboreaba.
—No quiero que discutamos por Brett.
—Así que tu solución es evitarlo.
—Tú y yo ya tenemos mierda suficiente por la que discutir sin tener que meterlo a él en
medio. No merece la pena.
Gideon volvió a quedarse en silencio. Esta vez, esperé.
Cuando volví a oír su voz, era segura y decidida.
—Puedo vivir con ello, Eva.
Mis hombros se relajaron y algo en mi interior se calmó. Y a continuación,
paradójicamente, sentí una presión en el pecho. Recordé lo que me había dicho una vez, que
podría soportar que amara a otro siempre y cuando fuera suya.
Me quería mucho más de lo que se quería a sí mismo. Me partía el corazón que se vendiera
tan barato, y me resultó imposible contenerme.
—Lo eres todo para mí —susurré—. Pienso en ti a todas horas.
—En mi caso no es diferente.
—¿En serio? —Bajé la voz aún más—. Porque estoy colada por ti. Me pongo... cachonda.
Me abruma esta desesperada necesidad de tocarte. La mente se me dispersa y tengo que
dedicar un minuto a sobreponerme, pero es difícil. Muchas veces dejo lo que sea que esté
haciendo para ponerme en contacto contigo.
—Eva...
—Fantaseo con interrumpir una de tus reuniones y lanzarme hacia ti corriendo. ¿Te lo he
dicho alguna vez? Cuando el deseo es tan grande, casi puedo sentir cómo tiras de mí. —Me
apresuré a continuar cuando oí que gemía suavemente—: Se me corta la respiración cada vez
que te veo. Si cierro los ojos puedo oír tu voz. Esta mañana me he despertado y he sentido
pánico porque estabas muy lejos. Habría dado lo que fuera por poder estar contigo. He querido
llorar porque no podía hacerlo.
—Dios mío, Eva. Por favor...
—Si vas a preocuparte por algo, Gideon, que sea por mí. Porque no pienso con lógica en lo
que a ti se refiere. Estoy loca por ti. Literalmente. No puedo pensar en un futuro sin ti. Me
asusta.
—Maldita sea. Nunca estarás sin mí. Envejeceremos juntos. Moriremos juntos. No voy a
vivir un solo día sin ti.
Una lágrima me asomó por el rabillo del ojo. La limpié.
—Necesito que sepas que no tienes por qué conformarte con una parte de mí —proseguí—.
No deberías conformarte con nada. Mereces mucho más. Podrías tener a quien sea...
—¡Ya basta!
Di un respingo ante el azote de su voz.
—Jamás vuelvas a decirme algo así —espetó—. O juro por Dios que te castigaré, cielo.
Un silencio de estupefacción invadió el espacio que había entre ambos. Las palabras que
yo había pronunciado daban vueltas en mi mente sin cesar, mofándose de mí por lo patética
que podía llegar a ser. Yo nunca había querido estar supeditada a él, pero ahora lo estaba.
—Tengo que irme —dije con voz ronca.
—No cuelgues. Por el amor de Dios, Eva, estamos casados. Estamos enamorados. No hay
nada de lo que tengamos que avergonzarnos. ¿Y qué si es una locura? Somos nosotros. Es lo
que somos. Tienes que aceptarlo.
La puerta mosquitera chirrió cuando mi padre salió al porche.
—Está aquí mi padre, Gideon. Tendremos que hablar después —dije mirándolo.
—Tú me haces feliz —contestó con el tono seguro y profundo que utilizaba cuando
tomaba una decisión en firme—. Había olvidado lo que se siente. No subestimes lo que
significas para mí.
«Dios».
—Yo también te quiero.
Puse fin a la llamada y dejé el teléfono en la mesa con mano temblorosa.
Mi padre se sentó en la otra silla con su café. Llevaba unas bermudas y una camiseta de
color verde oliva, pero iba descalzo. Se había afeitado y tenía el pelo aún húmedo, con las
puntas ligeramente rizadas a medida que se iban secando.
Era mi padre, pero eso no me impedía apreciar el hecho de que era ridículamente atractivo.
