Unos golpes en la puerta la despertaron. De pronto fue consciente
de donde
estaba y más cuando los golpes volvieron a sonar.
—Bella durmiente del bosque, el desayuno está preparado en la
cocina.
Daniela miró el reloj: las once y media. Madre mía, ¿pero cuánto
había
dormido?
—Vale… en cuanto me duche, voy.
Apoyado en la puerta, él insistió:
—Deja la ducha para después y ven a tomar el café.
La joven saltó de la cama. Entró en el baño y no se sorprendió al
ver un
cestito en el lavabo con un cepillo de dientes sin estrenar. Lo
abrió y lo
utilizó, tentadora, miró la ducha pero al final decidió hacer lo
que él había
sugerido, así que abrió la puerta y se dio de bruces con él.
—Estaba esperándote.
Sorprendida asintió y caminando ante él añadió.
—Gracias, ahora vamos a desayunar, ¡tengo un hambre atroz!
Rubén la siguió y aprovechó para observar su trasero con
detenimiento.
No estaba tan mal bajo su pijama oscuro. Tras el desayuno en el
que ella le
demostró lo cargada de pilas que estaba nada más levantarse, la
joven
regresó a su cuarto y sin demora abrió su bolso. Sacó un
pastillero y se
tomó una píldora, luego se duchó y se vistió ya con su ropa. Hizo
la cama y
dejó el pijama sobre ella. Cuando regresó al salón le sorprendió
la
presencia de Jandro quien, al verla allí, levantó una ceja.
—No pienses cosas raras, que no. —Quiso aclarar ella.
—Yo no he dicho nada —replicó él estupefacto.
Rubén sonrió al ver la cara de los dos y ella añadió:
—No me he acostado con tu amiguito, así que, deja de mirarme con
esa
cara de lelo. Y para tu información, si me quedé aquí a pasar la
noche fue
porque había mucha niebla.
Jandro miró a su amigo y este aclaró:
—¡Que es mi fisioterapeuta, colega! No seas mal pensado.
Jandro asintió. Nada le hubiera sorprendido más que Rubén se
hubiera
liado con la fisio. No era su tipo en ninguno de los sentidos,
pero divertido
por cómo lo miraba ella preguntó:
—¿Te gustan los disfraces?
Sin saber el motivo de la pregunta, Daniela asintió.
—El doce de enero doy una fiesta de disfraces en mi casa por mi
cumpleaños. ¡Estás invitada!
—Gracias por la invitación. —Sonrió Daniela cogiendo su mochila.
Dicho esto, se encaminó hacia la puerta, cogió su abrigo y se lo
puso.
Rubén se levantó y la siguió mientras Jandro, en la cocina,
trasteaba para
ponerse un café.
—¿Te vas?
Sorprendida por aquella pregunta soltó una carcajada.
—Pues va a ser que sí. Ya no hay niebla y quiero llegar a mi casa.
Rubén asintió y al ver que se ponía su gorro se acercó a ella.
—No olvides que mañana tienes que regresar.
—Pues claro, ¿por qué lo voy a olvidar?
—Lo digo por esa fiesta a la que vas a asistir.
—Tranquilo, el té y las pastas son relajantes —le dijo ella entre
carcajadas.
Asintió con la cabeza mientras procesaba la puyita.
—En serio, Rubén, muchas gracias por haberme acogido en tu casa;
espero poder devolverte el favor algún día.
—Podrías devolvérmelo ahora mismo —sugirió él hechizado por el
desparpajo y la gracia en los movimientos de ella.
—¿De qué hablas?
Ambos se miraron. Un extraño silencio les envolvió mientras se
escuchaba a Jandro tararear. Estaba claro que entre ellos había
surgido
cierto morbo y justo cuando él fue a besarla, ella levantó una
mano y dijo
dando un paso atrás:
—No.
Sin más, abrió la puerta y salió. Él se quedó mirando el picaporte
como
un idiota, hasta que lo tocó, abrió la puerta y vio que ella
llegaba hasta su
coche. Sin la muleta, fue tras Daniela y cuando la alcanzó, sin
tocarla le
preguntó:
—¿Por qué te resistes?
