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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.20


A la mañana siguiente, cuando Rubén dormía plácidamente en la cama,
mientras Daniela se duchaba, Suhaila se despertó y se tiró en tromba sobre
él. Él sonrió al abrir un ojo y ver a la niña, que ya estaba arropándose con
la sábana.
—¿Por qué estás durmiendo en la cama de Dani?
—Se hizo tarde y decidí quedarme a dormir.
—¿Y por qué no has dormido en la otra habitación libre?
—Porque preferí dormir en esta —respondió sin saber realmente qué
decir.
Suhaila, con un gesto infantil le tocó el pelo e insistió:
—Los novios duermen con las novias, ¿tú eres el novio de Dani?
—No.
—¿Y por qué duermes con ella?
—Porque anoche tenía mucho frío —respondió Daniela que salía del
baño—, y le pedí que durmiera conmigo. Vamos Rubén, levanta ¡a la
ducha!
El futbolista, desapareció de inmediato para que la niña no le hiciera
más preguntas. Una vez se quedaron solas, Daniela intentó explicarse:
—Escucha, cariño, Rubén no es mi novio, pero en ocasiones, nos gusta
dormir juntos porque yo…
—¿Pero le quieres?
Daniela lo pensó: en realidad, no podía decirle a una niña que se
acostaba con alguien sin quererle y bajó la voz para continuar.
—Claro que sí… pero no se lo digas, será nuestro secreto, ¿vale?
—¿Le quieres hasta el infinito y más allá?
Aquella frase era un juego que su padre había comenzado con ella
cuando, asustada, tenía que ir al hospital y ahora ella lo utilizaba con
Suhaila. La pequeña la miraba a la espera de una respuesta.
—A ti es a quien quiero hasta el infinito y más allá, brujilla.
—Pero el día que Israel estuvo malito con tos y dormimos contigo en la
camita, tú dijiste que en ella solo dormían las personas a las que tú querías
hasta el infinito y más allá, así que yo creo que a Rubén le quieres así,
aunque no lo digas.
Daniela se quedó bloqueada e intentando cortar el tema susurró.
—Creo que eres una gran bruja.
—Las brujas, una vez me dijiste que lo sabían todo, ¿verdad?
Daniela soltó una gran risotada y la pequeña la abrazó.
—Cuando seas mi mami me vas a querer más.
La miró emocionada y susurró retirándole el pelo de la cara:
—Creo que es imposible quererte más de lo que te quiero. —Y dándole
un beso en la cabeza añadió—: Ahora venga… ve a vestirte que vamos a
desayunar.
La pequeña, encantada de tener un secreto con Daniela, salió de la
habitación sin más.
Cuando Rubén acabó en la ducha, se vistió rápidamente y se acercó a la
cocina, donde desayunaban Daniela y Suhaila. Antes de que pudiera decir
nada, la pequeña se dirigió a él.
—¿Te gustan las galletas con Nutella?
Sentándose junto a ella, cogió la galleta que ella le tendía y le dio un
vigoroso mordisco
—Mmmm… Me encantan.
Daniela le sirvió un café divertida; cuando él se lo terminó de tomar, la
niña tocándole la melena, aún húmeda, le propuso:
—¿Me dejas peinarte con el kit de peluquería que me regalaste?
—Por supuesto, preciosa.
Una hora después, los tres estaban en el salón en paz y armonía. Daniela
y Rubén leían el periódico mientras la niña seguía peinando al futbolista
hasta que, de pronto, Rubén sintió un pequeño tirón y gritó tocándose la
cabeza.
—¿Pero qué has hecho?
Daniela se quedó totalmente desconcertada al mirar y se le escapó una
risotada. Suhaila tenía unas tijeras en una mano y en la otra… un mechón
de cabello.
—¡Ostras, Rubén! ¡tu pelo! —se carcajeó Daniela.
Rápidamente, el futbolista se levantó, se encaminó al espejo y
horrorizado al ver el trasquilón en su preciada melena, le gritó:
—¡Por el amor de Dios! ¿Por qué me has cortado el pelo?
—Ha sido sin querer —susurró la cría asustada.
—¿Sin querer? ¡Joder, Suhaila…!
La niña, al escuchar el duro tono de su voz y la expresión de su cara, se
quedó sin habla. Rápidamente, Daniela se acercó a ella y le quitó las tijeras
mientras aquel gritaba como un poseso.
—Joder… joder… ¡Joder!
—Vale, Rubén —intentó mediar Daniela. Estaba perdiendo los papeles y
ella sabía que, cuando Rubén los perdía, se ponía muy desagradable—.
Vale ya, creo que te estás pasando.
—¿Cómo que me estoy pasando?
—Rubén ¡vale!
—¡Joder! La niña me corta el pelo, tú te ríes y todavía tienes la poca
vergüenza de decirme ¡que me estoy pasando!