Se mantenía en muy buena forma y tenía un porte seguro. Podía ver por qué mi madre no
había podido resistirse a él cuando se conocieron. Y, al parecer, seguía sin poder hacerlo.
—Te he oído hablar —dijo sin mirarme.
—Ah. —Sentí que el estómago se me cerraba.
Ya era suficientemente malo abrirme en canal ante Gideon. Saber que mi padre me había
oído no hacía más que empeorar las cosas.
—Iba a preguntarte si sabías lo que estás haciendo al comprometerte tan pronto y siendo
tan joven —añadió.
Levanté las piernas y las crucé debajo de mí.
—Imaginaba que lo harías.
—Pero ahora creo que comprendo lo que sientes. —Me miró con sus suaves ojos grises e
inquisitivos—. Lo has expresado mucho mejor de lo que yo podría haberlo hecho nunca en
aquel entonces. Lo más que podía decir era «Te quiero», y eso no es suficiente.
Comprendí que estaba pensando en mi madre. Supe que debía de ser difícil no hacerlo
cuando yo me parecía tanto a ella.
—Gideon tampoco cree que esas palabras sean suficientes.
Bajé la mirada hacia mis anillos, el que Gideon me había regalado para expresar su
necesidad de aferrarse a mí, y el otro, que era tanto un símbolo de su compromiso como un
homenaje a una época de su pasado en la que se había sentido amado por última vez.
—Pero me lo demuestra. En todo momento.
—Ya he hablado con él varias veces. —Mi padre hizo una pausa—. Tengo que recordarme
a mí mismo que tiene veintitantos años.
Aquello me hizo sonreír.
—Es un hombre muy sereno.
—También es muy difícil saber lo que piensa.
Mi sonrisa se intensificó.
—Es jugador de póquer. Pero lo que dice lo dice de verdad.
Yo creía en Gideon sin reservas. Siempre me decía la verdad. El problema era que había
muchas cosas que no me decía.
—Y quiere casarse con mi hija —repuso mi padre.
Lo miré fijamente.
—Le has dado tu bendición.
—Me dijo que siempre cuidaría de ti. Me prometió que te mantendría a salvo y que te
haría feliz. —Miró en dirección al coche que estaba aparcado al otro lado de la calle—. Aún
no sé por qué lo he creído, pese a que esté vigilando mi casa por ti. No me ayuda el hecho de
que mintiera cuando dijo que esperaría para pedírtelo.
—No podía esperar, papá. No se lo eches en cara. Me quiere demasiado.
Me volvió a mirar.
—No parecías muy feliz cuando estabas hablando con él.
—No. Parecía desesperada e insegura. —Suspiré—. Lo quiero con locura, pero no me
gusta necesitarlo tanto. Deberíamos buscar un equilibrio en nuestra relación. Igualarla.
—Ése es un buen objetivo. No lo pierdas de vista. ¿Él también quiere lo mismo?
—Quiere que estemos juntos. En todo. Pero tiene una reputación y un imperio y yo quiero
construir los míos. No necesariamente el imperio, pero, desde luego, sí la reputación.
—¿Has hablado de esto con él?
—Sí. —Sonreí—. Pero él cree que la señora Cross debería jugar con el equipo Cross. Y lo
comprendo.
—Me alegra saber que ya has pensado en eso.
Me di cuenta de la pausa que hacía.
—¿Pero?
—Pero ése puede ser un problema grave, ¿no?
Me encantaba el modo en que mi padre me instaba a explorar mi interior sin tratar de
persuadirme ni juzgarme. Siempre había sido así.
—Sí —dije—. No creo que se convierta en una cuestión determinante, pero sí puede
causarnos problemas. No está acostumbrado a no conseguir lo que quiere.
—Entonces, tú le vienes bien.
—Eso piensa él. —Me encogí de hombros—. Gideon no es el problema. Soy yo. Ha
sufrido mucho en la vida y ha tenido que hacer frente a ello él solo. No quiero que crea que
tiene que seguir ocupándose de todo. Quiero que sienta que somos uno y que estoy aquí para
apoyarlo. Es un mensaje difícil de expresar cuando también deseo mi propia independencia.