Dándose la vuelta, tragó el nudo de emociones que tenía en la
garganta.
—No me resisto. Simplemente intento no meterme en líos.
Desde su intimidatoria altura, Rubén añadió.
—Sé que te atraigo, ¿a qué esperas?
—Lo tuyo es increíble —se mofó para quitarle hierro al asunto—.
Estás
tan endiosado que crees que cualquier mujer te…
—Es sexo, Daniela —cortó—. Déjate de endiosamientos y gilipolleces
porque sabes perfectamente a lo que me refiero.
La cabeza de Daniela comenzó a dar vueltas. Él tenía razón. Pero
había
ciertas cosas que él no sabía. Aquel no era un buen momento para
liarse
con nadie y menos con un famoso futbolista que, con seguridad, le
partiría
su ya resentido corazón. Así que, con una frialdad que sorprendió
incluso a
ella misma, le quiso aclarar:
—Escúchame, voy a ser muy clarita: me gusta tanto el sexo como a
ti y
aunque hay momentos en los que tu cuerpo me abre el apetito, mi
respuesta
es «no, ahora…no».
La rotundidad de sus palabras calentó aún más la sangre de Rubén
—Pero, ¿por qué ahora no? ¿Lo dices por el entrenador?
Ella negó con la cabeza intentando mantener la frialdad.
—No, Rubén. Ya te dije ayer que a mí eso no me condiciona porque
él
no dirige mi vida. Y ahora haz el favor de entrar dentro con
Jandro y
utilizar la maldita muleta o todo nuestro trabajo no habrá servido
para
nada.
Estupefacto, sin poder creer que ella cambiara de tema así, al
final se dio
por vencido y, sin decir nada, entró en su casa dando un portazo.
Daniela lo
miró, suspiró, y cuando él le abrió la verja desde el interior, se
marchó. Era
lo mejor.
Cuando llegó a su casa y soltó la mochila maldijo: ¿Por qué había
tenido
que decir aquello? Estaba arrepintiéndose por aquello cuando le
sonó el
móvil, era su madre.
—¡Hola, cariño!
—¡Hola, mamá!
—¿Dónde estás? ¿Sigues en casa del tal Rubén?
Recostándose en el sillón se tapó con la mano la cara y murmuró:
—No, mamá. Ya estoy en casa. Y antes de que comiences a darle
vueltas
a la cabeza de por qué me quedé ayer en su casa, te diré que fue
por la
niebla, ¿entendido?
Daniela sonrió al oír un resoplido al otro lado del teléfono. Su
madre ¡la
gran casamentera!
—No pensaba preguntarte nada —se defendió—. Bueno, a lo que voy,
que para eso te he llamado, ¿cuándo vas a…?
—Mamá —la cortó en seco—. Hasta después de las navidades no tengo
que ir.
—Pero…
—Mami, por favorrr —murmuró mimosa—. Tengo cita el siete de
enero. Hasta entonces no debes martirizarte, ¿vale?
—¿Ese día te hacen las pruebas, cariño?
—Sí, mamá —mintió. No quería que nadie la acompañara.
—De acuerdooo.
Estuvieron hablando durante diez minutos hasta que Daniela decidió
acabar la conversación. Una vez hubo colgado, se tumbó en el sofá
y cerró
los ojos. Durante unos segundos se permitió recordar el momento en
el que
Rubén y ella habían estado abrazados. Pensó en su mirada, olió su
aroma
y… se durmió.
Cuatro horas después se despertó sobresaltada. Se incorporó y vio
que
eran las cinco de la tarde. Sin muchas ganas de comer se metió de
nuevo en
la ducha. Tenía que reactivarse. Lo necesitaba. Después se arregló
el pelo,
se puso un bonito vestido y unos tacones y tras darse un último
vistazo en
el espejo salió de su casa. Se iba de fiesta con sus amigas. Una
fiesta en la
que no abundarían ni el té ni las pastitas.
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