Daniela entendía su enfado, pero al ver la cara de la cría le pidió
tranquilidad con la mirada.
—No te preocupes, lo arreglaremos.
—¿Qué pretendes? ¿pegarme el pelo con pegamento?
—Rubén… respira y razona, por favor.
Pero aquel seguía meando fuera del tiesto.
—Joder… tengo que grabar un anuncio dentro de tres días, ¿cómo voy a
aparecer con este trasquilón?
—Rubén… no exageres ¡tampoco es para tanto!
—¿Que no es para tanto? —voceó con el trozo de pelo en la mano.
Daniela le miró: había perdido los papeles de una manera irracional.
Suhaila susurró:
—Lo siento… yo…
—¡Cállate Suhaila! Ahora es mejor que te calles —le gritó molesto.
—No le hables así a la niña —musitó Daniela con mal gesto.
Enfadado, seguía mirándose en el espejo, y volvió a gritar:
—¿Pero tú has visto lo que me ha hecho?
Lo veía, y lo veía muy bien, pero estaba exagerando; para calmar los
ánimos, propuso:
—Tengo un amigo que es peluquero y…
—Tu amigo no me vale —protestó—. Yo tengo mi propia peluquera.
—Vaya… usted perdone —contestó molesta.
—Soy tonta… —murmuró la pequeña.
Daniela, al escucharla, se sentó a su lado y le pasó la mano por la cabeza
para tranquilizarla.
—No cariño, no eres tonta, ha sido un fallo y eso le pasa a cualquiera,
¿verdad, Rubén?
Pero él ya no las escuchaba. Solo le preocupaba su pelo y sin responder,
cogió el móvil, marcó un número de teléfono y, segundos después, le
oyeron decir:
—¡Hola, bella!, ¿puedes estar en mi casa en una hora?
Cuando colgó, Daniela tenía ganas de patearle el culo. ¡Qué
insensibilidad! El trasquilón se veía, pero podía disimularse con un corte
diferente. Suhaila, con los ojos como platos, no paraba de mirarle,
sorprendida al verlo tan alterado. Y cuando él se marchó dando un portazo,
sin despedirse, le dijo entre sollozos:
—Soy tonta, y Rubén ahora… él…
Daniela, al ver el berrinche de la pequeña, se desesperó y cogiéndola
entre sus brazos la arrulló.
—No pasa nada, cariño, no es grave, estas cosas pasan. Ya verás como…
—Pero yo no creía que las tijeras cortaran tanto, y ahora Rubén se ha
enfadado con nosotras, y yo no quiero que se enfade.
—No te preocupes, se le pasará, ya lo veras. Y en cuanto a…
Pero no pudo acabar la frase. Sonó el timbre de la puerta. Daniela se
levantó con la pequeña refugiada en su cuello y, al abrir, se quedó sin habla
cuando vio a Rubén. Se entendieron sin necesidad de hablar, su gesto se lo
dijo todo y ella suspiró aliviada.
El futbolista, avergonzado por cómo se había puesto, tocó el hombro de
la pequeña para que lo mirara y, cuando lo consiguió y vio su carita de
disgusto y los ojos llenos de lágrimas, el corazón se le encogió. Era un
auténtico idiota.
Durante una fracción de segundo ninguno de los tres dijo nada, solo se
miraron, hasta que Rubén finalmente dijo:
—¿Me perdonáis por haberme comportado como un tonto?
La pequeña miró a Daniela y ella le respondió, a pesar de la cantidad de
cosas que le hubiera gustado decirle.
—Lo que tú digas, cariño.
Suhaila, secándose las lágrimas, pestañeó y empezó a justificarse:
—Yo estaba jugando y no sabía que las tijeras cortaban, pensaba que
eran de juguete. Perdóname, por favor.
Su voz, su tristeza al decir aquello, hizo que Rubén cogiera a la niña en
sus brazos, la abrazara y después de besarla en la mejilla, le dijo:
—Estás perdonada, preciosa, por supuesto que estás perdonada, pero
ahora necesito saber si tú me perdonas a mí: no tenía que haberme puesto
así contigo y mucho menos haberos gritado, ni a ti, ni a Daniela.
Durante unos minutos, Rubén, olvidándose del mundo, se centró en la
pequeña, ella era lo único importante en ese momento y, finalmente, la
niña sonrió y murmuró:
—Yo te perdono.
—Gracias, preciosa.
—Eres mi chico y te quiero mucho.
—Para mí es muy importante que mi chica me perdone. Muy importante
—murmuró emocionado al sentir el cariño que la niña le tenía.
Se abrazaron y, cuando se separaron, la chiquilla miró a Daniela.
—Tú también le perdonas, ¿verdad, Dani?
Ella, que había permanecido muda mientras aquellos dos se prodigaban
cariñitos, sonrió sin poder evitarlo y, se acercó a ellos para que Rubén la
abrazara.
—Por supuesto, pero solo si Rubén promete que nunca más volverá a
hablarnos así.

—Prometido —afirmó el futbolista.

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