—Te pareces mucho a mí —dijo con una sonrisa tierna, tan guapo que mi corazón se llenó
de orgullo.
—Sé que te vas a llevar bien con él. Es un buen hombre con un buen corazón. Haría lo que
fuera por mí, papá.
«Incluso matar por mí».
Ese pensamiento me revolvió el estómago. La posibilidad de que Gideon tuviera que
responder por la muerte de Nathan era demasiado real. Y yo no podía permitir que le ocurriera
nada.—
¿Me va a dejar pagar la boda? —Mi padre resopló con una carcajada—. Supongo que
debería preguntar cuántas ganas tiene tu madre de discutir conmigo.
—Papá...
Volví a sentir una presión en el pecho. Después de las discusiones que habíamos tenido
sobre el pago de mi carrera universitaria, sabía que era mejor no decir que no tenía que estirar
su dinero hasta el límite por mí. Se trataba de una cuestión de orgullo, y mi padre era un
hombre muy orgulloso.
—No sé qué decir aparte de «gracias» —añadí.
Me miró con una sonrisa de alivio y me di cuenta de que había esperado a que yo también
me mostrara reticente.
—Tengo cincuenta mil. Sé que no es mucho...
Extendí la mano en busca de la suya.
—Es perfecto.
Podía oír ya a mi madre en mi cabeza volviéndose loca. Me encargaría de ello cuando
llegara el momento.
Merecería la pena sólo por la mirada de mi padre en ese instante.
—No ha cambiado. —Cary se detuvo en la acera en la puerta del antiguo centro deportivo y se
apartó las gafas de sol de la cara. Sus ojos se posaron en la entrada del gimnasio—. He echado
de menos este lugar.
Le cogí la mano y entrelacé los dedos con los suyos.
—Yo también.
Avanzamos por el camino de entrada y saludamos con la cabeza a la pareja que estaba
fumando en la puerta. A continuación, entramos y nos recibió la visión y el sonido de un
partido de baloncesto. Dos equipos de tres personas jugaban en una mitad de la cancha,
bromeando unos con otros y riéndose. Yo sabía por experiencia que, a veces, los poco
habituales despachos del doctor Travis eran el único lugar en el que uno se sentía lo
suficientemente libre y a salvo como para poder reírse.
Saludamos con la mano a los jugadores, que se detuvieron el tiempo suficiente como para
mirarnos y, a continuación, fuimos directos a la puerta que aún tenía el letrero de
«ENTRENADOR» en el cristal. Estaba abierta de par en par y vimos una persona apoltronada en
una vieja silla con los pies apoyados en la mesa. Lanzaba una pelota de tenis contra la pared y
la recogía con destreza, una y otra vez, mientras Kyle, una paciente a la que conocía de antes,
vapeaba su cigarrillo electrónico mientras hablaba.
—¡Dios mío! —La chica se puso rápidamente en pie, abriendo su bonita boca roja y
dejando escapar una nube de humo—. ¡No sabía que habíais vuelto!
Se lanzó sobre Cary, sin apenas darme tiempo a que le soltara la mano.
El doctor Travis dobló las piernas y se levantó, dibujando en su amable cara una sonrisa de
bienvenida. Su atuendo era poco convencional. Llevaba sus habituales pantalones caquis, una
camisa de vestir con sandalias de piel y las orejas llenas de pendientes. Tenía el pelo castaño
claro largo y revuelto, y sus gafas de montura metálica estaban algo torcidas sobre el puente
de la nariz.
—No os esperaba hasta después de las tres —dijo.
—Ya son más de las tres en Nueva York —contestó Cary soltándose de Kyle.
Yo tenía mis sospechas de que Cary se había acostado con aquella rubia guapa en algún
momento, y suponía que ella no se había olvidado de él con la misma facilidad que mi amigo.
El doctor Travis me dio un rápido abrazo y, a continuación, hizo lo mismo con Cary. Vi
cómo los ojos de mi mejor amigo se cerraban y su mejilla se apoyaba un momento en el
hombro del médico. Sentí un escozor en los ojos como siempre me sucedía cuando veía feliz a
Cary. El doctor Travis era lo más parecido a un padre que él había tenido, y sabía lo mucho
que lo quería.
—¿Seguís cuidándoos el uno al otro en la Gran Manzana?
—Por supuesto —respondí.
Mi amigo me señaló con un dedo.
—Ella se va a casar y yo voy a tener un hijo.
Kyle ahogó un grito.
Le propiné un codazo a Cary en las costillas.
—Ay —se quejó mientras se frotaba el costado.
El doctor Travis parpadeó.
—Enhorabuena. Sí que habéis sido rápidos.
—Ya te digo —murmuró Kyle—. ¿Cuánto ha pasado? ¿Un mes?
—Kyle... —El doctor Travis acercó su silla a la mesa—. ¿Nos concedes un minuto?
Ella resopló y se dirigió a la puerta.
—Es usted bueno, doctor, pero creo que va a necesitar más tiempo.
—Prometida, ¿eh? —Kyle dio otra calada a su cigarrillo electrónico con los ojos puestos en
Cary mientras él saltaba por encima de la cabeza del doctor Travis y machacaba la canasta.
Estábamos sentadas en las viejas gradas unas tres filas por debajo de la más alta, a la
suficiente distancia como para que no pudiéramos oír la sesión de terapia que tenía lugar en la
cancha.
Cary se ponía inquieto cuando se abría. El doctor Travis había aprendido rápidamente que
debía mantener a Cary físicamente activo si quería que siguiera hablando.
Kyle me miró.
—Siempre había imaginado que Cary y tú terminaríais juntos.
Me reí y negué con la cabeza.
—Nuestra relación no es de ésas. Nunca lo ha sido.
Ella se encogió de hombros. Tenía los ojos del color del cielo de San Diego, rodeados por
un llamativo delineador azul eléctrico.
—¿Conoces desde hace mucho al tipo con el que te casas?
—El suficiente.
El doctor Travis clavó un tiro de banda y, a continuación, revolvió el pelo de Cary de
forma cariñosa. Vi que me miraba y supe que había llegado mi turno.
Me puse de pie y me estiré.
—Nos vemos luego —le dije a Kyle.
—Buena suerte.
Torcí la boca con un gesto irónico y bajé la escalera hasta llegar al doctor Travis.
Era más o menos de la altura de Gideon, así que me detuve antes de llegar al último
escalón para que nuestros ojos estuviesen al mismo nivel.
—¿Ha pensado alguna vez en mudarse a Nueva York, doctor?
Me miró con su sonrisa torcida.
—Como si los impuestos de California no fuesen ya suficientemente altos —repuso.
Lancé un suspiro exagerado.
—Tenía que intentarlo.
Pasó el brazo por encima de mis hombros y fui con él hacia un lado de la pista.
—También lo ha probado Cary. Me siento halagado.
Fuimos a su despacho. Cerré la puerta mientras él cogía una silla abollada de metal y le
daba la vuelta para sentarse con la cara hacia el respaldo y los brazos apoyados en él. Era una
de sus rarezas. Se sentaba en la silla del escritorio cuando sólo iba a pasar el rato y a
horcajadas en aquella reliquia cuando iba a entrar en materia.
—Háblame de tu prometido —dijo cuando yo me acomodé en el rincón habitual sobre el
sofá de vinilo verde que estaba pegado con cinta adhesiva y adornado con firmas de pacientes
antiguos y actuales.
—Vamos —lo reprendí—. Ambos sabemos que Cary ya lo ha informado.
Mi amigo siempre empezaba sus sesiones hablando de mi vida y de mí. Y, al final, lo
enlazaba hablando de él.
—Y sé quién es Gideon Cross. —El doctor Travis golpeteaba con los pies de un modo que,
en cierta forma, nunca parecía impaciente ni inquieto—. Pero quiero que me hables del
hombre con el que vas a casarte.
Me quedé pensando un momento y él permaneció en silencio mientras tanto. No
esperando, sino sólo observando.
—Gideon es... Dios mío, es muchas cosas. Es complicado. Tenemos que solucionar
algunos problemas, pero lo conseguiremos. Mi problema más acuciante es lo que estoy
sintiendo por un cantante con el que antes... salía.
—¿Brett Kline?
—¿Recuerda su nombre?
—Cary me lo ha recordado, pero me acuerdo de que hablamos de él.
—Sí, bueno. —Miré mi increíble anillo de bodas y le di vueltas alrededor del dedo—.
Estoy muy enamorada de Gideon. Me ha cambiado la vida en muchos aspectos. Me hace sentir
guapa y valiosa. Sé que parece muy rápido, pero él es mi hombre.
El doctor Travis sonrió.
—Mi esposa y yo nos enamoramos a primera vista. Estábamos en el instituto cuando nos
conocimos pero supe que era la chica con la que iba a casarme.
Mi mirada viajó hacia las fotografías de su mujer que había sobre la mesa. Había una de
cuando era más joven y otra más reciente. Aquel despacho era un lío de papeles, equipación
deportiva y viejos pósteres de antiguas personalidades del deporte, pero los marcos y el cristal
que protegían aquellas fotografías estaban inmaculados.
—No entiendo por qué Brett tiene efecto alguno sobre mí. No es que lo desee. No me
imagino estando con nadie que no sea Gideon. Ni sexualmente ni en los demás aspectos. Pero
no soy indiferente ante Brett.
—¿Por qué ibas a serlo? —preguntó sin más—. Fue parte de tu vida en un momento
crucial y el final de vuestra relación provocó en ti una especie de epifanía.
—Mi interés —no era ésa la palabra exacta— no tiene que ver con la nostalgia.
—Estoy seguro de que no. Supongo que sientes ciertos remordimientos. Que piensas en
diferentes posibilidades. Para ti fue una relación muy sexual, así que puede que siga existiendo
cierta atracción, aunque sepas que no vas a volver a pasar por ahí.
Estaba casi segura de que tenía razón en eso.
Sus dedos golpeteaban el respaldo de la silla.
—Has dicho que tu prometido es un hombre complicado y que estáis solucionando algunos
problemas. Brett era muy fácil. Sabías lo que podías conseguir de él. En los últimos meses has
dado grandes pasos, te has acercado a tu madre y te has comprometido. Es probable que, a
veces, desees que las cosas fueran más sencillas.
Me quedé mirándolo mientras asimilaba aquello.
—¿Cómo consigue encontrar la lógica con tanta facilidad? —pregunté.
—Práctica.
—No quiero echarlo todo a perder con Gideon —dije asustada.
—¿Estás yendo a hablar con alguien en Nueva York?
—Vamos a terapia de pareja.
Asintió.
—Muy práctico. Eso es bueno. Él también quiere que funcione. ¿Lo sabe?
«¿Lo de Nathan?».
—Sí.
—Estoy orgulloso de ti, chica.
—Trataré de evitar a Brett, pero me pregunto si eso significa que no quiero enfrentarme a
la raíz del problema. Como un alcohólico que no bebe pero que sigue siendo alcohólico. El
problema continúa estando ahí, simplemente se mantiene alejado de él.
—Eso no es del todo así. Pero es interesante que hayas utilizado una analogía sobre la
adicción. Tú tiendes a un comportamiento autodestructivo con los hombres. Muchas personas
con tu pasado tienen el mismo problema, así que no es de extrañar, y ya lo hemos hablado
antes.—
Lo sé. —Era por eso por lo que tenía tanto miedo de perderme en Gideon.
—Hay que tener en cuenta algunas cosas —continuó—. Estás comprometida con un
hombre que, en la superficie, se parece mucho al tipo de hombre que tu madre querría para ti.
Teniendo en cuenta lo que tú opinas sobre la dependencia que tu madre tiene de los hombres,
puede que estés sintiendo cierta resistencia.
Arrugué la nariz.
El doctor Travis sacudió un dedo hacia mí.
—Bueno, es una posibilidad. La otra es que quizá no sientas que mereces lo que has
encontrado con él.
Sentí cómo una piedra se aposentaba en mi estómago.
—¿Y si me merezco a Brett?
—Eva... —Me miró con una cálida sonrisa—. El simple hecho de que hagas esa
pregunta..., ahí está tu problema.

Volver a capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros